La oreja en el suelo de James Hadley Chase

Biografía del autor

James Hadley Chase es uno de los seudónimos utilizados por el escritor inglés René Babrazon Raymond. Nació en Londres el 24 de diciembre de 1906. Falleció en Corseaux el 06 de febrero de 1985. Otros seudónimos: James L. Docherty, Ambrose Grant, y Raymond Marshall.

JHC era hijo de un coronel de la Armada Británica, cursó sus estudios en la King's School, en Rochester, Kent y más tarde en Calcuta. Dejó el hogar paterno a los 18 años y trabajó como librero, vendedor de enciclopedias y empresario literario antes de comenzar su carrera como escritor. En 1933 se casó con Sylvia Ray, con quien tuvo un hijo.


Durante la Segunda Guerra Mundial fue piloto de la Royal Air Force y editó el periódico de la RAF junto con David Langdon. Escribió principalmente novela negra; un prolífero autor que publicó casi un centenar de novelas.


Título: La oreja en el suelo
Título original: An Ear  tothe ground
Autor: James Hadley Chase
Primera edición: 1968
Editorial: Emecé
Traducción: Daniel Landes
Valoración: Muy recomendable

Sinopsis

Una banda de ladrones especializados en el robo de joyas llega a la costa de Florida con la intención de sustraer las alhajas de los multimillonarios que viven en la ciudad de Paradise City. Ignoran que se verán envueltos en la historia de un crimen pasional repleto de amargura, maldad, odio y celos, alrededor de una gargantilla de valor incalculable que posee la hija del magnate Sol Cohen: El collar Esmaldi.

Argumento y reseña

La oreja en el suelo parte de dos historias...

Por un lado, narra las artimañitas de una banda de ladrones de guante blanco cuya especialidad es el robo de joyas. En este caso, de los multimillonarios afincados en la ciudad ficticia Paradise City de Florida; todas ellas guardadas en las inexpugnables cajas de caudales Raysons Safe Corporation. Tan fiables como las bancarias porque cada una tiene dos resortes conectados directamente con la policía en caso de no ser desactivados. Los lugares de los mismos se eligen al azar para cada cliente. Solo el dueño, el instalador y el director de la empresa saben donde se encuentran. Del mismo modo, consta de distintos haces luminosos que saltan si no se desactivan al entrar en la habitación donde se encuentra la caja fuerte.

La banda está compuesta por cuatro miembros: el Sr. y la Sra. Shelley –nombre falso que utiliza dicha pareja sin parentesco alguno—. Henry Shelley, rozando la senectud, tiene la apariencia de un aristócrata de Kentucky con las piernas de cigüeña; un estafador nato que contacta con las personas adecuadas para llevar a cabo los robos. Martha Shelley, una oronda mujer de inteligencia superior: el cerebro de la operación. JHC es un fetichista de las mujeres obesas jefas de las bandas delictivas. Gilda, sobrina de la anterior; joven, hermosa, descocada y contorsionista: el cebo perfecto. Johnny Robins, atractivo, flemático y un pelín violento: experto en abrir cajas fuertes.


…“El Coronel Henry Shelley tenía aspecto de aristócrata de Kentucky, viejo y refinado, poseedor de muchas hectáreas y muchos caballos de carrera, que se pasan la vida en los hipódromos o sentados en sus porches coloniales mirando cómo trabajan sus fieles negritos. Era alto y esbelto con un montón de pelo blanco, un poco largo, bigote blanco y descuidado, piel de pergamino amarillo, ojos grises hundidos y astutos y nariz larga y aguileña. Llevaba traje blanco liviano, corbatín y camisa de encaje. Sus pantalones, ajustados, terminaban en blandas botas mejicanas. Mirándolo, Abe tuvo que sonreír de pura admiración: la actuación era impecable, sin defectos. Frente a él parecía estar un hombre culto y rico: un anciano refinado, mundano, bondadoso, que cualquier hogar distinguido tendría orgullo en recibir. 
El Coronel Henry Shelley —claro que no era ese su verdadero nombre— era uno de los estafadores más distinguidos y astutos del mundo. Quince de sus sesenta y ocho años los había pasado entre rejas. Ganó una fortuna y la perdió. La lista de sus víctimas equivalía a la Guía Social. Shelley era un artista, pero no era previsor. El dinero se le escurría como agua entre los dedos viejos y aristocráticos. 
—Tengo el tipo que andas buscando, Henry —le decía Abe—. Tardé en encontrarlo, y no fue fácil. Si no te satisface, la cosa se complica. No puedo conseguirte nadie mejor. 
Henry Shelley sacudió la ceniza de su cigarro en el cenicero de Abe. 
—Ya sabes lo que queremos, Abe. Si dices que está bien, supongo que será cierto. Dime algo de él. 
Abe suspiró.”…

La otra historia cuenta la vida de Harry Lewis: encargado de una de las tiendas del magnate Sol Cohen. Harry es un hombre atractivo de físico similar al de Gregory Peck que enamora a la hija del jefazo: Lisa Cohen; una dama poco seductora y con una nariz prominente. Sin apenas darse cuenta, Harry, se ve envuelto en las redes de esta joven caprichosa que lo atrapa como la mismísima viuda negra. Al poco tiempo, se desposan. Meses después, Harry descubre que Lisa es poco menos que ninfómana; se convierte en un hombre estrangulado entre su esposa y su nueva posición laboral: gerente de ventas de unas parcelas familiares, donde solo trabaja la secretaria. Lisa tiene un accidente hípico y queda paralítica; entonces se convierte en una mujer insoportable. Harry, también por casualidad, encuentra una amiguita de quien se enamora perdidamente.

Pese a ello, Harry nunca se divorciará de Lisa por su dinero y porque se apiada de esa dama infeliz pese tener todo el oro del mundo. Entre sus joyas se encuentra El collar Esmaldi. Una pieza única engarzada en oro blanco y diamantes que servirá para enlazar las dos historias de manera tan perfecta como las gemas del collar.

