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No es país para viejos: Cormac McCarthy

Datos de la novela
Título: No es país para viejos.
Autor: Cormac McCarthy. (Traductor: Luis Murillo)
Editorial: Debolsillo.
ISBN: 9788483464939.
Año de publicación: 2005.
Número de páginas: 256.
Género: Misterio, Thriller

Sinopsis

Llewelyn Moss, cazador y héroe de Vietnam, descubre por accidente una matanza entre narcotraficantes; de por medio, cadáveres, armas, drogas y una bolsa con más de dos millones de dólares de la que se apropia.



Por este motivo, Anton Chigurh –un sicario cuya arma ejecutora es una pistola cruzada con martillo neumático o pistola de perno cautivo penetrante —, entra en acción como un sabueso al acecho. Hombre despiadado cuyo lema es no dejar testigos, mata a cualquiera que se interpone en su camino a sangre fría.


Entre ellos, Ed Tom Bell –sheriff y veterano de la Segunda Guerra Mundial—, que vive entre dos mundos: la realidad y el pasado que constriñe sus entrañas y lo devora poco a poco.



Como personajes secundarios aparecen la esposa del protagonista y la del sheriff: ambas fieles amantes de sus cónyuges hasta la muerte.

Un personaje invitado a esta cacería humana que aparece en momentos puntuales, es el exagente de las Fuerzas Especiales, Carson Wells –transformado en cazarrecompensas al margen de la ley—, contratado por un poderoso cartel.

Opinión personal

Si bien al principio me parecía un tanto extraño el uso exagerado de la conjunción ‘y’ que extendía las frases hasta el infinito. Poco después comprobé que esta característica del autor dinamizaba el texto.

La novela presenta unos escenarios realistas y activos con descripciones exhaustivas que te introducen en la temática y, sin lugar a dudas, te enganchan. Ciertamente, no puedes dejar de leer pese a que las situaciones presentan narradores múltiples que te pueden desconcertar y hasta perder el hilo.

Recorte de una escena


En mi opinión, es un thriller lineal con un poso denso a neowestern en el que los acontecimientos suceden, mayormente, en las carreteras y sus moteles.

Uno de los rasgos singulares de la obra es presentar figuras difusas…, a excepción del psicópata Anton Chigurh –cuya personalidad lo convierte, en cierto modo, en un antagonista que le arrebata a Moss parte de su relevancia—. Ya que Llewelyn Moss, aunque sea un personaje desdibujado que conocemos a lo largo de la aventura, es el protagonista. Por el contrario, los contextos son precisos: agobiantes, violentos, inhóspitos y muy, muy desagradables. Como si el verdadero propósito de McCarthy fuera la personificación de los ambientes que nos muestra poco a poco a medida que avanzas en la lectura.

Por otro lado, hay episodios en los que la novela nos sumerge en reflexiones densas donde los personajes rememoran situaciones de su pasado reciente o pretérito, que denotan el conocimiento de la naturaleza humana del autor. De igual modo, de repente, podemos vernos inmersos en una reyerta sangrienta en el que solo el sicario parece inhumano y carente de sentimientos: una máquina de matar. Un verdadero cyborg. McCarthy nos deja migas de pan, como a Pulgarcito, con las que deducimos de antemano lo que puede suceder.

No es país para viejos es una novela abierta que descubres sobre la marcha… A medida que avanzas en la lectura perfilas a los personajes. Tiene una prosa ágil, descriptiva y lúcida con reflexiones largas y diálogos cortos y precisos. Amén de estar dotada de unos monólogos soberbios –escritos en cursiva, al inicio de los apartados, para diferenciarlos del resto de prosa— del sheriff Bell que, en ocasiones hace las veces de narrador; uno de ellos aparece como colofón de la obra. Y, en él, por uno u otro motivo, es difícil no vernos reflejados.

Recorte de la reflexión final

Tiene pues un estilo veloz propio de las novelas Pulp que seguro agradará a los amantes de la novela negra y de los thrillers contemporáneos. Algo tendrá cuando dos años después de su publicación, the Coen brothers, adaptaron el guion a la pantalla grande. Y qué bien lo hicieron. La recomiendo, aunque se haya visto de antemano el film.



El reparto fue estelar: Josh Brolin/Llewelyn Moss, Tommy Lee Jones/Sheriff Bell, Woody Harrelson/Wells, Javier Bardem/Anton Chigurh. La película ganó numerosos premios entre los destacan: 4 Óscar (Mejor película, Mejor Director, Mejor Actor secundario (Bardem) y Mejor Guión adaptado), 2 Globos de Oro (Mejor Película, Mejor Actor secundario), 3 Bafta y 2 Screen Actors Guild Awards.

Rasgos genuinos del autor




No es país para viejos de Cormac McCarthy, se publicó en 2005 con el nombre de No country for old men.

El autor es un dramaturgo, novelista y guionista; está considerado uno de los escritores vivos más importantes de EEUU. En la vida privada parece ser un hombre sui géneris que vive al margen del mundo editorial, que no suele conceder entrevistas y que apenas se relaciona con otros escritores.

