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Positivo en Covid


Sirva mi testimonio para cualquier lector que se encuentre en una situación similar y, de algún modo, pueda socorrerle.

 

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El domingo uno de mayo noté unas punzadas en la cabeza que me extrañaron porque nunca me duele. Pero no le di demasiada importancia, no tenía fiebre y mi estado general era perfecto: había pasado un día maravilloso.

El lunes tenía una agenda muy apretada; recorrí varios sitios públicos y concurridísimos de Valencia. Correos, Ayuntamiento, alguna que otra tienda de moda... Todo ello, andando y con mascarilla cuando había afluencia de gente. Anduve unos siete mil pasos según el podómetro de móvil; me sentía genial por haberme aireado durante unas cuantas horas –algo que no suelo hacer porque, desde que comenzó la pandemia (mi esposo es un enfermo crónico), me he montado un pequeño gimnasio en casa y nuestras salidas se reducen a los Super y a un paseo largo por lugares despejados. Ambos con mask salvo en algún parque perdido y un banco olvidado.

Todo lo bien que estaba pasó, en unas horas, a un estado muy extraño en el que mi nariz era un grifo de agua infinito, comenzaron algunos dolores intermitentes en algunas articulaciones y decidí hacerme un test de antígenos de los que teníamos desde hacía meses. Dio positivo. Me tomé paracetamol y un antihistamínico recomendado en rinitis alérgicas -Alerlisin, para ser exactos—.  Como procuro estar informada, supe que, por lo menos esa mañana –en las calles en las que me quité por unos minutos el cubrebocas—, había ocupado el puesto de supercontagiadora, sin saberlo. Algo que asumiré porque no puedo hacer otra cosa y que procuraré no repetir. Tenía claro que, la incubación, suele ser aproximadamente de tres días; por lo tanto, el contagio debió suceder entre el viernes-sábado. ¡Qué casualidad! El viernes también había realizado un periplo: Junta municipal, casa de comidas, supermercados, cajeros bancarios y entidad financiera repleta de personas sin cubrebocas y sus toses, mocos… Movilidad.

Soy defensora de las mascarillas porque su uso obligatorio en ámbitos sanitarios y/o científicos se determinó tras la pandemia de la gripe española en 1918. Si utilizarla no fuera beneficioso para la salud de los pacientes y la protección de los especialisatas, su uso hubiera decaído a lo largo de los años. La ministra de Sanidad anunció poco después de Semana Santa –20 de abril— que se podía estar en interiores sin mascarilla. Desde mi punto de vista, fue muy precipitado y, ahora se están viendo los resultados negativos; por cierto, falseados: solo se sigue la IA en mayores de sesenta años, ¿qué los menores de sesenta años no se contagian? Según el artículo: España camina hacia la séptima ola

…“El documento del departamento que dirige Carolina Darias notifica 57.329 contagios más, con lo que la cifra total hasta el momento asciende a 11.953.481. De los nuevos diagnósticos 28.434 se han registrado entre las personas de más de 60 años”…

Esto quiere decir que los contagios entre menores de la franja de edad denominada ‘diana’ –en la que entré el año pasado— es de una cifra similar. Por tanto, la IA real es más o menos, el doble. Hablamos de 1.300… 1.400… Sin contar a los asintomáticos. ¿Qué me decís?

Sigo con mi covid19… Decidí que debía acercarme al Centro de Salud para que me hicieran una PCR, me recetaran la medicación adecuada y, de paso, preguntar cómo actuar si mi esposo caía. Sin embargo, el martes diluvió durante todo el día y con una congestión de caballo y sin dormir –por el bicho o por los nervios— no pude ir. Pasé el día adormilada, con la cabeza embotada, el grifo nasal interminable y un frío aterrador. Claro, tenía fiebre. Era como un enfriamiento –no una gripe— de los que, en tantas ocasiones, he tenido.

El miércoles –después de otra noche blanca, algo que no es excesivamente significativo en personas con con mal dormir como yo—, me levanté un tanto zombi. Desayuné y me fui al Centro de Salud evitando acercarme a las personas, con mi bien falcada mascarilla FPP2. Entré directa al mostrador que hay junto en la puerta con mampara y sin gente—. Pero como tenía un dolor agudo y punzante de garganta que me impedía hablar, les dije a las enfermeras, por señas, que me dejaran un papel. Describí la situación en unos segundos y me dijeron que me realizarían un segundo test, ya que, las PCR habían pasado a la reserva. Esperé fuera mientras hablaban con mi doctora. Minutos más tarde, me dijeron que me marchara a casa que la facultativa iba a telefonearme.

