El club del ganchillo
El club del ganchillo
La aguja
entra y sale
en el
ovillo
la mujer
satisfecha ríe
hoy y
mañana
Bárbara era una joven
espectacular. Veintidós años, pelirroja natural, ojos índigos. Hoyuelo surcando
el mentón, lunar sobre la parte derecha de la boca y curvas tan insinuantes
como Marilyn Monroe en La tentación vive arriba. Desde los dieciséis,
estaba envuelta en una nube simbiótica que no llegaba a comprender. Sabía que
era el centro de atención de todo macho con la testosterona pletórica. Pero a
ella la habían educado con vara dura y no estaba por la labor de dejarse
manosear.
Tal vez, que su padrino le
hubiera dicho una tarde de primavera –cuando comprobó sus atributos con un hot
pants que dejaba entrever la parte inferior de los cachetes perfectos de sus
nalgas y top enseñando el ombligo piercingneado —, que podía tontear con los
chicos, siempre de cintura para arriba, por supuesto. El resto de su hechura
era un templo; y sus partes púdicas, el Sanctum Sanctorum del mismísimo
tabernáculo israelita. Inviolable hasta pasar por el altar. Le habían conferido
un carácter de Lolita espabilada que soliviantaba sin dar. O sea, una
calientabraguetas.
Y tanto fue el cántaro a la
fuente, que un día explotó. Caminaba la criatura por unas manzanas de edificios
algo solitarias una tarde bochornosa, con sus carnes prietas y sus balanceos
pélvicos; dispensando ese aroma a fémina sudorosa de piel brillante y labios
jugosos, cuando un desalmado la atacó. Pero había nacido con buena estrella. No
se convirtió en una víctima como muchos agoreros preconizarían en situaciones
similares. Sino en la esposa del comisario (cuarentón largo, deportista
acérrimo y perfecto sobrero), que paseaba por los arrabales con su bicicleta.
Claro, ejerció su autoridad y se hizo cargo del caso. Una cosa, llevó a la
otra.
El discurso de su parentela,
cambió rotundamente: «Querida, ahora serás la esposa de un jefazo de la Policía
Nacional. Tienes que cumplir con todo lo que te diga. Qué quiere tus servicios
maritales antes de trabajar: se los das. Cuando llegue del trabajo: lo mismo.
Siempre sonriente y complaciente. Que D. Enrique está enamorado y tiene mucho
dinero. Vivirás como una reina» —le dijeron.
Bárbara probó el manjar y no
quiso soltarlo. Cada día le pedía más. Unos meses más tarde, dio a luz a un
bebé rollizo que ella misma amamantó. Once meses después, a la niña de la casa.
Y al año siguiente, a los mellizos de cabello zanahoria. El jefazo estaba harto
de lloriqueos infantiles y pañales. Cambió de parecer: ni la tocaba. Su dulce
esposa era una verdadera conejita. Volvió con los amigotes, el fútbol y las
pistolas. La moza exultante, entró en una fase depresiva. Pese a ello, ni a la
madre ni a los retoños, les faltaba de nada; el dinero bullía a tutiplén. D.
Enrique, en un alarde de generosidad, habló con ella:
—Barbi tienes que ir al Club del
ganchillo —le dijo en tono cariñoso.
—Enrique ya sabes que no me van
los temitas de marujas. Ni las ropas de señora o las esposas de tus compañeros.
Todavía soy muy joven —protestó malhumorada.
—Este club es muy diferente...
Hablan, cosen, tejen, leen novelas para mujeres... Estás demasiado sola. Allí,
harás buenas amigas. Ya lo verás —Barbi torció el morro.
Cuando Joan —la esposa del
Inspector jefe— le suplicó que fuera al dichoso club, no pudo rechazar la
invitación. Sin embargo, una vez tomó la aguja nunca la dejó.
—Querida siéntate. Te presentaré
a las chicas... —le dijo, Joan, cuando entraron en el salón del pisito. Bárbara
obedeció.
—Como tú digas —contestó.
—Ahora, abre ligeramente las piernas
—Barbi puso cara de sorpresa. Pero las abrió.
—¡Perfecto!... —susurró Joan
guiñándole un ojo.
Bárbara seguía las instrucciones
de su amiga entre agujas y ovillos de lana. La sugerente posición, dejaba
entrever las medias sujetas a una braguita vintage con ligueros en tonos
marfil. Todo muy virginal. La chica comenzaba a aburrirse, cuando sonó una campanita:
—Queridas, hora de la merienda —indicó
Joan, alegre.
—Estupendo —aplaudió Marlene,
otra de las esposas.
Tomaron té con pastas y después
prosiguieron sus labores... Sólo que esta vez, una de las congregadas
descalzaba a Barbi con suavidad. Acariciaba sus pantorrillas y sus muslos hasta
llegar al borde de las medias. Las deslizaba lentamente, a la par que una pluma
acariciaba sus carnes turgentes. El bello del cuerpo se erizó. Hizo un ademán
de cerrarlas. Pero Joan, tomó su rostro y la miró, relamiéndose los labios:
—Cielo, te gustará. Sabemos lo
que necesitas. Estar casada con un poli, es muy duro. Nunca están cuando los
necesitas. Se aficionan a las armas, a la del cuello largo y a las putas, que
no les cobran con tal de seguir ejerciendo el oficio más antiguo de la
historia. Y a nosotras, ¡qué nos zurzan! Pues eso hacemos.
—Joan no sé si quiero... —dijo
Barbi, al notar que toda ella se humedecía.
—Shhh... Ten un poquito de
paciencia. Luego, me lo cuentas —contestó Joan rozando su esbelta nuca con las
uñas de porcelana.
Bárbara continuó sacando y
metiendo el ganchillo entre el algodón esponjoso que tejía. Obviando la melena
elástica y azabache de Marlene, que se alojaba entre sus piernas y mordisqueaba
sus braguitas. Lamía los pliegues de sus ingles e introducía la lengua en esa
oquedad juvenal sedienta de un buen instrumento. Y siguió hilando cuando las
convulsiones vulvares fueron más que evidentes. Emitió unos sonoros chillidos
empapada en sudor. Oteó la sala y vio, que en cada butaca había una mujer ovillando
—perniabierta— y otra arrodillada; enrolada entre las faldas. Jadeantes.
Después, las posiciones cambiaron... Al acabar la velada, el rostro de Bárbara
resplandecía:
—Joan nunca hubiera imaginado que
hacer ganchillo se me daría tan bien —dijo con la boca empapada de flujo
vaginal.
—Barbi esto es tan atractivo como
el mítico Círculo de costura hollywoodiense —contestó Joan.
—¿Eh???... —protestó Bárbara, ajena a sus palabras.
—Preciosa, El círculo de costura
era un lugar frecuentado por las estrellas más famosas del celuloide. Todas
lesbianas o bisexuales en petit comité... Greta Garbo o Marlene Dietrich, entre
otras. —contestó Joan antes de pellizcar su trasero.
Barbi pegó un saltito. Los
hocicos se unieron, acuosos. Sus lenguas se encontraron en la profundidad
espumosa. Barbi volvió a casa feliz. El comisario no preguntó.
©Anna Genovés
Revisado el veintidós de septiembre de 2022
Imagen tomada de la red
#relatos #relatolésbico #relatoseroticos #relatosactuales
#leer #escribir #autoras #autoraespañolas #libros #annagenoves
*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10: 1502468433 ISBN-13: 978-1502468437
Dedicado a mi amigo José Luis Moreno-Ruíz allí donde se encuentre en este universo tan dilatado y confuso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario