La zona oscura: resiliencia
Hace años, después de sufrir un
aparatoso accidente, un amigo permaneció varios días en coma. Cuando
despertó, pasó bastantes meses en rehabilitación hasta que su existencia volvió,
poco a poco, a la normalidad.
Nunca hablábamos del tema: era
tabú. Como si el mero hecho de recordarlo supusiera un drama; lógico si
pensamos en la trágica experiencia por la que había pasado. A todos nos
sucedería lo mismo en mayor o menor medida, cada persona tiene un grado de resiliencia. O dicho de otra forma,
capacidad de adaptación frente a una situación adversa. Un tema muy interesante
que, tal vez, diseccionaremos más adelante...
Sin embargo, hoy, nos centraremos
en la esa zona oscura por la que paseó mi compañero. El otro día rompió el hielo y me contó su
vivencia... ¡Me quedé muerta! Sin previo aviso, me soltó:
–Fue tan rápido como una ráfaga de viento. Pero estuve en el otro lado…
–Pero… ¿qué dices? –pregunté escéptica.
–A alguien tenía que contárselo... –me miró con ojos triste y comprendí que
debía escucharlo. No oírlo como quien oye sonidos ambiguos, sino escuchar todas
y cada una de las palabras que me revelara.
–Adelante,
cuéntame lo que quieras… te escucho –dije de corazón.
–Verás,
en los minutos que estuve clínicamente muerto, no vi nada de nada.
Abrí
los ojos como platos.
»Sí.
No me mires con cara de chiflada. Me vi rodeado de batas verdes y, de repente,
se hizo el frío…, la oscuridad.
–¿Y ya está? –indiqué algo perturbada.
–Por desgracia, sí. No vi ni túneles ni luces blancas ni siluetas
difuminadas ni al gran hacedor del Universo. Tampoco escuché cánticos celestes
o sonido diabólicos... Te lo juro. No vi ni sentí una mierda. Nada tía, nada –comentó
encogiéndose de hombros. Un segundo más tarde, añadió—: Cuando me reanimaron tuve
arcadas; me estaban desentubando. Después, vislumbré las mismas batas verdes y
etcétera… –Su mirada se perdió en el reguero interminable de hormigas que
pululaban por el césped.
–Tranquilo no sigas. Te veo afligido –comenté asiendo su mano a la par que
agregaba—: Otro día me cuentas el resto. ¿Qué te parece?
–Poco más puedo decir... ¿No lo entiendes? No hay nada más. Te mueres y
punto.
–Anda, recordemos cosas más agradables, ¿vale? –insinué para cambiar de
tema. Pero él siguió erre que erre con la mirada extraviada en el afanoso ir y
venir de esos insectos eurosociales que tan a gusto trabajaban. Y su lengua,
como si el mismísimo Leopoldo Mª Panero le hubiera poseído, siguió hablando...
–Fue como si la vida se hubiera parado en un determinado instante y hubiera
regresado minutos después. El fundido en negro de un film noir en el que ha salido el cartel de The end. El interruptor que se apaga y no vuelve a generar
electricidad. El androide cuyo programa se asfixia por el capricho del amo o por
una avería fatal. ¡Leche! Morí sin remedio y sin perdón… ¡Aghgggggh! –soltó con
cara de asco. Inmediato, chafó con todas sus fuerzas a los formícidos que
bailaban al ritmo del chachachá por sus pies, y exclamo—: ¡Puta vida!
Su rostro se frunció, y el mío,
también. Pero, por suerte, ahí quedó la cosa. Me estaban entrando verdaderos escalofríos.
No puedo negar mis creencias. Ni voy a misa ni rezo… empero, creo en algo superior; llámese Dios o
como más os agrade. Y tengo fe: a menudo me repito que existe algo después de
la muerte terrena. Quizá, por este motivo, su secreto me afectó bastante. Deseaba
que me contara algo especial, necesitaba
ese halo de esperanza para seguir creyendo en lo intangible.
La vida después de la muerte es un
pensamiento recurrente entre los mortales sean o no devotos. Algo que no
podemos obviar y que nos persigue desde el inicio de la Humanidad. Pongamos por
ejemplo la civilización egipcia donde cuidaban más los detalles de El más allá que los tangibles. En la
actualidad, bien mirado, la esencia del culto a los muertos no ha variado
demasiado. Los diferentes dogmas que cohabitan en nuestro mundo siguen teniendo
una devoción especial y espiritual por los seres queridos que fallecen y no
volvemos a ver jamás. Por lo menos, no en esta vida y en este planeta que hemos
llamado Tierra.
