El cuento de la criada, Margaret Atwood
El cuento de la criada, Margaret
Atwood
Ficha bibliográfica
El cuento de la criada ePUB
Título original: The Handmaid's
Tale
Margaret Atwood, 2001
Traducción: Elsa Mateo
Páginas: 1.203
Sinopsis de la novela
Amparándose en la coartada del
terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como
primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres.
Esta trama, inquietante y oscura, que bien podría encontrarse en cualquier obra
actual, pertenece en realidad a esta novela escrita por Margaret Atwood a
principios de los ochenta, en la que la afamada autora canadiense anticipó con
llamativa premonición una amenaza latente en el mundo de hoy. En la República
de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las
férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si
Defred se rebela o si, aceptando colaborar a regañadientes,
no es capaz de concebir, le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas
Colonias en las que sucumbirá a la
polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos
detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso
su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado
tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento
de una persona. Y mucho menos su deseo. Los peligros inherentes al mezclar
religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres
como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del
deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que
aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye
la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el
paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la
potencia de su prosa.
Reseña de El cuento de la criada
de Margaret Atwood
Llegué a su lectura después de haber escuchado las bondades de la
actual serie televisiva y la película de 1990 basadas en la misma, ambas
visionadas a posteriori.
Bajo esta tesitura, opino que todos los escritores desearíamos
que un guion televisivo o cinematográfico reflejara el alma de nuestra obra. Esto, por suerte para la autora, es lo
que le sucede a El cuento de la criada. Con el aditivo de que, sobre todo en la
serie televisiva, la fuerza de las imágenes y las licencias de los guionistas,
han edulcorado hasta tal punto la novela, que ha cautivado por completo a los
espectadores. No es para menos.
La novela, narrada en primera persona por Defred, la protagonista, a modo de
diario entrecortado donde la historia de su pasado se superpone a la del
presente con una retahíla de flashbacks y algún que otro flashforward o su
propia inventiva…, nos arrastra a las profundidades del abismo de una
distopía que nos hace reflexionar acerca del horror del sometimiento. Margaret
Atwood fundamenta su terrorífica historia, en cierta medida, desde la perspectiva
de la religión panteísta que profesa.
La narración, sustentada en un futuro relativamente próximo –primer
cuarto del siglo XXII—, te deja perplejo desde la primera página.
Es obvio que cause está sensación
cuando descubres que los todopoderosos
E.E.U.U. se han convertido en la república de Gilead: una sociedad
patriarcal y arcaica gobernada por una teocracia puritana que enaltece las prácticas del
Antiguo Testamento, en la que se han perdido la mayoría de libertades… Y, ¿qué
decir la mujer? Las féminas han pasado de una floreciente emancipación, a una regresión
absoluta donde solo sirven para cuidar la casa, hacer la compra y, ¿cómo no?
Procrear.
Sin embargo, la concepción ha quedado reducida a un grupo minoritario de mujeres en
edad de gestación; motivado por los medios anticonceptivos de la sociedad pre-apocalíptica
y por los numerosos efectos secundarios de los agentes tóxicos post-apocalípticos.
Hechos que han mermado la capacidad de fertilidad hasta cotas mínimas: el
futuro de la Humanidad, peligra.
Con este panorama, imaginamos que a este grupo de mujeres tan
especial, se las debe idolatrar: nada más lejos de la realidad. Se las
educa en una especie de escuela monacal, tipo claustro ‘torquemanense’, donde
todo es válido si no haces lo que te dicen; incluido destrozarte los pies a
latigazos, darte descargas eléctricas, mantenerte arrodillada –en una día de
lluvia copiosa— con los brazos en cruz y sujetando piedras en las manos…, o
cualquier aberración que se les ocurra. Todo bajo dosificación de benzodiazepinas. A las chicas se las droga para que sean verdaderos
lechales esperando el engorde antes de ir al matadero. La no concepción
equivale a la muerte –por lo general, se las ahorca y sus cuerpos quedan a la
intemperie en el muro que rodea Gilead—, o al destierro en las colonias.
El muro me hizo pensar en los guetos judíos de la Alemania nazi; en
El
cuento de la criada es la separación entre la República de Gilead o
zona libre de guerras, de la otra sociedad… la infectada, la guerrera, la
pecadora, la libre. Y en él, acaban colgados todos los que, por uno u otro
motivo, desobedecen las leyes teocráticas impuestas por los gobernantes: una
serie de comandantes con un poder absolutista y un ejército poderoso bajo su
mando –a los soldados se les llama Ángeles o Guardianes, y a los gobernantes, Ojos.
