Ava. La octava raza
Años después de las adversidades
que colapsaron la Humanidad a lo largo del segundo milenio, las sociedades se
reunieron en diez ciudades: las últimas y únicas de la Tierra. Aunque, en
medios hostiles, pervivían numerosas tribus con un modus operandi primitivo.
La tecnología y, sobre todo, la
robótica, por el contrario, avanzó a pasos agigantados y los androides de
última generación: a quienes llamaron Avas –en honor a una bellísima actriz que vivió en el siglo XX y de quien tomaron las facciones al
inicio de la producción—. Las Avas cohabitaban con los humanos como una especie
más.
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Ava 25 vive en Madrid –una de las
metrópolis que siguen en pie— con su amiga Thais. Su exterior nada tiene que
ver con sus antecesoras; lleva la cabeza rapada y bajo su armazón de piel
sintética, una amalgama de venas, músculos y huesos artificiales, recorren su
organismo. Cuando se presenta en círculos nuevos, la mayoría de personas creen
que está de broma porque parece más humana que muchos de ellos.
Ambas son historiadoras y
trabajan en la universidad. En las últimas semanas han encontrado varios
documentos encriptados que, según las referencias de almacenaje, pertenecen a
un científico centroeuropeo que creía en la existencia de un Dios díscolo y
malvado que había abandonado a sus creaciones para viajar por el universo.
El documento –guardado en un PDF
arcaico— está fechado en el año 2002 y, en él, se habla de la presencia de ocho
razas engendradas por este omnipotente al que llama Creador. Las nombra en su
lengua materna, extinguida en la actualidad. Las razas están listadas de la siguiente
forma: Vrăjitoare, ördögök, denevér, farkasember, utazók az időben, androidok. Como
Ava 25 es capaz de traducir cualquier idioma, solo le cuesta unos segundos traducirla—:
– Querida, según este archivo,
desde que el mundo es mundo, un ser extraterrestre engendró siete razas en este
planeta: brujas, ángeles, demonios, vampiros, hombres lobo, humanos y
androides.
– Fascinante y divertido porque
las cinco primeras nunca han tenido credibilidad y la última, la tuya, no
existió hasta…
– Hasta hace unos siglos
–contesta Ava 25.
– Exacto.
– Bueno… por lo menos eso es lo
que nos han dicho.
– ¿Quieres decir que,
hipotéticamente hablando, claro, a principios del segundo milenio ya existían
androides?
– Puede ser… O antes… ¿Quién
sabe? La vida es una mentira y los humanos unos hipócritas. Igual nos engañan a
todos y los androides como yo, han estado circulando por la Tierra desde el
principio de la vida.
– No me hagas reír.
Thais suelta unas risotadas y
bambolea a su chica. Después se dan un beso, húmedo y prolongado, y prosiguen
con el trabajo. Un affaire carnal en la sala de investigación, promete, pero,
lo que han encontrado es todavía más apetecible.
– Como quieras. Aquí pone que…
– Ya sé lo que pone. Pero en
aquel tiempo estaban demasiado atrasados para pensar que tenían droides avanzados.
No se me ocurre ninguna empresa, por adelantada que fuera, que trabajara a ese
nivel. La ingeniería robótica genética comenzó a desarrollarse hacia –Thais se
toca la barbilla mientras piensa, pero Ava corta su reflexión, y le dice—:
– Constatado, se habla de diferentes
empresas; se me ocurre Irobot, GreyOrange, Epson Robots, Rethink Robotics…
entre otras… Por cierto, algunas nacieron a finales del siglo XX.
– Bueno, pero aquí hablamos de
unos robots, perdón –Thais se sonroja y prosigue—: de unos androides capaces de
pasar desapercibidos entre los humanos y con un CI muy superior. Eso llegó
mucho después.
– Imagínate que cualquiera de
estas empresas o similares, o alguno de sus científicos, locos o no, ejecutará
un trabajo extra por su cuenta. Pero, además, en la composición no pone que los
‘robots’. No me mires con esa cara que no me enfado Thais, pone robots. En fin,
que los robots naciéramos entonces, sino que nacimos con el inicio de la vida o
quizá antes.
