Todos los muertos son iguales

 



Huesos y sollozos

en un mundo tramposo

huesos y sollozos

ataúdes, lodo

 

 

Úrsula vive en una finca de diez plantas, y, exceptuando su casa y otro apartamento, el resto está ocupado por jovenzuelos de más de setenta añitos. Los hay hasta nonagenarios.

 

—¡Joder! —Exclama por lo bajini cuando entra en el patio y huele un perfume fortísimo—. Una de mis carcamales preferidas se ha echado la botella entera de Myrurgia —barrunta hablando sola.

 

Los aprecia a todos. Pero tienen sus cosillas… Poco le importa; ella es la primera rarita de la troupe. Constante como un reloj, se dispone a subir hasta el cuarto a pata, sin prisa ni pausa. A cada paso que da, la fragancia se torna insoportable; cuando toma el rellano del tercero, un ruido la pone sobre aviso… Algo no anda bien —piensa—, y ¡zas! Allí está, la puerta cinco abierta de par en par. Una camilla hidráulica (con una bolsa de plástico negra atravesada por una cremallera y silueteada por un contorno humano), aparece ante ella. Por el lateral, se asoma una vecina con cara de circunstancia:

 

—Mi papá ha fallecido Úrsula. Sube, sube… Después hablamos —le anima para que pase.

 

—Tranquila, Mari. Me espero… Después subo, no tengo prisa —contesta Úrsula.

Y ahí se queda, viendo como maniobran a uno y otro lado la dichosa camilla hasta ubicarla centrada a la puerta del ascensor, que ella misma sujeta por detrás. Seguido los de la funeraria repliegan las patas, la ponen en vertical y la introducen en el elevador con el bueno de Eusebio enfundado. Mari le cuenta con brevedad el suceso:


—Nada Úrsula, he llegado sobre las cinco de la tarde. El papá estaba sentado en el sillón de espaldas a la puerta del salón y yo diciéndole: “Papá, papá”. Pero no me contestaba; al acercarme me he dado cuenta que estaba… —Mari se pone a llorar como una Magdalena.


—Tranquila. Tú has hecho todo lo posible para que fuera feliz —comenta Úrsula con un abrazo.


—Sabes… Aún estaba caliente —le confiesa entre sollozos la compungida hija.


—Era muy majo.


—Pues tenía muy malas pulgas —asegura la hija secándose las lágrimas.


—Un cascarrabias encantador con los ojillos luminosos y la sonrisa de niño travieso —concluye Úrsula.


—Lo cierto es que ha vivido muy bien ¡Ya quisiéramos todos llegar a sus años con tan buena salud! —asevera Mari.


—Tienes mucha razón —apostilla Úrsula.

 

La conversación termina. Úrsula ha perdido las ganas de todo. ¡Caray! Con lo bien que me caía Eusebio. Toda una institución a sus noventa y cinco años; su cervecita a diario, su purito, su cafetito, sus “cuquis” una vez al mes… ¡Qué pena! Piensa. Al final se mete en la cama sin cenar; pasa una noche de perros. Se levanta tarde, desayuna y como una flecha se marcha directa a la parada del bus. Destino: Tanatorio Municipal.

 

Diez minutos más tarde, aparece el vehículo. Los recovecos por donde surca la lombriz metálica de color púrpura, la sumergen en el letargo de su pasado. Navega por la calle donde nació, por la calzada que tantas veces había pisado para ir a trabajar, por la plaza donde vivió de joven, por el callejón dónde estaba ubicado el almacén familiar y por la avenida de El camposanto. Cuando llega son casi las dos de la tarde, tiene veinte minutos para presentar sus respectos y hablar con Eusebio.

 

Entra al Tanatorio, mira el panel y pregunta a las recepcionistas:

 

—Sala 4. Siga por el pasillo de la derecha hasta el final —le contestan con una amable y cibernética voz.


—¡Jo! La misma sala donde pusieron a mi padrino —murmura Úrsula cabreada.


—¿Decía algo? Señora.


—No señora —contesta de mala gaita, antes de emprender el caminito de la derecha.


Al fondo del pasillo diestro, ve un cartel enorme de color verde con letras blancas que pende de la puerta, donde se puede leer: “El acceso al crematorio está cerrado por reformas”.  Vaya, ¿y qué harán con los pobres que deseen incinerarse, un periplo por las afueras? Dice por lo bajini, moviendo la cabeza. Inmediato, sigue el pasillito que tuerce hacia la izquierda. Está impoluto y con una asepsia similar al del film Gattaca, piensa con sorna. Todas las salas quedan al mismo lado. Úrsula con su particular humor, hace una crónica mental y minuciosa de lo que va viendo…


Sala 1: nadie a bordo. Murmullos de fondo.


Sala 2: igual que la anterior.


Sala 3: congregación de gentío en la puerta invadiendo la totalidad del pasillo como si hubieran pagado una zona VIP sólo para ellos. Muerto pudiente, todos enlutados; ellos con trajes oscuros y corbatas, ellas con vestidos negros y tocados. Las conversaciones frívolas y variopintas: la hipoteca, la casa, los hijos, el trabajo, el nuevo coche, las vacaciones de Semana Santa. Mucha apariencia y más hipocresía, medita Úrsula con los tímpanos estrangulados por los cotilleos propios de un cóctel y no del adiós por alguien querido. ¡Estos ricos son unos hipócritas! Suspira.


