Cuando escuché choni por primera vez, desconocía los muchos significados que, a fecha de hoy, tiene. Simplemente pensé que hablaban de alguien que se llamaba Concepción; un nombre propio bastante corriente en la antroponimia española. Sin embargo, comprendí que se trataba de algo más. Entonces, me propuse buscar el verdadero origen de este vocablo tan pródigo en nuestra lengua.

Dentro del universo cibernético he encontrado innumerables artículos y datos sobre sus muchos significados. Pero, ¿cómo, cuándo, dónde y por qué nació esta palabra? Lo primero que hice fue buscar en distintos diccionarios.

La RAE la admitió en 2014 con estas dos acepciones:


Interesante. Muy interesante… Seguí mi búsqueda sobre la primera acepción y encontré significados variopintos con ligaduras comunes:








Dejando aparte los glosarios en los que aparecen simplemente las definiciones de este primer significado, opino que, tal vez, el segundo concepto, sea una degradación gramatical o una evolución lingüística y chimpún.

Si profundizamos un poco en la historia de esta primera acepción de la RAE, encontramos que choni es una palabra de uso canario para referirse a los extranjeros. O sea, que semánticamente es el equivalente a la palabra extranjero cuyo origen se remonta a un nombre bastante común entre los anglosajones como es Johny. ¡Ojo! Es una palabra masculina. Pues Johny es un nombre de varón, y cuando se usaba como tal, se hablaba de un hombre.

Con todo, en el habla canaria Johny derivó en choni, palabra unisex se llame como se llame la persona. Igualmente, su plural: chonis. Tiene su gracia, por chonis los canarios solo se refieren al conjunto de guiris –personas, no cosas—. No obstante, si recurren a extranjero, pueden emplearlo para personas y objetos.

Por tanto, la cadena evolutiva del significado choni en Canarias fue, más o menos, el siguiente:

1.    1.  En una fase inicial los canarios empleaban la palabra choni como los ingleses emplean Johny como nombre propio. Es algo comparable al ceceo andaluz. Un sevillano, por ejemplo, en vez de decir ‘casa’ pronuncia /káza/ con toda su gracia.

2.      2.  Seguidamente, los canarios, usaron la palabra choni para nombrar a todos los ingleses se llamaran o no Johny –nombre masculino, utilizado solo para hombres.

3.        3.  En un tercer paso, aplicaron la palabra choni para nombrar tanto a mujeres como a hombres británicos.
4.       
      4. Para finalizar, el vocablo choni se extendió a todos los extranjeros.

5.    5. Después de esta etapa, resultó que el término /chonj/ se convirtió en un equivalente de la palabra extranjero. Y como curiosidad, decir que algunos canarios en vez de chonis dicen chones a cualquier extranjero que camine por sus islas.


Claro está que esta conversión se inició con la primera oleada de turismo europeo a Canarias allá por la década de los 60.


Ahora, voy a fijarme en la segunda acepción de la RAE y en el salto conceptual de la misma…

En 2009 Rosa Trapiello en un artículo que publicó para el diario La nueva España señaló, poniendo el grito en el cielo que, los cambios de la sociedad y la proliferación de tribus urbanas, entre ellos un grupo denominado chonis, eran poco menos que un peligro para nuestro país. Y cito textualmente…


… “La definición de choni es más o menos la de chica a la que le gusta mucho comprar ropa, pero dentro de sus limitados recursos económicos; no sabe combinar colores ni modelos; viste minifalda, minishorts y medias brillantes con botas de plástico; aficionada al botellón, a ir a Bershka, a Stradivarius y a los mercadillos. También se las denomina chungas, payas o poligoneras, y algunas series de televisión están haciendo mucho por fomentar esa tribu: el chicle siempre en la boca y, por supuesto, la boca abierta. Su lenguaje es inimaginable y dicen sin rubor que les gustan las «cocretas» y las «almóndigas», si alguna vez leen es sólo la revista «Sorpresa» y el «¡Qué me dices!», llaman a sus amigos-as con un «la» delante: la Mari, la Jenny, la Vane o la Chusa y los estudios los dejaron sin el Graduado Escolar.

El panorama es desolador porque es un colectivo grande, pero en los tiempos que corren de lo políticamente correcto nadie se atreve a decir lo que mucha gente está pensando: ¿con una sociedad así dónde vamos a llegar?, ¿con semejante formación a qué se puede aspirar?

La sociedad política dice cosas como que los jóvenes deben identificarse con grupos a los que pertenecer, que debemos dejarlos realizarse en su forma de vestir y expresarse, y series como «Aída» y películas como «Yo soy la Juani» de Bigas Luna hacen lo propio fomentando una forma de vida que no es precisamente lo que a una le gustaría para alguien a quien tuviese en consideración.” …

Con todos mis respetos, me parece un artículo lleno de prejuicios y perjuicios. A ver, en el contexto de la moda, ¿quién tiene el poder de decidir lo que es de buen gusto y lo que no? ¿Las celebrities? ¿Los diseñadores? ¡Por favor! Cada uno tiene su gusto, pues los cánones de belleza difieren dependiendo de muchos factores. Menos mal, porque de lo contrario sería como vivir uniformados. Me da tiricia solo de pensarlo. 
   
