¿Cómo ha ido la PROMO verano 19?

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Las cicatrices mudas Volumen 2 de la colección neo-noir



El legado de la rosa negra Novela de aventura en Egipto



Pasillos nocturnos Antología de los poemas escritos hasta 2016




La caja pública Libro de relatos de distinto géneros



Erótika Libro de relatos eróticos



Si descargáis alguna y dejáis un comentario: mejor. Gracias


Rosalía - malamente


Promoción verano 19

by on 16:16:00
 ¿Cómo ha ido la PROMO verano 19? Quiero agradeceros el éxito de la promoción con más de 400 descargas para leer o escribir con estas...

 




Mala convivencia - actualizada                                                                                                                                                                

Tengo un problema grave de convivencia. Vivo en una finca con catorce puertas, dos por rellano. El vecino de arriba, hermano mayor del de enfrente –cómplice, como es obvio—desde hace años intenta hacernos la vida imposible


Os dejo una lista de parte de sus perversidades, y no me refiero a los ruidos normales que se dan en cualquier finca; algo lógico y agradable para saber que tus vecinos siguen bien. Sino de otras historias…, cuanto menos, incómodas. Cuando los ruidos de la city te molestan, no queda otra que vivir en el campo. No es nuestro caso.


En fin… juzgar vosotros mismos.  

          

1.       Arrastra maletas o algo con ruedas por el pasillo y comedor.

2.       Empuja muebles o los levanta y los deja caer. Es imposible dormir sin tapones.

3.       Salta.

4.       Patea por toda la casa.

5.       Corre.

6.       Anda como si fuera un elefante y el techo retumba –no me digáis cómo lo hace porque es un hombre muy delgado que pesará unos cincuenta kilos.

7.       Como llamaba al timbre a horas en las que todavía descansábamos, tuvimos que quitarlo. Sí. Cuando vienes a nuestra casa o llamas desde abajo o desde arriba golpeando la puerta; un incordio.

8.       Echa ceniza en la ropa. Qué fume dónde quiera y pueda..., pero lógico sería que, si lo hace donde están los tendederos, cogiera un cenicero. A mí me parece una guarrería.

9.       También fuma en el descansillo –bastante pequeño, por cierto—. El humo inunda nuestro recibidor.  Además de hacer muy mal olor.

10.   Cuando abrimos las ventanas que dan al patio de luces, fuma en la que está encima. Al instante, esa habitación se llena de humo con lo que traiga consigo. Claro, no puedo ventilar estos cuartos, algo imprescindible con la covid19.

11. Hace unas semanas llevaba la mascarilla por debajo de la nariz y hace unos días no la llevaba ni en el ascensor ni en las escaleras. Le dije que debía ponérsela, pero pasó hasta de contestarme.

12. Si viene algún repartidor y no le escuchas, igual llaman a la puerta de al lado o a la de arriba. Pero, ni el uno ni el otro, les abren. Es más, han llegado a decir que no nos conocían.

Estas acciones malintencionadas las puede realizar antes de las ocho de la mañana o de madrugada si se tercia. Las veinticuatro horas del día son buenas si le da por fastidiar.


El hombre tiene setenta y un años. Pensareis que soy una exagerada. Pero, nada más lejos de la realidad. ¡Ojalá! Desconozco cómo lo hace. En ocasiones, pienso que paga a alguien para estos menesteres, o utiliza grabaciones, o ¿quién sabe? Tal vez deberíamos llamar a un parapsicólogo por si nuestra finca es prima cercana o lejana de Hill House y tiene alguna maldición. Entonces, me digo a mí misma… «¿Mira que si tenemos fantasmas o monstruos que nos vigilan y nos hacen perrerías?».


Bromas aparte. Compramos el piso hace veintidós años, y la pareja que nos lo vendió apuntó que tenía problemas con los vecinos –a los pocos meses descubrimos de qué se trataba—. Algo similar ha sucedido con unas inquilinas universitarias que han terminado por marcharse y que, cuando las navidades pasadas se nos calló el techo del comedor, que casi nos, –suceso con el nombre de Siniestro total publicado en este blog— apuntaron que si llegan a saber cómo era este vecino, no hubieran alquilado el apartamento. Nos ha dado mucha pena que se hayan marchado; eran la alegría de esta finca tan carca.


Es obvio que, los hechos, son difíciles de probar. El 8 de agosto llamamos a la Policía Local y, después de explicar el problema, nos dijeron que se podía intentar una mediación. Les dijimos inmediatamente que sí. Hemos sido pacientes y, la semana pasada, nos telefoneó el inspector que lleva estos asuntos. Tras recoger mis quejas –aunque la verdad es que soy una pésima habladora— me dijo que intentaría mejorar la situación.


Sin embargo, he perdido completamente la fe. Sé que, en estas desagradables situaciones, lo mejor es ignorar; y lo hacemos cuando podemos. Pero, si habéis sufrido el derrumbe de parte del techo –como nosotros— y el cabeza de familia es un enfermo coronario grave con cuatro autotrasplantes desde hace diez años. A lo que se han ido añadiendo, con el paso del tiempo, otras patologías. Es imposible. Máxime sabiendo que en esta aterradora pandemia está en el grupo de riesgo.


Os preguntareis cómo nos defendemos y os lo voy a decir: ponemos la música o la TV con volúmenes altos, cantamos, silbamos. A veces, hasta le pegamos unos cuantos chillidos... Pero, nos desagrada, solo queremos vivir en paz y pasar de estos malos rollos.


Estos hombres que nos fastidian, son los hermanos Martínez –sí, Pepe y Juan—. Hijos de un picoleto franquista que operaba, hace décadas, por el llamado Barrio Chino de Valencia. El hombre era tan desagradable que escupía delante de quien se le antojaba, y, ellos, han heredado ese prurito indeseable que del interior emana al exterior y afea como si tuvieran las almas más oscuras que una ciénaga.