Sala 4: tres caballeros de pelo cano, conversando discretamente. Dentro la acogedora salita en tonos beige neutro. A la izquierda el servicio, enfrente una mesa redonda con cuatro sillas, al fondo (lindado con la pared) dos sofás. Encima unas litografía abstractas intercaladas por tres plafones blancos de media luna. En el lado opuesto, dos armoniosos parabanes que recogen al difunto.


Úrsula no ve a nadie conocido y se va con Eusebio. Ahí está en una caja de madera normal y corriente. Envuelto en un sudario blanco. Lo mira y apenas reconoce a ese grandullón que caminaba con pasos milimétricos ayudado por su bastón, su puro y su bolsa de la compra. Tan lleno de vida; de dimensiones magnas y sonrisa pícara, recuerda. Ha menguado cinco o seis tallas. Todos los muertos son iguales, por su mente pasan los últimos sepelios a los que ha acudido. A ellas se les afila el óvalo y a ellos la nariz. Y después, está ese color tan especial de la muerte… Apergaminados; entre amarillento y violáceo por los mejunjes para maquearlos. Les sellan los orificios o les cortan algunas partes corporales con tal que aparezcan en una posición lo más natural posible. Se les tapona la tráquea con algodones para evitar posibles vómitos, se les ponen prótesis oculares para que los ojos no se abran, se les pasa una brocha de color para que parezcan vivos, cuando están rígidos como tablas; un poco de formol y ¡voila!, muerto a la carta, piensa Úrsula fijándome en el rostro desdibujado de su apreciado vecino.


¿Cómo no vamos a parecernos si a todos nos meten lo mismo? ¡Vaya caca! Recrimina a sus entrañas. Eusebio, si es qué nada en tu cara me recuerda a ese guasón que conocía desde hace cuántos, ¿quince o dieciséis años? ¡Qué más da! Se repite Úrsula mientras pasea la vista por sus alrededores. Eso sí, por lo menos estás bien floreado; una corona a cada lado del ataúd, la de la derecha con gladiolos rosas y claveles blancos; recordatorio: tus hijos no te olvidan. ¡Vaya que no! Los he visto en contadas ocasiones, piensa con cara de póker.


A la de la izquierda otra de claveles en tonos rosas, recordatorio: tus nietos no te olvidan. ¡Ah carajo! Si resulta que tenías nietos y yo sin enterarme —a Úrsula le hierve la sangre—. A los pies, dos búcaros elípticos con un altillo metálico; todo muy pulcro. Izquierda, gladiolos rosas y narcisos amarillos. ¡Qué mal gusto! Piensa. Recordatorio: tus vecinos no te olvidan.  No podían ser de otros; seguro que más de uno está brindando tu partida con champagne —tuerce el morro—. El del otro lado, sin embargo, exento de recordatorios se exhibe con tan sólo capullos de rosas blancas. Una gozada para la vista; un descanso para tan macabra estampa rematada por un enorme crucifijo en la cabeza del féretro y dos luces con esbeltos pies de madera a modo de antorchas.


Úrsula sigue con su soliloquio mental yermo de palabras que no de pensamientos, repasando hasta el último detalle. Eusebio, voy a rezarte un poco. Sí, ya sé que no voy a misa ni rezo rosarios. Además, digo palabrotas si me place y peco a diario, ¡rediós! Pero no puede comenzar ninguna oración. No obstante, recuerda anécdotas de Eusebio… Sus pasitos de Geisha para desplazarse. ¡Cómo miraba a las jovencitas de reojo! Las veces que había bajado a recoger alguna pieza de la colada. Era divertidísimo, tenía los trofeos colgados en su tendedero con pinzas… El gayumbo de uno, el sujetador de otra, el paño de cocina de cualquiera, unas bragas de algodón grandotas, cinco o seis calcetines desparejados y los tangas de colorines de Úrsula. Todo un museo. Al final, se le llenan los ojos de lágrimas. Mira, ¡ya no puedo más! Me marcho a brindar por ti con lo que pille, seguro que eso te gusta más que la parafernalia que te han montado, termina por decir antes de dejar la sala.


Ya en casa, Úrsula abre el mueble bar y se amorra a la primera botella que ve sin mirar si es whisky o vodka.


—Va por ti Eusebio —dice a viva voz.

 

Antes, ha encendido el DVD. Eternas del Jazz suena a toda pastilla. El tiempo transcurre y Úrsula desconoce lo que se ha metido en el cuerpo, sigue bailoteando por la casa a ritmo de R&B. Beoda como una cuba y con lagrimones en los ojos.


—¡Coño, Eusebio! ¿Y ahora quién me dirá: «Hasta luego joven»? Eras el único que me decía joven con toda la naturalidad del mundo —sigue barruntando hasta que se queda dormida en el sofá.


Por la mañana, se despierta arropada por una manta, como si un angelote se hubiera preocupado de ella. Mira hacía la mesa del comedor y ve un caliqueño humeante. Sonríe. Se hizo la dormida cuando Eusebio la cubrió y le dijo: «Hasta la vista, joven».


 

©Anna Genovés

Revisado el 4de septiembre de 2022


*Dedicado a un caballero que apreciaba mucho y nos dejó hace tiempo.