Se me quedó cara de gilipollas. Bajé la cabeza y de regreso a casa, sonó el móvil.

Conversación con la doctorcita:

– ¿Cuenta, cuenta…?

Como pude, le expliqué y sinteticé el escenario. Ella contestó—:

– Sí. Son los síntomas normales. Hay muchísimos casos. No pasa nada.

– ¿Y si Jon…?

– ¡Ah! Él aún no ha llegado a la franja diana y como, ahora, no es necesario que ningún contacto, aunque sea estrecho, se haga un test, si no tiene síntomas no necesita ninguna prueba.

– Sí, doctora, pero tiene numerosas patologías.

– Pues si se pone enfermo, lo llevas a urgencias. Tú puedes ir a dónde quieras, con tu mascarilla y ya está.

Trágame tierra.

– Doctora y… ¿qué me tomo?

Lo que te has tomado: Alerlisin y paracetamol. Si empeoras, al hospital. Si sigues como ahora, mejorarás en unos siete días y en diez, estarás al cien por cien. No hace falta que te hagas otro test ni ahora ni después de los diez días. Hay que seguir el protocolo.

– Es que han quitado las mas demasiado pronto en interiores.

– Si te cruzas con un infectado –asintomático o no— en un lugar abierto en el momento de un estornudo o etcétera y ninguno lleváis cubrebocas, lo normal es que también haya contagio.

¡Acabáramos! En ese instante, ¡cuánto eché de menos al médico anterior! Recién jubilado unas semanas antes del inicio de la pandemia. Ahora solo tengo una dispensadora de medicamentos que no se sale de la línea marcada por Sanidad ni un micro milímetro con una tranquilidad pasmosa. Cualquiera de mis droides es más humano que la doña. Al margen, ya sabéis cuál es el seguimiento de Sanidad. Solo conque hubiera añadido: Coge una nueva cita para dentro de una semana y me dicés cómo estás y dentro de un mes, te vienes y te echo un vistazo o algo similar, suficiente. Me voy a casa tan tranquila. 

Bueno, sigo con mi historia… eso… esto sucedió miércoles al mediodía. Aunque estaba molesta, decepcionada y mi garganta dolía como si fuera un estigma perenne, como todos los días, tuve los ovarios de hacer los ejercicios que he repetido a diario, estuviera como estuviera: andar un buen rato como los reclusos, algún estiramiento y alguna cosilla más; poquito, lo necesario para intentar no anquilosarme más de lo normal. Unos quince minutos que me ayudan a no hundirme en la miseria: no he vuelto a salir a la calle. Luego una ducha sostenible de agua supercaliente y a seguir con la mascarilla durante casi toda la jornada, beber unos cuatro litros de agua diarios y permanecer en mi recinto. Por la noche dormí algo mejor, pero me desperté en una ocasión completamente sudada. Tuve que usar el secador, cambiarme de ropa, sábanas… un rollo, pero, hay que secarse lo máximo posible y el colchón o el edredón, si están húmedos, lo mismo. Mi hogar no está acondicionado para darse una ducha de madrugada.

El jueves el flujo perpetuo, había decaído. De igual modo, había desaparecido la pesadez de cabeza e incluso ese duermevela tonto que me sumía en una realidad ligeramente alterada. Sin embargo, comencé a toser con esputos incluidos; no cortaros cuando llegue esta fase, lo mejor que podemos hacer es expectorar para que los órganos se limpien de mucosidad. Además, tampoco podía tragar. Para colmo, mi voz estaba cascada y ronca, lo mejor era no decir ni mu. Hablaba lo justo y necesario.

Viernes. Por fin, noto una verdadera mejoría, aún con afonía. Hago mis ejercicios, escribo un rato, recojo información, leo, inspecciono si ha habido adelantos positivos en Ucrania… Toso más, pero con menos mucosidad. La cabeza y el resto del organismo, mejorando. La noche es mala: he dormido mal y vuelto a sudar con el consecuente secado de todo lo que he podido.

Sábado, aquí sigo, parece que mejor, aunque los medicamentos me han descompuesto un poco el cuerpo y, claro, noto un poco de flojera. Es lo lógico en cualquier enfermedad de tipo respiratorio. Y, además, toso más. Ahora es diferente, parece, digo parece porque no lo sé, que la tos se debe al picor que aun sigo teniendo en la garganta. Mi timbre de voz se está recuperando: ¡menos mal!

