2020 La realidad de la realidad - parte 2

 



2020 La realidad de la realidad - parte 2











Diario cuarenténico - Día 9

 

El despertador ha sonado a la 10:10 h. Estaba despierta desde hacía rato, pero no me apetecía levantarme, ¿para qué? El día seguía gris y turbio, repleto de amargura. En el espejo del cuarto de baño he visto la sombra de alguien que un día fui yo. Puse una sonrisa sardónica por aquello de soy una mujer fuerte y valiente. Pero, no. Soy cobarde y llevo las bragas con un palomino del año uno –que decía mi madre—. Tengo mucho miedo.

En el salón, el silencio era sepulcral. A lo lejos, una lechuza ulula como un eco lejano que golpea los edificios. Mi madre otra vez. Cuando íbamos al cementerio siempre había lechuzas escondidas, pero es la primera vez que la oigo en la ciudad. Quizá siempre ha estado oculta o es la mascota de algún vecino gótico. Supongo que el ruido habitual de la ciudad apagaba su canto. Ahora, lo amplifica. De todas formas, me desagrada, dicen que es un pájaro de mal agüero, y, tal y como están las cosas, me mola menos. A ver qué nos depara el día en esta necrópolis de asfalto poblada de paredes con nichos.

Algo tenía que hacer para no sucumbir al tedio; he puesto música heavy a toda pastilla y me he sentido mejor. Ya no estaba en un ataúd gigante repleto de cadáveres, entre ellos, el mío. Creo que dejaré las series de zombis, asesinatos, posesiones y un largo etcétera… ¡Imposible! Siempre me han gustado y unos bichos chinos no me van a cambiar. Quizá no sean chinos… He oído tantas historias al respecto… Que los han creado en diferentes países… Que la misma naturaleza se ha cansado de nuestra imprudencia, avaricia y etcétera…  ¿Qué sé yo?

Amazon ha traído un radiador pequeñajo para paliar el frío –el antiguo se había fastidiado y esta casa es más vieja que yo. O sea, hay una humedad de cojones—. El repartidor lo ha dejado en el ascensor. He abierto la puerta enguantada y enmascarada. He recogido la caja, he desgajado su primera piel y la he colocado en una bolsa de la basura. El resto, otra odisea, no del espacio, sino de la guerra invisible. Si tocas esto, puedes infectar aquello. Pero es el único camino para sacar lo de dentro. Y si tocas aquello, puedes infectar esto. ¡Mierda! Es la pescadilla que se muerde la cola. No tenemos remedio.

Al final te dices a ti mismo que ya eres lo suficientemente psicótica como para emparanoiarte más todavía. Hice lo que pude sin pensar en el mañana y seguí el camino hasta el cuarto de baño para lavarme estas manos que parecen de una abuelita nonagenaria. Me duelen a rabiar, están enrojecidas como tomates, cuarteadas, me estira la piel, me pican… y otra vez a lavarlas. Quizá, dentro de poco, estemos despellejados.

Dice algún que otro periódico que un señor se ha tomado un medicamento para la artrosis y se ha curado, sonrío de veras, ¡es magnífico! Acabo de ver en Instagram diversos vídeos de monitores de mi gimnasio habitual y una amiga ha abierto una sección de entrenamiento online para sobrevivir a este varapalo de la covid19. Grandes pequeñeces por las que merece la pena seguir adelante. Testigos de que las personas que se adaptan son las que sobreviven o, por lo menos, lo intentan. El día está más que devorado por este no hacer nada que hace tu vida.

Me voy a merendar y después… ya veré. En el parque hay un triángulo equilátero cuyos vértices son personas con sus perros; están parloteando de lejos. Los canes mueven las colas: están contentos. La ropa de los vecinos se balancea al compás del viento gélido. Me gusta que el aire frío azote mi rostro envejecido; por eso me reconforta bajar la basura.  Bajo y subo las escaleras andando, es algo que hago desde hace tiempo.

Sí. Me ha dado tiempo de repasar un capítulo de SIAH. Lo he dejado para ver el informativo. ¡Ojalá no lo hubiera hecho! Lo primero que he oído es que han fallecido más de 460 personas en tan sólo 24 h y que la UME ha encontrado –en diversas residencias para la tercera edad— a ancianos vivos conviviendo con sus compañeros fallecidos. Las funerarias no pueden enterrar a todos los difuntos. De momento, España, suma más de 33.000 infectados diagnosticados. Aunque más de 3.000 personas se han recuperado. La OMS avisa: «La pandemia se está acelerando».

