¡Qué guasa con WhatsApp!
¡Qué
guasa con WhatsApp!
A mediados de 2010 –aproximadamente un
año después de que WhatsApp irrumpiera en nuestras vidas— muchos usuarios
seguían enviando SMS. Tania era una de ellas. Estaba atacada enviándole un
mensaje a su amiga Vanessa. El teléfono era nuevo y le costaba manejarlo. Tecleaba
los iconos de su Galaxy-S con tanta torpeza que se enfadaba consigo misma—:
–¡Maldita sea! Será una pasada de
teléfono, pero como no aprenda a usarlo pronto me va a dar un síncope –gritaba
por el pasillo de casa—. Con sólo rozarlo salta de una a otra letra como si
fuera un muelle. Me ha costado más enviar el puñetero mensaje que hacer unas
lentejas. O soy muy lerda o no sirvo para esto de la tecnología.
Lo acababa de dejar en la mesita del
comedor cuando entró una llamada y prosiguió con su soliloquio matutino—:
–¡Jo! No gano para sustos con el
Galaxy de las narices. ¿A ver quién es? ¡Qué bien! Es mi amiguita.
Se apresura a contestar—:
–¿Cómo andas, querida?
–Bien, bien… Poniendo en
funcionamiento a las dependientas novatas. Mi jefe solo quiere jovencitas.
¡Será mamón! ¡Ah! Y quéjate, parece que me perdone la vida. Total. ¿Qué pasa?
Tengo cuarenta y tres años y llevo la talla 36. Los modelitos de la boutique me
quedan genial, amén de dejarme medio sueldo en tratamientos faciales e ir al
gimnasio. ¡Ya quisieran muchas tennager!
–Tienes razón Vanessa, pero la vida es
así de cruel y los hombres así de machistas. Muchas veces alentados por algunas
mujeres…, no lo olvides. Tienes más de veinte y ya eres madurita… Más de
treinta y eres una abuelita… Más de cuarenta… Y te tiran, ipso facto, al
contenedor de desperdicios. A partir de los 50 ya no existes. Son tópicos que,
a veces, nosotras mismas fomentamos. Mi vecinilla, una pocholada de
veinteañera, no puede ni verme porque llevo ropa juvenil como tú. A ella le
gustaría que me vistiera marujil. Sin insultar, que hay “Marus” encantadoras.
Me refiero a esas mujeres –de la edad que sea— que piensan como la Santa
Inquisición, cotillean a todas horas y se visten de señoras cuando todavía son
unas crías. En fin, cada cual que haga lo que le venga en gana con su vida que
no con la de otros.
–Aquí hay mucha tela… ya lo
comentaremos con tranquilidad. Te llamaba por lo del cine. Quería decirte que
el sábado libro y me apetece muchísimo ir. Viggo Mortensen me chifla y la peli
pinta bien.
–¡Genial! Te parece que quedamos sobre
las cinco y media… Nos tomamos un piscolabis y después vamos a los cines Lys.
–¡Estupendo!
–Espera Merche, Quería decirte otra
cosa…
–¿Tú dirás?
–Me has enviado un SMS ¿no?
–Calla, calla… ¡estoy harta del
telefonito!
–¡BUAHHH!!!!! Si es una pasada. A eso
voy.
–¿Qué quieres que me meta en internet
y etcétera…?
–Quiero que te descargues una App que
se llama WhatsApp.
–¿Guap qué?
–Ja, ja, ja… Apunta
Vanessa le deletrea el nombre y Tania se
lo escribe en un papel y le pregunta a su amiga—:
–¿Y para qué sirve?
–Es un chat gratuito que funciona
entre las distintas compañías telefónicas: te ahorras un montón de euros y
puedes hablar con todos los colegas del mundo.
–¿Quieres decir que en vez SMS te
envío un WhatsApp y no me cobran?
–Exacto.
–¡Me apunto!
Vanessa le da las instrucciones para
que se descargue la App y, en unos días, la instruye en cómo utilizarlo. Y, de
esta manera tan ingenua, WhatsApp entra en la vida de Tania.
Una semana más tarde, maneja su Galaxy
como si fuera una Lolita post moderna. Ciertamente, se engancha de tal manera
que no deja el móvil ni para ir al WC. Las redes sociales le pirran y los
grupos de WhatsApp, más.
Un sábado su marido estalla.
–¡Cariño la comida está en la mesa!
–le dice Tania a su esposo.
–Ya voy Tania que estoy terminando
unas facturas del trabajo.
–¡Ja! Que te conozco muy bien, pájaro.
Seguro que estás metido en alguna página para adultos.
