Sandalias por las orejas
Sandalias
por las orejas
A true story
Experiencias desagradables suceden a diario… Cosas de mujeres y La Moda.
El otro día vi unas sandalias que me
molaron bastante. En ese momento no disponía de dinero y no me las llevé.
Tenía lo justo para adquirir un regalo. Sin embargo, a mi amiga no le quedaban
bien los zapatos que le había comprado, y me dije a mí misma: “Esta es la tuya,
Anna, los devuelves y te coges las sandalias que te han gustado”.
Solo quedaba mi
número y otro par. Cuando miré el precio
vi que las pegatinas de la suela marcaban distintos importes. La diferencia
entre par y par era de diez euros. De inmediato pensé que algo iba mal… Fui a
la caja con ambos pares. Toda ingenua, le dije a la dependienta que debía cobrarme
el precio más bajo. Pero la chica contestó que era un error y que, por tanto,
tenía a cobrarme el precio que indicaba el ordenador.
Me había ocurrido
lo mismo dos semanas atrás. ¡Manda huevos! En
aquella ocasión pagué lo que me dijeron, pero estaba más que harta de tantos
deslices comerciales, y pensé: “Ya está bien de ser gilipollas. Si se han
equivocado que paguen las consecuencias y punto”. La cajera no entró en razones
y el ambiente se caldeó más de lo normal por ambas partes.
Poco después, se unió a la feria otra dependienta. Por
cierto, bastante maleducada. Al instante, el encargado… ¡ya te digo! Una
persona que no sabe arreglar un asunto tan sencillo, por amor propio, por
orgullo profesional, por la manida frase: “El cliente siempre tiene la razón”,
por… nos hemos equivocado y hay que cobrarle a la señora lo que dice, por lo
que sea… No debería ocupar dicho puesto laboral. Acto seguido, llegó otra señorita con carita de hacerse cargo de la
situación; bastante educada y calladita bajo presión del cacique que la
miraba con ojos asesinos: “Si dices algo te despido”.
Llegado este punto, les comenté que si no me
cobraban el costo más bajo llamaría a la Policía Local. “Pues adelante,
haga lo que tenga que hacer, señora”. Soltaron muy gallitos ‘todos a una’. Como
los mosqueperros de una TV caduca. Para
rematar, se unió al cotarro el pariente
de alguna de las chicas que dijo ser abogado. ¡Ya les vale! El grupeto saltó sobre la Maruja empecinada en inclinar la balanza su favor. Con toda la
razón del mundo, dicho sea de paso.
Muchos de vosotros pensareis: “¡Caray con
‘la Genovés’, ponerse así por diez eurachos!”. Si veo un céntimo de euro,
me agacho a recogerlo; no tengo ni blanca. Asimismo, me desagradan las
injusticias y la falta de respeto. Eso sí, gozo de más libertad que cuando nadaba
en la abundancia. Antes, no luchaba por
lo que era mío. Ahora, sí.
Evidentemente, todos
cometemos errores. Yo, la primera. Empero recuerdo
mis años de tendera –lo digo con todo el cariño del mundo—. Puedo aseverar que incidencias similares han
sucedido siempre… Y, habitualmente,
se cobraba al cliente el montante inferior.
Al final, hablé con un poli que hacía guardia en un
concierto juvenil y no podía dejar
su puesto, claro está. Hubiera sido una imprudencia. Pues bien, el madero declaró que tenía la razón; aunque
señaló que no se podía obligar al
comerciante a cobrarme la tasa inferior. Debía poner una reclamación. Así
lo he hecho. De igual modo, siguiendo sus consejos, fotografié las sandalias con los diversos precios adheridos a las
suelas.
Ya me he
explayado suficiente… Por cierto, no
compréis en las Zapaterías Super Mira o sucedáneos –establecimientos sin
especializar y con plantillas obtusas—. Podéis
encontraros con individuos que recen: “Erramos porque somos humanos y nos
lavamos la manos como Pilatos”. Un hombre un tanto repelente, por lo menos para
los cristianos.
Que sí, que lo
sé. Cobrarán cuatro putos euros mensuales. La vida es dura, muy dura. Quizá
demasiado. En mi caso, comencé a trabajar a los 15 años y pocos me echaron una
mano. Las he pasado putas en muchos curros. Por este motivo, no hay que olvidar
las minucias. Los granitos de arena pueden tornarse balones gigantes que nos
aplasten.
Con este rollazo…
¿qué queréis que os diga? Las sandalias me salieron por las orejas. ¡Acabé
hasta el orto! Cuando pueda iré a Consumo –reclamación y fotografías en mano—. ¡Joder!
Lo siento, no puedo decir otra cosa, ¡qué mal se trabaja en este país! No me
extraña que pase lo que pasa… Por suerte, no todo los currantes son así.
Reconozco que me comporté
como un forúnculo purulento en el trasero. No obstante, una vocecilla interna,
me susurró: “Ya era hora de que fueras un poco valiente, Genovés, que tan solo
te queda un Telediario. Gallito con las teclas y cobarde con el face to face. Hoy has estado bizarra”.
©Anna Genovés
09/06/2017
09/06/2017
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