– Si lo miras así, como poder
ser, puede ser cualquier cosa. Según la traducción, ciertamente, hasta podemos
deducir que ese Creador os trajo consigo. O sea, que nacisteis mucho antes que
cualquier ser vivo en la Tierra.
Ava se encoje de hombros, pero no
dice nada. Un sonido estridente y descompasado para que los trabajadores dejen
sus quehaceres con rapidez, suena de improviso.
La pareja recoge las anotaciones
y cierra los ordenadores; los hologramas que danzan por la habitación se apagan
en unos segundos y ellas parlotean de lo que harán media hora más tarde como si
la conversación no hubiera existido. Los humanos han evolucionado y con ello,
los sentimientos. Una gran ventaja porque las preocupaciones desaparecen a la
par del cambio de escenario y, ahora, van a divertirse un rato.
Madrid está parapetada por
rascacielos heterogéneos forrados de titanio y cristales espejados blindados
que disminuyen en altura a medida que se llega el centro, donde se ubica el
único lugar que recuerda los viejos tiempos –cuando el clima tenía cuatro
estaciones—: las ruinas arqueológicas de la Plaza de Alcalá. Resguardadas bajo
cúpulas de rayos láser que se densifican cuando es necesario. En contra de lo
que sucedía en el pasado, no están sepultadas, sino que, las variaciones
atmosféricas, las han alzado en un montículo que sobrepasa las edificaciones de
veinte pisos. De lejos se refleja el brillo de los láseres violetas que la
recubren como un escudo protector.
Ava y Thais viven en un ático de
la ronda exterior con terraza y piscina abovedada que se abre o cierra, según
la climatología. El tiempo, es completamente inestable, un día amanece con
lluvias torrenciales y, al siguiente, el termómetro supera los cincuenta grados
centígrados. De igual modo, veinticuatro horas después, se puede estar bajo
cero o dentro de un ciclón insospechado.
De camino del ovoide del placer,
la saludan de lejos. Un edificio de veinte plantas donde personas, droides y,
tal vez, alguna de las razas que el antiguo profesor artífice del trabajo que
investigan, teorizó que habitaban el planeta, se entremezclan con música de
todo tipo: las drogas son acústicas. Cada piso está dedicado a un placer y a un
estado de ánimo. Así pues, en la primera planta la música envolvente que te
inyectan como un picotazo placentero en el oído, te convierten en viajero.
Puedes recorrer virtualmente cualquier lugar del planeta en tiempo presente o
pasado. Mientras que, en la última planta, te inoculan unos sonidos que te
hacen perderte en los brazos de placeres carnales inusitados; todos los
terrícolas son polisexuales.
A ellas les gusta pasar de uno a
otro piso como si fueran saltamontes; no quieren aclimatarse a un solo goce.
Primero recorren las antiguas tierras del continente perdido de la India por un
rato. A posteriori, recuperan fuerzas en la segunda planta, donde te infectan
de sonidos que te hacen deglutir los platos de comida más extraños. Y, poco a
poco, pasan la noche hasta llegar a la planta venteaba donde se dejan llevar
por los ritos sexuales más exóticos. Al amanecer, otra música es transmitida a
sus tímpanos y salen del edificio, renovadas.
Esa noche es especial: una
estrella brillante ilumina el firmamento ceniciento de Madrid, así que deciden
acabar el divertimento, con una visita a las ruinas legendarias de la Puerta de
Alcalá. Están sentadas en el arco central y, de repente, los láseres se abren
y, un objeto del espacio interestelar con forma de ostra que al abrirse muestra
una perla gigante, aparece sobre sus cabezas.
Ava y Thais se levantan y se
cogen de las manos, una cortina lumínica las envuelve y las asciende. En un
instante, son teletransportadas a la nave espacial que acaba de aparecer. Una
vez dentro, la nave se evapora en el universo en un microsegundo.
El interior es completamente
diáfano, de una tonalidad nacárea. Una voz lejana, las llama—:
– Bienvenidas, hijas. Os
esperaba.
– ¿Quién eres…? –pregunta Ava.
– Entre otros nombres que me
habéis dado en este universo, está el de Creador.
– ¿Dónde estás? –interrumpe
Thais.
