Con la muerte
—La casa fue construida en una atmósfera de desdicha, ha sido habitada en una atmósfera de desdicha [no sé si sabes o no, Bones, que mi tío Randolph estuvo implicado en un accidente, en la escalera del sótano, que le costó la vida a su hija Marcella, y después él se suicidó en un acceso de remordimiento. Stephen me contó el episodio en una de sus cartas, en la triste circunstancia del cumpleaños de su difunta hermana], y en ella se han producido desapariciones y accidente.
He trabajado aquí, señor Boone, y no soy ciega ni
sorda. He oído ruidos espantosos en las paredes, señor, ruidos espantosos:
golpes y crujidos y una vez un extraño aullido que era mitad risa. Aquello me
congeló la sangre. Éste es un lugar sórdido, señor.
Al decir esto calló, quizá tenía miedo de haberse
excedido.
En cuanto a mí, no sabía si sentirme ofendido o
divertido, curioso o sencillamente indiferente. Temo que la socarronería se
impuso sobre mis otros sentimientos.
—¿Y qué sospecha, señora Cloris? ¿Que los fantasmas
hacen rechinar las cadenas? Pero ella se limitó a dirigirme una mirada
enigmática.
—Es posible que haya fantasmas. Pero no en las paredes.
No son fantasmas los que aúllan y sollozan como condenados y chocan y tropiezan
en la oscuridad. Son...
—Vamos, señora Cloris –la azucé-. Si ha llegado hasta
este punto, ¿por qué no completa lo que empezó? En su rostro asomó la expresión
más rara de terror, resentimiento y, lo juraría, respeto religioso.
—Algunos no mueren –susurró-. Algunos viven en las
sombras crepusculares, entre los dos mundos, para servirlo... ¡a Él! Y eso fue
todo. Seguí acosándola con mis preguntas durante unos minutos, pero ella se
empecinó aún más y se resistió a agregar una palabra. Por fin desistí, temiendo
que recogiera sus trastos y abandonara la casa.
Extracto de El umbral de la noche
Con la muerte
Vecina de pared con
la muerte anunciada,
antes, fue el hijo de
cabello blondo
ahora, la madre
desmembrada.
Sus ojos no ven y sus
pies no se plantan,
manos sin tacto, ojos
sin agua;
yerma y encamada
vacía de pensamientos,
prisionera en su casa.
Defensoras de la vida
con el peso que caiga
aunque la carne
vomite penas
y se abran llagas.
Aunque las palabras
huyan blancas
y la calma no sea
calma.
El niño de sus ojos
marchó por delante
sin apenas mirarlas.
Guardan su recuerdo en
la sangre atenazada
las colillas de sus
pitillos
los útiles sanitarios
que cambian y cambian.
El amor hecho odio
el odio hecho trauma.
Vida sin vida
mañana sin mañana.
Vecina de pared con
la muerte anunciada,
por eso no la temo
por eso pronuncia mi
nombre
y, después, se
marcha.
Anna Genovés
13/06/2016
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