Tanto fue el cántaro a la fuente, que al final se rompió.
Siempre he sentido admiración por ese campeón llamado Rocky
Balboa. He visto la saga completa y cuando escucho el tema principal del film,
o visualizo su storyboard, esté donde esté, me recuerda que aún puedo
seguir luchando… Que este mundo se acabará el día que tenga que finalizar, pero
que hasta entonces, debemos escalar todas sus montañas. Por diminutas o
escarpadas que sean.
Estoy desempleada y –todos los días- miro las páginas de
ofertas laborales más fiables, o por lo menos esas que dice “el boca a boca”
del compendio de parias que formamos parte de España, mi querido y lastimoso
país.
Voy con regularidad al gimnasio para mantenerme en forma y
potenciar la serotonina que circula por mi organismo. De manera que, siempre, tengo
una sonrisa en los labios y parece que vivo en el mundo de Wally. Nada más
lejos de la realidad. Mi barrio no es “La Coma”… Pero, mi vida es tan poco
generosa que no recuerdo las últimas vacaciones que tuve. Como aquel, que Dios
nos dé salud: en realidad es lo importante.
De igual forma, estoy apuntada a tropecientas mil bolsas de
empleo público, y hasta me he presentado a las “opos” de Auxiliares de
Biblioteca de la Universidad de Valencia. Por supuesto, me han cateado, y casi
que lo prefiero porque fui una de las candidatas que ejercieron como testigos
en la rutina post-finalización del examen y… La pregunta de la “miembra” del
tribunal, fue lapidaria
- ¿Ya has trabajado en la universidad, verdad?
- No.
- Vaya… pues que
tengas mucha suerte: la vas a necesitar. Es que se presentan muchas personas
que sí han trabajado con nosotros.
Visto para sentencia. Más vale un suspenso matutino que un
muy deficiente al final del camino. Hoy estoy espesa: why? Porque ayer, por
darle un toque especial a mi monótona vida, como la de casi todos los mortales
que pululan por nuestro fatigado planeta. No fui la gym si no de paseo con mi
esposo, y la zozobra que debió producirme la ausencia de serotonina a la que
estoy acostumbrada ha hecho que la noche se perturbara… Primero, no podía
conciliar el sueño y, después, llegaron las pesadillas.
Me he levantado varias veces, siempre con la luz apagada y
los ojos cerrados –manías que tengo-. En una de mis andanzas “sonambulistas” he
querido ser metamórfica y traspasar la puerta del dormitorio. Resultado: me he
dado de bruces con el canto de la misma:
“¡Hija de puta!…” –Le he dicho-. Pero, la muy cazurra ni se ha inmutado
y, yo, he comenzado a tambalearme por el –larguísimo- pasillo hasta llegar al
cuarto de baño. Allí, he comenzado a notar que todo me daba vueltas, que un
sudor frío recorría mi cuerpo y que algo recorría mi pómulo izquierdo. Al abrir
la luz, ¡joder! Si no me sujeto me voy al suelo –entre el mareo y la sangre (rojo
intenso) que fluía de mi párpado a borbotones-. En vez de pedir ayuda, me he
sentido como el “potro italiano” al que tanto admiro, y –como he podido- me he
sentado en el inodoro, sujetando una toalla sobre mi –sanguinolento- ojillo.
Pasados unos minutos, me he levantado –flotando en una nube
extraña y turbadora que me ha empujado hasta la cocina-. He abierto el
congelador, he envuelto unos cubitos de hielo en un paño; y, seguido –dando
unos pasos más hieráticos que los de Frankenstein-, me he dejado caer en el
sofá-. La saliva se me antojaba agria y pastosa. Me he acordado de Johnny Deep
en “Miedo y asco en las Vegas” y –con una carcajada socarrona- he pensado que
aquello era como un mal ácido… No sabía
si estaba despierta o dentro de una pesadilla: no pensaba con claridad. Veía
nubes amarillentas y tenía escalofríos que trastocaban mi temperatura –desde un
calor intenso hasta el gélido frío de la Antártida.
Recuperada, me he puesto –con un bastoncillo- Betadine sobre
la brecha. Amanecía cuando me tumbaba en la cama y lograba dormir unas horas… En
el hospital, me ha reconocido una enfermera y he pasado a la sala de espera:
-
Coloque su historia clínica en el buzón y ya la llamarán
-
Gracias.
Debería haber
añadido… Y, desgracias. Porque, entre la primera, segunda, tercera, cuarta y
quinta hora de mi permanencia en susodicho saloncito, los lloros se han
sucedido igual que los chillidos. ¡El panorama era para matar! Y eso que
llevaba un ojo a la funerala.
Mostrador con
dos patas metálicas y cubierta cristalina –con una señorita al mando de un
teléfono, un ordenador y un “walkie”-. Era una visión cómica, una muñeca
articulada en un frenético ir y venir hacia dentro y hacia fuera, llamando por
un celular, introduciendo datos y auxiliando a los damnificados o acompañantes.
Las sillas –de
reconfortable plástico azulón- se adosaban a lo largo de la pared. Un grupo de
horondas señoras ataviadas de “todo a cien” hablaban, animadamente. Nadie diría
que estaban en un hospital. Lo tenían muy claro, vamos a pasar un ratito a urgencias,
como quien dice: “a tomar un café o beber una cerveza…”
En la esquina
cercana –dos latinas- se han puesto a sollozar, cuando una tercera salía de
“boxes” hecha una Magdalena. Las anteriores mantenían su jolgorio.
