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Una cocina llamada deseo

 

 


El sudor resbala por las piernas

por los brazos

y las posaderas

el sexo a flor de piel

 

 


Verano del cincuenta y uno en Nueva Orleans. La habitación vibra con John Coltrane. Estela está sentada en el sofá con las piernas abiertas; frente a ella un ventilador de General Electric mitiga su fogosidad. Acaba de lavar los platos y las altas temperaturas le han hecho fantasear. Parlotea con su voz interior: «A ver si viene mi hombre y me echo en sus brazos como una leona hambrienta. ¡No, no! ¡De eso nada! Me enseñaron a comportarme como una señorita bien. Las mujeres nunca deben soliviantar a los hombres. Son ellos los que tienen que buscar a la hembra. ¡Faltaría!».

 



Se levanta con unas ganas de orinar tremendas. Una vez descargada, ve que sus labios vulvares están dilatados como una granada jugosa: «¡Qué vergüenza! Estoy más húmeda que cuando tenía dieciocho años». Se regaña a sí misma.

 



El rubor inunda su rostro. Coge la toalla y comienza a girarla a modo de aspas. Pero el mero hecho del aire denso y pegajoso, la excitan todavía más. En un ataque vehemente acaricia sus genitales y acaba introduciéndose los dedos en esa cueva ardiente y esponjosa que la reclaman. Aúlla como una posesa. Los calambres de su vientre se aceleran y tiene un orgasmo tan satisfactorio que relaja su porte y toda ella rejuvenece. Sonríe como un ángel recién abiertas las alas. Su óvalo esplendoroso magnifica la belleza de una fémina en la medianera de la vida. Pasado el arrebato, regresa a sus quehaceres domésticos como si nada.

 



Lleva una bata de tirantes gaseosa que, unos segundos más tarde, se pega a sus carnes. Es inevitable recordar los escarceos juvenales. La fragancia temprana de un pasado vigoroso en brazos de un hombre maduro; la piel sudorosa y mugrienta tras una jornada de trabajo aglutinada a su cuerpo sediento de sexo. Sólo con él gimió de placer. Poco después, se casó y pasó a simular que disfrutaba cuando su esposo requería los servicios maritales.

 



En ese momento, el tisú de su vestido se introduce entre las nalgas y al moverse le producen un goce inusitado. Agita su cuerpo ligeramente a la par que las gotas de sudor resbalan hasta las baldosas formando lágrimas microscópicas. Está tan embelesada que no ha escuchado los pasos de su esposo al entrar en casa. El hombre camina por el pasillo con camiseta sport y unos pantalones de trabajo: los músculos brillantes. La mira desde el otro lado del salón. La silueta de Estela dibujada a través de los rayos luminosos. El contorno de sus grupas perversamente siluetados.

 








¡Qué hermosa es! Si no fuera tan recatada disfrutaríamos como es debido. Dejaría mis vicios por ella, piensa contemplando su figura. La imagen es tan apetitosa que decide acercarse despacio y atraparla por las caderas. Ella huele el fuerte aroma a testosterona y se gira vanidosa. La punta de la lengua jugueteando con el contorno de sus labios gruesos.

 



—Stanley hazme tuya —le susurra con voz ganosa.

—Mmm…

 


Las bocas se acercan y el beso inicial, pueril y decoroso, acaba con lenguas entrelazadas en el interior estimulante de sus gargantas. Stanley mima su espalda con delicadeza, acaricia sus nalgas prietas y gira su cuerpo para besar esa nuca sudorosa que tiembla con el tacto de su hocico ardiente como una babosa. Estela vuelve a convulsionar y deposita las manos del macho sobre sus pechos. Voluminosos, con pezones afilados y aureola marcada. Stanley descubre que su dama ha olvidado la ropa interior. Levanta su falda y lisonjea su clítoris.

 



—Estela, cuánto tiempo sin sentir tu excitación. Tu cuerpo mullido y deseoso —susurra en el oído mientras las manos agasajan el cuerpo de la mujer.

—Demasiado. Hoy, voy a recompensarte.

 

 


Inseparables. Agitados. Jugosos. La atmósfera placentera se anega de secreciones eróticas. Estela respinga el trasero y abre ligeramente las piernas –la espalda de Stanley adosada a su lomo—. Siente cómo el miembro rígido de su hombre traspasa las piernas y se introduce en su vagina. Templo acuoso que lo devora insaciable. Una lucecita se enciende en su mente tórrida. Sabe que en algún libro ha leído que si comprime y suelta la pelvis provocará contracciones voluptuosas con las que enloquecer a su Stanley. Mueve las caderas al ritmo del Boogie Woogie Choo Choo Train de Mabel Scott que suena en la estancia del placer. Ella acompaña el ritmo a la par que atrapa y suelta el interior de sus entrañas.

 


 

—No sé dónde has aprendido a cerrar tus carnes y a soltarlas. Pero poco importa. Eres tan ardiente que me trastornas —insinúa un Stanley jadeante.

—Leer es bueno. Ahora no pares, amor —sugiere Estela con los ojos entornados y el rostro descompuesto. Rozando el éxtasis.

 

 


Desde ese día, Estela recibe a Stanley en la cocina vestida únicamente con un delantal.

