De Alguien


Mauricio se mira los pies con espanto…

¿Cómo narices tengo unos pies tan feos? —se pregunta con una mueca áspera—. Y prosigue su soliloquio—: Nadie en mi familia tiene los pies regordetes y cortos como las botifarras. Pies de Picapiedras para andar por el monte como las cabras, pero soy de ciudad. Y qué mal lo he pasado con los zapatos… Mis amiguetes con Castellanos y yo con botas ortopédicas para poder caminar con la soltura de Shrek. Pero, ¡claro! De donde no hay no se puede sacar; siempre con la misma cantinela.

Todos los inviernos uñeros. Y, a medida que me salieron espolones… ¡peor! Encima, ahora que trabajo como cuidador de mi pobre esposa –con una fibromialgia de cojones—, uno no puede permitirse ninguna flaqueza.

—Mauricio, cielo, ya sé que tienes el pie malito… pero necesito que salgamos de compras. Hace falta café, muesli, agua… y etcétera. Vamos lo de siempre –le dice su mujer desde el pasillo.

—Pilarín ayer me quitaron la uña del pie… ¿No podríamos ir a Consum mañana? La verdad es que tenemos de todo.

La esposa se pone como un basilisco. ¡Pobre! Seguro que le duelen hasta las pestañas para ponerse así, piensa Mauricio. De inmediato, pese a que no se hubiera levantado del sofá –el dedo le molesta como si estuviera en la fragua de Vulcano—, se viste como puede y sale con una sonrisa Profidén ensayada en el espejo para no poner cara de queso agrio.

Al girar la esquina de la calle coinciden con varios vecinos y tiene que dar la explicación de su cojera. Bueno, la verdad es que Mauricio se queda prácticamente callado y es Pilarín la que entra en detalles y, de paso, explica cómo se encuentra ella. El esposo cavila: “¡Con lo bonica que es mi chica! ¡Cuánto necesitaría que sus amigas, en vez de huir como si tuviera lepra, la hubieran apoyado! Yo, por lo menos, tengo dos horitas para pasear por la mañana y, si se tercia me voy a jugar a la petanca para aliviar los malos rollos”.



Ya en el supermercado, la mujer hace y deshace como le viene en gana. Mauricio siempre en segundo plano para que ella se sienta a gusto dentro de su cadena perpetua. Hace años que dejó su identidad para convertirse en la extensión de su parienta por el amor que le profesa. Se encarga de la casa, de las medicinas, de las consultas médicas, de cómo está en cada momento. Vamos que vive por y para ella.

Mauricio es consciente que padece una especie de síndrome de Estocolmo; a veces, no sabe cómo actuar para que su hembra esté lo mejor posible. ¿Y qué recibe a cambio? En ocasiones pasteles y otras, mierda. Por este motivo, de tanto en tanto, le ronda por la cabeza ir a un puticlub a echar un polvo salvaje –recordatorio de sus tiempos mozos con alguna que otra gacela—. Otras, sin embargo, le gustaría subir a un tren y aparecer en el culo del mundo o… ¿por qué no? Estamparse contra un autobús y acabar con la vida que le ha tocado vivir por cojones.

Dicen que siempre se puede elegir, pero Mauricio no está de acuerdo, piensa que la vida te escoge…  Puede que tu estrella sea blanca o negra. A ver si no; él se casó con un bombón exuberante y saludable, ¿cómo iba a saber que cinco años más tarde se convertiría en un amasijo de padecimiento con todas sus consecuencias?

Empero, esa tarde es especial y sus pensamientos van más lejos; han visto un nuevo episodio de El cuento de la criada y le da vueltas a la distopía que plantea Margaret Atwood. ¡Coño! Piensa. Distopía y de la buena es la vida misma. Claro, de momento aquí no se cuelga a nadie del muro ni se ahoga con un yunque a los que comenten adulterio… ¡Válgame Dios! ¡Cuántas atrocidades! En esta realidad que nos toca vivir, la distopía es diferente... El asunto es que se comienza a dar más concesiones a los animales de compañía que a las personas –un día de estos los vemos sentados en el foro de los dragones como parte del consejo de… ministros. A lo mejor trabajarían más que los corruptelas que tenemos—. Se les conceden más permisos a los ciclistas y patineteros o similares… que a los peatones. Si dices esto eres rojo y si dices aquello, azul. Te hacen un escrache por menos que canta un gallo. Te cierran la cuenta de FB si pones una imagen ligeramente sensual de una chavala, un chico, un hermafrodita, un travesti, una lesbiana o un transexual; porque los chotos y los mojigatos proliferan como los hongos.


Si le dices un piropo con gracia a una señorita… por ejemplo: “¡Guapa!”. Corres el peligro de que te lleven a la comisaría. Cada vez te cosen la boca más pronto: “No hagas esto, no digas lo otro, ten cuidado con aquello”. ¡Menudo asco! Al final echaremos de menos otros tiempos por duros que fueran y lo digo yo, izquierdoso desde que nací por convicción y por la gracia de tener unos padres de la FAI y unos abuelos republicanos hasta la médula. Pero, actualmente, o eres bisexual y tienes un chucho, como mínimo, o no te comes un colín.

Y si fuera mujer… ¡ya te digo! Me iban a decir a mí que por paridad iba a obtener un puesto de trabajo sabiendo que un caballero tiene más CV que yo, Nanai de la China; ya lo conseguiré por méritos propios cuando los posea. Y si tengo más conocimientos que los machos contrincantes, ¡a por él! No por mi género, sino porque lo valgo. Soy feminista y está claro que las damas han sido maltratadas por la sociedad desde que se acabaron los matriarcados allá por el Mesolítico, pero es imposible que unos años se equiparen con muchííííísimos siglos. Y cuando oigo –por poner un ejemplo, que hay muchos— que las feminazis sueltan: “¡Compresas fuera! Volvamos a los trapitos de la abuela porque son más higiénicos y contaminan menos”. Les contestaría: “¡Y una mierda! Que cada mujer haga lo que quiera en esta y en todas las cuestiones de su vida. Perdón, amigas y compañeras, no tenía intención de insultaros, pero no me habéis dejado otra opción porque una cosa es sugerir y otra, muy diferente, querer obligar". Lo que yo digo, cada vez tenemos menos libertad. Al final volveremos a la prehistoria para estar en paz con la naturaleza y con nosotros mismos. Ni calvo ni tres pelucas, estamos en el siglo XXI.