*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 



Fanes, haters y seguidores

Cuando decidí convertir mi hobby en trabahobby, un virtuamigo que aprecio y respeto como escritor, me dijo:

–El mundo de las letras está lleno de envidias. Para hacerte de escuchar tienes que pensar como una granjera. Todos los días tendrás que dar de comer a los pollitos. Así, los animalitos estarán contentos y picotearán lo que les pongas. ¡Ah! Y recuerda que todos somos granjeros y pollitos dependiendo desde donde nos miremos; si estamos en nuestro espacio seremos granjeros. Si visitamos el de algún conocido, pollitos a la busca de un buen picoteo.
–Me apuesto los dedos de la mano izquierda a que eres fan de George Orwell —le dije.
–¡Me has pillado! Rebelión en la granja es una de mis novelas preferidas –me contestó.

Ahí quedó el asunto... En realidad no tenía muy claro a qué se refería hasta que estuve en el meollo de la cuestión. Pasaré por alto ese pecado capital llamado envidia. Tal como dijo Borges: «El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: Es envidiable».



La siguiente cuestión: granjeros y pollitos. Es el equivalente a la autopromoción. Para ello el pretendiente ‘a’... deberá pasear asiduamente por aquellos lugares interesantes para su hipotético negocio a la espera de ser correspondido. Mi virtuamigo estaba en lo cierto. Por experiencia puedo deciros que cuando abrí el blog era muy activa en la blogosfera y en las redes; tenía muchas visitas y multitud de comentarios. En la actualidad estoy en una fase más tranquila y mis productos tienen menor salida. Si no estás todos los días de visita..., pues eso: no te visitan. Al final, hasta se olvidan de ti. C’est la vie!

Lo que mi virtuamigo omitió, a propósito o inconscientemente, fue que en el mundo virtual existen por lo menos tres grupos de personas: fanes, haters y seguidores. Las primeras siempre te dirán que todo lo que haces es estupendo, sea bueno o malo. Las segundas, bajo el mismo modus operandi, te dirán lo opuesto. Las terceras, simplemente te seguirán, y, por lo general, serán sinceras. Si lo que muestras es notable te darán el like. Si no has estado fino, te harán una crítica constructiva respetuosa.

La etimología de los grupos mencionados está clara. Para que veáis algunos ejemplos, incluyo las reseñas de una de mis novelas...

Fan: fan (en plural: fanes), simpatizante, aficionado, admirador o fanático. Persona que siente gusto y entusiasmo por algo. El término se utiliza en particular en el deporte y el arte, para referirse a admiradores de una persona, grupo, equipo u obra. Los fanes de algo o alguien constituyen el fandom de la persona o cosa que se admira. A veces demuestran su afición siendo miembros de un club de fanes, creando fanzines y promoviendo lo que les interesa.


Fan… Viniking ha puntuado los cinco libros que tengo publicados con 5 estrellas: entiendo que debe ser un/una fan.

Haters: personas que muestran sistemáticamente actitudes negativas u hostiles ante cualquier asunto. La palabra hater es un sustantivo inglés que se traduce como 'odiador', o 'persona  que odia' o 'que aborrece' algo o a alguien. También se puede traducir como 'envidioso', 'odioso' o 'aborrecedor'.


Hater… Este anónimo con 1 estrella, que encabeza la reseña del libro como 'malísimo' es un hater. No por lo mencionado, sino porque la conclusión que agrega. Falta de ortografía, incluida: «Por cierto comentar que todos los libros gratis que me he bajado de kindlelton son del mismo estilo, ninguno ‘a sido’ ni siquiera mediocre». 

Seguirdor/a: 1) persona que sigue o persigue a otra. 2) Persona que es partidaria de otra y que sigue su desarrollo o evolución.


Seguidor… Creo que las 4 estrellas de este lector/a, por lo que comenta, podría tratarse de un nuevo seguidor.

Los tres grupos, fanes, haters y seguidores, tienen un sinfín de matices: pueden ser ocasionales, habituales, pasivos, activos... y un largo etcétera. Entre seguidor y fan existe una delgada línea que, en ocasiones, se cruza y viene a significar lo mismo; además, tanto seguidores como fanes, por lo general, son guais. Sin embargo, los haters son unos puñeteros envidiosos que viven bajo tierra como los vampiros. Por eso suelen actuar detrás de un anónimo; solo que ellos no desean chuparnos la sangre, quieren chuparnos las ilusiones: ni agua. A los haters, en el caso de la literatura, por ejemplo, les dará igual que una obra esté escrita por Borges, Orwell o un 'sin nombre' como yo. Para ellos todo lo que lean será ‘malísimo’. Seguramente porque son incapaces de escribir una sola línea.

Es curioso que mi deseo de obviar la 'envidia' se haya truncado... Así que, con permiso del maestro, añadiré: «La envidia es algo innato en la condición humana. Nazcas donde nazcas».

P.D. Versión corta publicada en el diario El Cotidiano

©Anna Genovés
03/09/2016

Fuentes
Wikipedia
Diccionario de la RAE
La red

Imágenes
Amazon
La red


 




Un affaire de carretera


 

Vehículos y carreteras

cafés y pica piedras

el mundo es un pañuelo

buscas lo que encuentras

 


Magdalena está preparada para ir a pasar unos días con su madre. Hace unos meses que se ha quedado sin trabajo y tiene la moral por los suelos. A la postre, ha descubierto que su esposo se la pega con otras... Lleva años sospechándolo. Hogaño, con tiempo libre, se ha cerciorado. No es la primera vez que descubre manchas de carmín en su ropa. Cuando le preguntaba, Jesús, siempre le contestaba lo mismo: «Cariño he ido a ver nuestra pequeña —una veinteañera emancipada—, ya sabes que es muy besucona…». Con las horas de asueto hace sus cábalas. En la perfumería, le dicen el color exacto del labial. Así que, ni corta ni perezosa, se marcha a casa de su hija y, ¡zas! La niña nunca ha utilizado el tono rojo coral de Astor.


