Las 12 últimas lecturas




Las 12 últimas lecturas

En años anteriores, subía una entrada con los libros que había leído y una reseña del que más me había impactado. Pero, en 2017, por motivos laborales, me fue imposible hacerla. De hecho, estoy tan apartada de la escritura, que me tortura pensarlo; es como si me hubiera sobrevenido un divorcio inesperado y doloroso.

Las entrañas gimen, las ideas fluyen, la novela terminada, a la espera de ser revisada, me grita constantemente: “Por favor, no me abandones”. Sin embargo, los días tienen veinticuatro horas, y, en esta época tardía de la vida, ahora que los impulsos comienzan a frustrarse y que deseaba entregarme en cuerpo y alma a esa pasión intrínseca en mi persona: la escritura. Un cortafuego ha paralizado cualquier pensamiento novelesco de mi hechura.

A veces, me despierto por la noche empapada en un sudor frío que congela la piel que me recubre y los huesos que me sujetan. La imposibilidad de plasmar en los folios níveos la imaginación que comprime mi cerebelo y aprisiona mi ensueño: es insoportable.

Sin embargo, todo llegará. Como dijo Jean Jacques Rousseau: “La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces”.

A lo que iba… El listado de los últimos libros que he leído y el resumen de uno de ellos. Un compendio de lecturas dispares, tanto en temática como género. Todas las obras han sido de mi agrado, y, por uno u otro motivo, me han hecho reflexionar. Voy a reseñar Gomorra, de Roberto Saviano, por causas que desvelaré más adelante... Justo, en el sumario del mismo.

Las 12 últimas lecturas



1.                  Soy leyenda, de Richard Matheson. Si sois adictos a la Ciencia ficción, y aún no lo habéis leído… ¡Ya tardáis! Mientras lo examinaba, rememoraba las imágenes de su adaptación a la pantalla grande: El último hombre vivo. Un Charlton Heston encarnando al solitario e insensible Robert Neville invadía mi memoria. Muy recomendable.

2.                  Red Riding Quartet, de David Peace. Brutal. Una crónica periodística en la que se incluyen los asesinatos del Destripador de Yorkshire. Pese a tener una base real, personajes y trama son ficticios. El autor recorre el submundo de la corrupción policial, el crimen organizado y diversos asesinatos envueltos en la pedofilia de forma magistral. Muy recomendable.



3.                  Hannibal: el origen del mal, de Thomas Harris. Si todavía no conoces el horror de manera poética, no olvides degustar sus páginas. El escritor tiene una pluma ágil y majestuosa, de adjetivación y preciosismo, insuperable. Te atrapa desde la primera página. Dudo que la monstruosidad pueda describirse con mayor delicadeza. Caerás rendido a sus pies como un esclavo ante el látigo de su dueño. Obra maestra.

4.                  Llamada para el muerto, de John le Carré. Como todas las del autor, entretiene sin tener que pensar demasiado. Es la primera aparición de uno de sus personajes emblemáticos: George Smiley –agente del MI6—. De estilográfica dinámica y toques de ese humor tan British, te hará pasar un buen rato de principio a fin. Recomendable.

5.                  Llenos de vida, de John Fante. ¡Ufff…! Nada que ver con las anteriores, pero… ¡qué bien escribía! Una pequeña autobiografía en la que recrea la agradable/horrenda vida que llevaba en la década de los 50 como parte de la clase media americana de la época. Te trasmite esa gran mentira del sueño americano que, generación tras generación, te han hecho creer. Recomendable.



6.                  Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides. Magistral. Un auténtico drama que te subyuga desde la primera línea. Maravillosamente llevada al cine por Sofía Coppola, narra la trágica vida de una familia de clase media americana compuesta por un quinteto de adolescentes y unos padres anticuados e intransigentes que llevan a sus cinco hijas –preciosas hadas de nacarada piel y ojos dulzones—, a consumar una serie de teatrales suicidios. Actual, y, desde mi punto de vista, de lectura obligada para los padres. Obra maestra.

7.                  Crímenes bestiales, de Patricia Highsmith. De plumaje impecable, la autora manifiesta su malestar ante la injusticia y las relaciones humanas. La fórmula que emplea Highsmith es muy original: los animales de compañía se rebelan contra sus amos, evidenciando el paralelismo entre las clases sometidas y los opresores. Un tema social que no ha llegado a sorprenderme como esperaba. Lejos de El talento de Mr. Ripley u otras novelas de la autora. No he conectado con el libro.