Por otro lado… lo de ser de este o aquella, está a la orden del día. Por ejemplo, los cuidadores estamos enganchados a nuestros queridos enfermos, da igual que sea el papá de cien años que la esposa de cuarenta. Los ciudadanos a los gobiernos que nos roban hasta lo que tenemos bajo las piedras. Los sintecho al cielo que les cobija. Los delincuentes a la madedería. Los militares a los superiores de vara y mano suelta. Hasta el mismísimo Dios está enganchado a sus feligreses, aunque no conteste nunca; tendríamos que llamarlo Detodos.


¡Hala Mauricio! Espabila que esto del pie no es nada y estás dando por culo desde hace demasiadas semanas. Ya sabes que careces de privilegios a no ser que tu patrona te otorgue un bulo papal determinado, hace tiempo que cambiaste tu nombre. Recuerda… No te llamas Mauricio. Te llamas, Depilar.

En resumidas cuentas: todos somos Dealguien, termina por decirse a sí mismo. 

@Anna Genovés
17/05/2019

P.D. Por cierto, cuando se refieren a las personas, los humanos... etcétera, deberían llamarnos: Delmóvil.

Lao Ra - Patrona (Official Video)

Dealguien

by on 21:21:00
De Alguien Mauricio se mira los pies con espanto… ¿Cómo narices tengo unos pies tan feos? —se pregunta con una mueca áspera—. ...



Enrique Tamayo: el taxista poeta

Después de una larga ausencia en las redes por motivos personales, regresé y encontré a mi gente en el mismo lugar; esperaban mi vuelta, fieles como los buenos amigos, los amigos de verdad que no preguntan y te aman como eres. Los juramentos cibernéticos tienen más validez que los casamientos eclesiásticos, y quien diga lo contrario o mancille nuestros sentimientos, no sabe lo que dice ni lo que tenemos.

Os preguntareis: «¿A santo de qué viene esto?». Lo entenderéis rápidamente. Veréis, hace nueve años que abrí este blog y uno de mis primeros seguidores fue el poeta y amigo Enrique Tamayo Borrás. El otro día supe que ya no estaba con nosotros. Por suerte, su esposa sigue con la movilidad de su obra. Y, es que, aunque Enrique no esté físicamente en la realidad del día a día, su legado permanecerá siempre entre nosotros. La noticia me vino como un jarro de agua fría y sentí la necesidad de dedicarle una merecida entrada en este espacio.

Por desgracia no conocí personalmente a Enrique, pero al poco tiempo de contactar con él supe que era una buena persona con un corazón tan grande que traspasaba los límites de las pantallas de los ordenadores y sus teclas.

Sus poemas reflejan una sensibilidad inherente en su tesitura y la necesidad de dar amor, como si la vida se le escapara de los dedos de esas manos que escribían sus emociones y los pensamientos nunca dichos. Enrique deseaba recuperar el tiempo perdido en horas y horas de taxímetro por las calles de su amada Barcelona. 



Sí era taxista. Un taxista con corazón de poeta conocedor como nadie de la naturaleza humana y de sus peculiaridades. Pero sobre todo era un buen amigo; un hombre agradecido y sencillo: una gran persona.

Conocer al autor

Enrique nació en Barcelona en la década de los 60 de padre emigrante y madre catalana. Tuvo una juventud a caballo entre el franquismo y la democracia. Estudio lo justo, como la mayoría de hijos de familias humildes de aquella época lejana y perdida en el siglo XX, máxime al perder a su madre en plena juventud.

Comenzó a trabajar a los 16 años y recién acabado el servicio militar, su vida laboral se encaminó hacia el sector terciario. Más concretamente hacia los transportes públicos. Primero fue conductor de autobús por cuenta ajena y después, con el sudor de su frente y sus ahorros, logró comprarse un taxi y convertirse en autónomo.

Fue a partir de entonces cuando su vademécum personal fraguó un Enrique Tamayo Borrás sabio y experimentado con la documentada e insustituible universidad de la calle. Ansioso de más... Como el mismo dijo en la entrevista: Poemas Tardíos de Enrique Tamayo Borrás para toda Hispanoamérica donde también explica, y que recojo de igual modo, el por qué de su dedicación a la poesía. 

…“  Me aportó un aprendizaje muy amplio de mi ciudad y a la vez una mirada a todo lo que me rodeaba... al fluir de la vida de una gran ciudad, lo que me enseñó a comprender todas las capas sociales y aprender de todo tipo de costumbres, miserias, riquezas…
Con este trabajo empleaba de doce a catorce horas diarias, las cuales no me permitían mucho el relajarme en lo que más me gustaba, como pudiera ser la literatura o las aficiones en hacer excursiones a la naturaleza que es una de mis grandes pasiones. Lo único que me permitía era descansar después de mis largas jornadas. ”…

No hay que olvidar que nuestro amigo Tamayo era un entusiasta y un completo soñador; dos elementos esenciales para escribir esa poesía que destilan sus estrofas, esos versos que surgen desde los lugares más profundos del alma.

…” Poemas tardíos (estrofas perdidas) son poemas y relatos breves, poesías que comienzo a escribir durante el verano del 2011, en un pequeño pueblo de la comarca del Alt Maestrat castellonense (levante español). Nunca antes había escrito ninguna poesía y apenas las había leído, no es que me vanaglorié de ello, pero el trabajo me ocupaba gran parte del día y fue a raíz de una convalecencia que comencé a escribir en la tranquilidad de este lugar, (por eso lo de poemas tardíos). Seguramente pueden parecer simples palabras, pero son letras que salen desde lo más hondo de mi imaginación y de mis pensamientos, poemas de mis lugares, sueños y añoranzas vividas, rincones de la imaginación, sencillas letras que nos ayudan a vivir un poco más entretenido, apartándonos de nuestras preocupaciones diarias. Letras del ambiente rural, de la vida en la ciudad, la naturaleza, la sociedad, el amor y el desamor y, sobre todo: los “sueños” ¡los que nunca deben faltar! “…

De los años en que se forjó nuestra amistad, recuerdo con un cariño especial aquellos momentos en los que nos convertimos en un grupo de artistas poco convencionales: poetas, escribidores, retratistas, amantes de las letras, dibujantes de cómics… etcétera, que mutuamente nos felicitábamos por nuestras creaciones.



