La zona muerta - poemario





La zona muerta: libro-poemario

Ayer por la mañana, al abrir el buzón, me llevé una grata sorpresa: mis amigos Jose Manuel Vara y el editor Rubén Darío Fernández, de Excodra Editorial, me habían enviado un ejemplar de La zona muerta. Un libro-poemario en el que he colaborado junto a Adriana Bañares, Denisse Sánchez, Garazi Gorostiaga, Lucía de Fraga, Sylvia Ortega y Patty de Frutos.

Al leerlo, he comprendido el miedo de mi niñez. Ese horror que me hizo dejar de sonreír antes de hora. Mi vida ha sido compleja… Fui una niña hípertímida, solitaria, tartamuda y muy bonita; y las niñas bonitas no tienen cerebro. ¡Ahí va! Me confundí, la canción decía: “…Las niñas bonitas no pagan dinero…” No obstante, algún refrán mal aviado, dice algo así como: “Las rubias son tontas”. Si unimos lo primero a lo segundo… Está todo dicho: “Las niñas bonitas no tienen cerebro”. Yo lo tenía, ¡vaya si lo tenía! Pero vivir con pánico en las entrañas, acota todos los retículos del organismo. Y, una, creció con el terror inyectado en las venas, por muchos motivos…

Uno de ellos, ocupa el tema central de este excepcional poemario que no te dejará indiferente: abusos durante la infancia. Una cuestión que está, por desgracia, a la orden del día y que pocas personas se atreven a promulgar. Es como un pacto de silencio estilo La Cosa Nostra, que se ciñe sobre las familias donde delitos, de todo tipo, contra los más pequeños, existen o han existido. Ser hija de viuda desde bien chiquita –mami era una buena mujer, confiada y generosa—, me dejó en manos de lobos con piel de cordero.

Durante mi infancia, pubertad y juventud, supe que el ogro no estaba en casa. Sin embargo, todas las noches rascaba la puerta. Quizás, por este motivo, mi literatura tiene una parte destructiva y salvaje… Demasiados años en el rincón de los silencios. Ahora, no callaré. Y mi pluma, afilada, dirá lo que haya que decir en cada momento. Para bien o para mal.

Así es La zona muertafresca como la niñez y experta, cual madurez temprana. El acabado, ejemplar. Mi gratitud a José Manuel Vara, la primera persona que me tendió la mano y me ayudó a purgar los horrores interinos, en esta Memoria perdida cuya lucidez, a veces, sorprende. Y a Rubén Darío Fernández, editor de Excodra editorial. Os dejos uno de los poemas con los que contribuyo en este insólito libro donde la verdad aflora y las mentiras desaparecen.








         Semen



El agua resbala por la piel
la toalla, abriga
desliza la crema por el cuerpo
blanca, nívea.



La torpeza de sus dedos, salpica
un grumo esponjoso
juguetea en sus rodillas
semen que huele a regaliz, odio.



¿Por qué? –Se pregunta—
¿Por qué odia el regaliz?
¿Acaso tocaron sus genitales?
¿Acaso eyacularon en su rostro?



La memoria borró la injuria
el recuerdo se mantiene,
el miedo está cerca de casa:
el lobo aúlla.



Unos hombres, un pasillo
una niña que grita
¡Qué preciosa era!
¡Qué linda!


Trencitas de oro
labios de fresa y ojos chispita
¡Qué preciosa era!
¡Qué muñequita!



Tan risueña, tan ingenua
tan bonita, tan secreta…
La llamaron por su nombre
y corrió alegre.


¿Quiénes eran?
¿Qué le hicieron?
Los conocía:
semblantes desfigurados.



El tiempo empaña las figuras,
y dejó de reír
y dejó de ser cándida
y dejó la niñez en el pasillo
de esa casa.


Huele a semen
tras una felación,
huele a mugre
sobre el rostro.


©Anna Genovés
13/05/2015
Propiedad intelectual 09/2013/2345



 

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