Domingo ocho de mayo. Justo el domingo pasado por la tarde fue cuando tuve unos pinchazos raros en la cabeza que a los que no hice caso porque me encontraba fenomenal. Y que resultó que sí tenía que haberles hecho caso. ¿Recordáis? O sea, justo, ocho días. Anoche la pasé bien, por lo menos no sudé –espero que está noche siga la misma pauta: dormir es sanador— y me he levantado casi como nueva. Toso, de vez en cuando como un perro, pero apenas esputo, más bien es por la irritación bucofaríngea. La nariz solo gotea de tarde en tarde. Y mi estado general es bastante óptimo. He salido a la calle –con FPP2, por supuesto— manteniéndome alejada posible de las personas y me ha sentado bien que me diera el aire.

Lunes nueve de mayo. A una semana de realizarme el Test de antígenos, apenas se aprecian los síntomas y mejorando.

Ha doce días del positivo, he superdo el covid y me encuentro bien.


@Anna Gernoves 

Dos de mayo de 2022


Para recordar


1.       Hidrataros al máximo, por lo menos con dos litros de agua. Podéis sustituirlo por zumos, leche... Líquidos sin alcohol.

   Lavaos las manos a menudo y poneros hidrogel  -a estas alturas estñá de sobra decirlo porque lo sabemos requetebién.

2.       Alimentaros lo mejor que podáis. Estoy comiendo algo más de lo habitual, tenga o no ganas.

3.      Si os sentís con ánimo y podéis, moveros por la casa o por la calle con mascarilla si decidís pasear. Creo que dentro de un rato, me animaré a dar una vuelta.

4.       Si sudáis por la noche y no podéis ducharos, secaros bien con el secador, cambiaros de ropa  y todo eso...

5.       La ventilación que no falte en casa.

6.       Tomaros las medicinas que os hayan aconsejado; sea un especialista o un farmacéutico.

7.       Sin empeoráis, acercaros al hospital: no tengáis miedo.

8.     Si sois animales sociales, decirlo. Tened covid19 no es una lacra ni una vergüenza, es algo normal.

    He tenido fiebre los cuatro primeros días, algo lógico; no os preocupéis demasiado

     Haz algo que te agrade: escucha música –soy adicta al rap, lo confieso, aunque escucho de todo—, lee, escribe, mira la TV, revisa esa serie que no terminaste de ver o que se te pasó, haz ganchillo, pinta, teje, reza, desguaza las redes sociales, medita, recicla en Vinted... Todo vale.. Haz lo que puedas y te agrade. Lo superaremos 😉

   

* Llevo dos vacunas de AstraZeneca y una de refuerzo de Moderna. Además, estoy vacunada de la gripe. Soy defensora de las mismas cuando están debidamente estudiadas y cotejadas. Las actuales, por falta de tiempo, se está viendo, tal como dijo el doctor Cavadas, que aún tienen faltas. Pero, es normal: han hecho lo que han podido en tiempo record. Hay que vacunarse. Somos un gran laboratorio para las generaciones futuras.



Documentación de medios dispares y distintas fechas


Cuando varias personas que conviven tienen covid, ¿deben aislarse entre ellas?

 

Motivos por los que el test de antígenos puede dar unresultado falso 

 

Cuatro errores comunes que pueden dar un falso positivo enlos test de antígenos


¿Cuántos tipos de coronavirus existen?


Los 7 tipos de coronavirus que infectan humanos


Ómicron: sus ocho síntomas iniciales... y otros seis nuevos


Coronavirus en España: la subida de la incidencia en mayoresde 60


España camina hacia la séptima ola


Qué se sabe de ómicron: sus síntomas, mayor riesgo de reinfección y resistencia ante las vacunas


Mascarillas a lo largo de la historia


 

Positivo en Covid

by on 18:18:00
Positivo en Covid Sirva mi testimonio para cualquier lector que se encuentre en una situación similar y, de algún modo, pueda socorrerle.   ...

 






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De cerca

 



He visto a la muerte de cerca,

De cerca la he visto.

 


La he tenido en mi cama

Y le he dicho: no me quedo contigo.

 


Ve a lugares desiertos

Donde la tierra sucumbe.

 


Donde los gritos de los muertos

Son mudos

Y los llantos de los niños se han ido.

 


Donde la vida no existe

Y tu hoz, tirita.

 


Demasiadas almas

Bajo tu rostro vacío,

Demasiados hombres, mujeres y niños.

 


Deja a este mundo que perece

Solo con su desdicha.

 


Solo como quien nace y muere

No necesitamos tu ira.

 


Aléjate del mar, del aire,

De la tierra y del fuego,

Te exiliamos de nuestras vidas.

 


Arrastra a la enfermedad

Esa cruz invertida que nos mina.

 


Que arranca las entrañas antes de tiempo

Que muerde nuestros cuerpos

Y nos quita la alegría.