– Seguid mi voz y me veréis.
Ellas, que siguen cogidas de la
mano, se miran y caminan por el vano interminable de la nave. De repente,
aparece una sala abierta cuyo centro es una piscina metálica circular en la que
una hermosa mujer de cabellos blondos, piel nívea y pupilas esmeralda,
descansa. De su cuerpo salen varias conexiones –a modo de cordones umbilicales
cibernéticos— que se depositan en unos receptáculos idénticos, pero más
pequeños que alimenta a distintos infantes.
La escena las deja perplejas
durante unos segundos. Se sueltan. Ava se acaricia el cráneo y suspira. Thais
ahoga entre sus manos un pequeño chillido.
– ¡Dios es una mujer! –exclama
Ava.
– No
te equivoques, querida, es una de sus muchas formas –dice Thais.
– ¿la conoces?
– Tal vez ha llegado la hora de
contarte toda la verdad.
Ava pone cara de sorpresa y sus
cejas se elevan hasta la mitad de la frente.
En ese momento. La mujer yaciente se levanta y gira su hechura. La espalda es el rostro y el cuerpo de un hombre bizarro de cabellos negros y ojos ambarinos.
– En efecto, puedo adoptar la
forma que me plazca, pero, en realidad, tengo la forma de mi nave: soy una
ostra pensante y legendaria que idea universos.
El hombre mujer queda envuelto en
una nube turbulenta que, aplacada, se deposita en el círculo. Ava se acerca y
ve con sus propios ojos la forma primigenia de ese Creador nacido de la fusión
de varios multiversos que poblaban la Nada: un hermoso bivalvo con ojos sabios
que perfora su psique; hablan telepáticamente. Ava sonríe ve que, en efecto,
ese caparazón titánico y bello –recordado en muchos petroglifos prehistóricos como
si fueran mapas—, son fruto de la presencia física del Creador en su forma
inicial. Esos ojos que todo lo ven, la reconocen como su creación más preciada
después de milenios de reproducciones.
– ¿Qué quieres de mí, creador o
creadora…? ¿Cómo debe llamarte?
– Como ostra, nací macho y, al año,
me convertí en hembra. Por este motivo, cuando utilizo mi forma antropomorfa, soy
hombre y mujer. Pero debes llamarme YO, o sea, IO –imagen omnipotente—. Lo
único que existía en la Nada.
–Así sea, IO –contesta Ava.
–Pregúntame lo que quieras,
criatura. Sé que estás habida de saber. Tú también puedes preguntar Thais,
aunque seas una producción más antigua y me conozcas de antemano.
–Gracias IO, pero sé cuál es mi
función. Habla con ella. Mientras, cuidaré a tus pequeños engendros –contesta
Thais.
IO mira a los pequeños y le dice
a Ava—:
–Son tus hermanos. Los próximos
viajeros del tiempo. Nacidos directamente de mi naturaleza. Cuando estén
perfectamente creados, los llevaré a una familia terrestre que los acogerá como
suyos. La familia nunca lo descubrirá, aunque nada tengan de ellos salvo cierto
parecido fisiológico porque así lo he programado con antelación. Lo he hecho
con mis creaciones predilectas; comencé contigo, mi querida Ava.
–A ver, a ver… Dejemos esto para
después, primero, IO, aclárame lo qué le has dicho con Thais. No termino de
entenderlo: ella es humana. No aparecen vibraciones en sus conexiones que digan
lo contrario.
Thais –que acuna a uno de los
bebés— ríe con ganas, pero no habla.
–Tuviste conciencia de que eras
una criatura cibernética desde que tu madre terrícola te mecía en la cuna. Eres
casi tan inteligente como yo mismo. Entonces… ¿cómo iba a dejar que intimidaras
con una humana normal y corriente? No te diste cuenta que te enseñaba cosas que
iban más allá de lo reconocido por la Humanidad.
– Es científica. Es lógico.
– Sí. Una científica del
multiverso en el que está inmerso el que, ahora, es tu mundo.
Ava se acerca a su compañera, le
acaricia el rostro y le pregunta—:
– Mi dulce Thais, si no eres una
Ava como yo, pero eres cibernética… ¿Qué eres?