Acostumbrados a… «Hacemos lo que nos da la gana». Cualquiera los mete en vereda por las buenas. ¡Ya está bien! Que estamos en una pandemia en la que los muertos y los contagios, por desgracia, aumentan a diario. ¿Cómo vamos a superarla si tenemos ciudadanos de todo tipo? ¿No les da vergüenza? Por momentos, pienso que no son conscientes de lo que le sucede al mundo. O quizá sean tan egoístas que les importa un bledo. O, a lo mejor, están desquiciados.


Mi madre, que era muy sabia, decía que las personas más peligrosas son aquellas a las que no les importa sus vidas, porque, cuando no te importa tu vida, las de los demás no valen nada.


Algunos ruidos


Anna Genovés

25 de septiembre de 2020


Una frase que le viene como anillo al dedo, pues, ya se sabe que es difícil que los oprimidos, puedan demostrar el acoso, blocking vecinal o etcétera... que sufren.


Hoy, trece de agosto de 2021, he descubierto algo nuevo: desde hace unas semanas me caía algo en la cabeza cuando tendía: agua, pensaba yo. Pero, creo que se trata de saliva -el asunto está pro confirmar-. Está claro: los malos hábitos, siempre, se heredan.


***


Más cositas actuales... 

Mientras tiendo -por cierto, motivo por el que algunas pinzas o prendas vuelan- hace bastanten tiempo que, noto que me echan o cae saliva o agua -nolo sé- en la cabeza, brazos, manos, ropa... Esa persona que me incordia, tiende trapos o guantes de latex, sin escurrir. Es bastante desagradable que te asomes y un goterón te caiga donde sea. 

En relación con la comunidad... ¿qué decir? No todos, pero, sí bastantes -porque actúan como una secta- pasan de nosotros y si pueden fastidiarnos, lo hacen. 

Ejemplo, anteayer a las 20h llegamos y el, maltratado ascensor, estaba roto. Llamamos al servicio de asistencia y nos dijeron que enviaban al técnico. Cuarenta minutos después -mi esposo lleva una cirugía mayor de bypass y hacía un calor horroroso-. Telefoneso nuevamente porque no había aparecido nadie y me dicen que tenemos un contrato de ocho de la mañana a 8 de la tarde y que lo arreglarían al día siguiente. Era como si la oficinista hubiera hablado con el administrador o a algún vecino -presidencia, tal vez- y hubieran revocado el aviso de urgencia.

Por cierto, desde que comenzó la pandemia, muchos nos hacn la cobra. Por mi esposo, necesitamos usar mascarilla .por desgracia- y eso parece que les incomode.

Se fuma en la escalera y el rellano. Penalizado por ley.


Anna Genovés

23 de julio de 2022




“La verdad es incontrovertible, la malicia puede atacarla, la ignorancia puede burlarse de ella, pero, al final, ella está ahí”.

 

-          Winston Churchill

Mala convivencia

by on 11:11:00
  Mala convivencia - actualizada                                                                                                            ...


Erika… ¡Desnúdate!

Hugo atraviesa la corrala que encierra la vivienda familiar y camina dos manzanas entre edificios aislados y descampados repletos de coches inútiles. Bordea la esquina derecha y anda un trecho antes de toparse con el club Labios ardientes que regenta su amigo Lucas. Hace tiempo que no pasa a verlo y ha decidido echar una canita al aire.

La visión exterior del escandaloso y olvidado inmueble, le hacen detenerse unos instantes. Revisa los momentos vividos entre aquella nave del pecado y la pensión contigua de tres suculentas alturas. Sondea mentalmente el interior: escaleras estrechas y desniveladas, habitaciones con paredes descascadas sujetas a un camastro y un bidet arrobiñado. Acto seguido, se centra en el club: tabiques bien lucidos en tono rosa palo con grafitis de bocas voluptuosas en tonalidades carmesí, repartidos por el perímetro exterior del local. Sobre la puerta, de madera de caoba repujada, un cartel fluorescente con tubos de neón fucsias y letras French Script ilustran a los viandantes: Labios ardientes, Sala de Striptease. El interior es otro cantar que desea revisar a medida que avance entre las bombillas de baja intensidad, los perdedores de turno y las mujeres candentes.

Avanza con lentitud hacia su objetivo. A pocos metros del local, el extractor de humos comienza a escucharse con un incómodo chirrido y los olores a tabaco comprimido empiezan a descomponer su tubo digestivo. Engulle saliva y carraspea varias veces. Decidido, abre la puerta y se adentra en el ambiente caldeado del tugurio. La decoración no es precisamente delicada, ni tan siquiera está aderezada con buen gusto; el antiguo dueño –padre de Lucas— era buen tipo, pero poco le importaba el cromatismo o el estilo de los enseres. El lugar parece gritar: “Aquí no ha llegado el siglo XXI. Nos quedamos con el mal gusto de los 80”.



En el centro de la nave hay un escenario circular recubierto de ladrillos, con base cementada, dónde se alzan dos barras metálicas que ascienden hasta el techo; está rodeado de mesitas elípticas con algún que otro espectador. En los tubulares se exhiben, enrolladas o bailando de manera insinuante, dos señoritas de pecho tan exuberante como sus labios, ambas llevan tanga de pedrería barata y tacones de drag-queen. Son rubias oxigenadas y van exageradamente maquilladas acentuando sus pómulos, bocas y ojos –delineados con eyerliner ascendente hasta las sienes—, son bastante altas y, para gusto de Hugo, entradas en carnes. En uno de los extremos, esperan otra pareja de robustas strippers.



Las paredes del local, forradas de madera hasta la altura aproximada de un hombre normal, aparecen lustrosas bajo los espejos que voltean el antro. Al fondo, la barra; estilo taberna de camionero con pared cristalina y estanterías repletas de botellas de alcohol barato. Un joven de indumentaria estrafalaria y una stripper pelirroja hacen las veces de camatas. La señorita, vestida de colegiala con la camisa abierta, luce una pechera pródiga que se reclina por el mostrador –a modo de cascada— cada vez que se acerca un cliente. Hugo sonríe, ha regresado al cubil grotesco y entrañable que vio por primera vez el día que perdió su virginidad; el viejo de su amigo les dijo que tenían que hacerse hombres y les regaló unas horas con las chicas más experimentadas.