Siempre ha pensado que los humanos, como el resto de mamíferos, son bisexuales y polígamos. Sin embargo, las mujeres —por lo general— son las que llevan la cornamenta. Las de su género, saben aguantar el temporal y los sudores de la entrepierna. Los machos no, piensa. Con este panorama, sólo le falta descubrir si su partenaire tiene una pilingui o se va de putas. Está a punto de contratar a un detective. Pero, en el último instante, se arrepiente.


Dos semanas más tarde, ha cambiado de idea. Así que, llama por teléfono a su amiga Dolores a ver qué le parece su nuevo plan.


—Mira, lo he decidido. Desde que el comebolas me dio botica, estoy feliz y a gusto con mis protuberancias –se toca la cabeza para ver si las astas son demasiado exageradas. Le entra la risa tonta—. ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Me encanta el Prozac! Qué Jesús haga lo que le dé la gana. Una, se va con mamá. 


—¡Muy buena idea, querida amiga! Ve a pasar unos días con tu mami; te sentarán bien —insinúa Dolores a través del auricular.


—No Dolores. No me voy para unos días; me voy para unos meses… Tal vez, vuelva cuando haga calor.


—Y me dejas sola. ¡Qué mala eres!


—¡Estoy harta de mi marido! Qué se quede de Rodríguez todo el invierno. Ya se acordará de mí cuando haga frío… —sentencia Magdalena.


Camino de Almagro —donde vive su progenitora—, Magdalena canturrea. Está escuchando a Camarón. Se engancha en una estrofa y le sale la risa floja. Seguido, necesita orinar. ¡Mierda, qué me meo! Hasta dentro de cincuenta kilómetros no hay un área de servicio. ¿Qué hago? Tengo que parar por narices —parlotea consigo misma con es gracejo inmenso de las manchegas; todas ellas Dulcineas del Toboso—. Minutos más tarde, aparca en el arcén y se pone en cuclillas entre unos matojos. El potorro al aire y el rostro extasiado cuando sale el chorro. La mismísima Santa Teresa en uno de sus trances. ¡Piii!!! ¡Piii!!! Un ensordecedor claxon, hace que mire hacia la carretera. Justo, pasa un tráiler. Desde la ventana, el copiloto le vocea:


—¡Quién fuera hierba para acariciar tus bajos! ¡Wapa!


—¡Ay Dios! ¡Ay Dios! —repite (persignándose en la frente, en la boca y en el pecho) con el culo al aire y subiéndose los pantalones como puede.


El camión se esfuma en el horizonte. Magdalena vuelve a su Ford, roja como una fresa madura.


—¡La madre que lo parió! —sermonea—. Si llega unos segundos antes, me corta la meada.


Al decir estas palabras, se percata de algo inusual: está húmeda. La lívido por los aires...


—¡Madre mía! Me he puesto como una moto. Si me ve la ginecóloga me dice que, de óvulos lubricantes, nada de nada. Jejejeee… ¡Estoy hecha una jabata! —se alaba.


Emprende la marcha, más feliz que unas castañuelas. Enciende el DVD y cambia de artista. Toca algo más sexy; unos R&B de su hija. La música hace que la carretera se le antoje diferente. Se apea en el Área de servicio para llenar el depósito. Baja, carga el tanque con gasolina sin plomo y vuelve a subir. Cuando pasa por la zona de vehículos pesados, ve el camión del mulato que le ha piropeado.


«Y si paro y veo como está de cerca. Pero, ¿dónde vas Alfonso XII? Si tienes más años que Matusalén». Se dice a sí misma, mientras repasa sus labios en el retrovisor. No puede evitarlo. Para el motor del vehículo y va la cafetería. Está vacía. Entra con su melena negra, cantoneándose. Sara Montiel en plena madurez. En la barra, el oscurito con otro bizcochito, de la edad de su vástaga.


—¡Joder! Si los dos están de rechupete. Unos ciervos para mojar —murmura por lo bajini.


Se acerca a la barra y le dice a la camarera:


—Ponme lo que estén tomando los chicos. Pago la ronda.


Media hora después, entra en una habitación del Motel con el cuarterón de uno noventa. Se siente como la Bassinger en Una mujer difícil o, quizá, la Dunaway En los brazos de la mujer madura. Recapacitado el asunto, resuelve que si los hombres se lo pueden montar con jovencitas; las mujeres se pueden calzar a polluelos. En la suite sin estrellas, se desviste a lo leona. Poniéndose a cuatro patas sobre la cama. ¡Gr…!!! Gruñe con sus zarpas de gel. El camionero, se quita la ropa despacio… Cuando termina el bailecito sexi, la exuberante felina, es una gatita que quiere huir.


—¡Qué pasa! ¿No te gusto? —le pregunta el joven; ciclado como una tableta de chocolate puro.


—No hijo, no. ¿Cómo no me vas a gustar? Eres una estatua de ébano.


—¿Qué? ¿Qué?


—Nada, nada… Que estás muy bien dotado. Demasiado. No estaba preparada para esto.


El chico no le hace caso, la tumba; le abre las piernas con sus musculados brazos. Ronronea por su pubis y le desabrocha el body de encaje negro, que tanto estiliza su figura, con la boca. Juguetea con todo lo que atisba su lengua, larga y dúctil. Magdalena tiene un orgasmo. Tal cual, se la carga el torso, la apoya contra la pared y la penetra hasta la garganta. Ella gime de placer. Chilla como una endemoniada. Un segundo orgasmo hace que su cuerpo experimente una ola de sacudidas perpetuas. En uno de los brutales movimientos, se percata que, el acompañante —rubio y con ojos almendrados—, está sentado. Desnudo, masturbándose.