La prosa ágil, la descripción minuciosa, la adjetivación, los diálogos bien construidos y la originalidad inicial de La oreja en el suelo con es un plus que JHC utiliza para esconder ese periodismo de telón que tanto le agrada, te engancha desde la primera página. Es él mismo, un escritor saturado de éxito que se retira a una ciudad de famosos para retroalimentarse con historias nuevas, quien inicia la aventura. Allí conoce al verdadero narrador: Al Barney. Un ex nadador convertido en alcohólico que conoce a todo tipo de truhanes del mismo modo que sabe al dedillo la vida de los acaudalados. Por tanto hay un doble juego entre narradores en primera y tercera persona, como las matrioskas; uno cubre al otro.

Al Barney, que solo aparece en determinadas ocasiones para pedir otra jarra de cerveza y proseguir el relato, tiene un toque grotesco que te hace pensar en esos atletas de élite que acaban en la miseria una vez dejan el deporte. No pude evitar recordar el relato The Swimmer de John Cheever –publicado por primera vez en el The New Yorker en 1964—. Cuya temática, si bien poco tiene que ver con la presente, la recuerda en el hecho de contar las vidas de los millonarios. En el caso de JC al nadar de piscina en piscina. En el de JHC al sortear las joyas de unos y otros. Desde mi parecer, el título alude a los Pieles Rojas que ponían la oreja en el suelo para escuchar todo lo que sucedía y saber dónde estaba el enemigo. En La oreja en el suelo Al Barney escucha tanto como ellos.


…“Miró su reloj. Eran más de las ocho. Decidió ir al restaurante Saigón. No había almorzado, pero seguía sin sentir hambre. Era para hablar con Tania. Tenía que hablar con ella. 
Mientras se levantaba comprendió que podía verla abiertamente.
Nada de escaparse de noche. Nadie que lo vigilara. Dentro de unos días, legalizado el testamento, se libraría de los sirvientes, vendería la casa y buscaría algo más pequeño donde pudiera hacer vida de soltero. 
Cuando atravesaba el vestíbulo, apareció To—To. 
—Ceno afuera —Harry dijo con sequedad y bajó al garaje sin mirarlo. 
Dong Tho lo recibió con una gran reverencia y una expresión grave en su cara amarilla. Lo llevó a través del ruidoso restaurante hasta el cuarto privado. No dijo nada de Lisa, pero su conducta, sus reverencias, eran una forma de expresar pena y simpatía. 
—Quiero sopa y nada más —dijo Harry, sentándose a la mesa—. ¿Tania está aquí? 
—Se la enviaré, Mr. Lewis. 
Harry encendió un cigarrillo y miró sin ver por la ventana, sintiéndose cada vez más nervioso. 
Un camarero le trajo la sopa. Harry adivinó que Tania esperaría a que terminase de comer antes de venir al cuarto. Cuando acabó la sopa empujó el tazón a un lado y descansó, observando a los turistas en el muelle. 
La puerta se abrió y entró Tania. Llevaba una túnica blanca sobre pantalones negros. No se había maquillado y tenía ojeras oscuras. Cuando cerró la puerta no se movió. Se miraron y ella vino a sentarse frente a él. 
—Lo oí por la radio —dijo con suavidad—. Quería telefonearte, pero pensé que era mejor que no. Es una cosa terrible. Harry. 
Él asintió sin hablar.”…

La oreja en el suelo carece de violencia explícita. Algunos detalles de cómo sucede el asesinato y del trasfondo de diversas muertes, junto con la actuación policial en el último cuarto de la novela, la envuelven en ese halo de puro noir donde los personajes secundarios adquieren una solidez espontánea por momentos.

Por cierto, en la portada que he elegido aparece una joven hermosa con revólver; imagino que para atraer la curiosidad de los lectores amantes de las femme fatales. Puedo aseguraros que no existe ninguna mujer con arma de fuego en toda la novela, pero sí una TSR con distintas hembras. Curiosidad: "De los grande maestros del suspenso". Pese a no ser un error ortotipográfico, es una acepción de la palabra 'suspense', puede parecerlo.

Desde mi humilde opinión JHC es uno de los maestros dialoguistas de la novela negra y de misterio. Los diálogos son la parte más compleja de las historias porque para montarlos, el autor, debe acomodarse en las personalidades de los diferentes personajes que ha creado; de lo contrario pueden no ser creíbles. De igual modo, los diálogos invitan a seguir leyendo: son como una puerta abierta que te habla con distintas voces.




¿Melena o rasurado...?

He salido a realizar unas compras de última hora, y en el bar Tomás –regentado actualmente por asiáticos y reconvertido en nido de chavalería fumeta; lo cual no está nada mal: sangre fresca—. He escuchado una frase entre las Lolitas con el Moby-Dick rulando y las birras sobre la mesa, que me ha llamado la atención.

La jovencilla del cabello al uno y los piercing por todos los agujeros de su rostro, le decía a la tatuada: «Lo tíos rapados no molan». He estado a punto de decirle: «Criatura, ¿no te mola Fredrik LJungberg o Jason Statham? ¿Quizás Taye Diggs o de Wentworth Miller?».


Este comentario es permisible cuando se trata de jerga entre jóvenes. En adultos, sobra. Cada vez es más frecuente que los hombres se queden sin cabello a una edad temprana. Las mujeres les seguimos de cerca. Teníamos que tener superada la alopecia, y, en vez de tomarnos Propecia, masajearnos con Minoxidil o ponernos extensiones, dejad que la naturaleza siguiera su curso. Pero a todos nos puede la vanidad.

Las causas de la calvicie son variadas. Excluyendo las que contienen un factor patológico: ingesta medicamentosa, quimio… Los motivos son dispares. Por ejemplo la provocan  tanto la falta de vitaminas (sobre todo las del grupo B o K) como el exceso de las mismas (principalmente del grupo A) o la mala alimentación; el superávit de testosterona, se ha señalado como otra de las raíces que la inducen. Del otro lado, los orígenes pueden fundamentarse en los cambios hormonales acentuados: andro o menopausia y postparto, entre otros. Pero también la genética puede ser una pieza clave en este cambio fisiológico del humano o quizás simplemente el estrés puro y duro produzca un deterioro anticipado de los folículos pilosos. Porque, nos guste o no, el estado anímico de la persona es siempre un factor a tener en cuenta.