8.                  Los reyes del cool, de Don Wilson. Muy Tarantino. Un jugoso batido entre los film Pulp fiction y Kalifornia. El ascenso al imperio del narcotráfico de tres amigos: un pacifista, un marine y O, la amante de ambos. Contemporánea y trepidante, te muestra cómo el simple cultivo de maría, puede llevarte a la cima del poder. También habla de la piña que te pegas cuando la cumbre se derrumba bajo tus pies. Muy recomendable.

9.                  Cuentos paralelos –versión original y completa—, de Isaac Asimov. Si algo me ha enseñado esta novela, además de pasármelo pipa leyéndola, es que los errores ortotipográficos no deben menospreciar nuestro trabajo. Porque, tal como él indica, a modo de: “Errar es de humanos y si una obra vale, vale con errores y sin ellos”. Este libro tiene tantos fallos como genialidades. Asimov era engreído y no se cortaba en decirlo, del mismo modo, su ingenio queda patente en cada una de sus palabras. Muy recomendable.

10.               La dama del lago, de Raymond Chandler. Una de tantas novelas entretenidas y bien escritas, del fantástico genio del noir a la antigua. De por medio, su mítico detective: el entrañable Philip Marlowe. Un caso de desaparición que encierra a femmes fatales y crímenes insospechados que se agradecen desde el inicio. Entretiene, te hace sonreír y te gusta. Recomendable.



11.               Morfina, de Mijal Bulgakov. Un relato tan imprescindible como sui generis que te trasporta al mundo de los efectos secundarios de los morfinómanos, de tal manera que, en algún momento de la lectura, deseas introducirte un chute malévolo de amapola para experimentar en tus carnes las tan apetitosas como mortíferas alucinaciones. Adictiva. Muy recomendable.



12.               Gomorra, de Roberto Saviano. El estilo punzante, real y, en ocasiones, hasta poético, convierten la novela en la joya de la corona, aunque para ello debas pasearte por el fango más escabroso de la sociedad. Saviano juega con sus emociones de amor/odio hacia la tierra e incluso los amigos que lo vieron crecer; los sentimientos son como una marca de agua en todas las páginas. A veces, la lectura es tan densa que llega a asfixiarte. Las palabras cobran vida y te envuelven en su mortífera túnica.

Gomorra no es una crónica periodística o un simple ensayo de la Camorra napolitana y cartesiana; dueña y señora de uno de los barrios más peligrosos de Europa llamado Secondigliano. Es la Biblia con versos ensangrentados de todos y cada uno de sus miembros, familiares, conocidos, amigos de los conocidos, conocidos de los conocidos… los habitantes de Nápoles y alrededores llevan una cruz que los marca y los encadena al Sistema hasta que la Muerte los lleva por delante; sea bajo un árbol cuyas raíces tapizadas de cadáveres afloran, o troceado por irse de la lengua...

Reconozco que antes de leerla era fan de la serie y el film homónimos, de idéntico nombre. Esperaba que la novela fuera un fiel retrato de una de ellas. O, quizá, un cóctel entre ambas: nada más lejos de la realidad. Me di cuenta de inmediato.

El manuscrito, que empieza y termina con el comercio; por un lado, la mercancía fresca: relojes, ordenadores, ropa de alta costura de los mejores modistos italianos… y un largo etcétera, previo almacenaje en lujosos palacetes reconvertidos en naves industriales e introducidos en contenedores que se mueven por el globo terráqueo como pacíficos arcángeles. Y por el otro, con el comercio muerto: auténticas Parcas que degüellan a quienes se ponen delante; me refiero a los residuos tóxicos y químicos que siembran el subsuelo de gran parte de nuestro querido y podrido planeta azul. Cosas de la globalización: los boss de la Camorra compran y venden de todo, inclusive tierras en el culo del mundo para enterrar la putrefacción de sus negocios.

El autor detalla tan esmeradamente cada suceso que, el lector, puede convulsar tras la lectura: no hay calificativo que explique cómo me sentía mientras leía; las mayores atrocidades del humano, tomaban forma. No era ficción, sino, por el contrario, la cruda realidad. Sin embargo, este efecto puede ser contraproducente. Al tener unas descripciones tan generosas y precisas, hay páginas prescindibles y otras cuya grandilocuencia, además de sorprenderte, te sacuden con una fuerza superior a los devastadores tsunamis que zarandean constantemente Indonesia.


