Rescatando palabras
El otro día escuché en el informativo que ciertos
lingüistas habían creado una iniciativa para concebir un diccionario de
palabras en desuso. La propuesta me agradó muchísimo. Aunque no me dé cuenta,
en ocasiones utilizo expresiones que algunas personas no entienden; seguro que
piensan: «Pero que anticuada es La Genovés».
Ciertamente procuro utilizar arcaísmos del
mismo modo que neologismos. Pienso que el lenguaje está en completo movimiento,
por tanto, evoluciona a diario. La parte más flexible de una lengua es el
vocabulario, y, este, se recicla con palabras nuevas de manera constante.
Asimismo, otras caen en desuso y se convierten en arcaísmos. Del
mismo modo que el castellano del Medievo era distinto al actual, dentro de
varios siglos el español hablado será diferente al que platicamos hoy en día. Las
palabras desaparecen porque utilizamos otras para nombrar un determinado objeto
o porque el objeto deja de utilizarse.
Por lo general, la mayor parte de las locuciones siguen
invariables durante siglos y conforman los idiomas que permiten el
entendimiento entre las personas. De la otra orilla, las palabras que
han dejado de consumirse y cuya aplicación parece inadecuada. Pongamos por
ejemplo el término emprestar sustituido hogaño por prestar algo o
pedir prestado. Sin embargo, la palabra empréstito sigue
significado un préstamo que toma el
Estado o una empresa.
Tipos
de arcaísmos:
1.
Palabras
que ha desaparecido del habla pero siguen vigentes en distintos contextos, sobre todo, escritos.
2.
Términos
inutilizados geográficamente en un determinado país pero no en otro. Ejemplo: pollera, grama... Voces
usadas en América pero no en España.
3.
Arcaísmos de expresión: aquellos significantes que apenas se emplean en el
español actual. Ejemplos: Febril por acalenturado o rizado
por crespo.
4.
Arcaísmos semánticos: palabras cuyo significante se utiliza y cuyo
significado resulta chocante. Pongamos por caso el verbo recordar, empleado
actualmente para evocar el pasado. Empero, tiene una acepción equivalente a
despertar cuya usanza es cuanto
menos extraño: «Hoy me recordé temprano».
La risa va por barrios que diría algún que
otro caballero... En la historia del castellano hay escritores notabilísimos como Juan de
Mariana aficionado a los arcaísmos, y, sin embargo, Cervantes
se reía de ellos.
La última edición del Diccionario de la RAE refleja
un léxico vivo de 93.000 vocablos. El Quijote, obra cumbre del castellano, contiene 22.939 mil.
Según Enrique Bernárdez, catedrático de Filología
de la Universidad Complutense de Madrid: «El vocabulario pasivo de un hablante normal comprende entre
15.000-20.000 palabras de las que solamente utiliza entre 3.000-5.000 para la lectura de una novela o periódico. Sin
embargo, en la vida cotidiana, las mismas quedan notablemente reducidas».
Por otro lado, el consumo masivo de Internet
y de algunas Redes Sociales que minimizan los mensajes a 140 caracteres, como
Twitter, empequeñecen las lenguas. Pero, también sucede a la inversa: esta red en #palabrasolvidadas permite comprar un vocablo a cambio de mencionarlo. Esta actividad hace que términos arcaicos estén
en boga nuevamente. Tal es el caso de: pamplina,
lechuguino o cuchipanda. Dentro de los términos que necesitan ser rescatados
con urgencia tenemos: batiburrillo, cachivache o amalgama.
¡Qué cosas tiene la vida! Nacer para morir o revivir
como el Ave Fénix de las cenizas. Porque no nos olvidemos, las palabras están
vivas: nacen, se expanden y, a veces, desaparecen.
Y con este batiburrillo de conceptos que he
encontrado en distintos cachivaches ofimáticos, algún picaflor
quedará más que satisfecho o quizás, alguna dama rimbombante con un floripondio
en la cabeza. Las triquiñuelas siempre son bien acogidas aunque sean mera amalgama
de distintos compuestos. Feten por esta iniciativa lingüística
que, con apremio, auxilia a las palabras de sufrir una hecatombe.
©Anna Genovés
10/04/2016
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Me ha gustado mucho, Anna. Te lo curras de lo lindo... ¡Feliz semana!
ResponderEliminarGracias M. Tú siempre animando. Besos
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