Semáforo en verde







Semáforo en verde

Hola amigos. Voy a contaros lo que me pasó ayer por la tarde. Vamos, ¡para troncharse!

El día había amanecido con el cielo enladrillado de un gris suave y la humedad estaba por las nubes. Después de comer, tenía que hacer varios encargos... Y allá que me pongo mi vestido color semáforo en verde y las sandalias de plataforma. En el bolso, llevaba unas cuantas fotografías de un trabajo que me habían encargado: lo cierto es que pesaba lo suyo.

Con el estómago todavía lleno, me fui a la peluquería para que me retocaran el flequillo: quería recortarlo de medio lado. En un plis-plas estaba hecho; me vi monísima con la melena suelta: más cálida que una toquilla de lana. Pero, ya lo dice el refrán: «Para presumir, hay que sufrir». Lo reconozco: soy muy presumida.

Siguiendo mi humectante periplo, en cuatro zancadas me planté en la parada del bus. Y, tras diez minutos de espera, llegó el ansiado 67 de la EMT con el aire acondicionado a toda pastilla. Iba casi vacío, así que pillé un buen asiento y me puse a wasapear hasta la plaza del Ayuntamiento. Saludé al edificio del cabildo: «Hola amigo. ¡Te veo rejuvenecido!» –le dije—. Época de cambios, pequeña –me indicó, caballeroso—. Tras un guiño de ojos seguí mi camino hasta Bershka; tenía que devolver una camiseta.

A continuación, fui al Corte Inglés para mirar un rato… La boca se me hizo agua y la billetera estaba sin guita. Mi cabeza barruntaba y mis anisas por comprarme algo aumentaban. Cuando salí del Centro Comercial, me di de bruces con un Pull&Bear. No lo pude remediar: entre y me compré un pingo de ocho pavos de los que lavas y se deshacen; pero es monísimo. ¿Qué haríamos las mujeres sin tiendas? Algo parecido a los hombres sin fútbol. Volvernos locas, ¿sí o no…? Depende. Todo depende… ¡Chicas! A veces, hay que darse algún que otro caprichito.

Entre pitos y flautas, anduve más que si hubiera corrido una maratón. Cada vez iba más cargada: el bolso se me antojaba un yunque y los zancos anclas. Parecía un barco a la deriva en el océano del asfalto; las construcciones eran ballenas. Los vehículos tiburones y los transeúntes, pirañas voraces. Cuando salí de entregar el trabajo con una carpeta llenísima de documentos e imágenes para el próximo artículo, iba empapada de un sudor pegajoso; algo así como si acabara de hacer una sauna turca. Y todavía me quedaba la vuelta.

¿Qué queréis que os diga...? Las temperaturas elevadas funden mis plomos. Es cierto: «La primavera, la sangre altera». Pero tengo una camiseta nueva y llevo el flequillo desfilado. No me importa ir como un pollito remojado. ¡Seré tonta! Por verme mona lo que haga falta. Cosas de mujeres...

©Anna Genovés
12 de junio de 2015





The Beatles Yellow Submarine (Subtitulado)



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