A mi derecha,
un grupo de “afros” con sus peculiares atavíos y sus tribales fonemas. Español
poco, pero, educación, bastante. Al lado, un mandarín que no ha dicho ni pruna
hasta que la enfermera ha pronunciado: Chu Lin. Y Chu Lin, abnegado y
cabizbajo, se adentraba tras ella con sus pasitos diminutos y su pelo lacio.
Enfrente, la
pareja de cincuentones acostumbrados a la sala, correctos y sin meterse con
nadie –uno al lado del otro-. Él, con un periódico; ella, tejiendo un suéter
verde oliva, del que más tarde ha asegurado:
-
A este paso, aquí lo he comenzado y aquí lo acabo.
Y de repente, la moderada fraternidad del
lugar se ve truncada… Hace aparición la princesa de “Las Baratas”, perdón,
quiero decir de “La Olivereta”. Moño pardusco –alicaído y enmarañado- con más
de un habitante por sus lares, camiseta de yo que sé cuánto tiempo sobre su
escuálido torso –de color indeterminado- y pantalones “cagaos” con dibujos cada
uno de su madre y de su padre. Entra cojeando, sujetándose la cadera derecha
con una mano, y con la otra, boceando por el móvil:
-
Pápa, que toi en el hospitá. Siii que me duele muxo el pié –y,
ahí, voy yo y se lo miro.
¡Jesús! Chanclas con florituras de plexiglás y plataformas,
y unos talones… ¡Con más mierda que el palo de un gallinero! Justo, se sienta a
mi lado, a darme cháchara. ¡La virgen! Ni Yacaré en sus buenos tiempos. Unos
minutos… Y, pies en polvorosa: al servicio y cambio de asiento.
Llega la otra aristócrata: la bien vestida, la bien calzada.
Maletín en mano, en el que –supuestamente- alberga un portátil… Toma, debo de tener
imán, porque se adosa a mí. Yacaré se ha convertido en Bvlgary: buen cambio.
¡Ah! Pero, a mí no me quitas potagonismo. The princess of "The Olivereta" speaks:
-
¡Mariii!!! –Vocea.
Mis sueños se
hacen realidad: Aparece “the perfect family”. ¡Atentos!. No perdáis detalle:
ambos con chándales de elastómero. Él, negro con letras NIQUE en dorado, ella
en fresa con logos ADIDOS. Chaquetas de
medio cuello y puños de goma como el pantalón. ¡Ayyyyyyy! Si llevan unas zapatillas
galácticas, todas ellas reflectantes y con más goma que el resto de ropa. ¡Cómo
me duelen los callos, los sabañones y todos y cada unos de los diez dedos de
mis pies! Al bebé del carrito con adornos navideños, sólo le diviso una carita
de ¿por qué tengo una papis tan frikis?
Por fin escucho: “Ana Mª Genovés...”
Entro y le cuento la historia al médico, ni se levanta. No
tienes nada, te envío a oftalmología para que te hagan unas pruebas. Cambio de
pabellón y cambio de sala. Frente a mí, una madre y su hija, más o menos de mi
quinta, coincidencia, con el mismo ojo “estropiciao” que yo.
Vuelvo a explicar los hechos por tercera vez, a la señorita
que me toma nota y le entrego el historial; cuarta, a la enfermera que llega y,
por último, a la doctora que me atiende.
-
Mareos, dolor de cabeza, sensación de cuerpos extraños… Tápese el ojo –dudo-. Es disléxica o está
mareada.
-
Perdone. Lo primero –me tapo el ojo afectado. La doctora
sonríe.
-
A ver, qué letra es esta –cambio de pantalla- y esta… Todo
parece estar bien, no sé si darle enzimas orales para el hematoma –pues lo
sabré yo, pienso.
Más dudas.
-
A ver, espera que se me olvidaba. Apoya aquí la barbilla –cambio
de taburete, cambio de aparato-. A pues no, no está perfectamente sellado como
a simple vista parece… –Más dudas- no sé si ponerte dos puntos de sutura –¡la
madre que me parió! Lo sabré, yo. (Pienso un poco hasta las narices de la doctora
y su indecisión).
-
A ver doctora, por lo demás, todo está bien, ¿no? –Interpelo.
-
Sí, sí…
-
Pues usted es la especialista, haga lo que crea más
conveniente. Por cierto…
-
Dime, dime –a todo esto, ella, sigue enfrascada con mis
datos y el ordenador, que (por supuesto) no es lo suyo.
-
¿Cree usted que se me notará? -pregunta del millón.
-
Bueno, pues creo que no… Pero, si te pongo puntos puede que
sí. Mira, te voy a poner unas tiritas de estas que sujetan las heridas –puntos americanos-
y te doy unas cuantas para que te las cambies. ¿Vale?
-
Me parece bien –qué voy a decir. Si tengo más hambre que el
perro de un ciego y estoy hasta las narices de preguntas, indecisiones y etcétera,
etcétera…
Y ahí va, de regreso a casa “la Yegua de Abastos” para
plantarle cara al mismísimo “Potro Italiano”.