Deltas y épsilones





Diálogo entre el Administrador de Un mundo feliz y un disidente. AH imaginó el control social moderno...

–La población óptima se hace sobre un modelo de Iceberg: ocho de nueve partes debajo de la línea de flotación, y una de nueve partes por encima.
–¿Y los que están por debajo de la línea de flotación son felices pese a realizar trabajos desagradables?
Ellos no los encuentran desagradables... Al contrario, les agradan. Son ligeros, y tienen una simplicidad infantil.
»Sin esfuerzo abusivo ni de espíritu ni muscular. Siete horas y media de un trabajo ligero, nada cansado, y enseguida la ración de soma, deportes, copulación sin restricción, y el Cine Sentido. ¿Qué más podrían pedir?
Shakespeare está prohibido...
Shakespeare está prohibido porque es antiguo. Aquí, no empleamos viejas cosas.
–¿Aunque sean hermosas?
Sobre todo si son hermosas. La belleza atrae; no queremos que nos atraigan las cosas antiguas. Queremos que se amen las nuevas.
Pero las nuevas son estúpidas, ¡horrorosas! En los espectáculos solo hay helicópteros volando, donde se prohíbe que las personas se abracen… ¡Parecen ovejas y simios!
Animales gentiles, no malos...
»Solo se puede pedir a un Épsilon de haga sacrificios de Épsilon, porque para ellos no son sacrificios: es la línea de la menor resistencia.
Su condicionamiento ha establecido rieles sobre los cuales tienen que avanzar. Están fatalmente predestinados.
El mundo actual es estable. Las personas son felices; obtienen todo cuanto desean, nunca quieren lo que no pueden obtener. (...) Están condicionadas de tal manera que, prácticamente, solo pueden portarse como se debe. Y si por casualidad algo no va bien, tenemos el soma.
»Tenemos que escoger entre la felicidad y lo que llamábamos antes el gran arte. Hemos sacrificado el gran arte. En su lugar tenemos el Cine Sentido y el órgano de perfumes...
–¡Pero no tienen ningún sentido!
Los actores representan sensaciones agradables. (...) Eso exige una gran habilidad.
Fabricamos coches con el mínimo de acero, y obras de arte con casi nada, solo con puras sensaciones...
No solo el arte es incompatible con la estabilidad. También está la ciencia. La verdad es una amenaza, y la ciencia es un peligro público. Estamos obligados a mantenerla encadenada y amordazada. (...) Ella nos ha dado el equilibrio más estable de la historia. Pero no podemos permitirle que deshaga lo que ha iniciado. He aquí el porqué limitamos cuidadosamente sus investigaciones. Le permitimos ocuparse solo de los problemas inmediatos. Las demás investigaciones se eliminan.

Extracto de Un mundo feliz 

Aldous Huxley






Deltas y épsilones


Charles es un solitario que platica con el ordenador como si este fuera a contestarle en cualquier momento; uno de esos millones de personas autosuficientes y a la vez pusilánimes que, por uno u otro, motivo han perdido hasta el último ápice de la sensibilidad que caracteriza a su raza: los humanos. Antaño conversaba con sus vecinos y participa en los festivales del barrio. Ahora, sólo colabora en reuniones cibernéticas, selfies telefónicos o grupetos de wasap. Sus sentidos han quedado mermados al mínimo esfuerzo: no ve, no oye, no huele, no escucha y no toca.

Si por una de aquellas sale de casa, ni Sigourney Weaver en Copycut. Da dos pasos y sólo ve bichejos amenazadores. Piernas violetas y cuerpo rectangulares. Un cuarto de hora más tarde, se sumerge en un vaivén de interminables preguntas con unos acúfenos grotescos que le persiguen; el pobre solo desea pillar el pastillero para tomar el soma que le permite continuar. Pasadas las horas, ni pegunta ni habla. Sus recuerdos se difuminan en el cerebelo, y, a medida que pasa el tiempo, se convierten en meros fotogramas, de los que pasa olímpicamente: es un muerto viviente sin gasolina, tumbado en una camilla de Urgencias y con un gotero de haloperidol inyectado en radial del brazo izquierdo. Llegado ese punto ¿qué importa la vida? Nada.

Charles desconoce cuándo dejó de sentir amistad, amor, concordia, pasión… pero tampoco le importa demasiado. No quiere por nada en el mundo, volver a percibir un poquito de esos pecados capitales tan deseables: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia. Esas emociones particulares que hacen tan humanos a los humanos. Esos excesos que sólo se purifican con rosarios y silicios imaginarios... porque los verdaderos pecadores nunca caminan por la Vía Crucis aunque digan lo contrario. Son impenitentes, cuya aureola maléfica los distingue –inevitablemente— del resto de congéneres ausentes; indigentes solitarios desnaturalizados por la sociedad consumista que los consume.

Anacoretas perturbados que han cruzado la línea de la realidad y no se atreven a poner fin a sus vidas: la verdad es demasiado dura para seguir existiendo. ¿O no? Y, de repente, entran a formar parte de ese submundo tan dilapidado en el que se aglutinan machos y hembras de distintos estamentos sociales y diferentes mierdas genéricas: discapacitados, matures, ancianos, parados, sin techo, enfermos, adictos a tutiplén, prostitutas, malhechores, fetichistas, descontentos, lisiados, pobres… Hay tantos en el saco, que si ascendieran de repente, a esa cúpula celeste que sobrevuela sus torturadas azoteas: el serial The leftovers parecería un cuentecito inocente.

Son la carga social. Los esbirros pordioseros y deformes que mendigan soma en Brave new world de Aldous Huxley: La pena, la angustia, la desazón, la amargura, el desamor, la indolencia... la nada. No todos son alfas, betas o gammas. También existen deltas y épsilones. Unos nacieron con esas amables taras. Otros, venidos a menos, se sumergieron en ese subgénero pulp por el devenir del tiempo. A mí me caen bien, ¿cómo no? Si soy una más de esos caníbales que pululan por la Tierra devorados por la Sociedad del Bienestar.

©Anna Genovés


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