Obra (datos tomados de Wikipedia

Novelas
El guardián del vergel (The Orchard Keeper, 1965)
La oscuridad exterior (Outer Dark, 1968)
Hijo de Dios (Child of God, 1973)
Suttree (Suttree, 1979)
Meridiano de sangre (Blood Meridian or the Evening Redness in the West, 1985)
Trilogía de la Frontera (1992-1998):
I - Todos los hermosos caballos (All the Pretty Horses, 1992), ganadora del National Book Award.
II - En la frontera (The Crossing, 1994)
III - Ciudades de la llanura (Cities of the Plain, 1998)
No es país para viejos (No Country for Old Men, 2005)
La carretera (The Road, 2006), ganadora del Premio Pulitzer de ficción.
The Passenger (próximamente)

Historias cortas
Wake for Susan (1959)
A Drowning Incident (1960)
Dark Waters (1965)

Guiones
El hijo del jardinero (The Gardener's Son, 1976), película
The Sunset Limited (The Sunset Limited, 2011), telefilme
El consejero (The Counselor, 2013), película

Obras de teatro
The Stonemason (1995)
The Sunset Limited (2006)

Adaptaciones cinematográficas
The Gardener's Son (El hijo del jardinero), película para la televisión realizado por Richard Pearce en el año 1977.
All the Pretty Horses (Todos los caballos bellos), ha sido llevada al cine por Billy Bob Thornton en el año 2000, protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz.
No Country for Old Men (No es país para viejos), ha sido llevada al cine por Joel e Ethan Coen en el año 2007, protagonizada por Josh Brolin, Tommy Lee Jones, Javier Bardem y Woody Harrelson.
The Road (La carretera), ha sido llevada al cine por John Hillcoat, protagonizada por Viggo Mortensen, Kodi Smit-McPhee, y Charlize Theron.
The Sunset Limited, basada en la obra de teatro del mismo título, adaptada por el propio Cormac McCarthy y dirigida por Tommy Lee Jones en 2011, con Jones y Samuel L. Jackson como protagonistas.
Outer Dark (La oscuridad exterior), ha sido grabada como cortometraje por Stephen Imwalle en el año 2008.
Child of God (Hijo de Dios), ha sido llevada al cine por James Franco en el año 2013, protagonizada por Scott Haze, Tim Blake Nelson y James Franco.







El retrato de Paulin

Basado en hechos reales

 

 

Mimbre sibarita

vendida por un puñado de dólares

no llores, la vida es la vida

 



A finales de los 80 las vidas de Zoé y Paulin se cruzaron para siempre. Nada tenían que ver la una con la otra. La primera, treintañera, trabajaba de dependienta en una perfumería. Tenía una imaginación desbordante y miles de escritos en los cajones. La segunda, había consumido medio siglo de vida. Era toda una señorona pija venida a menos; casada con un militar y madre tardía. Coincidencias de la vida: ambas veraneaban en un pueblecito turístico del Mediterráneo. Eran bastante reservadas y se habían hecho amigas.

 


***

 


Zoé y Paulin paseaban bajo un cielo índigo con destellos corales. La Luna estaba plena y habían caminado más que otras noches. Pero esa velada estaba llamada a ser especial. En la última cuesta de la caminata, Paulin le contó a su amiga, que había leído sus relatos.

 


—Zoé ¡escribes de maravilla! —exclamó Paulin—. Deberías emplearte a fondo: lo vales, niña.

—Paulin ¿te estás quedando conmigo?

—Pues… ¡va a ser que no! Y para que me creas, voy a contarte una historia.

—¿De verdad?

—Bueno… más que una historia, es mi autobiografía. Puedes hacer con ella lo que te plazca.

—Paulin no sé qué decirte —Zoé se mordió el labio inferior, insegura.

—¿Quieres o no…? Te prevengo que es bastante dura.

—¡Ufff!!!

—Venga Dña. Insegura. ¿Sí o no? —apremió Paulin.

—Está bien. Cuéntamela. Ahora, no tengo ni idea qué haré con ella. Tal vez, deberías enviársela a un editor o a un agente literario…

—Te la quiero contar a ti. No estás obligada a divulgarla. Si lo haces, puedes mezclar la realidad con la ficción, a tu gusto…

—¡Adelante! Soy toda oídos —terminó por decir la escribidora amateur con los ojos iluminados por una ráfaga de luz genuina.

—Sabes que soy canaria, ¿verdad? —dijo Paulin.

—Claro.

—Allí conocí a mi Salvador. Ahora está para pocas roscas. Pero entonces era un coronel del Ejército de Tierra muy guapetón. Tenía cuarenta y ocho años. Yo era una chavalilla de ná… y él, ¡tan apuesto! Tostado por el sol, y con esos ojazos verde mar y esa mata de cabello negra —recordó Paulin, mirando el cielo.

—Es un hombre atractivo —aseveró Zoé.

—Tú siempre dulcificando la realidad. Dirás, un anciano de buen ver.

—Bueno, yo no quería… —Zoé se puso roja.

—Gracias, pero… Al pan, pan. Y al vino, vino.

—Dejémoslo en un hombre con encanto.

—Eso también lo tenía: iba siempre de punta en blanco. A mí, que vivía en los suburbios de Las Palmas de Gran Canaria, me pareció el príncipe de todos los cuentos de hadas que había leído.

—Tú, ¿en los suburbios? No me lo puedo creer.

—Pues eso no es nada.

Zoé levantó una ceja y dijo:

—En fin, que fue amor a primera vista.