No cuentan los muertos arrojados
al Dios-Río Ganges, donde los hindúes igual se bañan que lavan los platos. Tampoco hablamos de los cuerpos sin vida
que aparecen en cualquier parte del Globo Terráqueo fruto de homicidios
perniciosos. O de la Granja de cadáveres
del complejo de Investigación Antropológica de Tennessee. Si apartamos algunas
situaciones determinadas, como estos ejemplos, descubrimos que todas las
religiones, de uno u otro modo, veneran a sus antepasados de forma extraordinaria.
Por eso no es de extrañar que
existan creencias, mayormente pseudocientíficas, que buscan testimonios
alentadores sobre la vida después de la vida. ¿Por qué? Porque son muchas
las personas que tras pasar por una muerte clínica, una fase comatosa o a una
resucitación cardiaca, contemplan o perciben algo similar a túneles largos,
luces blancas, universos paralelos, abrazos de allegados fallecidos o al
mismísimo Caronte llevándote al Hades después del Judicium Divinum donde se pesan los actos piadosos y maléficos de
cada hombre.
Y un largo etcétera...
Al margen de estas evidencias, poco
ortodoxas, he encontrado diversas pruebas médicas que hablan de las experiencias
cercanas a la muerte o ECM, de
algunos pacientes. El doctor en Psiquiatría y licenciado en Filosofía Raymond Moody es un experto en el tema. Entre sus numerosos estudios científicos, destaca
el realizado a más de un centenar de afectados por diferentes estadios ECM.
Humildemente, como la mujer pacata
y mística que soy, tras hojear abundante documentación sobre dicha temática he
percibido algo un tanto sospechoso... Veo demasiada casualidad que los
paraísos y/o personajes omnipotentes visualizados por los afectados adopten las
formas del credo que profesan. ¡Ojo! No me río de nadie. En alguna ocasión he
sentido fenómenos paranormales en mis carnes. Es solo una apreciación.
Sin olvidar que algunos pacientes afectados
por ECM tuvieron vivencias aterradoras, el patrón general asociado a dichos
enfermos es placentero y sigue unas pautas concretas que podemos resumir en el siguiente
listado:
1.
Lo primero que sienten es la percepción de salir
fuera de su cuerpo y ver lo que les rodea a modo de viaje astral. Incluso
escuchan la hora de su fallecimiento.
2. A continuación, tras caminar por un túnel, algunos
afectados por ECM experimentan ascensiones celestes. (Esto me recuerda el
serial The Leftovers).
3.
Sucesivo, visualizan la silueta de una figura
luminosa; acompañada o no por música. (Me pregunto si será un ángel, arcángel o
el mismísimo y todopoderoso Señor del Cielo y la Tierra).
4.
Un instante más tarde, la sensación de paz se
acrecienta y desaparece todo tipo de dolor: físico y psíquico.
5.
Durante este período aparecen las primeras visiones
de personas fallecidas que agasajan al recién llegado.
6. Poco después, la silueta resplandeciente
entabla una conversación telepática con el advenedizo. (En este apartado es
donde he descubierto más testimonios sobre el cambio de formas del Creador y El
Paraíso. Ambos se modelan según el credo que profesa el paciente aquejado por
ECM).
7.
De inmediato, este ser superior revisa la
existencia del individuo.
9.
Entonces, el afectado por ECM encuentra una
especie de obstáculo que no le deja proseguir por ese camino de perfección, y recuerda
que todavía sigue vivo.
10.
Consecutivo, le sobreviene una aversión a la hipotética
resurrección terrenal. No obstante, comienza a sentirse vivo en un plano
diferente a ese mundo feliz en el que ha vivido por unos instantes cuasi
perfectos. Y, de repente, el Edén Celestial desaparece.
11.
Justo entonces, abre los ojos y ve la realidad
que le rodea. Siente miedo a contar su vivencia extrasensorial. Miedo a no ser
creído.
12.
Paralelamente a este estupor, desaparece el
miedo a la Dama de la Hoz reconvertida en el ángel redentor que les llevará a
un plano superior.
13.
Tras la rehabilitación necesaria, los
afectados por ECM regresan a su rutina cotidiana. Desde ese instante, tanto su
vida como sus valores personales, mejoran.
Estas confusas investigaciones se explican
desde cuatro vertientes:
1.
Espiritual
2.
Psicoanalítica.
3.
Fisiológica
4.
Telepática.
Y aquí lo dejo, amigos, el tema da para tanto que de seguir investigando podría
escribir más de una novela. ¿Quién sabe? Opinad
vosotros mismos…
©Anna Genovés
Publicada en este blog el 11/05/2017
Revisada 2021
Ilustraciones tomadas de la red: El Bosco y
Gustave Doré
Genovés vuelve con sus cosas... Se agradece
ResponderEliminarGracias a ti por estar al tanto de las novedades de este blog... Un abrazo
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