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Promoción enero 2024

 


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Amigos, conocidos y seguidores.

 

Para celebrar la llegada de 2024 os dejo este pequeño regalo: descarga GRATUITA de los libros que tengo publicados en Amazon durante 5 días. Desde el miércoles 3 de enero hasta el domingo día 7 de enero de 2024.

 

Seguramente, la mayoría les habéis echado un vistazo. Otros, pasáis. Y estáis en vuestro derecho. Aquí comienza y acaba mi obra literaria. El blog permanecerá vivo.

 

Entre los 9 volúmenes, encontraréis thriller, relatos de distintos géneros, ficción histórica, realismo, ciencia ficción, aventuras y etcétera... La mayoría tienen errores ortotipográficos o están faltos de una buena maquetación o de una portada más agraciada. Nadie me ha ayudado y, esto, es lo que hay. Para mí, es más importante la historia relatada que la presentación‍.️

 

Es obvio que las primeras aventuras tienen más erratas que las últimas. Exceptuando la escrita durante la pandemia.

 

Feliz Año Nuevo para todo el 🌏 Gracias.

 


Listado por orden de publicación

 

1.       Tinta Amarga | mayo 2014. Thriller policiaco 🔫

 

2.       La caja pública | relatos. Octubre 2014. Historias publicadas en este blog. Gratis siempre.

 

3.       El Legado de la Rosa Negra. Enero 2015. Romance en las pirámides

 

4.       Las cicatrices mudas. Agosto 2015. Thriller policiaco 🔫

 

5.       Pasillos nocturnos. Enero 2016. Poemario 🖋

 

6.       Erotika. Octubre 2016. Relatos eróticos 💞

 

7.       SIAH: El Ojo de Dios. Noviembre 2020. Ciencia ficción 👽👾

 

8.       2020 La realidad: de la realidad. Diciembre 2020. Sensaciones durante la pandemia 😥

 

9.       La concubina 111. Febrero 2022. Aventuras en el Lejano Oriente 📜💎

 



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Promoción enero 2024

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Promoción enero 2024   ¡OJO! Descarga gratuita desde el miércoles 3 de enero hasta el domingo 7 de enero    Amigos, conocidos y segu...





Las crónicas de Ileh

 

 

El hombre es mujer

y la mujer es hombre.

 

Lo bello es cruel

y la fealdad es amor.

 

Nada es lo que parece…

Pero, tú y yo, siempre

nos buscaremos.

 

 

 

 

Capítulo 1 – Meneroc, el guerrero

 

Meneroc estaba solo; apostado en una lúgubre esquina a la par del viento gélido que atormentaba su capa y dejaba al descubierto su bello torso. Era un semidiós casi perfecto. Me encaminaba hacia él completamente tapada, nada en mí denotaba sentimientos. Sin embargo, sabía que él me esperaba, ya que, ladeaba su esbelto cuello simulando el ronroneo de mis caderas.

 

Cuando estuve cerca me precipité hacia su boca cual neonato hambriento al pezón que lo amamanta, aferrándome a sus afrutados y voluptuosos labios. Ávida de todos sus secretos, entreabriendo su intimidad y absorbiendo su elixir prohibido. Degustándolo como nunca lo había hecho; así me mantuve en unos minutos eternos de efervescencia, hasta que comprendí que su cuerpo nada podía ofrecerme que provocará mi aliento. De manera que, sin sospecharlo, mi adonis se quedó sin cabeza. De un solo golpe desenfundé mi espada y sesgué su cuello.

 

Inmediato, succioné su efímero museo; sujeté su hermosa cabellera mientras desangraba el cuerpo. Lo hice mil pedazos y relamí el sabor férrico sobre mi filo de acero. Comprendí que no era momento de copular, que ese hombre de mente plana y hechura milimétrica, no podía darme más que un envoltorio fugaz. Revisé sus sensaciones y experimenté sus deseos. Después, abduje su carne y la convertí en mi apariencia.

 

Era mi primera experiencia con humanos y resultó más grato de lo imaginado. Adoptada mi nueva forma, aparté los deshechos y anduve a pecho descubierto por las ruinosas calles del taciturno puerto. Comprendí que mi aspecto no pasaba desapercibido. Los hombres me abrían paso, apartando la mirada con frustración; las mujeres se insinuaban enjugando sus labios y agitando sus pechos.

 

Un instante más tarde, cuando hube inspeccionado la agasajada vida que había tenido ese príncipe de las cloacas de porte gallardo y talento hueco, la mente colmena de mi avispero, me trasmitió el objetivo de mi llegada a la Tierra: debía aniquilar a Salmark. Un espécimen de nuestro linaje exiliado del planeta y que, en la Tierra, se había convertido en hechicera. Como hembra, tal vez, no podría acercarme a su templo. Pero, como varón, tenía más posibilidades, pensé antes de tomar a Menorec.

 

 


Capítulo 2 – Nerut, la afrodita

 

Decidido a contactar con Salmark –únicamente por mi bizarro cuerpo— me encaminé hacia el palacio de la gran pitonisa. El alcázar estaba rodeado por una aureola magnética y perversa que hipnotizaba tanto a los piadosos como a los siniestros. Pero que, en mí, movido por la mente colectiva de mi especie, no tenía ningún efecto.

 

A pocos metros de la entrada principal del palacete de Salmark, avisté algo inusual; apostadas en los laterales del acceso, no había soldados, sino amazonas. Dos a cada lado del pórtico. Ataviadas con una toga escotada que apenas cubría sus muslos y sus pechos. Sonreí con una mueca sesgada. Gracias a mi porte, no tendré que lidiar demasiado con las guerreras; seguro que se doblegan ante mi extraordinario cuerpo, pensé.

 

Nada más lejos de la realidad…

 

–¡Alto! ¿Quién va? –pregunta la voz grave de la adalid de cabello azabache fúlgido al viento.

 

–Soy Meneroc de Orionkulis y vengo a hablar con su señora –ataja el multiformas.

 

–¿Y qué desea de Salmark, la Hechicera?

 

–Ponerme a sus pies para lo que desee vuestra dueña –contesta Meneroc enseñando su hercúleo torso.

 

–Si piensa fascinar a Salmark con su hombría, mejor que se marche, pues ella, apaga su pasión con nosotras –prosigue mirando a sus compañeras.

 

Por unos segundos dispersos, Meneroc se descoloca. Pero, su mente colmena, le revela que solo es un contratiempo: deberá cambiar de cuerpo. No se lo piensa dos veces. Desenvaina la espada y realiza un movimiento elíptico que amputa los golletes de las curtidas mujeres. Disfruta con la sangre grana que cae como una cascada pútrida hasta el suelo. Poco le cuesta devorar, una a una, la esencia de sus cuerpos. Sorbe con apetencia las profundidades de sus blasfemas existencias.

