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Reseña de Peores maneras de morir






Reseña de Peores maneras de morir, de Francisco González Ledesma




Conocer al autor









Francisco González Ledesma, nació en Barcelona, en 1927. La primera novela que escribió de la serie negra fue La ciudad sin tiempo, publicada en diez países y con más de 100.000 lectores.
 

En varias obras firma como Enrique Moriel: escritor y protagonista de la novela Sombras viejas, prohibida por el franquismo y recuperada recientemente por la editorial Destino.


Francisco González Ledesma se dedicó primero a la abogacía y después, al periodismo; fue redactor jefe de La Vanguardia.


También escribió bajo los seudónimos de Silver Kane, Taylor Nummy, Silvia Valdemar, Rosa Alcázar, Fernando Robles y Enrique Moriel.


Recibió el Premio Planeta 1984 por Crónica sentimental en rojo, protagonizada por el desengañado policía Méndez, hijo de los barrios bajos barceloneses y conocedor impío de los altos. La serie policiaca de Méndez, de éxito internacional, incluye El expediente Barcelona, Las calles de nuestros padres, La dama de Cachemira, Historia de Dios en una esquina, El pecado o algo parecido (Premio Dashiell Hammett 2003), Cinco mujeres y media y Una novela de barrio (Premio RBA 2007).


El Premio Pepe Carvalho 2005 reconoció su trayectoria como autor de novela negra. Asimismo, recibió el Premio Ciudad de Barcelona de Cine y el Premio Roda Ventura del Colegio de Abogados.



Resumen y sinopsis de Peores maneras de morir de Francisco González Ledesma








El asesinato de dos mujeres jóvenes, en un edificio a punto de ser derruido en el distrito barcelonés del Raval, alarma al inspector Méndez, que acude a lugar del siniestro antes que sus compañeros. Su olfato de perro viejo le hace descubrir el quid de la cuestión: una organización internacional de prostitución que trafica con mujeres de Europa del Este. Para ello, usará métodos poco ortodoxos. Barcelona ha cambiado y, por ende, sus formas de vida; sin embargo, este policía conocedor de personajes y personajillos de la misma, reniega de la modernez y sigue su camino sin pasar página.


Autor: Francisco González Ledesma


Título: Peores maneras de morir
Género: novela negra, intriga, terror
Editorial: Planeta
Año de edición: 2013
ISBN: 9788408034919
ISBN digital: 9788408051817
Idioma: español



Las novelas de Francisco González Ledesma son de las que dejan huella; quizá porque su escritura es purista; con esos puntos, esas comas o esos punto y coma que actualmente están en desuso y que son tan indispensables para los que, como yo, necesitamos aprender. Leer a este autor te deja un sabor a ese buen café que tanto apetece por las mañanas. Sobre todo, cuando describe a la Barcelona decadente que se resiste al cambio: castiza y única, donde la tradición se eterniza sin motivo aparente. Es el último volumen en el que aparece el inspector Méndez, conocido del género negro nacional como otros tantos personajes novelescos cotidianos.


Peores maneras de morir es una novela cruda, directa y reflexiva, donde autor/personaje coexisten como uno solo intérprete, como el tiempo que se esfuma en un reloj de arena imparable y esquizofrénico que habla con los muertos de todos los lugares que frecuenta… Méndez es un tipo mayor, amante de los vinos y de las mujeres de mal vivir. Solitario, chapado a la antigua, asiduo de tugurio y de barrios populares, con una cháchara invalida a la que pocos recurren. Pero él sigue con sus maneras huyendo de ese futuro incierto que le rodea.




Fragmento de la novela


«Y la niña de Hiroshima murió abrasada por la explosión de mil soles mientras hacía mariposas de papel, o intentaba hacerlas. Murió creyendo en una mentira, como al fin y al cabo nos han enseñado a creer a todos. Sépalo, Méndez, cada día inventamos muertes más horribles y al mismo tiempo más palabras de piedad, como si aún quisiéramos creer en algo que no fuese nuestra propia mentira. Yo sigo viviendo porque aún creo en ellas. No sé si lo ha pensado, Méndez, pero cuanto más cruel es la humanidad más falta hace la mentira de un poeta...»