Desde entonces, todos los sábados acompañaba a Lucas al garito de su papá. Algo que cambió rotundamente cuando empezó la universidad y que olvidó por completo al casarse. Pero, ahora, tras un sonado divorcio, ha regresado a casa de mamá y quiere recuperar sus antiguas costumbres.

El pletórico cuarentón, avanza por el lateral izquierdo como el mismísimo James Bond; en mitad del recorrido se gira hacia el espejo y ve su rostro sonrosado por el reflejo escarlata de las bombillas, vuelve a reír evocando sus primeras andanzas por aquellos lindes, cuando para ver su figura tenía que subirse a las mesas. A pocos metros del barman, oye que la camarera le dice:

–Vaya, vaya, vaya… que hombre tan atractivo nos han traído los dioses a este local de viejos acabados y gordos pegajosos. Quítame la mano de las tetas, ¡guarro! –cacarea a un cincuentón repeinado que tiene cerca.

–¡No chilles tanto Erika! Resulta demasiado vulgar… y cuidadito con el caballero que se acerca: es amigo del jefe.

Erika mira al guapetón y suelta:

–¡Ya sé que es amigo del jefe! Hola guapo, me alegra verte por aquí.

Gracias nena.

–Sabía que ibas a venir… me llamo Erika –comenta ella. Hugo la mira con recelo.

–Hola Erika. Soy Hugo… pero eso ya lo sabías, ¿verdad guapa? –ella mueve la cabeza afirmativamente. Entonces, el barman le dice—:

–Erika te he dicho que no molestes. Además, tienes tres clientes esperándote, ve a atenderlos y la boquita cerrada preciosa. –De inmediato, le da una palmada en el trasero junto con un empujoncito para que se dirija al extremo opuesto de la barra. La chica, tras lanzarle un beso a Hugo con sus glotones morritos, se gira y camina con sinuoso garbo.

Hugo la observa con minuciosidad. Sus excelentes curvas y sus balanceos pélvicos nada tienes que ver con la forma grosera de hablar, más bien sugieren el cuerpo y los movimientos de una mujer sensual y distinguida. Solo su pecho siliconado, talla ciento veinte, resulta excesivamente llamativo. El joven adivina que tiene los glúteos turgentes, redondeados y definidos como la apetitosa manzana que Eva le dio a Adán, la cintura estrecha y los hombros bien dibujados bajo un esbelto cuello tamizado de hermosos rizos taheños. No le sobra carne por ningún sitio. Erika es como un oasis en medio del desierto, piensa Hugo sin dejar de mirarla.

–Veo que te gusta, Hugo –le dice el barman.


–Mentiría si dijera lo contrario.

–¡La niña está que rompe la pana! sugiere el camata con una mueca.

–¡Guauuu…!!! –ladra Hugo moviendo la cabeza al compás de las caderas de Erika—. Creo que hace demasiado tiempo que no pasaba a veros. Ponme una pinta y dile a Lucas que estoy aquí.

Toma la cerveza y mira el espectáculo, te vendrá bien.

Hugo se gira ve que Erika sube al escenario y comienza un número. Se ha hecho dos trencitas. El joven bufa como un toro y dice a grito pelado:

–Erika… Baila para mí. ¡Desnúdate!

Ella sonríe picarona y se desata el nudo de la corbata para seguir con los clips de la camisa que saltan como si fueran muelles cuando extiende su tetamen. Hugo palmea. Luego mueve el culete y la faldita de pliegues se desliza por sus torneados muslos y sus musculados gemelos para alojarse en los tobillos; con una gracia especial, da un puntapié y le lanza la prenda a Hugo que se ha colocado en primera fila. Él la huele y aspira, esta húmeda como la pulpa de un apetitoso fresón, piensa con los ojos entornados. Mira el cuerpo escultural de la stripper, tatuado casi en su totalidad, y se relame.

A continuación, ve a Erika haciendo malabares con las piernas en el tubular; sus movimientos poseen una excitante sensualidad. La platea que la observa está abobada. Pero ella solo baila para Hugo. Acaba el pase a gatas, directa hacia donde está sentado el objeto de su deseo. Él deposita unos billetes en su tanga de lentejuelas. Ella los recoge y se los lleva a la boca para que su amo los recoja, no desea dinero: lo quiere a él. Quiere devorar cada centímetro de su piel. De repente, una neblina espesa cubre el escenario y cuando regresa la normalidad, Erika ha desaparecido.


Hugo se acerca a la barra con desánimo. El barman le dice:

–Ve al despacho. El jefe te espera –le guiña un ojo.

–Ok.

–Luego te pago la birra, nano –comenta Hugo.

Nada hombre. Aquí eres el rey.

–Si consumo, pago.

–Pues tu amigo dijo que todo gratis.

–¡Joder con Lucas! Ya me apañaré con él –termina por decir antes de largarse.

Erika tampoco está en la barra, en su lugar luce otra provocativa fulana de cabellera azabachina salvaje. Hugo la mira y se encoge de hombros, cuando esta le guiña un ojo y le muestra su gigantesca delantera comprimida entre sus manos de manera ordinaria; seguido, Hugo, bordea la barra y empuja la puerta abatible con pegatinas en color oro y siluetas de una vagina y un pene, que indica el acceso a los servicios y a los rincones íntimos –separados por cortinas de abalorios— a largo de un semioscuro pasillo.

Al instante de atravesarla, unos brazos delicados pero firmes, lo empujan hacia uno de los habitáculos. Erika lo abraza, toquitea su miembro y besa sus carnales labios con desmesurada pasión. Hugo mima su espalda, tersa y suave como la seda recién elaborada, enjuga su lengua entre la de aquélla insultante mujer que lo seduce.

Su manubrio florece como una espada forjada en el Medievo: pesada, cortante, segura, dura, dilatada y gruesa cuando Erika rompe los botones de su camisa de cuajo y lo acorrala contra la pared. Hugo olvida sus modales exquisitos y mete la mano por el lateral radiante de la braguita de Erika. Su sexo está mojado y su dedo se introduce en los labios vaginales y prominentes de la stripper. La masturba hasta que gime de placer.