—Oye, que tu compañero ha entrado —le suelta al negraco.


—Tranquila —contesta el Apolo tostado que la mantiene en el Nirvana.


Su fantasía la lleva a otro film del que no recuerda el nombre. Sólo sabe que la chica se convierte en un sándwich. Uno por delante y otro por detrás. Se relame, pensándolo… El rubiales se acerca. Magdalena está convencida, que, en breve, se convertirá en un bocadillo. De repente, alucina. El nibelungo arremete al mandinga. Forman un trenecito. La pared, ella, el mestizo y el caucásico.


El affaire de Magdalena es un regalo del cielo. Pese a tener familia y muchos amigos, tal vez, demasiados. Es la imagen perfecta de la soledad.


 

©Anna Genovés

Revisado el dieciséis de agosto de 2022

Imagen tomada de la red

 

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*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

 








1280 almas de Jim Thompson




Idioma original: español
Título original: Pop. 1280
Año de publicación: 1964
Traducción: Antonio Prometeo Moya
Valoración: muy recomendable
Dibujos: Jordi Bernet
Portada: Xis 


Sinopsis
El título de 1280 almas alude al número de habitantes de la pequeña población de Pottsville; una localidad ficticia de USA donde se acercan las elecciones y el sheriff Nick Corey duda de su reelección. En primera instancia, Corey aparece como un hombre apático y simple. Sin embargo, a medida que se desarrolla la trama: descubres que no tiene escrúpulos. Es un ser ambicioso y corrupto que no duda en asesinar a quien se tercie si con ello obtiene su fin. En el marco familiar es donde muestra su cara más aterradora. La novela presenta un protagonista/narrador que no se inmuta lo más mínimo por sus actos, sino que llega a pensar que tiene que limpiar Pottsville de la escoria que la habita.


Reseña
Considerada como una de las mejores obras del autor, es una novela dura, cuyo realismo muestra su rostro más cruento. Nadie mejor que JT para retratar el lumpen social adentrándose en la psicología de sus personajes; de sus porqués más íntimos. 1280 almas demuestra que el sueño americano, como el de cualquier hijo de vecino, por lo general, es una pesadilla.

El sheriff Corey, para más inri, vive con su esposa y su cuñado, un discapacitado psíquico del que se mofa y al que utiliza, en el Palacio de Justicia. Su esposa, mujer feocia, desagradable y manipuladora, lo llevó al altar empleando artimañas deshonestas. Obviamente, le viene al pelo. Es como decir: «Quien a hierro mata, a hierro muere». Algo que no le importa demasiado porque alardea de superávit sexual. Se considera un macho con el arma preparada en cualquier situación; orgulloso de gustar a las mujeres.



No puedo hablar en profundidad de JT porque no conozco su obra en demasía. Pero el trato que nos da a las féminas en 1280 almas denota; que no nos aprecia mucho. Quizás esta forma de retratarnos esté relacionada con su etapa de vendedor a puerta fría; las amas de casa podemos ser verdaderas arpías con ellos. No es una novela femenina, pero tampoco, es que yo, escriba ficción para mujeres. No me han asustado sus salidas de tono. Más bien he analizado aquellas partes en las que reflexiona sobre la vida y el comportamiento humano...

…“—Encantado de conocerle, George —asentí—, y puede seguir llamándome Nick.
—Gracias, Nick —tomó otro trago de whisky—. Bueno, eso es lo que iba a preguntarle, Nick, algo que me preocupa mucho. ¿Puede disculparnos el hecho de que no podamos hacer otra cosa?
—Bueno —dije—, ¿disculpa usted a un poste por encajar en un hoyo? Es posible que haya una madriguera de conejos en el hoyo y que el poste los aplaste. Pero, ¿es culpa del poste el que entre en un agujero hecho para que encaje?
—No es un ejemplo muy exacto, Nick. Usted habla de objetos inanimados.
—¿Usted cree? —dije—. ¿No somos todos relativamente inanimados, George? ¿De cuanta libertad disponemos? Se nos controla por todas partes, nuestra estructura física, nuestra estructura mental, nuestro pasado; se nos moldea a todos en su sentido concreto, se nos determina para desempeñar cierto papel en la vida y, George, lo mejor es jugarlo, llenar el agujero o como mierda quiera usted decirlo, porque si no se derrumbarán los cielos y se nos caerán encima. Lo mejor es hacer lo que hacemos, porque si no, ocurrirá que nos lo harán a nosotros.
—¿Quiere decir usted que es cuestión de matar o ser muertos? —Barnes sacudió la cabeza—. Detesto pensar en eso, Nick.
—Puede que no me refiera a eso —dije—. Puede que no esté seguro De lo que quiero decir. Creo que me refiero principalmente a que no puede haber infierno personal, porque no hay pecados individuales. Todos son colectivos, George, todos compartimos los de los demás y los demás comparten los nuestros. O quizá, George, quiera decir que yo soy el Salvador, el Cristo en la Cruz que ha bajado a Pottsville porque Dios sabe que aquí me necesitan, y que voy por el mundo haciendo buenas obras para que la gente sepa que no tiene nada que temer, porque si se preocupan por el infierno no tendrán necesidad de buscarlo, Santo Dios, esto parece sensato, ¿no, George? Quiero decir que el deber no corre totalmente a cargo del individuo que lo acepta, tampoco la responsabilidad. Quiero decir que, bueno, George, ¿qué es peor? ¿El tipo que hace saltar una cerradura o el que llama al timbre? George echó atrás la cabeza y se echó a reír.
—¡Es asombroso, Nick! ¡Para morirse de risa¡ —Bueno, no es del todo original —dije—. Como dice el poema, no se puede culpar al cántaro de la torcedura que causó el desliz de la mano del alfarero. Así que dígame quien es peor, si el que jode la cerradura o el que llama al timbre, y yo le diré qué quedó torcido y quien hizo la torcedura.
—Pero... ¿y si es la misma persona quien hace ambas cosas?
—No es probable —dije—. Como tipo que tiene que asistir a muchas fiestas de órgano, y que me cuelguen si no me parece vivir en un paraíso de mentiras de vez en cuando, puedo decir que esos pequeños quehaceres se encuentran generalmente repartidos. Pero si no fuera éste el caso, George, entonces hemos establecido otro campo de obligaciones y responsabilidades. Porque el tipo tiene que comer para forzar la cerradura, ¿no? ¿Y de donde sale la comida? ”...