 

 






© Anna Genovés

Revisado el veinticuatro de mayo de 2024

Imágenes tomadas de la red




 *Relato incluido en el libro de relatos  La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437



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Mabel Scott - Boogie Woogie Choo Choo Train


 




Conversaciones de hombres

 

 

Rubias, morenas

pequeñas o grandes

todas gustan

al hombre que sabe

 

 

Desde hace dos décadas, a principios de septiembre, Manolo y su grey se reúnen en la Cervecería Toribio para contarse las hazañas veraniegas. Forman un conjunto de hombres de la misma generación en el que entran los compañeros de pupitre y los hermanos mayores o pequeños de alguno de ellos. El grupeto formó una piña viendo el fútbol y acabó en una amalgama de somarros para vestir santos, como decían las abuelas.


—¡Xe Manolo! ¡Qué bien te veo! —dice uno de los veteranos tras un choque vigoroso de manos.

—¡Nano! Tú siempre animando. Has echado un poco de panza —suelta Manolo, dando una palmada en la barriga abultada de su colega; semilla de un futuro Homer Simpson.

—¡Ya te vale! Y tú siempre jodiendo la marrana. Ya se sabe… unas cervecitas de más, unos vermuts, otro poquito de comida basura al buche y... Pero, con unas sesiones de gimnasio recupero la figura —contesta el implicado.

—¡Mira quién viene por ahí! —dice efusivo al ver a otro colega y prosigue—: Toni, hombre. Has adelgazado, ¿no? ¡Xe! Dame un abrazo.

—Mucha marcha, nanos. Mucha marcha —contesta Toni con los ojos brillantes y levantando una ceja.


Con el discurso de me la clavas y yo te doy un capote, van entrando los especímenes —todos, incluso Manolo (que está desempleado) socarraos—. Se nota que han estado tomando el Sol. Canarias, Benidorm, Caribe, Ibiza o la piscina del barrio. Las conversaciones son las de siempre: los nuevos fichajes futbolísticos, el curro y las mujeres. En este último apartado, se explayan.


—Tíos me he ligado a una pavita de dieciocho añitos que es un caramelín para mojar a todas horas —suelta Paco.

—¡Va! —hace un ademán peyorativo otro de los tunantes.

—Ni va ni hostias. ¡La niña está espectacular! ¡Mirar uno de los selfis que nos hicimos!


De golpe, se le echan encima como antropófagos a la caza de una buena pieza para ver quién ve las imágenes desde la primera fila.


—¡Joder! ¡Si que está buena! —dice uno.

—Mira qué culazo tiene... —insinúa otro.

—Ya podrías. Casi cuarentón y te buscas a una Lolita —suelta Toni.

—Envidia tío. ¡Envidia! Uno que lo vale. Además, me gustan tiernas —el comprometido saca pecho mientras todos babean.

—¡Va a ser que no! Yo también he ligado. La mía madurita, ¿y qué? –concluye otro de los machitos.


Las caras de los acólitos se alzan: mirando al Séneca respondón.


—A ver. ¿Qué quiere decir madurita? Qué tú todavía eres un pipiolo de treinta recién cumplidos, pajarito. ¿Qué has hecho en Ibiza? —pregunta otro.

—De todo, tíos. De todo. Además, la estancia me ha salido gratis porque me he ligado a una ibicenca por Facebook. He mojado el churro a diario. No me miréis con cara de alucinados que parecéis la cotilla de mi vecina. A ver si tengo que contaros hasta del color que llevo los calzoncillos.

—A ver, que soy tu hermano mayor. Explícate. ¿No te habrás enrollado con una yaya?

—¡Hey! ¡Que la virginidad la perdí hace años! Y me trajino a quien me da la gana. La chica me dijo que tenía cuarenta y cuatro, pero tiene algunos más… –su hermano y el resto de la troupe lo miran con cara de alucinados y, él, contesta alzando el cuello como un pavo real—: Cuando veáis las fotos no pondréis esos caretos de frikis.


Todos olvidan a la Lolita y se enfrascan en las imágenes de la suculenta MILF. Una sabrosa pieza siliconada más apetecible que la mismísima Megan Fox en Jennifer’s body. Las imágenes de los trofeos se intercambian por wasap y cada cual saca sus conclusiones. Todos menos Manolo. Toni lo mira con cara de pena y le dice—:


—Tranquilo, Manolo. Todo llegará. Antes, me has dicho que tienes una chapuza entre manos. Cuenta, cuenta... —le da unas palmadas en la espalda, animándolo.


El chico se hace el remolón. Pero al final les sugiere que él también tiene unos selfis muy picantes. Su móvil rula por los aires. Todos quieren verlos.


—¡Cabrón! ¡Qué calladito te lo tenías! Te gusta el porno hard. Me estoy poniendo cachondo —suelta Toni.

—No querrás que pensemos que eres el suertudo de la pantalla, ¿verdad? Con ese rabo de Rocco Siffredi —concluye Paco.


En la pantalla aparece un manubrio potente dentro de la boca de una mature jocosa a cuatro patas. Detrás una veinteañera introduciéndole un dildo de última generación. En ese instante, aparece el rostro del agasajado. Uno de los compinches le pega un codazo para que cierre la boca.


—Paco, ¡cállate y mira!  —le dice.

—¡Me caguen en la leche! Manolo… tu polla es gigante. ¿Cómo puede ser?

—Todos tenemos secretillos —contesta Manolo.

—¡Y tanto! Ya nos contarás que hacías montándotelo con una tiernita y una madura, a la vez —comenta otro de los cofrades. Manolo sonríe antes de hablar.

