Los bonopos proliferan en las cities

 


Los bonopos proliferan en las cities




Ayer fue un día excepcional. No hice nada fuera de lo normal, pero disfruté de todo lo que hice.


Al salir a la calle, un golpe cálido de aire seco bañó mi rostro enmascarado y fue muy placentero recordar los viajes de mi juventud, cuando apenas salían los curreles de la piel de toro cañí que ahora nos encierra por narices.


Por aquel entonces, me dejaba la vida en la Seguridad Social y tenía un poder adquisitivo elevado que me permitía disfrutar de las pirámides, la ciudad roja o la mismísima Jerusalén, entre otros enclaves maravillosos. Está claro que no viajaba con las personas adecuadas. Pero, gracias a ellas pude desplazarse a países lejanos, ya que era demasiado cobarde para viajar sola.


Actualmente, mi posición económica es frágil. Y, aun así, puedo comprarme algún que otro vestido de Desigual o un bolso de Anekke de temporadas pasadas durante el remate final de las rebajas. No echo de menos viajar ni tan siquiera ser a reina del rock & roll: soy una superviviente que procura vivir ilusionada, aunque el camino sea más duro que el ascenso al Everest en un mal invierno o la covid19 aceche.


Esto no va del coronavirus, es un hecho que, poco a poco, como buena observadora, he apreciado a lo largo de los años. Tal vez se deba –como dice Don Reverte— a la poca cultura existente o simplemente se trate de que la evolución humana sea una involución que nos encamine hacia los bonopos. Adiós Asimov.


Desde que surgió el movimiento del 15M –envuelto de cartelería prosoviética con mensajes subliminales directos— allá por 2011, la sociedad ha cambiado. Hagamos memoria… Un grupo social heterogéneo indignado por el bipartidismo político, PP/ PSOE, y el poder de los bancos y las corporaciones. La corriente invocó manifestaciones pacíficas que acabaron con verdaderos campamentos en diversas ciudades españolas. A la mayoría de la población nos daban pena esos pobres chicos que no tenían donde caerse muertos y que perseguían una democracia más participativa. Recuerdo que en Valencia se asentaron en la plaza del Ayuntamiento.






Un día, se me ocurrió visitarlos. Me acerqué a ellos con recelo, pero, al verlos tan guais, la suspicacia cedió e intercambiamos algunas opiniones. Me dijeron, poco más o menos, lo que ya sabía… protestaban por diversas injusticias.


Lo primero que me llamó la atención, fue la privación que reinaba en sus viviendas nómadas; vestidos casi con harapos, sin apenas mobiliario y con la comida justa. Sin embargo, lo que me dijeron carecía de una base lo suficientemente sólida como para cambiar mi vida y acompañarlos. Nuestra conversación estuvo rodeada de un hedor a suciedad bastante notorio. No lo comprendía… parte de mi familia es ganadera y sus casas, aunque humildes, están limpias como una patena y, ellos, aseados. Allí, había mierda.


Desde ese día advertí que los ideales del 15M podían ser nobles para sus dirigentes, con todo, para los que estaban acampados en un tótum revolútum, significaba poco más que… «Estoy aquí para tocarme los huevos y dar la nota porque mola». Entre ellos, reinaba un colectivo de niños y niñas de casa bien a los que no les apetecía estudiar o trabajar en los negocios de papá o talluditos que se habían acomodado sin saber muy bien la razón de la protesta. Bonopos en plena expansión.






Mi conclusión era un tanto dispar, me agradaba su rebeldía, pero me desalentaba su verdad. Claro, desde mi casita de papel y a buen recaudo, era como mirar los toros desde la barrera. Tampoco es que entienda demasiado de política; siempre he pensado que un buen gobierno debe ser ecuánime. Por desgracia, todavía no he conocido a ninguno.






Los meses pasaron a la par que los años. Me salieron canas y cada vez tenía menos dinero en el bolsillo. Además, el mercado laboral huía de mi notabilísimo CV pues me había convertido en una madura de las que nadie contrata. No era la única: el deterioro del baby boom iba en crescendo. Cambio de planes. Las cremas del tocador desecharon a Estee Lauder y se convirtieron en Deliplus de Mercadona. La sociedad del bienestar se desmoronaba, día a día, ante mis ojos y la clase media agonizaba mientras despuntaban ciertos multimillonarios –futbolistas, jeques, celebrities hollywoodienses y una retahíla de personajes adinerados que hacían palmas a los más guapos de la fiesta para obtener su gracia y chupar del bote—. En el lado opuesto, los trabajadores de toda la vida y los autónomos, se empobrecían. Por ende, otra casta tomaba las calles inmersas en… «Me tumbó al sol y aprendo a mal escribir. El resto no me importa».    


Y así, con una piedrecita por aquí y otra por allá, como Pulgarcito, los bonopos 15M tuvieron voz y voto en todas las estructuras sociales y gubernamentales con tanto peso que comenzó la decadencia de las ciudades más dignas. Aunque ellos, los ideólogos, habían olvidado su propia doctrina una vez instaurados en verdaderos tenderetes de excesivos metros cuadrados, piscinas riñoneras con yacusi y picoletos cansados de hacer la guardia a la puerta del grupeto elegido. Amén de establecidas las hembras predominantes allí donde podían hacer y deshacer a su antojo.


