Enrique Tamayo: el taxista poeta

Después de una larga ausencia en las redes por motivos personales, regresé y encontré a mi gente en el mismo lugar; esperaban mi vuelta, fieles como los buenos amigos, los amigos de verdad que no preguntan y te aman como eres. Los juramentos cibernéticos tienen más validez que los casamientos eclesiásticos, y quien diga lo contrario o mancille nuestros sentimientos, no sabe lo que dice ni lo que tenemos.

Os preguntareis: «¿A santo de qué viene esto?». Lo entenderéis rápidamente. Veréis, hace nueve años que abrí este blog y uno de mis primeros seguidores fue el poeta y amigo Enrique Tamayo Borrás. El otro día supe que ya no estaba con nosotros. Por suerte, su esposa sigue con la movilidad de su obra. Y, es que, aunque Enrique no esté físicamente en la realidad del día a día, su legado permanecerá siempre entre nosotros. La noticia me vino como un jarro de agua fría y sentí la necesidad de dedicarle una merecida entrada en este espacio.

Por desgracia no conocí personalmente a Enrique, pero al poco tiempo de contactar con él supe que era una buena persona con un corazón tan grande que traspasaba los límites de las pantallas de los ordenadores y sus teclas.

Sus poemas reflejan una sensibilidad inherente en su tesitura y la necesidad de dar amor, como si la vida se le escapara de los dedos de esas manos que escribían sus emociones y los pensamientos nunca dichos. Enrique deseaba recuperar el tiempo perdido en horas y horas de taxímetro por las calles de su amada Barcelona. 



Sí era taxista. Un taxista con corazón de poeta conocedor como nadie de la naturaleza humana y de sus peculiaridades. Pero sobre todo era un buen amigo; un hombre agradecido y sencillo: una gran persona.

Conocer al autor

Enrique nació en Barcelona en la década de los 60 de padre emigrante y madre catalana. Tuvo una juventud a caballo entre el franquismo y la democracia. Estudio lo justo, como la mayoría de hijos de familias humildes de aquella época lejana y perdida en el siglo XX, máxime al perder a su madre en plena juventud.

Comenzó a trabajar a los 16 años y recién acabado el servicio militar, su vida laboral se encaminó hacia el sector terciario. Más concretamente hacia los transportes públicos. Primero fue conductor de autobús por cuenta ajena y después, con el sudor de su frente y sus ahorros, logró comprarse un taxi y convertirse en autónomo.

Fue a partir de entonces cuando su vademécum personal fraguó un Enrique Tamayo Borrás sabio y experimentado con la documentada e insustituible universidad de la calle. Ansioso de más... Como el mismo dijo en la entrevista: Poemas Tardíos de Enrique Tamayo Borrás para toda Hispanoamérica donde también explica, y que recojo de igual modo, el por qué de su dedicación a la poesía. 

…“  Me aportó un aprendizaje muy amplio de mi ciudad y a la vez una mirada a todo lo que me rodeaba... al fluir de la vida de una gran ciudad, lo que me enseñó a comprender todas las capas sociales y aprender de todo tipo de costumbres, miserias, riquezas…
Con este trabajo empleaba de doce a catorce horas diarias, las cuales no me permitían mucho el relajarme en lo que más me gustaba, como pudiera ser la literatura o las aficiones en hacer excursiones a la naturaleza que es una de mis grandes pasiones. Lo único que me permitía era descansar después de mis largas jornadas. ”…

No hay que olvidar que nuestro amigo Tamayo era un entusiasta y un completo soñador; dos elementos esenciales para escribir esa poesía que destilan sus estrofas, esos versos que surgen desde los lugares más profundos del alma.

…” Poemas tardíos (estrofas perdidas) son poemas y relatos breves, poesías que comienzo a escribir durante el verano del 2011, en un pequeño pueblo de la comarca del Alt Maestrat castellonense (levante español). Nunca antes había escrito ninguna poesía y apenas las había leído, no es que me vanaglorié de ello, pero el trabajo me ocupaba gran parte del día y fue a raíz de una convalecencia que comencé a escribir en la tranquilidad de este lugar, (por eso lo de poemas tardíos). Seguramente pueden parecer simples palabras, pero son letras que salen desde lo más hondo de mi imaginación y de mis pensamientos, poemas de mis lugares, sueños y añoranzas vividas, rincones de la imaginación, sencillas letras que nos ayudan a vivir un poco más entretenido, apartándonos de nuestras preocupaciones diarias. Letras del ambiente rural, de la vida en la ciudad, la naturaleza, la sociedad, el amor y el desamor y, sobre todo: los “sueños” ¡los que nunca deben faltar! “…

De los años en que se forjó nuestra amistad, recuerdo con un cariño especial aquellos momentos en los que nos convertimos en un grupo de artistas poco convencionales: poetas, escribidores, retratistas, amantes de las letras, dibujantes de cómics… etcétera, que mutuamente nos felicitábamos por nuestras creaciones.