El escritor, ducho en la materia, es capaz de crear una trama social amena y viva, con una pizca de ese gracejo que atrapa al lector. Pero a la vez, deja al descubierto una crítica social palpable en la humanidad de los protagonistas.  




Fragmento de la novela

«…Méndez entró en un bar de aspecto siniestro al que solo se atrevían a acceder los clientes con instinto suicida. Se sentó en la barra y pidió algo con el suficiente alcohol para neutralizar el universo protozoario del vaso. Charló con algunos habituales del local y sacó algunas conclusiones de gran calado cultural: que las prostitutas que ejercían en la zona lucían cada vez las caderas más anchas, que sus clientes tenían hombros más estrechos y que la relación puta-cliente había perdido el encanto de otras épocas, convirtiéndose en algo similar a pedir un menú en un McDonald´s...»



La trama de Peores maneras de morir gira alrededor de una banda de criminales que prostituyen a chicas eslavas a las que atraen con mentiras: captadas como futuras actrices, bailarinas o cantantes. La cruel realidad se ciñe una vez llegan a España; más concretamente a Barcelona. ¿Y qué hacen para iniciarlas en la prostitución? ¡Horror! Primero son violadas reiteradamente –hasta convertirlas en sumisas— por un elemento ciclópeo con unos atributos sexuales descomunales. Debo reconocer que cuando leía estas páginas sentía verdadero dolor. Sin embargo, también debo decir que, como reza el refrán: “Quien a hierro mata a hierro termina”. Sí. El autor, describe estas y otras secuencias minuciosamente. Del mismo modo, los criminales pagan por sus actos como gorrinos en la piara: de ahí el nombre de la historia. ¡Qué maneras tan horrendas de morir! ¡Por Dios! Por suerte, no todas las chicas son domadas.
 

El personaje principal es el inspector Méndez, un policía bastante especial a quien no se le confían casos importantes por pecar de ‘tomarse la justicia por su mano’. Y es que, este personaje casposo y entrañable, sabe al dedillo que La justicia es despótica en muchas ocasiones. Por este motivo, sabe ponerse en el lugar de las víctimas, y si se tercia, actuar como ellas lo harían si pudieran. Sus razonamientos están llenos de un realismo arrebatador



Fragmento de la novela


«Nunca he aspirado a un cargo y encima soy un policía que no cumple los reglamentos ni cree en las leyes. Si alguien ha violado a una mujer y la ha martirizado, o si alguien ha matado a un niño, yo no tengo piedad e incumplo la ley si es necesario. En los tribunales pasan tantas cosas que yo he llegado a creer en la norma de la calle, o sea, la justicia directa. No es el buen camino, desde luego, como tampoco es buen camino sentir piedad de un delincuente que empieza, mientras los grandes estafadores salen de la cárcel y encima conservan el dinero estafado. Bien… Por eso soy un policía con pasado, pero sin futuro...»


Las coprotagonistas de Peores maneras de morir son dos mujeres completamente opuestas: de un lado, Mónica Arrabal, una viuda de la clase alta barcelonesa. Y por el otro, Eva Ostrova, una joven ucraniana que logra fugarse de la organización criminal que la había persuadido para viajar a España, y que acabará con una vieja conocida del comisario –una mujer de la calle, retirada— que la recoge en su hogar. La vida de estas mujeres tan diferentes, se entrelazan desde el momento en que Méndez investiga a su manera...



Fragmento de la novela


«Las piernas que se juntan en el borde de la silla, las piernas que de repente cambian el color de la habitación con el tenue brillo de sus medias. Las piernas que se cruzan con elegancia, que tienen un relieve suave, que por sí solas trazan en el aire toda una teoría de la curva. Las piernas de una mujer que sabe sentarse, mostrar sus formas compactas, adivinar el borde de la falda, intuir un final donde hasta el aire se hace secreto. Méndez habría reconocido aquellas piernas por la suave línea de las rodillas, la longitud certera de los tobillos o el exceso tenso que se insinuaba en el nacimiento de los muslos, pero las habría reconocido sobre todo porque estaban grabadas en su imaginación de hombre solitario...»


