CARATARIA
¡Me ha dado un loco!
Desayuno muesli –marca blanca- con frutas y cereales integrales; acompañada de soja chocolateada. Lo que ingiero me trasporta dónde no llega mi mente, como si fuera un compuesto alucinógeno…
Bowie está a mi lado, cantándome “Ziggy”. Pero no. Es mi hijo quien ocupa su lugar; se balancea hacia delante y hacia atrás, sin hablar. Es tan frío como la Antártida y su mascota es un pingüino.
De repente, me veo en la noria de “Disney World”, disfrazada de abeja Maya con un cucurucho de algodón. ¿Será qué ver a Ruíz Mateos ante las cámaras me ha recordado los tiempos en los que zumbaba y me ha dejado peor?
El mantel tiene dibujos incandescentes: una aceitera negra y un salero rojo, una paleta moteada y una tetera incolora que es un estorbo. ¿O son las siluetas de las ramas caídas sobre la acera, por las que camino como una gacela mientras Amy Winehouse entona “Back to black”, sus tatuajes, el cabello cardado y una bufanda?
Escucho la chirriante voz de mi vecina… ¿Por qué siempre hay un Pepito Grillo en las historias? Me recuerda que estoy narcotizada sobre la cheslong del comedor y tengo que bajar a su casa. ¡Qué yuyu! Con ese olor a incienso benedictino y esas muñecas de porcelana con pringue de polvo adosado a sus caras. Está más sola que la una. Su chihuahua la palmó, y su esposo –gemelo del Sr. Burns de los Simpson-, pasó a una vida mejor. Ego te absolvo.
En Carataria, tenemos “indies”… Acabo de ver en el contenedor de Caritas unas patas volátiles de algún cuerpo inexpresivo, que se debate entre sacar –con un palo- algo de ropa o su cuerpo antes de partirse en dos. Jace Everett, me canta al oído “Bad things”. ¿No habrá por aquí algún vampiro? Si he de elegir, que sea el rubio de “True Blood”, apellidado Northman. A ese le dejo que me chupe cuando quiera.
¡Joder! Es la sintonía de mi móvil… Al cogerlo, trasmuta en un ciempiés; un alíen que me trasporta al film de Ridley Scott: estoy con Ripley. Me quiere S.O.S. Pero, de un zarpazo, el octavo pasajero se la merienda y aparece el Fassbender de “Prometheus” con su rostro cibernético; soy la madre de todos los engendros: “The new Pandora”.
¿Por qué no voy por la ruta 66 con mi moto y un pavo de dos metros que me dé lo que necesito sin rogar sus favores y sin sentirme como esa bola de algodón que se deshace del colocón?
Cambio de escenario, y me veo en uno de los muchos cafés de Carataria con mi amigo Lolo: el que se marchó –a no sé qué- y nunca volvió. Ahora, recuerdo que emigró a Inglaterra para ganar un poco de oro y se quedó tendido ante una coctelera de Bloody Mary con un Montecristo en la comisura de sus labios –pringosos y sin aliento. Es un puto muerto… Le diremos que se pase por la funeraria de “A Dos metros bajo tierra” para que los Fisher le hagan un buen precio.
Estoy borracha de vida. Inyectada de jerga fácil y de música flipada que inunda mis cavidades auditivas.
Aparezco en el desierto, trasportada por los Alisios… No veo espejismos. Visualizo una tribu indígena que se alimenta de sus muertos. Cuánto más devoran, más fuertes son sus sentimientos. No me agrada la vista de despojos humanos descuartizados entre buitres negros y humanos quisquillosos.
Prefiero al quiosquero de Carataria. Abre –puntual-, todas las mañanas, aunque utilice pañales por el cáncer prostático que lo está matando. Lo conocí con abundante cabello negro y, con el tiempo, se transformó en níveo. Parece el Heisenberg de “Breaking Bad” pero sin gafas. Es una bola de billar. Billar, billar, billar, billar… Me gusta jugar, pero no juego. No me da la gana.
En la frutería de los paquistaníes. Veo unas manzanas verdes de Singapur. Los putos chinos acabarán con nosotros; en unos siglos seremos amarillos y de ojos rasgados. Mejor, no tendremos que introducirnos en “Nip/Tuck” para que McNamara &Troy nos hagan una blefaroplastia.
Sigo tumbada en la cama, durante unos minutos insólitos, en este mundo –de mierda- en el que me descoloco.
Miro por la ventana y veo a la “indie” tetuda. El otro día la vi defecando en la acera. Se arremangó la falda y dejó sus partes púdicas a la intemperie. Plantó un pino kilométrico, que podría abonar toda una granja. Ésa, sí es la “Queen de Carataria”… Se la trufa TODO.
Río a mandíbula suelta, como el payaso que sonríe aunque no quiere. Como el paquete de regalo sorpresa, acicalado con tarjeta de “felicidades” y papel decorado que –al abrirlo- esconde un envío de UPS con la cabeza de Gwyneth Paltrow en “Seven”.
Los siete pecados capitales: Lujuria, Pereza, Gula, Ira, Envidia, Avaricia y Soberbia. Santo Tomás, dixit: un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable… Entonces, no son siete, si no, setecientos setenta y siete mil, más mil y mil y mil y mil… Hasta el infinito.
El día muere y me voy a la cama. La luz está apagada. No deseo encenderla y ver en el espejo mi cara. Saco la mano para rozar su perfil y tropiezo con unos pies que saltan. No son dos, son cuatros los postrados en mi hamaca. Burt, Charlton, Bárbara y Bette. ¿Amenizarán la velada?
¿Con quién me quedaré? I do not know. I only know that I’m a mad woman que no “Mad Men”.
Aunque, idolatre a Don Draper y los vicios sesenteros… Amantes, whisky, cigarrillos y café. Mucho café. ¿Por qué soy aficionada a los Brandy “Terry de Centenario” y “Magno de Osborne? Quizás porque mi padre estaba amarrado a ellos, como Draper al Canadian Club y, ejem, ejem...
Desconozco dónde me llevará este viaje, pero me gusta el delirio de mi mente. En Carataria, quizás, algún día se convierta en Barataria. Ese reino que le otorgan a Sancho para ridiculizar sus hazañas. Veo molinos de viento con las aspas endiabladas. Me enfundo una armadura con yelmo psicodélico; Intento decodificar sus palabras pero no entiendo ni papa...
Quiero perderme entre las canciones de Bowie, la noria de Disney, el asfalto de la 66, los edificios infernales o el billar que nunca tendré.
Anna Genovés
25/08/2012