Cuando publiqué mi primera novela, Enrique me preguntó qué tal me había ido y yo le contesté decepcionada por el duro trabajo que supone autopublicarte o publicar en una editorial mediante coedición y no ver ganancias económicas. Pero a él no le importó mi desánimo y siguió en su empeño hasta ver su obra plasmada en papel. En la actualidad, podemos encontrarla en Amazon recogida en el poemario Poemas tardíos.




Y qué decir de la presentación del mismo, ante una congregación amplia de íntimos y conocidos amantes de sus poemas clasicistas y románticos como si la parte masculina de la mismísima Rosalía de Castro hubiera renacido en el espíritu de nuestro amigo. Sí, Enrique tenía un don: la dádiva de transmitir sus sentimientos a través de las letras.






Leer su poesía es sentir que tu vello se eriza y que una pequeña descarga eléctrica circula a la velocidad de la luz por tu columna vertebral. Recitar sus versos es sentir amor y una elegante sensualidad.

A lo largo de estos años he podido apreciar la metamorfosis de Enrique. Nació como una pequeña larva y, en poco tiempo, se convirtió en una hermosa crisálida que expandía sus alas por el Universo. ¡Chapó, amigo!

El legado de Enrique: obra, poemario, perfil en distintas redes sociales, entrevistas, su voz recitando y sus merecidos e innumerables reconocimientos, es algo que pasará a la posteridad, aunque ninguno de nosotros estemos en este universo. ¿Quién sabe? Igual estamos en un universo paralelo en el que podamos hablar los unos a los otros y dedicarnos, en cuerpo y alma a esa pasión que llevamos dentro y que, por avatares más o menos acertados o agradables de esta vida, hemos tenido que abandonar. Amigo Tamayo, allí donde estés… ¡Salud y felicidad!










Canal Youtube de Enrique Tamayo Borrás


Poemas y canciones en mi voz, Fríos silencios, por Enrique TamayoBorrás


Solitarias sábanas planchadas. Autor: Enrique Tamayo Borrás





La mirada del tuerto

Efrén era tan guapo que cuando abrió los ojos, cristalinos como las playas de Bora Bora, los asistentes al parto se quedaron mudos.

De inmediato, la familia supo que debía olvidar los nombres frecuentes en varones; ese querube del cielo merecía llamarse de forma singular.

Cuando la madre se hubo recuperado, el matrimonio se acercó a la iglesia para hablar con el párroco del barrio; a mediados de los 50 era la persona más adecuada para tales menesteres.

Después de conocer al bebé y de releer el A.T., el eclesiástico dijo a los padres que el niño tenía que llamarse Efrén; cuyo contenido significa fructífero.

Ha medida que los años pasaban, el pequeño creía ungido de candidez; esbelto y generoso: tenía buen corazón. Algo que sirvió para que las personas de su entorno lo amaran o codiciaran de igual forma. Pero, de entre todas sus cualidades, la belleza era la más envidiada.

En la pubertad comprendió que las niñas servían para algo más que jugar. Él carecía de pensamientos impuros… no obstante, las adolescentes espabiladas lo azuzaban como la apetitosa manzana, crujiente y sanguínea, que Eva le dio a Adán.

En un momento de debilidad, tuvo sexo con tantas mujeres –de edades y jerarquías dispares— que optó por aborrecerlas. Algo similar le sucedió con los hombres, quienes revoloteaban a su alrededor como abejorros zumbones en las inmediaciones de un goloso panal.

Con todo, seguía su vida como un buen devoto; por la mañana ayudaba en el negocio familiar. Y por la tarde, estudiaba.

La vida siguió su camino sin prisa ni pausa: puntual como un incansable reloj de arena que funcionaba y devoraba el vigor de Efrén sin que él se diera cuenta. No conoció la crisis de los treinta ni la depresión de los cuarenta o el miedo de los cincuenta. Pero… ¡ay! El 15 de mayo de 2015, con la tarta de los sesenta, se derrumbó. Había pasado de ser un dandi a ser un sobrero con un trabajo de monitor en un colegio privado.