Pero Erika quiere más… recorre salivarmente el torso descubierto de Hugo, desabrocha sus pantalones y sonríe al ver el vibrador suculento y circunciso que introducirá primero en su boca y después en su vulva. Disfruta cuando lame. El clímax de la pareja llega acompasado. Erika experimenta un orgasmo similar al subidón de LSD; el techo del cuartucho se llena de dibujos animados que se difuminan al ritmo frenético de sus contracciones pélvicas. Hugo lo tiene claro, la pelirroja es más potente que unos tiros de nieve pura. Brama como un chupasangre tras un apetitoso bocado.

Media hora más tarde se echan en el diván nacarado, con alguna que otra mancha de placer, que descansa en la pared central del cuchitril.  Cuando Hugo le pregunta a Erika la tarifa de sus servicios. La muchacha de ojos verdes y cabellera bermeja, ríe a carcajada limpia:

–Jajajaja… ¡Qué chico tan divertido y tan bien dotado! –sugiere con descaro, pasando la lengua por el borde superior de su carnoso hocico.

–Si hablaras un poco más…

–¿Más fina? –pregunta ella.

–Algo así –contesta Hugo. Y añade—: A mí me da lo mismo, es por ti, podrías parecer…

–Una chica normal de esas que estudian y todo eso… –comenta ella con desparpajo.

–Exacto –dice Hugo.

Sabes… tengo estudios, pero hace tiempo que decidí ser una mujer de la calle, y a decir verdad, con lo que disfruto ejerciendo mi trabajo, de momento no voy a cambiar. Claro, tengo derecho de pernada –vuelve a reír.

–¿A qué te refieres?

–A que tu amigo Lucas me deja que elija a los clientes…

–¡Vaya! Me siento halagado.

–Me gustas bastante… si vinieras a menudo, para ti sería todo lo fina que desearas –contesta Erika mientras amasa el abdomen trabajado de Hugo.

–Un momento, Erika. Antes, hablemos un poco… ¿Ok? –implora Hugo al ver que su miembro está al acecho solo con la mirada hambrienta de la despampanante mujer.

–Como quieras. Estoy aquí para complacerte.

–Si has estudiado… ¿por qué acabaste como stripper, Erika?

–Eso es privado…

–No quieres hablar del tema. Lo entiendo.

Esperaaa… Me caes bien. Voy a contártelo.

Hugo se reclina en un lado del sofá y Erika, desde el lado opuesto –arrebujada con la camisa de su amante, se confiesa…

Verás… soy un aniña FIV –Hugo levanta una ceja y ella prosigue—: Mi madre era muy, muy hermosa y no quería tener hijos.

–De tal palo, tal astilla…



–Ssshhh… O te callas o dejo de hablar. –Hugo se pone serio y ella prosigue el relato—:

» En la cuarentena, por la insistencia de mi padre, cedió a realizarse fecundaciones in vitro. En el segundo intento, se quedó embarazada. Yo crecía y ella seguía con sus quehaceres domésticos como si no sucediera nada. Pero mi papá no era un santo varón y se las hacía pasar putas. Flirteaba con cualquier jovencita que veía; daba igual que fuera la cajera del supermercado que la hija de la vecina. Un día, mientras paseaban, se toparon con unos amigos que hacía mucho tiempo que no veían: iban con su Lolita. Mi padre, que era bastante atractivo pese a rondar la sesentena, hizo el ridículo; no dejaba de parlotear con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta ahí, mamá, estaba acostumbrada. Pero cuando se despidieron y anduvieron dos pasos, vio que su marido se tocaba la bragueta porque se le había puesto dura, eso no lo soportó. Recordó todas las veces que le había sucedido lo mismo cuando era jovencita y paseaba con mi abuela. Nunca le hizo ni un pelo de gracia que un caballero acompañado de su pareja, se soliviantara con la señorita de turno: lo veía repugnante. Ese pequeño gesto de papá le abrió los ojos: el matrimonio era una farsa. Lo mismo que los rituales de pareja. Lo mismo que el amor. Al día siguiente pidió el divorcio. Me explicó su por qué, cuando acabé la carrera de periodismo. Desde entonces, me animó a seguir los impulsos de mis deseos. De modo que aquí estoy. Cuando ya no sirva para esto. Escribiré mis memorias o las de mis compañeras…

–Muy aguda tu mami. Entonces, para ella, no existe el amor.

–Sí existe. Pero no es como nosotras quisiéramos. Se trata solo de una explosión típica de ese jueguecito llamado Cheminova y punto –ambos ríen con ganas. Erika añade—: Pero, ciertamente, para que no haya infelicidad ni infidelidad, cualquier contrato amatorio debería durar, más o menos..., como un mandato electoral.

–O sea que, según vuestro criterio, cada cuatro años… ¡Cambio de pareja!

–Exacto. 

Hugo se rasca la barbilla y suelta:

–Pues… Me apunto.

Erika sonríe aliviada por haber compartido sus vivencias con un cliente tan especial. De inmediato, se desliza como una tigresa de mirada lasciva hacia Hugo; le comprime suavemente el pene entre sus apetitosos pechos y dice:

–Las cubanas son la especialidad de la casa. Por eso todas las chicas del club Labios ardientes llevamos tetamen del ciento veinte en adelante –dice con guasa.

–Creía que eran las felaciones…

–Eso era en el siglo pasado, pero si te apetece más…

–Nooo… sigue nenita, sigue… –susurra Hugo en el séptimo cielo.

Antes de que la secreción masculina inunde su cuerpo, se introduce el voluminoso miembro entre las piernas. El contacto con los pliegues de su sexo la humedecen por completo, vibra de placer. Convulsa varias veces, frota su piel extenuada y sudorosa.

Hugo amasa sus nalgas, acaricia sus tatuajes y la posee como si nunca hubiera estado con una verdadera mujer.  Aúllan de gozo.