                  

Elegid: Gaultier, Chanel o una de las celebrities del candelero...

Con respecto a la forma de hablar, particularmente, me desagradan las perversiones de la lengua. Pero, de igual modo que Arturo Pérez Reverte dice: “Es un error mirar el pasado con ojos del presente”. Opino que con el futuro sucede lo mismo. Y el grupo urbano que aparece en el film de Bigas Luna Yo soy la Juani, con sus modelitos y sus hablas, nos guste o no, son el futuro. ¿O es que el Cervantes hablaba el mismo castellano que en la actualidad? Seguramente que si se levantara de la tumba se horrorizaría al vernos y al hablarnos. Algo similar les sucede a las personas que no están abiertas a los cambios. Y si no cambiamos no evolucionamos. ¿Mejor volver a las cavernas? 


Por otro lado, en otros escritos al respecto, las chonis son particularmente de etnia gitana o merchera. Tampoco aclara el motivo de este cambio tan significativo; seguramente porque, la autora del artículo, desconocía el sentido primigenio del vocablo en cuestión. Después de leer y releer este y otros reportajes, me inclino a pensar que este cambio conceptual de la palabra choni ha venido por caminos diferentes, importado –claro está— de Las Islas Canarias a la península y de aquí, a todo el planeta. El nexo común de la mayor parte de sus significados, se emplee para chicos o para chicas; pues es un concepto unisex, es que la mayoría son de clase obrera, tienen pocos estudios y mal gusto. Por tanto, sería algo así como el opuesto a pija/pijo.

Ahora bien, por mi experiencia, me inclino a pensar que, probablemente –esta reflexión es a título personal—, la transformación ha podido ser la siguiente:

1-   En las décadas de los 70/80, a los guiris se les consideraban extravagantes e incluso horteras, garrulos… Claro que, por aquel entonces, con lo catetos que éramos en España, ver a personas de rasgos diferentes a los nuestros y hablando inglés, alemán, francés u otros idiomas europeos, y vestidos como les venía en gana tuviesen veinte años u ochenta años, podía resultar un tanto pintoresco. Lo que pudo dar pie a esta extensión gramatical del concepto inicial de la palabra canaria choni.

2-    Así mismo, como señalé al inicio, Choni también es el hipocorístico de Inmaculada Concepción o más comúnmente Consuelo o Chon. Choni sería algo así como Consuelín o Consuelito. Y, como a los españoles nos gustan los adjetivos desdeñosos –que mala pata—, resulta que Choni, en este aspecto, sería análogo a decir Maruja o Charo. O sea, que las marujas y las charos, también pueden ser chonis por uno u otro motivo. Un peyorativo que varía según la edad de la agravada –en este ejemplo es un concepto puramente femenino—. Así pues, por generaciones, choni se emplearía para las hijas, charo para las madres y maruja para las abuelas. Y llamarte Maruja es decirte…


Aquí se atisba ese vínculo descortés de uso, por lo general, entre las generaciones maduras y pudientes para referirse a sus opuestas de clase media o baja.

1-    Los más snob directamente entienden choni como una palabra derivada del concepto inglés chav, chava, charva o charver; jóvenes de clase obrera y con pocos estudios, que visten de marca, están desempleados, se desenvuelve en ambientes problemáticos y le agradan las peleas. Algo así como cani, poligonero, mascachapas. Concepto, aquí, masculino por lo general. Pero, opino, que choni no deriva de chav, sino del significado primigenio canario. Si bien están enlazados  por el mero hecho de tratarse de jóvenes de clase baja. 

En realidad, el español, es tan rico en sinonimia que una misma palabra puede tener numerosos significados, lo que puede derivar en complicaciones lingüísticas, gramaticales y conceptuales.

Sea como fuere, la palabra choni da para mucho y juzgar a las personas por su procedencia o por su vestimenta, es algo que deberíamos olvidar. Está mal que lo diga, pero, personalmente, me incomodaría más desayunar con Tamara Falcó que cenar con Rosalía. Lo importante no es el cómo exterior sino el interior.

Ahora, sí le veo los cuernos al toro de por qué la primera acepción de la RAE sobre la palabra choni se ha extendido a los confines del planeta con la segunda acepción u otros conceptos. Y, como aquel, cualquier lengua viva está en continua evolución.

Actualmente, choni con uno u otro significado, es una palabra que ha traspasado idiomas y fronteras. Por suerte, sin esa alusión despectiva que tuvo en décadas anteriores. Me alegro, porque tod@s somos un poco chonis en algún momento. Y, la verdad, ser choni tiene su encanto. 

Artículos y opiniones sobre la palabra choni







@Anna Genovés
4/01/2020

Versión reducida publicada en el diario El cotidiano

Rosalía y J Balvin - Con Altura (Official Video) ft. El Guincho




Se dice que la belleza es completamente superficial.
Tal vez. Pero al menos, no es tan superficial como el pensamiento.
Para mí, la belleza es la maravilla de las maravillas.
Las personas superficiales son las únicas que no juzgan por las apariencias.
El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo que no se ve...”

