Bella
Bella
Estaba sentada en una de las salitas del
Tanatorio Municipal de Barcelona con un pantalón vaquero y una camisa negra con
un dibujo chino en la espalda. Hablaba con la muerta y, aunque la gente
pasara y le diera el pésame a la familia, ella seguía su plática como si nadie
la oyera.
–Amiga –le decía—. Te he rehusado a
propósito; prefería estar lejos de ti para no seguir enamorada y poseerte antes
de tiempo, y, hacía tantos meses que no te veía, que había olvidado lo hermosa
que eras. Da lo mismo que te metan en una caja de pino sencillo con una cruz
discreta como siempre has querido, o que luzcas cubierta con un sudario que
apenas deja entrever tu preciado rostro. Igualmente se antojan tus formas
fuertes y equilibradas (pausa).
» No te enfades conmigo, solo digo la verdad. Tenías que llamarte Envidia en vez
de Bella, ya que has sido de las personas más envidiadas que he conocido. De niña todos querían estar contigo, ahí me dieron el primer
toque, pero lo pospuse. Tenías esa sonrisa tan natural, que me fue imposible
llevarte conmigo. Eras un verdadero angelito (pausa).
Una
señorona de pelo cardado y andares flamencos, se acerca y le pregunta—:
–Disculpe la indiscreción.
Soy tía de nuestra querida Bella y no la conozco, como soy mayor olvido a
las personas… ¿Quién es usted?
–Una
amiga –contesta ella.
–¿Conocía
mucho a Bella?
–Desde
el día que abrió los ojos por primera vez, no la he dejado. He sido su sombra.
–Bueno,
como aún es joven –la mujer sonríe de medio lado— habla de una forma que no
llego a entender… pero se ve que la quería mucho.
–Tanto
que cuando me dieron su nombre por segunda vez, dije que estaba saturada de
trabajo y me marché por unos días al otro lado del mundo.
–Aún
la entiendo menos.
–Dentro
de poco, lo entenderá. No se preocupe –la anciana la mira de reojo y cambia de
tema—:
–Mira
que Bella era guapa, ¿verdad? –dice mirando el cadáver.
–Una
de las más hermosas. Tocada por la mano divina, y, pese a tener una vida difícil,
ha mantenido su gallardía innata. Sabe usted, la belleza nunca muere, solo
cambia.
–Tiene razón. Bella era un encanto de persona, pero tuvo mala suerte.
–A
veces, cuando se tienen demasiadas virtudes y naces en una familia…
–No
se corte que nos hemos hecho amigas. Cuando se nace en una familia trabajadora y de pocos saberes. Cuanto más encantadora, peor lo tienes.
–¡Cuánta
razón tiene, doña Mercè!
–¡Ay!
Si sabe mi nombre.
–¿Cómo
no? Soy la persona más acompañada y, a la vez, la más solitaria. Sé cómo se
llaman todos y, cuando me acompañan, en ocasiones, me duele. Con Bella me
sucede.
–Entonces, es usted una persona con buena estrella porque siempre va escoltada.
–Si
usted lo dice…
–Claro,
mujer. Yo, fui una joven rodeada de gente y, a medida que fui envejeciendo me
quedé sin compañía. Mis amistades pasaron a mejor vida y los jóvenes de la
familia se olvidaron de la vejestoria de su tía.
–Bella
sí la visitaba –mira el ataúd—. Era su tía preferida.
A
la anciana se le nubla la vista y en sus ojos velados, aparecen unos enormes lagrimones.
–No
llore Mercè. Usted ha tenido una buena vida y tendrá una buena muerte. Fíjese
en Bella, ella, aún era joven, y, al final, la ha atropellado un coche. Sabe, no
pude evitarlo: era una orden y ya no podía posponerlo más, era la tercera vez
que la nombraban; pero, por lo menos, desvié el vehículo para que su rostro
siguiera hermoso.
–La
verdad es que está muy arregladita. Hasta diría que está feliz –Mercè se
seca los ojos.
–Lo
está. En más de una ocasión me dijo que le pesaba la vida. Y fui yo quién tuve
que animarla.
–Muchas
gracias. Es usted una gran persona.
–Hago
lo que puedo. Cuando escuché su nombre de nuevo, intenté cambiar de trabajo. Pero, no me dejaron. Lo mío es un servicio
eterno y, por mucho que me empeñe, nunca podré evitarlo. Así que es mejor que
no me encariñe con nadie. Mercè voy a dejarla.
–Hija,
¿qué no me ha dicho cómo se llama?
–Me
llaman La dama de la hoz. Pero mi verdadero nombre es Muerte.
Mercè sufre un ictus que la fulmina. Una muerte rápida e indolora, según dicen.
©Anna
Genovés
Ocho
de junio de 2022
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