La belleza tiene un diezmo muy elevado que solo comprendemos quienes la poseemos. Sí, soy vanidoso, ¿Y qué? ¿Todos tenemos defectos? Pensó Efrén el día que se miró en el espejo y no se reconoció: alopecia avanzada, flacidez en el rostro, vientre abultado e insondables ojeras; reflejo de la tristeza que lo había acompañado desde que comprendió que daba igual lo que estudiara o las cualidades que poseyera, los humanos lo habían crucificado por su apariencia.

–¡Ya está bien, Efrén! Toda la vida igual. Como si fueras un idiota –bramó a su reflejo. Y añadió—: ¡Hala guapo! ¿No te has pasado la vida intentando decirle a los demás que eras algo más que envoltura? ¿Y qué? Nadie te ha creído. ¡Gástate los ahorros en arreglar tu apagada seducción!

Dicho esto, hizo un respingo y se sentó frente al ordenador a la busca de médicos de estética y cirujanos plásticos.

Tras una semana de investigación, se abrió un perfil falso con un alias mujeril en En femenino. Días más tarde, descubrió que existían más esteticohólicos de lo que jamás hubiera imaginado. De igual modo, averiguó quiénes eran los mejores profesionales en cada especialidad; para ello, se fijó en las valoraciones de Google y los comentarios de los pacientes.

Lo primero que hizo fue marcharse una semana a Turquía para implantarse cabello; los injertos capilares quedaron de maravilla. Meses después, su cabeza, otrora pelada, lucía un frondoso vello recortado a lo marine. Su autoestima subió de golpe cinco escalones.

Siguiente paso: bótox. Fue directo a un médico de estética sito en un hospital de renombre en su ciudad. Sabía que inyectar la toxina botulínica era para un doctor lo mismo que para un carpintero, lijar: un trabajo rutinario y técnico.

Al entrar en la consulta y conocer al galeno, el estómago le dio un vuelco. El caballero, cuarentón, ni guapo ni feo pese a llevar el rostro recauchutado, parecía súper amable. Empero, tenía un defecto ocular a lo Forest Whitaker: el ojo izquierdo plegado y de mirada fija. Un relámpago matutino fulminó el caletre de Efrén: “¡Caray! Con todo lo que lleva… bien podía habérselo arreglado”, pensó. De inmediato, se solidarizó con el médico y caviló lo contrario: “Es un hombre valiente. Me gusta”.

Como la experiencia botulínica quedó perfecta, cuando regresó para el retoque, le preguntó a ese facultativo de mirada obtusa con toda la confianza del mundo:

–Doctor si estuviera en mi lugar, ¿qué se haría?

El hombre sonrió y le contestó:

–Voy a serle franco. Tiene usted un buen mimbre, pero los años no pasan en balde… así que primero le pondría unos hilos tensores para remodelar su óvalo. Después, le inyectaría ácido hialurónico en el mentón para que no resultara tan prominente. Y, por último, resaltaría sus pómulos.

Efrén hizo sus cábalas y contestó:

–Pues… adelante.

–Entonces, ¿le doy cita para otro día?

–Doctor si pudiera empezar hoy mismo, se lo agradecería.

–Tengo la agenda bastante apretada, pero… puedo colocarle los hilos y otro día el hialurónico.

–Me parece bien.

Efrén salió de la consulta hinchado como una bota de vino. Y, al día siguiente, parecía que tenía paperas. Al mirarse en el espejo, literalmente, se cagó en todo. Cuando sus amigos, duchos en la materia, lo vieron, le dijeron que cambiara de especialista. Sin embargo, Efrén le ha cogido aprecio a ese doctor de ojo torcido y labia hipnótica.

Semanas más tarde, le administraron hialurónico. A posterior, tenía los pómulos más abultados que Quentin –el hombre que lleva un sinfín de operaciones para parecerse a Ken, el novio de Barbie—. Cabreado, regresó a la consulta del doctor Rufián.

–No se preocupe, Efrén. Ha retenido líquidos y se le han inflamado más de lo habitual ––le comentó el doctor de mala gana.

–Doctor Rufián es lo mismo que me dijo con las dos bolas que me salieron en la mandíbula después de colocarme los hilos tensores.

–¿Qué le vamos hacer? –el médico se encogió de hombros y prosiguió—: Le daremos unas sesiones de radiofrecuencia por gentileza de la clínica. Verá cómo esos pómulos le quedan de maravilla.

¡Joder! Solo faltaba que me las cobraran, pensó Efrén, que ya estaba hasta los huevos de tanta gilipollez y con muchas dudas sobre el hijoputa del matasanos.

Después de varias sesiones de radiofrecuencia, descubrió que el tratamiento, aparte de eliminar la posible retención de líquidos, destruía el ácido hialurónico que le habían puesto y cobrado a precio de oro. También averiguó que el doctor Rufián no tenía un ojo caído, sino de cristal.