Leer Peores maneras de morir de Ledesma es introducirse en el realismo sucio y casposo de la España postfranquista, en la que, si bien, no es bueno regocijarse, si es necesario conocer para saber el porqué de nuestro presente. El autor habla de bofetadas en los rostros de las mujeres, de putas que por vocación hacen la calle, de sintecho que deciden morir en el banco del parque, de bares llenos de humo, de eslavas sodomizada, de señoras bien –con tacones de aguja y medias de costura— espectaculares, y de crápulas despiadados.


Que nadie piense que el comisario Méndez es machista porque estará completamente equivocado; este policía cansado de la vida y con maneras de otros tiempos… Es un defensor a ultranza de las mujeres: un completo feminista. Las defiende, las protege, las ayuda o se deja ayudar por las mismas; de igual modo, no le importa trabajar con ellas de tú a tú. Puede tener pensamientos sensuales si está cerca de una hermosa dama, es lógico. Pero las respeta de los pies a la cabeza y se pondrá de su lado siempre que pueda, por encima de la ley.


En conclusión, recomiendo la lectura de esta u otra novela de este fructífero autor de pluma ágil y pulcra: un maestro de las letras sin lugar a dudas.




Fragmento de la novela



«Miró las dos casas en el silencio sideral de la noche. Antes, a aquella hora, siempre había bares abiertos que vendían una copa y mujeres de piernas largas que vendían a la vez una ilusión y una mentira, pero ahora no había más que sombras. Seguramente la izquierda había dado grandes libertades, pero había quitado todas las pequeñas libertades, incluso la de fumar. Sin mujeres y sin tabaco se vive más años, según el Boletín Oficial...»




Bibliografía relevante del autor



Como Francisco González Ledesma






Sombras viejas (1948), Premio Internacional de Novela
El mosquetero azul (1962)
Los Napoleones (1977)
Soldados (1985)
42 kilómetros de Compasión (1986)
Los símbolos (1987)
Cine Soledad (1993)
El adoquín azul (2002)
Tiempo de venganza (2003)
Historia de mis calles (2006)

Serie Méndez





Expediente Barcelona (1983)
Las calles de nuestros padres (1984)
Crónica sentimental en rojo (1984), Premio Planeta de Novela
La Dama de Cachemira (1986), Premio Mystère
Historia de Dios en una esquina (1991)
El pecado o algo parecido (2002), Premio Hammett
Cinco mujeres y media (2005), Premio Mystère
Méndez (2006)
Una novela de barrio (2007), Premio RBA de Novela Policiaca
No hay que morir dos veces (2009)
Peores maneras de morir (2013)




Como Rosa Alcázar






Dueña y señora (1957)
El lago de las vírgenes (1957)
Nuestra última noche (1957)
Prisión para corazones (1957)
Tan sólo una mujer (1957)
Tres pasos por el cielo (1957)
Un beso por compasión (1957)
Crecemos en nuestro amor (1958)
Desde que nos vimos (1958)
La segunda mujer (1958)
La vida de una mujer (1958)
Mi segundo amor (1958)
Nuestra tía Maribel (1958)
Un mundo para ti (1958)
La fugitiva (1959)
Las almas también lloran (1959)
Mi novio, el Marqués (1959)
Su último adiós (1959)
Vida (1959)
La chica del coche rojo (1960)
Las olvidadas (1960)
Tres hombres en la noche (1960)
Un hombre sin piedad (1960)
Un día para amar (1961)
Bonita y nada más (1963)
Enamorados sin amor   (1963)
Los tres destinos de Ketty (1963)
Prohibido enamorarse (1963)
Estrella del sur (1965)



Como Silver Kane






Rancho Drácula (1960)
Doscientos millones de muertos (1968)
Recuérdame al morir (2007)
La dama y el recuerdo (2010)



Como Enrique Moriel






La ciudad sin tiempo (2007)
El candidato de Dios (2008)


©Anna genovés

Revisado el catorce de junio de 2025

*En reconocimiento a este gran escritor español que tantas alegrías dejó a nuestros mayores y nosotros mismos.