XXIII
…“Me enderecé y me dirigí a la casa. Pero nada más dar el primer paso tropecé con una raíz y me di tal porrazo que quedé sin aliento. Durante un par de minutos me falto aire para quejarme, y cuando finalmente me las apañé para ponerme en pie no podía ir muy rápido. Así que tardé tal vez unos cinco minutos largos en llegar a la casa y en encontrar una ventana desde donde ver y oír. 
Pues señor, la cosa resultó muy graciosa, graciosísima, terriblemente graciosa. Porque lo que llamó mi atención no fue lo que sin duda habrás supuesto ya. Ni Rose asustada y aturdida, preguntándose qué coño habría salido mal. Ni Lennie y Myra sonrientes, rencorosos y divertidos. Ni nada que hubiera en la habitación, sino la nada precisamente. El vacío. La ausencia de objetos. Yo había estado en aquella casa cientos de veces, cientos de veces en aquella casa y en otras cien como ella. Pero aquélla fue la primera vez que vi lo que eran todas en realidad. Ni hogares, ni habitaciones humanas, ni nada. Sólo paredes de pino que encerraban el vacío. Sin cuadros, sin libros, sin nada que pudiera mirarse o sobre lo que reflexionar. Solo el vacío que me estaba calando en aquel lugar. De pronto dejó de existir en aquel punto concreto y se aposentó en todas partes, en todos los lugares como aquel. Y, súbitamente, el vacío se lleno de sonidos y volúmenes, de todos los sucesos implacables que los individuos habían conjurado en el vacío. Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles a comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se está mucho mejor muerto. Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lagrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío. Me estremecí y pensé en lo maravilloso que había sido nuestro Creador al crear algo tan repugnante y nauseabundo, tanto que cuando se comparaba con un asesinato éste resultaba mucho mejor. Sí, verdaderamente había sido una obra magna la suya, magnífica y misericordiosa.  ”...


Desde mi humilde punto de vista, El sheriff Nick Corey recoge un fragmento, bueno o malo, de cada alma que vive en Pottsville; de ahí su facultad camaleónica y su ambivalencia entre el bien y el mal en una sola persona: él mismo. No podemos pasar por alto que Pottsville es una localidad en la que nunca sucede nada, a menos que estudies con atención a sus habitantes: extremadamente xenófobos. Una inyección opiácea brutal que te incita a seguir leyendo: engancha.


©Anna Genovés

16/04/2016
Imágenes tomadas de la red

«Hay treinta y dos formas de escribir una historia y yo las he usado todas, pero sólo hay una trama: las cosas no son lo que parecen».

Jim Thompson



 


La señorita Merche

 

 

Merche olía a jabón

a flores recién cortadas

a deseo entre las piernas

a ternura deseada

 

 

Hacía tanto calor que no cantaban ni las chicharras. La sucursal estaba vacía y yo aburrido como una ostra. De repente, abrió la puerta y entró; una aparición celeste con pasos distinguidos de dama. Sus tacones repicaron en mis oídos.

 

―Buenos días joven. Quiero ingresar doscientos euros en mi libreta de ahorros ―dijo (con su voz modulada) haciendo hincapié en la dicción de las palabras agudas y esdrújulas.

 

Leí: «Mercedes Luján Ródenas». No me había equivocado. ¿Cómo iba a hacerlo? Su cabello taheño y su rostro de porcelana. Me puse como un flan. Era incapaz de contestar. La boca me temblaba y un ligero rubor enardeció mis mejillas.

 

***

 

Luces de colores se fundieron en mi cabeza y ahí estaba yo brincando frente a la Academia Levantinos donde íbamos los niños de casa bien descarriados...

 

― ¡Juanito! ¡Juanito! ―gritaron desde una de las ventanas―. Date prisa que ya viene.

 

―Ya voy. ¡No me pierdo su entrada! ―contesté mientras salía como un rayo entre los vehículos aparcados.

 

Y, ¡zas! Empapelé la luna frontal del Seiscientos que pasaba. El mundo cambió de color. Pasé de las tonalidades fuertes a la negrura más absoluta. Después, a los pasteles de las acuarelas de Sorolla.

 

―Ya vuelve en sí ―escuché que decían.

 

― ¿Y cómo ha vuelto? ―era la voz de mi madre.

