La mirada del tuerto
Efrén era tan guapo que cuando
abrió los ojos, cristalinos como las playas de Bora Bora, los asistentes al
parto se quedaron mudos.
De inmediato, la familia supo que
debía olvidar los nombres frecuentes en varones; ese querube del cielo merecía
llamarse de forma singular.
Cuando la madre se hubo recuperado,
el matrimonio se acercó a la iglesia para hablar con el párroco del barrio; a mediados
de los 50 era la persona más adecuada para tales menesteres.
Después de conocer al bebé y de
releer el A.T., el eclesiástico dijo a los padres que el niño tenía que
llamarse Efrén; cuyo contenido significa fructífero.
Ha medida que los años pasaban,
el pequeño creía ungido de candidez; esbelto y generoso: tenía buen corazón.
Algo que sirvió para que las personas de su entorno lo amaran o codiciaran de
igual forma. Pero, de entre todas sus cualidades, la belleza era la más
envidiada.
En la pubertad comprendió que las
niñas servían para algo más que jugar. Él carecía de pensamientos impuros… no
obstante, las adolescentes espabiladas lo azuzaban como la apetitosa manzana,
crujiente y sanguínea, que Eva le dio a Adán.
En un momento de debilidad, tuvo sexo
con tantas mujeres –de edades y jerarquías dispares— que optó por aborrecerlas.
Algo similar le sucedió con los hombres, quienes revoloteaban a su alrededor
como abejorros zumbones en las inmediaciones de un goloso panal.
Con todo, seguía su vida como un
buen devoto; por la mañana ayudaba en el negocio familiar. Y por la tarde, estudiaba.
La vida siguió su camino sin
prisa ni pausa: puntual como un incansable reloj de arena que funcionaba y
devoraba el vigor de Efrén sin que él se diera cuenta. No conoció la crisis de
los treinta ni la depresión de los cuarenta o el miedo de los cincuenta. Pero…
¡ay! El 15 de mayo de 2015, con la tarta de los sesenta, se derrumbó. Había
pasado de ser un dandi a ser un sobrero con un trabajo de monitor en un colegio
privado.
La belleza tiene un diezmo muy
elevado que solo comprendemos quienes la poseemos. Sí, soy vanidoso, ¿Y qué? ¿Todos
tenemos defectos? Pensó Efrén el día que se miró en el espejo y no se
reconoció: alopecia avanzada, flacidez en el rostro, vientre abultado e
insondables ojeras; reflejo de la tristeza que lo había acompañado desde que comprendió
que daba igual lo que estudiara o las cualidades que poseyera, los humanos lo
habían crucificado por su apariencia.
–¡Ya está bien, Efrén! Toda la
vida igual. Como si fueras un idiota –bramó a su reflejo. Y añadió—: ¡Hala
guapo! ¿No te has pasado la vida intentando decirle a los demás que eras algo
más que envoltura? ¿Y qué? Nadie te ha creído. ¡Gástate los ahorros en arreglar tu
apagada seducción!
Dicho esto, hizo un respingo y se
sentó frente al ordenador a la busca de médicos de estética y cirujanos
plásticos.
Tras una semana de investigación,
se abrió un perfil falso con un alias mujeril en En femenino. Días más tarde, descubrió que existían más
esteticohólicos de lo que jamás hubiera imaginado. De igual modo, averiguó
quiénes eran los mejores profesionales en cada especialidad; para ello, se fijó
en las valoraciones de Google y los comentarios de los pacientes.
Lo primero que hizo fue marcharse
una semana a Turquía para implantarse cabello; los injertos capilares quedaron
de maravilla. Meses después, su cabeza, otrora pelada, lucía un frondoso vello
recortado a lo marine. Su autoestima subió de golpe cinco escalones.
Siguiente paso: bótox. Fue directo
a un médico de estética sito en un hospital de renombre en su ciudad. Sabía que
inyectar la toxina botulínica era para un doctor lo mismo que para un
carpintero, lijar: un trabajo rutinario y técnico.
Al entrar en la consulta y
conocer al galeno, el estómago le dio un vuelco. El caballero, cuarentón, ni
guapo ni feo pese a llevar el rostro recauchutado, parecía súper amable. Empero,
tenía un defecto ocular a lo Forest Whitaker: el ojo izquierdo plegado y de
mirada fija. Un relámpago matutino fulminó el caletre de Efrén: “¡Caray! Con
todo lo que lleva… bien podía habérselo arreglado”, pensó. De inmediato, se
solidarizó con el médico y caviló lo contrario: “Es un hombre valiente. Me
gusta”.
Como la experiencia botulínica quedó
perfecta, cuando regresó para el retoque, le preguntó a ese facultativo de
mirada obtusa con toda la confianza del mundo:
–Doctor si estuviera en mi lugar,
¿qué se haría?
