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Mundo basura


 



Mundo basura

Solo importa el dinero

Vales lo que tienes y ya está


 


Mundo basura

Nada que comer y nada que cantar

Ni juegos ni alegría, solo verdad

 



   Mundo basura

La muerte tiene un precio

Bomba de racimo o virus letal


 


Mundo basura

La indolencia nos consume

El fuego se apagará 




Mundo basura

Hipocresía regalada

Hacer la cobra es lo más


 


Mundo basura

Amistades peligrosas

Glenn Close se quedará


 


Mundo basura

Lujuria, tiranía y violencia

 Nada bueno quedará




Mundo basura

En el cielo hay nubes

En el infierno, mal

 



Mundo basura

Si odias la mentira

habrá soledad


 


Mundo basura

La vida en una botella

Que huye por el mar

 



Mundo basura

Rebaños de ovejas

Y peces que quieren volar

 

 



©Anna Genovés

Miércoles veintidós de junio de 2022

 

 





Mundo basura

by on 16:16:00
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Bella



Estaba sentada en una de las salitas del Tanatorio Municipal de Barcelona con un pantalón vaquero y una camisa negra con un dibujo chino en la espalda. Hablaba con la muerta y, aunque la gente pasara y le diera el pésame a la familia, ella seguía su plática como si nadie la oyera.



–Amiga –le decía—. Te he rehusado a propósito; prefería estar lejos de ti para no seguir enamorada y poseerte antes de tiempo, y, hacía tantos meses que no te veía, que había olvidado lo hermosa que eras. Da lo mismo que te metan en una caja de pino sencillo con una cruz discreta como siempre has querido, o que luzcas cubierta con un sudario que apenas deja entrever tu preciado rostro. Igualmente se antojan tus formas fuertes y equilibradas (pausa).


» No te enfades conmigo, solo digo la verdad. Tenías que llamarte Envidia en vez de Bella, ya que has sido de las personas más envidiadas que he conocido. De niña todos querían estar contigo, ahí me dieron el primer toque, pero lo pospuse. Tenías esa sonrisa tan natural, que me fue imposible llevarte conmigo. Eras un verdadero angelito (pausa).

 

Una señorona de pelo cardado y andares flamencos, se acerca y le pregunta—:

 

–Disculpe la indiscreción. Soy tía de nuestra querida Bella y no la conozco, como soy mayor olvido a las personas… ¿Quién es usted?

 

–Una amiga –contesta ella.

 

–¿Conocía mucho a Bella?

 

–Desde el día que abrió los ojos por primera vez, no la he dejado. He sido su sombra.

 

–Bueno, como aún es joven –la mujer sonríe de medio lado— habla de una forma que no llego a entender… pero se ve que la quería mucho.

 

–Tanto que cuando me dieron su nombre por segunda vez, dije que estaba saturada de trabajo y me marché por unos días al otro lado del mundo.

 

–Aún la entiendo menos.

 

–Dentro de poco, lo entenderá. No se preocupe –la anciana la mira de reojo y cambia de tema—:

 

–Mira que Bella era guapa, ¿verdad? –dice mirando el cadáver.

 

–Una de las más hermosas. Tocada por la mano divina, y, pese a tener una vida difícil, ha mantenido su gallardía innata. Sabe usted, la belleza nunca muere, solo cambia.

 

–Tiene razón. Bella era un encanto de persona, pero tuvo mala suerte.

 

–A veces, cuando se tienen demasiadas virtudes y naces en una familia…

 

–No se corte que nos hemos hecho amigas. Cuando se nace en una familia trabajadora y de pocos saberes. Cuanto más encantadora, peor lo tienes.

 

–¡Cuánta razón tiene, doña Mercè! 

 

–¡Ay! Si sabe mi nombre.

 

–¿Cómo no? Soy la persona más acompañada y, a la vez, la más solitaria. Sé cómo se llaman todos y, cuando me acompañan, en ocasiones, me duele. Con Bella me sucede.

 

–Entonces, es usted una persona con buena estrella porque siempre va escoltada.

 

–Si usted lo dice…

 

–Claro, mujer. Yo, fui una joven rodeada de gente y, a medida que fui envejeciendo me quedé sin compañía. Mis amistades pasaron a mejor vida y los jóvenes de la familia se olvidaron de la vejestoria de su tía.

 

–Bella sí la visitaba –mira el ataúd—. Era su tía preferida.  

 

A la anciana se le nubla la vista y en sus ojos velados, aparecen unos enormes lagrimones.

 

–No llore Mercè. Usted ha tenido una buena vida y tendrá una buena muerte. Fíjese en Bella, ella, aún era joven, y, al final, la ha atropellado un coche. Sabe, no pude evitarlo: era una orden y ya no podía posponerlo más, era la tercera vez que la nombraban; pero, por lo menos, desvié el vehículo para que su rostro siguiera hermoso.

 

–La verdad es que está muy arregladita. Hasta diría que está feliz –Mercè se seca los ojos.

 

–Lo está. En más de una ocasión me dijo que le pesaba la vida. Y fui yo quién tuve que animarla.

 

–Muchas gracias. Es usted una gran persona.

 

–Hago lo que puedo. Cuando escuché su nombre de nuevo, intenté cambiar de trabajo. Pero, no me dejaron. Lo mío es un servicio eterno y, por mucho que me empeñe, nunca podré evitarlo. Así que es mejor que no me encariñe con nadie. Mercè voy a dejarla.