 

Risas y lloros entre sábanas blancas de algodón almidonado y monjas con caras circunspectas que desconocían la sonrisa. Desde entonces, todas las mañanas desperté en esa nebulosa azucarada de ensoñaciones hermosas. Al final, descubrí que ese fluido que manchaba la cama podía surgir en cualquier momento.

 

Mis amigos miraban los calendarios con la foto de Nadiuska. Yo imaginaba siempre a Mercedes. Sus tacones de aguja, su cabello recogido con moño italiano, su insinuante Cruzado Mágico bajo las camisas de popelín recién planchadas y sus faldas de tubo ―con abertura trasera― resaltado el sensual balanceo de su pelvis.

 

Cuando llegaba al colegio, los maestros carraspeaban y el cura escondía las manos en los bolsillos de la sotana para calmar su rosario. Cada cual hacía sus cábalas: «¿Será una pervertida con cara de ángel o una ingenua con maneras de Femme Fatale?» Obviamente, era la única que te dejaba entrar en clase, aunque llevaras los pantalones unos centímetros por encima del suelo. Sonreía y te guiñaba un ojo mientras decía: «Mis queridos salvajes, ¡crecéis demasiado rápido!».

 

***

 

― ¿Le pasa algo? ―escuché de pronto.

 

―Nada, Señorita Merche ―contesté atribulado.

 

―Anda, ¡si eres mi Juanito! ¿Por qué no me lo has dicho antes?

 

Me había reconocido pese a que habían pasado más de tres décadas. Me sentí el hombre más afortunado de la Tierra. Entonces, recordé ese lapsus de vida que se repetía en mis sueños una y otra vez cuando me trasladaban al hospital resguardado entre sus brazos. Era ella. La señorita Merche: la profesora de Ciencias Naturales.

 


©Anna Genovés

Revisado el 3 de agosto de 2022

 


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*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

 


La señorita Merche

by on 20:20:00
  La señorita Merche     Merche olía a jabón a flores recién cortadas a deseo entre las piernas a ternura deseada     Hacía tanto calor que ...

 

 

Mujeres maduras con hombres jóvenes

 

El hecho de tener una invitación de boda, incluye, a día de hoy, toda una serie de quebraderos de cabeza. ¿Qué me pongo, cómo me maquillo, qué regalo…? Al margen de estas vicisitudes, tradicionalmente, pensamos con un hombre de mayor edad que la mujer. Sin embargo, en las sociedades actuales, están normalizándose otros tipos de relaciones: matrimonios de homosexuales (gais o lesbianas), diferentes etnias, distintas religiones, y, ¿por qué no? Mujeres maduras con hombres jóvenes o viceversa.

El otro día, una amiga me comentó que había ido a una boda católica en la que la novia tenía 39a y el novio 24a. Pensé que los moldes se estaban rompiendo. Empero, mi amiga demonizó la unión: “¿Cómo un chico tan joven puede casarse con una cuarentona pudiendo ir con jovenzuelas? Está claro que es una cougar [1] –afirmó ridiculizando a la esposada—. Comprendí, que en la mayoría de ocasiones, somos las mujeres quienes fomentamos un hábito machista porque a la inversa, lo vemos normal, pues siempre ha sucedido.

Todo tipo de relación puede o no fracasar, al margen del sexo, edad y demás variables. Sólo hay que encontrar a tu media naranja. Hablamos de personas, no de géneros. Alguien afín a tus gustos y deseos.

Sexualmente, un hombre llega a su plenitud, en torno a los 30 años; mientras que una mujer tiene mayores fantasías sexuales entre los 27 y los 45. Respecto a la maternidad, puede existir el problema de infertilidad femenina. No obstante, podría darse esta circunstancia en los hombres. Todos sabemos, que la fecundidad en la hembra, desciende a la par que corre su reloj biológico: a los 20 años tiene un 25% de posibilidades de quedarse embarazada. A los 30 el 15%. Y a los 40, el 5%. No obstante, no todos los humanos desean ser padres. Y, si se quieren hijos, hay otros métodos: FIV o adopciones.

 

Como paradigma de este tipo de uniones, tenemos a la pareja Furness/Jackman. Hugh Jackman tiene 52a y Deborra-Lee Furness 65a. Llevan juntos desde 1996 y tienen dos hijos adoptivos. Para acallar las malas lenguas, precisaremos que HJ aporta mayor capital económico, y, encima, es uno de los hombres más deseados del globo terráqueo. Pero hay o habido otros casos entre las celebrities: Shakira/Piqué, Jennifer López/Casper Smart o un largo etcétera... ¿Entonces, por qué no entre los ciudadanos de a pie?

 

Estudios de la psicoanalista Margarita Solé, afirman que las parejas en las que él es más joven que ella, pueden ser tan sanas y equilibradas como a la inversa. Según el Instituto Nacional de Estadística, la proporción de matrimonios en el que la esposa es mayor que el hombre, ha pasado del 7,8% en 1976 al 16,4% en el 2010.

 

Clara Cortina, profesora del departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, comenta que, a partir de las segundas parejas, se dan mayor diferencia de edad, a favor de hombres o de mujeres. Las primeras parejas suelen unirse en el barrio o en la universidad. Mientras que las restantes, cuajan en el ámbito laboral o a través de grupos de amigos.