…“El proyecto de almacenar los fardos en los pisos había sido ideado por algunos comerciantes chinos a raíz de que la autoridad portuaria de Nápoles presentara una delegación del Congreso estadounidense el plan sobre la seguridad. Este último prevé dividir el puerto en cuatro zonas —para cruceros, para cabotaje, para mercancías y para contenedores— y determinar los riesgos en cada una de ellas. Tras la publicación de este plan de seguridad, para evitar que se pudiese obligar la policía a intervenir, que los periódicos escribieran demasiado tiempo sobre la cuestión e incluso que algunas cámaras de televisión se colaran en busca de alguna escena jugosa, muchos empresarios chinos decidieron que había que cubrirlo todo de un mayor silencio. Debido, asimismo, a un incremento de los costes, había que hacer todavía más imperceptible la presencia de las mercancías. Hacerlas desaparecer en las naves alquiladas en rincones perdidos de la provincia, entre vertederos y campos de tabaco, presentaba el inconveniente de no eliminar el transporte por carretera. Por consiguiente, todos los días entraban al puerto y salían de él no más de diez furgonetas, cargadas de fardos hasta los topes. Solo tenían que recorrer unos metros para llegar a los garajes de los edificios situados frente al puerto. Entrar y salir, bastaba con eso.

Movimientos inexistentes, imperceptibles, perdidos en las maniobras cotidianas del tráfico rodado. Pisos alquilados. Con los tabiques derribados. Garajes que se comunicaban unos con otros, sótanos abarrotados hasta el techo de mercancías. Ningún propietario se atrevía a quejarse. Xian les había pagado todo: alquiler e indemnización por los derribos ilegales. Miles de fardos subían en un ascensor reconvertido en un montacargas. Una jaula de acero metida dentro de los edificios, que hacía deslizarse por sus raíles una plataforma que subía y bajaba continuamente. El trabajo se concentraba en unas horas. La elección de los fardos no era casual. Me tocó descargar a primeros de julio. Un trabajo que cunde, pero que no puedes hacer si no estás entrenado. Hacía un calor tremendamente húmedo. Nadie se atrevía a pedir un aparato de aire acondicionado. Nadie. Y no por miedo a represalias o por una cuestión cultural de obediencia y sumisión. Las personas que descargaban procedían de todos los rincones del mundo. De Ghana, de Costa de Marfil, de China, de Albania... y también de Nápoles, Calabria o Lucania. Nadie pedía nada; todos constataban que las mercancías no pasan calor y eso constituía una razón suficiente para no gastar dinero en acondicionadores.”…

Es pues, un libro hipnótico y minuciosamente argumentado, en el que el autor ha conjugado la expansión de la Camorra de los clanes napolitanos y cartesianos o El Sistema, nombre que actualmente reemplaza al clásico Crimen Organizado, con su política económico-financiera.

Me atrevo a decir que es irrepetible. ¿Quién mejor que Saviano, criado y partícipe de la misma en sus años mozos, podría describir tan escrupulosamente los horrores del Sistema? Nadie. En cierta medida es una obra autobiográfica escrita en primera persona, en la que, el autor, nos descubre los vericuetos y las atrocidades que estrangulan a los habitantes de la zona. ¡Que digo de la zona! Del mundo. Después de leer este documento, te sientes como una oruga que puede ser aplastada en cualquier momento por un puñado de mocosos de gatillo fácil y Kaláshnikov al hombro.

Saviano no habla de lo que todos sabemos a cerca de la Mafia: tráfico de drogas, prostitución, armas... Nos muestra con bravura un sistema perfectamente encajado, cuyos engranajes tienen aduanas y derechos de pernada, amén de un reguero de sanguinolentos cadáveres. El aceite que suaviza la monstruosa máquina es la sangre de los innumerables reventados que se cobra, por balas o cuchillos, por picadoras o toneladas de cal viva. Nadie está libre de pecado y se comercia con TODO. Sí. TODO en mayúsculas: industria textil, calzado, cadenas hoteleras y/o de alimentación, peluquerías, salones de belleza, restaurantes, electrónica, construcción, desperdicios, basura, órganos, personas. Hasta el quiosco del inválido de turno, tiene un hueco en los tentáculos del Sistema.