 

–Hija, ¿qué no me ha dicho cómo se llama?

 

–Me llaman La dama de la hoz. Pero mi verdadero nombre es Muerte.

 

Mercè sufre un ictus que la fulmina. Una muerte rápida e indolora, según dicen.



©Anna Genovés

Ocho de junio de 2022

 

Bella

by on 18:18:00
  Bella Estaba sentada en una de las salitas del Tanatorio Municipal de Barcelona con un pantalón vaquero y una camisa negra con un dibujo...




 


Los cinco



La reunión semanal de Los cinco empieza con un juego de mesa similar al Monopoly con nombre propio: Apocalipsis terrestre. El casino es el super jet privado que les regaló un mandatario excesivamente generoso, ya que su valor sobrepasa con mucho la construcción de algún que otro campo de fútbol de la Premier League. La aeronave posee una pantalla gigante desde la que el grupo vigila a las sociedades que pueblan el mundo.


El conclave está formado por una actriz, un empresario, un jeque, un químico y la heredera. Son los personajes más populares de las redes sociales, los más odiados y los más deseados; con millones de seguidores y detractores. Por este motivo, ostentan un poder absoluto.


Lo que desconocen los terrícolas es que, Los cinco mueven los hilos de todo lo que sucede en nuestro hermoso y decadente planeta azul.


Una figura con un mapamundi asoma sobre la mesa de metacrilato central: un holograma enorme a todo color y tridimensional. La heredera comienza la partida.


La heredera: Quiero que los humanos de mi continente se evaporen; estoy cansada de ellos –dice caprichosa.


El jeque: Será divertido, pero déjame a algunos miles para que trabajen en mis petroleras –se frota las manos.


La actriz: Me da un poco de pena. Nunca aprenden, pero ya les hemos dado bastantes varapalos a lo largo de la historia –sugiera dulzona—. A mí me agrada ser la reina del rock & roll: me adoran.


El empresario: A ver qué podemos hacer para divertirnos sin causar demasiadas bajas. ¿Tú qué dices Químico? Estás muy pensativo.


El químico: Propongo un virus letal que fulmine a la mayoría de la población. No solo del continente que regenta La heredera, sino del planeta. (Aplausos).


La heredera: ¡Qué guay!


El empresario: Cómo se nota que has llegado la última. Es algo que llevamos haciendo desde que la Humanidad existe. Cada cien años terrestres, más o menos, enviamos a un bichito dirigido que, El químico, fabrica en sus laboratorios.


El químico: Fíjate si son tontos, querida heredera, que ellos mismos se auto destruyen sin saberlo. Yo elijo a unos privilegiados que crean, siguiendo mis pasos, a esa alimaña microscópica que, después, esparcimos por diferentes lugares.


La actriz: Ciertamente, me apena decirlo, pero estamos muy hasta las narices de las sociedades. Los humanos son insolidarios, egoístas y poco creativos. Por lo general, el bichito se acompaña de catástrofes naturales o guerras. Todo en el mismo pack y, ellos, como tienen el coco y la moral consumida, lanzan bulos que se tragan como si fuera maná.


El jeque carraspea.


El jeque: Ciertamente, esos chismes también los dirigimos nosotros. Digamos que creamos una historia falsa y la lanzamos en algún medio de comunicación. Es como un germen que crece con el paso de las horas y se convierte en una monstruosidad. Por ejemplo, escribimos en un medio digital que el matapersonas lo ha creado tal país o tales laboratorios… Y, ellos, se lo creen o incluso le sacan tanta punta al lápiz que, al final, algún coaching suelta que los antídotos llevan un microchip para controlarlos y que la sabandija no existe. Entonces surgen movimientos ‘antinotepongasnada’.


El empresario: En ese instante, comienzan a aniquilarse entre ellos.


La actriz: Encerrarlos en casa fue perfecto mientras duró; el bestia desapareció hasta que volvieron a las calles.


El químico: Con el tiempo creamos unos kits para que se hicieran pruebas de contagio sin necesidad de ir a los hospitales; los ayudamos para que los sistemas sanitarios no colapsaran. Pero, era una trampa, ya que, estos botiquines de auxilio eran tan rudimentarios como falsos. Quiero decir: cualquier juego de laboratorio para niños es más fiable que los plásticos que les vendimos y, encima, no servían para nada porque estaban trucados.


La heredera alza las cejas, pero, antes de hablar, el empresario, sigue la narración—:


El empresario: De todas las pruebas caseras que se vendían en farmacias u online, una tercera parte siempre daba positivo y otra tercera parte, negativo. El resto contenía alguna mutación del bichito que contagiaba a quien lo tocaba. 


La heredera: ¡Sois perversos! –exclama.


El químico: Después de milenios creando mundos que se autodestruían. ¿Por qué no introducir alguna variable cargada de positivismo a ver si evolucionaban hacia un futuro mejor?


El jeque: Pero no había forma. Tropezaban una y millones de veces en la misma piedra. Así que nos hicimos un poco malos y comenzamos a introducir variables malévolas.


El empresario: Por extraño que parezca, era la única forma de que crecieran hacia una sociedad más avanzada que retrasaba la aniquilación. Es como si algún fallo en el ADN humano les hiciera mejores personas cuando sucede una catástrofe. Entonces suelen solidarizarse y olvidan, momentáneamente, ese egoísmo incrustado en su cerebro.