 

En unos minutos, su conversión se materializa. Y, fusionada en un solo ente, nace la mujer más hermosa jamás concebida. Sus voluptuosos labios, de los que todavía resbala un riachuelo de plasma –que limpia con el dorso de su palma y relame con su lengua bífida—, sonríen por el ágape.

 

En una esquina, el cuerpo de Meneroc sucumbe desnutrido e inanimado como si nunca hubiera tenido vida. Junto a él, agrupados en un pira, los despojos de las cuatro amazonas: el torso de la que habló, las piernas de la valquiria, los brazos de la africana y las piernas de la asiática. Adyacentes, las cabezas y los restos sanguinolentos de los órganos internos.

 

El cambiaformas ha fusionado las partes más sublimes de las víctimas para crearse excelsa como ninguna hembra conocida. Toma por nombre Nerut de Orionkulis.

 

De repente, una gutural voz que proviene de la torre serpenteada con basamento en el flanco izquierdo de la ancha puerta, retumba en su sórdida masa encefálica.

 

–¿Quién eres mujer escarlata? ¿Qué has hecho con mis guardias?

 

–Me llamo Nerut de Orionkulis. Soy aquella que salvaguardará tus tesoros de ladrones maliciosos y tu cuerpo de despiadados asesinos. Por eso he lidiado con tus guardianas. Mi fuerza unida a la tuya nos hará indestructibles. Y nuestros cuerpos, unidos, conocerán el placer más absoluto.

 

–Eres osada. ¿No sabes que podría destruirte con tan sólo una mirada?

 

–Sí. Pero si ya no lo has hecho es porque te ha gustado la escena. Ambas disfrutamos con la sangre, las dos reímos con las atrocidades. Dame tu beneplácito y juro por mi honor que te serviré hasta la muerte. He venido desde Orionkulis para protegerte; como tú, soy una exiliada. Tu estela es la muerte y, la mía, el horror –dice ojeando con desprecio los cuerpos desmembrados que la rodean.

 

Nerut muestra su cuerpo desnudo a la lasciva hechicera que, al verlo, se humedece en la penumbra. De inmediato, abre el portón para que entre la afrodita. De improviso, la cabeza de Meneroc emite un sepulcral murmullo. Ella se gira escéptica, desgarra por completo la cabellera y le dice a la hechicera:

 

–Buen cuerpo: fuerte y apuesto para ser humano –abre la boca, expande su apéndice y devora uno de los ojos—. Ahora, mis pupilas adquirirán una tonalidad cobaltina.

 

Seguido, arroja la cabeza hacia la torre. Y, en un golpe preciso, la instala en las manos de Salmark.

 

No te coacciones –le dice a la hechicera—. Sé que devoras humanos y conviertes sus cuerpos, una y otra vez, en tu hechura. Tienes miles de años y millones de rostros con voces infinitas. Hoy, te llaman hechicera igual que antes te bautizaron como lanista.

 

Salmark se deja entrever desde del esquivo torreón; camuflada entre las sombras. Expande su lengua y sorbe el cerebro oscilante del portentoso luchador. Acabado el festín, suelta unas grotescas carcajadas e invita a entrar a la recién llegada.

 

–Entra, amiga. Entra al palacio de los placeres y los horrores.

 

 


 

Capítulo 3 – Salmark, la hechicera

 

Nerut había asimilado todos y cada uno de los capítulos de la historia de la humanidad. Conocía a la perfección las ciudades bíblicas del pecado. Aun así, los primeros minutos en la antesala de la guarida de la hechicera, le impresionan.

 

En el lateral zurdo, unas sombras humanoides se arrastran anexionadas a colas reptiles: rostros de féminas con cuerpos de serpientes. Anda hacia ellas para otearlas de cerca y comprende que la mutación es fruto de los ensayos clínicos. El olor a descomposición y a cuerpos putrefactos, acompañan el atrio de la guarida de Salmark.

 

En el lado opuesto, igual de obsceno: una hilera infinita de hechuras empaladas todavía agonizantes. A sus pies, depredadores extraños; enormes escarabajos de piel humana junto a cerebros palpitantes que caminan a dos patas y devoran la carne muerta que se desgarra de las víctimas. Criaturas espeluznantes fruto de los macabros experimentos de Salmark, piensa sin inmutarse.

 

La oscuridad que reina en lo más profundo de Nerut y de sus análogos, hace que sienta una lejana simpatía hacia ella. Pasado el trecho vestíbulo, el lobby se puebla de seres antropomorfos apareándose por doquier. Posiciones inimaginables entre antropoides infernales salidos de la retorcida mente de la nigromante y sus investigaciones. Admira la dantesca estampa al descubrir que, sin lugar a dudas, Salmark es tan terrorífica como sabia.

 

Nerut fue enviada a la Tierra con el único propósito de aniquilar a Salmark por las aberraciones que había cometido desde que el homo sapiens comenzó a gatear. Sus congéneres la desterraron de Orionkulis, su planeta origen, por rebelarse contra la fusión de su mente a la colmena. La introdujeron en una cápsula uniplaza de orionkulita –un mineral resistente a cualquier impacto: sempiterno y volátil—, creyendo que vagaría por todos los multiversos conocidos hasta el final de los tiempos. Pero, nada más lejos de la realidad. Su fuerza mental eligió la Tierra para llevar a cabo sus aterradores experimentos.

 

Cuando los orionkulianos lo descubrieron, le dieron rienda suelta para ver hasta dónde llegaba. Sin embargo, este cambiaformas de poder exuberante –cuyo verdadero nombre era Phi— había roto todos los esquemas. Debían exterminarla. Y, ahí estaba Nerut dispuesta a sacrificarla, caminado con paso firme y sinuoso, hacia la entrada principal de su alcázar.

 

Las puertas, franqueadas por dos perros gigantes con estiletes férricos a lo largo de la columna y colmillos puntiagudos de acero, se abren emitiendo unos crujientes sonidos. Los paneles son negros y pesados, con repujados apocalípticos. Monstruos alados, hombres y mujeres con cuerpos de bestias. En el centro, Salmark de perfil. Sin cuerpos engullidos. El mismísimo Phi: un grotesco hermafrodita. El panel derecho se abre, llevándose la parte masculina. Mientras que en el izquierdo permanece la femenina.

