Tarde de Reyes
Tarde de Reyes
He salido a pasear en un escenario
cargado de alegría; el aroma a felicidad traspiraba por las calles y las avenidas,
pese a que la oscuridad de la tarde amenazara con cubrir las aceras repletas de
familias cargadas de regalos y sonrisas a tutiplén.
Me he preguntado cómo una sociedad
que desea el laicismo, era tan religiosamente creyente. Poco después, he caído
en la cuenta de que no se trataba de creencias, sino de unas tradiciones
amparadas por muchos siglos de existencia, y, quizá, de una economía algo menos
apurada que anteriormente. Por suerte, la crisis se disipa, se nota en el
ambiente.
Me he subido a ese carro repleto de
júbilo que generaba la atmósfera. Los comercios cerrados, las calzadas con poco
tráfico, aglomeraciones en las salidas de los restaurantes, colas en las
pastelerías, contenedores de basura con montones de cajas de juguetes…
Los comercios de los chinos estaban
abiertos, lo mismo que los fruterías de pakistaníes u otros establecimientos de
dogmas opuestos; para ellos es un día como otro cualquiera. Me gusta esa mezcla
de culturas que arrasa a esta Europa caduca y decadente.
Y, de repente, ¡zas! Como si fuera
una caricatura marchita del jolgorio que me invadía, me he cruzado con varios
ancianos, algunos sin techo y una silla de ruedas empujada por una madre
resignada que veía el cuerpo enflaquecido de su hijo, con parálisis cerebral.
Todos solos.
Un relámpago ha cruzado mi
raciocinio… ¡Anna, que afortunada eres! He pensado. Sin embargo, unas palabras
se han grabado en memoria para siempre: «Soledades parejas: ancianos, enfermos
e indigentes. Pocos se les acercan por miedo al contagio».
Anna Genovés
06/01/2017
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