La heredera pone cara de póker.


La actriz: Los sucesos horribles les hace desarrollar una resiliencia que, en algunos casos, es digna de estudio. Pero… pasado el tiempo, se olvidan de las efemérides desagradables y vuelven a sus aptitudes y actitudes negativas.


La heredera: La verdad es que me aburren tantas idas y venidas para acabar como siempre. Así que propongo iniciar una verdadera carnicería –introduce los brazos en el holograma y mueve las manos como si empuñara una Silver Blade y asestara cortes letales a todos los países.


El empresario frunce el ceño, el jeque se acaricia la perilla, el químico se relame los labios y la actriz cruza los brazos dubitativa: no quiere perder protagonismo en pro de La heredera. Entonces suelta—:


La actriz: A ver, pequeña, ¿qué propones?


La heredera: Quiero un Apocalipsis total.


La actriz: ¡Madre del amor hermoso! Si que empiezas fuerte.


La heredera: Sí. O todo o nada. Este continente lo hundiremos bajo el mar –toca Oceanía y lo mueve hasta dejarlo bajo las aguas—. ¡Ya está! Uno menos.


El empresario alza los hombros. El jeque tuerce el morro. El químico sonríe y la actriz propone a La heredera hablar en petit comité ya que son las únicas féminas del grupo. Así pues, se levantan y dejan la gran sala para tomarse un refrigerio en otra de las cómodas estancias. Los tres varones fuman unos cuantos Habanos endulzados con güisquis de Malta.


Media hora más tarde, las chicas regresan a sus asientos con una sonrisa de oreja a oreja.


El empresario: Os veo felices.


El químico: Eso es que ha habido quorum.


El jeque: ¡Bravo! Exponer vuestra propuesta que seguro es maravillosa.


La actriz: Y novedosa.


La heredera: Hemos decidido apretar el botón rojo.


Los caballeros se quedan pasmados y ellas responden—:


La actriz: Los cinco estamos cansados de este planeta decadente y repleto de parches. Demasiadas civilizaciones, trillones de humanos, descomunales catástrofes, incontables guerras…


La heredera: En fin, demasiado de todo. Si apretamos el botón rojo, con la primera detonación nuclear se aniquilará de un plumazo millones de elementos. Y como respuesta, otro botón rojo, será apretado y, así sucesivamente: un efecto dominó. Si al final sobreviven algunos miles, siempre le echarán la culpa a algún gobernante autócrata con ansias de grandeza.


La actriz: Y nosotros, nos vamos a otra galaxia y concebimos un nuevo mundo.


El empresario: ¿Con humanos?


La heredera: Claro. Son imprescindibles: las criaturas más hermosas de la creación, pero los rectificaremos un poquito... Serán humanos avanzados.


La actriz: Nacerán más humildes, no conocerán la envidia ni la avaricia. No existirán humanos tóxicos. O sea, eliminaremos la maldad de su ADN y eso del libre albedrío, dejará de existir.


La heredera: Son tan corrosivos que nos han envenenado a nosotros. Al principio fuimos seres puros, debemos volver a serlo. Las sociedades no conocerán la tecnología.


El jeque: Pero, entonces, no habrá Revolución Industrial.


El empresario: No podré hacerme rico.


El químico: Careceré de laboratorios.


La actriz: Exacto, todos ganaremos en salud.


La heredera: Ejerceremos de vigilantes y de guías. No necesitaremos disfrazarnos con pieles humanas –se palpa la base craneal hasta tocar un pequeño bultito, lo estira y se abre una especie de zip que recorre su cuerpo de arriba abajo.


El resultado es un humanoide brillante de ojos plata.


El empresario: ¡Cuánto tiempo sin ver nuestra verdadera identidad!


La actriz ha hecho lo mismo.


La actriz: ¿No es reconfortarle?


El jeque: Lo es –sigue el camino de sus compañeras.


El químico: Casi había olvidado que fuimos los primeros humanos que habitaron la Tierra fruto de una casualidad. Nuestro desarrollo fue tal, que solo nosotros llegamos a conocer la inmortalidad. Convertidos en dioses, empezamos a fundar nuestro legado.


La heredera: Pero nuestras creaciones siempre tuvieron algún fallo y yo me convertí en la eterna heredera de un planeta abogado a la destrucción. Debemos enmendar nuestros errores y crear humanos perfectos como un día lo fuimos nosotros. Habrá más Tierras, igual de hermosas y con otros nombres.


Los cinco salen de la estratosfera con lágrimas plateadas recorriendo sus rostros luminosos mientras contemplan las sucesivas explosiones de ese planeta llamado azul.


 

©Anna Genovés

Sábado catorce de mayo de 2022

 

 


Los cinco

by on 21:12:00
  Los cinco La reunión semanal de Los cinco empieza con un juego de mesa similar al Monopoly con nombre propio: Apocalipsis terrestre. El...

 







Lost 11-21

 


Todos los domingos un grupo de escritores amateur se reúne –vía telemática— para escribir relatos encadenados. Eligen un tema y comienzan la historia. Las reglas del juego hacen posible que, cada semana, sea uno el que comience a narrar un máximo de ciento cincuenta palabras que seguirán sus compañeros, por turnos.