Reseñaremos que, la pérdida de cabello craneal, no significa que suceda lo mismo en otras partes corporales. Los varones que sufren alopecia o incluso calvicie total, en ocasiones, poseen abundante vello corpóreo. Por etnias, por lo general, en la blanca prolifera la alopecia de manera más notoria; aunque haberlos, haylos en todas. Los registros históricos reflejan que nuestros ancestros eran más velludos. Quizás actualmente estemos asumiendo algo normal entre humanos, solo que, ahora, cuando existe uno indicio de alopecia, uno se rapa la cabeza y se acabó el problema.

Hace años, no sucedía lo mismo, muchos hombres con alopecia utilizaban peluquines, peinado a modo de ensaimada o incluso se pintaban las claras. Ante estos cambios sociales, no he podido evitar preguntarme: ¿sucederá lo mismo con las mujeres? Quiero decir: ¿al menor síntoma de calvicie nos afeitaremos la cabeza como los varones o seguiremos utilizando trucos para mantener nuestra melena? Llongueras dice que el cabello es el último adorno del hombre. No obstante, si caminamos hacia la igualdad de géneros, que las mujeres nos rasuráramos el cráneo no tendría que suponer ningún cisma traumático. De momento, es algo que está por ver. En la pantalla grande ya lo ha hecho diversas actrices y no les sienta nada mal.


Sea como fuere, parece que la raza humana apunte a un futuro en el que los cráneos  e incluso el cuerpo, estará libre de vello. En 2012 el diario sensacionalista británico The Sun publicó un artículo científico titulado Cerebros más pequeños, más arrugas y menos dientes (…no se preocupen muchachos estosucederá dentro de 1.000 años). En el que incluyen este monstruoso retrato robot. En realidad desconozco hacia dónde evolucionaremos, pero creo que al epígrafe le faltan algunos ceros. Por lo demás, si las predicciones no fallan, seremos muy diferentes a la actualidad. Entre otras cosas más que asombrosas, parece que los humanos carecerán de vello. Al ver el dibujo he pensado: «Pero, ¡qué guapos somos con o sin pelo! ¡Madre mía! De crionizarnos nada de nada. A ver si después de vagar dentro de una cápsula de hibernación por los siglos de los siglos..., nos despertamos y nos da un patatús».



Bromas aparte, entre varones este problema está desapareciendo: existen muchos famosos pelones que triunfan como el Avecrem. Espero que dentro de poco suceda lo mismo con las damas. No es que desee quedarme alopécica, pero a veces, estas fases son inevitables. Aceptar la calvicie es una forma de solidarizarse con las personas que la sufren.


©Anna Genovés
14/02/2016

Sinéad O'Connor - Nothing Compares To You (Subtitulado Español)







James Ellroy: la mente retorcida de un esteta de las letras

Rasgos generales y fundamentales de James Ellroy

El escritor James Ellroy, cuyo verdadero nombre es Lee Earle Ellroy, nació el 4 de marzo de 1948 en Los Ángeles. Está considerado uno de los mejores autores de novela negra contemporánea.
Un hombre modelado a fuerza de golpes pues tuvo niñez marcada por tres hechos que lo han señalado de por vida:

1.         El divorcio de sus padres.
2.         La violación y asesinato de su madre; un caso sin resolver.
3.         La lectura de The Badge de Jack Webb –libro que incluye los archivos del Departamento de Policía de Los Ángeles— que le regaló su padre.

El estilo del prosista es telegráfico pues omite palabras que habitualmente son imprescindibles para otros autores; hecho que implica la formación de frases duras, cortantes y ambiguas.
Por otro lado, es un enamorado de la repetición de palabras con esa paranomasia rítmica que seduce al lector.

Se le considera la progresión directa de la novela policiaca que iniciaron Dashiell Hammett y Raymond Chandler y forma parte de la última hornada de escritores de novela negra norteamericana junto a James B. Sallis, Walter Mosley, Elmore Leonard, James Crumley y Ed McBain.


Obras

Brown's Requiem, 1981
Clandestine, 1982
Killer on the road Road (El asesino de la carretera), originalmente publicada como Silent Terror, 1986




Every of my books is written from the viewpoint of cops, with the exception of my book Killer of the road, which is written from the viewpoint of the serial killer.

Todos mis libros están escritos desde el punto de vista de los policías, con la excepción de mi libro Killer of the road, que está escrito desde el punto de vista del asesino en serie.




Trilogía de Lloyd Hopkins
Blood on the Moon, 1984
Because the Night, 1984
Suicide Hill, 1985
L.A. Noir
The Black Dahlia, 1987
The Big Nowhere, 1988
L.A. Confidential, 1990
White Jazz, 1992
American Tabloid, 1995
The Cold Six Thousand, 2001
Blood's a Rover, 2009
Perfidia, 2014
This Storm


Novelas cortas

Dick Contino's Blues, nº 46 de la revista Granta, 1994, no publicada en español.
Hollywood Nocturnes, 1994
Crime Wave, 1999
Destination: Morgue! 2004
Loco por Donna, 2005
Shakedown, 2012, no publicada en español.


Autobiografías

My Dark Places, 1996
The Hilliker Curse: My Pursuit of Women, 2010
Aunque se le conoce, sobre todo, por la adaptación cinematográfica de L.A. Confidential, varias de sus novelas se han llevado a la pantalla grande. No es el caso de Killer on the road, que tan solo tiene un corto en el que el autor interviene de manera simbólica y que podéis visionar al final de esta entrada.