—Os he dicho que me había salido un currillo. ¡Ahí lo tenéis! Soy director, productor y actor de películas para adultos. Estaba hasta los huevos de estar sin blanca. En el último cursillo del INEM conocí a esas nenas. Compenetramos y nos tiramos al pisto. Ya que tengo un buen pilón lo aprovecharé mientras pueda.


Los colegas se quedan con un palmo de narices –boquiabiertos y con cara de gilipollas.


—Tranquilos.  A vosotros os pasaré las pelis gratis. Por cierto, las mujeres ardientes siguen igual de jugosas a los veinte que a los setenta. Todas me la ponen dura —Manolo se toca la entrepierna—. Os lo dice un profesional. Nos vemos en el derbi del próximo domingo. Ahora, tengo trabajo —dice socarrón, antes de marcharse.

 


©Anna Genovés

Rectificado el domingo diez de marzo de 2024

Relato incluido en el libro La caja pública. Publicado en Amazon. 2014.

 

* Este relato se lo dediqué a José Luis Moreno-Ruíz hace años y, en la actualidad, al visionar la serie de Netflix Supersex que cuenta la vida del actor porno mencionado e interpreta de manera magistral el que fue Aureliano –Alessandro Borghi— en Suburra, lo he republicarlo.

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Promoción enero 2024

 


¡OJO! Descarga gratuita desde el miércoles 3 de enero hasta el domingo 7 de enero 

 

Amigos, conocidos y seguidores.

 

Para celebrar la llegada de 2024 os dejo este pequeño regalo: descarga GRATUITA de los libros que tengo publicados en Amazon durante 5 días. Desde el miércoles 3 de enero hasta el domingo día 7 de enero de 2024.

 

Seguramente, la mayoría les habéis echado un vistazo. Otros, pasáis. Y estáis en vuestro derecho. Aquí comienza y acaba mi obra literaria. El blog permanecerá vivo.

 

Entre los 9 volúmenes, encontraréis thriller, relatos de distintos géneros, ficción histórica, realismo, ciencia ficción, aventuras y etcétera... La mayoría tienen errores ortotipográficos o están faltos de una buena maquetación o de una portada más agraciada. Nadie me ha ayudado y, esto, es lo que hay. Para mí, es más importante la historia relatada que la presentación‍.️

 

Es obvio que las primeras aventuras tienen más erratas que las últimas. Exceptuando la escrita durante la pandemia.

 

Feliz Año Nuevo para todo el 🌏 Gracias.

 


Listado por orden de publicación

 

1.       Tinta Amarga | mayo 2014. Thriller policiaco 🔫

 

2.       La caja pública | relatos. Octubre 2014. Historias publicadas en este blog. Gratis siempre.

 

3.       El Legado de la Rosa Negra. Enero 2015. Romance en las pirámides

 

4.       Las cicatrices mudas. Agosto 2015. Thriller policiaco 🔫

 

5.       Pasillos nocturnos. Enero 2016. Poemario 🖋

 

6.       Erotika. Octubre 2016. Relatos eróticos 💞

 

7.       SIAH: El Ojo de Dios. Noviembre 2020. Ciencia ficción 👽👾

 

8.       2020 La realidad: de la realidad. Diciembre 2020. Sensaciones durante la pandemia 😥

 

9.       La concubina 111. Febrero 2022. Aventuras en el Lejano Oriente 📜💎

 



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by on 0:11:00
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La pasión de Napoleón y Josefina

 


A las maduras

nos agrada el escondite

el premio es bello

y las risas, caramelos

 


Josefina es una mujer madura exultante con unas mini vacaciones de invierno. Después de trabajar duro durante todo el año, se ha tomado una semana de relax. Ha decidido que la mejor medicina para reponerse del estrés al que está sometida, es cambiar la rutina: nada de trabajo, ordenador, dietas, redes sociales o deporte. Necesita comer sin pensar en las caloría que engulle y cambiar las máquinas del gimnasio por el sofá. Sin embargo, pasados los primeros días, se da cuenta que está falta de sexo y necesita un poco de acción. Se pone a mirar los artilugios eróticos que ha ido comprando en diferentes sex shops cibernéticas, pero ninguno le llama la atención lo suficiente como para usarlo. Es una compradora compulsiva y tiene un buen surtido: un hermoso plumero decorado con strass, unos antifaces, unas esposas, vibradores con potencia plus, un babydoll de Chantilly marfil, bolas chinas de diferentes tamaños y texturas, medias de rejilla en diferentes colores… En fin, un ajuar completo.


Luego de repasarlo, es obvio que fantasee con todo lo que ha hecho y todo lo que podría hacer. Y… se excita más de lo habitual. La fragancia a mujer experimentada se dispersa por el ambiente. Acaricia sus pezones y su sexo se humedece. Sus dedos se deslizan por sus esculturales curvas, el bello se le eriza cuando roza los labios de su vulva y aprieta el clítoris. Convulsiona y gime de placer mientras su vientre se agita. Saciada, wasapea a una amiga y le cuenta la historia. Y, ésta, le dice que necesita algo más fuerte y la invita a una fiesta picante que celebra su troupe en el club privado Versalles. Al día siguiente, se pone el babydoll y unas medias de rejilla por arriba de las rodillas con ligueros de encaje. Se recoge la melena azabache en una diadema dorada. Toma un antifaz de estilo afrancesado. Se calza unos Manolo Blahnik con tacón de aguja forrados en satén. Y, encima, se coloca un abrigo masculino de paño. Toma un taxi que la deja en la puerta del antro.