 

Del interior de la fortaleza surge un destello estelar que ciega la vista de Nerut momentáneamente. De repente, ante sus ojos aparece una estancia acogedora de tonalidades nacaradas; es rectangular y tiene numerosas columnas rematadas por arcos de medio punto y una hermosa bóveda de crucero, preciosa, en el corazón. En los muros, se exhiben lienzos exquisitos. Y, al fondo, un trono pulido desde donde Salmark la observa jugueteando con los tirabuzones blondos de su abundante melena. Sus ojos, rasgados y angelicales –en tonalidad violeta—, enmarcan un óvalo perfecto de pómulos marcados y labios rosas. Es la viva imagen de virgen inmaculada libre de pecado y malevolencia. ¿Cómo un ángel puede ser tan pérfido? Piensa Nerut sin tener en cuenta que, ésa, no es su verdadera fisonomía.

 

–Espero que hayas disfrutado de los horrores de mi antesala. Ya sabes por qué me temen –dice con voz candorosa.

 

–Nunca he dudado de tus proezas –contesta ella.

 

–Pues todavía no has visto mis tesoros.

 

Nerut se acerca para reverenciar a la taumaturga.

 

–Dices que te llamas Nerut.

 

–Eso he dicho.

 

–Mientes.

 

–¿Por qué dudas?

 

–Porque ningún orionkuliano ha tenido, jamás, un nombre que acabe en consonante sonora. Y sé que eres de mí especie.

 

–Te he dicho mi último nombre terrícola; designado a las puertas de tu palacio.

 

–Ése no me sirve. Necesito tu verdadero nombre –sugiere casta.

 

–Te lo diré si tú me dices el tuyo –contesta Nerut como si no lo conociera.

 

–Menuda impertinencia.

 

Inmediato, el suelo se abre y Nerut cae a un foso interminable repleto de despojos humanos. El olor es nauseabundo. Un ruido ensordecedor repica en sus oídos y unas cadenas llenas de vida, surgen de las piedras para ceñirse a sus muñecas y a sus tobillos. Desde arriba, Salmark ridiculiza a su presa. Su voz ya no es inocente sino perversa. Su cabellera y sus ojos se oscurecen. Sus tirabuzones se alisan, sus pupilas son negras e irradian maldad.

 

–Quiero despojarte de tu vehículo y conocer tu aspecto y nombre orionkuliano. ¡Habla o sufrirás como jamás lo hayas hecho! –grita Salmark extendiendo su apéndice bífido hasta rozar la piel de Nerut.

 

–Mi aspecto no importa. Pero, si digo mi nombre poseerás mi mente y la de toda la colmena que te exilió de nuestro planeta.

 

–Por eso quiero saberlo. La tuya la he leído mientras se abría el portón. Necesito la mente conjunta de los orionkulianos para saber lo que habéis descubierto de mí. No logro acceder a ella. ¿La has bloqueado?

 

–No –dice Nerut con voz sumisa.

 

–Sé que vienes a matarme –contesta Salmark con soberbia—. Subestimáis mi poder.

 

Las cadenas asfixian las extremidades de Nerut hasta seccionar su piel; unos cortes abiertos y sangrantes, aparecen en su hechura. Aunque son extremadamente dolorosos porque el apéndice de Salmark está impregnado de ácido, no se queja.

 

–No puedo darte lo que me pides. Yo no me he bloqueado; ha sido la colmena.

 

–¿Por qué debo creerte?

 

–Quizá porque me ha gustado lo que he visto y me rindo a tus pies. Prefiero vivir a tu lado como una princesa, que como un orionkuliano corriente.

 

Dame algo más para que crea tus palabras.

 

De improviso, el torturado cuerpo de Nerut experimenta unas convulsiones atroces. La ingenuidad de Salmark ha revestido por completo y su hermoso rostro se ha convertido en una piedra gélida y mortífera, carente de sentimientos. Únicamente la depravación subyace sobre su piel marmórea.

 

Nerut, en su metamorfosis orionkuliana, quebranta su cuerpo. La carne se descuaja de los huesos. La osamenta se deshace y se reinventa hasta que su conversión finaliza. La escasa piel que la reviste, luce biliosa. La hechura humanoide deja entrever parte de sus de músculos y de su tejido interno; florecen tendones y terminaciones nerviosas. Convertida en una joven despellejada, como si una granada le hubiera reventado cerca. Su aspecto es desagradable y postapocalíptico. Salmark ríe grotesca.

 

–Orionkuliano dime tu nombre.

 

–Mi nombre es Ileh –termina por decir el multiformas.

 

–Ileh mírame –ordena la hechicera.

 

El cambiaformas, obedece. Y el fucilazo de la cabalista se incrusta en su frente para descifrar la pensamiento colectivo de los orionkulianos. Pasados unos minutos, Salmark habla:

 

–Ya conozco todo lo que puedes mostrarme. Todo lo que nuestros congéneres saben de mí. Ahora, confío en ti.  

 

El subsuelo de la plataforma comienza a ascender hasta la estancia del trono. Las cadenas se aflojan. Ileh cae al suelo dando una vuelta completa. Extendido bocabajo, aparece su fisonomía masculina –similar a la de un hombre desollado—. La verdadera hechura de los orionkulianos: alienes hermafroditas con dos rostros en una sola cabeza. Por un lado, de hembra. Por el otro de varón; ambos desgarrados y con lenguas bífidas que al igual que destripan cuerpos, curan heridas.

 

–Ileh restablece tu organismo humano y sígueme. No quiero que nadie conozca nuestra verdadera apariencia.

 

En el dormitorio, la hechicera se muestra como orionkuliano y tras susurrarle su verdadero nombre se funden en un rítmico erotismo. Promiscuos, copulan como heteros y como homosexuales de ambos sexos. Pasadas las horas, están tan desfallecidos que necesitan alimentarse con algunos esclavos terrícolas antes de rendirse a un largo y placentero descanso. Cuando Phi se sumerge en sus brazos, Ileh expande su apéndice y lo asfixia.

 

Phi en mitad de la ahogo susurra…

 

–¿Por qué?

 

–Porque tú serás muy inteligente, pero nosotros, también. Te ha perdido la lujuria. Deberías haber recordado que los orionkulianos podemos camuflar nuestra mente colectiva como si estuviera desconectada. Te dije que me había desligado de mis hermanos, pero era falso. Mientras me entregaba a tus apetencias, he descodificado todo tu saber y has dejado de importarnos.

 

Ileh comprime al máximo su lengua bífida en un preciso y brutal movimiento que termina por sesgar la vida de Phi. Continúo, se levanta y succiona el interior de Salmark, adoptando su forma. Acto seguido, se deshace de los restos humanos y orionkulianos de la alcoba. Se viste con las mejores galas y abandona el aposento.

 

Desde ese momento, él, ella, tiene el poder terrícola en sus manos y los orionkulianos podrán invadir el planeta.

