Adiós






«No sólo lo reconocieron, sino que lo relacionaron con toda una serie de informaciones acerca de mí que habían leído en un libro. De hecho, les pareció magnífico que no pretendiera ser un vampiro cualquiera. Ni, por supuesto, el conde Drácula.

Todo el mundo estaba harto del conde Drácula. Los jóvenes consideraron maravilloso que me hiciera pasar por el vampiro Lestat. —¿Cómo que «hacerme pasar»? —protesté, pero ellos se burlaron de mi exagerada teatralidad, de mi acento francés.

Les contemplé durante unos instantes y probé a sondear sus pensamientos. Por supuesto, no había esperado que me creyeran un vampiro de verdad; pero que hubieran leído algo sobre un vampiro de ficción con un nombre tan insólito como el mío..., ¿qué explicación tenía? Noté que empezaba a perder la confianza en mí mismo. Y cuando pierdo la confianza, mis poderes se resienten. El pequeño estudio de ensayo pareció empequeñecer, y los instrumentos, los cables y las antenas tenían algo de insectos amenazadores. —Enseñadme ese libro —dije entonces.

Los chicos trajeron de la otra habitación una pequeña novela en edición barata que se caía en pedazos. La encuadernación había desaparecido, la cubierta estaba rota y el libro se mantenía junto gracias a una goma elástica. Tuve una especie de escalofrío sobrenatural al contemplar la cubierta.

Confesiones de un vampiro. Trataba de un muchacho mortal que conseguía la historia de un no muerto. Con permiso de los jóvenes, pasé a la otra habitación, me eché en la cama y empecé a leer. Cuando llevaba leída más de la mitad, cerré el libro y dejé la casa de los músicos. Me detuve de pie con el libro bajo una farola de la calle, y allí permanecí hasta que lo hube terminado. Luego lo guardé con cuidado en el bolsillo interior de la chaqueta.»

Extracto de Lestat, el Vampiro

Anne Rice



Adiós

Salió de casa dispuesto a comerse el mundo y al doblar la esquina, un coche lo atropelló. Los semáforos en ámbar; las cuestas hacia abajo, los músculos hechos polvo y el Citizen, frenó.

Despertó en una cama
apenas vivía...
caminando por la calzada con su pitillo
y su cerveza
a la par que miraba el sol.

No recordaba su nombre ni tampoco su amor. Sabía que le gustaba un perfume y una bata de algodón. Se dispuso a seguir soñando para detener la vida en ese preciso instante.

Aspiro el oxígeno de sus pulmones
movió a la inversa
las manillas del reloj
volvió al patio
que no recordaba
y regresó a la casa que evitó.

Sintió en sus pómulos el beso de alguien sin rostro a quien amó. El esfuerzo le produjo un coágulo: la sangre voló. Ni temía a la muerte ni temía al horror.

Los sonidos infernales de los vehículos
los tumultos repletos de gente
los centros comerciales oscuros
su miedo, huyó
cerró los ojos.

El ataúd quebró la tapa, el hoyo siguió su curso; las notas musicales envolvieron su cuerpo extinto entre el musgo de las flores yermas y las lágrimas de una dama.

Estaba muerto y enterrado. El vehículo anaranjado, lo partió en dos. Los clichés de su vida, recordaron los últimos momentos; el beso no dado; el abrazo no sentido: el adiós.

©Anna Genovés
04/01/2014
Modificada
19/09/2015
Propiedad Intelectual V― 490 ―14
Imagen tomada de la red. Modelo, Tilda Swinton


Trance to the Sun – Homewrecker


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