Trato sangriento

 


Trato sangriento - Anna Genovés

Ilustración inspirada en el relato “Trato sangriento” de Anna Genovés. Halloween en Longest Ville.



🩸 Trato sangriento


Locura o banalidad.
Miedo a lo desconocido o fatalidad.
Las hermanas de la muerte.
La mentira y la verdad.


El treinta y uno de octubre de 1999, en Longest Ville, se preparaba Halloween como cada año desde la fundación de la villa. Los padres recorrían los pasillos del supermercado —carritos de compra hasta los topes— con listas interminables. Las madres decoraban los hogares con ristras de calaveras, arañas, monstruos, calabazas… y ultimaban los disfraces de su progenie. Los niños comían golosinas y trazaban el recorrido nocturno del “truco o trato”. Todos estaban felices.


La localidad era de ensueño: sus sesenta y seis calles formaban cuadrículas perfectas, rectas como vigas de hierro colado. Los extremos, colmados por rotondas de césped y flores. Además, contaba con centro comercial, cine, sala de fiestas, cafeterías, tiendas de todo tipo, hospital, hogar para veteranos de guerra, residencia de ancianos y parque de atracciones.


Longest Ville era uno más de los municipios que surcan los estados de USA, construidos en lo alto de pequeñas colinas para albergar familias de clase media-alta. Casitas de doble planta con buhardilla, garaje y trastero, rodeadas de césped sin vallas. Todas las calles mostraban una armonía cuasi divina. Sin embargo, cada vivienda tenía una tonalidad distinta. Ese era el emblema que la distinguía de las miles de urbanizaciones prefabricadas que salpican el macro país.


En la calle principal, que partía en dos mitades exactas la población, se alzaba una medianera de cipreses enanos recortados con exquisitez demoniaca. En el número sesenta y seis, vivían dos hermanas de gustos opuestos: Meredith, maestra retirada y excéntrica, que detestaba los filmes de terror; y Helen, ama de casa, soltera acérrima y seguidora de cualquier documento terrorífico que cayera en sus manos. Ese día, ambas estaban inquietas, esperando las pillerías infantiles.


A las siete de la tarde, el primer grupo de monstruitos salió a la calle para amenizar la fiesta. Cuando estaban a varios metros de la casa rosa, uno de los niños soltó:


—Dicen que la Srta. Meredith se vuelve loca esta noche.
—Calla, charlatán —inquirió el vampiro—. La Srta. Meredith fue una buena maestra. Hay que respetarla.

 

Minutos más tarde, llamaban a la puerta. Helen les dio la bienvenida ataviada con un batín malva y gorro de bruja. Todos se echaron a reír.


—A ver… ¿qué tenemos aquí?
—Truco o trato —dijo el zombi, estirando el brazo con el puño cerrado.
—Trato —contestó Helen, arqueando una ceja.
—¿Quién ha llamado, Helen?
—Son los niños, querida. No hace falta que salgas.

 

Pero Meredith ya estaba allí. Maquillada y vestida como si fuera de fiesta: cejas redondas, nariz corta y respingona; boca, una línea cóncava carmesí; cabello, bucles dorados marcados por tenacillas. Era encantador verla arreglada. Los niños sonrieron, y Meredith también. Inmediatamente, especuló uno a uno sus disfraces.


—Muy bien. Tenemos un Drácula, un muerto viviente, una bruja guapa y un brujo feo, un gnomo, una vampiresa y…

 

Su rostro comenzó a descomponerse.


—Meredith, ¿qué te pasa?
—¡Ha regresado a por mí! —gritó, antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo…

 

Los niños, boquiabiertos, no sabían qué hacer. Helen les dio una bolsa de chucherías y cerró la puerta. Inmediatamente, buscó a su hermana. Meredith estaba escondida debajo de la cama, chillando como una loca. Tuvo que armarse de paciencia para tranquilizarla. Después, le dio unos sedantes y, al final, la dejó durmiendo.


A las tres de la madrugada, el reloj de péndulo del salón marcó la tercera campanada. Meredith despertó, aturdida. En segundos, reconoció la sintonía que se filtraba por la puerta: la música compuesta por Charles Bernstein para el film Pesadilla en Elm Street. La mujer se deslizó por el suelo con sumo cuidado, giró el pomo de la puerta y bajó descalza hasta la planta baja, sin hacer ruido.


Se asomó al salón. La película estaba comenzando. Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos. Chilló desconsolada. Era un grito desgarrador y terrorífico: el brazo de Helen, descuajado y ensangrentado, yacía sobre la alfombra. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y siguió viendo el horror que la rodeaba… Dedos, una pierna, sangre en las paredes, y el tronco de Helen sentado frente al televisor.


Se acercó y volvió a bramar. Junto al cuerpo mutilado, yacía la cabeza de su hermana con un hacha incrustada. Los ojos abiertos —azabaches y enormes— no dejaban de mirarla. La música irrumpió en tono elevado. Ella comenzó a golpearse contra la pared, repitiendo:


—¡Es una pesadilla! ¡Es una pesadilla! ¡Es una pesadilla!…

 

Extática, sin poder moverse.


Unas garras afiladas salieron del televisor como un enorme cangrejo que asía a su presa indefensa. Las manos, exentas de piel, dejaban al descubierto los tendones de los antebrazos. Por fin, apareció el rostro espeluznante del monstruo: Freddy había regresado a por ella. Desgarró su cuerpo a fuego lento. Los bramidos inhumanos se escucharon en toda la villa.





Desde entonces, la casa número sesenta y seis de la calle seis de Longest Ville sigue deshabitada. Nadie pasea por los alrededores, porque se escuchan ruidos extraños. Y todos los Halloween se oyen los alaridos infernales de las hermanas.




©Anna Genovés
Revisado el 31 de octubre de 2025
Imagen tomada de la red


Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual: 09/2015/427
Disponible en formato papel en Amazon.
ISBN-10: ‎1502468433
ISBN-13: ‎978-1502468437


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