@Anna Genovés
4 de julio de 2019
Imágenes tomadas de la red: mi agradecimiento a tatuadores, modelos y fotógrafos 

Joe Cocker - You Can Leave Your Hat On (Official Video) HD

Erika… ¡Desnúdate!

by on 21:12:00
Erika… ¡Desnúdate! Hugo atraviesa la corrala que encierra la vivienda familiar y camina dos manzanas entre edificios aislados y d...


De Alguien


Mauricio se mira los pies con espanto…

¿Cómo narices tengo unos pies tan feos? —se pregunta con una mueca áspera—. Y prosigue su soliloquio—: Nadie en mi familia tiene los pies regordetes y cortos como las botifarras. Pies de Picapiedras para andar por el monte como las cabras, pero soy de ciudad. Y qué mal lo he pasado con los zapatos… Mis amiguetes con Castellanos y yo con botas ortopédicas para poder caminar con la soltura de Shrek. Pero, ¡claro! De donde no hay no se puede sacar; siempre con la misma cantinela.

Todos los inviernos uñeros. Y, a medida que me salieron espolones… ¡peor! Encima, ahora que trabajo como cuidador de mi pobre esposa –con una fibromialgia de cojones—, uno no puede permitirse ninguna flaqueza.

—Mauricio, cielo, ya sé que tienes el pie malito… pero necesito que salgamos de compras. Hace falta café, muesli, agua… y etcétera. Vamos lo de siempre –le dice su mujer desde el pasillo.

—Pilarín ayer me quitaron la uña del pie… ¿No podríamos ir a Consum mañana? La verdad es que tenemos de todo.

La esposa se pone como un basilisco. ¡Pobre! Seguro que le duelen hasta las pestañas para ponerse así, piensa Mauricio. De inmediato, pese a que no se hubiera levantado del sofá –el dedo le molesta como si estuviera en la fragua de Vulcano—, se viste como puede y sale con una sonrisa Profidén ensayada en el espejo para no poner cara de queso agrio.

Al girar la esquina de la calle coinciden con varios vecinos y tiene que dar la explicación de su cojera. Bueno, la verdad es que Mauricio se queda prácticamente callado y es Pilarín la que entra en detalles y, de paso, explica cómo se encuentra ella. El esposo cavila: “¡Con lo bonica que es mi chica! ¡Cuánto necesitaría que sus amigas, en vez de huir como si tuviera lepra, la hubieran apoyado! Yo, por lo menos, tengo dos horitas para pasear por la mañana y, si se tercia me voy a jugar a la petanca para aliviar los malos rollos”.



Ya en el supermercado, la mujer hace y deshace como le viene en gana. Mauricio siempre en segundo plano para que ella se sienta a gusto dentro de su cadena perpetua. Hace años que dejó su identidad para convertirse en la extensión de su parienta por el amor que le profesa. Se encarga de la casa, de las medicinas, de las consultas médicas, de cómo está en cada momento. Vamos que vive por y para ella.

Mauricio es consciente que padece una especie de síndrome de Estocolmo; a veces, no sabe cómo actuar para que su hembra esté lo mejor posible. ¿Y qué recibe a cambio? En ocasiones pasteles y otras, mierda. Por este motivo, de tanto en tanto, le ronda por la cabeza ir a un puticlub a echar un polvo salvaje –recordatorio de sus tiempos mozos con alguna que otra gacela—. Otras, sin embargo, le gustaría subir a un tren y aparecer en el culo del mundo o… ¿por qué no? Estamparse contra un autobús y acabar con la vida que le ha tocado vivir por cojones.

Dicen que siempre se puede elegir, pero Mauricio no está de acuerdo, piensa que la vida te escoge…  Puede que tu estrella sea blanca o negra. A ver si no; él se casó con un bombón exuberante y saludable, ¿cómo iba a saber que cinco años más tarde se convertiría en un amasijo de padecimiento con todas sus consecuencias?

Empero, esa tarde es especial y sus pensamientos van más lejos; han visto un nuevo episodio de El cuento de la criada y le da vueltas a la distopía que plantea Margaret Atwood. ¡Coño! Piensa. Distopía y de la buena es la vida misma. Claro, de momento aquí no se cuelga a nadie del muro ni se ahoga con un yunque a los que comenten adulterio… ¡Válgame Dios! ¡Cuántas atrocidades! En esta realidad que nos toca vivir, la distopía es diferente... El asunto es que se comienza a dar más concesiones a los animales de compañía que a las personas –un día de estos los vemos sentados en el foro de los dragones como parte del consejo de… ministros. A lo mejor trabajarían más que los corruptelas que tenemos—. Se les conceden más permisos a los ciclistas y patineteros o similares… que a los peatones. Si dices esto eres rojo y si dices aquello, azul. Te hacen un escrache por menos que canta un gallo. Te cierran la cuenta de FB si pones una imagen ligeramente sensual de una chavala, un chico, un hermafrodita, un travesti, una lesbiana o un transexual; porque los chotos y los mojigatos proliferan como los hongos.


Si le dices un piropo con gracia a una señorita… por ejemplo: “¡Guapa!”. Corres el peligro de que te lleven a la comisaría. Cada vez te cosen la boca más pronto: “No hagas esto, no digas lo otro, ten cuidado con aquello”. ¡Menudo asco! Al final echaremos de menos otros tiempos por duros que fueran y lo digo yo, izquierdoso desde que nací por convicción y por la gracia de tener unos padres de la FAI y unos abuelos republicanos hasta la médula. Pero, actualmente, o eres bisexual y tienes un chucho, como mínimo, o no te comes un colín.