Versalles está extrañamente iluminado y la puerta aparece cerrada. No obstante, cuando la golpea los paneles de forja repujada se abren. No hay nadie esperándola. Pese a ello, ve una espectacular butaca de seda en tonalidad blanco roto con dibujos florales en el que han dejado un sobre lacrado que lleva su nombre, sonríe maliciosa. Lo abre y lee: «Ponte cómoda Josefina. Jugaremos al escondite. Te divertirás». ¿A ver dónde me he metido? Piensa mientras se quita el abrigo y se coloca el antifaz.


Le llama la atención la suave música de cámara que oye en la lejanía; se encamina hacia ella entre habitaciones vacías y mesitas barrocas. Sube al primer piso despacio y altiva como las celebrities de pasarela. En la primera planta solo una puerta está abierta. Se dirige hacia ella y descubre un salón rococó decorado por cortinas y mobiliario de terciopelo púrpura con medallones semitransparentes ribeteados en oro, en los que aparecen escenas eróticas. ¡Vaya! Creo que llegué al salón de la lujuria, recapacita.


Unas risas fluctúan cerca. Se sienta en un canapé mullido y la luz se afloja hasta llegar a una penumbra sinuosa donde todo se intuye y nada se ve. Alguien, que no llega a reconocer, deja el aliento en su nuca. No pregunta. No intenta acariciar el aire denso de la habitación de los placeres. Pero, se estremece cuando unos labios besan su cuello y unas manos la incitan a levantarse para rodear su cintura y, de improviso, destrozar su braguita y rebuscar entre su partes íntimas. Sobreexcitada por la sorpresa, se gira. Empero, sólo distingue una máscara que se lanza sobre sus pechos, muerde sus hombros y lame su piel con una lengua depredadora. Josefina busca su miembro endurecido. Sin embargo, encuentra unos genitales femeninos de labios inflamados: los acaricia. Introduce los dedos por la abertura. Nota cómo se contraen y dilatan las paredes húmedas. De repente, la enmascarada desaparece en la opacidad de la sala.


Agitada, sigue a la sombra. Pero cuatro manos la atrapan y la deslizan hacia la pared donde miman su cuerpo. Aproxima sus manos y roza unos pechos generosos con pezoneras temblorosas. Los estruja, igual que comprimen los suyos. Su boca acuosa necesita alimentarse, se lanza hacia las redondeces; las lisonjea y resbala su lengua hasta alcanzar unos labios glotones que la engullen. Jadea. Deja que su humedad penetre en el interior de esa boca desconocida y gozosa. Lenguas entrelazadas. Carne trémula. Cambia de pareja y otros labios le proporcionan un sabor afrodisiaco de fresas con champagne que enardecen su libido. Quiere más. Necesita eclosionar. Pese a ello, las siluetas se esfuman traviesas.


Camina a tientas entre los persuasivos cortinajes y el mobiliario de lujo. Se le antojan cuerpos errantes que necesitan amor, acaricia sus caderas. Resbala las palmas hasta el pubis. Antes de adentrarse en su templo ardiente, otros dedos pellizcan su espalda y un miembro eréctil se abre camino entre el surco de sus nalgas. Quiere tenerlo dentro, piensa con ojos felinos y labios jugosos. Su almendra rosada, gotea. El macho sigue el juego amoroso frotando sus senos. La invita a tumbarse sobre un mullido sofá donde la inmoviliza y la besa voraz. Josefina siente unos espasmos musculares fortísimos: tiene un orgasmo múltiple que la deja exhausta. Su organismo tiembla exterior e interiormente en el preciso instante en el que un taladro de considerable tamaño, irrumpe en su intimidad y numerosas manos agasajaban su convulsa hechura. Los movimientos endiablados aceleran los calambres de su pubis, de su cuerpo. El semental no se aparta. Siguen bailando hasta que sus cuerpos sudorosos caen extenuados sobre las finas tarimas de madera pulida.


Es entonces, cuando recoleta como una paloma virginal repleta de amor, le dice a su partenaire…


–La experiencia me ha gustado y quisiera repetir en otras ocasiones. ¿Cómo puedo encontrare? ¿Cuál es tu nombre?

–¿Cómo? Mi amada Josefina. ¿Aún no me has reconocido? Soy tu Napoleón.


Josefina deja Versalles horas más tarde. Sonriente y hermosa. Se ha sentido como un apetitoso filete de carne picada espolvoreada por distintos condimentos. Ha fluctuado entre todo tipo de secreciones gozosas. Una experiencia gravitatoria.


 

© Anna Genovés

Revisado y tuneado el viernes 1 de diciembre de 2023

Imagen tomada de la red

 *Cuento original incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

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Un pullover felino

 

 

 

A veces, la suerte está echada

cuando los ojos se cierran

y la mente habla

 

 

 

Me llamo Manuel, tengo tres churumbeles y una mujer encantadora. Ambos nos hemos quedado en paro. A ella no le queda ni subsidio ni nada de nada y a mí se me acaba la prestación dentro de dos meses. Mi chica limpia algunas casas. Es tan hermosa que me da pena verla de señora a chacha. Mañana tengo una entrevista de trabajo y voy a comprarme una camisa decente. Llevo veinte euros: la vaca no da más leche. Encima, es nuestro aniversario. Se me retuercen las entrañas pensando que no puedo comprarle ni un ramo de flores. Justo, cuando hace diez años que nos casamos.

