Caníbal
CANÍBAL
Diluido en alcohol
profundo, su mente hace aguas. El contorno de sus pasos, caminan hacia la nada.
Una mujer lo mira y le guiña un ojo, lo lleva a su alcoba y toma sus despojos.
Él no se resiste: necesita calor. Mucho tiempo en soledad, mucho tiempo sin amor.
Acabada la faena, se lava la boca –destrozada por mordiscos-; seguido, quita el
semen –mortecino- que se pegó a su cuerpo de harapo.
Después, se sumerge
en la bañera; abre el grifo y mete la cabeza, despeja su corrosiva lucidez y
decide que es momento de perderse en el ayer. Tapona su nariz y ahoga su
cabeza, deja de respirar sin apenas mover las piernas. Se ha quitado la vida, no
desea ser ni perro ni amo…
La dualidad,
acompañó su vida, una vida de infamia en la que se hacía el refinado cuando quería
hincar los dedos y descuartizar los cuerpos que caían en sus manos. Fue un psicokiller
en potencia; avisó muchas veces, pero nadie creyó su jerga.
Siguió su camino,
alma metida en riñonera de polipiel barato. La sacaba a pasear, de vez en cuando,
y si veía que el monstruo se desataba, la guardaba en el saco. Hasta que un día
no pudo más y cogió un cuchillo; lo clavó en el estómago de una mujer y
disfrutó… Saboreando el miedo en sus ojos… El pavor de ese rostro macabro.
Después, relamió la
sangre –con su lengua viperina- y pensó en probar su carne. Neanderthal,
famélico, se agachó y le pegó un bocado. Descubriendo que esa carne, era lo
mejor que había probado. Entonces, se hizo antropófago. Mutilaba a sus
víctimas, las horneaba o las degustaba crudas y sin ascos.
Mató una y mil
veces, hasta que se cansó de hacerlo; entonces, se enganchó a la del cuello
largo. Con ella pervivió durante años, hasta que beodo probó la marihuana. De
la maría a la coca, de la coca a la heroína, de la heroína a politóxico, de
politóxico a amo que devora a sus torturados, de amo a siervo devastado… Y
vuelta a empezar, en un círculo vicioso sin principio ni resultado.
Hasta que dejó de
vivir y de matar en esa bañera donde la sumisión lo llevó al suicidio de la
carne… Porque su alma y su corazón, hacía tiempo que lo habían abandonado.
La vida
de un caníbal en el asfalto
es una
vida patética en la que vives agazapado
duermes,
oculto, con la luz del día
y sales
a cazar, de noche, cerca del camposanto
donde
encuentras a las prostitutas agrestes
de las
que alimentas tu cuerpo
de las
que alimentas tu asco
te odias a ti mismo
te
odias y te veneras
eres un
ser divino o, quizás, una blasfemia
y, de
repente, quieres probar algo nuevo
y te
enganchas al alcohol, a la droga
a la
servidumbre o al amo
no tienes
alma
no
tienes corazón
no
tienes nada…
porque
te lo han amputado.
Anna Genovés
11/11/2012
Esta composición pertenece a “Cóctel
de letras”
Con S. Registro PROPIEDAD INTELECTUAL
V-1825-12