Oscar Wilde
El retrato de Dorian Gray







Esclavos de la belleza


Es obvio que desde tiempos remotos la belleza se ha impuesto ante otras virtudes, quizá, más admirables. Desconozco qué resortes de nuestra maquinaria se ponen en funcionamiento cuando admiramos un óleo que nos parece hermoso, un edificio de belleza singular, un poema que nos hace llorar de emoción o la perfección de una persona; pero, de seguro, que, si estamos envueltos de esa aureola mágica denominada belleza, el mundo nos abre las puertas de par en par. ¡Qué insensatez! A lo mejor, por este motivo, la Humanidad experimenta un deterioro continuo y progresivo.

Pese a que se han encontrado papiros egipcios del año 3000 a. C. y tratados sánscritos datados cronológicamente en el 2600 a. C. en los que se ven intervenciones estéticas, el concepto belleza como tal –con otras palabras y un significado similar—, amor por la belleza o filocalia, es una terminología que se recoge en la Grecia clásica con el vocablo φιλοκαλία. De igual modo sucede con estética, cuya locución griega se acoplaría a αἴσθησις (aísthêsis), con un sentido próximo a «sensación». De manera muy acertada, porque, de uno u otro modo, la belleza –no sólo física, sino también la relacionada con cualquiera de las artes— provoca, dependiendo del juicio de quienes la valoren, la alteración en alguno de nuestros sentidos.



En el siglo XVIII Alexander Gottlieb Baumgarten alza la estética a una rama de la Filosofía que se aplica a objetos artísticos y naturales que provocan un determinado juicio en quienes los juzgan, con ideas objetivas o subjetivas. A tener en cuenta que, a medida que las sociedades evolucionan, los cánones de perfección, se trasforman. Esta filosofía baumgarteniana, a posteriori, influyó en las teorías de Kant y Hegel de manera muy distinta. Mientras que para Kant entendimiento y razón están unidos por la estética, para Hegel –que buscaba un sistema filosófico absoluto—, era algo muy distinto.



Muchos siglos han pasado desde que nuestros antepasados expresaron sus dudas y credos sobre la belleza, y parece que cuanta más inteligencia demostraban más la buscaban. Obras como: El hombre de Vitrubio de Da Vinci, El nacimiento de Venus de Botticelli, Los cinco sentidos de Hans Makart, El Diadumeno de Policleto, Laocoonte y sus hijos de Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas, entre otras… –de épocas dispares en el tiempo—, buscaban las proporciones ideales del cuerpo humano.

Con estos antecedentes es lógico que deseemos acercarnos a la perfección. Admiremos estos rostros hermosos con unos cuerpos desnudos perfectamente dibujados o esculpidos: sublimes. Al respecto, hoy en día, existe una dicotomía social que, en algunos sectores, puede llegar a ser un tanto kafkiana, pues obras con estilos parejos se tachan de pecaminosas; sin ir más lejos FB te cierra la cuenta temporalmente si, por ejemplo, escribes un poema y lo acompañas de un desnudo artístico íntegro. Nos hemos vuelto unos mojigatos.




Pero, la belleza, es un arma de doble filo y cuanto más se posee, más se desea y menos se le permite el deterioro, por pequeño que sea. Cuantas preciosidades –ellos y ellas—, no se desarrollan en otros campos por culpa de sus atributos visuales. ¿Quién sabe si hemos perdido genios a tutiplén? Dicen que, detrás de esa apariencia frívola y bobalicona de Marilyn, existía una persona con un CI de 165, superior al de Einstein o Hawking. ¡Qué mal se lo tuvo que pasar! Y es que, el oficio de tonto es difícil de interpretar.



En las últimas décadas, los comercios –porque todo se trata de comprar y vender— de medicina estética y cirugía plástica, han proliferado como los champiñones. Antes los tratamientos rejuvenecedores sólo estaban al alcance de las clases privilegiadas. Sin embargo, hoy en día, con tantas subvenciones, la mayoría de conciudadanos podemos optar a los mismos. Si un vecino se financia la compra de un coche, de un traje regional, de un convite y etcétera…, ¿por qué no puede abrirse una línea de crédito para arreglarse los dientes, injertarse cabello, ponerse rellenos, quitarse volúmenes, cambiar de nariz, realizarse una otoplastia o inyectarse bótox? Tenemos todo el derecho del mundo a sentirnos más seductores. El sexo no importa, tan legítimo es para las féminas como para los varones, los transexuales o los travestis. En el Hollywood dorado solo podían permitírselo las estrellas.





Claro está, hay que diferenciar entre cirugía reconstructiva o reparadora, cirugía estética o cosmética y medicina estética; aunque, a veces, forman parte del mismo pack. Cuando hablamos de cirugía nos referimos a una intervención mayor –con quirófano, anestesia general, e ingreso hospitalario—; mientras que la medicina estética restaura, mantiene y promociona la belleza mediante técnicas médicas, poco invasivas, en las que se utiliza anestesia tópica o local y tratamientos ambulatorios.

