Patrick
Patrick
Sabor ferroso
colonia de Yves Saint Laurent pour homme
tan bello como estúpido:
es él
Estaba de vacaciones en Manhattan
y unos amigos me habían invitado a su ático; íbamos a jugar al paintball. Cuando tomé el ascensor, subió conmigo: un
yuppie trajeado y educado. Mientras ascendíamos sentí una bofetada de aire
cálido que me trasportó a la adolescencia: era su olor. Indagué qué me atraía
tanto de él; su cabello engominado, su pulcritud o el parecido al Patrick
Bateman de American Psycho. Marcó la planta 69. Era obvio que lo habían
invitado a una orgía entre litros de Moët, Beluga, polvos a tutiplén y sexo
desenfrenado. Sonreí: ¡pobre idiota! Pensé. El ascensor paró. Sin embargo, las
puertas no se abrieron.
―Señorita, ¿le importaría que
mirase la botonera? Quizás descubra cuál es la avería ―dijo estirado como un
junco de acero.
―Por supuesto que no ―contesté
apartándome hacia un lado.
Nuestras miradas se cruzaron: «Hazme
tuyo».
Rogaron, alto y claro, esos ojos esmeraldinos que atravesaron mi conciencia. No
pude resistirlo. Destrocé su diplomático de Armani como si fuera celofán. Me
instalé a horcajadas en su trabajado abdomen y lo poseí frenética. Cuando
llegué a mi destino sonreía ebria de placer.
―Querida, llegas siete minutos
tarde ―dijo mi amigo Chus con sus leggins blancos, su camisola de Hermes y su
acicalado Terrier Toy bajo el brazo (un clon del Lafayette de True Blood).
―Un pequeño contratiempo de
última hora ―contesté.
―Entiendo… ―hizo una mueca para
que limpiara la boca.
Saqué la lengua y relamí las
gotas de sangre que caían por mis labios glotones.
― ¡Qué vulgar eres! ―soltó Chus agitando
el turbante plateado de su cráneo.
―Todos no somos tan refinados
como tú ―parpadeé y agarré su entrepierna (pegó un saltito).
―Bueno… ¡Qué hacemos con tu
aperitivo! ―preguntó caminando con las rodillas juntas y un exagerado balanceo
pélvico.
―Más bien ha sido un great
steak. Lo que te apetezca ―repuse, encogiéndome de hombros.
El cadáver de Patrick yacía en el
ascensor. Desnudo; un amasijo sanguinolento. Lo miré por última vez. Ya no me
excitaba lo más mínimo: mis colmillos se escondieron. Abastecida, no jugaría a
nuestro exclusivo paintball.
¿Para qué? Siempre cazábamos a los humanos:
¡puro aburrimiento!
© Anna Genovés
Revisado el 22 de julio de 2023
Imagen tomada de la red
*Relato incluido en el
libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427.
Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10: 1502468433 ISBN-13:
978-1502468437
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