El grupo se llama Lost por el mero hecho de recoger a seis personas desempleadas que ni tan siquiera se conocen; los contactos surgieron a partir de Instagram. Saben del vecino los datos personales que se han enviado y unos selfis para verse las caras. Sin embargo, para el grupo, han elegido usar unos avatares relacionados con sus personalidades. Así pues, tenemos a un hípster, una pija, un liberal, una lesbiana, un jubilado y una mamá.


Esta jornada, el tema se centrará en María y Lucas –dos supervivientes de un accidente aéreo que aparecen en una isla desierta—. Junto a ellos, una caja de cervezas, un espejo de tocador, un frigorífico con alimentos, un baúl lleno de libros, algunas prendas de vestir y un perro.


Por orden y siguiendo los parámetros marcados, un cuarto de hora después El hípster inicia el principio del cuento…








 

HÍPSTER

 

María y Lucas aparecen en una isla boqueando como peces. A lo lejos, los restos de un Boing 747 humeante, desaparecen en el piélago grisáceo y profundo. Lucas se acerca a la chica, la reclina en sus muslos:


–¿Estás bien? –pregunta zarandeándola.


La joven tose repetidas veces.


–Creo que sí. ¿Qué ha sucedido, no recuerdo nada…?


–No te acuerdas de haber tomado un avión?


–Bueno, de eso sí, mi asiento estaba en la cola. Había muchos movimientos y me quedé adormilada… –de repente, se tapa la boca y chilla desesperadamente.


–Tranquila. Llora todo lo que necesites –Lucas la consuela.


Ha comprendido que la pobre chica ha recordado la explosión que precedió al accidente; cuando se abrió un boquete en el lateral del ala izquierda y el avión cayó al océano en picado. Seguramente se imagina el resto…

 

 

PIJA

 

Unas semanas más tarde, el escenario ha cambiado por completo y la pareja ha intimidado. El amor ha irrumpido en la isla y la vida es, tal cual, la película de El lago azul.


Pese a que están mucho más delgados, han tenido la suerte de encontrar comida flotando por el agua o varada en la arena. La piel está curtida y la ropa hecha girones. Sin embargo, se aman y han hecho una cabaña donde pasan las noches.


–María, corre. Escucho un motor.


–Ya voy Lucas.


Se ponen la mano sobre los ojos y miran hacia el firmamento zafiro que se abre ante ellos. No obstante, pasados unos minutos… el único sonido que oyen, son las olas rompiendo en la orilla.


–Si este es nuestro fin que sea como en las películas de antaño –sugiere Lucas.


Inmediato, abraza a María y la besa con la ferviente pasión de un galán de los 20.

 

 

LIBERAL

 

Una tarde, una luz fulgurante, aparece en el firmamento; cuando se acerca, ven que es una nave extraterrestre. La abducción de ambos es casi inmediata. Dentro, les esperaban unos seres extraordinarios –altos y flexibles— de ojos rasgados como Akenatón y cráneos similares al de Nefertiti que les cuentan la verdadera historia de la raza humana.


La pareja descubre que los humanos son hijos de un linaje superior que vivía en el exterior del universo conocido. Cuando hombres y mujeres se hicieron avariciosos y rencorosos, los abandonaron, aunque siguieron vigilando la evolución de sus engendros terrícolas.


Tras analizar sus ADN y sus buenos sentimientos, los devuelven a la isla con provisiones suficientes para subsistir toda una vida al margen de las sociedades desarrolladas.


Cinco minutos más tarde, la pareja despierta en la choza y cree haber tenido un sueño. Empero, encuentran las provisiones necesarias para no preocuparse en mucho tiempo.



 

LESBIANA

 

Días más tarde, otro avión colisiona y rescatan a los supervivientes: tres chicas y un hombre joven.


De inmediato, congenian y se ayudan mutuamente. Les enseñan a sobrevivir con lo que tienen y los frutos isleños: la comida se raciona concienzudamente. Los animan cuando hace falta y los acurrucan cuando necesitan amor. Como resultado, las parejas fluyen… El recién llegado se empareja con Lucas que siempre había sido bisexual, y, las tres chicas nuevas y María, forman una familia polisexual que se apareja entre ellas o con los mozos de la isla.


La felicidad reina en el grupo hasta que, dos de las chicas, deciden no compartir cama con el resto porque se han enamorado de verdad y son monógamas.


Meditan y una de las hembras –oriunda de polinesia— ejerce de sacerdotisa y las casa al estilo de sus ancestros. Celebran una gran fiesta y se emborrachan con cerveza.  


                                                                                           

JUBILADO

 

Pasan los años y siguen en el islote viviendo en núcleo tribal. El matrimonio de lesbianas se deshace y, como era obvio, Lucas vuelve con María. El hombre joven, hace su nido de amor con Luisa –una de las chicas del segundo accidente que, encima era su mujer—. Lo habían mantenido en secreto porque en el momento de la colisión, estaban enfadados y, después, se acoplaron a lo que vino.


Si bien, no estaban a gusto con sus vivencias, ya que, lo que había comenzado como un cuento de hadas, había terminado como Sodoma y Gomorra. Claro, ellos, como parte de los recién llegados, tuvieron que amoldarse a lo que, los más castizos –Lucas y María— decidían. Estaba feo llevarle la contraria a los jefes.


Las otras dos mujeres vivieron la existencia como anacoretas y célibes que practicaban la fe y rezaban.


