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Memorias de un futuro imperfecto

 


 

El futuro ha llegado por su propio camino.

Ha llegado recubierto de algodones lisos...

algodones que oscurecen los cuerpos,

las mentes y las ilusiones

como un robot viviente de infinitos colores.

 

 

***

 

— Tiene usted razón. Creíamos haber llegado a una conclusión de lo más satisfactoria, pero mientras este punto continúe sin aclararse, no podremos descansar. Quédese un tiempo con nosotros y pensaremos en lo que debemos hacer. Después podrá marcharse, con toda nuestra ayuda.

— Gracias —dijo Trevize.

Isaac Asimov

(Los límites de la fundación)

 

***

 

Me encanta, podría leer esta novela todos los días de mi eclíptica y solitaria vida: siempre me enseñaría algo nuevo.

 

Sabes, Isaac, has logrado inspirarme y, aunque hace varios años que no escribo, hoy, día de mi nonagésimo primer cumpleaños, voy a hacer una excepción. Voy a comenzar un diario y, en tu honor, lo llamaré Mov, como si estuviera escribiendo una serie de cartas al mejor de mis amigos.

 

Comenzaré tal como lo hacen los teenagers...

 

Valencia, 12 de julio de 2053

 

¡Hey, Mov!

 

Hoy es mi nonagésimo primer aniversario, lo que no es nada anormal, si tenemos en cuenta que la media de edad, descontando las muertes prematuras por violencia, está cifrada en los ciento cinco años para las mujeres y en ciento dos para los hombres.

 

He llegado a esta edad matusalénica, sentada junto a la ventana del comedor frente a mi Dell rosa chicle del Pleistoceno. Las cartas que te escriba serán mi última creación. Como sabes, llevo más de diez lustros dedicándome a la producción de novelas de bolsillo de clase B: novelas románticas, de intriga, de aventuras y, cómo no, de ciencia ficción.

 

Todo un currículum premiado con años de soledad, pan para llevarse a la boca cuando había ganas y, muy de vez en cuando, caviar iraní, salmón noruego y Dom Pérignon. Por mencionar algo, porque ninguna de estas delicias son de mi agrado. Pero mentiría si no dijera que pudieron estar en mi despensa, en ciertas ocasiones, incluso a granel.

 

Aunque amanecí en esta profesión tardíamente, pasados los cuarenta, como dice el refrán: «Más vale tarde que nunca». Mi obra ha sido fértil y me considero afortunada por haberme dedicado a lo que siempre he deseado; a lo que mejor sé hacer: imaginar situaciones inverosímiles y plasmarlas en páginas en blanco para el disfrute de mis semejantes.

 

Fíjate, en la actualidad, en la tercera o cuarta infancia, como se suele decir de las personas de mi edad, el espejo de la realidad, ese cristal opaco y empañado que me separa del exterior, sigue donde siempre ha estado. Y no está deslucido o velado, ¡está sucio, muy sucio!, pero me da igual. Por los huecos, aún medio transparentes de su ajado vidrio, puedo ver lo suficiente para saber que esta sociedad es muy decadente: demasiado.

 

Los coches voladores de El Quinto Elemento siguen en el baúl de la fantasía. Lo mismo que los androides asesinos de Matrix o Terminator. Y si hablamos de la tecnología espacial, que el hombre pise Marte sigue siendo algo tan lejano como el propio y carmesí planeta.

 

Esto último debía haber ocurrido en 2030, pero se ha quedado en el tintero de muchos científicos desprestigiados y en la salita de estar de un puñado de políticos chiflados que pensaban que colonizar dicho planeta era lo mismo que someter a una tribu aborigen. El planeta rojo está maldito; siempre sucede algo antes o después del aterrizaje de la sonda o de la nave, una vez atravesada su enigmática órbita.

 

Al poco tiempo: unos días, unas semanas o, a lo sumo, un mes, se pierde la comunicación absoluta con los robots enviados para tales menesteres y se acaba la función.

 

Todas las lanzaderas tripuladas que han intentado acercársele con las tenientes Ripley a bordo, han regresado, cuando lo han hecho, tan escaldadas como el magma de los volcanes en plena erupción. "¡Habrá que dejarlo para más adelante!", y aun así me sigue pareciendo casi imposible… De convertirse en viable, desde luego yo no seré una de las afortunadas o desafortunadas en poder contemplarlo a través de mi generosa y psicodélica televisión. Mi reloj biológico toca a su fin y no creo que alcance para más, a pesar de mis estrictos tratamientos para mantenerme en forma.

Tantos años esperando que sucediera algo similar a una de esas películas de ciencia ficción que desde niña me han tenido hipnotizada… para nada.

 

Creo que, en cierta medida, mi longevidad se ha debido a la espera de lo improbable, a la espera de que la realidad superara a la ficción. Pero, ¡eh aquí que estamos como antes! O sea, como a principios del siglo XXI, cuando la madurez de mis entrañas me colocaba los pies en la Tierra y mis complejos peterpanescos sucumbían con las primeras arrugas que surcaban mi rostro y las novedosas canas que blanqueaban mi cabello.

 

Bueno, algo insólito sí ha sucedido, qué digo algo, algo no, ¡mucho!, quizá muchísimo. Creo que este es el apelativo más conveniente. Lo que ocurre es que nada tiene que ver con esas ansias voraces de irrealidades plasmadas en los buenos libros ficticios de mis idolatrados novelistas o en la pantalla grande; esa caja gigante que ahora es más boba que la tonta inventada por Don Francisco Umbral hace una eternidad y referida a la televisión. Y no es que yo esperara que esas películas futuristas en las que todo es catastrófico se convirtieran en evidentes, me conformaba con que la realidad de la investigación se fusionara con el celuloide, y los terrícolas pudiéramos, por ejemplo, erradicar cualquier tipo de patología o vivir eternamente. ¡Y nada más lejos del ambiente que nos rodea!

 

En cierta medida, lo que pasa, ya estaba vaticinado, desde hace décadas, por alguna de las punteras industrias de robótica y su difusión en los medios de comunicación. Sí, hay robots domésticos análogos a C3-PO de La Guerra de las Galaxias, pero únicamente pueden costeárselos las familias muy adineradas, que son las menos y, además, cada dos meses están en reparación porque algún fusible se les ha averiado… quedan siglos, si no milenios, para que los cibernéticos se asemejen a los humanos.

 

Los rasgos fisonómicos han dado un gran paso hacia la uniformidad del hombre, y en una décima parte de la población, la fusión ha sido completa. Podemos ver a un cuarterón con ojos oblicuos, pómulos nórdicos y cabello rojo. Esta mezcolanza me agrada; desearía que todos tuviéramos rasgos similares para que ningún humano se sintiera excluido. Sin embargo, me consta que para los insolidarios, agresivos y prolíferos movimientos tipo "Génesis de la Raza" esta licuación es degradante, y sus continuos disturbios con finales recubiertos de sangre y lágrimas, aumentan día a día.

 

Por desgracia, los "guetos" florecen con un vigor y radicalismo escalofriante. Existen en todas las metrópolis de más de quinientos mil habitantes, en resumen: en todas.

 

Y esos "guetos", sobre no tener alambradas excluyentes, son mucho más peligrosos que los existentes en la U.S.A. de mis tiempos mozos. Pero este no es el tema que más me preocupa... Al fin y al cabo, el hombre, desde tiempos prehistóricos, ha vivido en una constante fluctuación de continuas batallas y siempre ha subsistido. ¡Ojalá fuera esa la principal contrariedad de mediados de este veintiunoavo siglo de nuestra era!

 

Tampoco me alarma la climatología. La excesiva subida de las temperaturas y el deshielo de los polos, está equilibrada, se derrite el mismo hielo que, a posteriori, se evapora por las altas temperaturas. Y si hace un calor tan insoportable como para no salir de casa, te pones tu traje climatizador, y tan feliz.

 

No, el problema, ¡el horror!, ha venido cogido de la mano de la enorme polución que nuestro estimado planeta produce, porque ni tan siquiera la traslúcida capa de ozono perjudica o lesiona nuestra piel... las impurezas del aire son tantas, que a la vez que nos corrompe, nos protege de la casi inexistente ozonosfera. Esta corrupción atmosférica, nos ha privado de ese magnífico y esplendoroso astro rey que cada mañana iluminaba nuestros cuerpos y nuestros corazones. Dicho de otra forma, los rayos del magnánimo Ra, hace diez años que no se ven.