Cuando publiqué mi primera novela, Enrique me preguntó qué tal me había ido y yo le contesté decepcionada por el duro trabajo que supone autopublicarte o publicar en una editorial mediante coedición y no ver ganancias económicas. Pero a él no le importó mi desánimo y siguió en su empeño hasta ver su obra plasmada en papel. En la actualidad, podemos encontrarla en Amazon recogida en el poemario Poemas tardíos.




Y qué decir de la presentación del mismo, ante una congregación amplia de íntimos y conocidos amantes de sus poemas clasicistas y románticos como si la parte masculina de la mismísima Rosalía de Castro hubiera renacido en el espíritu de nuestro amigo. Sí, Enrique tenía un don: la dádiva de transmitir sus sentimientos a través de las letras.






Leer su poesía es sentir que tu vello se eriza y que una pequeña descarga eléctrica circula a la velocidad de la luz por tu columna vertebral. Recitar sus versos es sentir amor y una elegante sensualidad.

A lo largo de estos años he podido apreciar la metamorfosis de Enrique. Nació como una pequeña larva y, en poco tiempo, se convirtió en una hermosa crisálida que expandía sus alas por el Universo. ¡Chapó, amigo!

El legado de Enrique: obra, poemario, perfil en distintas redes sociales, entrevistas, su voz recitando y sus merecidos e innumerables reconocimientos, es algo que pasará a la posteridad, aunque ninguno de nosotros estemos en este universo. ¿Quién sabe? Igual estamos en un universo paralelo en el que podamos hablar los unos a los otros y dedicarnos, en cuerpo y alma a esa pasión que llevamos dentro y que, por avatares más o menos acertados o agradables de esta vida, hemos tenido que abandonar. Amigo Tamayo, allí donde estés… ¡Salud y felicidad!










Canal Youtube de Enrique Tamayo Borrás


Poemas y canciones en mi voz, Fríos silencios, por Enrique TamayoBorrás


Solitarias sábanas planchadas. Autor: Enrique Tamayo Borrás





La mirada del tuerto

Efrén era tan guapo que cuando abrió los ojos, cristalinos como las playas de Bora Bora, los asistentes al parto se quedaron mudos.

De inmediato, la familia supo que debía olvidar los nombres frecuentes en varones; ese querube del cielo merecía llamarse de forma singular.

Cuando la madre se hubo recuperado, el matrimonio se acercó a la iglesia para hablar con el párroco del barrio; a mediados de los 50 era la persona más adecuada para tales menesteres.

Después de conocer al bebé y de releer el A.T., el eclesiástico dijo a los padres que el niño tenía que llamarse Efrén; cuyo contenido significa fructífero.

Ha medida que los años pasaban, el pequeño creía ungido de candidez; esbelto y generoso: tenía buen corazón. Algo que sirvió para que las personas de su entorno lo amaran o codiciaran de igual forma. Pero, de entre todas sus cualidades, la belleza era la más envidiada.

En la pubertad comprendió que las niñas servían para algo más que jugar. Él carecía de pensamientos impuros… no obstante, las adolescentes espabiladas lo azuzaban como la apetitosa manzana, crujiente y sanguínea, que Eva le dio a Adán.

En un momento de debilidad, tuvo sexo con tantas mujeres –de edades y jerarquías dispares— que optó por aborrecerlas. Algo similar le sucedió con los hombres, quienes revoloteaban a su alrededor como abejorros zumbones en las inmediaciones de un goloso panal.

Con todo, seguía su vida como un buen devoto; por la mañana ayudaba en el negocio familiar. Y por la tarde, estudiaba.

La vida siguió su camino sin prisa ni pausa: puntual como un incansable reloj de arena que funcionaba y devoraba el vigor de Efrén sin que él se diera cuenta. No conoció la crisis de los treinta ni la depresión de los cuarenta o el miedo de los cincuenta. Pero… ¡ay! El 15 de mayo de 2015, con la tarta de los sesenta, se derrumbó. Había pasado de ser un dandi a ser un sobrero con un trabajo de monitor en un colegio privado.

La belleza tiene un diezmo muy elevado que solo comprendemos quienes la poseemos. Sí, soy vanidoso, ¿Y qué? ¿Todos tenemos defectos? Pensó Efrén el día que se miró en el espejo y no se reconoció: alopecia avanzada, flacidez en el rostro, vientre abultado e insondables ojeras; reflejo de la tristeza que lo había acompañado desde que comprendió que daba igual lo que estudiara o las cualidades que poseyera, los humanos lo habían crucificado por su apariencia.

–¡Ya está bien, Efrén! Toda la vida igual. Como si fueras un idiota –bramó a su reflejo. Y añadió—: ¡Hala guapo! ¿No te has pasado la vida intentando decirle a los demás que eras algo más que envoltura? ¿Y qué? Nadie te ha creído. ¡Gástate los ahorros en arreglar tu apagada seducción!

Dicho esto, hizo un respingo y se sentó frente al ordenador a la busca de médicos de estética y cirujanos plásticos.

Tras una semana de investigación, se abrió un perfil falso con un alias mujeril en En femenino. Días más tarde, descubrió que existían más esteticohólicos de lo que jamás hubiera imaginado. De igual modo, averiguó quiénes eran los mejores profesionales en cada especialidad; para ello, se fijó en las valoraciones de Google y los comentarios de los pacientes.

Lo primero que hizo fue marcharse una semana a Turquía para implantarse cabello; los injertos capilares quedaron de maravilla. Meses después, su cabeza, otrora pelada, lucía un frondoso vello recortado a lo marine. Su autoestima subió de golpe cinco escalones.

Siguiente paso: bótox. Fue directo a un médico de estética sito en un hospital de renombre en su ciudad. Sabía que inyectar la toxina botulínica era para un doctor lo mismo que para un carpintero, lijar: un trabajo rutinario y técnico.

Al entrar en la consulta y conocer al galeno, el estómago le dio un vuelco. El caballero, cuarentón, ni guapo ni feo pese a llevar el rostro recauchutado, parecía súper amable. Empero, tenía un defecto ocular a lo Forest Whitaker: el ojo izquierdo plegado y de mirada fija. Un relámpago matutino fulminó el caletre de Efrén: “¡Caray! Con todo lo que lleva… bien podía habérselo arreglado”, pensó. De inmediato, se solidarizó con el médico y caviló lo contrario: “Es un hombre valiente. Me gusta”.

Como la experiencia botulínica quedó perfecta, cuando regresó para el retoque, le preguntó a ese facultativo de mirada obtusa con toda la confianza del mundo:

–Doctor si estuviera en mi lugar, ¿qué se haría?