 


©Anna Genovés

Relato Pulp escrito el ocho de marzo de 1995. Publicado por primera vez en este blog años más tarde. Revisado nuevamente en 2023

Asiento Propiedad Intelectual 09/2013/2206

Imagen tomada de #Pinterest


#relatos #scifi #pulp #terror #cuentos #misterio #alienes #erotismo #blog #annagenoves

 


 





La Venus cibernética

 

 

Perfecta, armónica

sin defectos ni virtudes

sin alma que la cobije

ni fe amatoria

 

 

—¡Oh ¡¿Ya tengo qué levantarme? Si acabo de acostarme —dice Venus desperezándose.

 

—Hace once horas que llegaste a casa. Tras inyectarte the synthetic drug que elegiste, caíste en un sueño profundo —contesta una voz estática.

 

—Ya sabes que ayer tuve un congreso de ciber-genética que duró más de cinco horas. Después, no pude eludir la cena de gala y la posterior fiesta; estaban todas las personalidades relevantes del Universo: los ancianos de Marte, los tricéfalos de Mercurio, los labios eternos de Plutón… En fin, todos. Hasta el faraón de la Galaxia más alejada del sistema solar. No podía escabullirme. Por eso estoy tan cansada. Tenías que haberme dejado dormir más tiempo. Sabes que no soy persona si no duermo doce horas de un tirón.

 

—Los siento, Venus. Conozco tus necesidades. Pero han llamado del centro de control Criogenético: hay un problema en el tanque H2030-443J.

 

—Vaya, vaya, vaya… No sé qué sucedió ese año con el nitrógeno líquido utilizado para el sueño eterno. Todos están dando problemas. En fin. ¿Cuánto tiempo tengo?

 

—Un monolicóctero teledirigido vendrá a recogerte en treinta y cinco minutos.

 

—Bien. Pues manos a la obra. Lo primero es quítame esta resaca de LSD3001 químico que introduje en mi organismo para llegar a una complacencia extrema. Por cierto, gracias por tu recomendación. Es buenísimo.

 

—De nada, sólo cumplo con mi trabajo. Como te dije el LSD3301 químico es extraordinario: la mejor droga sintetizada hasta la fecha porque…

 

—Computadora Q3003 no me repitas sus cualidades que ya me las explicaste anoche; sé que he llegado a la fase REM del sueño un segundo después de cerrar los ojos y que mis fantasías han sido tan gozosas como cuando estaba en el útero biónico del laboratorio.

 

—Disculpa, Venus. ¿Qué necesitas?

 

—Te pediría que preparases a alguno de mis clones, pero… esta vez iré yo y necesito la perfección.

 

—Puedo oxigenarte aquí mismo, aunque preferiría que pasaras por el ionizador catódico.

 

—Traslada a mi dormitorio un holograma programado, no tengo ganas de levantarme. Así realizaremos todas las funciones en una sola sesión.

 

La estancia se impregna de una nebulosa con diminutos brillantes que cristalizan en el habitáculo adaptándose a su perímetro. Venus ordena la operación de regeneración celular completa.

 

—Cápsula hiperbárica en función absolute perfection.

 

Un sonido aerostático y sedoso, atraviesa la estancia cibernética en la que Venus se encuentra descansando. Un minuto más tarde, un tubular flexible se acopla a sus voluptuosos labios fresados; el recinto se llena de un líquido acuoso transparente que rehace la totalidad de su organismo.


En un instante onírico, su organismo recubierto adquiere la belleza natural de un cuerpo modelado en el Olimpo de la perfección droide.


Media hora después, un monolicóctero teledirigido desde la central de clones Eternitys, la espera en el dintel del tejado acrílico de su cueva de titanio. Venus entra cual flor recién nacida entre diamantes.


No utilizar a sus clones ha sido un acierto porque cuando llega a la central los trabajadores no imaginan que, en realidad, es la jefa. Piensan que, en su egocentrismo inmaculado, ha creado un nuevo clon y se muestran relajados y sinceros. Ella les sigue el juego y, a los pocos minutos comprende que el error no ha sido de las cápsulas criogénicas, sino de la incompetencia de alguno de los humanos que trabajan para ella. Cuando lo descubre, no se lo piensa dos veces y los ejecuta con los láseres de última generación que expulsan sus índices.


Venus es tan hermosa como letal. El primer droide nacido en un útero biónico con facultades clónicas. Engendrada sin sentimientos ni remordimientos. Los clones humanos resultaron tan infantiles como sus originales y por eso la crearon a ella.


Nada de… Amando, dando y perdonando –que, además tiene demasiados gerundios—. El que la hace, la paga. Se dice a sí misma cuando aplica su ley.


 

© Anna Genovés

Revisado el tres de octubre de 2023

Imagen tomada de la red

 

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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La Venus cibernética

by on 17:17:00
La Venus cibernética     Perfecta, armónica sin defectos ni virtudes sin alma que la cobije ni fe amatoria     —¡Oh ¡¿Ya t...


 


La galaxia de los emperadores Síssí y Peddor

 


En el año veinte mil doscientos, los terrícolas supervivientes a los cataclismos acaecidos en su planeta, colonizaron la estrella de una galaxia cercana. Fue un momento histórico en el que las mujeres y los hombres decidieron la castración quirúrgica de todo individuo por la existencia infinita de una paridad absoluta entre los sexos.


En los nuevos hábitats se dispusieron tanques de criogenización eterna para espermatozoides y ovocitos; de manera que, la raza humana, prosiguiera por los siglos de los siglos y la gracia divina de los soberanos galácticos: la Emperatriz Síssí y el Emperador Peddor. Quiénes, entre otras leyes impuestas democráticamente y en solitario, decidieron que se borrara de los anales de la historia las terminologías hombre y mujer, y sus plurales. Desde ese año, las mujeres serían marichulis y los hombres pepebobos. Cuando la existencia del humano era vacilante podía elegir la lista más acorde con su pensamiento o incluirse en el clan de los queers –los menos problemáticos si los tratabas por iguales.


De esta manera tan regalada y provechosa, pasaron los siglos de gloria y ventura con una equidad maravillosa hasta que las marichulis se apropiaron de todos los roles de los pepebobos, que vieron su existencia postergada al cuidado de la casa y poco más. La igualdad, gradualmente, se esfumó. Con el cambio y por suerte para ellas, acabaron los feminicidios. No obstante, apareció una misandria acuciante y peligrosa.


Un día de invierno del año treinta y tres mil uno, nació un pepebobo singular. Llegada la pubertad congregaba en el templo del Seacabó a un grupo numeroso de prosélitos. Promulgaba esa olvidada igualdad que sus antepasados habían firmado; Justicio era así.