Y si fuera mujer… ¡ya te digo! Me iban a decir a mí que por paridad iba a obtener un puesto de trabajo sabiendo que un caballero tiene más CV que yo, Nanai de la China; ya lo conseguiré por méritos propios cuando los posea. Y si tengo más conocimientos que los machos contrincantes, ¡a por él! No por mi género, sino porque lo valgo. Soy feminista y está claro que las damas han sido maltratadas por la sociedad desde que se acabaron los matriarcados allá por el Mesolítico, pero es imposible que unos años se equiparen con muchííííísimos siglos. Y cuando oigo –por poner un ejemplo, que hay muchos— que las feminazis sueltan: “¡Compresas fuera! Volvamos a los trapitos de la abuela porque son más higiénicos y contaminan menos”. Les contestaría: “¡Y una mierda! Que cada mujer haga lo que quiera en esta y en todas las cuestiones de su vida. Perdón, amigas y compañeras, no tenía intención de insultaros, pero no me habéis dejado otra opción porque una cosa es sugerir y otra, muy diferente, querer obligar". Lo que yo digo, cada vez tenemos menos libertad. Al final volveremos a la prehistoria para estar en paz con la naturaleza y con nosotros mismos. Ni calvo ni tres pelucas, estamos en el siglo XXI.

Por otro lado… lo de ser de este o aquella, está a la orden del día. Por ejemplo, los cuidadores estamos enganchados a nuestros queridos enfermos, da igual que sea el papá de cien años que la esposa de cuarenta. Los ciudadanos a los gobiernos que nos roban hasta lo que tenemos bajo las piedras. Los sintecho al cielo que les cobija. Los delincuentes a la madedería. Los militares a los superiores de vara y mano suelta. Hasta el mismísimo Dios está enganchado a sus feligreses, aunque no conteste nunca; tendríamos que llamarlo Detodos.


¡Hala Mauricio! Espabila que esto del pie no es nada y estás dando por culo desde hace demasiadas semanas. Ya sabes que careces de privilegios a no ser que tu patrona te otorgue un bulo papal determinado, hace tiempo que cambiaste tu nombre. Recuerda… No te llamas Mauricio. Te llamas, Depilar.

En resumidas cuentas: todos somos Dealguien, termina por decirse a sí mismo. 

@Anna Genovés
17/05/2019

P.D. Por cierto, cuando se refieren a las personas, los humanos... etcétera, deberían llamarnos: Delmóvil.

Lao Ra - Patrona (Official Video)

Dealguien

by on 21:21:00
De Alguien Mauricio se mira los pies con espanto… ¿Cómo narices tengo unos pies tan feos? —se pregunta con una mueca áspera—. ...



Enrique Tamayo: el taxista poeta

Después de una larga ausencia en las redes por motivos personales, regresé y encontré a mi gente en el mismo lugar; esperaban mi vuelta, fieles como los buenos amigos, los amigos de verdad que no preguntan y te aman como eres. Los juramentos cibernéticos tienen más validez que los casamientos eclesiásticos, y quien diga lo contrario o mancille nuestros sentimientos, no sabe lo que dice ni lo que tenemos.

Os preguntareis: «¿A santo de qué viene esto?». Lo entenderéis rápidamente. Veréis, hace nueve años que abrí este blog y uno de mis primeros seguidores fue el poeta y amigo Enrique Tamayo Borrás. El otro día supe que ya no estaba con nosotros. Por suerte, su esposa sigue con la movilidad de su obra. Y, es que, aunque Enrique no esté físicamente en la realidad del día a día, su legado permanecerá siempre entre nosotros. La noticia me vino como un jarro de agua fría y sentí la necesidad de dedicarle una merecida entrada en este espacio.

Por desgracia no conocí personalmente a Enrique, pero al poco tiempo de contactar con él supe que era una buena persona con un corazón tan grande que traspasaba los límites de las pantallas de los ordenadores y sus teclas.

Sus poemas reflejan una sensibilidad inherente en su tesitura y la necesidad de dar amor, como si la vida se le escapara de los dedos de esas manos que escribían sus emociones y los pensamientos nunca dichos. Enrique deseaba recuperar el tiempo perdido en horas y horas de taxímetro por las calles de su amada Barcelona. 



Sí era taxista. Un taxista con corazón de poeta conocedor como nadie de la naturaleza humana y de sus peculiaridades. Pero sobre todo era un buen amigo; un hombre agradecido y sencillo: una gran persona.

Conocer al autor

Enrique nació en Barcelona en la década de los 60 de padre emigrante y madre catalana. Tuvo una juventud a caballo entre el franquismo y la democracia. Estudio lo justo, como la mayoría de hijos de familias humildes de aquella época lejana y perdida en el siglo XX, máxime al perder a su madre en plena juventud.

Comenzó a trabajar a los 16 años y recién acabado el servicio militar, su vida laboral se encaminó hacia el sector terciario. Más concretamente hacia los transportes públicos. Primero fue conductor de autobús por cuenta ajena y después, con el sudor de su frente y sus ahorros, logró comprarse un taxi y convertirse en autónomo.

Fue a partir de entonces cuando su vademécum personal fraguó un Enrique Tamayo Borrás sabio y experimentado con la documentada e insustituible universidad de la calle. Ansioso de más... Como el mismo dijo en la entrevista: Poemas Tardíos de Enrique Tamayo Borrás para toda Hispanoamérica donde también explica, y que recojo de igual modo, el por qué de su dedicación a la poesía. 

…“  Me aportó un aprendizaje muy amplio de mi ciudad y a la vez una mirada a todo lo que me rodeaba... al fluir de la vida de una gran ciudad, lo que me enseñó a comprender todas las capas sociales y aprender de todo tipo de costumbres, miserias, riquezas…
Con este trabajo empleaba de doce a catorce horas diarias, las cuales no me permitían mucho el relajarme en lo que más me gustaba, como pudiera ser la literatura o las aficiones en hacer excursiones a la naturaleza que es una de mis grandes pasiones. Lo único que me permitía era descansar después de mis largas jornadas. ”…

No hay que olvidar que nuestro amigo Tamayo era un entusiasta y un completo soñador; dos elementos esenciales para escribir esa poesía que destilan sus estrofas, esos versos que surgen desde los lugares más profundos del alma.

