La nana
“…Las casas tienen, también su vida.
Algo de la sustancia espiritual de los que en ellas moran va quedando en los
rincones oscuros, en las paredes, entre las vigas del techo, hasta en los
ocultos agujeros que abre la polilla. Es una vida formada de muchas
partículas de vida. En
las casas antiguas, por las que han desfilado venturas y las tristezas de
muchas generaciones, esa vida es tan fuerte que influye en la nuestra. Nosotros
no la podemos ver, en la aparente
quietud de las cosas, pero existe; los
espíritus de los niños, sensibles a todo influjo, cercanos a lo sobrenatural,
de donde vienen, la advierten con mayor
claridad: así sienten en las habitaciones oscuras vago terror. Y a veces,
nosotros, al quedar solos en una en silencio, hemos sentido la presencia de
otro misterio que nos acechase; y entonces. hemos sufrido un impulso vehemente
de huir. ¡Oh, sí: podéis creer en el
espíritu de las casas, que a veces es trágico, que a veces es sonriente y protector...!
El que sepa leer esos ligeros
rumores que llenan los edificios durante
la noche, conocerá muchos secretos tenebrosos.
Y nosotros
sentimos despertar la vida del caserón: pasos imperceptibles, que se advierten
porque cruje la madera del suelo; un suave rumor como de charlas contenidas;
una risa ahogada que se confunde con el trotecillo de un ratón... Desde el
fondo de un espejo nos atisbaba algo invisible. Osvina, pálida, fría, miraba
hacia los rincones oscuros. ¿Qué adivinaba su alma, hecha al horror?.. Yo miré
sus grandes ojos redondos, dilatados de espanto. Y en los verdes iris vi
claramente el rostro enjuto y el puntiagudo mentón y la corva nariz de su
padre, inclinada hacia el pecho, como el pico del cuervo que se posó una vez
sobre el cadáver del novio muerto en la ría lejana.
Si las palabras llegasen a expresar toda la fuerza de lo sobrenatural, yo
podría enloqueceros con el relato de aquellos días
angustiosos pasados en el caserón, mientras fuera caía implacablemente la
lluvia. El cielo era oscuro como la alcoba de un enfermo; frente a nuestras
ventanas se alzaban los muros de la catedral, y los monstruos de las gárgolas
vomitaban incesantemente el agua turbia de los tejados, como en una náusea
continua. Mi mujer, ovillada en el diván, más pálida que nunca, más transparente
su piel, callaba, y callaba, en un silencio desesperante y tenaz. Había sentido
vagar por la estancia el espíritu del novio muerto, hosco y vengativo, y se
advertía sobrecogida por un pasmo de horror. Una noche, al saltar al lecho,
asombrado por el pabellón carmesí, gimieron las tablas con un largo lamento…”.
Wenceslao Fernández
Flórez
La nana
Tengo el alma rota, los huesos ajados y
la mente absorta. Me precipité al légano; ahora, lo habito. Incapaz de salir y
encontrar un agujero que me cante una nana para dormir mi sueño. Entre el
sosiego y la paz del alma; el dolor y la esperanza.
Oigo el graznar de los pájaros
que vuelan lejos,
el rugir de las fieras
que me desean,
el zumbido del aire
planeando sobre las nubes de asfalto,
azotando mares, ciudades y velas.
Sigo muda envuelta en alquitranes que
hacen las veces de una quimera. Degluto la cena ajena a lo que como.
Saltamontes con revuelto de setas. Las patas ahorcan la campanilla y, aunque
deseo chillar, mi voz cristaliza. Polilla tácita.
Estoy en el charco de una casa
que engulle mi cuerpo
convertida en ausencia,
quiero escapar y volar por el cielo
no puedo,
el boquete se agudiza y me traga,
formo parte de un agujero negro que
vaga.
Dentro del cosmos, soy una molécula turbada.
Un ritual imperfecto que rueda desde el firmamento a su morada; de su morada al
firmamento. El fuego helado baña mi piel. Lágrimas volátiles; agua de lluvia
que moja mi ser.
El légano sigue tragándome
y llego al suelo,
reboto y salgo liberada
desconozco el motivo, la causa,
mi vida está perdida en
una botella de salsa,
sobre mantel de fino lienzo.
Mi cuerpo es un queso gruyere abierto.
Se disuelve con el murmullo de un sonido
perfecto; me transporta a la niñez, a un rostro que me ama. Escucho una canción
de cuna que mece mi cuerpo, unos labios hermosos, que me cantan. La nana se
acaba.
Sepultada,
muerta y enterrada,
en una fosa blanca
mis ojos no ven, mi mente calla,
soy la nada
y lo que fui,
quedó en el hoyo de esa casa.
quedó en el hoyo de esa casa.
©Anna Genovés
26/10/2012
Propiedad intelectual V – 1285 – 14
Modificada
30/05/2015
Imágenes de Neus Pastor, tomadas de la red: mis agradecimientos.
Imágenes de Neus Pastor, tomadas de la red: mis agradecimientos.
Nick
Cave & The Bad Seeds - The sorrowful wife traducida al español
Esa es la esencia de las casas, sin duda, que viven misterisamente. Y Nick Cave... Un abrazo.
ResponderEliminarUna nana bastante tortuosa.
ResponderEliminarLa nada es lo que nos espera a todos.
Buena poesía, para saborearla aunque tenga ese punto amargo.
Un enorme abrazo, Anna.
Muchas gracias. Últimamente, no tengo demasiado tiempo...
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