 

***

 

Acabo de llegar a los almacenes El Corte Español. El aire acondicionado está a toda pastilla y los luminosos inundan la superficie. Nada más entrar, una señorita bastante acicalada me pregunta—:

 

—¿Caballero tiene nuestra tarjeta?

—Por supuesto –contesto para que no me dé la paliza.

 

Ando dos pasos y otro bombonazo siliconado, me aborda.

 

—¿Quiere probar la nueva fragancia de Ferragamo?

—Bueno…

—Mire le pongo un poquito en este dosificador —me embadurna de perfume una cartulina alargada con el logo de la firma— y otro poco en el cuello del chaquetón para que huela bien…

—Lo que tú digas, guapa —contesto.

 

Sigo mi trayecto hasta las escaleras mecánicas. Directo a la planta joven. Los carteles me aturullan. No entiendo cómo las mujeres disfrutan comprando. ¡Es un agobio! Pienso. Al llegar, atisbo a un caballero trajeado con plaquita identificativa en la que leo: «Sr. Pérez, jefe de Departamento».

 

—Caballero, ¿sería tan amable de decirme dónde puedo encontrar una camisa básica? —le pregunto.

 

El hombre se atusa la corbata y, con una sonrisa Profidén, me contesta.

 

—Por supuesto, señor. Yo mismo le acompañaré. ¿Qué busca exactamente?

—Mire, necesito una camisa blanca con rayas marino o similar. Económica, por favor.

—Ya veo… –se toca la barbilla, cavilando—. Creo que ya lo tengo. Usted llevará la talla cuarenta, ¿verdad? —Dice mirándome.

—¡Sí señor! Se nota que entiende.

—Hombre, son muchos años.

—Claro.

 

Seguro que estás hasta los mismísimos cojones de aguantar a las marujas durante todos los días de tu puta vida. Pero, ¡macho! ¡Qué bien lo llevas! Yo en tu lugar, estaría cazando moscas, pienso.

 

Caminamos hasta el stand de Moda Fácil. Diez minutos más tarde, entro en un probador con cinco camisas. El vestidor está hecho un desastre; hay ropa por todos los rincones. ¡Cómo se nota la crisis! Antes, estaba impoluto —hablo con mi reflejo antes de colgarlas—. La primera que me pruebo me sienta como un guante y cuesta diecinueve con noventa euros. No me pruebo más. Al ir a salir, se me engaña un suéter de Kookaï entre las etiquetas. Lo miro y veo a mi chica dentro. Es su marca preferida. Seguro que estaría guapísima, pienso. Fondo perlado y manchas felinas en negro. Miro el precio: ¡hostia puta! Antes, cien euros. Ahora, setenta. Del susto se me cae y ¡zas! Veo que la alarma resbala por el suelo. ¡No me lo puedo creer! Resulta que esas señales con líquido fosforescente antiladrones, está suelta. No, no puedo. ¿Cómo voy a robar un puto suéter? Pienso frunciendo los labios como una acordeón. Pero, mi conciencia me habla trasparente como el amigo de toda la vida que es—:

 

—No seas idiota. Lo pliegas y te lo metes en la bandolera. Sales, pagas la camisa y te largas con un regalazo para tu esposa. Mañana, puede que encuentres trabajo o puede que no. No obstante, ella seguirá feliz con su pullover.

—¿Y qué le digo cuando me pregunte? —interrogo a mi razón.

—Te saldrá en el momento. ¡Hala! Al ataque.

 

Me ruborizo. Empero, hago caso a mi gnosis: mi chati se lo merece todo. Respiro unas cuantas veces y meto el jersey en un lateral de la bolsa. Pago la camisa y salgo de los almacenes más contento que unas castañuelas.

 

***

 

A la mañana siguiente, hago la entrevista y consigo el empleo. Por la noche, cuando los niños se acuestan, cenamos en la intimidad para celebrar nuestro aniversario y el trabajo. Mi churri me ha comprado un bolígrafo de Aldi envuelto primorosamente. Cuando le doy mi regalo, sus ojos resplandecen

 

—¡Es precioso! Gracias mi amor.

 

Me abraza, me besa, me acaricia. Se queda en sujetador y se lo prueba. ¡Está espectacular!

 

…» Ya sé que no debo preguntar. Pero... ¿cómo lo has comprando? 

—A veces, los milagros existen —contesto.

 

Hacemos el amor como si fuera la primera vez. Yo desnudo, ella con el suéter del hurto. Es mi felina particular: toda una fiera. El jersey le sienta como anillo al dedo. No hay nada mejor que tener sexo con la dopamina por las nubes. ¡Y qué bien sienta robar a un ladrón!

 

 

© Anna Genovés


Revisado el seis de agosto de 2023


Imagen tomada de la red


 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437


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Un pullover felino

by on 14:41:00
Un pullover felino       A veces, la suerte está echada cuando los ojos se cierran y la mente habla       Me llamo Manue...



 


Patrick

 


Sabor ferroso

colonia de Yves Saint Laurent pour homme

tan bello como estúpido:

es él

 


Estaba de vacaciones en Manhattan y unos amigos me habían invitado a su ático; íbamos a jugar al paintball.  Cuando tomé el ascensor, subió conmigo: un yuppie trajeado y educado. Mientras ascendíamos sentí una bofetada de aire cálido que me trasportó a la adolescencia: era su olor. Indagué qué me atraía tanto de él; su cabello engominado, su pulcritud o el parecido al Patrick Bateman de American Psycho. Marcó la planta 69. Era obvio que lo habían invitado a una orgía entre litros de Moët, Beluga, polvos a tutiplén y sexo desenfrenado. Sonreí: ¡pobre idiota! Pensé. El ascensor paró. Sin embargo, las puertas no se abrieron.