–Me has pillado. Estoy preparando una
peliculita, de esas que tanto nos gustan, para después de comer.
–¡Uf! Vale, pero no tardes…
Poco después, el marido entra en el
comedor con una sonrisa de oreja a oreja, frotándose las manos. Le da un beso
pringoso en la mejilla y se sienta en la mesa. En mitad de la comida suena la
campanita de WhatsApp. Tania asalta su Galaxy como si fuera algo de vida o
muerte y comienza a reír, tecleando.
–Es Vanessa –le dice a su marido y,
prosigue—: Mira que emojis me envía para decirme que está harta de su jefe.
Esto del WhatsApp es un magnífico invento. ¡Oye! Ni un euro.
–Sí cariño, tienes la razón, pero como
te pongas a guasapear, se te enfría la comida –contesta el hombre.
Con la rapidez de una gacela, Merche,
responde a su amiga. De inmediato, recibe la contestación y ríe que te ríe a
contestar. Así, un sinfín de veces, mientras termina de comer y recoge la
vajilla.
Su marido pasa al dormitorio y la
reclama. Está en ropa interior: recostado de medio lado como la mismísima Maja
Desnuda de Goya. Es atractivo y se mantiene en plena forma; sin lugar a
dudas es un apetecible bocado para cualquier mujer.
Tania entra en la habitación sonriendo
–Samsung en mano— Al verlo, se relame los labios, se arrodilla sobre la cama
caminando siseaste a cuatro patas como una verdadera tigresa. Pasa sus dedos
–con uñas de porcelana y manos cuidadas— por el torso desnudo de su amante.
–Eres tan atractivo como el primer
día, Alex –su voz es susurrante como la de un felino— Yo tampoco estoy mal
¿verdad, cariño?
–Déjame que lo compruebe –le dice el
marido mientras le desabrocha la blusa de gasa— ¡Guauuu!!! –maúlla como un gato al ver el abdomen de su
esposa a la que piropea—: Veo que haces bien los deberes. Creo que no hace
falta que pongamos ninguna peli…
Se enrollan como dos amantes
entregados a la pasión. Y, de repente, suena el WhatsApp. Tania le pega un empujoncito
y lo separa con gracia. Lee el mensaje, ríe a carcajada limpia y teclea, como
una posesa, una y otra vez con los tintineos de la App de por medio, ante la
cara atónita de su esposo…
En un intento desesperado, Alex
enchufa el televisor y la pantalla se inunda de respiraciones silbantes.
–Así cariño así… ¡Qué bien lo haces!
¡Ayyy! ¡Qué gusto! –jadean en plena faena el dueto porno.
Tania mira de reojo y deja el Samsung.
Runrunea cual leona en celo. El hombre se vuelve a animar. Se desnudan y
comienzan a imitar la escena del televisor. De improviso, suena la campanita
del móvil y se aparta de su partenaire con mimo.
–Alex, espera un poquito, solo un
poquito que Vanessa me estaba contando un cotilleo muy divertido de su jefe.
–Pero mujer, que uno está como está
–insinúa el amante despechado con cara de póker y señalando su glande erecto
como un mástil de bandera.
–Amor ¡está fenomenal! Seguro que
aguanta un ratito…
–Un ratito…
–Sí hombre, un ratito. Entretente con
la peli.
–Cualquiera diría que prefieres las
teclas del Galaxy a las mías.
–¡Qué gracioso eres! Tendré que
estudiarlo.
–O lo dejas o te vas a enterar…
–Pero... ¿qué dices? Al final va a
resultar que Vanessa tiene razón y eres un puto celoso. ¡Qué no te pongo los
cuernos! Me lo regalaste tú para que me entretuviera. ¿O no?
–Sí, churri… ¡Para que te
entretuvieras cuando estuvieras aburrida ¡
–¡Pues eso hago!
–¿Y yo qué?
–Tú con una peli que yo guasapeo. Je,
je, je…
Vanessa ha descubierto que guasapear
es más divertido que otras labores maritales y se pregunta si el tipo que lo
inventó en vez de WhatsApp tenía que haberlo llamado “guasa”. Porque –al fin y
al cabo— eso hacemos: cotillear y guasearnos los unos de los otros. En plena era
tecnológica, nos hemos convertido en unos correveidiles informatizados.
Ann@
Genovés
18/05/2012
Remasterizado el veintisiete de enero
de 2021
NOTA*
Hice un experimento con un relato
malo, escrito en 2012. Lo he customizado y este es el resultado: otro relato
malo, pero, mejor escrito que el anterior. Siempre no salen las cosas como una
desea.
Buen finde, chic@s 😉
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