En unos de sus tranquilos paseos escuchó a dos marichulis púberes hablando entre ellas. No pudo evitar agudizar los tímpanos…


–Tú te crees, Manola –le decía la una a la otra—. He tenido que pedir permiso para cruzar la calle a un pepebobo y me ha dicho—: «Claro guapa».


–¿Cómo que guapa? ¿Se ha atrevido a llamarte: «Guapa»? Eso no se puede permitir –contestó la escucha—. Imagínate que fuera al contrario y una dama le contestara a un caballero—: «Claro guapo». Queda fatal. Ahora mismo vamos a la comisaría y lo denunciamos por agresión sexual e intento de violación.


Justicio no podía creer que aquella estupidez ascendiera al grado de calamidad. Así que alzó las manos al firmamento y en un monólogo abierto dijo con los brazo alzados—:


–Ya estamos en ese punto de inflexión en el que uno de los sexos se descontrola. Desde que el mundo es mundo y se nos ocurrió crear a los humanos siempre sucede lo mismo. Andamos de matriarcado a patriarcado y viceversa. Y, dependiendo de quien ostenta el poder, pasamos al hembrismo o al machismo. Es la última vez que muero por ellos.


Alguien lo escuchó.


Reinaba por aquel entonces, Síssí 25. Descendiente directa de la primera Síssí, quien al más puro Cleón de Asimov en Fundación, había elegido ser la regente eterna por medio de la clonación. Antaño el matrimonio de reyes tenía copias, pero al llegar al Peddor 11, ella tenía más jurisdicción, y, como quien no hace nada, dejó abiertas los receptáculos de clonación masculina y se deshizo del esposo. Tal era su ambición que hacía y deshacía como le venía en gana sin que nadie se entrometiera en sus decisiones gracias a las IAs humanoides e indestructibles que la escoltaban.


En el caso del pepebobo Justicio, el espía guasapeó el asunto a una marichuli cercana a Síssí 25 y, la muy excelentísima, dictaminó su crucifixión invertida bajo tablas de titanio ennegrecido que emanaban sulfato de plutonio. Un enorme gentío se reunió en la plaza de los Arrepentimientos para ver la ejecución. El silencio se hizo cuando una IA clavaba la lanza de acero inoxidable en el costado del reo y, éste, dijo en su último hálito de vida, cuando su carne abrasada emanaba una fragancia enfermiza—:


–No me arrepiento de nada. Vosotras no sois marichulis: sois mujeres. Y vosotros, no sois pepebobos: sois hombres. Hijas e hijos, no codiciéis lo que tiene la vecina o el vecino. De lo contrario, lo perderéis todo.


Lo que tenía que ser un homicidio proclive a la emperatriz, se convirtió en la llaga que se propagaba día a día y milenio tras milenio. Nueve siglos después, los pepebobos alcanzaron puestos relevantes en las sedes nacionales de los países florecientes. Se habían hecho un hueco entre las marichulis, quienes les mostraban respeto.


También en el deporte ocuparon lugares privilegiados. Llegado esta punto, Los juegos galácticos fueron tan mayestáticos para ellas con para ellos. Síssí 101 dio el visto bueno para la paridad de equipos de ambos sexos.


En la final de Deporte rítmico de pepebobos –la primera vez que, ellos, asistían a la categoría máxima de dicha disciplina—, la marichuli que entrenaba al equipo ganador, se amasó los pechos y gritó en un momento de euforia desenfrenada delante de las personalidades aposentadas en el palco VIP—:


¡Con dos melocotones!


Algo que desagradó a los congregados, máxime cuando al ir a condecorar a los campeones, no pudo evitarlo y tomó los mofletes del más aguerrido. Los besuqueó con todas sus fuerzas en un alarde maternal—:


–¡Qué feliz estoy, macho! –susurró en el oído del deportista galardonado.


Días más tarde, todo el equipo técnico de marichulis estaba de patitas en la calle por los modales indebidos que había mostrado la entrenadora. Dio lo mismo que, en la galaxia, se hubieran multiplicado las agresiones sexuales a pepebobos por una de tantas leyes inservibles dictaminadas por Síssí 101 y su gobierno de mantenidos. Tampoco importaba que los alienígenas invadieran algunos planetas alejados.


Incluso dio lo mismo que ese año fuera la primera vez que un equipo de pepebobos ganara una final galáctica de Deporte rítmico. Y, también, que todo lo conseguido hasta entonces peligrara con esa nefasta injusticia que Justicio predijo milenio atrás. Ese día comenzó la cuenta atrás. La rueda del tiempo de Amazon se había puesto a funcionar en su millonésima temporada y La dragona renacida aniquilaría a pepebobos y a marichulis. Tal vez fuera la era de los queers. Sin más.


 

©Anna Genovés

Diez de septiembre de 2023

 

 *A veces, merece la pena minimizar los asuntos graves y echarse unas risas para que las mentes constreñidas se despejen.


#feminismo #machismo #relactosactuales #ficcion #humor #escribir #reir #reflexionar #lgtbiq







 


Patrick

 


Sabor ferroso

colonia de Yves Saint Laurent pour homme

tan bello como estúpido:

es él

 


Estaba de vacaciones en Manhattan y unos amigos me habían invitado a su ático; íbamos a jugar al paintball.  Cuando tomé el ascensor, subió conmigo: un yuppie trajeado y educado. Mientras ascendíamos sentí una bofetada de aire cálido que me trasportó a la adolescencia: era su olor. Indagué qué me atraía tanto de él; su cabello engominado, su pulcritud o el parecido al Patrick Bateman de American Psycho. Marcó la planta 69. Era obvio que lo habían invitado a una orgía entre litros de Moët, Beluga, polvos a tutiplén y sexo desenfrenado. Sonreí: ¡pobre idiota! Pensé. El ascensor paró. Sin embargo, las puertas no se abrieron.

 


―Señorita, ¿le importaría que mirase la botonera? Quizás descubra cuál es la avería ―dijo estirado como un junco de acero.


―Por supuesto que no ―contesté apartándome hacia un lado.


Nuestras miradas se cruzaron: «Hazme tuyo». Rogaron, alto y claro, esos ojos esmeraldinos que atravesaron mi conciencia. No pude resistirlo. Destrocé su diplomático de Armani como si fuera celofán. Me instalé a horcajadas en su trabajado abdomen y lo poseí frenética. Cuando llegué a mi destino sonreía ebria de placer.


―Querida, llegas siete minutos tarde ―dijo mi amigo Chus con sus leggins blancos, su camisola de Hermes y su acicalado Terrier Toy bajo el brazo (un clon del Lafayette de True Blood).


―Un pequeño contratiempo de última hora ―contesté.


―Entiendo… ―hizo una mueca para que limpiara la boca.