 

El firmamento aparece cubierto de una espesa capa de nubes perpetuas que en invierno suavizan las temperaturas y en verano las agudizan por el llamado efecto invernadero, ¡un asco! Estimo que, en el próximo siglo, el Sahara habrá avanzado más de lo pensable en el entreacto interminable del ocaso de la humanidad.

 

Y esto sí me recuerda una película... una de los mejores films de ciencia ficción de todos los tiempos: la mítica Blade Runner. Me la recuerda porque, pese a no caer del cielo lluvia radioactiva, ¡menos mal!, el día cada vez se asemeja más a una tarde encapotada en la que nunca sabes en la hora en que te encuentras y, a la postre, están los nuevos agentes de policía que a la mínima te paran y te hacen un reconocimiento, no médico, claro está, si no de arriba abajo para ver si estás libre de armas o de artefactos peligrosos… Un cortaúñas es suficiente para una detención en toda regla.

 

Por hoy tengo suficiente, me voy a pasear un rato por los encajes de los árboles. Esas sombras que se conciben en mi imaginación como cuando era pequeña y caminaba por las aceras pisando los efectos solares de las ramas de los arbustos: ahora, aunque las proyecciones han desaparecido, mi ingenioso psique sigue percibiéndolas...

 

Valencia, 13 de julio de 2053

 

Mov, voy a seguir difundiendo mi opinión acerca de la impúdica sociedad en la que me encuentro zambullida y de la que, por mucho que me queje, solo despegaré el día que descanse en las cenizas de un búcaro.

 

¡Ah, sí!, luego están los trocitos o magnánimos monolitos que, desparramados por la bóveda celeste, van cayendo de vez en cuando en algún lugar de nuestro decadente mundo. Hoy mismo, un fragmento del obsoleto Sputnik cayó en el desierto de Libia… cero daños colaterales. No pasó igual hace dos semanas, cuando un segmento, de considerable tamaño, de la LEO arrasó un barrio de Buenos Aires.

 

El denso tráfico del desguace espacial es tan peligroso que, un día de estos, ¡estallaremos en millones de particulitas por la colisión múltiple de diversos artefactos de los que van pululando por nuestros alrededores! También puede suceder que la multilluvia tóxica que, a modo de escarcha, oree un lago de Canadá, se expanda y nos abrase al son de pequeñas y llamativas gotas metálicas en pleno fulgor. Igual no puedo ni terminar esta parrafada con tantas amenazas. ¿Quién puede saberlo?

 

¡Ah! Se me olvidaba, los años me están dejando la masa encefálica tan borrascosa como el velado firmamento que veo desde hace mucho, mucho tiempo; debería acercarme a la cima de alguna montaña para divisar, por encima de los celajes, lo diáfano de la cúpula celeste. Dicen que desde allá arriba, todavía se distingue el antiguo cosmos con sus haces luminosos entre nube y nube. Y si eres uno de los más afortunados, incluso puedes ver el Sol. Pero, cualquiera se arriesga a salir de excursión a mis años.

 

Me conformaré con lo que alcancé a ver mi deteriorada memoria y el visionado de algún que otro film, o mejor todavía, con la contemplación de documentales en los que lo desaparecido vuelve a florecer como por arte de magia. Con paciencia, imaginación y mucha práctica, se pueden conseguir los efectos deseados. Las pantallas digitales de tropecientas mil pulgadas son uno de los pocos placeres que nos quedan. Aprietas un botón y ¡puf!, la pared de cualquier habitación se torna pantalla, y con tan solo un movimiento de mano tienes el cine en tu propia casa.

 

Todas estas elucubraciones torpes y a destiempo que voy picoteando, mi querido Mov, vienen al cuento de mi verdadera preocupación: los "Agentes del Orden". Nos tienen aterrorizados, no sabía cómo contártelo, pero... ¡ya está bien! Voy a narrártelo como si me estuviera refiriendo a cualquiera de los problemas que te he mencionado.

 

Verás, Mov, los señores y señoras "Agentes del Orden": esos afeitados de nueva generación que hacen las veces de guardias de seguridad pacifista, o sea, los antiguos policías reconvertidos. Actúan con tan poco tacto que, en vez de proporcionarnos seguridad, nos dan verdadero miedo.

 

Ya sabes que lo de afeitados no es peyorativo, sino común en los actuales humanos. Los mortales se están quedando sin pelo. Por lo general, tanto los caballeros como las damas, llegan a la veintena más rasurados que Yul Brynner en sus buenos tiempos. Será que tanto estrés y tanta oscuridad, aliada con el descomunal y húmedo calor, nos está dejando sin el revestimiento de la piel por antonomasia. A tener en cuenta que solo ocurre con las nuevas generaciones, los ancianos como yo seguimos a la antigua usanza.

 

Vuelta a lo mismo, me da tanto miedo hablar de "ellos" que, a la mínima, me voy por las ramas... A ver si me centro.

 

Veamos, el tema son los "Agentes del Orden". Vamos allá, todos tienen unos cuerpos envidiables: musculitos de sustancias químicas y gimnasio, que nos cuidan, ¡se supone!, aunque, como ya te he dicho, más bien nos aterrorizan.

 

Lo cierto es que son muy raritos, y lo digo porque hace un cuarto de siglo que los humanos dejaron de anhelar ser polis, guardias civiles, militares o sucedáneos. Entonces, los gobiernos de los monopolizados países pactaron con las madres, ¡Dios sabe con qué!, para que, a cambio de unos estudios de primera y un trabajo fijo y bien remunerado, eso dijeron, enviaran a sus hijos recién nacidos a unas determinadas escuelas controladas por el estado.

 

El propósito: que los cuerpos mencionados no desaparecieran de la faz de la Tierra, para que la inseguridad ciudadana se convirtiera en pasado. Ja, ja, ja.

 

Se me olvidaba decir que la mayoría de bebés nacen por inseminación in vitro o similares, puesto que cada vez es más difícil concebir hijos por medios naturales; sobre todo, porque la libido casi ha desaparecido. ¡Qué horror! El hombre está dejando de ser hombre, o peor todavía: el hombre se está deshumanizando.

 

¡Uf!, mi diario está adquiriendo unos tintes muy diferentes a los pretendidos… lo que comencé con timidez y medio camuflado por un tupido velo que no deseaba exhibir, está emergiendo de manera considerable. Lo inadmisible se torna cierto: pura ficción que eriza todo el vello de mi marchito y acongojado organismo al sentir que "el ahora" roza la más horrible de las realidades. ¿Será que vivo distorsionada e inmersa en una de esas películas que tanto me gustaban antes?

 

Quizá no deseo descubrirlo, y por eso doy vueltas y más vueltas alrededor de quiméricas preguntas sin respuesta que hilvano con verdades a medias, como si fueran un jersey exorbitante cuyo encadenado de puntos se deshacen sin motivo aparente. Lo cierto es que esos niñitos entregados al poder, salen convertidos en polluelos olfateadores que se dirigen a sus semejantes como si fueran distintos y superiores.

 

Los educan, según se nos informa, como a los niños normales, solo que el regalo de su séptimo cumpleaños es la colocación de un microchip en su cerebro para la adquisición de una disciplina absoluta contra la delincuencia, y una obediencia total hacia sus superiores.

 

Puede que solo se trate de eso, pero cuando me encuentro cerca de alguno, un escalofrío recorre mi cuerpo como si algo me dijera que hay mucho más…

 

Siento que se nos oculta la verdad. Lo que les hacen para que salgan con esa expresión glacial en sus rostros, ¡no tengo ni idea! Pero me asusta cada vez más. No es que salga demasiado, pero todos los días intento dar una vuelta por el barrio... y la jefatura superior está cerca; suelo tropezar con muchos "Agentes del Orden", y todos me parecen iguales.

 

Tanto chicas como chicos, rasurados y sin ápice de mímica en sus esculpidos rostros y sus cincelados cuerpos, se dirigen a los transeúntes con un hermético tono de voz y unos movimientos antinaturales, casi mecánicos.

 

Me consta que nada más lejos de una metamorfosis cibernética… pero a veces, yo misma dudo que su sangre sea del mismo color que la mía y que sus cromosomas no estén alterados genéticamente.