Este culto endémico de la belleza que padecemos nos arrastra a querer ser más deseables y ansiar la eterna juventud o incluso la inmortalidad –otro tema atemporal—. ¿Qué es si no el Santo Grial? Todo se reduce al miedo a envejecer, a morir y no despertar.

La publicidad y los innumerables adelantos de la medicina estética son tantos que se han vuelto irresistibles. A precios relativamente asequibles, podemos rejuvenecer unos años o sentirnos algo más bellos. Para gustos el Arcoíris que para eso existe. Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana. Eso sí, no está garantizado que los resultados sean los deseados; de por medio existen muchos factores: las manos del hacedor, el mimbre del cliente, lo que se busca –a veces con algún que otro imposible—, las mentirijillas que puedan decirnos, los efectos secundarios y la vida, más o menos ordenada, que llevemos. La estética se ha perpetuado en todos los círculos sociales y para todas las edades. Mientras que, en el pasado se intentaba ocultar los retoques estéticos, en nuestros días, sucede todo lo contrario: está bien visto que uno se cuide. Opinad vosotros mismos…








No obstante, siempre existirán las críticas de algunas personas… digamos, malintencionadas o envidiosillas que enjuician a todo hijo de vecino que se haya hecho algún que otro arreglito. Recuerdo que cuando vi el film Striptease, aparecía una Demi Moore escultural que bailaba fenomenal para el público. Mis amigas, dijeron: «Para todo lo que lleva no está tan perfecta como dicen por ahí…». Y yo, que siempre he sido tímida y calladita –hablando, escribiendo ya veis que no me muerdo la lengua—, contesté: «Ya quisieras estar la décima parte de espectacular que está Demi. ¿O no?».  (Silencio absoluto).


Si pasáis de la medicina estética, dabuti. Pero, el respeto y la libertad, lo primero.

@Anna Genovés 1/11/2019


Imágenes de dominio público tomadas de la red 

Versión corta publicada en el diario El cotidiano


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by on 16:16:00
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Mala convivencia - actualizada                                                                                                                                                                

Tengo un problema grave de convivencia. Vivo en una finca con catorce puertas, dos por rellano. El vecino de arriba, hermano mayor del de enfrente –cómplice, como es obvio—desde hace años intenta hacernos la vida imposible


Os dejo una lista de parte de sus perversidades, y no me refiero a los ruidos normales que se dan en cualquier finca; algo lógico y agradable para saber que tus vecinos siguen bien. Sino de otras historias…, cuanto menos, incómodas. Cuando los ruidos de la city te molestan, no queda otra que vivir en el campo. No es nuestro caso.


En fin… juzgar vosotros mismos.  

          

1.       Arrastra maletas o algo con ruedas por el pasillo y comedor.

2.       Empuja muebles o los levanta y los deja caer. Es imposible dormir sin tapones.

3.       Salta.

4.       Patea por toda la casa.

5.       Corre.

6.       Anda como si fuera un elefante y el techo retumba –no me digáis cómo lo hace porque es un hombre muy delgado que pesará unos cincuenta kilos.

7.       Como llamaba al timbre a horas en las que todavía descansábamos, tuvimos que quitarlo. Sí. Cuando vienes a nuestra casa o llamas desde abajo o desde arriba golpeando la puerta; un incordio.

8.       Echa ceniza en la ropa. Qué fume dónde quiera y pueda..., pero lógico sería que, si lo hace donde están los tendederos, cogiera un cenicero. A mí me parece una guarrería.

9.       También fuma en el descansillo –bastante pequeño, por cierto—. El humo inunda nuestro recibidor.  Además de hacer muy mal olor.

10.   Cuando abrimos las ventanas que dan al patio de luces, fuma en la que está encima. Al instante, esa habitación se llena de humo con lo que traiga consigo. Claro, no puedo ventilar estos cuartos, algo imprescindible con la covid19.

11. Hace unas semanas llevaba la mascarilla por debajo de la nariz y hace unos días no la llevaba ni en el ascensor ni en las escaleras. Le dije que debía ponérsela, pero pasó hasta de contestarme.

12. Si viene algún repartidor y no le escuchas, igual llaman a la puerta de al lado o a la de arriba. Pero, ni el uno ni el otro, les abren. Es más, han llegado a decir que no nos conocían.

Estas acciones malintencionadas las puede realizar antes de las ocho de la mañana o de madrugada si se tercia. Las veinticuatro horas del día son buenas si le da por fastidiar.


El hombre tiene setenta y un años. Pensareis que soy una exagerada. Pero, nada más lejos de la realidad. ¡Ojalá! Desconozco cómo lo hace. En ocasiones, pienso que paga a alguien para estos menesteres, o utiliza grabaciones, o ¿quién sabe? Tal vez deberíamos llamar a un parapsicólogo por si nuestra finca es prima cercana o lejana de Hill House y tiene alguna maldición. Entonces, me digo a mí misma… «¿Mira que si tenemos fantasmas o monstruos que nos vigilan y nos hacen perrerías?».