Me ha entrado tanto frío que he tenido que levantarme a caminar por el pasillo. Todavía no ha llegado Blade runner, pero llegó Walking Dead.

 






Diario cuarenténico - Día 10

 

Diario cuarenténico anoche nos acostamos pasadas las 02.00 h de la madrugada, como siempre. El despertar, también como siempre, ha sido tardío. Esto es lo que les pasa a los bohemios maduros que llevan el horario cambiado. Bueno… ¿y por qué no? Cada persona tiene unos hábitos y necesidades ni mejores ni peores que el de sus vecinos. El nuestro es un horario nocturno.

Después de asearme fui directa al salón pensando escuchar a la lechuza nigromante de horrores, pero las sirenas se comieron su ulular. Una… dos… a la tercera encendí el móvil y cliqueé Spotify versus free. Kaleo sonó por toda la casa. Me agrada el timbre de su voz y su ritmo; es un recuerdo lejano de algún mítico del blue.

Estábamos desayunando cuando un WhatsApp nos avisó del fallecimiento de la mamá de un amigo. Nunca la conocí, pero sentí el dolor en mis carnes y, el mero hecho de no poder abrazar a José, lo acrecentó. Ambos teníamos lágrimas en los ojos. ¡Mundo! ¿Qué hemos hecho? Los mayores se nos marchan, ya no hace falta que se apruebe la eutanasia porque a este paso los mayores y los enfermos, y quizá, los sanos, nos vayamos al otro barrio. Entraremos en un hangar enorme con los pies por delante; las funerarias están desbordadas y no pueden enterrarnos o incinerarnos o simplemente darnos la paz, a todos.

¿Qué hago? Me hundo en mi propia miseria o tiro ‘palante’ aunque mi cuerpo se curve a cada instante y mis ojos se llenen de arrugas más y más profundas. ¿Y qué más da? Suena la alarma del Huawei y ni caso. La cabrona insiste y al final la miro: PELU. ¡Ya te digo! Tenía hora para la peluquería y, ciertamente, lo necesito. A este paso voy a parecer uno de los personajes de Poe después de sufrir catalepsia. Pediré a Amazon o compraré en Consum algún tinte; miraré un vídeo de YouTube para ver cómo se pone el pringue. Salga naranja o Piolín, por lo menos ocultaré un poquillo las canas.

¡Mierda! En el parque hay algunos canes y un sintecho meando en la palmera. Jajajaaa…. ¿Cómo voy a llamar al 112 o al número que corresponda? El pobre ya tiene bastante. En FB he encontrado amigos perdidos que se prestan para ayudar telemáticamente a quienes los necesiten: maestros unidos. Me alegra la iniciativa. También he saludado a dos caballeros a los que les tengo mucha estima. A ver si me contestan. A veces no quiero preguntar porque temo que me den una mala noticia.

Bocanadas de aire estancado inundan la casa lavada con lejía y el olfato echa de menos el olor a azahar del friegasuelos normal. No me agrada la lejía porque me recuerda a esa niñez perdida en el túnel del tiempo. Un tiempo que no deseo recorrer porque fue menos agradable de lo esperado y porque, en estos momentos, estoy más sensible de lo habitual.

He hecho una clase de gimnasia a mi aire y después de la ducha me he comido un platazo de lentejas caseras. ¡Qué fáciles de preparar y qué buenas! Me he relamido de lo lindo con estas legumbres y los trocillos de chorizo, ajos, verduritas y patatas… que les hemos puesto. ¡Ricas! ¡Ricas! ¡Ricas! No hace falta caviar.

En el parque hay media docena de perros con sus amos y sin correas, acampan a sus anchas, corretean y juegan. Una estampa que se difumina minutos después y deja solos a los árboles cuyas ramas vuelan para acercarse a las fincas que los ven. Bajo la basura enguantada con guantes de lavar platos, se me acabaron los desechables y estos son de nitrilo que aguantan lejía así que cuando vuelva los lavaré con friegaplatos y desinfectante. Mi cabello no ha volado porque lo llevaba dentro del plumas, pero el aire era puro como el agua bendita y el viento bailaba con las ramas de las palmeras.