El hombre sonrió y le contestó:

–Voy a serle franco. Tiene usted un buen mimbre, pero los años no pasan en balde… así que primero le pondría unos hilos tensores para remodelar su óvalo. Después, le inyectaría ácido hialurónico en el mentón para que no resultara tan prominente. Y, por último, resaltaría sus pómulos.

Efrén hizo sus cábalas y contestó:

–Pues… adelante.

–Entonces, ¿le doy cita para otro día?

–Doctor si pudiera empezar hoy mismo, se lo agradecería.

–Tengo la agenda bastante apretada, pero… puedo colocarle los hilos y otro día el hialurónico.

–Me parece bien.

Efrén salió de la consulta hinchado como una bota de vino. Y, al día siguiente, parecía que tenía paperas. Al mirarse en el espejo, literalmente, se cagó en todo. Cuando sus amigos, duchos en la materia, lo vieron, le dijeron que cambiara de especialista. Sin embargo, Efrén le ha cogido aprecio a ese doctor de ojo torcido y labia hipnótica.

Semanas más tarde, le administraron hialurónico. A posterior, tenía los pómulos más abultados que Quentin –el hombre que lleva un sinfín de operaciones para parecerse a Ken, el novio de Barbie—. Cabreado, regresó a la consulta del doctor Rufián.

–No se preocupe, Efrén. Ha retenido líquidos y se le han inflamado más de lo habitual ––le comentó el doctor de mala gana.

–Doctor Rufián es lo mismo que me dijo con las dos bolas que me salieron en la mandíbula después de colocarme los hilos tensores.

–¿Qué le vamos hacer? –el médico se encogió de hombros y prosiguió—: Le daremos unas sesiones de radiofrecuencia por gentileza de la clínica. Verá cómo esos pómulos le quedan de maravilla.

¡Joder! Solo faltaba que me las cobraran, pensó Efrén, que ya estaba hasta los huevos de tanta gilipollez y con muchas dudas sobre el hijoputa del matasanos.

Después de varias sesiones de radiofrecuencia, descubrió que el tratamiento, aparte de eliminar la posible retención de líquidos, destruía el ácido hialurónico que le habían puesto y cobrado a precio de oro. También averiguó que el doctor Rufián no tenía un ojo caído, sino de cristal.

La historia acabó con diferentes retoques de pómulos y un rifirrafe entre doctor/paciente:

–Mire doctor, parezco idiota, pero no lo soy. Me ha dejado la cara con más socavones que la maqueta de una urbanización de lujo.

–Pero si está usted hecho un jabato.

–¿Se burla de mí?

–Nada de eso. Si no le gustan los resultados pase usted por cirugía plástica –contestó el sacadurosbutolínico con rostro fruncido.

–Y ya está –replicó Efrén.

–Por supuesto. Con sus años, no se puede hacer más.

–¡Es usted un tuercebotas! Y me lo dice, ahora, cuando sabe mi edad desde el principio y me dijo que no me hacía falta pasar por ningún quirófano.

–¡Oiga! No me insulte y no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo. ¡Que llamo a seguridad!

Efrén respiró hondo y contestó:

–Me apena lo que voy a decir, pero, ciertamente no me puedo callar. Usted no ve bien, cambié de oficio. Un día va a desgraciar a alguien y le pondrán un pleito. Ya lo dice el refrán: “No te fíes de un tuerto”.

Efrén se levantó, se arregló la chaqueta y salió de la consulta como un caballero.

****

Semanas más tarde, dejó una protesta formal del ínclito hospital en Google. No habían pasado ni veinte minutos cuando le telefonean para disculparse; la coordinadora del doctor Rufián se deshizo como un flan. Casi se le abre de piernas por el auricular del fijo de su casa.

–De verdad que no se arrepentirá… tendrá todos los tratamientos gratis y más… –le dice, dulzona, arrastrado la voz como los maullidos de una gata en celo.

Efrén los manda a paseo.

****
Pasados unos meses, Efrén acude a una clínica de estética con reseñas de todo tipo. Le atiende una mujer madura y hermosa como el Aston Martin de 007. Gracias a las distintas sesiones de la especialista, su ego se recompone.



Al año siguiente, Efrén luce la imagen de un atractivo sesentañero. Tierno, besa a su compañera: la doctora Aston.

©Anna Genovés
10 de marzo de 2019

P.D. Moraleja: “No te fíes ni un pelo de las reseñas positivas al 100%”.


Mannish Boy Subtitulada Español Rolling Stones, Muddy Waters & Rolling Bilbao cover HD


La mirada del tuerto

by on 20:02:00
La mirada del tuerto Efrén era tan guapo que cuando abrió los ojos, cristalinos como las playas de Bora Bora, los asistentes al...







Metamorfia

Me contaron que en un ecosistema avanzado hacían experimentos con seres vivos. Puro estudio sobre la adaptación al medio.

Incrédulo busqué información en Internet hasta dar con numerosas revistas científicas e incluso tesinas sobre el mismo y, por supuesto, una magnífica Web. En ella estaban los datos necesarios para conocerlos. De inmediato, me puse en contacto con ellos vía email. Me parecía poco profesional enviarles un WhatsApp sin conocerlos.

Fueron tan amables que me invitaron a visitarlos pasados unos días. ¿Cómo iba a rechazar una proposición tan sugestiva? Reservé un billete en la primera lanzadera que partía hacia la cara oculta de la Luna donde se encontraba la primera base terrícola y esa urbe tan singular llamada Metamorfia.

Cuando llegué, descubrí que la cúpula de Metamorfia era la más nítida del universo y sus edificios los más impolutos; de titanio inmaculado, vanos trasparentes y helipuertos en diversas plantas. Sin embargo, en los laboratorios comprendí que la metrópolis era la extensión más avanzada de la Tierra.

Sus ensayos –pruebas genéticas entre diferentes especies vivas—, habían conseguido híbridos de todas las familias: peces con plumas, plantas con escamas, hombres con tres extremidades, insectos con piel nívea... Solo un animal se negaba a mutar: el águila. Por más que le cortaban las alas quirúrgicamente y la lanzaran al lago artificial con el fondo marino más hermoso jamás concebido.

