UNA DE TANTAS BLANCANIEVES














UNA DE TANTAS BLANCANIEVES





Era un día cualquiera, paseaba cabizbaja por las calles tortuosas  del casco antiguo de mi ciudad y, de repente, me atrajo una fachada restaurada de la que pendía un cartel “vintage” en el que se leía Librería Dimiarco.
-                     Dimiarco  –dije en alto.

El mero hecho de pronunciar su nombre ejerció una especie de hipnosis que hizo que entrara por esa puerta de dintel castaño y espejos traslúcidos… Para mi sorpresa todos los libros estaban colocados por colores: desde el blanco hasta el azabache; pasando por la gama de beige, amarillos, rosas, malvas, granas, verdes, azules y grises, hasta llegar al negro más oscuro que jamás habían visto mis incautos ojos.
Era como estar frente a un hermoso Arco Iris de la literatura. Cada estantería decorada con idéntica tonalidad a los libros que albergaba y cada fila –igualmente- ubicada desde el matiz más diáfano hasta el más intenso.
Me dirigí al azul –mi color preferido- y descubrí que todos los tomos dispuestos en dicho anaquel contenían una estrecha relación con la simbología del pigmento.
Recordé haber leído que -el color azul- es un matiz fresco y tranquilizante que se asocia con la parte más profunda e intelectual de la mente. Si es oscuro, equivale a la noche; mientras que si es claro representa el cielo matutino.
Se relaciona con lo femenino y con los signos zodiacales de Piscis, Libra, Acuario y Sagitario. Llegado este punto, admití que los signos del zodiaco son una farsa: soy cáncer.
A esas alturas, sonreía como una boba pensando qué habría en el violeta o en el caqui, pero me dirigí al carmesí por la pasión que dicha coloración despierta en los animales, racionales o no…
En efecto -en ese recoveco- se aposentaban todos los kamasutra habidos y por haber, pero también todas las novelas de crímenes sangrientos y hasta las obras más “gore”.
Era divertido perderte en los colores y descubrir lo que encerraba cada uno…
En un momento –impreciso- uno de los dependientes –a los que todavía no había vislumbrado ni por asomo- se dirigió a mí. Escuché una voz grave:
- Señorita ¿Puedo ayudarla en algo? -Mi primera reacción fue otear a mi altura y, quedé confundida al ver que, aquel vozarrón provenía de un hombrecillo.
Mi reacción fue mirar en todas las direcciones obviando los colores –lo cual era un ejercicio de reflexión complicado. Descubrí otra singularidad de tan exclusiva librería: sus dependientes eran varones diminutos. En la caja, sobre una escalera, en la estantería de la esquina o en la del fondo –cada uno con su tarea… Además, iban ataviados del color que imperaba en ese lugar.
Me maravilló la habilidad del propietario –diminuto o no- para una ordenación tan peculiar y unos trabajadores tan especiales. Contabilicé siete… Entonces, no pude más que reír a carcajadas.
Paré en seco cuando vi la expresión tristona del liliputiense que me había preguntado.
-         Perdón. No quise ofenderte.
-         Pues lo has logrado, pequeña…
-         Sólo he reído porque me he sentido como si fuera la mismísima Blancanieves. Sabes, resulta que –además de ser mi cuento preferido- mi antigua jefa me llamaba por ese nombre… Los culpables: mi color de piel y mi inocencia. Ahora de cádida tengo bien poco.
-         De eso nada. Lo sigues siendo. ¿Crees que has cambiado mucho desde entonces? Pues no.
-         ¿Y tú qué sabes? Es la primera vez que nos vemos.
-         ¿Estás segura?
-         ¿Te estás quedando conmigo?
-         No criatura –dijo la voz del pequeño que iba vestido de verde. Te estábamos esperando.
-         A mí… ¿Para qué?
-         Para enseñarte tu verdadero mundo. Para que descubras que eres la Blancanieves del cuento.
-         Muy aguda tu jefa –dijo el que vestía de rojo- seguro que era una bruja.
-         Hombre –reí de nuevo- no llevaba cucurucho en la cabeza, ni tenía una verruga impresionante en la nariz… Pero, la verdad es que se portó bastante mal conmigo.

Sin darme cuenta estaba rodeada de siete diminutos –entonces- recordé sus nombres. Gruñón, Tímido, Perezoso, Mocoso, Mudito, Feliz y Dormilón.

-         Bueno, esto es un broma… ¿No?.
-         Pues no –corearon al unísono.
-         Lo siento, no estoy preparada para algo así… Mi cabeza ya está lo suficiente azorada como para situaciones límite –manifesté intentado llegar a la salida. Algo que me fue imposible porque los hombrecillos se apostaron unos sobre otros a modo de trinchera improvisada.


Poco después -tras hablar y rememorar mi existencia- me hicieron comprender que -mi vida- era paralela a la del personaje de Disney: había crecido rodeada de envidia. Era virtuosa y bella. Al final, creí todo cuanto me dijeron…

Apenas me vieron convencida -Gruñón- apretó un botón situado en la parte inferior de la caja registradora y -la estantería naranja, donde se encontraban los volúmenes de la sabiduría- comenzó a girar sobre sí misma. Abrí los ojos como platos: no podía creerlo. Tras el conocimiento que adosaban sus cuentos, existía un mundo mágico que reconocí al instante: era mi mundo.

