Piercings y tatuajes
Piercings y tatuajes
Las apariencias engañan
los prejuicios son fallidos
lo dice el dicho
y así es
Sandra está escribiendo las
últimas experiencias sexuales que ha tenido en su diario. En el último mes, ha
estado con tres chicos que apenas conocía. Es una joven hermosa, moderna y sin
pareja estable. Pero, es precavida y nunca practica el sexo apelero. El
sonido del guasap, la turba. Lee el mensaje: «Sandra recuerda que tienes
cita a las 19:30h para hacerte un piercing umbilical». Emoticono sonriente
—resopla—. Mira el reloj. Se prepara la merienda y sale hacia el garito. Antes
de entrar en la sala quirúrgica, elige un abalorio de plata con una circonita.
El tatuador es un jamaicano con truños hasta la cintura y ojos índigos llamado Kovacs.
―Pasa sin miedo y túmbate en la
camilla. Eres una veterana de los tatuajes. Esto apenas te dolerá ―indica el
rastafari con amabilidad.
Sandra se posiciona. Aprieta la
boca con la punzada de la aguja; un hilillo de sangre resbala hasta su pubis.
Sin embargo, el contacto de los dedos de Kovacs enfundados en látex, la excitan
muchísimo. Los pliegues que bordean su vulva, se dilatan.
―Kovacs, ¿podrías hacerme otro
piercing en los labios? ―sugiere, pícara, señalando su hocico. Apetitoso como
las fresas.
―Mujer, claro. Pero son tan
sensuales que me da un poco de pena… ―insinúa el tatuador con mirada devoradora.
Sandra no soporta la TSR entre
ambos; está empapada como una esponja jabonosa. Se levanta y atrapa a Kovacs entre sus brazos. Las bocas húmedas y deseosas. Las lenguas degustando el paladar
descubierto. El artista se deja querer en un baile erótico, masajeando los
hermosos glúteos de la joven. En un impulso arrollador, desgarra su camiseta y roza sus pezones. Rosas. Inmaculados como los de una virgen recién
estrenada. Quiere adorarla. Mordisquea su esbelta figura y desciende hasta los
bóxeres de animal print. Ella abre las piernas y él babosea su abdomen.
Acaricia los muslos hasta llegar a su sexo y lamer la oquedad ardiente con
fragancia a estrógenos que lo hipnotizan. El vientre de la hembra se agita en
repetidas ocasiones: las convulsiones del orgasmo le hacen maullar como una gata en celo.
―Sandra me gustas demasiado y no
quiero precipitarme… ―comenta Kovacs, sutil.
―Lo cierto es que me atraes
mucho. Pero… ―se queda pensativa.
―No te agradan los truños. Es lo
que ibas a decir, ¿verdad? ―sugiere el macho. Mirándola intensamente.
― ¡Qué va! Iba a decir que nunca
me has mirado con lujuria —levanta una ceja.
―Mujer, ¡soy un profesional! No
puedo tirarles los tejos a las clientes así porque sí...
― ¿Y qué te ha sucedido hoy?
―No he podido reprimirme.
Vuelven a besarse. Kovacs juguetea con las ondas azabaches y sedosas de su hermosa melena. Lo huele. Masajea su cuero cabelludo como si fuera un bobtail. Ella se estremece: escabulléndose de la situación, saca del bolso un Durex Sensitivo Contacto Total; amasa con delicadeza el poderoso falo del jamaicano y se lo coloca. La compenetración del apareamiento es absoluta. Dos cuerpos extenuados con músculos trémulos.
Sandra descubre que siempre ha tenido mala suerte con los
hombres. La mayoría han pasado por su vida como un torrente erótico carente de
afecto, al margen de sus necesidades y deseos. La experiencia con Kovacs ha
sido más que gratificante. Una sabrosa golosina paladeada con los cinco
sentidos como las tartas de moka: sus preferidas.
© Anna
Genovés
Revisado el 14
de febrero de 2023
Imagen tomada
de la red
*Relato incluido en el libro de relatos La
caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato
papel en Amazon. ISBN-10: 1502468433 ISBN-13: 978-1502468437
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