 

Lo más chocante del asunto es que, cuando te acercas a unos cuantos... ¡plof! Se evaporan. Me refiero a que todos los "Agentes del Orden" son jóvenes, ninguno alcanza la madurez, ninguno llega a la treintena. Luego escuchas en TV que han abatido a diversos agentes, casualidades, siempre a los más veteranos. De manera que surgen nuevas camadas: cada vez más inescrutables, cada vez más férreas.

 

He hablado con unos colegas, algo más jóvenes que yo, y me han dicho que tienen serias dudas sobre la legalidad de las investigaciones estatales. Mañana a las ocho de la tarde vendrán a cenar conmigo.

 

Me voy a la cama. La nueva alborada, cenicienta y plomiza, como la de todos los días, me reserva una jornada muy, muy larga... Solo de pensarlo, me siento tan cansada como un pobre caracol cuya osificación se ha fundido a medio camino, tras recorrer kilómetros y kilómetros sin llegar a su meta.

 

Valencia, 14 de julio de 2053

 

La aurora ha despuntado sumergida en nubes violáceas con tintes rojizos. El viento del cercano Sahara azota y mueve las partículas del voluminoso oxígeno que nos rodea. Mi ventana, más empañada que de costumbre, me anima a limpiarla; si no lo hago, no podré atisbar ni las arrobiñadas antenas de los edificios colindantes.

 

Sin ganas, saco el limpiador multiusos y, con un paño de algodón, comienzo a rascar un lado del ennegrecido cristal. He tenido que asomar la cabeza al exterior. Mi arrugado rostro se ha cubierto de un pegajoso polvo purpúreo que me incita a cerrar y mandar al cuerno el trapo y el limpiador, pero me obstino en que aún me queda trecho por andar y que ese lugar es el recoveco por el que siempre he oteado mi dilapidado voyerismo.

 

Por fin, consigo dejarlo más o menos aseado. Ya puedo contemplar los magníficos nubarrones que acorralan la bola de cristal en la que nos movemos, avistar las grisáceas fincas que me acompañan y hasta escudriñar, por encima de los resbaladizos tejados, el revuelo de alguna enfermiza paloma. Tras el penoso esfuerzo de la vidriera, recuerdo que debo salir de compras: mis amigos se merecen lo mejor.

 

Me enfundo mi chándal de dúctil plexiglás climatizado en tonalidades azulinas -otro novedoso y agradecido invento que hace descender la temperatura corporal, aunque te muevas a cincuenta grados de temperatura- y me coloco mis deportivas supersónicas para andar rozando las aceras recubiertas, en gran medida, por el líquido perpetuo de la mugrienta humedad.

 

Me recojo mi larga y blanca melena en una trenza baja y me tomo mis veinticinco pastillas matutinas: vitamina A, B de todos los tipos, C, E, K, minerales, oligoelementos, melatonina de última tecnología y litio de liberación retardada para responder con tranquilidad a los eventos desagradables que puedan surgir de mi andanza por las calles.

 

Bebo un vaso de agua purificada y, por último, me pongo mi pantalla protectora, y no me refiero a un protector solar —eso no hace falta— sino a una especie de pamela de ala larga de un material flexible y específico que te termoaisla de la contaminación. El estrafalario sombrero lleva incluida una pantalla transparente que te cubre la cabeza, a modo de escafandra, a juego con el equipo inferior. Con estas pintas, salgo hecha una astronauta de vuelos cortos, con guantes incluidos.

 

Al salir, tropiezo con el simpático vecino de cabellos rojos -¡ja, pienso!-, tiene diecisiete años. ¿Dónde estarán esos largos y bermejos truchos dentro de unos años?

Al salir, tropiezo con el simpático vecino de cabellos rojos —¡ja!, pienso! —, tiene diecisiete años. ¿Dónde estarán esos largos y bermejos truchos dentro de unos años?

 

Paul es un buen chaval, hijo de un japonés y una irlandesa cubana. Siempre me pregunta cómo estoy y deposita un beso sobre mi velo preventivo. Él es joven y va tal cual: vaqueros descoloridos y anchos con miles de bolsillos, y camiseta de tirantes con dibujos geométricos de colores fuertes. ¡Quién pudiera andar como él! Aunque quizá deberían disuadirle para que se camufle como yo; disfrazado, se vive más tiempo…

 

¡Bah, chorradas! —me digo a mí misma. Seguro que estos ridículos trajes son la típica fantochada del palique de un comercial ansioso por apuntarse una venta más, y de la "cándida incredulidad" de los ancianos, por desear, pese a todo, vivir hasta el final de los tiempos.

 

El supermercado es una descomunal nave rectangular con pasillos perfectamente alineados desde la entrada. De manera que, cuando traspasas la puerta de acceso, la perspectiva es tan perfecta que parece que te adentres en un óleo cuyo objetivo principal es que te fijes en la salida de la parte opuesta, justo al final del corredor central. Significa que no te entretengas y que compres sin prisa y ni pausa. Sin dar cháchara a los conocidos para no obstruir los puntos de venta.

 

Cada calle contiene unos productos específicos. Los lácteos son los primeros de la parte derecha; solo existe una marca de leche, eso sí, la puedes adquirir con todo tipo de vitaminas, minerales y otros productos idóneos para la salud. Y lo mismo sucede con la carne, que aparece envasada con unos precintos metálicos, inocuos y traslúcidos, en cuyo lateral se explica el contenido detallado del producto.

 

En fin, que el supermercado se ha convertido en una parafarmacia y los alimentos en medicamentos perfectos para la curación de esta o aquella patología. Los dependientes y los mostradores han desaparecido; solo en la salida, encuentras a tres cajeros que efectúan el recuento de objetos adquiridos y te cobran con expresión agridulce. Con mi atuendo protector, como tantas otras personas, tras abonar la cesta de la compra, salgo por el extremo opuesto de la entrada.

 

Doblo la esquina y me topo con tres bizarros "Agentes del Orden", con sus plateados uniformes de neopreno climatizado, remarcando el contorno absoluto de su atlético cuerpo. ¡Están deteniendo a mi simpático vecino de cabellos escarlatas! Paul me hace un gesto para que permanezca callada. Al pasar por su lado, deja caer en mi bolsa de polimetilmetacrilato con dibujos afresados un trozo de papel plegado. Una vez en casa, lo primero que hago es leer y releer su escueta nota:

 

Por favor, hable con mis padres. Ellos le informarán…

Paul

 

Son las ocho menos cuarto de la tarde, estoy nerviosa, voy a la cocina y me tomo dos cápsulas para relajarme. Ahora todo funciona igual. Deseas animarte: te tomas pastillas para encontrarte feliz. Deseas estar fuerte, lo mismo para fortalecerte. Deseas tranquilidad, ídem para aliviar tensiones. Es como si hubiéramos olvidado las normas básicas del comportamiento humano.

 

Todo responde a instintos básicos. Todo lo automatizamos. Nosotros somos los verdaderos robots que tanto me quitaban el sueño cuando era una Lolita. Lo bueno y lo malo, que nos diferenciaba del resto de animales incapaces de pensar y sentir, está desapareciendo.

 

Mov, acaba de sonar el timbre, mañana te contaré lo que suceda. Buenas noches, amigo.

 

Valencia 22 de Julio de 2053

 

No he podido escribirte antes, Mov. La otra noche fue esclarecedora...

 

Los primeros en llegar fueron los padres de Paul. Al instante, volvió a sonar el timbre y aparecieron mis amigos. Antes de cenar tomamos unas copas y charlamos sobre lo sucedido a la salida del supermercado. Y justo entonces, mi amigo Carlos comenzó a soltar unas incoherentes frases que fueron tomando forma a medida que avanzaba su soliloquio. El resto del grupo asentía con cara de resignación a lo que Carlos decía. Caí en la cuenta de que la única virgen en ese campo era yo. Si bien, en solitario, venía haciendo mis cábalas desde hacía muchísimo tiempo.

 

La velada resultó toda una epopeya: mis amigos estaban afiliados a un grupo "antisistema" del que ni siquiera conocía su existencia. Por otro lado, los padres de Paul, siguiendo los pasos de su hijo, indagaban acerca del extraño comportamiento de los "Agentes de la Ley". Por eso lo habían detenido. Estaban desconsolados y creían que nunca volverían a verlo vivo.

 

La cuestión estaba más que clara: debíamos hacer algo. ¿Pero cómo, tratándose de un puñado de ancianos y una pareja de desconsolados padres? Fácil, reclutamos a los amigos de Paul.