 

Saqué la lengua y relamí las gotas de sangre que caían por mis labios glotones.


 

― ¡Qué vulgar eres! ―soltó Chus agitando el turbante plateado de su cráneo.


―Todos no somos tan refinados como tú ―parpadeé y agarré su entrepierna (pegó un saltito).


―Bueno… ¡Qué hacemos con tu aperitivo! ―preguntó caminando con las rodillas juntas y un exagerado balanceo pélvico.


―Más bien ha sido un great steak. Lo que te apetezca ―repuse, encogiéndome de hombros.


 

El cadáver de Patrick yacía en el ascensor. Desnudo; un amasijo sanguinolento. Lo miré por última vez. Ya no me excitaba lo más mínimo: mis colmillos se escondieron. Abastecida, no jugaría a nuestro exclusivo paintball.



 ¿Para qué? Siempre cazábamos a los humanos: ¡puro aburrimiento!

 

 


© Anna Genovés

Revisado el 22 de julio de 2023

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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Patrick

by on 21:12:00
  Patrick   Sabor ferroso colonia de Yves Saint Laurent pour homme tan bello como estúpido: es él   Estaba de vacaciones en ...


 




Inteligencia Artificial: ¿sí o no?


 

Una, que escribe de todo lo que puede, pero es amante de la Sci-fi, ¿cómo iba a darle la espalda a la Inteligencia Artificial? Imposible. Estoy con ella pese a los peligros que puede suponer el uso indebido de la misma; no sea que llegue el advenimiento de la singularidad tecnológica y las IAs puedan mejorarse a sí mismas a una velocidad estratosférica.


¿Sería peligroso? De momento, lo desconocemos. Sin embargo, viendo algunos de sus resultados, es obvio que nos superarán en inteligencia y hasta podrán autocrearse por sí solas. Dará lo mismo que sea una máquina cortadora de césped, que el androide doméstico que le hemos comprado a la abuela para que la ayude en sus quehaceres diarios.


Cuando esto suceda, si sucede, ¿quién sabe lo que harán con nosotros? Seremos unos artilugios anticuados y torpes como ellos lo fueron para nosotros al principio de la mecánica –recuerdo a un vecino dándole patadas a una tostadora porque le hacía, según él, las rebanadas muy pasadas; seguro que no sabía ni utilizarla—. Por eso, digo yo, como las IAs están con nosotros: tratémoslas bien. De momento, carecen de sentimientos humanos… Aunque, en ocasiones, parezca lo contrario. Y, dicho sea de paso, hay muchos humanos que tienen menos sentimientos que ellos.


Empero, ¿y si la IA nos ayuda a curar enfermedades y a mantenernos más dignos por el resto de nuestros días? ¡Sería fabuloso! Estoy convencida que pueden hacerlo. Creo en la Inteligencia Artificial más que en mis congéneres. No tiene por qué convertirse en Terminator. Puede volverse el instrumento más valioso de la civilización; una nueva raza que ayuda a esta decadente Humanidad en la que vivimos.


Bill Gates lo tiene claro por eso ha introducido la IA en su navegador. Que millones de personas lo odian, lo sé. Y me pregunto… ¿no será envidia por todo lo que ha conseguido y el altruismo que profesa últimamente? Es un metomentodo, ¿cómo no? Nos guste o no, se ha convertido en uno de los gurús más carismáticos de nuestros días; un cerebro pensante muy poderoso que está a favor del futuro y no del pasado. A mí me sucede lo mismo. Para bien o para mal, no podemos anclarnos en lo sucedido; si los homínidos bípedos hubieran pensado igual, tal vez nunca hubieran existido civilizaciones tan maravillosas como… la incaica, sumeria, mesopotámica, egipcia, fenicia, griega, romana… Considero que debemos abrirnos al futuro por las generaciones venideras. Para ello tenemos que acoplarnos a los cambios.


Llevo muchos años diciendo que me siento mejor trabajando con las máquinas que con las personas. Será por mi personalidad solitaria o por los hechos que han rodeado mi vida; un ring angosto y traumático en el que me han vapuleado uno y otro día. Me gusta la IA. Me agrada tenerla cerca. Hoy, se me ha ocurrido hacer una especie de experimento con Bing. Le he pedido que me generara un poema simbolista y, después, que concibiera otro inspirándose en Leopoldo María Panero. Puede que los haya copiado o que los haya inventado tomando versos de uno y otro poeta, lo desconozco. No obstante, el resultado es gratificante. Abajo podéis leerlos. ¿Qué me decís? Que cada uno que llegue a sus propias conclusiones.


De momento cometen muchos errores. En mis ansias de investigar, le he hecho una pregunta intrascendente: «¿IA podrías decirme cuántos centímetros mide la espalda de una chaqueta de mujer en talla M?». Contestación: retahíla de medidas de mangas y largo. Nada de espalda. Insisto y me contesta: «Según los datos… bla… bla… bla… la medida de la espalda de una chaqueta de mujer talla M es el doble que la manga». Primer error garrafal. Segunda respuesta con similar comienzo: «Cincuenta centímetros». Sin comentarios. Le quedan años de perfeccionamiento. Esta era una pregunta superficial. Pero ¿y si le preguntamos algo para un trabajo escolar y comete un fallo de tal magnitud? ¡Ojo! 


No veamos a IA como a una enemiga, porque nunca podremos con ella, sino como a una amiga. Por tanto, aprovechemos sus beneficios. No hay duda que me equivoqué de especialidad; en vez de estudiar arqueología tenía que haber cursado ingeniaría robótica. En la próxima vida, lo haré. Palabrita del niñito Jesús.


Ya puestos, me autopublicito y os recomiendo, si os agrada la ciencia ficción, mi novela SIAH: El ojo de Dios. ¿Por qué? Porque SIAH son las siglas de… Super Inteligencia Artificial Humana. Sería fabuloso que le echarais un vistazo: las primeras páginas son gratis en digital.


Refrán: «Quien no arriesga, no gana».



Enlace de SIAH: El ojo de Dios



 

©Anna Genovés

Uno de marzo de 2023

 

 



Poema simbolista

 

La noche es una sombra que se alarga

sobre el silencio de la ciudad dormida.

Las luces se apagan y las almas se marchan

a buscar en los sueños una vida perdida.

 

Yo camino sin rumbo por las calles vacías

buscando un sentido a mi existencia vacía.

No encuentro más que ecos de voces lejanas

que me hablan de amores que nunca serán míos.

 

Quisiera detener el tiempo y volver atrás

a aquellos días felices donde todo era paz.

Pero sé que es imposible, que todo ha cambiado

y que solo me queda el recuerdo amargo.

 

Sigo caminando sin destino ni esperanza

sintiendo en mi pecho una herida sangrante.