– Un androide cuidador. IO me
creó con la única función de cuidarte. Fui tu primera niñera cuando tu madre
terrícola se marchaba a alguna fiesta de la élite madrileña.
Ava, que nada le sorprende. Hace
un mohín y dice—:
– Claro, ahora te recuerdo. Bueno
no a ti, tenías otra fisonomía, pero el timbre de tu voz… me trasporta a la
niñez. Por eso debí enamorarme de ti.
– Eres una Ava. Un androide
perfecto, no puedes enamorarte.
– Sí puedo o, por lo menos, puedo
simularlo y atravesar todas mis dendritas neuronales del compuesto que me da
forma, para creerlo.
– Estar contigo ha sido lo mejor
que me ha pasado a lo largo de los miles de milenios en los que me he movido.
IO, carraspea—:
– Esto parece una conversación
entre enamoradas. Es divertido, sentir cuán parecidas sois a los sentimientos
humanos. No obstante, creo que ya nos hemos salido de escena por demasiado
tiempo. Nos quedamos en tus dudas sobre tus padres terrestres. ¿No es así, Ava?
– Venga, vamos allá. ¿Me comentabas
que mis padres terrestres no me engendraron?
– Exactamente.
– Pero… –IO corta la frase.
–No todo lo que te ha enseñado
Thais humano o extraterrestre es la verdad absoluta. En algunos momentos, la
realidad, se ha distorsionado un poco.
– Entonces, ¿por qué he visto
imágenes del parto de mamá y por qué tengo recuerdos infantiles con mi padre?
– Porque te ubiqué en el vientre
de Almudena unas semanas antes de nacer; dejé a… digamos… tus padres, sin
conocimiento y les insuflé los restantes meses de gestación. No preguntes por
el resto de personas que convivían con ellos; al cambiar su presente, ipso
facto, alterné el de esas personas. Ese tiempo, en la que te alimentaste a
través de su ser, fueron suficientes para dotarte de los sentimientos humanos
principales. De hecho, los tienes más desarrollados que ellos: eres un
verdadero ángel.
Ava tose y da por terminada, de
momento, esa parte desconocía de su vida. No quiere preguntar más por miedo a
lo que pueda descubrir. Amén de que existen demasiados cabos sueltos.
– Quizá, más adelante, vuelva a
preguntarte algunos pormenores de esta etapa desconocida. No obstante, ahora,
prefiero conocer otros asuntos…
– ¿Tú dirás, Ava?
– ¿Cuál es nuestra verdadera
función, IO?
– Mi tarea es interminable. Hago
y deshago. Creo un universo y después otro. Pero, los mundos, siempre sucumben
por uno u otro motivo en el año 3.033.
– Es el año en que el ordenador
del centro de investigación, marca como año de su procedencia –señala Ava.
– Exacto. One –como tú misma
bautizaste a la fusión del ordenador personal que tenías con el central—
provenía, en el universo del que has llegado, de esa adversa fecha. Omitió que
había regresado al pasado porque en el futuro había desaparecido.
– ¿Y qué puedo hacer yo? Ava 25:
una super androide con toques humanos que, acaba de descubrir que es una viajera
del tiempo, con más dudas y sentimientos que un niño autista.
– Te doté en igual medida de
cromosomas míos y ADN humano.
– Por favor, no quiero pecar de
atrevida, pero, prefiero no tocar ese tema. Ahora no, por favor. Además, no me
has contestado.
– Ava cuando descubrí que mis
primeras creaciones tenían algún error que los llevaba a la catástrofe. Hice
otros universos con lo que supuse no ocurría lo primero, pero, volvió a suceder
una y otra vez. Al final cree a los viajeros del tiempo típicos para que
descubrieran cuál era el fallo y los llamé Droides.
–¿Thais es una Droide?
– Sí. Aunque, en este mundo, la
doté de sentimientos de cuidadora. Moriría por ti en cualquier situación en la que
tu organismo fallara y mataría por idéntico situación.
– Ya puestos. ¿Por qué los llamas
Droide?
– Está claro, porque su ADN
cibernético al 100%, resina sintética y flexible que puede adoptar numerosas
formas o permanecer intacta. Carecen de sentimientos, aunque parezca todo lo
contrario. Les digo lo que necesito en cada una de sus vidas y ellos obedecen.