 

En unos días, mi casa se convirtió en el centro de operaciones. Gracias a mi antiguo trabajo tenía contactos en diferentes periódicos y editoriales, amén de cinco ordenadores que, manipulados por alguno de nuestros jóvenes aliados, podían convertirse en instrumentos de última generación con los que hackear los programas estatales. Eso para empezar.

 

Yo, que creía que todo era más o menos normal, o por lo menos eso deseaba creer en el fondo de mi corazón, y en aras de desaparecer de la faz de la Tierra, estaba participando en una peligrosa cruzada de la que estaba segura no escaparía. Sin embargo, poco importaba: no tenía nada que perder y podía ayudar a las generaciones venideras. Un acto de solidaridad altruista no viene mal cuando la vida se te escapa de entre los dedos de las manos y las uñas de los pies.

 

Y por hoy, nada más tengo que contarte, querido diario. Estoy tan motivada que no tomaré las píldoras antimalhumor. Hoy comienza para mí una nueva vida.

 

No sé cuándo volveré a visitarte, pero regresaré. Te lo prometo.

 

 

Valencia, 17 de diciembre de 2054

 

Ha pasado más de un año desde que te hice la última visita, pero, ya ves, como te dije, he vuelto. Seré breve, algún día, espero que no muy lejano, te relataré, con pelos y señales, todo lo acaecido y todo lo que está por suceder. Te doy mi palabra.

 

Mov, no sabes cuántas cosas han sucedido.

 

Los días teñidos de gris pasaron más rápido que nunca tras aquel 22 de julio en el que mis amigos me revelaron sus dudas y la información que tenían. Como ya sabes, mi casa se convirtió en el cuartel de mando. Un ir y venir de chavales con truchos o pelados, amigos y conocidos, vecinos y aliados. Eso sí, el trasiego comenzaba a partir de las doce de la noche para no levantar sospechas… y cada día, solo aparecían un máximo de cinco miembros del grupo, a diferentes horas, con sus tareas concretas y sus indagaciones específicas.

 

Yo era la encargada de transcribir sus pesquisas a mi ordenador. Lo hacía de manera encriptada y bajo estricta clave. A mano, también realizaba un exhaustivo trabajo, que guardaba en varias libretas ocultas en un lugar secreto de mi apartamento. Cuanto más descubríamos, más inaudito y complejo se tornaba nuestra búsqueda de la verdad.

 

El equipo de chavales que llevó a cabo las primeras incursiones; las difíciles indagaciones de muestreo sobre el terreno, o sea, los encargados de jugarse el pellejo entrando en las llamadas “Escuelas de la Ley”. Verdaderas fortalezas infranqueables y tan solo de posible y peligroso acceso por los hackers que nos ayudan, fueron los primeros en comprobar con sus propios ojos, el más horripilante de los secretos gubernamentales.

 

A los niños-polis, además de colocárseles el chip en su séptimo aniversario, todos los días se les inyecta sustancias de laboratorio con las que fusionar dicho circuito integrado con sus células humanas. De modo que estas fueran concibiendo unas nonatas y cibernéticas células madre: unas células tan cibernéticas como humanas. No se trataba de la revolución de las máquinas, sino de la “revolución de los humanos”.

 

Las nuevas camadas de “Agentes de la Ley” cada vez tenían más carencias afectivas y, mayoritariamente, fenecían en la flor de la vida. Según nuestras investigaciones, porque la fusión cibor-humano, salvo excepciones, daba una pervivencia máxima de veintipocos años.

 

Con los primeros descubrimientos, hubiera vendido mi alma al diablo por estar con nuestros intrépidos jóvenes. Menos mal que, gracias a la maravillosa tecnología de la que disponíamos, sus transmisiones pasaban a los ordenadores y después se podían proyectar en las tele-murales: era como estar con ellos. Introducirte en sus operaciones y ser un agente de campo.

 

Las incursiones en las espeluznantes “Escuelas de la Ley” eran tan peligrosas como fugaces. Las primeras, duraban tan solo unos minutos. Mientras, nuestros hackers paralizaban las cámaras de seguridad y sustituían las imágenes reales, con nuestros amigos dentro, por otras anteriores. De manera que los vigilantes no advirtieran su presencia, como en los buenos films de antaño.

 

Después, se trataba de colocar en el lugar preciso, nuestras cámaras: verdaderas filigranas en miniatura. Micro videocámaras con una precisión magistral y un sonido THX2100 perfecto. Porque, gracias a uno de nuestros infiltrados, habíamos conseguido los planos de los emplazamientos clave. Se trataba de un veterano que se suponía muerto.

 

Se llamaba Igor y tenía treinta y tres años, su cuerpo estaba maltrecho por la emboscada que había sufrido, cuatro años atrás, para eliminarlo, como hacían con todos los agentes que comenzaban a experimentar alteraciones no deseadas. Medía casi dos metros y su musculatura, pese a sus cicatrices, se mantenía en un estado más que óptimo. No sabía muy bien cómo había sobrevivido, lo habían tiroteado desde diferentes puntos y después de darlo por fallecido, lo habían enterrado. Alguien intuyó que a aquel enorme queso gruyer de ojos ambarinos y cráneo rasurado, todavía le quedaba un soplo de vida. Siete horas después de su sepelio, alguien lo había sacado de su propia tumba.

 

Según le había contado su paladín, al que nunca le había visto la cara por llevarla cubierta con un pasamontañas, al instante de desenterrarlo le había inyectado una sustancia que hizo que su corazón volviera a bombear. Después le curó sus heridas mortales, le dio una mochila llena de los medicamentos que debía tomar a diario para no sucumbir, y lo dejó marchar: quizá alguien se había arrepentido de sus acciones.

 

Supimos que al frente de aquel maquiavélico proyecto se encontraban los “Agentes de la Ley”, que de manera excepcional habían sobrepasado la treintena, junto a los más prestigiosos investigadores del planeta, que por el mero hecho de descubrir lo innombrable eran capaces de todo. Los agentes veteranos, eran en verdad los primeros mutantes humanos por simple cuestión de acoplamiento cromosómico con las sustancias de laboratorio que les habían inyectado. Por encima de ellos, estaba la Cúpula del Orden, compuesta por los últimos policías del antiguo mundo. Eran casi tan poderosos como los Supremos. Nadie conocía sus rostros, solo habíamos escuchado sus espectrales voces.

 

También hemos descubierto que, los “Agentes de la Ley”, a medida que avanzaban en edad, progresaban su mutación genética: digamos que las células humanas se fusionaban con las cibernéticas y creaban unos nuevos elementos de revestimiento aleatorio cada vez más indestructible y a la vez más elástico. Pero, como ya he mencionado, mi querido diario, esto sucede en una minoría exigua de las cobayas utilizadas, por lo que siempre necesitaban experimentar con más y más humanos. Unos mortales muy especiales que ellos mismos esperaban crear.

 

Sí, Mov, tenemos pruebas fidedignas de que dentro de las “Escuelas de la Ley” han creado su propio centro de reproducción asistida. Tan esperanzador para que la raza humana perviva por los siglos de los siglos como terrorífico: es un centro en el que no son necesarios ni madres ni padres; únicamente espermatozoides de los agentes masculinos y ovocitos de las agentes femeninas, crionizados al por mayor por todas las donaciones forzosas de los anteriores agentes.

 

En el periodo de gestación, se ha sustituido el útero materno, por otros nacientes engendros: diferentes artefactos con forma de ciclópeas peras romanas que suplen las matrices femeninas.

 

La estancia en la que se ubican dichas matrices, es un verdadero prodigio. Un círculo perfecto y transparente de enormes dimensiones. Dispuestas en estratégicas ubicaciones, los úteros artificiales, forman a su vez una circunferencia menor con diez piscinas de idéntico aspecto, sobresaliendo metro y medio del suelo. Dentro, un líquido amarillento y gelatinoso, alimenta sus frutos: cristalinos y flexibles, sujetos a la cúpula por medio de un dúctil y resistente cordón.

 

Cada admirable pieza, a su vez, alberga dos embriones conseguidos con las técnicas habituales de la reproducción asistida y las donaciones mencionadas. Estos adulterados fetos, crecen escuchando distintas voces que hacen las veces de madres y padres, además, oyen música relajante durante interminables horas y reciben suaves y periódicos balanceos. Gozan de todo lo necesario para intentar sustituir el vientre materno.