—Más o menos… —contestó Paulin moviendo la cabeza.

—¿Cómo os hicisteis novios? Disculpa, no quiero entrometerme.

 —Nada de disculparte. Necesito explayarme. Y esa Luna, que nos sigue a todas partes, me está animando a hablar.

Por unos instantes, el rostro de Paulin se llenó de lágrimas. Pero tras un respiro, continuó su relato.

—Era menor de edad y pobre. Tanto que, para estudiar bachillerato, me ganaba la vida haciendo favores a ciertos señores adinerados. Les gustaba a todos —Paulin miró a Zoé de reojo; a la chica se le había quedado cara de tonta. Pero salió del apuro.

—Paulin… 

—Confío en ti chiquilla —Zoé la abrazó.

—Gracias.

 —Verás, en Canarias hace treinta y tantos años, no se vivía igual que en la península. Todo era como un sucedáneo de la verdadera España. Con el boom del turismo, la mayoría de muchachitas que deseaban prosperar se dedicaban a vender su cuerpo para ahorrar unas perras y salir hacia la península.

 —No tenía ni idea —indicó Zoé.

 —La vida es injusta. El caso es que nos aliamos cinco jovencitas (entre ellas, yo) hambrientas y con ganas de salir del fango, decididas a trabajar en un… —Paulin se quedó pensativa—. En un burdel.

—Sí. La vida es injusta. Tienes razón. Cada cual hace lo que puede para sobrevivir.

—¡Ya te digo! Que decís ahora.

—Tómate un respiro.

—Necesito hablar…

 


La mirada de Paulin se perdió entre los abetos que las flanqueaban. Y allí se quedó mientras seguía confesándose.

 


—Mis amigas y yo —prosiguió Paulin con un respingo para no lloriquear— comprendimos que el negocio no estaba en brindarse a cualquiera que pasara. Teníamos que ser amable con los mandos: ellos si podían salvarnos. Trazamos un plan para movernos con asiduidad por los locales más refinados del sector. Al poco tiempo, la suerte hizo que un capitán se fijase en nosotras. Él nos presentó a otros oficiales, y uno de ellos, nos invitó a su apartamento en el barrio más chic de la capital canaria.

—Un pisito para los guateques.

—Exacto. Una casa de citas con mucho glamour.

—Mejor allí que a la intemperie.

—En poco tiempo, nos convertimos en las chicas de alterne de los próceres militares. Retiradas de las calles, vestimos con elegancia y contentamos a los caballeros que acudían a las fiestas privadas.

—Debió ser muy duro para vosotras —insinuó Zoé.

—Duro y lucrativo. Cincuenta por ciento para cada parte. Nadie nos obligó y nadie nos trató mal. Eso hay que tenerlo en cuenta.

—Me parece una postura muy inteligente.

—Sabía que me entenderías por eso quise que fueras mi cicerone —Paulin cogió del brazo a Zoé y prosiguieron su caminata.

—Ciertamente, me estás dando material para una novela —dijo Zoé.

—Apunta en tu memoria lo que escuches… ¿Quién sabe?

 


Paulin le contó a Zoé que, a partir de ese día, las cinco amigas llevaron una doble vida: por la mañana iban al instituto, y por la tarde a comprarse alguna que otra prenda asequible y refinada con la que vestirse por la noche. Las confesiones de Paulin fueron tan íntimas que Zoé se devanaba los sesos cavilando en los millones de niñas, que, por uno u otro motivo, ejercían el oficio más antiguo de la historia. Tanta información, le produjo una cierta ansiedad. Repasaba y escribía, una y otra vez, todo cuanto había oído. Amén, de dejar volar su imaginación con otras tantas apuestas. Días antes de finalizar las vacaciones, Paulin fue a enseñarle unas fotografías a media tarde.


 

—Hola Paulin. ¡Vaya sorpresa me has dado!

—Hola querida —Paulin le dio un beso en la mejilla—. Como te he contado tantas cosas quiero enseñarte unas fotografías.

—¡Qué bien! —contestó Zoé animada. Paulin sacó un álbum de piel marrón y lo dejó sobre la mesa. Lo abrió.

—A ver. A ver… —dijo Zoé.

—Mira, esta es la primera foto que nos hicimos Salvador y yo juntos. Estábamos en el paseo de la Playa de las Canteras —Paulin, esbozó una sonrisa—. Pero antes, te contaré qué sucedió la primera vez que nos vimos. ¿Qué te parece?

—¡Total!

—Fue en una party. Salvador estaba observándome. Y, ¡cómo me miraba! Fíjate que hasta me ruboricé —señaló Paulin. Zoé abrió los ojos como platos—. Minutos más tarde, el anfitrión hizo que me reuniera con él. Don Salvador (así me indicaron que le llamara) me invitó a una copa y después pasamos a una habitación especial. Hablamos de nuestras vidas. La mía sólo tenía escritas unas cuantas páginas. Pero el flamante coronel, llevaba varios libros. Lo habían destinado a las Palmas de Gran Canaria desde Indochina, donde se había adiestrado con tropas francesas y americanas. 

—¿Qué me dices?

—Lo que oyes Zoé. Te has quedado muerta, ¿eh?

—No es para menos.