 


―Señorita, ¿le importaría que mirase la botonera? Quizás descubra cuál es la avería ―dijo estirado como un junco de acero.


―Por supuesto que no ―contesté apartándome hacia un lado.


Nuestras miradas se cruzaron: «Hazme tuyo». Rogaron, alto y claro, esos ojos esmeraldinos que atravesaron mi conciencia. No pude resistirlo. Destrocé su diplomático de Armani como si fuera celofán. Me instalé a horcajadas en su trabajado abdomen y lo poseí frenética. Cuando llegué a mi destino sonreía ebria de placer.


―Querida, llegas siete minutos tarde ―dijo mi amigo Chus con sus leggins blancos, su camisola de Hermes y su acicalado Terrier Toy bajo el brazo (un clon del Lafayette de True Blood).


―Un pequeño contratiempo de última hora ―contesté.


―Entiendo… ―hizo una mueca para que limpiara la boca.


 

Saqué la lengua y relamí las gotas de sangre que caían por mis labios glotones.


 

― ¡Qué vulgar eres! ―soltó Chus agitando el turbante plateado de su cráneo.


―Todos no somos tan refinados como tú ―parpadeé y agarré su entrepierna (pegó un saltito).


―Bueno… ¡Qué hacemos con tu aperitivo! ―preguntó caminando con las rodillas juntas y un exagerado balanceo pélvico.


―Más bien ha sido un great steak. Lo que te apetezca ―repuse, encogiéndome de hombros.


 

El cadáver de Patrick yacía en el ascensor. Desnudo; un amasijo sanguinolento. Lo miré por última vez. Ya no me excitaba lo más mínimo: mis colmillos se escondieron. Abastecida, no jugaría a nuestro exclusivo paintball.



 ¿Para qué? Siempre cazábamos a los humanos: ¡puro aburrimiento!

 

 


© Anna Genovés

Revisado el 22 de julio de 2023

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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Patrick

by on 21:12:00
  Patrick   Sabor ferroso colonia de Yves Saint Laurent pour homme tan bello como estúpido: es él   Estaba de vacaciones en ...

 

 







Peep-toes y dagas



 

No te fíes de un samurái

son tan excelsos

que olvidan la vida

y las reglas del juego

 

Jessica trabajaba en una red escort de prostitución de lujo. Sus atributos personales le hicieron pensar en los hombres demasiado pronto. A eso se unió la familia: clase media baja. Dejó de estudiar y se dedicó a revolotear entre los efebos y los crápulas; no le hacía ascos a ninguno. Hacer de cortesana se le daba de cine. Un día, la vio una madame y la inscribió en su plantilla. A la guayaba, le hizo un favor colosal. Aprendió buenos modales, cómo vestir… Y lo que es más importante, descubrió los secretos del erotismo de luxe.

 

Una década más tarde, albergaba una solvencia económica cómoda. Tenía la mejor comida, la ropa más cara, peep-toes al último grito y hasta unos Manolo Blahnik que sólo utilizaba en el boudoir alquilado en el que vivía. Pensaba retirarse en unos años. Nadie diría que cultivaba el oficio más antiguo del mundo o que sus padres eran ágrafos. Podía elegir a cualquier niño rico por marido. Pero a esas alturas, el sexo le gustaba demasiado como para criar una caterva de niños e ir dando tumbos entre pañales y salones, ataviada con el sempiterno delantal. Prefería vivir al día.

 

Su jefa la había reclamado para un trabajo especial: llegaba un alto ejecutivo japonés –visitador médico― que necesitaba compañía para un simposio de medicina contra el dolor crónico neuropático. Jessica se engalanó como una dama; elegancia y belleza no le faltaban.

 

El nipón ―Takumi Aoyama―, era un hombre con ojos de ratoncillo. Algo así como un gafapasta a lo Mad Men. Un tipo solitario, sutil y muy educado. Hablaron en inglés. El evento fue nutritivo. La experimentada meretriz, anotó, discreta, los nombres de los asistentes capitalistas en una pequeña libreta niquelada de lo más chics que llevaba en su bolsito de noche metalizado. Podían ser futuros clientes ―pensó—. Al finalizar la velada, el potentado japonés la invitó a tomar sake en su suite. Le dijo que siempre viajaba acompañado de una botella de Jummai Daiginjo ―uno de los mejores nihonshu (nombre del sake en Japón) del mundo―. Estaba hospedado en un hotel cinco estrellas resort de la ciudad. Tras beber una tacita, Jessica iba más beoda que un alcohólico en fase pomposa. Takumi le propuso que pasaran la noche juntos; recibiría un extra de seis mil euros.

 

―Por ese dinero le bailo un tango con mi vulva ―sugirió la femme fatale con grosería. A esas horas de la madrugada, había perdido la compostura.

 

―What? ―preguntó el nipón sorprendido, con cara de no comprender ni una palabra.

 

―Excuse me. It’s magnificent! ―rectificó una Jessica angelical. Era demasiada guita como para espantar al caballero. 

 

Tuvieron sexo al estilo El Imperio de los Sentidos. Pequeñita pero matona ―se dijo Jessica a sí misma, pensando en el miembro del descendiente samurái―. Estaba retocándose el maquillaje cuando Takumi irrumpió en la toilette enfundado en un traje negro de neopreno. A ella le hizo gracia; rio a carcajada limpia.