Bromas aparte. Compramos el piso hace veintidós años, y la pareja que nos lo vendió apuntó que tenía problemas con los vecinos –a los pocos meses descubrimos de qué se trataba—. Algo similar ha sucedido con unas inquilinas universitarias que han terminado por marcharse y que, cuando las navidades pasadas se nos calló el techo del comedor, que casi nos, –suceso con el nombre de Siniestro total publicado en este blog— apuntaron que si llegan a saber cómo era este vecino, no hubieran alquilado el apartamento. Nos ha dado mucha pena que se hayan marchado; eran la alegría de esta finca tan carca.


Es obvio que, los hechos, son difíciles de probar. El 8 de agosto llamamos a la Policía Local y, después de explicar el problema, nos dijeron que se podía intentar una mediación. Les dijimos inmediatamente que sí. Hemos sido pacientes y, la semana pasada, nos telefoneó el inspector que lleva estos asuntos. Tras recoger mis quejas –aunque la verdad es que soy una pésima habladora— me dijo que intentaría mejorar la situación.


Sin embargo, he perdido completamente la fe. Sé que, en estas desagradables situaciones, lo mejor es ignorar; y lo hacemos cuando podemos. Pero, si habéis sufrido el derrumbe de parte del techo –como nosotros— y el cabeza de familia es un enfermo coronario grave con cuatro autotrasplantes desde hace diez años. A lo que se han ido añadiendo, con el paso del tiempo, otras patologías. Es imposible. Máxime sabiendo que en esta aterradora pandemia está en el grupo de riesgo.


Os preguntareis cómo nos defendemos y os lo voy a decir: ponemos la música o la TV con volúmenes altos, cantamos, silbamos. A veces, hasta le pegamos unos cuantos chillidos... Pero, nos desagrada, solo queremos vivir en paz y pasar de estos malos rollos.


Estos hombres que nos fastidian, son los hermanos Martínez –sí, Pepe y Juan—. Hijos de un picoleto franquista que operaba, hace décadas, por el llamado Barrio Chino de Valencia. El hombre era tan desagradable que escupía delante de quien se le antojaba, y, ellos, han heredado ese prurito indeseable que del interior emana al exterior y afea como si tuvieran las almas más oscuras que una ciénaga.


Acostumbrados a… «Hacemos lo que nos da la gana». Cualquiera los mete en vereda por las buenas. ¡Ya está bien! Que estamos en una pandemia en la que los muertos y los contagios, por desgracia, aumentan a diario. ¿Cómo vamos a superarla si tenemos ciudadanos de todo tipo? ¿No les da vergüenza? Por momentos, pienso que no son conscientes de lo que le sucede al mundo. O quizá sean tan egoístas que les importa un bledo. O, a lo mejor, están desquiciados.


Mi madre, que era muy sabia, decía que las personas más peligrosas son aquellas a las que no les importa sus vidas, porque, cuando no te importa tu vida, las de los demás no valen nada.


Algunos ruidos


Anna Genovés

25 de septiembre de 2020


Una frase que le viene como anillo al dedo, pues, ya se sabe que es difícil que los oprimidos, puedan demostrar el acoso, blocking vecinal o etcétera... que sufren.


Hoy, trece de agosto de 2021, he descubierto algo nuevo: desde hace unas semanas me caía algo en la cabeza cuando tendía: agua, pensaba yo. Pero, creo que se trata de saliva -el asunto está pro confirmar-. Está claro: los malos hábitos, siempre, se heredan.


***


Más cositas actuales... 

Mientras tiendo -por cierto, motivo por el que algunas pinzas o prendas vuelan- hace bastanten tiempo que, noto que me echan o cae saliva o agua -nolo sé- en la cabeza, brazos, manos, ropa... Esa persona que me incordia, tiende trapos o guantes de latex, sin escurrir. Es bastante desagradable que te asomes y un goterón te caiga donde sea. 

En relación con la comunidad... ¿qué decir? No todos, pero, sí bastantes -porque actúan como una secta- pasan de nosotros y si pueden fastidiarnos, lo hacen. 

Ejemplo, anteayer a las 20h llegamos y el, maltratado ascensor, estaba roto. Llamamos al servicio de asistencia y nos dijeron que enviaban al técnico. Cuarenta minutos después -mi esposo lleva una cirugía mayor de bypass y hacía un calor horroroso-. Telefoneso nuevamente porque no había aparecido nadie y me dicen que tenemos un contrato de ocho de la mañana a 8 de la tarde y que lo arreglarían al día siguiente. Era como si la oficinista hubiera hablado con el administrador o a algún vecino -presidencia, tal vez- y hubieran revocado el aviso de urgencia.

Por cierto, desde que comenzó la pandemia, muchos nos hacn la cobra. Por mi esposo, necesitamos usar mascarilla .por desgracia- y eso parece que les incomode.

Se fuma en la escalera y el rellano. Penalizado por ley.


Anna Genovés

23 de julio de 2022




“La verdad es incontrovertible, la malicia puede atacarla, la ignorancia puede burlarse de ella, pero, al final, ella está ahí”.

 

-          Winston Churchill

Mala convivencia

by on 11:11:00
  Mala convivencia - actualizada                                                                                                            ...


Erika… ¡Desnúdate!

Hugo atraviesa la corrala que encierra la vivienda familiar y camina dos manzanas entre edificios aislados y descampados repletos de coches inútiles. Bordea la esquina derecha y anda un trecho antes de toparse con el club Labios ardientes que regenta su amigo Lucas. Hace tiempo que no pasa a verlo y ha decidido echar una canita al aire.

La visión exterior del escandaloso y olvidado inmueble, le hacen detenerse unos instantes. Revisa los momentos vividos entre aquella nave del pecado y la pensión contigua de tres suculentas alturas. Sondea mentalmente el interior: escaleras estrechas y desniveladas, habitaciones con paredes descascadas sujetas a un camastro y un bidet arrobiñado. Acto seguido, se centra en el club: tabiques bien lucidos en tono rosa palo con grafitis de bocas voluptuosas en tonalidades carmesí, repartidos por el perímetro exterior del local. Sobre la puerta, de madera de caoba repujada, un cartel fluorescente con tubos de neón fucsias y letras French Script ilustran a los viandantes: Labios ardientes, Sala de Striptease. El interior es otro cantar que desea revisar a medida que avance entre las bombillas de baja intensidad, los perdedores de turno y las mujeres candentes.

Avanza con lentitud hacia su objetivo. A pocos metros del local, el extractor de humos comienza a escucharse con un incómodo chirrido y los olores a tabaco comprimido empiezan a descomponer su tubo digestivo. Engulle saliva y carraspea varias veces. Decidido, abre la puerta y se adentra en el ambiente caldeado del tugurio. La decoración no es precisamente delicada, ni tan siquiera está aderezada con buen gusto; el antiguo dueño –padre de Lucas— era buen tipo, pero poco le importaba el cromatismo o el estilo de los enseres. El lugar parece gritar: “Aquí no ha llegado el siglo XXI. Nos quedamos con el mal gusto de los 80”.



En el centro de la nave hay un escenario circular recubierto de ladrillos, con base cementada, dónde se alzan dos barras metálicas que ascienden hasta el techo; está rodeado de mesitas elípticas con algún que otro espectador. En los tubulares se exhiben, enrolladas o bailando de manera insinuante, dos señoritas de pecho tan exuberante como sus labios, ambas llevan tanga de pedrería barata y tacones de drag-queen. Son rubias oxigenadas y van exageradamente maquilladas acentuando sus pómulos, bocas y ojos –delineados con eyerliner ascendente hasta las sienes—, son bastante altas y, para gusto de Hugo, entradas en carnes. En uno de los extremos, esperan otra pareja de robustas strippers.



Las paredes del local, forradas de madera hasta la altura aproximada de un hombre normal, aparecen lustrosas bajo los espejos que voltean el antro. Al fondo, la barra; estilo taberna de camionero con pared cristalina y estanterías repletas de botellas de alcohol barato. Un joven de indumentaria estrafalaria y una stripper pelirroja hacen las veces de camatas. La señorita, vestida de colegiala con la camisa abierta, luce una pechera pródiga que se reclina por el mostrador –a modo de cascada— cada vez que se acerca un cliente. Hugo sonríe, ha regresado al cubil grotesco y entrañable que vio por primera vez el día que perdió su virginidad; el viejo de su amigo les dijo que tenían que hacerse hombres y les regaló unas horas con las chicas más experimentadas.

Desde entonces, todos los sábados acompañaba a Lucas al garito de su papá. Algo que cambió rotundamente cuando empezó la universidad y que olvidó por completo al casarse. Pero, ahora, tras un sonado divorcio, ha regresado a casa de mamá y quiere recuperar sus antiguas costumbres.

El pletórico cuarentón, avanza por el lateral izquierdo como el mismísimo James Bond; en mitad del recorrido se gira hacia el espejo y ve su rostro sonrosado por el reflejo escarlata de las bombillas, vuelve a reír evocando sus primeras andanzas por aquellos lindes, cuando para ver su figura tenía que subirse a las mesas. A pocos metros del barman, oye que la camarera le dice:

–Vaya, vaya, vaya… que hombre tan atractivo nos han traído los dioses a este local de viejos acabados y gordos pegajosos. Quítame la mano de las tetas, ¡guarro! –cacarea a un cincuentón repeinado que tiene cerca.

–¡No chilles tanto Erika! Resulta demasiado vulgar… y cuidadito con el caballero que se acerca: es amigo del jefe.

Erika mira al guapetón y suelta:

–¡Ya sé que es amigo del jefe! Hola guapo, me alegra verte por aquí.

Gracias nena.

–Sabía que ibas a venir… me llamo Erika –comenta ella. Hugo la mira con recelo.

–Hola Erika. Soy Hugo… pero eso ya lo sabías, ¿verdad guapa? –ella mueve la cabeza afirmativamente. Entonces, el barman le dice—:

–Erika te he dicho que no molestes. Además, tienes tres clientes esperándote, ve a atenderlos y la boquita cerrada preciosa. –De inmediato, le da una palmada en el trasero junto con un empujoncito para que se dirija al extremo opuesto de la barra. La chica, tras lanzarle un beso a Hugo con sus glotones morritos, se gira y camina con sinuoso garbo.