—¡Qué poco sabes de la vida! A mí no me extrañó porque estaba acostumbrada a que los altos mandos me contaran sus hazañas.

—Lógico.

—La primera cita acabó tal cual. D. Salvador pagó por mi compañía y añadió un extra más que razonable. Desde esa tarde, acudió a todas las reuniones. Estuvimos muchos meses conociéndonos. Mi esposo, por aquel entonces, necesitaba a una confidente más que a una señorita de alterne.

—Has tenido una vida muy intensa, querida amiga.

—No puedo quejarme. En esta fotografía estábamos con unos amigos…

 


Las confidentes pasaron la tarde observando imágenes de un pasado fascinante y desconocido para Zoé. Paulin resplandecía cuando las mostraba. Era una mujer madura muy atractiva; pero de joven había sido un ángel. Alta y esbelta, de caderas redondeadas y pechos bondadosos. Ojos grises, melena dorada y labios carnosos. Un bombón. Su esposo, un apuesto caballero de porte gallardo e impecable apariencia. A Zoé, el hecho que D. Salvador hubiera llegado a Indochina en 1946 como un flamante comandante amigo íntimo de Serrano Suñer, del General Valera y del General Franco, al mando de parte del ejército Nacional: le pareció un filón novelesco de 24 quilates, aunque era contraria al universo fascista en el que estaba sumergida la historia. Por la noche, siguieron hablando bajo un firmamento cristalino con pinceladas albas. 



—Conoces casi toda mi vida —dijo Paulin—. Pero, tengo que contarte cómo un militar brillante pasó a casarse con una mujer de la calle.

—No digas eso Paulin.

—No me avergüenzo. He tenido demasiados años para hacerlo. Y eso es lo que era.

—Tú mandas.

—Pasado un tiempo, Salvador y yo intimidamos.

—Es obvio.

—La cosa comenzó como quien no quiere nada. Sin embargo, un día, Salvador, consintió que le tuteara en el pisito. Y poco después, me sacó a pasear. Me convertí en su amante. Con ello gané mayor solvencia económica, y, lo que es más importante, dejé de estar con otros hombres. Diez años más tarde, se convirtió en General de Brigada de la región militar de Baleares. Yo me había refinado mucho. Chapurreaba inglés, francés y alemán. Finalmente, entré en la Universidad de adultos y me licencié en filología inglesa.

—Vaya… nunca dejarás de sorprenderme.

—Puede ser. Salvador quiso que me fuera con él. En un principio, le di calabazas. Él era muy tenaz e iba a verme siempre que podía. Me regalaba joyas; me invitaba a los mejores restaurantes. Al final, me trasladé a las Baleares.

—Pero… —intervino Zoé.

—Llegado ese punto, quise más. Fue una temporada maravillosa, nos codeábamos con la jet de medio mundo. Mallorca es la residencia de verano de muchos aristócratas

—Y de la realeza —dijo Zoé.

—Por supuesto. Con ellos también coincidimos en varias recepciones. El caso es que Salvador siguió ascendiendo y cuando lo trasladaron a Valencia como General de División de la tercera región militar, me pidió matrimonio. Yo ya tenía mis añitos…

—Pero tu docilidad había dado sus frutos.

—¡Y tanto! Me compró un piso de más de doscientos metros en la Plaza de Cánovas del Castillo. Tenía tres empleadas del hogar. Y cuando nacieron los niños, no les faltaron tatas.

—¿Un cuento de hadas?

—Aparentemente…

—¿Cómo?

—Salvador perdió el interés. Se pasaba el día en Capitanía General. Regresaba a casa, con el buche lleno y el cuerpo impregnado de Coco Chanel…

—Paulin…

—Hija mía, siempre pasa lo mismo. Los hombres son polígamos. Recuérdalo toda la vida y no fantasees con príncipes azules: no existen

—¿Seguro?

—¿Quién mejor que yo podría saberlo? Disfruta todo lo que puedas.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Lo que quieras.

—¿Y qué pasó con tanta bonanza?

—No tiene que ver con lo que te he contado; quizá sea demasiado íntimo. Bueno, ¡qué más da! Lo comprenderás enseguida. Cuando falleció el Generalísimo, Salvador se opuso a la política que emprendió el Rey Juan Carlos. De inmediato, lo degradaron a comandante de la Reserva –una escala muy inferior—. Chiquilla, todo se vino abajo. La rumorología apuntó a mis orígenes y los amigos nos dieron de lado. Tuvimos que vender el piso, despedir al servicio… Y aquí estoy.

—Con trabajadores de clase media.

—Aún tengo demasiado. Nací en la calle y los orígenes nunca hay que olvidarlos.

—Tienes razón.

—Puertas que se abren y se cierran. Pero, ¿sabes qué?

—Tú dirás.

—¡Que me quiten lo bailao! —sentenció Paulin con alegría.

Esa fue la última noche que Zoé y Paulin se vieron. Finalizaron las vacaciones. Y días más tarde, el chalé de Paulin se vendió.

 


***

 


En 2015 Zoé se había convertido en una escritora afamada. Una mujer elegante e independiente. Su novela, El retrato de Paulin, había ganado un concurso literario de prestigio. La flamante escritora estaba en pleno periplo publicitario. Llenaba librerías, grandes almacenes, Ferias del Libro. Estaba firmando volúmenes con una cola interminable de fans cuando se acercó una lectora en silla de ruedas. Ella se dispuso a dedicarle el ejemplar. Cariñosa.