Killer on the road: Sinopsis y reseña

La lectura de Killer on the road no me ha dejado indiferente. Máxime después de estudiar diversos apuntes sobre sus vivencias y esa aureola, digamos, extraña, que le rodea.

La sinopsis de Killer on the road Road se puede resumir en pocas palabras: asesino en serie cuyos homicidios se esparcen por varios condados de USA y cuya evolución avanza de los robos en domicilios hasta los asesinatos más cruentos; pertrechados desde su rulot o como el mismo la llama: su ‘muertemóvil’.

Killer on the road está escrita en primera persona. Es el propio asesino, Martin Plunkett, quien narra los sucesos de manera realista y abrupta; un hacha que sesga la vida de quien se le antoja sin ápice de remordimiento ya que asesina por placer. Un esquizofrénico que sigue a rajatabla las palabras balbucientes de sus compañeros de carretera: Sombra Sigilosa y Lucretia. Héroe y partenaire de sus cómics preferidos.

Así pues, Killer on the road Road, es la autobiografía de un asesino en serie que narra con pelos y señales sus atroces homicidios mientras cumple condena en la mítica prisión de Sing Sing.

Como en toda historia de causa/efecto, el fuste que sustenta las acciones de Martin Plunkett killer está oculto en su pasado y tiene el peso suficiente como para que el lector tenga piedad de ese espíritu torturado por una infancia adversa que incluye el suicidio materno. Nunca debemos permitirnos ese lujo porque él nunca tendrá piedad de nosotros.

Llegado este punto, es imprescindible mencionar el paralelismo evidente entre la vida de Martin Plunkett y la de James Ellroy. Quizá hablamos de un As en la manga del propio autor… O quizá, en parte, es la confesión de su propia historia. ¿Quién sabe? Es difícil que un escritor no hable de sus vivencias deliberada o involuntariamente. Otra coincidencia… Martin Plunkett también nació en Los Ángeles unos años después que el literato.




Cuando empecé a leer Killer on the road me parecía imposible que fuera el mismo autor de L.A. Confidential quien la había escrito. El estilo de la primera es tan impuro como detallista la segunda.
Killer on the road se adentra en la mente de un asesino psicópata hasta el punto de arrastrarte por los recovecos más oscuros de su enfermiza voluntad; Martin Plunkett es un homosexual egocéntrico, escondido en su propio armario, y dotado de una mente perversa y privilegiada que se desnuda ante el público desde la penumbra de la celda de Sing Sing en la que cumple su condena íntegra: cuatro cadenas perpetúas consecutivas.

Otro dato interesante de la novela es el encuentro del protagonista con Charles Manson, al que literalmente humilla delante del resto de presos. Y es que, al verlo físicamente tan endeble, no termina de creerse que fuera el gurú de la secta satánica que llevo a cabo el espeluznante homicidio de Sharon Tate. Con anterioridad, a Martin Plunkett le atrajo este criminal al coincidir con una prostituta, sectaria del mismo, que inconscientemente le llevó al edificio rosa: carne de cultivo para sus primeros delitos; un bloque de apartamentos donde ejercían el oficio más antiguo del mundo un surtido zoológico de profesionales del sexo.

A lo largo del libro, la empatía del lector/protagonista repele por el mero hecho de estar relatada sin escrúpulos. De igual modo, a medida que releía sus páginas comprendí que eso es lo que pretendía el James Ellroy. Killer on the road es una obra relatada al estilo de aquellas autobiografías toscas que los reos componían durante su encarcelamiento y entregaban a los sacerdotes que los visitaban o a los compañeros que salían excarcelados. Estos, en la mayoría de los casos, eran los beneficiarios de dichos breviarios al encuadernarlos y venderlos a personas morbosas ávidas de conocer, de primera mano, los brutales homicidios cometidos por los condenados: mayormente analfabetos.

Hablamos, por tanto, de lo que actualmente conocemos como género carcelario. Práctica que comenzó en el XVIII o mucho antes… Ejemplo notorio del mismo, rebajado por algunos prosistas de renombre, a lo largo de los siglos, a la categoría de seudoliteratura por la reiteración de frases y la zafiedad de la escritura, fue empleado por el escritor Daniel Dafoe en varias de sus novelas; entre ellas Robinson Crusoe. Este autor aprovechó las historias que le habían contado sus compañeros, una vez indultado de sus delitos por malversación de fondos y etcétera…, para crear personajes ficticios.




Pese a que la acción de la novela se centra en las películas mentales que Martin Plunkett nos revela, por el camino nos habla de algunos compañeros parejos: el Asesino del Tarot, el Descuartizador de Richmond, el Pistolero de Pittsburg, el Estrangulador de Hillside, el Homicida del Hudson y el Matarife de Madison. Todos tienen un hueco en esta aventura sangrienta aunque sea de pasada. Excepto el Matarife de Madison; sargento Ross de la policía de Wisconsin con quien Martin Plunkett mantiene un fugaz idilio.

El catecismo de este atroz criminal se reduce a la frase: “Stay clean” –mantente limpio.

James Ellroy es un escritor con una gran formación y una inteligencia extrema cuya posición le deja rienda suelta para cualquier licencia que se tome. Humildemente pienso que juega con nosotros. ¡Qué suerte!

Quizá, Killer on the road, no sea su obra culmen, pero algo especial significará para el autor cuando en el corto que podéis ver a continuación, está presente.

Libro recomendado, sobre todo, para los lectores acostumbrados a las buenas formas.


©Anna Genovés (31 de octubre de 2021)

 





Halloween en Motherland



En el plató 13 de la ciudad cinematográfica de Vancouver se está grabando un capítulo de la afamada serie sobrenatural Motherland. Las actrices principales: Raelle, Anacostia, Scylla, Abigail, entre otras… Uniformadas de brujitas soldado, tienen ganas de acabar. Halloween está al caer y aún no tienen preparada ninguna fiesta.

Horas más tarde, al finalizar el rodaje, el estudio se inunda de un gorgoteo divertido que envuelve el ambiente. Las actrices, que entre ellas se llamaban con los nombres de los personajes del serial, ríen y hacen planes. De repente, Anacostia dice a su grupito—:

–Ya lo tengo claro.