 





El apagón

 



Son las doce de la mañana de un lunes anormal: veintiocho de abril del año dos mil veinticinco. En Valencia es fiesta —la Pascua de San Vicente—, pero el gimnasio está a rebosar. "¡Uf…! ¡Qué mal! ¿Por qué no se han ido a comerse la mona?", me digo al entrar.

 

Me cambio y salgo a la sala, a lo mío, a muscular. Comparto máquinas con unas pavas y, de repente, la luz se apaga. El deportivo es tan grande y tan guay que no pasa nada. Cada uno a lo suyo con las luces de emergencia.

 

Sin embargo, el asunto seguía sin solución y los móviles tampoco funcionaban. La maquinaria eléctrica también se marchó. Los usuarios más precavidos se esfumaban, y los aguerridos allí seguíamos, en la parte donde las paredes son transparentes y entra la luz del sol.

 

Un runrún creciente me ha hecho afinar el oído…

 

—¿Sabes lo que ha sucedido? —pregunta alguien.

 

A lo que un chaval ha respondido:

 

—Se ha caído la red eléctrica estatal. No hay cobertura móvil ni ná de ná.

 

Risas y comentarios a tutiplén. Que si habíamos tenido un ataque cibernético, que si se había roto un satélite, que el ataque provenía de las autoridades, que por eso nos dijeron que compráramos un kit de supervivencia, que sí tal y pascual… La verdad, demasiados “qués”. Tantos que te quedas con cara de gilipollas. Tantos que sabes que nadie sabe el porqué.

 

Alguien dice, de repente:

 

—No ha sido solo en España. Toda Europa está igual.

 

A esas alturas, nadie llevaba cascos ni de hormiga ni de cable. Los que aún estábamos dándole a los hierros nos mirábamos con cara de: “Es el principio del fin”. “Es el estamos hasta los huevos de la manipulación”.

 

Primero la pandemia, después la guerra de Ucrania, Israel, la DANA. ¡Ufff…! Ya lo dijo Elon: “La caída de las telecos será la III GM”. A ver si tiene razón.

 

A todo esto, la monitora nos va dice:

 

—Si a la una y cuarto seguimos igual, por protocolo de emergencia, el deportivo se cierra.

 

Es lógico, pienso. Hay zonas oscuras y, en ese momento, somos pocos los que quedamos dentro. Nadie sabe lo que puede pasar o lo que no. Pero, como estamos escaldados, mejor: precaución.

 

Las pocas damas que quedamos vamos juntas al vestuario. Ya no podemos ducharnos. Recogemos los trastos y a casa pitando. Cuando llegamos al cambiador, todas exhalamos. Hay más luz dentro que fuera: focos de emergencia por toda la cuadrícula. Un gustazo.

 

En la calle, hace un calor aplastante. Menos mal, porque voy sudada como un pollo. ¡Qué asco!, pienso. Al llegar a casa, mi marido está tranquilo y se sorprende al verme. Su salud no es demasiado halagüeña y aún no se ha enterado de lo que pasa. Hablamos y comienza a darse cuenta de que no funciona nada. Nada de nada.

 

—En fin, es lo que hay. Ya veremos qué nos cuentan —me dice antes de seguir su cháchara—. Preparo unas latas de ensalada de pasta y comemos.

 

—Perfecto. Me doy una ducha y a la mesa —le contesto.

 

El agua está como un témpano porque el calentador es eléctrico. Canto a grito pelado. Las palabras me salen a borbotones: “Los marines no tenemos miedo, somos de hierro”. Y sigo con un cántico escatológico hasta que me hago con la temperatura.