Al principio, la reina de los cielos, nadaba e incluso buceaba como hembra o macho alfa, seguida por todos los habitantes de las aguas; incluso los escualos más voraces la adoraban y se comunicaba con ella. Sus plumas adquirían una apariencia membranosa que alimentaba la esperanza de los eruditos del proyecto. Pero, de repente, el aguirena –así quería bautizar a esta nueva especie— alzaba sus ojos agudos y brillantes hacia la bóveda celeste, y meditaba unos minutos o quizá unos días. Después, lloraba.

Acto seguido, dejaba de nadar. A continuación, ni comía ni bebía hasta morir. Su cuerpo flotaba sobre la capa acuosa trasladado por los entes marinos como en una procesión macabra. Todos lamentaban su pérdida. Su valentía.

En las necropsias, los científicos dictaminan que la muerte se debía al suicidio provocado por la inadaptación al medio; trastorno crónico de ansiedad generalizada.

¡Qué tontos! Pensaba yo -cuyo intelecto cibernético de MENTIS-3003 podía comunicarse con las aves- al leer los datos concluyentes del análisis. No saben que las águilas pueden adaptarse a cualquier situación por adversa que sea: supervivientes natas. Sin embargo, no desean vivir en el agua u en otro ambiente distinto al cielo donde pueden desplegar sus alas y volar soberanas; saben que libertad es lo más hermoso de la vida.

©Anna Genovés
1 de diciembre de 2018



Metamorfia

by on 14:14:00
Metamorfia Me contaron que en un ecosistema avanzado hacían experimentos con seres vivos. Puro estudio sobre la adaptación al ...



Estaba buscando frases célebres y encontré este aforismo...

De repente, me salió un microrrelato que le va como anillo al dedo. El proverbio dice lo siguiente: "Cuando la curiosidad se torna chismorreo se convierte en un vicio deplorable que ensucia a la persona".

Lobos y corderos


Mi amigo Jose me ha comentado que tiene a una ejecutiva tras sus pantalones… No, no peséis mal. Quiero decir en el aspecto sexual que, a simple vista, puede parecer. Nada de eso. La cosa es que su jefa de gabinete es de esas personas absorbentes que se creen las reinas del mambo.

Quiere saber todo cuanto hace el pobre chaval, hasta le controla lo que pone en las redes… Pero, no conforme con eso, se desdice constantemente con tal de salvar su trasero siliconado de ‘flaca’ haitiana con piel nívea como la leche. O por el mero hecho de dejarle como una piltrafa. Amén de carecer de cualquier resquicio de humor: nunca, nunca sonríe. Y, los motes, aunque sean graciosos y consentidos, ¡válgame Dios! ¡Qué horror!



En fin, por lo que me cuenta Jose, es un asco trabajar con ella. Y, encima, aburrido.

Le he dicho a mi colega que le están haciendo ‘mobbing laboral’ porque, encima, le pagan como si fuera un becario aunque pase de la cuarentena y tenga un C.V. bastante nutrido. El caso es que, cuando le comenté mi parecer, me dejó boquiabierta:

–Anna si dejo este curro… ¿quién me va a contratar? A mis años y con una esposa enferma. Sí, ya sé que mi churri percibe una pensioncita de mierda –sugiere agradecido y con cara de: “Por favor virgencita que nos dure de por vida o acabamos bajo el puente”—. Pero es eso, ‘pensioncita’ con la que no vivimos, solo sobrevivimos. Y, este currillo es una ayuda. Pequeña, pero ayuda. Por lo menos podemos tomarnos algún refrigerio y, mi chica, puede comprarse ropita de ZaraChina; que la pobre llevaba los mismos trapitos desde que la operaron de la espalda hace diez años –termina por contarme con semblante tristón.

–Ayyy…!!! Jose. Solo te queda un CDD –le contesto.

 –¿Un qué…??? –me pregunta alucinado porque no entiende lo que le he dicho.

–Fácil: o consientes o denuncias o dimites. Tú mismo –finiquito subiendo los hombros.

Poco después, abandonamos la cafetería y nos decimos adiós.



Sigo cabizbaja, con paso calmo, caminando a ritmo de R&B por las calles de mi city con un solo pensamiento: ¿Cuántas personas estarán en una situación similar, bajo una guillotina llamada ordenador? ¡Qué manera de aprovecharse de los más débiles! Corderos vestidos de lobos y lobos disfrazados de corderos. Humanidad deshumanizada.

Una de tantas vocecillas que pululan por mi masa encefálica, me suelta a bote pronto: “Genovés ya está bien de ser un paño de lágrimas que pareces Teresa de Calcuta. ¿Y, a ti, quién te ayuda?”. Me valgo por mí misma con miserias y compañía…, parloteo en solitario mientras acelero el paso y alzo el pecho como los ‘lejía’ en un desfile militar con cabra incorporada: yo misma.

©Anna Genovés
24/04/2018

Pequeñas grandes mentiras (Big Little Lies) – Michael Kiwanuka

Lobos y corderos

by on 20:55:00
Estaba buscando frases célebres y encontré este aforismo... De repente, me salió un microrrelato que le va como anillo al ded...




Tocamientos intelectuales


Ha llegado a mis manos un artículo publicado hace tiempo, puede que vosotros lo hayáis leído de antemano, que me ha dejado traspuesta después de examinarlo de ‘pe a pa’ e investigar sobre el asunto…

En Google podéis encontrarlo con diferente rotulación y pareceres –según el periodista o la revista que le haya dado forma.

Un desagradable episodio sobre Pablo Neruda en el que se afirma que violó a una joven nativa para más tarde revelarlo en sus memorias: Confieso que he vivido. Y que muchas personas, tergiversando las palabras, conocen como Confieso que he violado.


No se debe pasar por alto, ni de él ni de nadie, cuando existe violencia machista de por medio. Si bien, tampoco debemos juzgar el pasado con los ojos del presente. Por este motivo, os invito a leer estos dos artículos de entre todos los que he ojeado. El primero escrito por una feminista. El segundo por Luna Miguel; una periodista bastante objetiva.

Desde mi humilde punto de vista, lo terrible es que actualmente sigan sucediendo asuntos parejos. Nadie, por mucho poder que tenga o muy estrellita que sea, tiene derecho de pernada cuando la mujer se niegue a tener sexo.

En la revista Play Ground,  Luna Miguel muestra una crónica objetiva y con conocimiento de causa. Recomiendo su lectura: ¿Por qué sí es importante hablar de la violación de Pablo Neruda?