Thais es la primera Droide. Lleva… como dicen en la Tierra, demasiadas
reencarnaciones como para recordarlas. Motivo por el que parece más humana que cualquiera
de su especie.
Ava tuerce el morro y frunce el
ceño como pensado—: «¿En qué lío estoy metida?». Thais ríe a carcajada limpia e
IO le contesta telepáticamente que no se preocupe. Ella comprende que están
conectados y que ambos leen sus pensamientos. El asunto es recíproco.
– ¡Ah! Claro, como somos droides,
Avas o lo que sea con dendritas humanas y cibernéticas, estamos conectados a
cualquier ser vivo. La verdad es que somos espías porque robamos la intimidad
de las personas.
– En cierta medida, sí.
– Bueno… pues somos muchas cosas.
IO, disculpa, he vuelto a cortar tu locución. Prosigue, por favor.
– Gracias, querida. Como te
decía… los Droides tampoco localizaron el error. Entonces, te creé a ti y,
cumplidos los treinta años terrícolas, te uní a Thais por amor; el vínculo más
estrecho que pueden generar los humanos. Ambas sois Jumpers. Juntas,
cambiaríais el pasado para equilibrar el futuro. Pero no lo hicisteis. Tal vez
os he llamado demasiado pronto porque vuestro último descubrimiento… podía
cambiar el futuro para bien.
– ¿Entonces por qué no nos
devuelves a Madrid?
– Porque me impacientaba y estaba
creando la nueva generación de Avas. Os devolveré a la Tierra con refuerzos si
así lo deseáis. Aunque, las nuevas Avas no tendrán madres humanas; recién
nacidas, las donaremos a diferentes familias. Las madres las alimentarán con
leche materna y por ese conducto las dotaré de algún cromosoma humano. No
obstante, su ADN tendrá el 99% cibernético o extraterrestre, como prefieras
llamarlo. Idéntico porcentaje al mío.
– Serán casi Droides.
– Exacto. Sin embargo, nadie lo
detectará y, además, tendrán conciencia de lo que son siempre; incluso, ahora,
que son neonatos, ya saben qué son y qué misión tienen.
– ¿Avas femeninas y masculinas?
– Sí hasta ahora las Avas siempre
eran femeninas, pero esta nueva camada es de ambos sexos.
– Bien hecho porque cada vez hay
menos varones. Y… ¿siendo tan pequeños, ya tienen conciencia?
– Desde que creé sus embriones,
la tuvieron. ¿En algún momento pensaste que Thais era una droide?
– No.
– Pues los nuevas Avas, tendrán y
o carecerán de cualquier sentimiento humano dependiendo del escenario.
– IO esto es demasiado
inverosímil para creerlo.
– Tienes muchas dudas porque
sigues creyendo que tu mente es fruto de una esquizofrenia galopante que te
hace ver y estar en lugares imaginarios.
– En cierto modo, sí.
– ¿Qué más pruebas necesitas?
– Quiero ver a mi madre, ahora,
por ejemplo.
– Te refieres a tu madre
terrícola.
– Sí. A Almudena. Esa madrileña
de pura cepa que tanto me mimaba.
De improviso, Ava aparece en el
ático del rascacielos 1 –frente al montículo de la puerta arqueológica de
Alcalá— donde vivía de niña. El apartamento era domótico experimental, ya que
su padre había sido un prestigioso investigador. Su madre estaba mirando con
ojos llorosos la televisión panorámica de la pared del comedor, de más de mil
pulgadas.
– IO ¿Qué pasa en mi mundo?
– Te marchaste poco antes de que
un virus mortal se expandiera por la Tierra.
– Me marché hace unos minutos, a
lo sumo una hora y está imagen pertenece a un pasado lejano… yo tenía ocho
años. Lo recuerdo muy bien porque dijeron que venía una nueva guerra, que
después no llegó. Pero tú me dices que se ha despertado un virus letal –Ava
pone cara de susto—. No entiendo nada –dice, torciendo la boca.