 

―Seguro que ahora pasamos a una sesión sado. ¡Me encantan! ―insinuó ella con gracejo.

 

Pero Takumi escondía un secreto mucho más perverso… Sin mediar palabra, la agarró del cabello y la empujó hasta el dormitorio. Ella pataleó; era desagradable y excesivamente violento. No sirvió de nada. El oriental había tapizado el lecho con un plástico grueso, Jessica tembló horrorizada. La cosa no iba en broma, pensó aterrada. Recordó algunos asesinos en serie y se preguntó a sí misma si sería un killer como Dexter o Pat Bateman. El Sr. Aoyama sonreía de oreja a oreja.

 

―Ahora no viene la sesión sado, guapa. Llega el banquete Hostel ¡una obra de culto! ―insinuó en un español cuasi perfecto.

 

Jessica comprendió que había entendido todo cuanto había dicho y que estaba ante una situación verdaderamente peligrosa. Chilló. Takumi le tapó la boca con cinta americana. Después, la sujeto a la cama con unos grilletes metálicos decorados por púas que, de inmediato, se clavaron en sus muñecas. La sangre comenzó a brotar. La joven intentó gritar a pleno pulmón. Pero los azorados envites de su defensa, tan sólo provocaron un ronroneo similar al de una serpiente de cascabel cuando se arrastra.

 

―Si eres buena, te quitaré la mordaza ―sugirió el oriental acariciándole el cabello—. Nadie te escuchará, por mucho que grites: la habitación está insonorizada. Además, en unos minutos, hará efecto la droga paralizante que has bebido con el sake y podré divertirme contigo. Te dolerá mucho. ¡Muchísimo! Sin embargo, no podrás moverte ni chillar. Un horror, cielo. Jugaremos con mis dagas, es una herencia familiar antiquísima.

 

Takumi separó los labios abultados y groseros; mostró sus perfectos dientes blancos en una sonrisa sardónica. Jessica abrió los ojos como platos y movió la cabeza de derecha a izquierda en un ¡nooo!!! Perpetuo mientras le clavaba el primer estilete en el muslo. Despacio, muy despacio... girando, a uno y otro lado, la hoja afilada.  La carne de la joven se desgarró en una brecha sangrienta que desaguaba como un torrente. El asiático lamió el plasma del filo. Después, le seccionó los tendones de Aquiles. Jessica dejó de resistirse: la droga había hecho efecto. Sin embargo, la apertura excesiva de sus párpados, denotaban el insufrible dolor que padecía. Media hora más tarde, su cuerpo estaba repleto de laceraciones. La presión sanguínea había bajado: estaba desangrándose como un cerdo en San Martín. Una nebulosa delirante, le recordó las torturas de los inquisidores. Se sentía víctima de su propia herejía. ¿Acaso Dios la castigaba? ―se preguntó en su inminente adiós―. De improviso, Takumi apagó las luces y se tumbó sobre la cheslón.

 

―Tengo sueño. Mañana seguiremos ―insinuó antes de suspirar como un querubín en vigilia.

 

Jessica estaba en manos de un psicópata despiadado. Pasadas las horas, el efecto sedante había disminuido y su cuerpo se había familiarizado con el dolor. El asesino seguía roncando. La chica pensó en el futuro que le esperaba fuera de aquellas paredes tétricas; sacó fuerzas de sus músculos agrietados y sus huesos quebrados. Desfallecida, tomando bocanadas de aire como una carpa roja en la red de un pescador furtivo, reptó por el pasillo con la mirada trémula. Aterrorizada bajo la fricción punzante del parqué, dejando un reguero de sangre espantoso. De pronto, sintió frío en ese cuerpo maltrecho que se apoyaba en el suelo. Levantó la mirada y vio una puerta lívida. Una grieta de ilusión voló por su fatigado cerebelo. Empero, Takumi se había despertado. Su sombra se aproximó. La abrazó. Sabía que los tormentos volverían; su carne sería pasto de las dagas macabras de su torturador.

 

―Pero ¿cómo? ―dijo el asesino―. Ahora que tú y yo íbamos a compenetrarnos en el éxtasis de la noche eterna ¿querías huir? Era tu salvación. Además, acabo de descubrir que tus zapatos son un arma letal ―le mostró una de sus plataformas arqueando una ceja y le asestó un golpe con el tacón de aguja en la cabeza.

 

Por el rostro de Jessica comenzó a resbalar un riachuelo de hematíes espesos de un grana oscuro. Takumi relamió el arma homicida; devorando hasta la última gota del flujo. La daga brilló en la penumbra; estaba reluciente. Los dientes del depravado: sanguinolentos.

 

—Tu sangre es una delicia, pequeña zorra —terminó por decir el despiadado homicida.

 

Takumi zarandeó a Jessica por el suelo. Sus piernas, sus manos, su vientre; despedazados. Ya no le quedaba líquido orgánico ni fuerzas para intentar escapar. Había entrado en la parte más oscura de la lujosa suite: la cámara de los horrores.

 

© Anna Genovés

Revisado el 25 de junio de 2023

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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Peep-toes y dagas

by on 17:17:00
    Peep-toes y dagas   No te fíes de un samurái son tan excelsos que olvidan la vida y las reglas del juego   Jessica tra...