En el lado opuesto, la revista CLTRACLCTVA, con un producto titulado: El día que Pablo Neruda violó a una joven. Noticia escrita por Carolina Romero.


El párrafo en cuestión, extraído de la página 44 del libro Confieso que he vivido, de Pablo Neruda, dice así:




SINGAPUR

…“La verdad es que la soledad de Colombo no sólo era pesada, sino letárgica. Tenía algunos escasos amigos en la calleja en que vivía. Amigas de varios colores pasaban por mi cama de campaña sin dejar más historia que el relámpago físico. Mi cuerpo era una hoguera solitaria encendida noche y día en aquella costa tropical. Mi amiga Patsy llegaba frecuentemente con algunas de sus compañeras, muchachas morenas y doradas, con sangre de Boers, de ingleses, de dravídicos. Se acostaban conmigo deportiva y desinteresadamente.

Una de ellas me ilustró sobre sus visitas a las hummerie. Así se llamaban los bungalós donde los grupos de jóvenes ingleses, pequeños empleados de tiendas y compañías, vivían en común para economizar alfileres y alimentos. Sin ningún cinismo, como algo natural, me contó la muchacha que en una ocasión había fornicado con catorce de ellos.

—¿Y cómo lo hiciste? —le pregunté.

—Estaba sola con ellos aquella noche y celebraban una fiesta. Pusieron un gramófono y yo bailaba unos pasos con cada uno, y nos perdíamos durante el baile en alguno de los dormitorios. Así quedaron todos contentos.

No era prostituta. Era más bien un producto colonial, una fruta cándida y generosa. Su cuento me impresionó y nunca tuve por ella sino simpatía. Mi solitario y aislado bungaló estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia el fondo de la casa.

Lo examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo el agujero redondo.

El cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo desaparecía su contenido. Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba. Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias. Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes.

Se dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa. Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado. La llamé sin resultado.

Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.

Un mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua.


Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.

Me costó trabajo leer el cablegrama. El Ministerio de Relaciones Exteriores me comunicaba un nuevo nombramiento. Dejaba yo de ser cónsul en Colombo para desempeñar idénticas funciones en Singapur y Batavia. Esto me ascendía del primer círculo de la pobreza para hacerme ingresar en el segundo. En Colombo tenía derecho a retener (si entraban) la suma de ciento sesenta y seis dólares con sesenta y seis centavos. Ahora, siendo cónsul en dos colonias a la vez, podría retener (si entraban) dos veces ciento sesenta y seis dólares con sesenta y seis centavos, es decir, la suma de trescientos treinta y tres dólares con treinta y dos centavos (si entraban). Lo cual significaba, por de pronto, que dejaría de dormir en un catre de campaña. Mis aspiraciones materiales no eran excesivas. Pero ¿qué haría con Kiria, mi mangosta? ¿La regalaría a aquellos chicos irrespetuosos del barrio que ya no creían en su poder contra las serpientes? Ni pensarlo. La descuidarían, no la dejarían comer en la mesa como era su costumbre conmigo. ¿La soltaría en la selva para que volviera a su estado primitivo?

Jamás. Sin duda había perdido sus instintos de defensa y las aves de rapiña la devorarían sin advertencia previa. Por otra parte, ¿cómo llevarla conmigo? En el barco no aceptarían tan singular pasajero. Decidí entonces hacerme acompañar en mi viaje por Brampy, mi boy cingalés. Era un gasto de millonario y era igualmente una locura, porque iríamos hacia países —Malasia, Indonesia— cuyos idiomas desconocía Brampy totalmente. Pero la mangosta podría viajar de incógnito en el cafamaum del puente, desapercibida dentro de un canasto. Brampy la conocía tan bien como yo. El problema era la aduana, pero el taimado Brampy se encargaría de burlarla. Y de ese modo, con tristeza, alegría y mangosta, dejamos la isla de Ceilán, rumbo a otro mundo desconocido.

Resultará difícil entender por qué Chile tenía tantos consulados diseminados en todas partes. No deja de ser extraño que una pequeña república, arrinconada cerca del Polo Sur, envíe y mantenga representantes oficiales en archipiélagos, costas y arrecifes del otro lado del globo.

En el fondo —explico yo— estos consulados eran producto de la fantasía y de la self—importance que solemos darnos los americanos del Sur. Por otra parte, ya he dicho que en esos sitios lejanísimos embarcaban para Chile yute, parafina sólida para fabricar velas y, sobre todo, té, mucho té. Los chilenos tomamos té cuatro veces al día. Y no podemos cultivarlo. En cierta ocasión se produjo una inmensa huelga de obreros del salitre por carencia de este producto tan exótico. Recuerdo que unos exportadores ingleses me preguntaron en cierta ocasión, después de algunos whiskies, qué hacíamos los chilenos con tales cantidades exorbitantes de té.

—Lo tomamos —les dije.

(Si creían sacarme el secreto de algún aprovechamiento industrial, sentí decepcionarlos.) El consulado en Singapur tenía ya diez años de existencia. Bajé, pues, con la confianza que me daban mis veintitrés años de edad, siempre acompañado de Brampy y de mi mangosta. Nos fuimos directamente al Raies Hotel. Allí mandé lavar mi ropa que no era poca, y luego me senté en la veranda. Me extendí perezosamente en un easychair y pedí uno, dos y hasta tres ginpahit. Todo era muy Sommerset Maugham hasta que se me ocurrió buscar en la guía de teléfonos la sede de mi consulado. No estaba registrado, ¡diablos! Hice en el acto un llamado de urgencia a los establecimientos del gobierno inglés. Me respondieron, después de una consulta, que allí no había consulado de Chile. Pregunté entonces referencias del cónsul, señor Mansilla. No lo conocían.

Me sentí abrumado. Tenía apenas recursos para pagar un día de hotel y el lavado de mi ropa. Pensé que el consulado fantasma tendría su sede en Batavia y decidí continuar viaje en el mismo barco que me trajo, el cual iba precisamente hasta Batavia y todavía estaba en el puerto. Ordené sacar mi ropa de la caldera donde se remojaba, Brampy hizo un bulto húmedo con ella, y emprendimos carrera hacia los muelles.

Ya levantaban la escalera de a bordo. Jadeante subí los peldaños. Mis ex compañeros de viaje y los oficiales del buque me miraron sorprendidos. Me metí en la misma cabina que había dejado en la mañana y, tendido de espaldas en la litera, cerré los ojos mientras el vapor se alejaba del fatídico puerto.