–¿El qué? –pregunta Raelle.

–Los disfraces.

–Cuenta, cuenta… –dice Scylla mientras Abigail agudizaba su sexto sentido.

–Nos disfrazaremos de nosotras mismas e iremos a alguna fiesta en la que no estemos invitadas a ver qué pasa. ¿Qué os parece?

–Es una idea magnífica –contesta Scylla y, pensativa, prosigue—. ¡Uyuyuy! Fijaos… ¿Y si vamos a una fiesta de personajes con los que estemos enemistadas?

–Sería total –dice Raelle—. Es una excusa buenísima para acabar con alguno de esos demonios que veneran al oscuro. Por ejemplo.

La cara de las actrices se constriñe –cada una haciendo sus cábalas con los brazos cruzados—pensando a quién engañar para después… fulminar. El representar a brujas defensoras de la Humanidad, las ha hecho creer poseedoras de algunos de los extraordinarios dotes de los que gozan en la pequeña pantalla.

–No os lo toméis a guasa –dice Anacostia que ha leído la mente de sus—. Muchas asociaciones querrían vernos bajo tierra. Hay que saber elegir y, si hay guerra, que sea por una buena causa. Llamemos a Tally, que hoy tiene libre, para que se una a nosotras. Le haríamos un gran favor si acabáramos con los demontres que trituraron a su familia…

Sería total –sentencia Raelle antes de coger el móvil y llamarla por Skype.

 

***

 

Tres días después, se visten con el uniforme de gala de Fort Salem y cogen un jet privado hacia New York.  Tal y como han convenido, se presentan en la puerta de la fiesta más cool de la city. El portero les pide las invitaciones—:

–Me ensañáis las invitaciones, por favor.

–Disculpa –dice Raelle que lleva la voz cantante—. ¿De qué hablas? ¿Qué no sabes quiénes somos?

–Claro que lo sé, guapita. Sois las brujitas de la popular serie Motherland de Prime Vídeo.

–Entonces… ¿Imagino que no necesitamos credenciales?

–Pues estás equivocada. Esto no es una fiesta de actores que en la TV salen de brujos o de otros tantos freaks sobrenaturales. Esto es una celebración seria donde los disfraces son la verdadera personalidad de los asociados.

Abigail se falca en el suelo con las piernas ligeramente abiertas y le planta cara—:

–Uno: no nos vaciles. Dos: no te burles de nosotras… –antes de que siga hablando, el portero la corta y dice—:

Y... ¿Tres?

Déjanos pasar.

–A ver. Me caéis bien –contesta el vigilante—. Por eso os advierto. ¡Largaos!

–Lo tienes claro –corean.

–Puedes decir lo que te dé la gana, me has cabreado –de improviso, Abigail, extiende los brazos a la vez que emite un latigazo sonoro muy felino y lo deja inconsciente sobre el pavimento.



 

***

 

La antesala de la mansión es decimonónica y lúgubre. Los espejos están cubiertos con velos negros y los cuadros tienen crisoles y exvotos formando medias lunas como si fueran de altares. El resto de mobiliario aparece engalanado con velones oscuros.

Un sobresalto irrumpe en sus cuerpos cuando el portón de la entrada se cierra de golpe.

–Me encanta la decoración.

–Anacostia eres más tenebrosa que el señor de los infiernos –insinúa Abigail.

–¿No me diréis que no mola? –pregunta ella.

–Si no fuera porque mi sexto sentido me muestra imágenes de crímenes abominables, te diría que el escenario es perfecto para Halloween –sugiere Raelle—. ¿No lo notáis?

–Yo no noto nada –contesta Abigail con cara de póker—. ¿Qué tal si buscamos de dónde viene la música?

Scylla ¿y a ti qué te sucede? –pregunta Tally.

–Perdonad. Estoy rara.

De improviso, la bella actriz, comienza a chillar y su cuerpo sufre convulsiones diversas que la elevan hasta el techo y la dejan caer varias veces. Parece una muñeca de trapo maltratada. En una ocasión, sus miembros están a punto de descuajarse como si estuviera sobre un potro de la Santa Inquisición para descuartizarla. En otra, su organismo parece deshuesado y se dobla como si un diablo la hubiera poseído y jugara con ella. Su cabeza se gira y sus ojos, se abren. Convertida en niña del exorcista, habla con voz agónica y les dice el camino a seguir...

–Seguid recto hasta la puerta del fondo y me conoceréis –su brazo se alarga como un gusano interminable y sus uñas ennegrecidas y afiladas, rasgan el ornamento de madera hasta llegar al pomo y abrirlo.

Un ruido de ultratumba, chirriante e insoportable, deja al descubierto un camino fosco y semioculto por la niebla. Scylla, en su posesión infernal, las precede en el aire con sus uñas de lanza sangrante y su cuerpo girado.

Raelle lanza un conjuro para salvar a su amiga—:

 –Por la fuerza que el aquelarre que Fort Salem me ha dado, te ordeno que bajes –pero ella se ríe y su hermosura se deforma: en un segundo, miles de rostros de las cloacas del inframundo, aparecen y desaparecen buscando el adecuado.

–Y yo te digo, aprendiza de hechicera, que te hemos avisado en la puerta. Este no es vuestro Halloween –habla el semblante cornudo de macho cabrío que ha surgido del otrora virginal rostro de Scylla.

Sigámosla –dice Tally. Ya tendremos tiempo de deshacer el hechizo que la atrapada.

El camino, cada vez más oscuro y tenebroso, se llena de una bruma espesa y amenazante. Las amigas lo siguen en fila de a uno cogidas de la mano. Unos sonidos agudos y extraños, como si rezaran el rosario de una misa negra, las llevan hasta una explanada en la que están presentes los personajes de los cuadros del pasillo. Cada uno ataviado con los ropajes de la época en las que fueron pintados. Algunos llevan harapos. Otros, trajes renacentistas. Al fondo, un altar con el cuerpo de una Scylla durmiente como la bella del cuento.