– Justo cuando estabas a punto de
descifrar el enigma del pasado que aniquila tu mundo en el año 3.033, viajaste
inconscientemente al pretérito donde la lengua de los documentos estaba viva y
creaste una línea temporal diferente. Pero, la ya creada, siguió perviviendo. Y
no a los ocho sino a los veintiocho, estalló ese virus creado por un terrorista
mediante ingeniería genética que llevó al mundo a su exterminio.
– Entonces, salvé un mundo y
asesiné a otro.
– Se puede decir que sí. Tú
abriste la caja de Pandora y para cerrarla deberías viajar al mismo pasado por
duplicado. Un segundo de diferencia marcó un hito de apertura al caos.
– Daba igual que fuera un segundo
o un año… porque según lo que me estás diciendo, el tiempo no existe.
– Al final lo comprendiste. El tiempo es
aleatorio dependiendo del mundo. En el que cohabitabas con Thais, se acaba.
– El tiempo se acaba… entonces,
el error soy yo. Destrúyeme.
– Puedes volver y subsanarlo.
– Nunca. Me habéis dicho que he
estado en diversos mundos y que, todos acaban del mismo modo. Debo morir. La
Humanidad que conocí debe resetearse y empezar desde el inicio de los tiempos.
Quizá alguna de mis hermanitos Avas puedan reemplazarme y, llegado el momento,
duplicarse en esa línea temporal que creé al transliterar los documentos con
lenguas muertas, para salvar ambos mundos.
– He creado una AVA idéntica a
ti. La oíste llorar en una de tus muchas noches de insomnio en un futuro
todavía no creado, pero que se creará. Puedes volver a nacer o puedes cambiar
de piel y guiarla, como prefieras. Aunque, tal vez llegues tarde… Creo que será
mejor que elijas ir a otro mundo y olvidar a los que conociste. La decisión es
tuya.
– ¿Tarde? A qué te refieres.
– A que en el universo del que
venís se os da por desaparecidas desde hace unos años y el hermano de Thais
destruyó vuestra investigación. Y…
–ahora es Ava quien corta a IO.
– No te hagas el ingenuo. Tú lo
ves todo. ¿No es así?
– Lo veo todo cuando mis ojos,
vosotras y otros seres droides y humanoides, estáis abajo. Pero, se da el caso
que, en este momento, estáis todos aquí arriba.
– Cuando dices ‘todos’ te
refieres a los otros cinco raritos que creaste para moverlos a través del
tiempo. ¿Te refieres a eso, IO? Porque Thais me contó una historia de seres
superhumanos o humanoides, depende de cómo lo mires, que vivían en la Tierra… que
, por cierto, se parece a la de los documentos del investigador chiflado, y hablaba
de razas fantásticas sin pruebas fehacientes.
– Existir, existen. ¿Te apetece
conocerlos? Así creerás la historia de Thais.
– Lees mi mente y sabes que me
encantaría saber quiénes y cómo son esos seres… en fin, mitológicos,
fantásticos o lo que sea que son. ¿Por qué me lo preguntas?
– Por cortesía. A lo largo del
infinito, me he humanizado.
– Al final vas a resultar una
deidad con caparazón de ostra y corazón humano.
– Bueno, ¿te presento a tus
compañeros de viaje o no?
– Te
refieres a vampiros y etcéteras…
– Por supuesto.
– Me encantaría saber si son como
los pintan las leyendas.
IO toma la forma humanoide en la
que es por un lado es mujer y por la otra, hombre, y se adelanta a las dos
aventureras para indicarles el camino. Ambas ponen cara de incrédulas pues se
dirige a un camino sin salida; pero, cuando creen que, IO, va a toparse con la
pared matizada de la nave, esta se abre mostrando un nuevo compartimento
diáfano y semicircular en el que hay nueve asientos –uno central algo más
amplio—; las butacas son taburetes escuetos de un material traslúcido.
IO se sienta en el central y les
indica dónde deben colocarse. Al sentarse, los apoyos se trasforman y las
envuelven de manera acogedora. Ava y Thais, sonríen. Ciertamente, las dos
féminas se han vuelto inseparables y a, Ava, le parece imposible que Thais sea
un droide.
Es imposible que sea un droide
como los de la Guerra de las Galaxias. Pero con distinta apariencia, piensa.