No hubo embarazos y el perro murió.


 

MAMÁ

 

Las labores de rescate de ambos aviones, se dio por cerrado y tanto fallecidos como supervivientes, pasaron al cajón de los desaparecidos hasta que, en la década posterior –en una playa lejana— un niño encontró una botella con un mensaje dentro.


El chiquillo intentó sacarlo, pero no pudo y se la dio a su papá, quien más docto por la edad, consiguió sustraerlo y leer su contenido: «Escribo este mensaje como última superviviente de los dos Boing que se estrellaron en una playa desierta del Pacífico en el año dos mil once. Solo seis personas lo logramos. Vivimos un tiempo como pudimos hasta que escaseó el alimento y empezamos a morir. A falta de comida, comenzamos a descarnar a los muertos. Al final solo quedaba yo y me comí a mí misma hasta que tuve uso de razón. Una mamá sin hijos a los que acunar no sirve de nada».

 

 

@Anna genovés

Escrito el domingo diecisiete de enero de 2021

Revisado el domingo veintiocho de noviembre de 2021

 


Lost 11-21

by on 17:17:00
  Lost 11-21   Todos los domingos un grupo de escritores amateur se reúne –vía telemática— para escribir relatos encadenados. Eligen un ...

 








Monstruo


Hacía un año que habíamos inaugurado el adosado en el que vivíamos; con la mala suerte de toparnos con un vecino desagradable y malévolo. Cuando falleció, nos alegramos y no pudimos evitar brindar con champagne y hacer el amor.


Acabado el apareamiento, nos quedamos tumbados sobre la cama. Pero, mi sueño, dio paso a un duermevela intranquilo; los párpados se abrieron y pegué un salto, ya que unos ojos rojos y amenazantes, nos observaban.


¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Cómo te llamas? Grité. Bote del lecho y seguí a la figura demoniaca que ascendía por las paredes hasta el techo, como una araña titánica que giró la cabeza para mostrarme sus dientes mugrientos y dejarme su aliento fétido en mi rostro descompuesto.


No hizo falta que me contestara. De repente, supe quién era y qué deseaba: venía a por un alma. Y se la llevó. Cuando regresé a la habitación, mi pareja dormía plácidamente y al lado, una mancha rojo intenso, llenaba mi hueco. 


Chillé con todas mis fuerzas.

 

©Anna Genovés

Veintidós de noviembre de 2021

 

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Monstruo

by on 22:22:00
  Monstruo Hacía un año que habíamos inaugurado el adosado en el que vivíamos; con la mala suerte de toparnos con un vecino desagradable...

 





Halloween en Motherland



En el plató 13 de la ciudad cinematográfica de Vancouver se está grabando un capítulo de la afamada serie sobrenatural Motherland. Las actrices principales: Raelle, Anacostia, Scylla, Abigail, entre otras… Uniformadas de brujitas soldado, tienen ganas de acabar. Halloween está al caer y aún no tienen preparada ninguna fiesta.

Horas más tarde, al finalizar el rodaje, el estudio se inunda de un gorgoteo divertido que envuelve el ambiente. Las actrices, que entre ellas se llamaban con los nombres de los personajes del serial, ríen y hacen planes. De repente, Anacostia dice a su grupito—:

–Ya lo tengo claro.

–¿El qué? –pregunta Raelle.

–Los disfraces.

–Cuenta, cuenta… –dice Scylla mientras Abigail agudizaba su sexto sentido.

–Nos disfrazaremos de nosotras mismas e iremos a alguna fiesta en la que no estemos invitadas a ver qué pasa. ¿Qué os parece?

–Es una idea magnífica –contesta Scylla y, pensativa, prosigue—. ¡Uyuyuy! Fijaos… ¿Y si vamos a una fiesta de personajes con los que estemos enemistadas?

–Sería total –dice Raelle—. Es una excusa buenísima para acabar con alguno de esos demonios que veneran al oscuro. Por ejemplo.

La cara de las actrices se constriñe –cada una haciendo sus cábalas con los brazos cruzados—pensando a quién engañar para después… fulminar. El representar a brujas defensoras de la Humanidad, las ha hecho creer poseedoras de algunos de los extraordinarios dotes de los que gozan en la pequeña pantalla.

–No os lo toméis a guasa –dice Anacostia que ha leído la mente de sus—. Muchas asociaciones querrían vernos bajo tierra. Hay que saber elegir y, si hay guerra, que sea por una buena causa. Llamemos a Tally, que hoy tiene libre, para que se una a nosotras. Le haríamos un gran favor si acabáramos con los demontres que trituraron a su familia…

Sería total –sentencia Raelle antes de coger el móvil y llamarla por Skype.

 

***

 

Tres días después, se visten con el uniforme de gala de Fort Salem y cogen un jet privado hacia New York.  Tal y como han convenido, se presentan en la puerta de la fiesta más cool de la city. El portero les pide las invitaciones—:

–Me ensañáis las invitaciones, por favor.

–Disculpa –dice Raelle que lleva la voz cantante—. ¿De qué hablas? ¿Qué no sabes quiénes somos?

–Claro que lo sé, guapita. Sois las brujitas de la popular serie Motherland de Prime Vídeo.

–Entonces… ¿Imagino que no necesitamos credenciales?