En el armario he visto un abrigo que me compré en AliExpress hace unos meses. Lo que me ha recordado que en 2019 hice bastantes pedidos a China. He pensado más allá… el primer contagio registrado en Wuhan fue a finales de diciembre, lo que significa que el bicho andaba camuflado en gripes, neumonías y etc. mucho antes. Tuve un constipado extraño y muy, muy fuerte –de esos que empapas las sábanas dos y tres veces por las noches. O sea, con mucha fiebre—, a finales de diciembre. Y el pasado invierno escuché demasiadas toses y he visto demasiados mocos. A veces mi madre me llamaba Perico fantasías y tenía razón.  Me ceñiré a lo que diga el Ministerio de Sanidad.

Cerca de 40.000 infectados y más de 500 fallecidos en un día. Sanidad estima que, si salieran a la luz los casos por diagnosticar, los contagios ascenderían a 600.000 personas. Me he puesto a llorar. Hacía mucho que me reprimía. Pero, hoy, no me he podido aguantar. He llorado por los vivos y los muertos, por los héroes y los villanos, por lo que es justo y lo que es injusto, por las atrocidades que cometemos… y después nos asusta que en Wuhan hayan mercados de animales vivos o que los Mayas de Apocalypto cometieran atrocidades. Todos las cometemos.

 




Diario cuarenténico - Día 11

 

Hoy ha sido un día extraño. Dormí poco y mal –a las ocho se me cruzó un cable y me puse a pensar—. Soñé despierta. Vivíamos en un ático chiquito y lindo; es lo mejor que nos podría pasar: él plantaría esas macetas que me agobian y que serían su ritual. Lo dejaría. ¿Cómo no? Nuestro piso es hermoso, pero nunca me sentí de esta finca ni de esta Comunidad. Después de veintidós años, sigo igual. Wasapeo con dos vecinos y poco más. La verdad: mejor.

Estoy segura que me he desvelado por ese maldito olor a lejía. Me recuerda a esa infancia perdida, sí, pero no a la que pensé ayer sino a médicos y enfermeras. A enfermos psiquiátricos y batas blanco cereza. Sangre seca. Papá murió cuando era un bebé y mamá se hizo hipocondriaca, me llevaba a muchos especialistas o ellos venían a casa. De mocita me hice Junior y visitábamos el psiquiátrico cercano para ver a los locos –antes no eran ni enfermos psiquiátricos, ni dementes: eran locos. Punto y pelota—. Hoy me he sentido como esa mujer a la que saludábamos; estaba sentaba en la cama y miraba a la nada con los ojos perdidos en las baldosas blancas.

Sabes, ‘diario cuarenténico’. ¡Oye! Tienes un nombre demasiado largo para hablarte de tú a tú. Así que, entre nosotros, te llamaré, Dicu. Te acabo de rebautizar. Bueno, pues… Dicu, esta mañana hice lo mismo que esa loquita. Me senté en la cama a echar un vistazo. Solo que no miraba azulejos sino la estantería llena de libros. De improviso, he pensado que todas las personas tenemos un punto Diógenes porque nos gusta acumular. ¿Para qué tantas novelas? ¿Para decir que las he leído todas? Mentira cochina. De la mitad ni me acuerdo. Lo mismo quienes almacenan películas que vieron y nunca visualizarán nuevamente o DCs que escucharon y ya no oirán. Ahora, la moda es acumular rollos de cocina, papel higiénico, servilletas… ¡Ah! Y likes. Es que somos tontos del culo. Pero, también acumulamos sentimientos: rencor, odio, ira, envidia, amor...

 

Con los años me he vuelto más y más minimalista. Me gustan los espacios casi vacíos con muebles sencillos y colores base. Por tener, tengo lo justo en todo. Antes era una Fashions Victim. Me sigue gustado la ropa a mogollón, pero me he deshecho de la mayoría de prendas. Primero en Chicfy y, últimamente, en Vinted. Echo de menos hacer paquetes requetebonitos y ofrecer prendas a muy pocos euros. Tal vez haga felices a quienes los reciben por unos minutos. Todo volverá a su cauce. ¿O no? ¿Tú qué crees?

