Todas las noches









Todas las noches


Tic tac, tic tac, tic tac…

Suena el reloj al lado del oído. Un sonido monótono que atraviesa los tímpanos. Lo escucha perpetuo, clavándose en la masa encefálica de su cabeza huera. La una, las dos, las tres de la madrugada. Las cuatro, las cinco…

En su lecho, Manuel da vueltas; el cansancio hace mella en su hechura. Sin embargo, no quiere dormir: tiene miedo a la oscuridad. Y los terrores nocturnos lo mantienen en vela. A veces, una vigilia infinita acompaña las horas de reposo de su vida monótona y solitaria.

Cuando el sueño arrebata los sentidos. Penetra en un maremágnum de historias que sobrecogen a su mismísimo espíritu. Morfeo lo pasea por el camino del horror; cuando los sapiens eran bípedos recién nacidos que apenas se sostenían en pie y los dinosaurios seguían gobernando sobre la faz de la Tierra. Después, sonámbulo, dibuja lo que ve en sus pesadillas.

Manuel es un pastor ágrafo que nunca ha ido a la escuela. Apeas ha tenido contacto con otros humanos; un anacoreta rodeado de naturaleza, aperos de labranza y ovejas. ¿Cómo puede ilustrar los cuerpos de esos monstruosos animales con la precisión de un paleontólogo? ¿Cómo puede sentir esos ojos crueles y repulsivos de los colosales reptiles de finales del cretácico, acechándole? Desconoce la respuesta. Pero todos los crepúsculos, se despierta sobresaltado; empapado de sudor frío. El pulso agitado. El horror ceñido hasta la médula.

Todas las noches, abre los ojos, falto de aire. Todas las noches, siente los dientes ensangrentados de los demonios gigantescos, hincados en su carne prieta. Todas las noches, percibe cómo es engullido por unas fauces bestiales. El dolor es tan agudo, que su corazón galopa desbocado como un caballo salvaje lazado a un espino. Desgarrada la piel, los músculos; los huesos astillados como palillos. El mismísimo nazareno crucificado en el último hálito vivido.

Después, la negrura más absoluta se abre ante sus ojos despavoridos. Su cuerpo mutilado yace devorado por afilados estiletes que despedazan su cadáver vivo.


©Anna Genovés
03/03/2013
Modificado el 09/02/2015
Propiedad Intelectual V-488-14



2 comentarios:

  1. Brutalllllllllllllllllllllllllllllll...

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  2. Esa es la patente de Genovés. Opino lo mismo que Virginia Woolf: “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”. Y lo que pienso, lo escribo. Gracias Darío.

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