 


—¿Cómo se llama, por favor? —preguntó con una sonrisa.

—Paulin. Me llamo Paulin —contestó la anciana.

 


Sus miradas se abrazaron en el aire denso que las rodeaba; nunca volvieron a separase.

 


© Anna Genovés

Revisado el 28 de noviembre de 2022

Imagen tomada de la red

Dedicado a una amiga muy querida


 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

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El retrato de Paulin

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El retrato de Paulin Basado en hechos reales     Mimbre sibarita vendida por un puñado de dólares no llores, la vida es la vida   A finales ...

1280 almas de Jim Thompson


Idioma original: español
Título original: Pop. 1280
Año de publicación: 1964
Traducción: Antonio Prometeo Moya
Valoración: muy recomendable
Dibujos: Jordi Bernet
Portada: Xis 


Sinopsis
El título de 1280 almas alude al número de habitantes de la pequeña población de Pottsville; una localidad ficticia de USA donde se acercan las elecciones y el sheriff Nick Corey duda de su reelección. En primera instancia, Corey aparece como un hombre apático y simple. Sin embargo, a medida que se desarrolla la trama: descubres que no tiene escrúpulos. Es un ser ambicioso y corrupto que no duda en asesinar a quien se tercie si con ello obtiene su fin. En el marco familiar es donde muestra su cara más aterradora. La novela presenta un protagonista/narrador que no se inmuta lo más mínimo por sus actos, sino que llega a pensar que tiene que limpiar Pottsville de la escoria que la habita.


Reseña
Considerada como una de las mejores obras del autor, es una novela dura, cuyo realismo muestra su rostro más cruento. Nadie mejor que JT para retratar el lumpen social adentrándose en la psicología de sus personajes; de sus porqués más íntimos. 1280 almas demuestra que el sueño americano, como el de cualquier hijo de vecino, por lo general, es una pesadilla.

El sheriff Corey, para más inri, vive con su esposa y su cuñado, un discapacitado psíquico del que se mofa y al que utiliza, en el Palacio de Justicia. Su esposa, mujer feocia, desagradable y manipuladora, lo llevó al altar empleando artimañas deshonestas. Obviamente, le viene al pelo. Es como decir: «Quien a hierro mata, a hierro muere». Algo que no le importa demasiado porque alardea de superávit sexual. Se considera un macho con el arma preparada en cualquier situación; orgulloso de gustar a las mujeres.



No puedo hablar en profundidad de JT porque no conozco su obra en demasía. Pero el trato que nos da a las féminas en 1280 almas denota; que no nos aprecia mucho. Quizás esta forma de retratarnos esté relacionada con su etapa de vendedor a puerta fría; las amas de casa podemos ser verdaderas arpías con ellos. No es una novela femenina, pero tampoco, es que yo, escriba ficción para mujeres. No me han asustado sus salidas de tono. Más bien he analizado aquellas partes en las que reflexiona sobre la vida y el comportamiento humano...

…“—Encantado de conocerle, George —asentí—, y puede seguir llamándome Nick.
—Gracias, Nick —tomó otro trago de whisky—. Bueno, eso es lo que iba a preguntarle, Nick, algo que me preocupa mucho. ¿Puede disculparnos el hecho de que no podamos hacer otra cosa?
—Bueno —dije—, ¿disculpa usted a un poste por encajar en un hoyo? Es posible que haya una madriguera de conejos en el hoyo y que el poste los aplaste. Pero, ¿es culpa del poste el que entre en un agujero hecho para que encaje?
—No es un ejemplo muy exacto, Nick. Usted habla de objetos inanimados.
—¿Usted cree? —dije—. ¿No somos todos relativamente inanimados, George? ¿De cuanta libertad disponemos? Se nos controla por todas partes, nuestra estructura física, nuestra estructura mental, nuestro pasado; se nos moldea a todos en su sentido concreto, se nos determina para desempeñar cierto papel en la vida y, George, lo mejor es jugarlo, llenar el agujero o como mierda quiera usted decirlo, porque si no se derrumbarán los cielos y se nos caerán encima. Lo mejor es hacer lo que hacemos, porque si no, ocurrirá que nos lo harán a nosotros.
—¿Quiere decir usted que es cuestión de matar o ser muertos? —Barnes sacudió la cabeza—. Detesto pensar en eso, Nick.
—Puede que no me refiera a eso —dije—. Puede que no esté seguro De lo que quiero decir. Creo que me refiero principalmente a que no puede haber infierno personal, porque no hay pecados individuales. Todos son colectivos, George, todos compartimos los de los demás y los demás comparten los nuestros. O quizá, George, quiera decir que yo soy el Salvador, el Cristo en la Cruz que ha bajado a Pottsville porque Dios sabe que aquí me necesitan, y que voy por el mundo haciendo buenas obras para que la gente sepa que no tiene nada que temer, porque si se preocupan por el infierno no tendrán necesidad de buscarlo, Santo Dios, esto parece sensato, ¿no, George? Quiero decir que el deber no corre totalmente a cargo del individuo que lo acepta, tampoco la responsabilidad. Quiero decir que, bueno, George, ¿qué es peor? ¿El tipo que hace saltar una cerradura o el que llama al timbre? George echó atrás la cabeza y se echó a reír.
—¡Es asombroso, Nick! ¡Para morirse de risa¡ —Bueno, no es del todo original —dije—. Como dice el poema, no se puede culpar al cántaro de la torcedura que causó el desliz de la mano del alfarero. Así que dígame quien es peor, si el que jode la cerradura o el que llama al timbre, y yo le diré qué quedó torcido y quien hizo la torcedura.
—Pero... ¿y si es la misma persona quien hace ambas cosas?
—No es probable —dije—. Como tipo que tiene que asistir a muchas fiestas de órgano, y que me cuelguen si no me parece vivir en un paraíso de mentiras de vez en cuando, puedo decir que esos pequeños quehaceres se encuentran generalmente repartidos. Pero si no fuera éste el caso, George, entonces hemos establecido otro campo de obligaciones y responsabilidades. Porque el tipo tiene que comer para forzar la cerradura, ¿no? ¿Y de donde sale la comida? ”...