 

Parece maravilloso, ¿verdad Mov? Pues nada más lejos de la realidad, porque estos proyectos de cibor-hombres, a las pocas semanas comienzan a crear sus propios caracteres. Y siempre existe algo que los delata, algo que los diferencia exteriormente de nosotros y, entonces, se eliminan como los desechos más impertinentes del planeta, a medio hacer y por las letrinas más angostas y lúgubres de los WC.

 

Los Supremos siguen experimentando cada vez con más ahínco; desean conseguir su propia raza: la nueva raza humana. Procreada en laboratorio y por hombres que se creen dioses.

 

Cada hallazgo nos deja más perplejos y con más adeptos a la causa. El cuartel de mando se ha trasladado a una nave abandonada en un polígono de las afueras de nuestra gigantesca metrópoli, y eso me incluye a mí y a todos mis bártulos.

 

Nadie hará muchas preguntas sobre la desaparición de una vieja. Mov, estoy en primera línea, hasta pronto.

 

Valencia, 3 de marzo de 2054

 

Amigo, no sé por dónde comenzar. Desde la última vez que te escribí, los acontecimientos se sucedieron uno tras otro de manera continua. Cada cual más aterrador: sí existía una nueva raza humana.

 

Sí, habían conseguido que las criaturas artificiales vieran la luz del mundo, plomiza y decadente. Pero resultó que a los pocos días los engendros habían crecido décadas y sus escrúpulos e instintos eran tan infrahumanos como los del mismísimo Predator del mítico film de John McTiernan.

 

Estos cibor-hombres mutantes se rebelaron contra sus creadores: “los Veteranos”, “los Científicos” y “Los Supremos”. Fue la primera vez que vimos sus rostros en las tele-murales.

 

Unas fisonomías enajenadas por el terror, ojos ensangrentados, piernas descuajadas, pieles carbonizadas. Y resultó que a muchos de ellos los habíamos conocido en diferentes etapas de nuestros pasados.

 

Cuando vi al máximo responsable de Los Supremos el poco bello que todavía surcaba mi estropeada piel se erizó de súbito. Ni más ni menos que era un hombre que había conocido en la plenitud de la vida. Sí, era un verdadero “Agente de la Ley”. Lo conocí en un centro de recreo y me enamoré de él casi al instante. Su cabello oscuro y su mirada lánguida hicieron que pensara que era un romántico. A medida que nuestra amistad aumentaba, su carrera policial crecía y, de repente, dejó de sonreír y de hablar con los amigos. Fue como si sus sentimientos se turbaran, como si las excesivas responsabilidades que adquiría empañaran su sensible y honesta personalidad.

 

Su carácter se hizo tan indolente como hermético. Me olvidé de él y de todo lo que para mí había supuesto. Cambió de comisaría, cambié de residencia y dejé de saber qué había sido de él. Se quedó en uno de los muchos baúles del pretérito, esos que de tan llenos de polvo se asemejan a un montículo de arena seca y ajada.

 

Cuando volví a verlo, arrugado, con la cabeza rasurada y las facciones contraídas por el horror, reviví los hechos. Minutos después, cuando el cibor-hombre que lo asía por la garganta lo despellejó en vivo, ante las cámaras, comprendí el porqué de su metamorfosis: sus músculos flácidos no eran del todo humanos.

 

Los experimentos con mortales se realizaban desde comienzo del siglo XXI.

 

 

Valencia, 23 de agosto de 2054

 

Mov, los cibor-hombres, que comúnmente llamamos Predators han desaparecido y, con ellos, todos los que les dieron vida.

 

Primero perecieron, bajo sus manos, uno a uno, los de Los Supremos. No tuvieron compasión alguna. Primero fue el jefazo, mi conocido. Le siguieron el resto de componentes, con una muerte todavía más atroz. Después les tocó el turno a los veteranos, y por último a los investigadores.

 

Con estos se ensañaron más que con los anteriores, deleitándose con cada uno de los martirios a los que fueron sometidos. A uno lo desmembraron poco a poco, a otro lo empalaron introduciéndole uno de los tubos base suministradores de alimentos de los neonatos artificiales, por el esfínter y sacándoselo por la boca, a otro lo despojaron de ropa y quemaron su piel con ácido sulfúrico enriquecido con ácido clorhídrico, dejando que falleciera de dolor, sujeto a una alambrada de hierro candente con forma de ocho, en mitad de la explanada de las Naciones.

 

Durante unos meses, se sucedieron las atrocidades. El miedo y el caos se apoderaron de la faz de la Tierra. De repente, cuando el Predator que ejercía de jefe se estaba dirigiendo a la Humanidad, su rostro tomó tintes cenicientos y, cual relámpago que oscurece el firmamento, sus facciones se deterioraron.

 

Todos los Predators de su generación envejecieron de golpe como si hubieran contraído una especie de progenia invertida: sus cuerpos, ajados, menguaron de tamaño hasta extinguirse. Era horroroso, parecían bebés rugosos con miles de años, embriones deformes fosilizados.

 

Pero había muchos más en camino. El centro de reproducción artificial de las “Escuelas del Orden” repartidas por todas las metrópolis seguía creando seres infrahumanos.

 

Nuestra labor estaba inconclusa, había que destruir todo tipo de guarnición relacionada con estos experimentos y sus creaciones. Y a todos los aliados de esta mortal y nefasta causa.

 

 

Valencia, 10 de septiembre de 2055

 

Hola, Mov. Mis íntimos y yo, “los Bisa” como nos llaman, hemos pasado unos meses en una de esas clínicas de rejuvenecimiento absoluto para poder proseguir con nuestra importante labor. El resultado es más que gratificante: poder realizar operaciones impensables dos meses antes y mirarte al espejo y verte, además de mejorados físicamente, evocando momentos y lugares oxidados en el arcón de los recuerdos olvidados.

 

Ahora somos mucho más útiles de lo que lo éramos antes de nuestra reclusión clínica, incluso podemos conducir los vehículos que transportan la cloratita que hará explotar por los aires todos los complejos estatales existentes: es la única posibilidad que nos queda.

 

Algunos miembros de Los Supremos con un ejército de cibor-hombres, se han escondido en un lugar secreto y están obligando a todos los jóvenes, varones y hembras, a la donación de sus esencias reproductoras: óvulos y espermatozoides. El motivo está bien claro, con los “Agentes del Orden” manipulados para conseguir la nueva especie. Los donantes forzosos son aniquilados.

 

Hay que acabar cuanto antes con las monstruosas investigaciones que siguen realizando en sus enclaustradas y ocultas dependencias, de lo contrario será imposible detenerlos.

 

Valencia, 25 de octubre de 2055

 

Mov, la paz ha regresado. Ahora voy a relatarte cómo terminamos con el peliagudo y apocalíptico asunto que nos mantuvo en un desenlace agónico casi perenne.

 

Por fin los humanos podemos caminar tranquilos.

 

La resistencia ha triunfado y las malignas “Escuelas del Orden” han desaparecido. Tuvimos que mostrar a Los Jueces Preferentes —con el mayor poder terrestre— todo el material confiscado, amén de presentarles a Igor, que se ofreció a ser examinado en sus laboratorios.

 

Él fue la clave concluyente para el ataque final a las “Escuelas del Orden”. Los Jueces Preferentes nos cedieron el armamento necesario y su guardia personal, que por suerte no estaban adiestrados en las terroríficas escuelas, ¡ellos sabrán el por qué! A mí me huele que estaban al tanto de la situación y que llegó un momento en que el programa se les escapó de las manos. Quizás alguno de ellos fue el benefactor que ayudó a subsistir a Igor.

 

Los supervivientes de la resistencia y los pacíficos vivimos unidos en las montañas. Viendo cada mañana, entre las opacas nubes de nuestro cielo, los furtivos halos de su omnipotente rey. Incluso, de vez en cuando, podemos contemplar su tímido rostro.

 

Enseñamos a los jóvenes que no se debe olvidar el amor, que es necesario sacar del interior los valores perdidos en las etapas de excesivo progreso. Y así, la naturaleza va recobrando la vida desvanecida entre la tecnología, los cambios climáticos, la contaminación y la falta de afecto.

 

Ahora ya puedo descansar en paz. Cuando creí que todo se había convertido en nada sin pasar por un intermedio de caótica entelequia, me vi inmersa en mi propia película de ciencia ficción. Un film que resultó igual de catastrófico que los del celuloide de tiempos arcaicos. Igual de horripilante que la perennidad de los días sin sol.