Había conocido en el barco a una muchacha judía. Se llamaba Kruzi. Era rubia, gordezuela, de ojos color naranja y alegría rebosante. Me dijo que tenía una buena colocación en Batavia. Me acerqué a ella en la fiesta final de la travesía. Entre copa y copa me arrastraba a bailar. Yo la seguía torpemente en las lentas contorsiones que se usaban en la época. Aquella última noche nos dedicamos a hacer el amor en mi cabina, amistosamente, conscientes de que nuestros destinos se juntaban al azar y por una sola vez. Le conté mis desventuras. Ella me compadeció suavemente y su pasajera ternura me llegó al alma.

Kruzi, por su parte, me confesó la verdadera ocupación que la esperaba en Batavia. Había cierta organización más o menos internacional que colocaba muchachas europeas en los lechos de asiáticos respetables. A ella le habían dado opción entre un marajá, un príncipe de Siam y un rico comerciante chino. Se decidió por este último, un hombre joven pero apacible.

Cuando bajamos a tierra, al día siguiente, divisé el Rolls Royce del magnate chino, y también el perfil del dueño a través de las floreadas cortinillas del automóvil. Kruzi desapareció entre el gentío y los equipajes.

Yo me instalé en el hotel Der Nederlanden. Me preparaba para el almuerzo cuando vi entrar a Kruzi. Se echó en mis brazos, sofocada por el llanto.”…

(1) Los Parias (o Dalits), son el eslabón más bajo del sistema de castas de la India. Según las creencias hindúes, son personas que no pertenecen a ninguna casta. A los parias solo se les permite realizar trabajos marginales, y son frecuentemente víctimas de crímenes como asesinatos, linchamientos o violaciones.

(2) No una persona, no un igual.

(3) A Neruda no parece importarle lo que pensaba o quería ella de él.

(4) Para tener sexo con ella.

(5) No le sonrió, no buscó gustarle, ni comunicarse con ella de alguna forma. Solo se asegura de que a ella no le queden dudas.

(6, 7 y 8) ¿Consentimiento?

(9) “Soy un loquillo”.

Cada cual que opine según le dicte su moral…

Él, lo confesó en sus memorias. Quizá demasiado poder para tanta juventud.

©Anna Genovés
18/12/2017






Pablo Neruda - Me gustas cuando callas





Vera Carmona: Absolutely Atomic

Hace unos meses, por casualidad, vi un tráiler de Atomic Blonde (Atómica interpretada por Charlize Theron), y le dije a mi marido como una quinceañera azorada:

–Acabo de ver el tráiler de una película de Charlize Theron que sale de espía y me ha recordado un montón a mi Vera Carmona –la prota de las novelas Tinta amarga y Las cicatrices mudas—. Dime que me llevarás a verla, ¡por favorrrr…!!!

–Bueno, ya veremos –me contestó sin dejar de mirar el fútbol.

O sea, como si no le hubiera dicho nada, pensé de inmediato.

–Lo tengo claro –comenté por lo bajini con el morro torcido.

Poco después, llegaron las primeras críticas e insistí…

–¿Te acuerdas de la película de Charlize Theron que quiero ver? –le pregunté mientras enviaba un WhatsApp a un amigo.

–¿Qué, qué…??? –interpeló como si le hablara en chino.

–Nada hombre. Toma lee tú mismo –le solté un poco cabreada.

Le metí la revista Fotogramas, literalmente, por la nariz. Él hizo un respingo para mandarme a tomar por viento. Pero, justo en ese instante, vio a la guapísima actriz en todo su esplendor y se quedó boquiabierto.

Lo vi cómo devoraba el artículo de ‘pe a pa’. Le dejé que admirase con detenimiento las curvas del bellezón, emocionada; estaba segura que iba a conseguir mi propósito, lo demás no importaba. Cuando acabó, volví al ataque, un tanto dulzona.

Ciertamente, gané la partida.

Ayer fuimos a ver la dichosa película que me tenía hipnotizada y… ¡nos lo pasamos en grande!

Los pensamientos de mi compañero escapan un tanto a mi raciocinio. Tampoco me importan demasiado, no voy hacer como en algunas redes sociales o en ciertos grupos que corean ser los más progresistas, para luego estar llenos de perjuicios y opresiones. No. 'La Genovés' pretende ser una persona tolerante y respetuosa. Y, por lo general, logro mi empeño. Algo que me sienta bien; por lo menos estoy en paz conmigo misma.

A lo que iba… Atomic Blonde, me gustó un montón. Fuera porque me agradan las chicas duras, por la música remembre de los 80 que suena durante todo el film, por el vestuario de un pasado perdido en la memoria, por el magnífico elenco de actores, o, simplemente, porque Charlize es una espía despiadada, explosiva, letal, sensual y feminista, capaz de introducirse en cualquier personalidad, por heterogénea o depravada que pueda ser, para conseguir su finalidad. Y que, además, piensa: “Si ellos pueden, nosotras también".

Es obvio que me recordó un montón al personaje principal de los neo-noir que están de PROMO en Amazon durante este mes de octubre de 2017. El escenario y la trama, nada tienen que ver; en Atomic blonde hay alemanes, rusos y americanos. En Tinta amarga y Las cicatrices mudas: españoles, árabes, rusos y americanos, entre otros figuras que pululan por el lumpen cañí Made in Spain.

Atomic blonde se basa en un suceso político-histórico. Mis novelas en hechos ficticio-mafiosos. Pero ella, Lorraine Broughton (Atómica), física y mentalmente, se parece muchísimo Vera Carmona, la protagonista de Tinta amarga y Las cicatrices mudas.

Si me preguntáis cuál de los dos neo-noir de mi cosecha me agrada más, no tengo ninguna duda. Contestaré: Las cicatrices mudas. ¿Por qué? Porque tiene mejor factura.

Por este motivo, quiero compartir con vosotros el inicio de la misma...




ANNA GENOVÉS
Las cicatrices mudas

Copyright © 2015 Anna Genovés
Todos los derechos reservados a su autora
Autora: Anna Genovés
Título: Las cicatrices mudas
Serie: Thriller neo-noir (volumen 2)
Propiedad Intelectual
V ― 489 ― 14
ISBN-10: 1517129850
ISBN-13: 978-1517129859
ASIN: B014OGOI3K




Dedicado a Jon Alonso,
amigo, compañero y esposo

«La guerra es la mejor escuela del cirujano».