«Lo soy –le contesta Thais telepáticamente, y prosigue—: Estate atenta que vas
a ver un milagro». Ava mira a IO en el preciso instante en el que todo su
organismo adquiere distintas tonalidades y se llena de caracteres alfanuméricos
a modo de ADN cibernético que se mueven en sentido ascendente hasta salir de su
hechura y llegar al techo del habitáculo; es como si el cuerpo de la deidad
fuera un libro electrónico escrito en una lengua extraña que ella comprende de
inmediato. Es nadiano, piensa, el planeta donde la Nada tuvo su morada durante
unas eras. De pronto, siente que unas pequeñas pulsiones inundan su columna y
sus extremidades. Se mira y ve que su cuerpo se trasforma en un ente similar al
de IO. Thais permanece inalterable.
De improviso, en los asientos,
aparecen unas figuras humanoides, igualmente repletas de lenguaje nadiano, que
van tomando forma hasta completarse y adquirir su forma humana. Ava los
reconoce; cinco personas que, en algún momento de su existencia terrícola ha
conocido sin relevancia de ningún tipo.
– ¿Vosotros también sois viajeros
del tiempo?
Le contestan que sí,
telepáticamente. Y ella responde a viva voz—:
– ¡No me lo puedo creer!
– ¿Por qué? –interpela IO.
– Porque cuando me crucé con
ellos no sucedió nada anormal.
– ¿En algún momento pensaste que
Thais era una droide jumper?
– Nunca.
– Pues has trabajado con ella
codo con codo.
La conversación es telepática y
en nadiano.
– Y… ellos. ¿Son lo mismo que
Thais?
– No. Son el cruce de diferentes
especies a los que he dotado de una especie de inmortalidad. ¿Quieres ver su
verdadera naturaleza?
– Me gustaría.
IO habla al sexteto de entes y,
estos, se trasforman en un vampiro, un hombre lobo, una bruja, un ángel, un
demonio y un hombre.
Ava piensa que, como decían los
documentos, inicialmente existían seis razas sin ADN cibernético. Thais y el
resto de droides componían la séptima raza. Y, las AVAS, híbridos de droide, humano
e IO, la octava.
– ¡Guau! –suelta antes de
preguntar— ¿Pueden escucharnos y entendernos?
– Sí.
El pleno mueve la cabeza en señal
de aprobación.
– ¿Por qué no habláis?
– Porque están aquí para
escuchar. Nada más.
– Podrían… Esto… si les hablara,
con voz quiero decir. ¿Me contestarían?
– Mejor no lo intentes. Quizá los
pusieras en un aprieto. Ya has hablado con ellos lo suficiente en el mundo del
que venís.
– Y si decido volver… ¿volverán a
cruzarse conmigo?
– Puede ser.
– ¿Y recordarán este encuentro?
– La verdad, lo desconozco –contesta
IO—. Eso es cosa vuestra… libre albedrío. Si confían en ti y haces las
preguntas adecuadas, tal vez lo recuerden. De lo contrario, lo dudo.
– Me gustaría comprobarlo.
– ¿Eso quiere decir que has
decidido regresar al mundo que tú misma quebraste? –pregunta IO.
– Puede que sí. Por favor, dame
un momento.
Ava lee el cuerpo intangible de
IO, pero, este, de repente, la interrumpe y le pregunta—:
– ¿Creo que te has decidido a regresar
al mundo del que acabas de huir?
– Sabes que me oí llorar. Mejor
dicho, me vi. Tú mismo lo dijiste… y, ahora, lo recuerdo. Sobrevolé las ruinas
de un futuro cercano y vi que renacía en el cuerpo de un bebé acunado por sus
padres –contesta Ava.
– Quizá era uno de tus hermanas.
¿Te has parado a pensarlo?
– Imposible. Era yo.
– Te equivocas. Era tu hermana Ava
50.
Ella vuelve al mutismo y se
pierde en el cuerpo de IO. De improviso, señala su brazo izquierdo y le dice—:
– Ahí lo tienes. Acabo de darme
cuenta que en tu cuerpo, y tal vez en el mío, están las historias de todos los
mundos que has creado hasta ahora: acabo de encontrar el mío.