 

Hasta siempre, Mov.

 

©Anna Genovés

Relato escrito hace dos décadas y dedicado a Isaac Asimov

Corrección ortográfica revisada por la IA Gemini el domingo 2 de febrero de 2025













Xunara



Alienígenas viviendo entre nosotros
con máscaras
y rostros de buenos.
Voraces, sangrientos.



Cuando abrí los ojos por primera vez, estaba rodeada de una luz tenue, envuelta por tejidos violetas: era mi cuna. Unas siluetas negras y traslúcidas, con forma humanoide y ojos de serpiente, me observaban jocosos. Esperaban los sollozos de bienvenida. Despegué mis fantasmagóricas ventanas, oliváceas y opacas, rodeadas de pestañas largas y cortantes como varas de acero. Emití mis primeros lloros; estrepitosos para oídos humanos y angelicales para nosotros, a través de una majestuosa hilera de dientes puntiagudos y gelatinosos.


Mi madre,  sonrío y dijo:


―Te llamaremos Xunara. Preciosa hijita. Ahora tomarás tu primer almuerzo.


Sonaron unas chirriantes trompetas y las puertas lúgubres de doble hoja, se dividieron en dos enormes paneles. Asomó un armazón de forja oscura con ruedas, que transportaba una jaula enlutada de terciopelo azabache. Dentro, un humano arrugado, meditando. Cráneo rasurado; ataviado con una túnica azafrán. La carroza se deslizo por la estancia hasta donde yo me encontraba. Una especie de baba grasienta, pendía de mis fauces; tenía hambre. Sabía que iba a comer. El anciano pronunció unas palabras lánguidas…


―Haz lo que tengas que hacer, soy tu dádiva. Cuando engullas mi organismo, poseerás todos mis conocimientos. Estoy preparado para el sacrificio.


Mis amorfos labios, salivaron en exceso. Abrí la boca,  saqué mi lengua gelatinosa y la introduje por los barrotes de la celda. Mastiqué su piel, sus músculos, sus huesos, sus entrañas y hasta el último retículo de su cerebro. De repente, comprendí a la raza humana. Descubrí sus deseos, sus secretos, sus sentimientos y mucho más… Todo lo supe de esa raza inferior creada para ser nuestro alimento.



©Anna Genovés
02/02/2014
Modificado el 25/01/2025
Propiedad Intelectual V-490-14

P.D. Este microtexto, forma parte de un proyecto fantástico llamado Xunara que nunca se llevará a cabo. Letras que salen de las entrañas en los días negros y misteriosos. Tal vez haya otros...






                        

Xunara

by on 18:18:00
Xunara Alienígenas viviendo entre nosotros con máscaras y rostros de buenos. Voraces, sangrientos. Cuando ab...





Las crónicas de Ileh

 

 

El hombre es mujer

y la mujer es hombre.

 

Lo bello es cruel

y la fealdad es amor.

 

Nada es lo que parece…

Pero, tú y yo, siempre

nos buscaremos.

 

 

 

 

Capítulo 1 – Meneroc, el guerrero

 

Meneroc estaba solo; apostado en una lúgubre esquina a la par del viento gélido que atormentaba su capa y dejaba al descubierto su bello torso. Era un semidiós casi perfecto. Me encaminaba hacia él completamente tapada, nada en mí denotaba sentimientos. Sin embargo, sabía que él me esperaba, ya que, ladeaba su esbelto cuello simulando el ronroneo de mis caderas.

 

Cuando estuve cerca me precipité hacia su boca cual neonato hambriento al pezón que lo amamanta, aferrándome a sus afrutados y voluptuosos labios. Ávida de todos sus secretos, entreabriendo su intimidad y absorbiendo su elixir prohibido. Degustándolo como nunca lo había hecho; así me mantuve en unos minutos eternos de efervescencia, hasta que comprendí que su cuerpo nada podía ofrecerme que provocará mi aliento. De manera que, sin sospecharlo, mi adonis se quedó sin cabeza. De un solo golpe desenfundé mi espada y sesgué su cuello.

 

Inmediato, succioné su efímero museo; sujeté su hermosa cabellera mientras desangraba el cuerpo. Lo hice mil pedazos y relamí el sabor férrico sobre mi filo de acero. Comprendí que no era momento de copular, que ese hombre de mente plana y hechura milimétrica, no podía darme más que un envoltorio fugaz. Revisé sus sensaciones y experimenté sus deseos. Después, abduje su carne y la convertí en mi apariencia.

 

Era mi primera experiencia con humanos y resultó más grato de lo imaginado. Adoptada mi nueva forma, aparté los deshechos y anduve a pecho descubierto por las ruinosas calles del taciturno puerto. Comprendí que mi aspecto no pasaba desapercibido. Los hombres me abrían paso, apartando la mirada con frustración; las mujeres se insinuaban enjugando sus labios y agitando sus pechos.

 

Un instante más tarde, cuando hube inspeccionado la agasajada vida que había tenido ese príncipe de las cloacas de porte gallardo y talento hueco, la mente colmena de mi avispero, me trasmitió el objetivo de mi llegada a la Tierra: debía aniquilar a Salmark. Un espécimen de nuestro linaje exiliado del planeta y que, en la Tierra, se había convertido en hechicera. Como hembra, tal vez, no podría acercarme a su templo. Pero, como varón, tenía más posibilidades, pensé antes de tomar a Menorec.

 

 


Capítulo 2 – Nerut, la afrodita

 

Decidido a contactar con Salmark –únicamente por mi bizarro cuerpo— me encaminé hacia el palacio de la gran pitonisa. El alcázar estaba rodeado por una aureola magnética y perversa que hipnotizaba tanto a los piadosos como a los siniestros. Pero que, en mí, movido por la mente colectiva de mi especie, no tenía ningún efecto.

 

A pocos metros de la entrada principal del palacete de Salmark, avisté algo inusual; apostadas en los laterales del acceso, no había soldados, sino amazonas. Dos a cada lado del pórtico. Ataviadas con una toga escotada que apenas cubría sus muslos y sus pechos. Sonreí con una mueca sesgada. Gracias a mi porte, no tendré que lidiar demasiado con las guerreras; seguro que se doblegan ante mi extraordinario cuerpo, pensé.

 

Nada más lejos de la realidad…

 

–¡Alto! ¿Quién va? –pregunta la voz grave de la adalid de cabello azabache fúlgido al viento.

 

–Soy Meneroc de Orionkulis y vengo a hablar con su señora –ataja el multiformas.

 

–¿Y qué desea de Salmark, la Hechicera?

 

–Ponerme a sus pies para lo que desee vuestra dueña –contesta Meneroc enseñando su hercúleo torso.

 

–Si piensa fascinar a Salmark con su hombría, mejor que se marche, pues ella, apaga su pasión con nosotras –prosigue mirando a sus compañeras.

 

Por unos segundos dispersos, Meneroc se descoloca. Pero, su mente colmena, le revela que solo es un contratiempo: deberá cambiar de cuerpo. No se lo piensa dos veces. Desenvaina la espada y realiza un movimiento elíptico que amputa los golletes de las curtidas mujeres. Disfruta con la sangre grana que cae como una cascada pútrida hasta el suelo. Poco le cuesta devorar, una a una, la esencia de sus cuerpos. Sorbe con apetencia las profundidades de sus blasfemas existencias.

 

En unos minutos, su conversión se materializa. Y, fusionada en un solo ente, nace la mujer más hermosa jamás concebida. Sus voluptuosos labios, de los que todavía resbala un riachuelo de plasma –que limpia con el dorso de su palma y relame con su lengua bífida—, sonríen por el ágape.

 

En una esquina, el cuerpo de Meneroc sucumbe desnutrido e inanimado como si nunca hubiera tenido vida. Junto a él, agrupados en un pira, los despojos de las cuatro amazonas: el torso de la que habló, las piernas de la valquiria, los brazos de la africana y las piernas de la asiática. Adyacentes, las cabezas y los restos sanguinolentos de los órganos internos.

 

El cambiaformas ha fusionado las partes más sublimes de las víctimas para crearse excelsa como ninguna hembra conocida. Toma por nombre Nerut de Orionkulis.

 

De repente, una gutural voz que proviene de la torre serpenteada con basamento en el flanco izquierdo de la ancha puerta, retumba en su sórdida masa encefálica.