 

 


©Anna Genovés

Ocho de diciembre de 2021





Postcard





De cerca

by on 17:17:00
  De cerca   He visto a la muerte de cerca, De cerca la he visto.   La he tenido en mi cama Y le he dicho: no me quedo contigo. ...

 


Los bonopos proliferan en las cities




Ayer fue un día excepcional. No hice nada fuera de lo normal, pero disfruté de todo lo que hice.


Al salir a la calle, un golpe cálido de aire seco bañó mi rostro enmascarado y fue muy placentero recordar los viajes de mi juventud, cuando apenas salían los curreles de la piel de toro cañí que ahora nos encierra por narices.


Por aquel entonces, me dejaba la vida en la Seguridad Social y tenía un poder adquisitivo elevado que me permitía disfrutar de las pirámides, la ciudad roja o la mismísima Jerusalén, entre otros enclaves maravillosos. Está claro que no viajaba con las personas adecuadas. Pero, gracias a ellas pude desplazarse a países lejanos, ya que era demasiado cobarde para viajar sola.


Actualmente, mi posición económica es frágil. Y, aun así, puedo comprarme algún que otro vestido de Desigual o un bolso de Anekke de temporadas pasadas durante el remate final de las rebajas. No echo de menos viajar ni tan siquiera ser a reina del rock & roll: soy una superviviente que procura vivir ilusionada, aunque el camino sea más duro que el ascenso al Everest en un mal invierno o la covid19 aceche.


Esto no va del coronavirus, es un hecho que, poco a poco, como buena observadora, he apreciado a lo largo de los años. Tal vez se deba –como dice Don Reverte— a la poca cultura existente o simplemente se trate de que la evolución humana sea una involución que nos encamine hacia los bonopos. Adiós Asimov.


Desde que surgió el movimiento del 15M –envuelto de cartelería prosoviética con mensajes subliminales directos— allá por 2011, la sociedad ha cambiado. Hagamos memoria… Un grupo social heterogéneo indignado por el bipartidismo político, PP/ PSOE, y el poder de los bancos y las corporaciones. La corriente invocó manifestaciones pacíficas que acabaron con verdaderos campamentos en diversas ciudades españolas. A la mayoría de la población nos daban pena esos pobres chicos que no tenían donde caerse muertos y que perseguían una democracia más participativa. Recuerdo que en Valencia se asentaron en la plaza del Ayuntamiento.






Un día, se me ocurrió visitarlos. Me acerqué a ellos con recelo, pero, al verlos tan guais, la suspicacia cedió e intercambiamos algunas opiniones. Me dijeron, poco más o menos, lo que ya sabía… protestaban por diversas injusticias.


Lo primero que me llamó la atención, fue la privación que reinaba en sus viviendas nómadas; vestidos casi con harapos, sin apenas mobiliario y con la comida justa. Sin embargo, lo que me dijeron carecía de una base lo suficientemente sólida como para cambiar mi vida y acompañarlos. Nuestra conversación estuvo rodeada de un hedor a suciedad bastante notorio. No lo comprendía… parte de mi familia es ganadera y sus casas, aunque humildes, están limpias como una patena y, ellos, aseados. Allí, había mierda.


Desde ese día advertí que los ideales del 15M podían ser nobles para sus dirigentes, con todo, para los que estaban acampados en un tótum revolútum, significaba poco más que… «Estoy aquí para tocarme los huevos y dar la nota porque mola». Entre ellos, reinaba un colectivo de niños y niñas de casa bien a los que no les apetecía estudiar o trabajar en los negocios de papá o talluditos que se habían acomodado sin saber muy bien la razón de la protesta. Bonopos en plena expansión.






Mi conclusión era un tanto dispar, me agradaba su rebeldía, pero me desalentaba su verdad. Claro, desde mi casita de papel y a buen recaudo, era como mirar los toros desde la barrera. Tampoco es que entienda demasiado de política; siempre he pensado que un buen gobierno debe ser ecuánime. Por desgracia, todavía no he conocido a ninguno.






Los meses pasaron a la par que los años. Me salieron canas y cada vez tenía menos dinero en el bolsillo. Además, el mercado laboral huía de mi notabilísimo CV pues me había convertido en una madura de las que nadie contrata. No era la única: el deterioro del baby boom iba en crescendo. Cambio de planes. Las cremas del tocador desecharon a Estee Lauder y se convirtieron en Deliplus de Mercadona. La sociedad del bienestar se desmoronaba, día a día, ante mis ojos y la clase media agonizaba mientras despuntaban ciertos multimillonarios –futbolistas, jeques, celebrities hollywoodienses y una retahíla de personajes adinerados que hacían palmas a los más guapos de la fiesta para obtener su gracia y chupar del bote—. En el lado opuesto, los trabajadores de toda la vida y los autónomos, se empobrecían. Por ende, otra casta tomaba las calles inmersas en… «Me tumbó al sol y aprendo a mal escribir. El resto no me importa».    