–Pues estás equivocada. Esto no es una fiesta de actores que en la TV salen de brujos o de otros tantos freaks sobrenaturales. Esto es una celebración seria donde los disfraces son la verdadera personalidad de los asociados.

Abigail se falca en el suelo con las piernas ligeramente abiertas y le planta cara—:

–Uno: no nos vaciles. Dos: no te burles de nosotras… –antes de que siga hablando, el portero la corta y dice—:

Y... ¿Tres?

Déjanos pasar.

–A ver. Me caéis bien –contesta el vigilante—. Por eso os advierto. ¡Largaos!

–Lo tienes claro –corean.

–Puedes decir lo que te dé la gana, me has cabreado –de improviso, Abigail, extiende los brazos a la vez que emite un latigazo sonoro muy felino y lo deja inconsciente sobre el pavimento.



 

***

 

La antesala de la mansión es decimonónica y lúgubre. Los espejos están cubiertos con velos negros y los cuadros tienen crisoles y exvotos formando medias lunas como si fueran de altares. El resto de mobiliario aparece engalanado con velones oscuros.

Un sobresalto irrumpe en sus cuerpos cuando el portón de la entrada se cierra de golpe.

–Me encanta la decoración.

–Anacostia eres más tenebrosa que el señor de los infiernos –insinúa Abigail.

–¿No me diréis que no mola? –pregunta ella.

–Si no fuera porque mi sexto sentido me muestra imágenes de crímenes abominables, te diría que el escenario es perfecto para Halloween –sugiere Raelle—. ¿No lo notáis?

–Yo no noto nada –contesta Abigail con cara de póker—. ¿Qué tal si buscamos de dónde viene la música?

Scylla ¿y a ti qué te sucede? –pregunta Tally.

–Perdonad. Estoy rara.

De improviso, la bella actriz, comienza a chillar y su cuerpo sufre convulsiones diversas que la elevan hasta el techo y la dejan caer varias veces. Parece una muñeca de trapo maltratada. En una ocasión, sus miembros están a punto de descuajarse como si estuviera sobre un potro de la Santa Inquisición para descuartizarla. En otra, su organismo parece deshuesado y se dobla como si un diablo la hubiera poseído y jugara con ella. Su cabeza se gira y sus ojos, se abren. Convertida en niña del exorcista, habla con voz agónica y les dice el camino a seguir...

–Seguid recto hasta la puerta del fondo y me conoceréis –su brazo se alarga como un gusano interminable y sus uñas ennegrecidas y afiladas, rasgan el ornamento de madera hasta llegar al pomo y abrirlo.

Un ruido de ultratumba, chirriante e insoportable, deja al descubierto un camino fosco y semioculto por la niebla. Scylla, en su posesión infernal, las precede en el aire con sus uñas de lanza sangrante y su cuerpo girado.

Raelle lanza un conjuro para salvar a su amiga—:

 –Por la fuerza que el aquelarre que Fort Salem me ha dado, te ordeno que bajes –pero ella se ríe y su hermosura se deforma: en un segundo, miles de rostros de las cloacas del inframundo, aparecen y desaparecen buscando el adecuado.

–Y yo te digo, aprendiza de hechicera, que te hemos avisado en la puerta. Este no es vuestro Halloween –habla el semblante cornudo de macho cabrío que ha surgido del otrora virginal rostro de Scylla.

Sigámosla –dice Tally. Ya tendremos tiempo de deshacer el hechizo que la atrapada.

El camino, cada vez más oscuro y tenebroso, se llena de una bruma espesa y amenazante. Las amigas lo siguen en fila de a uno cogidas de la mano. Unos sonidos agudos y extraños, como si rezaran el rosario de una misa negra, las llevan hasta una explanada en la que están presentes los personajes de los cuadros del pasillo. Cada uno ataviado con los ropajes de la época en las que fueron pintados. Algunos llevan harapos. Otros, trajes renacentistas. Al fondo, un altar con el cuerpo de una Scylla durmiente como la bella del cuento.

Entre ellas, utilizan la telepatía para comunicarse. «¿Qué es esto?» «¿Quiénes son?» «¿Por qué está Scylla sobre una mesa de…?» «Sí. Acertaste.» Contesta uno de los comensales que ha leídos sus mentes. «Estáis en un ritual de sacrificios. Nosotros os hemos llamado porque sabíamos que, ciertamente, poseéis cualidades sobrenaturales y queremos probar vuestra sangre y vuestra carne para permanecer más tiempo incorruptos.»




Raelle se acerca a uno de los pilares y, del mismo, sale la silueta desdibujada de un demonio putrefacto que la acaricia. Pega un salto hacia atrás y la figura desaparece. «Apelemos a la magia ancestral». Les dice a sus compañeras mentalmente. Las brujitas se concentran y hacen un círculo; sus cánticos inundan el habitáculo mágico. Pero, de repente, sus gargantas se tornan ácidas y sus voces se apagan. Gritan mudas retorciéndose de dolor en la sombra que las devora lentamente.

–Aquí no sirven vuestros sortilegios. El señor oculto nos ampara –dice uno de los malditos.

La oscuridad se cierne sobre sus mentes. Las actrices cierran los ojos y se dejan engullir por unas hilaturas negras y pegajosas que las enrolla en un capullo gangrenado.