 

–¿Quién eres mujer escarlata? ¿Qué has hecho con mis guardias?

 

–Me llamo Nerut de Orionkulis. Soy aquella que salvaguardará tus tesoros de ladrones maliciosos y tu cuerpo de despiadados asesinos. Por eso he lidiado con tus guardianas. Mi fuerza unida a la tuya nos hará indestructibles. Y nuestros cuerpos, unidos, conocerán el placer más absoluto.

 

–Eres osada. ¿No sabes que podría destruirte con tan sólo una mirada?

 

–Sí. Pero si ya no lo has hecho es porque te ha gustado la escena. Ambas disfrutamos con la sangre, las dos reímos con las atrocidades. Dame tu beneplácito y juro por mi honor que te serviré hasta la muerte. He venido desde Orionkulis para protegerte; como tú, soy una exiliada. Tu estela es la muerte y, la mía, el horror –dice ojeando con desprecio los cuerpos desmembrados que la rodean.

 

Nerut muestra su cuerpo desnudo a la lasciva hechicera que, al verlo, se humedece en la penumbra. De inmediato, abre el portón para que entre la afrodita. De improviso, la cabeza de Meneroc emite un sepulcral murmullo. Ella se gira escéptica, desgarra por completo la cabellera y le dice a la hechicera:

 

–Buen cuerpo: fuerte y apuesto para ser humano –abre la boca, expande su apéndice y devora uno de los ojos—. Ahora, mis pupilas adquirirán una tonalidad cobaltina.

 

Seguido, arroja la cabeza hacia la torre. Y, en un golpe preciso, la instala en las manos de Salmark.

 

No te coacciones –le dice a la hechicera—. Sé que devoras humanos y conviertes sus cuerpos, una y otra vez, en tu hechura. Tienes miles de años y millones de rostros con voces infinitas. Hoy, te llaman hechicera igual que antes te bautizaron como lanista.

 

Salmark se deja entrever desde del esquivo torreón; camuflada entre las sombras. Expande su lengua y sorbe el cerebro oscilante del portentoso luchador. Acabado el festín, suelta unas grotescas carcajadas e invita a entrar a la recién llegada.

 

–Entra, amiga. Entra al palacio de los placeres y los horrores.

 

 


 

Capítulo 3 – Salmark, la hechicera

 

Nerut había asimilado todos y cada uno de los capítulos de la historia de la humanidad. Conocía a la perfección las ciudades bíblicas del pecado. Aun así, los primeros minutos en la antesala de la guarida de la hechicera, le impresionan.

 

En el lateral zurdo, unas sombras humanoides se arrastran anexionadas a colas reptiles: rostros de féminas con cuerpos de serpientes. Anda hacia ellas para otearlas de cerca y comprende que la mutación es fruto de los ensayos clínicos. El olor a descomposición y a cuerpos putrefactos, acompañan el atrio de la guarida de Salmark.

 

En el lado opuesto, igual de obsceno: una hilera infinita de hechuras empaladas todavía agonizantes. A sus pies, depredadores extraños; enormes escarabajos de piel humana junto a cerebros palpitantes que caminan a dos patas y devoran la carne muerta que se desgarra de las víctimas. Criaturas espeluznantes fruto de los macabros experimentos de Salmark, piensa sin inmutarse.

 

La oscuridad que reina en lo más profundo de Nerut y de sus análogos, hace que sienta una lejana simpatía hacia ella. Pasado el trecho vestíbulo, el lobby se puebla de seres antropomorfos apareándose por doquier. Posiciones inimaginables entre antropoides infernales salidos de la retorcida mente de la nigromante y sus investigaciones. Admira la dantesca estampa al descubrir que, sin lugar a dudas, Salmark es tan terrorífica como sabia.

 

Nerut fue enviada a la Tierra con el único propósito de aniquilar a Salmark por las aberraciones que había cometido desde que el homo sapiens comenzó a gatear. Sus congéneres la desterraron de Orionkulis, su planeta origen, por rebelarse contra la fusión de su mente a la colmena. La introdujeron en una cápsula uniplaza de orionkulita –un mineral resistente a cualquier impacto: sempiterno y volátil—, creyendo que vagaría por todos los multiversos conocidos hasta el final de los tiempos. Pero, nada más lejos de la realidad. Su fuerza mental eligió la Tierra para llevar a cabo sus aterradores experimentos.

 

Cuando los orionkulianos lo descubrieron, le dieron rienda suelta para ver hasta dónde llegaba. Sin embargo, este cambiaformas de poder exuberante –cuyo verdadero nombre era Phi— había roto todos los esquemas. Debían exterminarla. Y, ahí estaba Nerut dispuesta a sacrificarla, caminado con paso firme y sinuoso, hacia la entrada principal de su alcázar.

 

Las puertas, franqueadas por dos perros gigantes con estiletes férricos a lo largo de la columna y colmillos puntiagudos de acero, se abren emitiendo unos crujientes sonidos. Los paneles son negros y pesados, con repujados apocalípticos. Monstruos alados, hombres y mujeres con cuerpos de bestias. En el centro, Salmark de perfil. Sin cuerpos engullidos. El mismísimo Phi: un grotesco hermafrodita. El panel derecho se abre, llevándose la parte masculina. Mientras que en el izquierdo permanece la femenina.

 

Del interior de la fortaleza surge un destello estelar que ciega la vista de Nerut momentáneamente. De repente, ante sus ojos aparece una estancia acogedora de tonalidades nacaradas; es rectangular y tiene numerosas columnas rematadas por arcos de medio punto y una hermosa bóveda de crucero, preciosa, en el corazón. En los muros, se exhiben lienzos exquisitos. Y, al fondo, un trono pulido desde donde Salmark la observa jugueteando con los tirabuzones blondos de su abundante melena. Sus ojos, rasgados y angelicales –en tonalidad violeta—, enmarcan un óvalo perfecto de pómulos marcados y labios rosas. Es la viva imagen de virgen inmaculada libre de pecado y malevolencia. ¿Cómo un ángel puede ser tan pérfido? Piensa Nerut sin tener en cuenta que, ésa, no es su verdadera fisonomía.

 

–Espero que hayas disfrutado de los horrores de mi antesala. Ya sabes por qué me temen –dice con voz candorosa.

 

–Nunca he dudado de tus proezas –contesta ella.

 

–Pues todavía no has visto mis tesoros.

 

Nerut se acerca para reverenciar a la taumaturga.

 

–Dices que te llamas Nerut.

 

–Eso he dicho.

 

–Mientes.

 

–¿Por qué dudas?

 

–Porque ningún orionkuliano ha tenido, jamás, un nombre que acabe en consonante sonora. Y sé que eres de mí especie.

 

–Te he dicho mi último nombre terrícola; designado a las puertas de tu palacio.

 

–Ése no me sirve. Necesito tu verdadero nombre –sugiere casta.

 

–Te lo diré si tú me dices el tuyo –contesta Nerut como si no lo conociera.

 

–Menuda impertinencia.

 

Inmediato, el suelo se abre y Nerut cae a un foso interminable repleto de despojos humanos. El olor es nauseabundo. Un ruido ensordecedor repica en sus oídos y unas cadenas llenas de vida, surgen de las piedras para ceñirse a sus muñecas y a sus tobillos. Desde arriba, Salmark ridiculiza a su presa. Su voz ya no es inocente sino perversa. Su cabellera y sus ojos se oscurecen. Sus tirabuzones se alisan, sus pupilas son negras e irradian maldad.

 

–Quiero despojarte de tu vehículo y conocer tu aspecto y nombre orionkuliano. ¡Habla o sufrirás como jamás lo hayas hecho! –grita Salmark extendiendo su apéndice bífido hasta rozar la piel de Nerut.

 

–Mi aspecto no importa. Pero, si digo mi nombre poseerás mi mente y la de toda la colmena que te exilió de nuestro planeta.

 

–Por eso quiero saberlo. La tuya la he leído mientras se abría el portón. Necesito la mente conjunta de los orionkulianos para saber lo que habéis descubierto de mí. No logro acceder a ella. ¿La has bloqueado?

 

–No –dice Nerut con voz sumisa.

 

–Sé que vienes a matarme –contesta Salmark con soberbia—. Subestimáis mi poder.

 

Las cadenas asfixian las extremidades de Nerut hasta seccionar su piel; unos cortes abiertos y sangrantes, aparecen en su hechura. Aunque son extremadamente dolorosos porque el apéndice de Salmark está impregnado de ácido, no se queja.

