Todo comenzó con unas deportivas

 




Todo comenzó con unas deportivas

 



Antes se medía a las personas por los zapatos. Quienes los llevaban sucios, rotos o sintéticos, eran pobres o individuos poco confiables. Lo mismo que quienes usaban zapatillas para salir a pasear. Aunque fuéramos trabajadores, nos afanábamos por maquear nuestro calzado el tiempo que hiciera falta y nuestro bolsillo lo permitiera. Todo era válido para embellecer nuestra apariencia: ¡Qué gilipollas!

 


Eran los tiempos en los que las mamás llevaban rulos en la cabeza y escuchaban a Elena Francis. Y los papis se tomaban carajillos e iban a los toros. Cuando no a las pilinguis a echar un polvo como está ‘mandao’ porque las señoras no debían tener sexo por placer. Para las damas estaba restringido a la reproducción.

 


Ahora es diferente, uno vive con la libertad que le dejan los wokes. No tiene que preocuparse del vecino o de la joven con unos shorts más cortos que los ‘culottes’ o de la que acariciaba al novio en la misa del domingo. Una, une, uni, uno o unu, lo que sea que sea o quiera ser… pueden ir como le plazca y estar fuera del armario sin miedo a que le digan maricón, tortillera, travestido, hermafrodita o bicho raro… y etcétera. Porque, antes, éramos así de brutos. Asimismo, las jóvenes tenían que llegar vírgenes al matrimonio con el que estaba en el armario e iba de gallito ponderado o con quien le había tocado a dedo. Si se la pasaba por la piedra el bendito cura, se hacía la vista gorda y tan felices.

 


De política no se hablaba. Franco era el que hacía y deshacía. Los rojos callados que ya hubo demasiadas repúblicas y todas acabaron peor que el Borbón que salió del palacio Real de Madrid al trote de los equinos que halaban su carruaje de caballos. ¡Ah! No. Este rey se exilió en un trasporte discreto para que su cuerpo no acabara como un queso gruyere —algo que sí le sucedió el zar Nicolás II trece años antes.

 




El Borbón y el zar llevaban zapatillas para jugar al tenis porque durante la Revolución Industrial hubo tantos cambios como estrellas hay en el cielo. En 1839 Charles Goodyear elaboró suelas más duraderas y flexibles a partir de caucho vulcanizado. Lo que, décadas más tarde, permitió a Plimsoll crear las zapatillas con suela de goma. Un calzado atlético que causaba bienestar en los pies. Sin embargo, los primeros, para su día a día, andaban con zapatos finos y elegantes que denotaban su estatus social. Mientras que, el pueblo, usaba zapatos rústicos, alpargatas, sandalias o botas gruesas si hacía mucho frío.

 





El tiempo corría veloz y, como símbolo de rebelión, la cultura juvenil de los 60 las adoptó para lucirse con sus modelitos chics. Los padres y los abuelos asumieron que sus hijos no iban a cambiar de idea y los más osados se pusieron zapatillas como, hoy, usamos los Brassieres de Cuéntame y gritamos: ¡Fuera los aros que tanto molestan! Estos Push-up del baúl de los recuerdos son mucho más cómodos. ¡Cuánto sabían nuestras mamás!

 


El wokismo se apodera de lo guay y de lo que no se ve. Y esa libertad que hemos otorgado a nuestros pies calzando deportivas hasta para ir a un cóctel con traje de Armani o vestido de Chanel es la que pisa las calles, las aceras, los callejones y hasta el alma que no se ve. Algo tan sutil que todos aplaudimos hasta que, de repente, leemos que obras de Salman Rushdie, Toni Morrison e incluso George Orwell, han sido censuradas por uno u otros gobiernos de ideas dispares en muchos aspectos y similares en otras… déspotas todos ellos.

 


Igual que les sucede a diversos cuentos que acunaban a los actuales ‘Sexalescentes’. ¿Cómo censuran a la pobre Blancanieves? Que si la madrastra representa a las ‘matures’ tiranas y malvadas, que si la princesa es una mujer objeto que espera ser rescatada por el príncipe, que si el beso es un acto violento no consentido. Por poner un ejemplo porque hasta El Gato con botas ha sido cuestionado por favorecer la manipulación y la desigualdad social. ¿Y qué me decís de Hansel y Gretel, Caperucita Roja o Tom Sawyer? Censuradas por violencia o maldad o incluso por tener un lenguaje coloquial. ¿A dónde vamos a llegar? A este paso vemos a Marilyn con el Modelado 3D de vestuario y posteriores arreglos, ataviada como una Franciscana Concepcionista del Medievo. Y a Ava Gardner de Vestal romana.

 


Nadie quiere que El cuento de la criada salga de la pantalla, pero, entre las lisonjas de los poderosos disfrazados de ositos de peluche y los corderitos del pueblo diciendo beeee… el monstruo crece y no dejará de crecer. Las cláusulas de moralidad actual son un desparrame que comenzó con esa moda tan chachi pirulí de llevar deportivas hasta para ir al altar. Por eso, por comodidad. ¡Dios! si hasta los monjes tibetanos la usan.

 






Aquí, la que suscribe, usadora de deportivas, botas de cordones o tacones de aguja si se tercia. Pero, siempre deportivas: no. Es balar y seguir la música que te impongan, cuando existen tantas combinaciones y tantas notas. Es decir a todo que sí porque es moda. Es jugar a un juego macabro saltando a la cuerda sin darte cuenta que, ésta, te asfixia. O, ¿qué más da? Para eso está la libertad.

 



©Anna Genovés ­

En Valencia. Jueves cinco de diciembre de 2024.

 


Fotografías tomadas de la red:

1.        Monjes tibetanos con deportivas en labores cotidianas

2.        El rey Alfonso XIII con deportivas jugando al tenis

3.        El zar Nicolás II con deportivas jugando al tenis

4.        Zapatillas Plimsoll

 

 

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