El paralelismo con el A.T. está servido:
los ángeles guardan a los mortales de cometer pecados y los ojos de Dios lo ven
todo.
En las colonias acaban algunas mujeres que han intentado fugarse o
que han infligido ciertas leyes; verdaderos
campos de exterminio cubiertos por vertidos tóxicos al más puro Tercer Reich.
No se las gasea: respiran vapores venenosos... También acaban en este lugar
infernal, las no-mujeres; entre ellas las hembras maduras que no pueden
engendrar o que han pertenecido o pertenecen a la resistencia. Os preguntaréis
cómo a unas traidoras se las envía a las colonias y a otras se las ejecuta; la
novela no lo aclara… Solo puedo decir: mejor morir ahorcada que sufrir una
muerte lenta y agónica.
Es difícil de creer que, en un mundo tan férreo y con un ejército
armado hasta las cejas, exista una resistencia. No obstante, como en toda
guerra o régimen fascista, la hay. Lo mismo que un mercado negro y lugares
prohibidos donde los mandatarios se saltan a la torera las leyes que ellos
mismos han impuesto.
Os habrá llamado la atención el nombre de la protagonista: Defred. He
aquí el quid de la cuestión: a las mujeres que pueden gestar, se las llama
criadas en general, y, además de perder su nombre de pila e ir vestidas de rojo
–para verlas desde lejos si se les ocurre escapar—, mientras perteneces a este
grupo, adquieren distintos nombres… Dicho apelativo se compone de la preposición
‘de’ –en inglés ‘of’—, y el nombre propio del comandante al que sirven. De tal
manera que si sirves a Fred, como el caso de la heroína de El cuento de la criada,
te llamas Defred. Hay Deglen, Dewarren…
¿Por qué? Porque, en la
república de Gilead, al igual que en tiempos de los Patriarcas, las mujeres son
tratadas como objetos que pertenecen a los hombres; amén de que hay una
poligamia encubierta. Las criadas, no solo tienen un dueño, sino que
después de parir pierden toda potestad sobre el neonato que pasa a ser hijo legítimo
del comandante y su esposa. Al margen, si la criada puede volver a gestar,
pasará a ser propiedad de otro comandante.
No todas las mujeres son Criadas.
Dentro de la condición femenina existen
distintas jerarquías… Las esposas de los comandantes, que siempre visten de
azul, tienen la categoría más elevada, incluso
pueden denigrar a las criadas, a las sirvientas o Marthas, a las ecoesposas o
cónyuges de los hombres de menor rango que no pueden alcanzar la poligamia, y a
las Tías o educadoras de las Criadas –con su look militar compuesto por un
uniforme pardusco y un gorro tipo chef que les cubre el cabello.
Nunca mejor dicho: las criadas son concubinas violadas
reiteradamente por el comandante de turno, vientres de alquiler sin paga extra,
recipientes útiles solo para preñarse… y punto.
Por otro lado, el lenguaje del libro es adusto, pese a
que la autora tiene una adjetivación magnífica y utiliza unos recursos
literarios que embellecen el horror y demuestran la maestría de su pluma.
Creo que la novela presenta un desenlace abierto, lleno de suposiciones
y con una prosa carente de ese remate perfecto del cuerpo de la misma. Incluso
me atrevo a decir que tiene un final un tanto forzado, como para quitarse el
manuscrito de encima: la madre que acaba de parir y siente un rechazo
momentáneo por su vástago. Después de
reflexionar he pensado: “Seguramente, la autora quería hacer una saga y al ver
que no tenía la repercusión esperada en su momento, se reprimió. O quizá estamos
ante una verdadera visionaria que ha sabido esperar pacientemente hasta que su libro
ha dado los frutos deseados”.
Indudablemente, El
cuento de la criada se ha
convertido en un fenómeno de masas. En gran medida, por la puesta en escena
de la serie homónima que emite el canal HULU y que en España difunde HBO. A
fecha de hoy, se está pasando la segunda temporada y ya está firmada una
tercera.
©Anna
Genovés
8 de junio de 2018
Rectificada el 5 de junio de 2022
El revuelo que ha traído consigo el serial de la cadena HULU, que emitió hace poco la tercera temporada y tiene en marcha la cuarta, es inmenso...
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