…” Poemas tardíos (estrofas perdidas) son poemas y relatos breves, poesías que comienzo a escribir durante el verano del 2011, en un pequeño pueblo de la comarca del Alt Maestrat castellonense (levante español). Nunca antes había escrito ninguna poesía y apenas las había leído, no es que me vanaglorié de ello, pero el trabajo me ocupaba gran parte del día y fue a raíz de una convalecencia que comencé a escribir en la tranquilidad de este lugar, (por eso lo de poemas tardíos). Seguramente pueden parecer simples palabras, pero son letras que salen desde lo más hondo de mi imaginación y de mis pensamientos, poemas de mis lugares, sueños y añoranzas vividas, rincones de la imaginación, sencillas letras que nos ayudan a vivir un poco más entretenido, apartándonos de nuestras preocupaciones diarias. Letras del ambiente rural, de la vida en la ciudad, la naturaleza, la sociedad, el amor y el desamor y, sobre todo: los “sueños” ¡los que nunca deben faltar! “…

De los años en que se forjó nuestra amistad, recuerdo con un cariño especial aquellos momentos en los que nos convertimos en un grupo de artistas poco convencionales: poetas, escribidores, retratistas, amantes de las letras, dibujantes de cómics… etcétera, que mutuamente nos felicitábamos por nuestras creaciones.



Cuando publiqué mi primera novela, Enrique me preguntó qué tal me había ido y yo le contesté decepcionada por el duro trabajo que supone autopublicarte o publicar en una editorial mediante coedición y no ver ganancias económicas. Pero a él no le importó mi desánimo y siguió en su empeño hasta ver su obra plasmada en papel. En la actualidad, podemos encontrarla en Amazon recogida en el poemario Poemas tardíos.




Y qué decir de la presentación del mismo, ante una congregación amplia de íntimos y conocidos amantes de sus poemas clasicistas y románticos como si la parte masculina de la mismísima Rosalía de Castro hubiera renacido en el espíritu de nuestro amigo. Sí, Enrique tenía un don: la dádiva de transmitir sus sentimientos a través de las letras.






Leer su poesía es sentir que tu vello se eriza y que una pequeña descarga eléctrica circula a la velocidad de la luz por tu columna vertebral. Recitar sus versos es sentir amor y una elegante sensualidad.

A lo largo de estos años he podido apreciar la metamorfosis de Enrique. Nació como una pequeña larva y, en poco tiempo, se convirtió en una hermosa crisálida que expandía sus alas por el Universo. ¡Chapó, amigo!

El legado de Enrique: obra, poemario, perfil en distintas redes sociales, entrevistas, su voz recitando y sus merecidos e innumerables reconocimientos, es algo que pasará a la posteridad, aunque ninguno de nosotros estemos en este universo. ¿Quién sabe? Igual estamos en un universo paralelo en el que podamos hablar los unos a los otros y dedicarnos, en cuerpo y alma a esa pasión que llevamos dentro y que, por avatares más o menos acertados o agradables de esta vida, hemos tenido que abandonar. Amigo Tamayo, allí donde estés… ¡Salud y felicidad!










Canal Youtube de Enrique Tamayo Borrás


Poemas y canciones en mi voz, Fríos silencios, por Enrique TamayoBorrás


Solitarias sábanas planchadas. Autor: Enrique Tamayo Borrás





La mirada del tuerto

Efrén era tan guapo que cuando abrió los ojos, cristalinos como las playas de Bora Bora, los asistentes al parto se quedaron mudos.

De inmediato, la familia supo que debía olvidar los nombres frecuentes en varones; ese querube del cielo merecía llamarse de forma singular.

Cuando la madre se hubo recuperado, el matrimonio se acercó a la iglesia para hablar con el párroco del barrio; a mediados de los 50 era la persona más adecuada para tales menesteres.

Después de conocer al bebé y de releer el A.T., el eclesiástico dijo a los padres que el niño tenía que llamarse Efrén; cuyo contenido significa fructífero.

Ha medida que los años pasaban, el pequeño creía ungido de candidez; esbelto y generoso: tenía buen corazón. Algo que sirvió para que las personas de su entorno lo amaran o codiciaran de igual forma. Pero, de entre todas sus cualidades, la belleza era la más envidiada.

En la pubertad comprendió que las niñas servían para algo más que jugar. Él carecía de pensamientos impuros… no obstante, las adolescentes espabiladas lo azuzaban como la apetitosa manzana, crujiente y sanguínea, que Eva le dio a Adán.

En un momento de debilidad, tuvo sexo con tantas mujeres –de edades y jerarquías dispares— que optó por aborrecerlas. Algo similar le sucedió con los hombres, quienes revoloteaban a su alrededor como abejorros zumbones en las inmediaciones de un goloso panal.

Con todo, seguía su vida como un buen devoto; por la mañana ayudaba en el negocio familiar. Y por la tarde, estudiaba.

La vida siguió su camino sin prisa ni pausa: puntual como un incansable reloj de arena que funcionaba y devoraba el vigor de Efrén sin que él se diera cuenta. No conoció la crisis de los treinta ni la depresión de los cuarenta o el miedo de los cincuenta. Pero… ¡ay! El 15 de mayo de 2015, con la tarta de los sesenta, se derrumbó. Había pasado de ser un dandi a ser un sobrero con un trabajo de monitor en un colegio privado.

La belleza tiene un diezmo muy elevado que solo comprendemos quienes la poseemos. Sí, soy vanidoso, ¿Y qué? ¿Todos tenemos defectos? Pensó Efrén el día que se miró en el espejo y no se reconoció: alopecia avanzada, flacidez en el rostro, vientre abultado e insondables ojeras; reflejo de la tristeza que lo había acompañado desde que comprendió que daba igual lo que estudiara o las cualidades que poseyera, los humanos lo habían crucificado por su apariencia.

–¡Ya está bien, Efrén! Toda la vida igual. Como si fueras un idiota –bramó a su reflejo. Y añadió—: ¡Hala guapo! ¿No te has pasado la vida intentando decirle a los demás que eras algo más que envoltura? ¿Y qué? Nadie te ha creído. ¡Gástate los ahorros en arreglar tu apagada seducción!

Dicho esto, hizo un respingo y se sentó frente al ordenador a la busca de médicos de estética y cirujanos plásticos.