Y así, con una piedrecita por aquí y otra por allá, como Pulgarcito, los bonopos 15M tuvieron voz y voto en todas las estructuras sociales y gubernamentales con tanto peso que comenzó la decadencia de las ciudades más dignas. Aunque ellos, los ideólogos, habían olvidado su propia doctrina una vez instaurados en verdaderos tenderetes de excesivos metros cuadrados, piscinas riñoneras con yacusi y picoletos cansados de hacer la guardia a la puerta del grupeto elegido. Amén de establecidas las hembras predominantes allí donde podían hacer y deshacer a su antojo.


Décadas atrás, Barcelona –a la que estuve muy unida por motivos laborales— le pisaba los talones a Madrid. Parecía la nueva capital de España, proyectaba fuerza, modernismo, apertura al exterior; era, sin lugar a dudas, una de las metrópolis cosmopolitas más saludables de su tiempo, casi a la altura de Londres, Milán y Dusseldorf. Hace unos años, cuando volví a visitarla, el panorama me pareció aterrador. La apertura era cerradura y el futuro se había convertido –para mis ojos— en una máquina del tiempo que me había trasportado a una ciudad que apuntaba maneras de medievo.  


A día de hoy, a Valencia le sucede lo mismo. Proliferan las obras, algunas, sin ton ni son. Otras a destiempo. La dejadez generalizada y la suciedad, es algo que se palpa. La plaza del Ayuntamiento se ha convertido en la plaza Mayor de un pueblo olvidado de la mano de Dios donde por un lado brilla el asfalto recién horneado y por otra una serie de numeraciones –sobre una especie de chapopote antiguo— que albergan, frente a la puerta de consistorio, un mercadillo de venta ambulante sin ápice de pedigrí. Vamos, ¡ojalá tuviera la solera del mercadillo de Astorga! Por ejemplo.






En ese lado peatonal, abundan los botellones diurnos sin alcohol de diferentes pandillas. Quizá, la plaza, se ha convertido en el punto G de esas quedadas tan molonas llamadas hacer una campal. O tal vez, sean ninis que se reúnen al albor de un espacio abierto y amplio por la situación sanitaria. Lo desconozco, pero el corazón me dio un vuelco y pensé: «¿Dónde estoy? Esta no es la Valencia de la Ciudad de las Ciencias ni tan siquiera es la ciudad cuya festividad patronal se consolidó como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esto es un núcleo urbano venido a menos y abatido.


De camino a casa, observé a los sintecho habituales fruto de las mafias extranjeras, situados en lugares estratégicos para dar pena, y a numerosos MENAS bambando sin rumbo fijo –algo natural en las sociedades, otrora, del primer mundo occidental. Pues es nuestro deber acoger a los menores sin acompañar que llegan en pateras a las costas—. Tampoco hablo de esas familias que por falta de alimentos hacen cola diaria en las cercanías del Banco de alimentos o la Cruz Roja. No son ellos, son otros como nosotros o como los trabajadores de otros lugares que se han tirado al ruedo y prefieren Los lunes al Sol.




En mi barrio, cercano al centro neurálgico comercial de la ciudad, duermen numerosas personas a la intemperie y hasta familias completas de bonopos hacen picnic –incluido el trapo en el suelo para tumbarse a tomar el sol sin importarles si hay o no hay bichitos que puedan dañar los pulmones e incluso  asesinar a los papis o a las crías bebé—. Lo dicho, yo misma, era una curranta de los pies a la cabeza y me he ‘abonopado’. La verdad, me siento bien. ¿Ha sido la pandemia o la mala gestión del ejecutivo?


Desconozco si estamos más cerca de Venezuela que antes, pero, esto no pinta bien. Si malo es el capitalismo, peores son las dictaduras, sean rojas o azules. Blancas o negras.


Empero, como soy optimista, voy a echarme unas risas a la luz de las nubes que enturbian el firmamento para convertir el domingo en un día tan excepcional como el sábado.

 

@Anna Genovés

Domingo ocho de agosto de 2021




 

* Aclaración: la terminología ‘bonopo’ adaptada al humano, no es algo que he utilizado por aquello de faltar a las personas que otros llaman ‘podemitas’ –cada uno que viva como quiera y pueda—, sino que es un palabro utilizado por algunos psicólogos del funcionariado público que, en apariencia, lucen como ellos, pero son más clasistas que los pijos.