 

–No puedo darte lo que me pides. Yo no me he bloqueado; ha sido la colmena.

 

–¿Por qué debo creerte?

 

–Quizá porque me ha gustado lo que he visto y me rindo a tus pies. Prefiero vivir a tu lado como una princesa, que como un orionkuliano corriente.

 

Dame algo más para que crea tus palabras.

 

De improviso, el torturado cuerpo de Nerut experimenta unas convulsiones atroces. La ingenuidad de Salmark ha revestido por completo y su hermoso rostro se ha convertido en una piedra gélida y mortífera, carente de sentimientos. Únicamente la depravación subyace sobre su piel marmórea.

 

Nerut, en su metamorfosis orionkuliana, quebranta su cuerpo. La carne se descuaja de los huesos. La osamenta se deshace y se reinventa hasta que su conversión finaliza. La escasa piel que la reviste, luce biliosa. La hechura humanoide deja entrever parte de sus de músculos y de su tejido interno; florecen tendones y terminaciones nerviosas. Convertida en una joven despellejada, como si una granada le hubiera reventado cerca. Su aspecto es desagradable y postapocalíptico. Salmark ríe grotesca.

 

–Orionkuliano dime tu nombre.

 

–Mi nombre es Ileh –termina por decir el multiformas.

 

–Ileh mírame –ordena la hechicera.

 

El cambiaformas, obedece. Y el fucilazo de la cabalista se incrusta en su frente para descifrar la pensamiento colectivo de los orionkulianos. Pasados unos minutos, Salmark habla:

 

–Ya conozco todo lo que puedes mostrarme. Todo lo que nuestros congéneres saben de mí. Ahora, confío en ti.  

 

El subsuelo de la plataforma comienza a ascender hasta la estancia del trono. Las cadenas se aflojan. Ileh cae al suelo dando una vuelta completa. Extendido bocabajo, aparece su fisonomía masculina –similar a la de un hombre desollado—. La verdadera hechura de los orionkulianos: alienes hermafroditas con dos rostros en una sola cabeza. Por un lado, de hembra. Por el otro de varón; ambos desgarrados y con lenguas bífidas que al igual que destripan cuerpos, curan heridas.

 

–Ileh restablece tu organismo humano y sígueme. No quiero que nadie conozca nuestra verdadera apariencia.

 

En el dormitorio, la hechicera se muestra como orionkuliano y tras susurrarle su verdadero nombre se funden en un rítmico erotismo. Promiscuos, copulan como heteros y como homosexuales de ambos sexos. Pasadas las horas, están tan desfallecidos que necesitan alimentarse con algunos esclavos terrícolas antes de rendirse a un largo y placentero descanso. Cuando Phi se sumerge en sus brazos, Ileh expande su apéndice y lo asfixia.

 

Phi en mitad de la ahogo susurra…

 

–¿Por qué?

 

–Porque tú serás muy inteligente, pero nosotros, también. Te ha perdido la lujuria. Deberías haber recordado que los orionkulianos podemos camuflar nuestra mente colectiva como si estuviera desconectada. Te dije que me había desligado de mis hermanos, pero era falso. Mientras me entregaba a tus apetencias, he descodificado todo tu saber y has dejado de importarnos.

 

Ileh comprime al máximo su lengua bífida en un preciso y brutal movimiento que termina por sesgar la vida de Phi. Continúo, se levanta y succiona el interior de Salmark, adoptando su forma. Acto seguido, se deshace de los restos humanos y orionkulianos de la alcoba. Se viste con las mejores galas y abandona el aposento.

 

Desde ese momento, él, ella, tiene el poder terrícola en sus manos y los orionkulianos podrán invadir el planeta.

 


©Anna Genovés

Relato Pulp escrito el ocho de marzo de 1995. Publicado por primera vez en este blog años más tarde. Revisado nuevamente en 2023

Asiento Propiedad Intelectual 09/2013/2206

Imagen tomada de #Pinterest


#relatos #scifi #pulp #terror #cuentos #misterio #alienes #erotismo #blog #annagenoves

 


 





La Venus cibernética

 

 

Perfecta, armónica

sin defectos ni virtudes

sin alma que la cobije

ni fe amatoria

 

 

—¡Oh ¡¿Ya tengo qué levantarme? Si acabo de acostarme —dice Venus desperezándose.

 

—Hace once horas que llegaste a casa. Tras inyectarte the synthetic drug que elegiste, caíste en un sueño profundo —contesta una voz estática.

 

—Ya sabes que ayer tuve un congreso de ciber-genética que duró más de cinco horas. Después, no pude eludir la cena de gala y la posterior fiesta; estaban todas las personalidades relevantes del Universo: los ancianos de Marte, los tricéfalos de Mercurio, los labios eternos de Plutón… En fin, todos. Hasta el faraón de la Galaxia más alejada del sistema solar. No podía escabullirme. Por eso estoy tan cansada. Tenías que haberme dejado dormir más tiempo. Sabes que no soy persona si no duermo doce horas de un tirón.

 

—Los siento, Venus. Conozco tus necesidades. Pero han llamado del centro de control Criogenético: hay un problema en el tanque H2030-443J.

 

—Vaya, vaya, vaya… No sé qué sucedió ese año con el nitrógeno líquido utilizado para el sueño eterno. Todos están dando problemas. En fin. ¿Cuánto tiempo tengo?

 

—Un monolicóctero teledirigido vendrá a recogerte en treinta y cinco minutos.

 

—Bien. Pues manos a la obra. Lo primero es quítame esta resaca de LSD3001 químico que introduje en mi organismo para llegar a una complacencia extrema. Por cierto, gracias por tu recomendación. Es buenísimo.

 

—De nada, sólo cumplo con mi trabajo. Como te dije el LSD3301 químico es extraordinario: la mejor droga sintetizada hasta la fecha porque…

 

—Computadora Q3003 no me repitas sus cualidades que ya me las explicaste anoche; sé que he llegado a la fase REM del sueño un segundo después de cerrar los ojos y que mis fantasías han sido tan gozosas como cuando estaba en el útero biónico del laboratorio.

 

—Disculpa, Venus. ¿Qué necesitas?

 

—Te pediría que preparases a alguno de mis clones, pero… esta vez iré yo y necesito la perfección.

 

—Puedo oxigenarte aquí mismo, aunque preferiría que pasaras por el ionizador catódico.

 

—Traslada a mi dormitorio un holograma programado, no tengo ganas de levantarme. Así realizaremos todas las funciones en una sola sesión.

 

La estancia se impregna de una nebulosa con diminutos brillantes que cristalizan en el habitáculo adaptándose a su perímetro. Venus ordena la operación de regeneración celular completa.

 

—Cápsula hiperbárica en función absolute perfection.

 

Un sonido aerostático y sedoso, atraviesa la estancia cibernética en la que Venus se encuentra descansando. Un minuto más tarde, un tubular flexible se acopla a sus voluptuosos labios fresados; el recinto se llena de un líquido acuoso transparente que rehace la totalidad de su organismo.


En un instante onírico, su organismo recubierto adquiere la belleza natural de un cuerpo modelado en el Olimpo de la perfección droide.


Media hora después, un monolicóctero teledirigido desde la central de clones Eternitys, la espera en el dintel del tejado acrílico de su cueva de titanio. Venus entra cual flor recién nacida entre diamantes.


No utilizar a sus clones ha sido un acierto porque cuando llega a la central los trabajadores no imaginan que, en realidad, es la jefa. Piensan que, en su egocentrismo inmaculado, ha creado un nuevo clon y se muestran relajados y sinceros. Ella les sigue el juego y, a los pocos minutos comprende que el error no ha sido de las cápsulas criogénicas, sino de la incompetencia de alguno de los humanos que trabajan para ella. Cuando lo descubre, no se lo piensa dos veces y los ejecuta con los láseres de última generación que expulsan sus índices.


Venus es tan hermosa como letal. El primer droide nacido en un útero biónico con facultades clónicas. Engendrada sin sentimientos ni remordimientos. Los clones humanos resultaron tan infantiles como sus originales y por eso la crearon a ella.


Nada de… Amando, dando y perdonando –que, además tiene demasiados gerundios—. El que la hace, la paga. Se dice a sí misma cuando aplica su ley.


 

© Anna Genovés

Revisado el tres de octubre de 2023

Imagen tomada de la red

 

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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