Entre ellas, utilizan la telepatía para comunicarse. «¿Qué es esto?» «¿Quiénes son?» «¿Por qué está Scylla sobre una mesa de…?» «Sí. Acertaste.» Contesta uno de los comensales que ha leídos sus mentes. «Estáis en un ritual de sacrificios. Nosotros os hemos llamado porque sabíamos que, ciertamente, poseéis cualidades sobrenaturales y queremos probar vuestra sangre y vuestra carne para permanecer más tiempo incorruptos.»




Raelle se acerca a uno de los pilares y, del mismo, sale la silueta desdibujada de un demonio putrefacto que la acaricia. Pega un salto hacia atrás y la figura desaparece. «Apelemos a la magia ancestral». Les dice a sus compañeras mentalmente. Las brujitas se concentran y hacen un círculo; sus cánticos inundan el habitáculo mágico. Pero, de repente, sus gargantas se tornan ácidas y sus voces se apagan. Gritan mudas retorciéndose de dolor en la sombra que las devora lentamente.

–Aquí no sirven vuestros sortilegios. El señor oculto nos ampara –dice uno de los malditos.

La oscuridad se cierne sobre sus mentes. Las actrices cierran los ojos y se dejan engullir por unas hilaturas negras y pegajosas que las enrolla en un capullo gangrenado.

 

***

 

Horas más tarde, el banquete ha terminado y los demonios salen a la calle con sus ropas y fisonomía, al aire. En la casa maldita, cinco de los cuadros han cambiado de personajes; en cada uno de ellos aparece una actriz de Motherland. Las velas expiran. Y, en ese instante, la magia negra hace aparición y los demonios caníbales se transforman en las actrices. Mientras que los óleos vuelven a sustentar a los personajes antiguos.

El grupeto de falsas actrices camina a sus anchas por la barrios de la ciudad hasta que una pareja de zombis –que las ha reconocido— las para…

Raelle me puedo hacer un selfi contigo –dice uno de los muertos vivientes—. Mis amigos van a flipar.

–¡Claro! –dice la replicada bruja soldado.

Cuando se acerca el fan, abre sus fauces y unos dientes puntiagudos y mugrientos asoman babeantes. La boca se agranda y de su interior surge la fealdad personificada de un cráneo demoniaco que lo traga. Acabado el ágape, unos regueros sanguinolentos se deslizan hasta la barbilla del monstruo.

El otro zombi se ha quedado cataléptico. La adulterada Raelle le pregunta—:

–¿Tú también quieres un selfi o prefieres un autógrafo para hacer negocio en TikTok?

No. No. Yo no quiero nada y no he visto nada –la chica sale corriendo, pero el brazo alargado y de mano afilada con cuchillas como el mítico Freddy Krueger de Pesadilla en Elm Street, la retiene y le rasga la máscara. Unos pequeños arañazos hacen que sus pómulos se ensucien de hematíes. El demonio alarga su lengua punzante y lame su cara.

–Me lo creo, preciosa –le dice—. Tienes suerte de que esté saciado, hoy no te comeré. Pero estaré cerca de ti siempre para que guardes nuestro secreto. ¡Ah! Y, voy a darte un consejo: Cuidado con los disfraces y los disfrazados.

El quinteto demoniaco ríe macabro.

 

@Anna Genovés

Sábado, treinta y uno de octubre de 2021

 

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Halloween en Motherland

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El fruto prohibido - James Hadley Chase


Título original: You find him - I'll fix him
Editorial: RBA
Género: Novela negra
Traductor: Ramón de España
Páginas: 256 páginas
Publicación: 1956
Valoración: Muy recomendable


Sinopsis

Ed Dawson lleva una apacible vida en Roma como corresponsal de un periódico neoyorquino propiedad de Sherwin Chalmers, un multimillonario apasionado por el trabajo y las mujeres hermosas. La vida del periodista se complica cuando tiene que ejercer de niñera de, Helen: la hija del magnate; una estudiante de arquitectura que va a trasladarse a la capital italiana. Esta nueva ocupación no es excesivamente compleja hasta que aparece el cadáver de una joven. Dawson se ve envuelto en una turbia historia que lo arrastra al mundo de la mafia como sospechoso principal de un hipotético asesinato. 




Reseña

Pese a que el título en español pueda inducir al lector a que tiene entre manos un libro con base erótica explícita, El fruto prohibido es una novela negra de los pies a la cabeza; de las que actualmente se escriben pocas. Desde el inicio, los textos se transforman en una gran sala de cine. Sobre todo, por el magnífico retrato psicológico de sus personajes. Las descripciones son tan minuciosas que te hacen sentir como un intérprete más de esa historia sin altos ni bajos hasta que irrumpe un cisma enloquecedor.

La trama se desarrolla en un tórrido verano romano que introduce un clima de pura insinuación. Helen se presenta como una jovencita retraída y poco atractiva que el periodista olvida por completo. Sin embargo, cuando la ve en una fiesta, transformada de lleno, el asunto cambia por completo. Pese a que sale ileso de las múltiples sugerencias de Helen, al final cae en sus redes...

Se quedó mirándome. La invitación que podía leerse en sus ojos me aceleró el corazón. Se inclinó hacia mí, entreabriendo sus labios carnosos y rojos. Antes de saber lo que estaba haciendo, ya la tenía en mis brazos y la estaba besando.”...

Esto es todo lo que sucede en esa relación vedada. –De aquí que RBA deseara tentar al público con la traducción del título original que vendría a significar: Lo encuentro, y lo arreglaré. El fruto prohibido es una comparativa provocativa y metafórica de la manzana pecaminosa que mordió Adán incitado por Eva—. No obstante, la pareja hace planes para residir en una villa marítima del país. Cuando el obnubilado periodista llega al palacete, en vez de encontrar a Helen esperándolo, descubre su cadáver despeñado por un acantilado;  en lo que puede ser un accidente fortuito, un suicidio o, quizá, un homicidio. El miedo bicéfalo e irracional de Dawson a parecer un asesino y, a la vez, de haber pecado, hacen que huya e intente eliminar todas las pruebas que puedan incriminarle.