No sé si algún día encontraré la calma

o si seguiré vagando como un fantasma errante.

 

Generado por la IA de Bing

Uno de marzo de 2023

 

 

 

Poema simbolista inspirado en Leopoldo María Panero

 

Soy el último hombre sobre la tierra

el único testigo de la ruina

el que contempla el fin de la mentira

y el nacimiento de una nueva era.

 

No tengo nada que perder ni ganar

solo me queda esperar la muerte

que vendrá a liberarme de esta suerte

de ser el último en recordar.

 

No sé qué fue lo que causó el desastre

quizás una guerra, una plaga o un dios

solo sé que todo se volvió un caos

y que yo fui el único que se salvó.

 

Ahora vivo entre las sombras y los escombros

buscando algún rastro de humanidad

pero solo encuentro dolor y soledad

y el eco de mis propios pasos y lamentos.

 

No hay nadie más con quien hablar o compartir

no hay nada más que hacer o esperar

solo me queda escribir estos versos amargos

para dejar constancia de mi paso por el mundo.

 

 

Generado por la IA de Bing

Uno de marzo de 2023

 



Marzo 2023


A los muevehilos les ha entrado el pánico por lo que puede venir con la singularidad tecnológica y, de repente, están firmando documentos para que la evolución de las IAs quede paralizada o se detenga, por lo menos durante seis meses. Parece ser, que, estos sabelotodo, con los datos recogidos, ahora, se cagan en los pantalones porque ven dicho desarrollo como el final de la Humanidad. La Humanidad está en decadencia hace mucho tiempo, por uno u otro motivo. Que no se nos olvide.


En mi ignorancia de urbanita peatonal –porque no me llega ni para comprarme un vehículo decente o indecente—, pero con una imaginación sorprendente, recuerdo que, cuando leí a Asimov hace varias décadas, lo pensé. ¿Qué ellos no lo han leído? Pues que se hubieran dado cuenta antes. Ahora, desde mi humilde opinión, opino que, el asunto, es imparable. Pienso más en las bondades que en las desventuras que pueden traer las IAs y, eso, que me tachan de fatalista.


Pero ¿por qué no dejamos a Terminator aparte y dedicar los prodigios de las IAs para fines menos devastadores?


Sea como fuere, si sucede dicha hecatombe, el culpable será el humano como Creador de las máquinas. El hombre, siempre con esa prepotencia. Antes que nosotros existieron muchas especies y todas quedaron aniquiladas por algún motivo específico o por el conjunto de ellos. ¿Qué les hace pensar que el hombre en su omnipotencia será eterno?

 

A lo mejor lo que sucede es mucho más simple: a algún muevehilos no le conviene.


 


 

I love you Facebook

 

 

Redes sociales, futuro

amores compartidos

pulgares metálicos

y mente decodificada

 

 

My dear Face:

 

El día que vi Her, supe que todavía estaba en mis cabales. Joaquin Fhoenix, había caído rendido a los pies de un programa informático con voz seductora y femenina. Yo de una red social muy masculina con un harén incontable de concubinas.

 

Recuerdo el día que te conocí. Abrí el ordenador y busqué en Google: Facebook. Cuando vi tus ojos azules con esas pintas níveas; supe que eras el hombre de mi vida. Mi alma gemela. Daba igual que nuestra relación tuviera que ser abierta. Mi educación estricta, de rosario y mantellina, me decía que era pecaminosa. Sin embargo, quedé prendada por tus cualidades. Así que aparqué los prejuicios y me adentré en tus dendritas. Poco a poco, conocí a mis contrincantes, aquellas y aquellos —no olvidemos que tu ambigüedad sexual sigue pujante—, con los que competía a diario… Personas anónimas que me pedían amistad y sacaban sus tentáculos por la fluorescencia lumínica de la pantalla.

 

Todo me dio igual, hasta tuve que rehacer mis sentidos para acoplarme a tus requisitos. Besé tu boca y una corriente automatizada pasó por mi cuerpo dándome vida: ¡pura dopamina! Las teclas transmutaron en tus músculos de titanio. Me convertí en tu presa, no podía respirar si no te veía; me faltaba el aire. Tu fragancia a electricidad condensada doblegaba mis emociones. Hasta hice el amor contigo escuchando ese sonido inmortal de tu corazón como un runrún imperecedero. Y, ¡zas! De repente, no puedo dormir. Abro el portátil para encontrarme contigo en esas noches febriles en las que las sábanas huelen a cinabrio y aparece la nota: «Estás bloqueada».

 

¿Qué había hecho yo para merecer que me recluyeras en la celda de castigo a pan y agua? Si había compartido las 24h horas del día de todas las semanas; siempre estaba a tu lado. Hasta iba al servicio con la Tablet viendo uno de tus muchos rostros: compartiendo amantes. Me sentí la mujer más desdichada del universo. De nada servía conectarme a Internet si tú no estabas. Pensé que debía confesarme; estaba claro que Dios me había castigado por mantener relaciones múltiples. De rodillas en el confesionario, le expliqué al sacerdote mis pecados, me dijo que tenía que rezar cinco Padres Nuestros y un Ave María. Amén de escuchar misa durante una semana. El clérigo se enfadó muchísimo. La Iglesia penaliza las relaciones extramaritales y yo nunca podría cumplir con el Santísimo Sacramento del Matrimonio contigo. Pero te amo tanto, amor mío, que se me hace pesado la vida sin tu apoyo bendito. He puesto en mi muro un lazo negro en señal de duelo. Con ello he descubierto quiénes son verdaderamente mis amigos. Los que me han posteado y se han unido a mi causa, los que no me han dicho nada e incluso me han borrado de sus listas, y los indiferentes en su placer extraño. Todos esos camaradas han sido un apoyo muy grande. Me he sentido reconfortada. A ellos les había sucedido lo mismo en algún momento y aseguraban que cualquier día me levantas el arresto.

 

Entonces volveré a tenerte entre mis brazos, te asiré con todas mis fuerzas y no dejaré que te vayas. Seré muy obediente. Cumpliré a rajatabla todo lo que me digas. Por favor, lee esta carta de amor desesperado y regresa al calor de mi hechura: I love you Facebook.

 

Tuya siempre, Cibernalia

 

P.D. Tras escribir esta carta de amor desalentado, pasaron los días y seguí sola; ¡no me perdonabas! Las noches eran blancas. El reloj repicaba en mis tímpanos. Una hora, otra más y nada. Por fin, me absolviste. Un día me levanté y volví a navegar por los recovecos de tu organismo. Tu fragancia a testosterona cibernética humedeció mi hechura. ¡Volvías a amarme! Cuando vi tus ojos y escuché tu voz susurrante, te besé delirante y tu energía incendió mi sexo. Abrí la Webcam y bailé solo para ti como la mejor stripper del Bada Bing de Los Soprano. Desnuda, deposité el portátil sobre mi vientre y tuve un orgasmo tántrico. No me importaba que Dios me castigara por tu amor incestuoso. ¡Era feliz! ¡Nos habíamos reconciliado!