Hugo la observa con minuciosidad. Sus excelentes curvas y sus balanceos pélvicos nada tienes que ver con la forma grosera de hablar, más bien sugieren el cuerpo y los movimientos de una mujer sensual y distinguida. Solo su pecho siliconado, talla ciento veinte, resulta excesivamente llamativo. El joven adivina que tiene los glúteos turgentes, redondeados y definidos como la apetitosa manzana que Eva le dio a Adán, la cintura estrecha y los hombros bien dibujados bajo un esbelto cuello tamizado de hermosos rizos taheños. No le sobra carne por ningún sitio. Erika es como un oasis en medio del desierto, piensa Hugo sin dejar de mirarla.

–Veo que te gusta, Hugo –le dice el barman.


–Mentiría si dijera lo contrario.

–¡La niña está que rompe la pana! sugiere el camata con una mueca.

–¡Guauuu…!!! –ladra Hugo moviendo la cabeza al compás de las caderas de Erika—. Creo que hace demasiado tiempo que no pasaba a veros. Ponme una pinta y dile a Lucas que estoy aquí.

Toma la cerveza y mira el espectáculo, te vendrá bien.

Hugo se gira ve que Erika sube al escenario y comienza un número. Se ha hecho dos trencitas. El joven bufa como un toro y dice a grito pelado:

–Erika… Baila para mí. ¡Desnúdate!

Ella sonríe picarona y se desata el nudo de la corbata para seguir con los clips de la camisa que saltan como si fueran muelles cuando extiende su tetamen. Hugo palmea. Luego mueve el culete y la faldita de pliegues se desliza por sus torneados muslos y sus musculados gemelos para alojarse en los tobillos; con una gracia especial, da un puntapié y le lanza la prenda a Hugo que se ha colocado en primera fila. Él la huele y aspira, esta húmeda como la pulpa de un apetitoso fresón, piensa con los ojos entornados. Mira el cuerpo escultural de la stripper, tatuado casi en su totalidad, y se relame.

A continuación, ve a Erika haciendo malabares con las piernas en el tubular; sus movimientos poseen una excitante sensualidad. La platea que la observa está abobada. Pero ella solo baila para Hugo. Acaba el pase a gatas, directa hacia donde está sentado el objeto de su deseo. Él deposita unos billetes en su tanga de lentejuelas. Ella los recoge y se los lleva a la boca para que su amo los recoja, no desea dinero: lo quiere a él. Quiere devorar cada centímetro de su piel. De repente, una neblina espesa cubre el escenario y cuando regresa la normalidad, Erika ha desaparecido.


Hugo se acerca a la barra con desánimo. El barman le dice:

–Ve al despacho. El jefe te espera –le guiña un ojo.

–Ok.

–Luego te pago la birra, nano –comenta Hugo.

Nada hombre. Aquí eres el rey.

–Si consumo, pago.

–Pues tu amigo dijo que todo gratis.

–¡Joder con Lucas! Ya me apañaré con él –termina por decir antes de largarse.

Erika tampoco está en la barra, en su lugar luce otra provocativa fulana de cabellera azabachina salvaje. Hugo la mira y se encoge de hombros, cuando esta le guiña un ojo y le muestra su gigantesca delantera comprimida entre sus manos de manera ordinaria; seguido, Hugo, bordea la barra y empuja la puerta abatible con pegatinas en color oro y siluetas de una vagina y un pene, que indica el acceso a los servicios y a los rincones íntimos –separados por cortinas de abalorios— a largo de un semioscuro pasillo.

Al instante de atravesarla, unos brazos delicados pero firmes, lo empujan hacia uno de los habitáculos. Erika lo abraza, toquitea su miembro y besa sus carnales labios con desmesurada pasión. Hugo mima su espalda, tersa y suave como la seda recién elaborada, enjuga su lengua entre la de aquélla insultante mujer que lo seduce.

Su manubrio florece como una espada forjada en el Medievo: pesada, cortante, segura, dura, dilatada y gruesa cuando Erika rompe los botones de su camisa de cuajo y lo acorrala contra la pared. Hugo olvida sus modales exquisitos y mete la mano por el lateral radiante de la braguita de Erika. Su sexo está mojado y su dedo se introduce en los labios vaginales y prominentes de la stripper. La masturba hasta que gime de placer.

Pero Erika quiere más… recorre salivarmente el torso descubierto de Hugo, desabrocha sus pantalones y sonríe al ver el vibrador suculento y circunciso que introducirá primero en su boca y después en su vulva. Disfruta cuando lame. El clímax de la pareja llega acompasado. Erika experimenta un orgasmo similar al subidón de LSD; el techo del cuartucho se llena de dibujos animados que se difuminan al ritmo frenético de sus contracciones pélvicas. Hugo lo tiene claro, la pelirroja es más potente que unos tiros de nieve pura. Brama como un chupasangre tras un apetitoso bocado.

Media hora más tarde se echan en el diván nacarado, con alguna que otra mancha de placer, que descansa en la pared central del cuchitril.  Cuando Hugo le pregunta a Erika la tarifa de sus servicios. La muchacha de ojos verdes y cabellera bermeja, ríe a carcajada limpia:

–Jajajaja… ¡Qué chico tan divertido y tan bien dotado! –sugiere con descaro, pasando la lengua por el borde superior de su carnoso hocico.