 

Sigo mi periplo de ese lunes de marras envuelta en una toalla. La comida me sabe a gloria y, mientras my husband se hace una siesta, yo me voy a la cocina para arreglarla. Entonces caigo en la cuenta de que no se oye nada. No surca ni el viento ni una mosca. ¡Mierda! Lo mismo que la pandemia, pienso. Y en mi soledad solitaria comienzo un soliloquio. Sí, seseando porque me da la gana: "Calma, señora. No es usted una marine, pues a seguir sin acojonos, que no pasa nada. La luz llega en un momento. Eso es lo que quiere el gobierno, que te asustes. Que todos nos asustemos. Pero va a ser que no. Que, de eso, nada."

 

Unas horas más tarde, el panorama es el mismo y salgo como un rayo a comprar una radio en algún sitio. Lo primero que hago es acercarme al bar de los chinos, repleto de fumetas con cara de amigos. Me acerco a una mesa con cuatro pavos y una señora en silla de ruedas. Les pregunto si saben algo y me corean un rosario repleto de cuentas…

 

—Aunque estamos como tú, hemos hablado con un colega y nos ha dicho que se ha caído la red eléctrica en casi toda Europa, menos en los países del Este.

 

Ahí empieza la paranoia.

 

—¿No me digáis? ¿Entonces es un ciberataque?

 

—Casi seguro.

 

—¿De quién?

 

—De los rusos. Pero tranquila, que en Bilbao ya ha vuelto la electricidad y aquí llegará en unas horas. A lo sumo, en un día. Nos han dicho que no salgamos de casa si la noche sigue fosca, por precaución. Nada más.

 

—Gracias por la información. Dentro de poco veo este punto como un cuartel general.

 

Risas por doquier. Yo también las llevo por dentro. Sé que la bola ha comenzado a circular y que, si pregunto en otro sitio, me dirán lo mismo o algo similar. No me creo nada.

 

Cuando paso por la jefatura de policía, veo a un madero con cara de: “Pregúnteme argo, por favó”. Claro, me parecía de mala educación no hacerlo…

 

—Buenas tardes, agente.

 

—Buenas tardes, señora. Usted dirá.

 

Le cuento mi película. Que soy la presidenta de una comunidad de ancianos. Que todos están preocupados. Que si sabe algo. Que en el bar me han dicho… Que esto y aquello... Lo mismo que en el gimnasio: demasiados “qués” para poco tajo.

 

—¿Qué quiere que le diga? Sabemos poco más, lo que hemos escuchado en la radio. Es una avería eléctrica, con la consecuente caída telefónica, en España.

 

—Gracias.

 

Me largo al paquistaní que está cerca a por una radio, lo único que funciona. El chico está en la puerta. Le pregunto y me dice que se le han acabado. Me hago un croquis en la cabeza de adónde ir y allí que me encamino por los arrabales del centro de Valencia. La ciudad está a medias tintas. Semáforos inutilizados y, también, los coches eléctricos. La mayor parte de los comercios cerrados a cal y canto, farmacias chapadas hasta abajo. ¿Y qué cojones hacen ahora los enfermos si necesitan algo?

 

Los pies me chillan como un coro evangelista porque llevo más pasos que un maratoniano. Cuando ya no puedo más y vuelvo de mala hostia a mi agujero. ¡Plof! Como un milagro milagrero, veo una cola de españolitos gilipollas como yo. Mirando al suelo, mientras un moro con una bolsa de plástico más grande que la de Papá Noel, reparte radios Baijiali de diez euros por el doble de dinero. Me pongo en la hilera y espero mi turno, cagándome en ese timador que se aprovecha de la situación. ¡Vaya mierda! Pero regreso a casa con mi tesoro.





 

De camino, escucho de todo y pienso en la felicidad de los wokes en esta primera Edad Media del Nuevo Milenio. Los influencers, sin embargo, se tirarán de los pelos. Y los conspiranoicos harán sus cábalas.

 

Justo a las veinte y veinte minutos, ¡Guauuu…! Vuelve la luz.

 

Amén.

 

© Anna Genovés

Manuscrito el lunes, veintiocho de abril de 2025. Revisado y publicado, el domingo once de mayo de 2025.

El apagón

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