 

***

 

Horas más tarde, el banquete ha terminado y los demonios salen a la calle con sus ropas y fisonomía, al aire. En la casa maldita, cinco de los cuadros han cambiado de personajes; en cada uno de ellos aparece una actriz de Motherland. Las velas expiran. Y, en ese instante, la magia negra hace aparición y los demonios caníbales se transforman en las actrices. Mientras que los óleos vuelven a sustentar a los personajes antiguos.

El grupeto de falsas actrices camina a sus anchas por la barrios de la ciudad hasta que una pareja de zombis –que las ha reconocido— las para…

Raelle me puedo hacer un selfi contigo –dice uno de los muertos vivientes—. Mis amigos van a flipar.

–¡Claro! –dice la replicada bruja soldado.

Cuando se acerca el fan, abre sus fauces y unos dientes puntiagudos y mugrientos asoman babeantes. La boca se agranda y de su interior surge la fealdad personificada de un cráneo demoniaco que lo traga. Acabado el ágape, unos regueros sanguinolentos se deslizan hasta la barbilla del monstruo.

El otro zombi se ha quedado cataléptico. La adulterada Raelle le pregunta—:

–¿Tú también quieres un selfi o prefieres un autógrafo para hacer negocio en TikTok?

No. No. Yo no quiero nada y no he visto nada –la chica sale corriendo, pero el brazo alargado y de mano afilada con cuchillas como el mítico Freddy Krueger de Pesadilla en Elm Street, la retiene y le rasga la máscara. Unos pequeños arañazos hacen que sus pómulos se ensucien de hematíes. El demonio alarga su lengua punzante y lame su cara.

–Me lo creo, preciosa –le dice—. Tienes suerte de que esté saciado, hoy no te comeré. Pero estaré cerca de ti siempre para que guardes nuestro secreto. ¡Ah! Y, voy a darte un consejo: Cuidado con los disfraces y los disfrazados.

El quinteto demoniaco ríe macabro.

 

@Anna Genovés

Sábado, treinta y uno de octubre de 2021

 

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Halloween en Motherland

by on 17:17:00
  Halloween en Motherland En el plató 13 de la ciudad cinematográfica de Vancouver se está grabando un capítulo de la afamada serie sobren...



Vuelve por Navidad

Jorge estaba terminando de poner la mesa con un mantel cobrizo repleto de paquetes de regalo y guirnaldas de muérdago. El belén observaba desde el aparador, el árbol de Navidad junto a la puerta y la cubertería de plata al lado de los platos de porcelana fina. El pavo seguía en el horno y los ibéricos sobre el Silestone. La casa olía a Navidad.

El hombre esperaba a su esposa y su hijita. Desde el traslado empresarial de su partenaire a otra ciudad, el pobre estaba de un Rodríguez perpetuo. Pero era imposible que vivieran juntos porque alguien debía cuidar del hermoso adosado que habían comprado cuando la bonanza económica les permitía todo tipo de caprichos. Además, él tenía un  tallercito de mecánica que no deseaba cerrar.

Se dio un buen baño. Se afeitó –rasurando hasta los pelillos, que todavía no habían salido— con una navaja snowboard. Se perfumó con unas gotas de Bvlgari Extreme pour homme; el único capricho que se permitía para que su Carmen olfatease esa fragancia que tanto le gustaba. Y se puso su mejor traje –un diplomático sobrio con unas finísimas rayas en tono cáscara de huevo— de Easy Wear. En el espejo vislumbró a un hombre pletórico y radiante a la espera de recoger el premio gordo.

Cuando escuchó el timbre de la entrada, brincó como un chiquillo y se apresuró a abrir la puerta. Antes, se miró por última vez asegurando su aspecto:





–¡Olé Jorge! Estás como todos los años: hecho un chaval guapo y fuerte –se dijo a sí mismo con una sonrisa de oreja a oreja.

Fue hacia el portón, precipitado. No obstante, a dos pasos del umbral, aminoró la marcha para no parecer excesivamente efusivo. Su chica era muy seria.

Al abrir la hoja de castaño blindado, le brillaron los ojos. Ahí estaban sus mujeres. Su amada esposa y su perlita. Carmen con un chaquetón de corte diplomático en negro y un echarpe salmón. Carmencita llevaba un abriguito rojo de lo más lindo, como de costumbre.

–¡Hola papito querido! –la criatura se le echó al cuello.

–¡Hola lindura! Siempre tan cariñosa –contestó un emocionado Jorge.

La esposa ladeo la cabeza y besó su mejilla.

–Hola Jorge. Siempre impecable, como a mí me gusta. Es un placer volver a casa. Está como la recordaba –dijo con un halo difuso.

Se sentaron a cenar entre sonrisas y cariños. Las tres personas más felices de la tierra. En mitad de la comilona, la niña sacó la mano antes de tiempo y recibió un cucharazo en el dorso de la palma; se puso a llorar a moco tendido.





–Mujer, no seas tan estricta con nuestra preciosa Carmencita –refunfuñó Jorge.

Carmen lo miró con cara de pocos amigos. Jorge supo que esas palabras estaban de más. Calló.

–Lo hago por ella. No quiero que crezca malcriada. Ya sabemos lo que pasa después... Y por favor, no me contradigas delante de la niña –sentenció  su cónyuge.

–Como quieras, mujer. No te enfades –terminó por decir Jorge con el rostro fruncido.