–Si hablaras un poco más…

–¿Más fina? –pregunta ella.

–Algo así –contesta Hugo. Y añade—: A mí me da lo mismo, es por ti, podrías parecer…

–Una chica normal de esas que estudian y todo eso… –comenta ella con desparpajo.

–Exacto –dice Hugo.

Sabes… tengo estudios, pero hace tiempo que decidí ser una mujer de la calle, y a decir verdad, con lo que disfruto ejerciendo mi trabajo, de momento no voy a cambiar. Claro, tengo derecho de pernada –vuelve a reír.

–¿A qué te refieres?

–A que tu amigo Lucas me deja que elija a los clientes…

–¡Vaya! Me siento halagado.

–Me gustas bastante… si vinieras a menudo, para ti sería todo lo fina que desearas –contesta Erika mientras amasa el abdomen trabajado de Hugo.

–Un momento, Erika. Antes, hablemos un poco… ¿Ok? –implora Hugo al ver que su miembro está al acecho solo con la mirada hambrienta de la despampanante mujer.

–Como quieras. Estoy aquí para complacerte.

–Si has estudiado… ¿por qué acabaste como stripper, Erika?

–Eso es privado…

–No quieres hablar del tema. Lo entiendo.

Esperaaa… Me caes bien. Voy a contártelo.

Hugo se reclina en un lado del sofá y Erika, desde el lado opuesto –arrebujada con la camisa de su amante, se confiesa…

Verás… soy un aniña FIV –Hugo levanta una ceja y ella prosigue—: Mi madre era muy, muy hermosa y no quería tener hijos.

–De tal palo, tal astilla…



–Ssshhh… O te callas o dejo de hablar. –Hugo se pone serio y ella prosigue el relato—:

» En la cuarentena, por la insistencia de mi padre, cedió a realizarse fecundaciones in vitro. En el segundo intento, se quedó embarazada. Yo crecía y ella seguía con sus quehaceres domésticos como si no sucediera nada. Pero mi papá no era un santo varón y se las hacía pasar putas. Flirteaba con cualquier jovencita que veía; daba igual que fuera la cajera del supermercado que la hija de la vecina. Un día, mientras paseaban, se toparon con unos amigos que hacía mucho tiempo que no veían: iban con su Lolita. Mi padre, que era bastante atractivo pese a rondar la sesentena, hizo el ridículo; no dejaba de parlotear con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta ahí, mamá, estaba acostumbrada. Pero cuando se despidieron y anduvieron dos pasos, vio que su marido se tocaba la bragueta porque se le había puesto dura, eso no lo soportó. Recordó todas las veces que le había sucedido lo mismo cuando era jovencita y paseaba con mi abuela. Nunca le hizo ni un pelo de gracia que un caballero acompañado de su pareja, se soliviantara con la señorita de turno: lo veía repugnante. Ese pequeño gesto de papá le abrió los ojos: el matrimonio era una farsa. Lo mismo que los rituales de pareja. Lo mismo que el amor. Al día siguiente pidió el divorcio. Me explicó su por qué, cuando acabé la carrera de periodismo. Desde entonces, me animó a seguir los impulsos de mis deseos. De modo que aquí estoy. Cuando ya no sirva para esto. Escribiré mis memorias o las de mis compañeras…

–Muy aguda tu mami. Entonces, para ella, no existe el amor.

–Sí existe. Pero no es como nosotras quisiéramos. Se trata solo de una explosión típica de ese jueguecito llamado Cheminova y punto –ambos ríen con ganas. Erika añade—: Pero, ciertamente, para que no haya infelicidad ni infidelidad, cualquier contrato amatorio debería durar, más o menos..., como un mandato electoral.

–O sea que, según vuestro criterio, cada cuatro años… ¡Cambio de pareja!

–Exacto. 

Hugo se rasca la barbilla y suelta:

–Pues… Me apunto.

Erika sonríe aliviada por haber compartido sus vivencias con un cliente tan especial. De inmediato, se desliza como una tigresa de mirada lasciva hacia Hugo; le comprime suavemente el pene entre sus apetitosos pechos y dice:

–Las cubanas son la especialidad de la casa. Por eso todas las chicas del club Labios ardientes llevamos tetamen del ciento veinte en adelante –dice con guasa.

–Creía que eran las felaciones…

–Eso era en el siglo pasado, pero si te apetece más…

–Nooo… sigue nenita, sigue… –susurra Hugo en el séptimo cielo.

Antes de que la secreción masculina inunde su cuerpo, se introduce el voluminoso miembro entre las piernas. El contacto con los pliegues de su sexo la humedecen por completo, vibra de placer. Convulsa varias veces, frota su piel extenuada y sudorosa.

Hugo amasa sus nalgas, acaricia sus tatuajes y la posee como si nunca hubiera estado con una verdadera mujer.  Aúllan de gozo.

@Anna Genovés
4 de julio de 2019
Imágenes tomadas de la red: mi agradecimiento a tatuadores, modelos y fotógrafos 

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