 

En la actualidad, las rupturas matrimoniales en España son muy elevadas. Antes, el divorcio no existía y el casamiento era para toda la vida. En 1990, se contabilizaron 59.538 desavenencias maritales. Mientras, que en 2011 se produjeron 117.179. Datos que no incluyen otros tipos de uniones. Las separaciones fomentan idilios de corta o larga duración. La persona se siente desvalida y la falta de cariño le hace ser más sensible, ante la posibilidad de un nuevo enamoramiento.

 

Pero se nos olvida algo… A lo largo de la historia, han existido uniones o deseos entre mujeres mayores que los hombres. Descartando la endogamia o los complejos de Edipo/Electra, la mitología griega lo recoge en la historia de Freda. La Antigua Roma, aceptaba estos matrimonios. Otros ejemplos…  Catalina la Grande con Alexander Zuboc (40 años más joven que ella). Los amantes de las escritoras Anaïs Nin o Sidonie Gabrielle Colette’s. Y un largo etcétera…

 

La atracción sensual o el amor, no conoce edad, género, color de piel o ideologías dispares.

 

©Anna Genovés

24/10/2014

Revisada el 1 de enero de 2021

Todos los derechos reservados a su autora

 

[1] Cougar es una expresión del argot inglés para definir a las mujeres que buscan una pareja bastante más joven. En el uso normal lingüístico significa "puma". Se establece un paralelismo con el mundo animal, es decir, con la caza de hombres más jóvenes (polos) por parte de estas mujeres (camisas).

 


 


Asylum

 

 

Cuando era joven,

casi una niña,

mi vida quedo truncada

y dejó de ser vida.

 

Era bonita e ingenua;

una flor recién nacida,

y los pétalos se truncaron

apareciendo estrías.

 

La sangre corría por mi cuerpo

mi corazón gemía.

 

Cuando era joven,

casi una niña,

mi vida quedó truncada

y dejó de ser vida.

 

 

 

Nos conocimos en un guateque. Éramos las reprimidas que no bailaban ni bebían: chicas del comediscos. Tú, la guapa. Yo, la fea. Los chavales huían de mí. A ti, te perseguían. Tan iguales por dentro y tan distintas por fuera. Nos hicimos amigas mediante un pacto a la vieja usanza: aguijoneamos los dedos y cruzamos nuestros hematíes. Fuimos hermanas de sangre hasta que me abandonaste por un chico. Entonces, dejé de hablarte, de mirarte, de reír tus gracias… Un día me arrojé a las vías del tren con un papelito en la mano que decía: «Tú tienes la culpa». 48 horas después, mi fotografía yacía sobre un féretro rodeado de pétalos floridos. Mi madre, de negro riguroso, no quería que oliera mal. Sin embargo, mis restos amputados se descomponían a marchas forzadas.

 

 

En el sepelio, mi ataúd se deslizaba con una camilla hidráulica entre los hermosos mausoleos de color ceniciento como tu rostro, hasta el nicho. Tu cuerpo tiritaba cuando lucieron los adobes que lo emparedaron. Te encerraste en casa. Dejaste de comer, de hablar, de soñar, de reír… no te apetecía nada. Por desgracia, tu familia conocía al director del psiquiátrico. Nadie te acompañó a las sesiones: acabaste sola. Agrietado el corazón que mutilaba tu alma. Cada vez que traspasabas la verja del sanatorio, los gritos de los confinados irrumpían en tus oídos: acufenos permanentes. Los enfermos andaban sueltos; hombres y mujeres deformes con caras enajenadas. No te gustaba ese lugar repleto de sufrimiento donde los muros sangraban.

 

 

Te metieron en una sala con azulejos blancos como la muerte; estabas muy asustada. Tenías una pesadilla recurrente: «Bajabas corriendo las escaleras de un garaje sin retorno. Yo te perseguía. Te atrapaba. Arrancaba tu carótida de un bocado; mi cara llena de gusanos. Mi sonrisa desdentada». Saliste de esos sacrílegos pensamientos, cuando entró el Dr. Mortem para conocerte y pautar la botica milagrosa que te devolvería la vida. Pero pasó el tiempo y no mejoraste. Atiborrada de barbitúricos, te convertiste en un muerto viviente. El psiquiatra decidió aplicarte terapia de electroshock. Tu cabeza estaba llena de babosas que se acoplaban a tu cráneo y succionaban tus pensamientos. Por último, te colocaron una esponja en la boca para que no sufrieras. La sacudida hizo que te retorcieras como en un mal ataque de epilepsia. No chillaste. Sin embargo, tus ojos se quedaron en blanco; parecías la niña del exorcista.

 

 

Cuatro meses después, te internaron en el sanatorio. Llevabas una bata blanca manchada de papilla. Te cortaron el cabello al uno, y lo poco que te quedada, lo arrancabas de cuajo a estirones. Unas ojeras profundas incrustadas en tus entrañas ensombrecieron tus facciones. Te vi desde arriba e imploré que me acompañaras; las cuencas vacías de mis ojos buscaban alguna lágrima perdida. Esta mañana, has aparecido ahorcada del techo de la sala común. La lengua fuera, los labios amoratados y el cuerpo rígido. Me he acercado a ti para consolarte: «Amiga, siempre estaremos juntas».

 

 

©Anna Genovés

Propiedad intelectual: 09/2013/2345

Rectificado el 28 de julio de 2022

 

* Dedicada a mi amiga Amparo Juárez (fallecida el 28 de abril de 1975 en accidente de tráfico)


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*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

 


Asylum

by on 17:17:00
  Asylum     Cuando era joven, casi una niña, mi vida quedo truncada y dejó de ser vida.   Era bonita e ingenua; una flor ...