La cárcel se abrió y los presos se amotinaron
La cárcel se abrió y los presos
se amotinaron
Al principio de las restricciones
en Valencia, recuerdo haberle dicho a mi esposo que tantas limitaciones
traerían sus consecuencias. «Eres una pesimista de narices. Al final,
te contratará tu admirada Margarita del Vall para que le lleves lo cafés». Me
soltó sin cortarse ni un duro. Así que no volví a decirle nada al respecto,
pero seguí cavilando lo que me dio la gana.
Para mí, lo más importante en la
vida es la libertad –la salud y etcétera… son sagrados y no cuentan—. Con las
prohibiciones impuestas en mi comunidad, tuvimos menos libertad que los encarcelados
del Procés. Eso no podía acabar bien.
No obstante, al día siguiente,
los medios de comunicación volvían a ensalzar los métodos del ejecutivo
valenciano porque nuestra IA bajaba y bajaba. Ciertamente, estuvimos durante
varias semanas, en el Edén. ¡Ah! Pero resulta que este magnífico paraíso también
tenía manzanas apetecibles y víboras pecadoras.
España con IA que sobrepasaba
los 100. Valencia 31. Una, hasta las narices de tanta falacia. ¿No se da cuen
qué vivimos una realidad virtual? En algún momento esto explotará como un grano
purulento en un rostro acneico, pensaba. Lo que baja, después sube y viceversa le
comenté a una vecina. «Chica no. Lo peor ya ha pasado y seguimos bien. Eso es lo
importante».
Me dijo.
Yo con cara de póker, pensé, «O
cambio el discurso o me quedo más sola de lo que estoy desde… desde que nací.
¡Qué narices! Soy una solitaria empedernida». Tal vez, por este motivo, en
mi calidad de antropóloga amateur, veo el conjunto de la humanidad sin
fijarme en los detalles. Y, ese todo de mi universo, se adelanta a los
acontecimientos. Aun así, me hice el firme propósito de ponerme la máscara favorita
de esta sociedad del bienestar venida a menos: la hipócrita. Y, cuando, hablo
con alguien solo digo—: “Todo va de maravilla”. Aunque vea las orejas del lobo y lo que está por venir.
Y, llegó, la hora de bailar el
cancán cogidos del brazo y sin mascarilla. El 21 de mayo nuestro meritorio presidente
dijo como un tenor desde la Ópera del Real que las mascarillas pasaban a no ser
obligatorias en la calle. ¡Olé! ¡Olé! Y ¡olé! Que felices todos y todas
enseñando nuestros morros con dientes blancos de sonrisas Profidén.
El anuncio fue tan apetecible como
la manzana de Eva: a babear chicos. ¡Yupi, yupi, hey! Ya no hace falta que llevemos
cubrebocas en la boca, aunque sigue siendo necesario tener una a mano. El dónde
ya es cosa de cada uno. Nos la ponemos en la muñeca, en el codo, en la barbilla,
en el pantalón o donde haga falta, cualquier sitito es guay con tal de que no
sea en la cara.
¡Qué cerriles somos! Que cada
uno la lleve donde le dé la gana, sí. Siempre que mantenga la distancia de
seguridad: eso es lo verdaderamente importante. A mí no me tienen
que decir las cosas dos veces, ni ahora que soy talludita ni cuando tenía
veinte años y soñaba con ser la más guapa del barrio. Metro y medio entre
personas que el bicho sigue suelto… y todos no estamos vacunados. Si es
imposible mantener esa distancia, ¡joder! ¡No seamos burros! Llevémosla donde
manda. No es un complemento de moda es una protección. ¿Qué más da un
mes arriba o un mes abajo si con ella nos va la vida?
Ante ayer, una amiga –médico
de Urgencias en Navarra— me comentó que no hay remedio. Y, hoy, otra que
vive en Bruselas, me ha dicho que no puede venir porque España vuelve a estar
en rojo. Hasta Francia nos ha vetado y no recomienda viajar a la península ibérica.
Ocho de julio, mi comunidad –que
por otro lado tenía montados los tinglados del turismo a tope en verano y del pegote
de Fallas por septiembre, como es natural para ver si la economía dejaba de
desfallecer un poco—, tiene una IA de 262 y sigue en alza. Rozando el riesgo
extremo. El Consell habla de volver a ciertas restricciones: fuera ocio
nocturno, prohibido venta de alcohol a partir de la 20:00h, cierre de algunas
playas en horas conflictivas, toque de queda en los municipios con mayor
incidencia.
Hace unas horas, quedó retratado el asunto en la mismísima Gran Vía de Fernando el Católico de mi
ciudad. Llevaba el carro de la compra a rebosar y me senté a descansar en
un banco. Por aquí y por allá otras personas distanciadas. Y, de repente, pasa
un sintecho –que iba con el torso al descubierto— se mete entre los jardinillos
se baja el pantalón y se cisca. Estaba, justo, delante de la Jefatura Central
de la Policía Nacional.
¿Qué me decís? ¿Qué cómo es eso? Está
claro, nada importa. Jóvenes, maduros, enfermos, jubilados y bien pagados,
papis y mamis de todas las edades. El conjunto de la sociedad está fracturado;
en un lado, los reos que no queremos la perpetua. En el opuesto, los que por un
cachito de libertad son capaces de saltarse la condicional, aunque ello
signifique regresar a la cárcel y arrastrar a la tropa de enfrente que intenta
cuidarse y cuidar. Caca, culo, pedo.
@Anna Genovés
Jueves ocho de julio de 2021
Publicada en el diario El Cotidiano
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