 

 

El tercer sexo

 

 

Las apariencias engañan

—ya lo dice el refrán—

cuidado con la entrepierna:

te puede cazar

 

 

Carol acababa de llegar al gimnasio. Era asidua de Skillbike de las 14:30h. Se desahogaba un buen rato antes de comer. Después, volvía al trabajo. Antes de entrar en clase hizo un pipirrún. Al salir del WC tropezó con una chica. El contacto fue mínimo, pero el aroma sensual, dulce y adictivo con notas de café, vainilla y flores blancas que desprendía ese monumento de mujer con el que se había topado, enloqueció sus sentidos; reconoció ese perfume de Yves Saint Laurent llamado Black Opium, de inmediato. Habían coincidido muchas veces y jamás habían hablado.

 

―Disculpa, soy muy torpe ―dijo.

―Tranquila, no pasa nada ―contestó la chica.

 

Ambas sonrieron y marcharon por distinto camino… La clase de Skillbike fue magistral. La música ochentera combinada con rap, estaba a toda pastilla. Entre subidas y bajadas del sillín de la bicicleta estática un orgasmo eclosionó en sus entrañas como si fuera el Cantábrico en invierno y su vulva una esponja absorbiendo las abruptas aguas. Al salir del aula, su rostro resplandecía. Tras una ducha tonificante, comenzó a embadurnarse de body milk, canturreando. Una pierna sobre el banco mientras masajeaba sus muslos. A su lado, los exultantes pechos de la preciosidad con la que había chocado; los más hermosos que ha visto. La beldad la miró sonriendo.

 

― ¡Hola! Me llamo Nerea. ¿Y tú? ―preguntó un poco azorada.

―Carol ―contestó sin dejar de mirar sus redondeces.

 

Nerea le dio unos sonoros besos en las mejillas.

 

―Me alegra hablar contigo ―susurró.

―Perdona la intromisión. ¿Puedo hacerte una pregunta íntima? ―insinuó Carol.

―Si mujer, hace mucho que nos conocemos. Por lo menos de vista… ―comentó Nerea.

― ¿Quién te las has hecho? ―sugirió mirando abobada sus pechos.

 

Nerea rio a carcajada limpia tapándose la boca. Pero contestó sin cabrearse lo más mínimo—:

 

― ¡Que directa eres! Llevo prótesis de suero fisiológico para que queden naturales. Me las hizo la Dra. Llorca de Corporación Dermoestética.

―Cuando tenga dinero me hago unas iguales ¡son preciosas!

 

Salieron del polideportivo conversando como dos amigas que se conocen desde la infancia. Coincidencias, Nerea vivía al lado del bufet donde trabajaba Carol.

 

―Si te conformas con una pizza, te invito a comer ―propuso.

―Ok. Todavía me queda una hora libre ―contestó ella.

 

Nerea vivía en el ático. Tenían nueve pisos por delante en un ascensor antiguo y bastante lento para hablar o lo que surgiera... En el quinto pulsó el stop y se tiró sobre Carol.

 

― ¡Qué ganas tenía de mordisquear ese lunar tan provocativo que tienes en la comisura de tus labios! ―soltó babeando.

―Oye ¡qué no soy lesbiana! ―contestó Carol.

―Yo tampoco.

― ¿Estás segura…?

 

Nerea cogió la mano de Carol y se la acercó a la entrepierna. La sorpresa fue mayúscula. Una enorme protuberancia se ocultaba bajo su falda como un fusil a punto de disparar.

 

―No me lo puedo creer ―sugirió Carol, alucinada.

― ¿Qué opinas ahora? ―Nerea se subió la mini y mostró su falo.

 

Carol lo mimó con apetencia y el geiser seminal refrescó su rostro. Seguido, Nerea buceó entre los pliegues de su vulva hasta encontrar el botón mágico, oprimiéndolo. Sus entrañas palpitaron. Saciadas de erotismo. Llegaron al apartamento. Nerea, gata vieja, comprendió que a Carol le rondaba algo por la cabeza...

 

― ¿Alguna duda? ―preguntó.

― ¿Qué eres un travesti o un transexual en vías de cambio?

―Soy un hombre que quiso ser mujer. Sin embargo, cuando te vi por primera vez en el gimnasio, decidí no seguir adelante. Las casualidades no existen. Ahora, soy de lo más moderna: un espécimen no binario catalogado como elle.

―Pues me chiflas.

―Y tú a mí –Nerea le guiñó un ojo con gracejo.

― ¿Nadie te ha descubierto en el vestuario femenino?

―Siempre me aseo en casa. Allí sólo luzco mis pechugas.

―Eres guapísima. Por cierto, tienes una voz tan femenina y sensual que enajena mis sentidos.

―Llevo muchos años invertidos… pero, he dejado de tomar hormonas. Dentro de poco, mi timbre será grave y mi piel rugosa. No sé qué haré con este busto ―lo estruja con sus manos y Carol lo masajea unos segundos.

―Los dejarás como están: son perfectos. Prometo agasajarlos a diario. Eres el tercer sexo.

 

Nerea respira hondo y contesta gatuna—:

 

―Si me lo dices así no puedo negarme.

―Seremos una pareja súper moderna ―dice Carol antes de besarla con pasión, lameteando sus labios e introduciendo su lengua en el interior sabroso de su elle particular.

 

Se ovillan en una madeja y vuelven a amarse como dos equinos salvajes.

 

 

© Anna Genovés

Revisado el 5 de junio de 2023

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

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El tercer sexo

by on 16:16:00
    El tercer sexo     Las apariencias engañan —ya lo dice el refrán— cuidado con la entrepierna: te puede cazar     Carol acababa de llegar...