XXIII
…“Me enderecé y me dirigí a la casa. Pero nada más dar el primer paso tropecé con una raíz y me di tal porrazo que quedé sin aliento. Durante un par de minutos me falto aire para quejarme, y cuando finalmente me las apañé para ponerme en pie no podía ir muy rápido. Así que tardé tal vez unos cinco minutos largos en llegar a la casa y en encontrar una ventana desde donde ver y oír. 
Pues señor, la cosa resultó muy graciosa, graciosísima, terriblemente graciosa. Porque lo que llamó mi atención no fue lo que sin duda habrás supuesto ya. Ni Rose asustada y aturdida, preguntándose qué coño habría salido mal. Ni Lennie y Myra sonrientes, rencorosos y divertidos. Ni nada que hubiera en la habitación, sino la nada precisamente. El vacío. La ausencia de objetos. Yo había estado en aquella casa cientos de veces, cientos de veces en aquella casa y en otras cien como ella. Pero aquélla fue la primera vez que vi lo que eran todas en realidad. Ni hogares, ni habitaciones humanas, ni nada. Sólo paredes de pino que encerraban el vacío. Sin cuadros, sin libros, sin nada que pudiera mirarse o sobre lo que reflexionar. Solo el vacío que me estaba calando en aquel lugar. De pronto dejó de existir en aquel punto concreto y se aposentó en todas partes, en todos los lugares como aquel. Y, súbitamente, el vacío se lleno de sonidos y volúmenes, de todos los sucesos implacables que los individuos habían conjurado en el vacío. Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles a comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se está mucho mejor muerto. Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lagrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío. Me estremecí y pensé en lo maravilloso que había sido nuestro Creador al crear algo tan repugnante y nauseabundo, tanto que cuando se comparaba con un asesinato éste resultaba mucho mejor. Sí, verdaderamente había sido una obra magna la suya, magnífica y misericordiosa.  ”...


Desde mi humilde punto de vista, El sheriff Nick Corey recoge un fragmento, bueno o malo, de cada alma que vive en Pottsville; de ahí su facultad camaleónica y su ambivalencia entre el bien y el mal en una sola persona: él mismo. No podemos pasar por alto que Pottsville es una localidad en la que nunca sucede nada, a menos que estudies con atención a sus habitantes: extremadamente xenófobos. Una inyección opiácea brutal que te incita a seguir leyendo: engancha.


©Anna Genovés

16/04/2016
Imágenes tomadas de la red

«Hay treinta y dos formas de escribir una historia y yo las he usado todas, pero sólo hay una trama: las cosas no son lo que parecen».

Jim Thompson



 


La señorita Merche

 

 

Merche olía a jabón

a flores recién cortadas

a deseo entre las piernas

a ternura deseada

 

 

Hacía tanto calor que no cantaban ni las chicharras. La sucursal estaba vacía y yo aburrido como una ostra. De repente, abrió la puerta y entró; una aparición celeste con pasos distinguidos de dama. Sus tacones repicaron en mis oídos.

 

―Buenos días joven. Quiero ingresar doscientos euros en mi libreta de ahorros ―dijo (con su voz modulada) haciendo hincapié en la dicción de las palabras agudas y esdrújulas.

 

Leí: «Mercedes Luján Ródenas». No me había equivocado. ¿Cómo iba a hacerlo? Su cabello taheño y su rostro de porcelana. Me puse como un flan. Era incapaz de contestar. La boca me temblaba y un ligero rubor enardeció mis mejillas.

 

***

 

Luces de colores se fundieron en mi cabeza y ahí estaba yo brincando frente a la Academia Levantinos donde íbamos los niños de casa bien descarriados...

 

― ¡Juanito! ¡Juanito! ―gritaron desde una de las ventanas―. Date prisa que ya viene.

 

―Ya voy. ¡No me pierdo su entrada! ―contesté mientras salía como un rayo entre los vehículos aparcados.

 

Y, ¡zas! Empapelé la luna frontal del Seiscientos que pasaba. El mundo cambió de color. Pasé de las tonalidades fuertes a la negrura más absoluta. Después, a los pasteles de las acuarelas de Sorolla.

 

―Ya vuelve en sí ―escuché que decían.

 

― ¿Y cómo ha vuelto? ―era la voz de mi madre.