La historia acabó con diferentes retoques de pómulos y un rifirrafe entre doctor/paciente:

–Mire doctor, parezco idiota, pero no lo soy. Me ha dejado la cara con más socavones que la maqueta de una urbanización de lujo.

–Pero si está usted hecho un jabato.

–¿Se burla de mí?

–Nada de eso. Si no le gustan los resultados pase usted por cirugía plástica –contestó el sacadurosbutolínico con rostro fruncido.

–Y ya está –replicó Efrén.

–Por supuesto. Con sus años, no se puede hacer más.

–¡Es usted un tuercebotas! Y me lo dice, ahora, cuando sabe mi edad desde el principio y me dijo que no me hacía falta pasar por ningún quirófano.

–¡Oiga! No me insulte y no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo. ¡Que llamo a seguridad!

Efrén respiró hondo y contestó:

–Me apena lo que voy a decir, pero, ciertamente no me puedo callar. Usted no ve bien, cambié de oficio. Un día va a desgraciar a alguien y le pondrán un pleito. Ya lo dice el refrán: “No te fíes de un tuerto”.

Efrén se levantó, se arregló la chaqueta y salió de la consulta como un caballero.

****

Semanas más tarde, dejó una protesta formal del ínclito hospital en Google. No habían pasado ni veinte minutos cuando le telefonean para disculparse; la coordinadora del doctor Rufián se deshizo como un flan. Casi se le abre de piernas por el auricular del fijo de su casa.

–De verdad que no se arrepentirá… tendrá todos los tratamientos gratis y más… –le dice, dulzona, arrastrado la voz como los maullidos de una gata en celo.

Efrén los manda a paseo.

****
Pasados unos meses, Efrén acude a una clínica de estética con reseñas de todo tipo. Le atiende una mujer madura y hermosa como el Aston Martin de 007. Gracias a las distintas sesiones de la especialista, su ego se recompone.



Al año siguiente, Efrén luce la imagen de un atractivo sesentañero. Tierno, besa a su compañera: la doctora Aston.

©Anna Genovés
10 de marzo de 2019

P.D. Moraleja: “No te fíes ni un pelo de las reseñas positivas al 100%”.


Mannish Boy Subtitulada Español Rolling Stones, Muddy Waters & Rolling Bilbao cover HD


La mirada del tuerto

by on 20:02:00
La mirada del tuerto Efrén era tan guapo que cuando abrió los ojos, cristalinos como las playas de Bora Bora, los asistentes al...







Metamorfia

Me contaron que en un ecosistema avanzado hacían experimentos con seres vivos. Puro estudio sobre la adaptación al medio.

Incrédulo busqué información en Internet hasta dar con numerosas revistas científicas e incluso tesinas sobre el mismo y, por supuesto, una magnífica Web. En ella estaban los datos necesarios para conocerlos. De inmediato, me puse en contacto con ellos vía email. Me parecía poco profesional enviarles un WhatsApp sin conocerlos.

Fueron tan amables que me invitaron a visitarlos pasados unos días. ¿Cómo iba a rechazar una proposición tan sugestiva? Reservé un billete en la primera lanzadera que partía hacia la cara oculta de la Luna donde se encontraba la primera base terrícola y esa urbe tan singular llamada Metamorfia.

Cuando llegué, descubrí que la cúpula de Metamorfia era la más nítida del universo y sus edificios los más impolutos; de titanio inmaculado, vanos trasparentes y helipuertos en diversas plantas. Sin embargo, en los laboratorios comprendí que la metrópolis era la extensión más avanzada de la Tierra.

Sus ensayos –pruebas genéticas entre diferentes especies vivas—, habían conseguido híbridos de todas las familias: peces con plumas, plantas con escamas, hombres con tres extremidades, insectos con piel nívea... Solo un animal se negaba a mutar: el águila. Por más que le cortaban las alas quirúrgicamente y la lanzaran al lago artificial con el fondo marino más hermoso jamás concebido.

Al principio, la reina de los cielos, nadaba e incluso buceaba como hembra o macho alfa, seguida por todos los habitantes de las aguas; incluso los escualos más voraces la adoraban y se comunicaba con ella. Sus plumas adquirían una apariencia membranosa que alimentaba la esperanza de los eruditos del proyecto. Pero, de repente, el aguirena –así quería bautizar a esta nueva especie— alzaba sus ojos agudos y brillantes hacia la bóveda celeste, y meditaba unos minutos o quizá unos días. Después, lloraba.