 


Lecturas recomendadas


Las comunidades de bonobos: un comportamiento esclarecedor

https://mujeresconciencia.com/2015/06/17/las-comunidades-de-bonobos-un-comportamiento-esclarecedor/


Extracto

 …“Según de Waal (1997), y otros expertos, las relaciones sexuales entre los bonobos actúan como un factor relajante entre ellos. Los estudiosos han detectado que estos animales tienen un temperamento mucho menos agresivo y exaltado que los chimpancés, con una tendencia a la violencia física claramente menor y los conflictos graves entre grupos de bonobos parecen ser bastante raros. Cualquier cosa que despierte a la vez el interés de más de uno de ellos suele acabar en contacto sexual (machos/hembras, machos/machos, hembras/hembras) lo que no significa que se trate, como se ha sugerido, de una especie hipersexual. Tras cientos de horas de observación, de Waal concluye que en realidad practican el sexo de manera bastante relajada, como una faceta completamente natural de su vida en grupo y no se detecta en ellos ansiedad alguna.”…




 




La cárcel se abrió y los presos se amotinaron

 

Al principio de las restricciones en Valencia, recuerdo haberle dicho a mi esposo que tantas limitaciones traerían sus consecuencias. «Eres una pesimista de narices. Al final, te contratará tu admirada Margarita del Vall para que le lleves lo cafés». Me soltó sin cortarse ni un duro. Así que no volví a decirle nada al respecto, pero seguí cavilando lo que me dio la gana.


Para mí, lo más importante en la vida es la libertad –la salud y etcétera… son sagrados y no cuentan—. Con las prohibiciones impuestas en mi comunidad, tuvimos menos libertad que los encarcelados del Procés. Eso no podía acabar bien.


No obstante, al día siguiente, los medios de comunicación volvían a ensalzar los métodos del ejecutivo valenciano porque nuestra IA bajaba y bajaba. Ciertamente, estuvimos durante varias semanas, en el Edén. ¡Ah! Pero resulta que este magnífico paraíso también tenía manzanas apetecibles y víboras pecadoras.


España con IA que sobrepasaba los 100. Valencia 31. Una, hasta las narices de tanta falacia. ¿No se da cuen qué vivimos una realidad virtual? En algún momento esto explotará como un grano purulento en un rostro acneico, pensaba. Lo que baja, después sube y viceversa le comenté a una vecina. «Chica no. Lo peor ya ha pasado y seguimos bien. Eso es lo importante». Me dijo.


Yo con cara de póker, pensé, «O cambio el discurso o me quedo más sola de lo que estoy desde… desde que nací. ¡Qué narices! Soy una solitaria empedernida». Tal vez, por este motivo, en mi calidad de antropóloga amateur, veo el conjunto de la humanidad sin fijarme en los detalles. Y, ese todo de mi universo, se adelanta a los acontecimientos. Aun así, me hice el firme propósito de ponerme la máscara favorita de esta sociedad del bienestar venida a menos: la hipócrita. Y, cuando, hablo con alguien solo digo—: “Todo va de maravilla”. Aunque vea las orejas del lobo y lo que está por venir.


Y, llegó, la hora de bailar el cancán cogidos del brazo y sin mascarilla. El 21 de mayo nuestro meritorio presidente dijo como un tenor desde la Ópera del Real que las mascarillas pasaban a no ser obligatorias en la calle. ¡Olé! ¡Olé! Y ¡olé! Que felices todos y todas enseñando nuestros morros con dientes blancos de sonrisas Profidén.


El anuncio fue tan apetecible como la manzana de Eva: a babear chicos. ¡Yupi, yupi, hey! Ya no hace falta que llevemos cubrebocas en la boca, aunque sigue siendo necesario tener una a mano. El dónde ya es cosa de cada uno. Nos la ponemos en la muñeca, en el codo, en la barbilla, en el pantalón o donde haga falta, cualquier sitito es guay con tal de que no sea en la cara.


¡Qué cerriles somos! Que cada uno la lleve donde le dé la gana, sí. Siempre que mantenga la distancia de seguridad: eso es lo verdaderamente importante. A mí no me tienen que decir las cosas dos veces, ni ahora que soy talludita ni cuando tenía veinte años y soñaba con ser la más guapa del barrio. Metro y medio entre personas que el bicho sigue suelto… y todos no estamos vacunados. Si es imposible mantener esa distancia, ¡joder! ¡No seamos burros! Llevémosla donde manda. No es un complemento de moda es una protección. ¿Qué más da un mes arriba o un mes abajo si con ella nos va la vida?