Décadas atrás, Barcelona –a la que estuve muy unida por motivos laborales— le pisaba los talones a Madrid. Parecía la nueva capital de España, proyectaba fuerza, modernismo, apertura al exterior; era, sin lugar a dudas, una de las metrópolis cosmopolitas más saludables de su tiempo, casi a la altura de Londres, Milán y Dusseldorf. Hace unos años, cuando volví a visitarla, el panorama me pareció aterrador. La apertura era cerradura y el futuro se había convertido –para mis ojos— en una máquina del tiempo que me había trasportado a una ciudad que apuntaba maneras de medievo.  


A día de hoy, a Valencia le sucede lo mismo. Proliferan las obras, algunas, sin ton ni son. Otras a destiempo. La dejadez generalizada y la suciedad, es algo que se palpa. La plaza del Ayuntamiento se ha convertido en la plaza Mayor de un pueblo olvidado de la mano de Dios donde por un lado brilla el asfalto recién horneado y por otra una serie de numeraciones –sobre una especie de chapopote antiguo— que albergan, frente a la puerta de consistorio, un mercadillo de venta ambulante sin ápice de pedigrí. Vamos, ¡ojalá tuviera la solera del mercadillo de Astorga! Por ejemplo.






En ese lado peatonal, abundan los botellones diurnos sin alcohol de diferentes pandillas. Quizá, la plaza, se ha convertido en el punto G de esas quedadas tan molonas llamadas hacer una campal. O tal vez, sean ninis que se reúnen al albor de un espacio abierto y amplio por la situación sanitaria. Lo desconozco, pero el corazón me dio un vuelco y pensé: «¿Dónde estoy? Esta no es la Valencia de la Ciudad de las Ciencias ni tan siquiera es la ciudad cuya festividad patronal se consolidó como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esto es un núcleo urbano venido a menos y abatido.


De camino a casa, observé a los sintecho habituales fruto de las mafias extranjeras, situados en lugares estratégicos para dar pena, y a numerosos MENAS bambando sin rumbo fijo –algo natural en las sociedades, otrora, del primer mundo occidental. Pues es nuestro deber acoger a los menores sin acompañar que llegan en pateras a las costas—. Tampoco hablo de esas familias que por falta de alimentos hacen cola diaria en las cercanías del Banco de alimentos o la Cruz Roja. No son ellos, son otros como nosotros o como los trabajadores de otros lugares que se han tirado al ruedo y prefieren Los lunes al Sol.




En mi barrio, cercano al centro neurálgico comercial de la ciudad, duermen numerosas personas a la intemperie y hasta familias completas de bonopos hacen picnic –incluido el trapo en el suelo para tumbarse a tomar el sol sin importarles si hay o no hay bichitos que puedan dañar los pulmones e incluso  asesinar a los papis o a las crías bebé—. Lo dicho, yo misma, era una curranta de los pies a la cabeza y me he ‘abonopado’. La verdad, me siento bien. ¿Ha sido la pandemia o la mala gestión del ejecutivo?


Desconozco si estamos más cerca de Venezuela que antes, pero, esto no pinta bien. Si malo es el capitalismo, peores son las dictaduras, sean rojas o azules. Blancas o negras.


Empero, como soy optimista, voy a echarme unas risas a la luz de las nubes que enturbian el firmamento para convertir el domingo en un día tan excepcional como el sábado.

 

@Anna Genovés

Domingo ocho de agosto de 2021




 

* Aclaración: la terminología ‘bonopo’ adaptada al humano, no es algo que he utilizado por aquello de faltar a las personas que otros llaman ‘podemitas’ –cada uno que viva como quiera y pueda—, sino que es un palabro utilizado por algunos psicólogos del funcionariado público que, en apariencia, lucen como ellos, pero son más clasistas que los pijos.

 


Lecturas recomendadas


Las comunidades de bonobos: un comportamiento esclarecedor

https://mujeresconciencia.com/2015/06/17/las-comunidades-de-bonobos-un-comportamiento-esclarecedor/


Extracto

 …“Según de Waal (1997), y otros expertos, las relaciones sexuales entre los bonobos actúan como un factor relajante entre ellos. Los estudiosos han detectado que estos animales tienen un temperamento mucho menos agresivo y exaltado que los chimpancés, con una tendencia a la violencia física claramente menor y los conflictos graves entre grupos de bonobos parecen ser bastante raros. Cualquier cosa que despierte a la vez el interés de más de uno de ellos suele acabar en contacto sexual (machos/hembras, machos/machos, hembras/hembras) lo que no significa que se trate, como se ha sugerido, de una especie hipersexual. Tras cientos de horas de observación, de Waal concluye que en realidad practican el sexo de manera bastante relajada, como una faceta completamente natural de su vida en grupo y no se detecta en ellos ansiedad alguna.”…




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