 

Risas y lloros entre sábanas blancas de algodón almidonado y monjas con caras circunspectas que desconocían la sonrisa. Desde entonces, todas las mañanas desperté en esa nebulosa azucarada de ensoñaciones hermosas. Al final, descubrí que ese fluido que manchaba la cama podía surgir en cualquier momento.

 

Mis amigos miraban los calendarios con la foto de Nadiuska. Yo imaginaba siempre a Mercedes. Sus tacones de aguja, su cabello recogido con moño italiano, su insinuante Cruzado Mágico bajo las camisas de popelín recién planchadas y sus faldas de tubo ―con abertura trasera― resaltado el sensual balanceo de su pelvis.

 

Cuando llegaba al colegio, los maestros carraspeaban y el cura escondía las manos en los bolsillos de la sotana para calmar su rosario. Cada cual hacía sus cábalas: «¿Será una pervertida con cara de ángel o una ingenua con maneras de Femme Fatale?» Obviamente, era la única que te dejaba entrar en clase, aunque llevaras los pantalones unos centímetros por encima del suelo. Sonreía y te guiñaba un ojo mientras decía: «Mis queridos salvajes, ¡crecéis demasiado rápido!».

 

***

 

― ¿Le pasa algo? ―escuché de pronto.

 

―Nada, Señorita Merche ―contesté atribulado.

 

―Anda, ¡si eres mi Juanito! ¿Por qué no me lo has dicho antes?

 

Me había reconocido pese a que habían pasado más de tres décadas. Me sentí el hombre más afortunado de la Tierra. Entonces, recordé ese lapsus de vida que se repetía en mis sueños una y otra vez cuando me trasladaban al hospital resguardado entre sus brazos. Era ella. La señorita Merche: la profesora de Ciencias Naturales.

 


©Anna Genovés

Revisado el 3 de agosto de 2022

 


#relatos #letras #cultura #escribir #leer #vida #adolescencia

 

*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

 


La señorita Merche

by on 20:20:00
  La señorita Merche     Merche olía a jabón a flores recién cortadas a deseo entre las piernas a ternura deseada     Hacía tanto calor que ...



El cuento de la criada, Margaret Atwood

Ficha bibliográfica

El cuento de la criada ePUB
Título original: The Handmaid's Tale
Margaret Atwood, 2001
Traducción: Elsa Mateo
Páginas: 1.203

Sinopsis de la novela

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. Esta trama, inquietante y oscura, que bien podría encontrarse en cualquier obra actual, pertenece en realidad a esta novela escrita por Margaret Atwood a principios de los ochenta, en la que la afamada autora canadiense anticipó con llamativa premonición una amenaza latente en el mundo de hoy. En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si Defred se rebela o si, aceptando colaborar a regañadientes, no es capaz de concebir, le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que sucumbirá a la polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo. Los peligros inherentes al mezclar religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la potencia de su prosa.

Sinopsis tomada de El cuento de la criada editado por la editorial Salmandra



Reseña de El cuento de la criada de Margaret Atwood

Llegué a su lectura después de haber escuchado las bondades de la actual serie televisiva y la película de 1990 basadas en la misma, ambas visionadas a posteriori.

Bajo esta tesitura, opino que todos los escritores desearíamos que un guion televisivo o cinematográfico reflejara el alma de nuestra obra. Esto, por suerte para la autora, es lo que le sucede a El cuento de la criada. Con el aditivo de que, sobre todo en la serie televisiva, la fuerza de las imágenes y las licencias de los guionistas, han edulcorado hasta tal punto la novela, que ha cautivado por completo a los espectadores. No es para menos.



La novela, narrada en primera persona por Defred, la protagonista, a modo de diario entrecortado donde la historia de su pasado se superpone a la del presente con una retahíla de flashbacks y algún que otro flashforward o su propia inventiva…, nos arrastra a las profundidades del abismo de una distopía que nos hace reflexionar acerca del horror del sometimiento. Margaret Atwood fundamenta su terrorífica historia, en cierta medida, desde la perspectiva de la religión panteísta que profesa.

La narración, sustentada en un futuro relativamente próximo –primer cuarto del siglo XXII—, te deja perplejo desde la primera página.

Es obvio que cause está sensación cuando descubres que los todopoderosos E.E.U.U. se han convertido en la república de Gilead: una sociedad patriarcal y arcaica gobernada por una teocracia puritana que enaltece las prácticas del Antiguo Testamento, en la que se han perdido la mayoría de libertades… Y, ¿qué decir la mujer? Las féminas han pasado de una floreciente emancipación, a una regresión absoluta donde solo sirven para cuidar la casa, hacer la compra y, ¿cómo no? Procrear.

Sin embargo, la concepción ha quedado reducida a un grupo minoritario de mujeres en edad de gestación; motivado por los medios anticonceptivos de la sociedad pre-apocalíptica y por los numerosos efectos secundarios de los agentes tóxicos post-apocalípticos. Hechos que han mermado la capacidad de fertilidad hasta cotas mínimas: el futuro de la Humanidad, peligra.