Ante ayer, una amiga –médico de Urgencias en Navarra— me comentó que no hay remedio. Y, hoy, otra que vive en Bruselas, me ha dicho que no puede venir porque España vuelve a estar en rojo. Hasta Francia nos ha vetado y no recomienda viajar a la península ibérica.


Ocho de julio, mi comunidad –que por otro lado tenía montados los tinglados del turismo a tope en verano y del pegote de Fallas por septiembre, como es natural para ver si la economía dejaba de desfallecer un poco—, tiene una IA de 262 y sigue en alza. Rozando el riesgo extremo. El Consell habla de volver a ciertas restricciones: fuera ocio nocturno, prohibido venta de alcohol a partir de la 20:00h, cierre de algunas playas en horas conflictivas, toque de queda en los municipios con mayor incidencia.


Hace unas horas, quedó retratado el asunto en la mismísima Gran Vía de Fernando el Católico de mi ciudad. Llevaba el carro de la compra a rebosar y me senté a descansar en un banco. Por aquí y por allá otras personas distanciadas. Y, de repente, pasa un sintecho –que iba con el torso al descubierto— se mete entre los jardinillos se baja el pantalón y se cisca. Estaba, justo, delante de la Jefatura Central de la Policía Nacional.


¿Qué me decís? ¿Qué cómo es eso? Está claro, nada importa. Jóvenes, maduros, enfermos, jubilados y bien pagados, papis y mamis de todas las edades. El conjunto de la sociedad está fracturado; en un lado, los reos que no queremos la perpetua. En el opuesto, los que por un cachito de libertad son capaces de saltarse la condicional, aunque ello signifique regresar a la cárcel y arrastrar a la tropa de enfrente que intenta cuidarse y cuidar. Caca, culo, pedo.


 


@Anna Genovés

Jueves ocho de julio de 2021

Publicada en el diario El Cotidiano




 Bailemos el cacán cogidos del brazo y sin mascarillas 

 

Es la consigna de la pospandemia que mañana estrena nueva relajación: ¡Fuera las mascarillas! ¡Qué ganas teníamos! Y, ¡qué caray! Nos lo merecemos porque estamos a cara cubierta desde hace más de un año.


Os preguntareis ¿por qué el cancán? Lo entenderéis enseguida, y cito textualmente del cajón de sastre más guay de la red: Wikipedia.


… “El cancán apareció por primera vez en los salones de baile de la clase trabajadora del barrio parisino de Montparnasse alrededor de 1830. Era una versión más animada del galope, un baile rápido en un compás de 2/4, el cual solía ser la figura final en la cuadrilla –en la que participaban tanto hombres como mujeres—. Por lo tanto, el cancán era originalmente una danza para parejas, las cuales realizaban patadas altas y otros gestos con los brazos y las entrepiernas.

Para este momento, y durante la mayor parte del siglo XIX en Francia, el baile fue también conocido como el chahut. Cancán significa ‘escándalo’ y ‘chahut 'ruido' o 'alboroto'.” …



Después de la cuarentena nos dejaron salir por parejas; nunca había visto tantos pares de personas –de todas las edades, sexos, colores…— cogidos de la mano. Era alentador como le retour de l'amour. Creo que muchos emparejamientos que, antes de la pandemia ni se miraban, con este varapalo que nos ha dado la vida, o se han separado o están más unido que nunca. Además, en ocasiones, hasta dábamos no patadas altas, pero sí largas o movíamos los brazos como las gallinas si veíamos a algún conocido, por aquello de la distancia… recordemos que estaba prohibido las reuniones de más de dos personas no convivientes, aunque fuera en la calle. Pues, eso, a adaptarse. Y nos adaptamos.


Pasaron los meses, y llegaron las relajaciones. Podíamos pasear de cuatro en cuatro o hacer grupos de seis –todo dependía de la normativa de la comunidad en la que viviéramos—. Igual que en el cancán que comenzó con pares y acabó en el vaudeville. En pocas horas, no hará falta salir a la calle con cubrebocas. ¡Hala! Todos a lucir nuestras mejores sonrisas –aunque sean más falsas que Judas— como animan los psicólogos positivistas y los coach.


Mañana los casi 4M de muertos por coronavirus y los casi 200M de contagios –muchos de ellos con las secuelas de por vida— ya no existirán. Soy una amargahipócritas, lo reconozco y me importa un bledo; prefiero la sinceridad que la mentira. O por lo menos, lo intento. Al margen de que la covid19 sigue con nosotros. Lo cual, hay que tener muy en cuenta. Ayer, me decía una amiga que ya habíamos pasado lo peor. ¡Ojalá tenga razón!