He abierto la nevera y necesito comprar. Mañana será otro día. Me he comido el último huevo y apenas queda fruta o pan. Jon me acaba de enviar una lista por wasap. ¡Vaya rollo! Tendré que disfrazarme y salir pitando después de comer. Entre las 15:00 y la 16:00h es cuando menos gente hay. Desde luego, tampoco ves el mismo material. Por las mañanas, en la acera de enfrente, presencio el rosario interminable y distante de Tías, Martas, criadas, señoras, chóferes, próceres y etc... Mayormente con mascarilla y guantes. Es como si las cofias de Margaret Atwood hubieran pasado de las cabezas a las bocas. La procesión es silente, con las testas gachas y el carro de la compra. De uno en uno y a distancia o acabas en el paredón; no se permite caminar en pareja y apenas se habla. A este paso olvidaremos el abecedario. Tal vez sea parte de la evolución.

Y, como Darwin decía: «Hay que adaptarse». Pues… ¡qué narices! Nos adaptaremos; el proceso está en marcha. Que no hablamos, pues oiremos música. Que no podemos reunirnos, haremos partís telemáticas o nos compraremos un robot. Seguro que no discutiríamos.  A partir de ahora voy a cambiar a Poe por Asimov.

Pocos perros en la calle, un frío de narices. Una lluvia hiperfina y helada deja las calles mojadas y resbaladizas. Sí. No tengo ninguna duda: mejor quedarse en casa no sea que pegue un resbalón y las sirenas me empaqueten. ¡Qué gracia! La vecina del otro lado de la calle está en el balcón con una bata rosa llena de corazones. Es divertida. ¡Por Dios! ¡Qué freak soy! He ido a echar la basura salida de una película Z de ciencia ficción. Vestida al estilo de los más cutres de la serie The rain; carezco de ese traje NBQ tan molón que llevan las celebrities; una es del montón. Pero Heroes de David Bowie, me acompañaba.

La estupenda Amazon me ha traído unas bandas elásticas para ejercitar los músculos –es una caca ver tu propia decadencia—. Sin embargo, hay que adecuarse a los nuevos tiempos, puede que ni vuelva al gimnasio. Yo me lo guiso y yo me lo como, como Juan Palomo. Solo han pasado once días y mis carnes están… digamos… algo más… flácidas. Mi trasero baila ligeramente, tiene un vaivén amable que hasta me agrada. Ya está bien de tanta gaita. Me falta azúcar. Son las 19:04 h y necesito una barrita nutritiva de lo que sea. ¡Jor! Me quedan solo tres. Mare, mare, mare.

No hables alto, murmura. No salgas acompañada, ve sola. No goces ni abraces ni beses bocas, está prohibido. Ten cuidado con lo que haces, sino acabarás muerta en un hangar como tantas otras. Cuida lo que tocas o acabarás loca. Olvida estar guapa, lleva guantes y máscara. Arrincona a los demás, ya no están, y si no están, no importan. ¿Dicu no te parece que hemos creado nuestro propio Cuento de la criada y que el ojo del terror se llama coronavirus? Lo ve todo, como Dios, y si te mueves, te atrapa.

Una fecha maldita una gestión alocada. Confirmado: el fin de semana de mítines, mascletás, manifestaciones, deporte y más… Fue el comienzo del fin. El fin de las comodidades, de las risas, de tener todo y desear más. Se veía venir. Sin embargo, nadie lo impidió. Casi 50.000 casos confirmados y 3.500 fallecidos. Una tragedia que aún no finalizó.

 

 




Diario cuarenténico - Día 12

 

No he parado en todo el día. Me he levantado antes de las 9:00 h y ya ha anochecido. Prepara el desayuno, la colada, plegar la ropa, higienizar envíos de Amazon, hacer comida, ir al super, descargar compra, revisar Día11, poner la frase nueva, y, ahora, contarte que más ha pasado.

