Un pullover felino
Un pullover felino
A veces, la suerte está echada
cuando los ojos se cierran
y la mente habla
Me llamo Manuel, tengo tres churumbeles y una
mujer encantadora. Ambos nos hemos quedado en paro. A ella no le queda ni
subsidio ni nada de nada y a mí se me acaba la prestación dentro de dos meses.
Mi chica limpia algunas casas. Es tan hermosa que me da pena verla de señora a
chacha. Mañana tengo una entrevista de trabajo y voy a comprarme una camisa
decente. Llevo veinte euros: la vaca no da más leche. Encima, es nuestro aniversario.
Se me retuercen las entrañas pensando que no puedo comprarle ni un ramo de
flores. Justo, cuando hace diez años que nos casamos.
***
Acabo de llegar a los almacenes El Corte Español. El aire acondicionado
está a toda pastilla y los luminosos inundan la superficie. Nada más entrar,
una señorita bastante acicalada me pregunta—:
—¿Caballero tiene nuestra tarjeta?
—Por supuesto –contesto para que no me dé la
paliza.
Ando dos pasos y otro bombonazo siliconado,
me aborda.
—¿Quiere probar la nueva fragancia de Ferragamo?
—Bueno…
—Mire le pongo un poquito en este dosificador
—me embadurna de perfume una cartulina alargada con el logo de la firma— y otro
poco en el cuello del chaquetón para que huela bien…
—Lo que tú digas, guapa —contesto.
Sigo mi trayecto hasta las escaleras
mecánicas. Directo a la planta joven. Los carteles me aturullan. No entiendo
cómo las mujeres disfrutan comprando. ¡Es un agobio! Pienso. Al llegar, atisbo
a un caballero trajeado con plaquita identificativa en la que leo: «Sr. Pérez, jefe
de Departamento».
—Caballero, ¿sería tan amable de decirme
dónde puedo encontrar una camisa básica? —le pregunto.
El hombre se atusa la corbata y, con una
sonrisa Profidén, me contesta.
—Por supuesto, señor. Yo mismo le acompañaré.
¿Qué busca exactamente?
—Mire, necesito una camisa blanca con rayas
marino o similar. Económica, por favor.
—Ya veo… –se toca la barbilla, cavilando—.
Creo que ya lo tengo. Usted llevará la talla cuarenta, ¿verdad? —Dice
mirándome.
—¡Sí señor! Se nota que entiende.
—Hombre, son muchos años.
—Claro.
Seguro que estás hasta los mismísimos cojones
de aguantar a las marujas durante todos los días de tu puta vida. Pero,
¡macho! ¡Qué bien lo llevas! Yo en tu lugar, estaría cazando moscas, pienso.
Caminamos hasta el stand de Moda Fácil. Diez minutos más tarde,
entro en un probador con cinco camisas. El vestidor está hecho un desastre; hay
ropa por todos los rincones. ¡Cómo se nota la crisis! Antes, estaba impoluto
—hablo con mi reflejo antes de colgarlas—. La primera que me pruebo me sienta
como un guante y cuesta diecinueve con noventa euros. No me pruebo más. Al ir a
salir, se me engaña un suéter de Kookaï
entre las etiquetas. Lo miro y veo a mi chica dentro. Es su marca preferida.
Seguro que estaría guapísima, pienso. Fondo perlado y manchas felinas en negro.
Miro el precio: ¡hostia puta! Antes, cien euros. Ahora, setenta. Del susto se
me cae y ¡zas! Veo que la alarma resbala por el suelo. ¡No me lo puedo creer!
Resulta que esas señales con líquido fosforescente antiladrones, está suelta.
No, no puedo. ¿Cómo voy a robar un puto suéter? Pienso frunciendo los labios
como una acordeón. Pero, mi conciencia me habla trasparente como el amigo de
toda la vida que es—:
—No seas idiota. Lo pliegas y te lo metes en
la bandolera. Sales, pagas la camisa y te largas con un regalazo para tu
esposa. Mañana, puede que encuentres trabajo o puede que no. No obstante, ella
seguirá feliz con su pullover.
—¿Y qué le digo cuando me pregunte? —interrogo
a mi razón.
—Te saldrá en el momento. ¡Hala! Al ataque.
Me ruborizo. Empero, hago caso a mi gnosis: mi
chati se lo merece todo. Respiro unas cuantas veces y meto el jersey en un
lateral de la bolsa. Pago la camisa y salgo de los almacenes más contento que
unas castañuelas.
***
A la mañana siguiente, hago la entrevista y
consigo el empleo. Por la noche, cuando los niños se acuestan, cenamos en la
intimidad para celebrar nuestro aniversario y el trabajo. Mi churri me ha
comprado un bolígrafo de Aldi envuelto primorosamente. Cuando le doy mi
regalo, sus ojos resplandecen
—¡Es precioso! Gracias mi amor.
Me abraza, me besa, me acaricia. Se queda en
sujetador y se lo prueba. ¡Está espectacular!
…» Ya sé que no debo preguntar. Pero... ¿cómo
lo has comprando?
—A veces, los milagros existen —contesto.
Hacemos el amor como si fuera la primera vez.
Yo desnudo, ella con el suéter del hurto. Es mi felina particular: toda una
fiera. El jersey le sienta como anillo al dedo. No hay nada mejor que tener
sexo con la dopamina por las nubes. ¡Y qué bien sienta robar a un ladrón!
© Anna Genovés
Revisado el seis de agosto de 2023
Imagen tomada de la red
*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10: 1502468433 ISBN-13: 978-1502468437
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