He leído la letra pequeña de fuera las mascarillas y por casi me meo encima. Resulta que podemos quitárnosla siempre que mantengamos la distancia de seguridad y estemos en el exterior. ¡Ah! Pero hay que llevarla encima por si, de repente, te encuentras en un semáforo concurrido y tienes que ponértela a toda prisa porque la cuadrilla de personas está al mogollón; a la sazón, solo nos faltará echar las piernas al alto y bailar despreocupados.





Anteriormente, el accesorio en cuestión, no se podía llevar ni en el brazo ni en la barbilla, solo puesto o guardado a buen recaudo en aquellos lugares sacrosantos en los que podíamos prescindir del mismo. O sea, en casa y poco más. De la noche a la mañana, ¡qué más da! Mucha gente le daba pluriempleo a este complemento médico que llevaban en la cara u otra parte corporal. Al presente… ¡ya me diréis las horas que rularán sin cambio de pañal!


Idiotas no somos. Con la obligación vigente de llevar cubrebocas, muchas personas se pasaron el precepto por el forro de los ovarios o los testículos, y no hablo solo de la juventud que son, al fin y al cabo, los menos peligrosos siendo los que más incumplen y contagian. Los mayores debemos dar ejemplo. Como unos lo hemos dado y otros no, pues, a callar que estamos en el mismo saco. Y, por desgracia, el bicho no distingue entre los que hacen y los que deshacen. ¿Qué pasa, que como estoy vacunado me la trufa el de al lado? Hipócritas y egoístas.


Al respecto de fuera la mascarilla en exteriores, la experta en transmisión aérea de virus y profesora estadounidense Linsey Marr, ha creado una regla con el nombre de 2 x 3 que se basa en…


1.       Mascarilla

2.       Distancia

3.       Aire libre


Para que funcione, siempre hay que cumplir dos de estas tres normas. Si estás al exterior con distancia de seguridad entre personas: NO MASCARILLA. En la misma situación sin distancia de seguridad: SÍ MASCARILLA porque de lo contrario, puedes infectarte.


Por otro lado, los psicólogos se han sacado de la manga un síndrome de lo más moderno: el síndrome de la cara vacía. Pues… ¡qué bien! Síndrome de la cara vacía o tener miedo o malestar de quitarnos la mascarilla o de hablar con alguien que no la lleve o de haber olvidado cómo mover agradablemente las facciones... ¿Por qué a todo hay que ponerle etiquetas? ¿Por qué no nos dejan en paz en vez de aprovecharse de la situación e inventarse sintomatologías para que seamos ovejitas baladoras al son de sus consejos? El asunto es obvio; si todos fuéramos responsables, dentro de unas horas, nadie llevaría mascarilla en los exteriores sin aglomeraciones. Sin embargo, esto no es así. No existe el síndrome de la cara vacía, hay personas irresponsables.


Sinceramente, no creo en la psicología. Por motivos trágicos en mi infancia y adolescencia, recorrí unos cuantos durante la juventud. La verdad, solo me sirvieron para descubrir que era una gilipollez pagarles: te dicen qué hacer para estar guay y punto. Algo que ya sabes antes de entrar en consulta. Que te digan lo que tienes que hacer no arregla nada porque te quedas igual de jodido. Seamos sinceros. ¿Cuántas sonrisas y palabritas bonitas de buenos días amigos, que paséis buen finde, somos los mejores y etcéteras… tienen realmente una capacidad sanadora si no fueran acompañadas de antidepresivos, betabloqueantes, hipnóticos, antiinflamatorios, ansiolíticos, alcohol, tabaco, petas, drogas duras o lo que sea que ingiramos para estar un poco más mejor de lo que realmente estamos? Pocas o ninguna. Colegas, que cada uno ponga la cara que le dé la gana con o sin cubrebocas, cada uno es como es y, dejémonos de monsergas.


Pues… ya lo sabéis, dentro de unas horas, bailaremos el cancán al estilo gallineta y con mascarillas de collar. ¡Genial!

 


Enlaces de interés


·         La regla 'dos de tres' para usar mascarilla en exteriores, M. G. redacción de Las provincias 

 

·      Basta de pensamiento positivo, Carmen Posadas   



·         El fin de la mascarilla y el síndrome de la ‘cara vacía’, Redacción RTVC.


 

·         Los psicólogos advierten del 'Síndrome de la cara vacía' con la desaparición de las mascarillas 

 

 

@Anna Genovés

Viernes 25 de junio de 2021

Publicado en el diario El cotidiano

 

En memoria de mi amigo Jose Luis Moreno-Ruíz y a todas las víctimas de la covid19


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