Acto seguido, dejaba de nadar. A continuación, ni comía ni bebía hasta morir. Su cuerpo flotaba sobre la capa acuosa trasladado por los entes marinos como en una procesión macabra. Todos lamentaban su pérdida. Su valentía.

En las necropsias, los científicos dictaminan que la muerte se debía al suicidio provocado por la inadaptación al medio; trastorno crónico de ansiedad generalizada.

¡Qué tontos! Pensaba yo -cuyo intelecto cibernético de MENTIS-3003 podía comunicarse con las aves- al leer los datos concluyentes del análisis. No saben que las águilas pueden adaptarse a cualquier situación por adversa que sea: supervivientes natas. Sin embargo, no desean vivir en el agua u en otro ambiente distinto al cielo donde pueden desplegar sus alas y volar soberanas; saben que libertad es lo más hermoso de la vida.

©Anna Genovés
1 de diciembre de 2018



Metamorfia

by on 14:14:00
Metamorfia Me contaron que en un ecosistema avanzado hacían experimentos con seres vivos. Puro estudio sobre la adaptación al ...



Estaba buscando frases célebres y encontré este aforismo...

De repente, me salió un microrrelato que le va como anillo al dedo. El proverbio dice lo siguiente: "Cuando la curiosidad se torna chismorreo se convierte en un vicio deplorable que ensucia a la persona".

Lobos y corderos


Mi amigo Jose me ha comentado que tiene a una ejecutiva tras sus pantalones… No, no peséis mal. Quiero decir en el aspecto sexual que, a simple vista, puede parecer. Nada de eso. La cosa es que su jefa de gabinete es de esas personas absorbentes que se creen las reinas del mambo.

Quiere saber todo cuanto hace el pobre chaval, hasta le controla lo que pone en las redes… Pero, no conforme con eso, se desdice constantemente con tal de salvar su trasero siliconado de ‘flaca’ haitiana con piel nívea como la leche. O por el mero hecho de dejarle como una piltrafa. Amén de carecer de cualquier resquicio de humor: nunca, nunca sonríe. Y, los motes, aunque sean graciosos y consentidos, ¡válgame Dios! ¡Qué horror!



En fin, por lo que me cuenta Jose, es un asco trabajar con ella. Y, encima, aburrido.

Le he dicho a mi colega que le están haciendo ‘mobbing laboral’ porque, encima, le pagan como si fuera un becario aunque pase de la cuarentena y tenga un C.V. bastante nutrido. El caso es que, cuando le comenté mi parecer, me dejó boquiabierta:

–Anna si dejo este curro… ¿quién me va a contratar? A mis años y con una esposa enferma. Sí, ya sé que mi churri percibe una pensioncita de mierda –sugiere agradecido y con cara de: “Por favor virgencita que nos dure de por vida o acabamos bajo el puente”—. Pero es eso, ‘pensioncita’ con la que no vivimos, solo sobrevivimos. Y, este currillo es una ayuda. Pequeña, pero ayuda. Por lo menos podemos tomarnos algún refrigerio y, mi chica, puede comprarse ropita de ZaraChina; que la pobre llevaba los mismos trapitos desde que la operaron de la espalda hace diez años –termina por contarme con semblante tristón.

–Ayyy…!!! Jose. Solo te queda un CDD –le contesto.

 –¿Un qué…??? –me pregunta alucinado porque no entiende lo que le he dicho.

–Fácil: o consientes o denuncias o dimites. Tú mismo –finiquito subiendo los hombros.

Poco después, abandonamos la cafetería y nos decimos adiós.



Sigo cabizbaja, con paso calmo, caminando a ritmo de R&B por las calles de mi city con un solo pensamiento: ¿Cuántas personas estarán en una situación similar, bajo una guillotina llamada ordenador? ¡Qué manera de aprovecharse de los más débiles! Corderos vestidos de lobos y lobos disfrazados de corderos. Humanidad deshumanizada.

Una de tantas vocecillas que pululan por mi masa encefálica, me suelta a bote pronto: “Genovés ya está bien de ser un paño de lágrimas que pareces Teresa de Calcuta. ¿Y, a ti, quién te ayuda?”. Me valgo por mí misma con miserias y compañía…, parloteo en solitario mientras acelero el paso y alzo el pecho como los ‘lejía’ en un desfile militar con cabra incorporada: yo misma.

©Anna Genovés
24/04/2018

Pequeñas grandes mentiras (Big Little Lies) – Michael Kiwanuka

Lobos y corderos

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Estaba buscando frases célebres y encontré este aforismo... De repente, me salió un microrrelato que le va como anillo al ded...