Mis nuevos amigos, confesaron que mi padre era un hombre trabajador y bueno –algo que ya conocía- y que mi verdadera madre era un Hada. Volví a reír, pero ellos siguieron narrándome la historia y sucumbí a sus ilusorias realidades…

Parece ser que a papi le apodaban “mofeta” por el intenso olor que emanaba su piel. Su aroma no respondía a una falta de higiene, simplemente su organismo tenía más feromonas de lo habitual y desprendía ese fragancia distintiva que enloqueció a mamá… El apareamiento entre seres fantásticos y humanos, cuanto menos es difícil y –por lo general- son encuentros estériles.

Entre las virtudes de mi progenitor estaba la virilidad: encargada de que su dermis provocara ese perfume que sedujo a mamá desde el día en que sus miradas se cruzaron por primera vez. Vivieron una efímera e intensa historia de amor en el país de las Fábulas. La Reina de las Hadas los envidió por ello… Castigó a Diamantina –el Hada que me dio la vida- a la perpetuidad de la eternidad, convertida en una estrella. A mí me exilió –junto a papá- de ese mundo maravilloso en el que había nacido.

Abel –mi padre- tenía una familia en el universo conocido: ellos me adoptaron. Pero cuando él feneció de tristeza, las cosas cambiaron... Ya no me querían como antes y mi existencia se fue convirtiendo en un camino de rosas punzantes que me hacían sangrar a diario. Por suerte, había nacido con unos poderes sobrenaturales que me proporcionaban protección ante las discordias, aunque mi interior estuviera lacerado por el horror que vivía.

De pronto, escucho un sonido impertinente… Las caras de mis amigos se desdibujan, las estanterías de colores se difuminan y el mundo con una luminosidad apabullante: deja de existir.

RINGGGGGGGGG… Ring... Ring… ring… ring…

Es el sonido del despertador:

- ¡Coño! Siempre con los despertadores…

Lo miro atontada, inmersa –todavía- en mi maravilloso sueño. Son las siete y media de la mañana.

- ¡NOOOOOOO!!!!!!!!!!! –Pataleo y grito como una chiquilla.
- ¿Por qué has tenido que sonar? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? –Lo estampo contra la pared. Así dejarás de meterte en mis sueños. Siempre haces lo mismo, siempre me despiertas en lo más interesante… Da igual que sueñe que muero, que soy millonaria, que estoy pegándome un revolcón con mi amante o que soy un Hada. Tu infernal ruido me hace volver a la realidad. ¡Te odioooo!!!!!

Estoy sentada en la cama recordando lo vivido…

Unos lagrimones –inmensos- recorren mis pómulos-. Alzo mi brazo derecho y los seco con el reverso del pijama. Voy al cuarto de baño y –tras una buena ducha- pienso que nada está perdido que –en cualquier momento- me toparé con la librería de colores Dimiarco por sus dependiente diminutos y sus tonalidades semejantes al Arco Iris.

Al salir del patio -los rayos del Sol vespertino- me sumergen entre sus fauces. Ese es el día elegido –me digo a mi misma. Hoy, alguno de mis sueños se hará realidad.

Paso una jornada de perros: me tiran del trabajo, me llegan los papeles del divorcio, le pego un golpetazo al vehículo de delante, vuelvo a fumar, me paso la mitad de la tarde en el WC defecando líquido y -por la noche- cuando voy a encerrarme en casa, veo el kiosco abierto: hecho un euro millón.

Horas más tarde, soy millonaria.

RINGGGGGGGGG… Ring... Ring… ring… ring…

Es el sonido del despertador:

- ¡Coño! Siempre con los despertadores…

Lo miro atontada, inmersa –todavía- en mi maravilloso sueño. Son las siete y media de la mañana.
- ¡NOOOOOOO!!!!!!!!!!! –Pataleo y grito como una chiquilla.

Paso una jornada de perros: me tiran del trabajo, me llegan los papeles del divorcio, le pego un golpetazo al vehículo de delante, vuelvo a fumar, me paso la mitad de la tarde en el WC defecando líquido y -por la noche- cuando voy a encerrarme en casa, veo a mi vecino -ese que me pone como una moto: me invita a cenar.

Horas más tarde, estoy con él en la cama.

RINGGGGGGGGG… Ring... Ring… ring… ring…

Es el sonido del despertador:

- ¡Coño! Siempre con los despertadores…

Lo miro atontada, inmersa –todavía- en mi maravilloso sueño. Son las siete y media de la mañana.

- ¡NOOOOOOO!!!!!!!!!!! –Pataleo y grito como una chiquilla.

Paso una jornada de perros: me tiran del trabajo, me llegan los papeles del divorcio, le pego un golpetazo al vehículo de delante, vuelvo a fumar, me paso la mitad de la tarde en el WC defecando líquido y -por la noche- cuando voy a encerrarme en casa, veo un perro que cruza a galope la calzada: me tiro para que no lo atropellen.

Horas más tarde estoy en la morgue.

Ya no hay sonidos, ya no hay despertadores que me molesten. Estoy en una bolsa de plástico negra, toda yo un amasijo de huesos, músculos y entrañas…

-         Ahora que te necesito, no sonarás. ¡Qué estúpido eres!




Anna Genovés

Rectificado 31/05/2012