 

La verdad, hoy no he mirado ni una sola vez por la ventana ni tan siquiera he recordado que estábamos en cuarentena sanitaria hasta que he visto que el vecino de enfrente tendía la ropa en la terraza y daba vueltas y vueltas –como un recluso— por todo el perímetro. He recordado la tragedia que nos envuelve y cuyo fin aún no se atisba en el horizonte. Viéndolo, pensaba: «A que me chivo». Es broma. Me ha gustado mirar. Lo mismo que al dueño del ático cercano; mola un montón. No obstante, tiene un fallo: es un cuarto y los que vivimos más altos podemos observarle de cerca porque la calle es estrecha. Por la noche atisbo su estantería repleta de libros. Donaría los míos. Pero J los adora y no voy a darle un disgusto. Ciertamente creo que nos hemos vuelto tan voyeur como James Stewart en La ventana indiscreta.

 

Sabes, opino que la falta de movilidad es algo que no conocíamos las personas de a pie. Solo los presos y los crónicos habían experimentado en sus carnes lo que significaba un confinamiento. Bueno, los raritos como yo, también. Soy un pelín Aspergen o tal vez un puntito autista. Esto es un secreto: nadie lo sabe. Mi vida ha corrido paralela a las personas que me rodeaban; me agrada la soledad desde siempre. Estoy más cómoda sola que acompañada. Por tanto, no sirvo de ejemplo porque es algo que yo elegí.

 

Hace unos meses se lo confesé a una colega y me contestó: «Que no mujer, que no. Solo había que verte cuando presentaste la novela». La primera que escribí y la única que he presentado en público. No lo quiero ni recordar porque la editorial me maquetó el borrador. ¡Qué vergüenza! ¡Es un horror! Bueno, pues eso soltó mi amiga. Y yo le comenté: «Tonta. Qué poco me conoces. Me había tomado dos betabloqueantes, de lo contrario no hubiera dicho ni mu». Se quedó muerta. Y yo me descojoné un buen rato. ¡Ay! ¡Qué tiempos!

 

En la TV escuché decir a una consagrada de las letras que para ella no era ningún esfuerzo estar recluida porque cuando escribe una novela esta mucho tiempo aislada. ¡Anda ya, bonita! ¿Cómo puedes comparar la soledad buscada con la soledad forzada? Bueno, cada uno es como es. Desde luego, no caso con ese tipo de individuos. Luego están los muertos. Sí, los muertos. No puedo desprenderme de ellos, como si los conociera a todos, aunque solo sean una cifra que nos dan o una noticia que leo. Lo pienso, Dicu, te juro que lo pienso.

 

Cuando he ido a Consum llovía mogollón, pero se agradece salir un rato. Las calles estaban desiertas, no he tropezado con nadie y solo el vehículo de la policía paseaba por la calzada. Iba con el carro, guantes de nitrilo –aún me quedan algunos pares— y mascarilla caca de las que no hacen nada e incomodan mogollón. La tiré cuando regresé a casa…  necesito una. Las de Amazon llegan dentro de una veintena de días y las de AliExpress, ídem. Buscaré a ver si la encuentro en algún sitio legal en el que no me timen ni por calidad ni en el precio. ¡Cuánto me apena ver cómo las personas se aprovechan de la situación! Son unos cabrones.

 

En el super había poca gente. Lo cual he agradecido. Además, estaba bastante surtido. Menos papel del culo o similares, he encontrado de casi todo. Pero, de eso, nasti de plastic. Al final nos secaremos el trasero a la antiguo –con piedras— o a la francesa –pipi o caca y lavada de bidet—. Los compradores manteníamos las distancias marcadas por el Ministerio de Sanidad; es triste. Estamos rígidos y nerviosos, y, además, se palpa el miedo en el ambiente. No obstante, siempre encuentras algún tocahuevos que se acerca más de la cuen. No sé cómo interpretarlo; a lo mejor quería decir: «No me da miedo na» o «toi contagiaó y te lo voy a pasá» o «boba que toi limpio como una patena». Jijijijiiii… A saber. Reír por no llorar, a veces, va bien.

 

Me voy a escuchar el informativo.

 

¡Terror! El bicho, se ha mantenido un poco estático, aunque hay muchos fallecidos y más contagiados y en Italia, que llevaban cuatro días respirando, hay un repunte. David Cronenberg sí fue un visionario. Solo hay que ver su peli Contagio para comprender qué está sucediendo.


©Anna Genovés

Jueves 26 de marzo de 2020


 Anna Genovés 2020

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Calles vacías y parques mudos




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