Hipócrates



Sobre los personajes

Vera Carmona, la Espía, es una agente del CNI en la reserva que ha trabajado como infiltrada en diversas misiones internacionales. En la última, llamada Operación Tatuador u OT, actuó con diversos cuerpos de la ley para desmantelar una red de tráfico de drogas y pornografía en la que estaba implicado el comisario del CNP, Antonio Velasco. Días antes de comenzar la última fase, es víctima de un atentado en el que, tanto ella como su hija, sufren lesiones graves; la vida de ambas corre peligro. Por este motivo, cambian de identidad y viven en el anonimato. Públicamente, han fallecido.

Juan Utrera es un ex agente de asuntos internos, cooperante del CNI con un futuro prometedor. Misión: atrapar a los policías corruptos. Tras la supuesta muerte de Vera Carmona, compañera y amante, es reubicado en la comisaría de Sevilla-Centro como oficial de la sección de Homicidios y Desaparecidos. Cercano a la cincuentena, es un inspector que ha cambiado su ojo de lince por una silla con ruedas giratorias tras el escritorio. Tiene buena mano para descubrir a rateros de poca monta y habla de tú a tú con todo tipo de traficantes.

Carlota Vera Mojón Carmona, hija de La Espía y Manuel Mojón, es una muchacha osada, resignada e inteligente, educada por su abuela al margen de la ocupación materna. Al descubrir la verdad, tras el atentado en el que estuvo a punto de morir, comienza una nueva vida. Con su nueva documentación accede al CNI y suplanta el rol de La Espía. En una de sus primeras misiones, se infiltra en la última fase de la OT en Qatar con el nombre de Tania Pérez. Finalizado el trabajo, le quedan unas semanas para regresar a España.

Antonio Velasco es un personaje oscuro y violento. Chico de los recados de mafiosos y delincuentes. Ahijado de un capo sevillano de los 60 que lo introdujo en el CNP para su beneficio. A falta de descendencia, ocupó su lugar después de su muerte. En la década siguiente, amplió el círculo delictivo hasta Asia. Veinte años después, se convirtió en el comisario más corrupto y poderoso de España. La Espía descubrió el entramado ilegal de sus negocios; razón por la que intentó asesinarla en el atentado que cambió su vida para siempre. Actualmente, en paradero desconocido.



1

Tania Pérez está mirando la excelsa panorámica de Doha desde el ático de la suite privé del Doha Marriott Hotel. Las cortinas están recogidas y una luna mayestática ilumina el golfo Pérsico; los yates del puerto deportivo, los rascacielos iluminados, y, en el fondo lejano e invisible donde solo su imaginación reside, la antigua Persia. Desde el sur de Irán, traza una línea imaginaria y recta que atraviesa Pakistán e India hasta llegar a China. Con los pensamientos centrados en el lejano Oriente, se enciende un Virginia Slims, y se recuesta sobre el confortable diván de brocado grana. Un folio de tonalidad cáscara de huevo con el encabezado del hotel, junto a una estilográfica Marte de Omas, reposan sobre sus piernas. Las volutas de humo se convierten en pequeños círculos que ascienden hasta el techo. Cuando acaba el pitillo, coge la pluma y comienza a escribir una carta:

Madre:

Espero que estés bien, aunque desconozco por qué te lo pregunto, siempre me contestas: «Mejor que nunca, hija.» Nunca me lo creo, claro. Bueno, tú misma. Estoy entrado en una fase vital; ciertamente, he decidió retirarme. El CNI me ha propuesto que sea instructora de los nuevos cachorros, pero necesito un cambio radical... En unas semanas, regresaré a España. La última fase de la misión que tú comenzaste en Sevilla, está a punto de finalizar en Qatar. Estoy segura que la península arábiga es solo una pieza del gran puzle que mueve el tráfico ilegal desde el Pacífico al Mediterráneo. Y desde nuestro país, al resto del mundo. La Operación Tatuador seguirá en China bajo el nombre de Operación Dragón u OD, ya sabes que siempre utilizamos acrónimos para mencionarlas. Pero yo no estaré implicada. Enviarán a otro agente al verdadero centro neurálgico: Shanghái. Desde esa monstruosa ciudad, se manejan todos los hilos.

Por otro lado, ya sabrás que me he separado. Mi ex marido es solo un vividor adicto a la cocaína, el alcohol y, cómo no, a las jovencitas; ambas sabíamos que era un matrimonio de convencía ex profeso para vigilar Qatar de cerca. Sea como fuere, he vivido a cuerpo de reina en un país sexista y ultra religioso, que únicamente mira a Occidente para su conveniencia: somos los idiotas que les proporcionamos algo más del 10% del producto interior bruto en turismo. Además, los cataríes son depravados y pretensiosos: los amos del petróleo; no los aguanto. No hace falta que me preguntes si he visto algún miembro yihadista entre los círculos aristocráticos en los que me he movido. La respuesta es rotunda: no.

De repente, suena el móvil de Tania. Al mirar el número, tuerce el morro: responde al nombre de Lucía Bvlgari, pero en realidad, es el CNI. Minutos después, recoge sus enseres y se marcha de la suite. Guarda la carta sin acabar en un compartimento especial donde está la copia del diario de su madre, y otras notas: todas destinadas a su progenitora. Mensajes comprometidos que una agente secreto nunca debería redactar. Ella lo ha hecho, pero nunca las ha enviado.

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Sigue leyendo Las cicatrices mudas 


Similitudes entre Lorraine Broughton, la espía de Atomic Blonde y Vera Carmona, la espía de Tinta amarga y Las cicatrices mudas.





Ya lo veis: el paralelismo está servido.

Lo sé, soy gilipollas. Creo que, a lo mejor, algún día, un facundo director o guionista con cierta notoriedad en el mundo del folclore pata negra, puede leer mis noveluchas por casualidad, y decir: “Si la customizamos para la pequeña o gran pantalla, tenemos una Lorraine Broughton sevillana.

Bueno, como dice el refrán: “De ilusión también se vive”.

Estáis invitados a leerlas... para bien o para mal, no os dejarán indiferentes y os entretendrán un buen rato. Igual hasta os lleváis una grata sorpresa. Gracias.

Tinta amarga y Las cicatrices mudas de PROMOCIÓN en Amazon hasta final de mes. Echarles un vistazo y opinad vosotros mismos…

Enlace Tinta amarga





David Bowie - Cat People (Sub. Español)