Días después, la policía da por cerrado el caso como un desafortunado accidente. No obstante, su jefe le pide que prosiga la investigación; desde su punto de vista puede tratarse de un asesinato –Helen estaba embarazada—. Por su parte, los carabinieri revisan el sumario. Dawson pasa de ser un periodista a ser el detective privado que aparece como sospechoso principal. Para probar su inocencia tendrá que llegar hasta el fondo del asunto.



En poco tiempo, Dawson se verá inculpado por asesinato, encañonado por un revólver, noqueado por un gánster y en medio de un tumultuoso clan dedicado al contrabando de drogas. Fruto prohibido posee una mezcla de suspense contenido y acción puntual escalofriante que mantiene al lector en la mira telescópica de todas y cada una de sus páginas...

Hubo seis segundos de espera; luego la puerta se abrió cautelosamente. Vislumbré el rostro fofo y sin afeitar de Sarti antes de que pudiera cerrar de golpe la puerta.
Carlo estaba listo para este movimiento. Levantó la rodilla y golpeó el panel de la puerta contra Sarti que emitió un pequeño gruñido de temor y de dolor. Quedó sentado en el piso del hall. Carlo entró, me dejó pasar, luego con un puntapié cerró la puerta.
Se adelantó y tomó a Sarti por el cuello. La corbata se ajustó en derredor del grueso cuello de Sarti y su rostro se volvió púrpura. Éste golpeó a Carlo débilmente en la cara; su pequeña mano regordeta hacía la misma impresión a Carlo de lo que haría un martillo de goma en un pedazo de roca.
De pronto Carlo aflojó la corbata y le dio un violento empellón a Sarti. Éste fue retrocediendo a través de una puerta hasta una pequeña habitación. Chocó contra una mesa tendida para comer, y él y la mesa dieron contra el piso.
Yo permanecía a un lado, observando.
Carlo recorrió la habitación, con las manos en los bolsillos del pantalón, silbando despacio.
Sarti estaba sentado frente a los restos de su almuerzo, la cara del color del queso Camembert maduro, los ojos sanguinolentos desorbitados.
Carlo se dirigió a la ventana y se sentó en el antepecho. Sonrió a Sarti.
—Escucha, gordito. Este tipo es amigo mío —me señaló con el pulgar— si alguien va a perseguirlo, seré yo. No te lo advertiré una segunda vez. ¿Has comprendido?
Sarti asintió con la cabeza. Se chupó los labios, trató de decir algo pero no pudo articular palabra.”...

Me agradó tanto que ya he leído El secuestro de Miss. Blandish. Mucho más intensa. En ambas, existen ciertas similitudes; quizá la firma del autor: las mujeres hermosas siempre son problemáticas y el periodismo de telón es un hilo conductor magnífico para desarrollar una novela negra. Desde mi humilde punto de vista, a James Handey le gustaba retratar a las femmes fatales como si fueran caperucitas y a los lobos como si fueran verdaderos Aliens devoradores.

©Anna Genovés
21/05/2016





Vuelve por Navidad

Jorge estaba terminando de poner la mesa con un mantel cobrizo repleto de paquetes de regalo y guirnaldas de muérdago. El belén observaba desde el aparador, el árbol de Navidad junto a la puerta y la cubertería de plata al lado de los platos de porcelana fina. El pavo seguía en el horno y los ibéricos sobre el Silestone. La casa olía a Navidad.

El hombre esperaba a su esposa y su hijita. Desde el traslado empresarial de su partenaire a otra ciudad, el pobre estaba de un Rodríguez perpetuo. Pero era imposible que vivieran juntos porque alguien debía cuidar del hermoso adosado que habían comprado cuando la bonanza económica les permitía todo tipo de caprichos. Además, él tenía un  tallercito de mecánica que no deseaba cerrar.

Se dio un buen baño. Se afeitó –rasurando hasta los pelillos, que todavía no habían salido— con una navaja snowboard. Se perfumó con unas gotas de Bvlgari Extreme pour homme; el único capricho que se permitía para que su Carmen olfatease esa fragancia que tanto le gustaba. Y se puso su mejor traje –un diplomático sobrio con unas finísimas rayas en tono cáscara de huevo— de Easy Wear. En el espejo vislumbró a un hombre pletórico y radiante a la espera de recoger el premio gordo.

Cuando escuchó el timbre de la entrada, brincó como un chiquillo y se apresuró a abrir la puerta. Antes, se miró por última vez asegurando su aspecto:





–¡Olé Jorge! Estás como todos los años: hecho un chaval guapo y fuerte –se dijo a sí mismo con una sonrisa de oreja a oreja.

Fue hacia el portón, precipitado. No obstante, a dos pasos del umbral, aminoró la marcha para no parecer excesivamente efusivo. Su chica era muy seria.

Al abrir la hoja de castaño blindado, le brillaron los ojos. Ahí estaban sus mujeres. Su amada esposa y su perlita. Carmen con un chaquetón de corte diplomático en negro y un echarpe salmón. Carmencita llevaba un abriguito rojo de lo más lindo, como de costumbre.

–¡Hola papito querido! –la criatura se le echó al cuello.

–¡Hola lindura! Siempre tan cariñosa –contestó un emocionado Jorge.

La esposa ladeo la cabeza y besó su mejilla.

–Hola Jorge. Siempre impecable, como a mí me gusta. Es un placer volver a casa. Está como la recordaba –dijo con un halo difuso.

Se sentaron a cenar entre sonrisas y cariños. Las tres personas más felices de la tierra. En mitad de la comilona, la niña sacó la mano antes de tiempo y recibió un cucharazo en el dorso de la palma; se puso a llorar a moco tendido.