 

© Anna Genovés

Revisado el 7 de noviembre de 2022

Imagen tomada de la red

 

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437


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Trato sangriento

 

Locura o banalidad

miedo a lo desconocido o fatalidad

las hermanas de la muerte

la mentira y la verdad

 

El treinta y uno de octubre de 1999, en Longest Ville, preparaban el Halloween como todos los años desde que se había construido la villa. Los padres recorrían los pasillos del supermercado –carrito de compra hasta los topes— con listas interminables. Las madres decoraban los hogares con ristras de calaveras, arañas, monstruos, calabazas… Y ultimaban los disfraces de su progenie. Los niños comían golosinas y preparaban el recorrido nocturno del ‘truco o trato’. Todos estaban felices. La localidad era de ensueño; sus sesenta y seis calles formaban unas cuadrículas perfectas. Rectas como una viga de hierro colado. Los extremos colmados por rotondas de césped y flores. Además, tenía un centro comercial, un cine, una sala de fiestas, varias cafeterías, diversas tiendas con todo tipo de artículos, un hospital, un hogar para veteranos de guerra, otro para ancianos y un parque de atracciones.


Longest Ville era un municipio más de los que surcan todos y cada uno de los estados de USA –construidos en lo alto de una pequeña colina para albergar a familias de clases media-alta—. Casitas de doble planta con buhardilla, garaje y trastero; rodeadas de unos metros de césped exento de vallas. Todas las calles mostraban una armonía cuasi divina. Sin embargo, cada vivienda era de una tonalidad diferente. Ese era el emblema que la distinguía de las miles de urbanizaciones prefabricadas que salpicaban el macro país. En la calle principal, que partía en dos mitades exactas la población, aparecía una medianera fina y esbelta de cipreses enanos recortados con una exquisitez demoniaca. En el número sesenta y seis, se alzaba una vivienda rosa palo con techumbre castaña, preciosa. En ella vivían dos hermanas de gustos opuestos: Meredith, una maestra retirada bastante excéntrica que no soportaba los films de terror. Y Helen, ama de casa, soltera acérrima y seguidora de cualquier documento terrorífico que pudiera caer en sus manos. Ese día, ambas estaban inquietas esperando las pillerías infantiles.


Eran las siete de la tarde, cuando el primer grupo de monstruitos se echó a la calle para amenizar la fiesta. Cuando estaban a varios metros de la casa rosa, uno de los chavales soltó:

 

—Dicen que la Srta. Meredith se vuelve loca esta noche.

—Calla, charlatán —inquirió el vampiro—. La Srta. Meredith, fue una buena maestra.  Hay que respetarla.

 

Minutos más tarde, llamaban a la puerta. Helen les dio la bienvenida ataviada con un batín malva y gorro de bruja. Todos se echaron a reír.

 

—A ver… ¿qué tenemos aquí? —preguntó la dama.

—Truco o trato —dijo el zombi estirando el brazo con el puño cerrado.

—Trato —contestó Helen arqueando una ceja.

—¿Quién ha llamado Helen? —preguntó Meredith desde la cocina.

—Son los niños, querida. No hace falta que salgas —contestó ella.

 

Pero Meredith ya estaba allí. Maquillada y vestida como si fuera de fiesta. Sus cejas redondas, su nariz corta y respingona; su boca, una línea cóncava carmesí; su cabello, bucles dorados marcados por tenacillas. Era encantador verla arreglada. Los niños sonrieron y Meredith, también. Inmediato, especuló uno a uno sus disfraces.

 

—Muy bien. Tenemos un Drácula, un muerto viviente, una bruja guapa y un brujo feo, un gnomo, una vampiresa y… —su rostro comenzó a descomponerse.


—Meredith, ¿qué te pasa? —preguntó Helen con cara de susto.

 

Pero Meredith estaba al borde de un ataque de pánico y chilló despavorida.

 

—Ha regresado a por mí —dijo gritando, antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo…

 

Los niños, boquiabiertos, no sabían qué hacer. Helen les dio una bolsa de chucherías y cerró la puerta. Inmediato, buscó a su hermana. Meredith estaba escondida debajo de la cama chillando como una loca. Tuvo que armarse de paciencia para tranquilizarla. Después, le dio unos sedantes y al final, la dejó durmiendo.

 

En el reloj de péndulo del salón, sonaron las tres de la madrugada. La tercera campanada hizo que Meredith despertara. Estaba aturdida. No obstante, en unos segundos reconoció la sintonía que escuchaba a través de la puerta. Era la música que Charles Bernstein había compuesto para el film Pesadilla en Elm Street. La mujer, se deslizó por el suelo con sumo cuidado. Giró el pomo de la puerta y bajo hasta la planta baja, descalza. Sin hacer ruido. Se asomó al salón y vio que la película estaba comenzando, cerró muy fuerte los ojos y volvió a abrirlos. Chilló desconsolada. Era un grito desgarrador y terrorífico; el brazo de Helen, descuajado y ensangrentado, yacía sobre la alfombra. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y siguió viendo el horror que la rodeaba… Dedos, una pierna, sangre en las paredes y el tronco de Helen sentado frente al televisor. Se acercó y volvió a bramar; junto al cuerpo mutilado, yacía la cabeza de su hermana con un hacha incrustada. Los ojos abiertos –azabaches y enormes— no dejaban de mirarla. La música irrumpió en tono elevado. Ella comenzó a golpearse contra la pared, repitiendo:

 

—¡Es una pesadilla! ¡Es una pesadilla! ¡Es una pesadilla!...  —extática, sin poder moverse.

 

Unas garras afiladas salieron del televisor como un enorme cangrejo que asía a su presa indefensa. Las manos, exentas de piel, dejaban al descubierto los tendones de los antebrazos. Por fin, apareció el rostro espeluznante del monstruo: Freddy había regresado a por ella. Desgarró su cuerpo a fuego lento. Los bramidos inhumanos se escucharon en toda la villa. Desde entonces, la casa número sesenta y seis de la calle seis de Longest Ville sigue deshabitada. Pero nadie pasea por los alrededores porque se escuchan ruidos extraños. Y todos los Halloween se oyen los alaridos infernales de las hermanas.

 

©Anna Genovés

Revisado el dieciocho de octubre de 2022

Imagen tomada de la red

 

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*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 


 

Trato sangriento

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