…”El riesgo de perder dinero no era comparable al beneficio obtenido, sobre todo si se comparaba con los intereses que habrían recibido si hubieran depositado el dinero en el banco. Los únicos inconvenientes eran de tipo organizativo:  menud hacían guardar los panes de coca a los pequeños inversores a fin de que no estuvieran almacenados siempre en el mismo sitio y de que resultara prácticamente imposible confiscarlos. Los clanes camorristas habían logrado ampliar así la circulación de capitales para invertir, implicando también a una pequeña burguesía alejada de los mecanismos delictivos, pero harta de confiar sus propios fondos a los bancos. Habían transformado, asimismo, la distribución al por menor. Los Nuvoletta-Polverino convirtieron las peluquerías y los centros de bronceado en los nuevos minoristas de la coca. Los beneficios del narcotráfico eran reinvertidos después, a través de algunos testaferros, en la adquisición de pisos, hoteles, participaciones en sociedades de servicios, colegios privados e incluso galerías de arte.”…




Al inicio de la reseña, me he referido a la novela como diferente a su film homónimo, y a su serie pareja. Desde mi humilde opinión, Saviano nos la ha jugado a todos. No escribió la obra y, casualidades de la vida, después le han comprado los derechos para la pantalla grande o la caja tonta, sino que la misma fue concebida para tales menesteres. De ahí su interminable crónica de datos y fechas como la eterna lista de los reyes aqueménidas. Y... ¿cómo no? La aparición de ese personaje ficticio, e hilo conductor del serial, llamado Ciro Di Marzio; alter ego del autor. A quien bautiza con el sobrenombre de L'immortale sabiendo que su obra pasaría a la posteridad como el Nuevo o Viejo Testamento. ¿Por qué? Porque el Sistema nunca morirá. O quizá porque del mismo modo que los Evangelios y su tocaya bíblica, tan distante en el tiempo y tan cercana en pecaminosidad, la Gomorra de Saviano puede pasar de mano en mano y convertirse en una obra infinita.

…”Al convertirse en un auténtico toxicómano el dinero nunca le llegaba, de modo que su camello le aconsejó que probara a vender en Mondragone, una ciudad sin mercado de droga. Aceptó, y empezó a vender delante del bar Domizia, hallando una clientela capaz de hacerle ganar en diez horas de trabajo lo que ganaba en seis meses como porquero. Bastó con una llamada telefónica del propietario del bar, hecha como se hace siempre por estos pagos, para que cesara la actividad. Se llama a un amigo, que llama a su primo, que se lo explica a su compadre, que le da la noticia a quien tiene que dársela. Un pasaje del que solo se conocen el punto inicial y final. A los pocos días, los hombres de los La Torre, los autoproclamados GAD, fueron   directamente a su casa. Para evitar que se escapara entre los cerdos y las búfalas, y obligarles, de ese modo, a perseguirle a través del fango y de la mierda, llamaron al timbre de su cuchitril haciéndose pasar por policías. Lo metieron en un coche y se pusieron en marcha. Pero el coche no tomó la dirección de la comisaría. En cuanto Hassa Fajry comprendió que le iban a matar tuvo una extraña reacción alérgica. Como si el miedo hubiera desencadenado un shock anafiláctico, su cuerpo empezó a hincharse; parecía que alguien le estuviera insuflando aire violentamente. El mismo Augusto La Torre, al relatar lo sucedido a los jueces, se mostraría aterrado ante aquella metamorfosis: los ojos del egipcio se hicieron minúsculos, como si el cráneo los estuviera aspirando, por sus poros emanaba un sudor denso, como de miel, y por la boca le salía una baba que parecía requesón. Lo mataron entre ocho, pero solo fueron siete los que dispararon. Un arrepentido, Mario Sperlongano, declararía posteriormente: ―Me parecía algo por completo inútil y estúpido disparar a un cuerpo sin vida. Sin embargo, siempre era así.

Augusto estaba como ebrio de su nombre, del símbolo de su nombre. Detrás de él, detrás de cada una de sus acciones, tenían que estar todos sus legionarios, los legionarios de la Camorra. Homicidios que podían haberse resuelto con muy pocos ejecutores ---uno, o, como máximo, dos— eran realizados, en cambio, por todos sus hombres de confianza.”…

Cuando acabé Gomorra estaba exhausta. Siempre he querido triunfar escribiendo y llevarme unos buenos cuartos por ello, y si digo lo contrario o me callo, miento. Pero no me gustaría estar en la piel de Saviano. Nunca cambiaría libertad por dinero.

Amarás u odiarás Gomorra, pero jamás la olvidarás. De lectura imprescindible para quienes tengan agallas.

@Anna Genovés
22/02/2018



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