–Mujer, no seas tan estricta con nuestra preciosa Carmencita –refunfuñó Jorge.

Carmen lo miró con cara de pocos amigos. Jorge supo que esas palabras estaban de más. Calló.

–Lo hago por ella. No quiero que crezca malcriada. Ya sabemos lo que pasa después... Y por favor, no me contradigas delante de la niña –sentenció  su cónyuge.

–Como quieras, mujer. No te enfades –terminó por decir Jorge con el rostro fruncido.

Por dentro le hervía la sangre. Todas las navidades sucedía lo mismo, empezaban de buen rollo y, a mitad de la cena, se enzarzaban en una disputa que acababa con una mortífera pelea; tirándose los platos, literalmente, a la cabeza. La niñita agazapada en un rincón. Mirando cómo su papi y su mami discutían bastante acalorados hasta llegar a las manos.

Carmen le pegó varias patadas a Jorge. Y éste la abofeteó. Acto seguido, ella se marchó a la habitación y cerró la puerta de golpe. Jorge cogió a Carmencita y la llevó hasta su dormitorio tiernamente. La niña se durmió arropada por un edredón con dibujos de Disney; su rostro de angelito dibujaba una sonrisa. Inmediato, Jorge fue al garaje. Manipuló el automóvil de su esposa y durmió en el sofá.


A la mañana siguiente, más temprano que de costumbre, Carmen salió picando biela. La niña con ella. Algo que Jorge no había previsto.

La carretera bordeaba una montaña lindante con el embravecido Cantábrico. En una curva, el Renault se salió de la calzada y ruló por el acantilado. Carmen intentó abrir la puerta. Sin embargo, tenía diversas heridas abiertas que le impedían moverse; sus piernas estaban aplastadas. A su lado, la niña empotrada en la luna delantera: el cuerpecito inerte, triturado.

–¡Nooo…! –chilló con todas sus fuerzas.

Una explosión feroz convirtió el vehículo en una bola de fuego.
La estricta madre, en un flashback momentáneo antes de cerrar los ojos por última vez, atravesó un túnel de luz fulgurante y blanquecina; se vio horas antes, peleando con Jorge. Sonrió, habían olvidado cerrar las cortinas de los ventanales. Al lado, vivían dos solteronas –bastante chismosas— que no perdieron detalle de la disputa en un tête à tête muy sui géneris…

–Lo ves, el idiota de Jorge está hablando consigo mismo como si estuviera acompañado –le dice la una a la otra.

–No es idiota, hermanita. ¡Está como un cencerro!

–Mira, mira. Ya se levanta. Y se pone hecho un basilisco maldiciendo a la pared.

–Ahora coge un cuchillo jamonero y amenaza al árbol de Navidad como si fuera una persona.

–¡Fíjate! Gira hacia la mesa y pasa la mano por el respaldo de una silla, como si estuviera acariciando a una niña.

–Todas las Nochebuenas hace lo mismo…

–¡Míralo…! Ya se pone el abrigo y la bufanda de cuadros. Agita la mano como si se despidiera de alguien…

–Y así seguirá hasta llegar al cementerio.

–Volverá en una hora, para variar. Después, recobrará su ostracismo y acumulará todos los desperdicios hasta las próximas fiestas.

–Nuestro vecino es un Diógenes muy especial. Una semana antes de Navidad limpia toda la casa y se acicala a la espera…

–Sí. Espera a su esposa y a su hijita, como si el tiempo no hubiera pasado.

–¡Ya te digo! Hace tres décadas que sus Cármenes se marcharon en ese Clio azul que se despeñó por la carretera.

–¡Pobrecillo! La verdad es que me da un poquito de pena.

–A estas alturas, ¡me la pela! Nunca me cayeron bien: ni él ni ellas.

–¡Dios mío, qué viejas somos! Nos hemos convertido en unas urracas que espían a todo el vecindario. Jijijiii…

–Je, je (más risas).




Esa fue la última Navidad de las chismosas oficiales del vecindario. Había nevado más que de costumbre; salieron tras Jorge para cebarse de su esquizofrenia fantasmal, y dos estalactitas del tejado se incrustaron en sus cabezas. El sepelio sería de lo más sencillo; nadie las echaría de menos. Una corona sin nombre, acompañaría los ataúdes. La dedicatoria luctuosa, rezaría: “No es bueno reírse de lo ajeno”. A Jorge no le importó en absoluto toparse con dos nuevos espectros; siguió su camino hasta el cementerio. Sus Cármenes, iban delante.

En la puerta del Campo Santo la hijita preguntó:

–¿Papito, te vienes con nosotras?

Carmen le dio un sopapo en el cogote:

–Te he dicho una y mil veces, que tu papi no te quiere. De lo contrario, ¿cómo iba a dejar que se ensuciara tu vestido nuevo?

El rostro de la hermosa mujer, en carne viva, sonreía macabro. Jorge se despidió de Carmencita…

–Mi querida pequeñina, yo no sabía que tú irías con mamá.

–Si de verdad me quisieras, me acompañarías –susurró Carmencita, afligida, moviendo la cabeza; los tirabuzones rociados de sangre salpicaron el abrigo de Jorge.

La Parca lo miró cizallando los copos de nieve; las órbitas oculares vacías. La túnica azabache deslizándose entre los panteones.

–Todavía no, cielito. Todavía no. Quizás el año próximo… Pero recuerda: Vuelve por Navidad.

El rostro hueco de la pequeña, sonrió. Su cuerpo calcinado se descompuso y cruzó el umbral con barrotes de forja. Jorge las vio desaparecer entre nichos marmóreos y cruces sacras. Regresó a casa renqueando. Al observar su reflejo, lloró de amargura: no conocía al anciano marchito que veía en el espejo.



©Anna Genovés




Vuelve por Navidad

by on 14:14:00
Vuelve por Navidad Jorge estaba terminando de poner la mesa con un mantel cobrizo repleto de paquetes de regalo y guirnaldas de muérdago. El...