Con este panorama, imaginamos que a este grupo de mujeres tan especial, se las debe idolatrar: nada más lejos de la realidad. Se las educa en una especie de escuela monacal, tipo claustro ‘torquemanense’, donde todo es válido si no haces lo que te dicen; incluido destrozarte los pies a latigazos, darte descargas eléctricas, mantenerte arrodillada –en una día de lluvia copiosa— con los brazos en cruz y sujetando piedras en las manos…, o cualquier aberración que se les ocurra. Todo bajo dosificación de benzodiazepinas. A las chicas se las droga para que sean verdaderos lechales esperando el engorde antes de ir al matadero. La no concepción equivale a la muerte –por lo general, se las ahorca y sus cuerpos quedan a la intemperie en el muro que rodea Gilead—, o al destierro en las colonias.

El muro me hizo pensar en los guetos judíos de la Alemania nazi; en El cuento de la criada es la separación entre la República de Gilead o zona libre de guerras, de la otra sociedad… la infectada, la guerrera, la pecadora, la libre. Y en él, acaban colgados todos los que, por uno u otro motivo, desobedecen las leyes teocráticas impuestas por los gobernantes: una serie de comandantes con un poder absolutista y un ejército poderoso bajo su mando –a los soldados se les llama Ángeles o Guardianes, y a los gobernantes, Ojos.  El paralelismo con el A.T. está servido: los ángeles guardan a los mortales de cometer pecados y los ojos de Dios lo ven todo.


En las colonias acaban algunas mujeres que han intentado fugarse o que han infligido ciertas leyes; verdaderos campos de exterminio cubiertos por vertidos tóxicos al más puro Tercer Reich. No se las gasea: respiran vapores venenosos... También acaban en este lugar infernal, las no-mujeres; entre ellas las hembras maduras que no pueden engendrar o que han pertenecido o pertenecen a la resistencia. Os preguntaréis cómo a unas traidoras se las envía a las colonias y a otras se las ejecuta; la novela no lo aclara… Solo puedo decir: mejor morir ahorcada que sufrir una muerte lenta y agónica.

Es difícil de creer que, en un mundo tan férreo y con un ejército armado hasta las cejas, exista una resistencia. No obstante, como en toda guerra o régimen fascista, la hay. Lo mismo que un mercado negro y lugares prohibidos donde los mandatarios se saltan a la torera las leyes que ellos mismos han impuesto.

Os habrá llamado la atención el nombre de la protagonista: Defred. He aquí el quid de la cuestión: a las mujeres que pueden gestar, se las llama criadas en general, y, además de perder su nombre de pila e ir vestidas de rojo –para verlas desde lejos si se les ocurre escapar—, mientras perteneces a este grupo, adquieren distintos nombres… Dicho apelativo se compone de la preposición ‘de’ –en inglés ‘of’—, y el nombre propio del comandante al que sirven. De tal manera que si sirves a Fred, como el caso de la heroína de El cuento de la criada, te llamas Defred. Hay Deglen, Dewarren… 

¿Por qué? Porque, en la república de Gilead, al igual que en tiempos de los Patriarcas, las mujeres son tratadas como objetos que pertenecen a los hombres; amén de que hay una poligamia encubierta. Las criadas, no solo tienen un dueño, sino que después de parir pierden toda potestad sobre el neonato que pasa a ser hijo legítimo del comandante y su esposa. Al margen, si la criada puede volver a gestar, pasará a ser propiedad de otro comandante.


No todas las mujeres son Criadas. Dentro de la condición femenina existen distintas jerarquías… Las esposas de los comandantes, que siempre visten de azul, tienen la categoría más elevada, incluso pueden denigrar a las criadas, a las sirvientas o Marthas, a las ecoesposas o cónyuges de los hombres de menor rango que no pueden alcanzar la poligamia, y a las Tías o educadoras de las Criadas –con su look militar compuesto por un uniforme pardusco y un gorro tipo chef que les cubre el cabello.


Nunca mejor dicho: las criadas son concubinas violadas reiteradamente por el comandante de turno, vientres de alquiler sin paga extra, recipientes útiles solo para preñarse… y punto.

Por otro lado, el lenguaje del libro es adusto, pese a que la autora tiene una adjetivación magnífica y utiliza unos recursos literarios que embellecen el horror y demuestran la maestría de su pluma.

Creo que la novela presenta un desenlace abierto, lleno de suposiciones y con una prosa carente de ese remate perfecto del cuerpo de la misma. Incluso me atrevo a decir que tiene un final un tanto forzado, como para quitarse el manuscrito de encima: la madre que acaba de parir y siente un rechazo momentáneo por su vástago. Después de reflexionar he pensado: “Seguramente, la autora quería hacer una saga y al ver que no tenía la repercusión esperada en su momento, se reprimió. O quizá estamos ante una verdadera visionaria que ha sabido esperar pacientemente hasta que su libro ha dado los frutos deseados”.

Indudablemente, El cuento de la criada se ha convertido en un fenómeno de masas. En gran medida, por la puesta en escena de la serie homónima que emite el canal HULU y que en España difunde HBO. A fecha de hoy, se está pasando la segunda temporada y ya está firmada una tercera.

De lectura imprescindible: sin lugar a dudas, una obra maestra.





©Anna Genovés
8 de junio de 2018
Rectificada el 5 de junio de 2022



El revuelo que ha traído consigo el serial de la cadena HULU, que emitió hace poco la tercera temporada y tiene en marcha la cuarta, es inmenso...