Tras una semana de investigación, se abrió un perfil falso con un alias mujeril en En femenino. Días más tarde, descubrió que existían más esteticohólicos de lo que jamás hubiera imaginado. De igual modo, averiguó quiénes eran los mejores profesionales en cada especialidad; para ello, se fijó en las valoraciones de Google y los comentarios de los pacientes.

Lo primero que hizo fue marcharse una semana a Turquía para implantarse cabello; los injertos capilares quedaron de maravilla. Meses después, su cabeza, otrora pelada, lucía un frondoso vello recortado a lo marine. Su autoestima subió de golpe cinco escalones.

Siguiente paso: bótox. Fue directo a un médico de estética sito en un hospital de renombre en su ciudad. Sabía que inyectar la toxina botulínica era para un doctor lo mismo que para un carpintero, lijar: un trabajo rutinario y técnico.

Al entrar en la consulta y conocer al galeno, el estómago le dio un vuelco. El caballero, cuarentón, ni guapo ni feo pese a llevar el rostro recauchutado, parecía súper amable. Empero, tenía un defecto ocular a lo Forest Whitaker: el ojo izquierdo plegado y de mirada fija. Un relámpago matutino fulminó el caletre de Efrén: “¡Caray! Con todo lo que lleva… bien podía habérselo arreglado”, pensó. De inmediato, se solidarizó con el médico y caviló lo contrario: “Es un hombre valiente. Me gusta”.

Como la experiencia botulínica quedó perfecta, cuando regresó para el retoque, le preguntó a ese facultativo de mirada obtusa con toda la confianza del mundo:

–Doctor si estuviera en mi lugar, ¿qué se haría?

El hombre sonrió y le contestó:

–Voy a serle franco. Tiene usted un buen mimbre, pero los años no pasan en balde… así que primero le pondría unos hilos tensores para remodelar su óvalo. Después, le inyectaría ácido hialurónico en el mentón para que no resultara tan prominente. Y, por último, resaltaría sus pómulos.

Efrén hizo sus cábalas y contestó:

–Pues… adelante.

–Entonces, ¿le doy cita para otro día?

–Doctor si pudiera empezar hoy mismo, se lo agradecería.

–Tengo la agenda bastante apretada, pero… puedo colocarle los hilos y otro día el hialurónico.

–Me parece bien.

Efrén salió de la consulta hinchado como una bota de vino. Y, al día siguiente, parecía que tenía paperas. Al mirarse en el espejo, literalmente, se cagó en todo. Cuando sus amigos, duchos en la materia, lo vieron, le dijeron que cambiara de especialista. Sin embargo, Efrén le ha cogido aprecio a ese doctor de ojo torcido y labia hipnótica.

Semanas más tarde, le administraron hialurónico. A posterior, tenía los pómulos más abultados que Quentin –el hombre que lleva un sinfín de operaciones para parecerse a Ken, el novio de Barbie—. Cabreado, regresó a la consulta del doctor Rufián.

–No se preocupe, Efrén. Ha retenido líquidos y se le han inflamado más de lo habitual ––le comentó el doctor de mala gana.

–Doctor Rufián es lo mismo que me dijo con las dos bolas que me salieron en la mandíbula después de colocarme los hilos tensores.

–¿Qué le vamos hacer? –el médico se encogió de hombros y prosiguió—: Le daremos unas sesiones de radiofrecuencia por gentileza de la clínica. Verá cómo esos pómulos le quedan de maravilla.

¡Joder! Solo faltaba que me las cobraran, pensó Efrén, que ya estaba hasta los huevos de tanta gilipollez y con muchas dudas sobre el hijoputa del matasanos.

Después de varias sesiones de radiofrecuencia, descubrió que el tratamiento, aparte de eliminar la posible retención de líquidos, destruía el ácido hialurónico que le habían puesto y cobrado a precio de oro. También averiguó que el doctor Rufián no tenía un ojo caído, sino de cristal.

La historia acabó con diferentes retoques de pómulos y un rifirrafe entre doctor/paciente:

–Mire doctor, parezco idiota, pero no lo soy. Me ha dejado la cara con más socavones que la maqueta de una urbanización de lujo.

–Pero si está usted hecho un jabato.

–¿Se burla de mí?

–Nada de eso. Si no le gustan los resultados pase usted por cirugía plástica –contestó el sacadurosbutolínico con rostro fruncido.

–Y ya está –replicó Efrén.

–Por supuesto. Con sus años, no se puede hacer más.

–¡Es usted un tuercebotas! Y me lo dice, ahora, cuando sabe mi edad desde el principio y me dijo que no me hacía falta pasar por ningún quirófano.

–¡Oiga! No me insulte y no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo. ¡Que llamo a seguridad!

Efrén respiró hondo y contestó:

–Me apena lo que voy a decir, pero, ciertamente no me puedo callar. Usted no ve bien, cambié de oficio. Un día va a desgraciar a alguien y le pondrán un pleito. Ya lo dice el refrán: “No te fíes de un tuerto”.

Efrén se levantó, se arregló la chaqueta y salió de la consulta como un caballero.

****

Semanas más tarde, dejó una protesta formal del ínclito hospital en Google. No habían pasado ni veinte minutos cuando le telefonean para disculparse; la coordinadora del doctor Rufián se deshizo como un flan. Casi se le abre de piernas por el auricular del fijo de su casa.

–De verdad que no se arrepentirá… tendrá todos los tratamientos gratis y más… –le dice, dulzona, arrastrado la voz como los maullidos de una gata en celo.

Efrén los manda a paseo.

****
Pasados unos meses, Efrén acude a una clínica de estética con reseñas de todo tipo. Le atiende una mujer madura y hermosa como el Aston Martin de 007. Gracias a las distintas sesiones de la especialista, su ego se recompone.



Al año siguiente, Efrén luce la imagen de un atractivo sesentañero. Tierno, besa a su compañera: la doctora Aston.

©Anna Genovés
10 de marzo de 2019

P.D. Moraleja: “No te fíes ni un pelo de las reseñas positivas al 100%”.


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La mirada del tuerto

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