El hombre sonrió y le contestó:
–Voy a serle franco. Tiene usted
un buen mimbre, pero los años no pasan en balde… así que primero le pondría
unos hilos tensores para remodelar su óvalo. Después, le inyectaría ácido hialurónico
en el mentón para que no resultara tan prominente. Y, por último, resaltaría
sus pómulos.
Efrén hizo sus cábalas y contestó:
–Pues… adelante.
–Entonces, ¿le doy cita para otro
día?
–Doctor si pudiera empezar hoy
mismo, se lo agradecería.
–Tengo la agenda bastante
apretada, pero… puedo colocarle los hilos y otro día el hialurónico.
–Me parece bien.
Efrén salió de la consulta
hinchado como una bota de vino. Y, al día siguiente, parecía que tenía paperas.
Al mirarse en el espejo, literalmente, se cagó en todo. Cuando sus amigos,
duchos en la materia, lo vieron, le dijeron que cambiara de especialista. Sin
embargo, Efrén le ha cogido aprecio a ese doctor de ojo torcido y labia
hipnótica.
Semanas más tarde, le administraron
hialurónico. A posterior, tenía los pómulos más abultados que Quentin –el
hombre que lleva un sinfín de operaciones para parecerse a Ken, el novio de
Barbie—. Cabreado, regresó a la consulta del doctor Rufián.
–No se preocupe, Efrén. Ha
retenido líquidos y se le han inflamado más de lo habitual ––le comentó el
doctor de mala gana.
–Doctor Rufián es lo mismo que me
dijo con las dos bolas que me salieron en la mandíbula después de colocarme los
hilos tensores.
–¿Qué le vamos hacer? –el médico
se encogió de hombros y prosiguió—: Le daremos unas sesiones de radiofrecuencia por gentileza de la clínica. Verá cómo esos pómulos le quedan de
maravilla.
¡Joder! Solo faltaba que me las
cobraran, pensó Efrén, que ya estaba hasta los huevos de tanta gilipollez y con
muchas dudas sobre el hijoputa del matasanos.
Después de varias sesiones de
radiofrecuencia, descubrió que el tratamiento, aparte de eliminar la posible retención
de líquidos, destruía el ácido hialurónico que le habían puesto y cobrado a
precio de oro. También averiguó que el doctor Rufián no tenía un ojo caído,
sino de cristal.
La historia acabó con diferentes
retoques de pómulos y un rifirrafe entre doctor/paciente:
–Mire doctor, parezco idiota,
pero no lo soy. Me ha dejado la cara con más socavones que la maqueta de una
urbanización de lujo.
–Pero si está usted hecho un
jabato.
–¿Se burla de mí?
–Nada de eso. Si no le gustan los
resultados pase usted por cirugía plástica –contestó el sacadurosbutolínico con rostro fruncido.
–Y ya está –replicó Efrén.
–Por
supuesto. Con sus años, no se puede hacer más.
–¡Es
usted un tuercebotas! Y me lo dice, ahora, cuando sabe mi edad desde el
principio y me dijo que no me hacía falta pasar por ningún quirófano.
–¡Oiga!
No me insulte y no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo. ¡Que llamo a
seguridad!
Efrén respiró hondo y contestó:
–Me apena lo que voy a decir,
pero, ciertamente no me puedo callar. Usted no ve bien, cambié de oficio. Un día va a desgraciar a alguien y le pondrán un pleito. Ya lo
dice el refrán: “No te fíes de un tuerto”.
Efrén se levantó, se arregló la
chaqueta y salió de la consulta como un caballero.
****
Semanas más tarde, dejó una protesta
formal del ínclito hospital en Google. No habían pasado ni veinte minutos cuando
le telefonean para disculparse; la coordinadora del doctor Rufián se deshizo como
un flan. Casi se le abre de piernas por el auricular del fijo de su casa.
–De verdad que no se arrepentirá…
tendrá todos los tratamientos gratis y más… –le dice, dulzona, arrastrado la
voz como los maullidos de una gata en celo.
Efrén los manda a paseo.
****
Pasados unos meses, Efrén acude a
una clínica de estética con reseñas de todo tipo. Le atiende una mujer madura y
hermosa como el Aston Martin de 007.
Gracias a las distintas sesiones de la especialista, su ego se recompone.
Al año siguiente, Efrén luce la
imagen de un atractivo sesentañero. Tierno, besa a su compañera: la doctora Aston.
©Anna Genovés
10 de marzo de 2019
P.D. Moraleja: “No te fíes ni un
pelo de las reseñas positivas al 100%”.
Mannish Boy Subtitulada Español Rolling Stones, Muddy Waters &
Rolling Bilbao cover HD
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