Por dentro le hervía la sangre. Todas las navidades sucedía lo mismo, empezaban de buen rollo y, a mitad de la cena, se enzarzaban en una disputa que acababa con una mortífera pelea; tirándose los platos, literalmente, a la cabeza. La niñita agazapada en un rincón. Mirando cómo su papi y su mami discutían bastante acalorados hasta llegar a las manos.

Carmen le pegó varias patadas a Jorge. Y éste la abofeteó. Acto seguido, ella se marchó a la habitación y cerró la puerta de golpe. Jorge cogió a Carmencita y la llevó hasta su dormitorio tiernamente. La niña se durmió arropada por un edredón con dibujos de Disney; su rostro de angelito dibujaba una sonrisa. Inmediato, Jorge fue al garaje. Manipuló el automóvil de su esposa y durmió en el sofá.


A la mañana siguiente, más temprano que de costumbre, Carmen salió picando biela. La niña con ella. Algo que Jorge no había previsto.

La carretera bordeaba una montaña lindante con el embravecido Cantábrico. En una curva, el Renault se salió de la calzada y ruló por el acantilado. Carmen intentó abrir la puerta. Sin embargo, tenía diversas heridas abiertas que le impedían moverse; sus piernas estaban aplastadas. A su lado, la niña empotrada en la luna delantera: el cuerpecito inerte, triturado.

–¡Nooo…! –chilló con todas sus fuerzas.

Una explosión feroz convirtió el vehículo en una bola de fuego.
La estricta madre, en un flashback momentáneo antes de cerrar los ojos por última vez, atravesó un túnel de luz fulgurante y blanquecina; se vio horas antes, peleando con Jorge. Sonrió, habían olvidado cerrar las cortinas de los ventanales. Al lado, vivían dos solteronas –bastante chismosas— que no perdieron detalle de la disputa en un tête à tête muy sui géneris…

–Lo ves, el idiota de Jorge está hablando consigo mismo como si estuviera acompañado –le dice la una a la otra.

–No es idiota, hermanita. ¡Está como un cencerro!

–Mira, mira. Ya se levanta. Y se pone hecho un basilisco maldiciendo a la pared.

–Ahora coge un cuchillo jamonero y amenaza al árbol de Navidad como si fuera una persona.

–¡Fíjate! Gira hacia la mesa y pasa la mano por el respaldo de una silla, como si estuviera acariciando a una niña.

–Todas las Nochebuenas hace lo mismo…

–¡Míralo…! Ya se pone el abrigo y la bufanda de cuadros. Agita la mano como si se despidiera de alguien…

–Y así seguirá hasta llegar al cementerio.

–Volverá en una hora, para variar. Después, recobrará su ostracismo y acumulará todos los desperdicios hasta las próximas fiestas.

–Nuestro vecino es un Diógenes muy especial. Una semana antes de Navidad limpia toda la casa y se acicala a la espera…

–Sí. Espera a su esposa y a su hijita, como si el tiempo no hubiera pasado.

–¡Ya te digo! Hace tres décadas que sus Cármenes se marcharon en ese Clio azul que se despeñó por la carretera.

–¡Pobrecillo! La verdad es que me da un poquito de pena.

–A estas alturas, ¡me la pela! Nunca me cayeron bien: ni él ni ellas.

–¡Dios mío, qué viejas somos! Nos hemos convertido en unas urracas que espían a todo el vecindario. Jijijiii…

–Je, je (más risas).




Esa fue la última Navidad de las chismosas oficiales del vecindario. Había nevado más que de costumbre; salieron tras Jorge para cebarse de su esquizofrenia fantasmal, y dos estalactitas del tejado se incrustaron en sus cabezas. El sepelio sería de lo más sencillo; nadie las echaría de menos. Una corona sin nombre, acompañaría los ataúdes. La dedicatoria luctuosa, rezaría: “No es bueno reírse de lo ajeno”. A Jorge no le importó en absoluto toparse con dos nuevos espectros; siguió su camino hasta el cementerio. Sus Cármenes, iban delante.

En la puerta del Campo Santo la hijita preguntó:

–¿Papito, te vienes con nosotras?

Carmen le dio un sopapo en el cogote:

–Te he dicho una y mil veces, que tu papi no te quiere. De lo contrario, ¿cómo iba a dejar que se ensuciara tu vestido nuevo?

El rostro de la hermosa mujer, en carne viva, sonreía macabro. Jorge se despidió de Carmencita…

–Mi querida pequeñina, yo no sabía que tú irías con mamá.

–Si de verdad me quisieras, me acompañarías –susurró Carmencita, afligida, moviendo la cabeza; los tirabuzones rociados de sangre salpicaron el abrigo de Jorge.

La Parca lo miró cizallando los copos de nieve; las órbitas oculares vacías. La túnica azabache deslizándose entre los panteones.

–Todavía no, cielito. Todavía no. Quizás el año próximo… Pero recuerda: Vuelve por Navidad.

El rostro hueco de la pequeña, sonrió. Su cuerpo calcinado se descompuso y cruzó el umbral con barrotes de forja. Jorge las vio desaparecer entre nichos marmóreos y cruces sacras. Regresó a casa renqueando. Al observar su reflejo, lloró de amargura: no conocía al anciano marchito que veía en el espejo.



©Anna Genovés




Vuelve por Navidad

by on 14:14:00
Vuelve por Navidad Jorge estaba terminando de poner la mesa con un mantel cobrizo repleto de paquetes de regalo y guirnaldas de muérdago. El...