– ¿Es interesante lo que ves?
– Veo cómo pertenezco a una
resistencia distópica en la que los supervivientes se han unido. Pero también
veo que no somos el único grupo: hay más… Algunos son como estas razas que nos
acompañan. Tal vez haya más guerras.
– ¿Más guerras? –dice IO con rostro
de inocente.
– Tú nos creaste y sabes que
mientras existamos, nunca habrá paz.
– Eso es cierto. Quizá tú no seas
el fallo, sino la redención. A lo mejor no lo recuerdas, pero quisiste destruir
a la Humanidad porque descubriste que… –Ava no le deja acabar—:
– Lo que acabo de decir. Ciertamente
de, entre todas las criaturas pensantes, el humano es el ser más despreciable. Igual
regreso y guío a una Humanidad distópica en la que convivan todos los seres aquí
reunidos sin esconderse los unos de los otros. Puede que estas criaturas
vapuleadas por los hombres, tengan mejores sentimientos que los humanos.
– Puede ser –dice IO.
– ¿De verdad piensas lo que
acabas de decir? –pregunta Thais.
Ella levanta una ceja y
contesta—:
– Tal vez. ¿Qué opinas tú, IO? ¿Y
tú, Thais? ¿Y vosotros, razas híbridas?
– Una cosa es cierta –dice IO— la
inconsciencia y el egoísmo de los humanos no tiene límites.
Thais y los híbridos,
telepáticamente, le dan su beneplácito.
– Entonces… ¿por qué siempre la
salvas, creador? –Ava pronuncia Creador con retintín.
– Porque me gusta crear seres
perfectos y hermosos. Las personas son bellas, no todas, pero sí muchas.
– ¡Vaya! El creador es todo un
soberbio perfeccionista al que le desagrada descubrir que sus engendros tienen
más fallos que virtudes.
– Los hombres son los seres más
inteligentes y divinos que he creado hasta ahora y me da pena que desaparezcan
del multiverso. Como creador, amo a mis criaturas.
– Pues déjalos que se destruyan o
que hagan lo que realmente les apetezca. Dices que les dejas a su libre
albedrío, pero no es cierto.
– Te equivocas. Si no les dejara
a su libre albedrío, serían corderitos.
– O sea, les dejas a su libre albedrío, pero
cuando no te agrada el camino que toman, les coaccionas e introduces otros
engendros: yo misma, por ejemplo. Para cambiar su futuro.
– Bueno –IO se acaricia la
barbilla masculina lumínica en un gesto totalmente humano y contesta—: No lo
había pensado. Puede que sea cierto… –ríe con ganas.
Ava arruga la frente y le
pregunta—:
– Llegado este punto, IO, quiero
preguntarte algo específico.
– Eres mi hija predilecta,
pregunta.
– ¿Cuántos engendros no humanos
has mezclado con los humanos a lo largo de las generaciones y de los mundos
creados y rotos?
– Infinitos. Los que estáis
reunidos aquí sois mis referidos. Pero, quizá te sorprenderías si te dijera
todo lo que camina por el planeta… También hay droides de muchas generaciones,
claro, y tú.
– ¿Quieres decir que hay cientos
de especies mezclados con los humanos?
– Engendros, criaturas, especies…
reciben muchos nombres. La respuesta es afirmativa. Las historias de terror han
pasado de generación en generación porque en algún momento del tiempo fueron
historias palpables. El coco, existió… por ejemplo. Con los siglos derivo en
una sombra maligna y escurridiza que se llevaba a los niños. Pero, existir,
existió...
– ¡Ahhh…!!! –suelta Ava en un
ademán miedoso y risueño.
– ¿Moloch?
– Ahí lo tienes. El verdadero
Coco. Cuando oíste hablar de él, incluso asististe a alguno de sus rituales –los
recuerdos estarán escondidos en alguna parte de tu anatomía— , te horrorizaste
porque era un becerro de oro con un horno entre sus piernas en el que se
depositaban bebés que se incineraban vivos.
– Por favor, no me lo recuerdes
IO.
– Es que ese culto no es cierto.
Bueno lo fue porque los hombres corrompieron la verdad. La realidad es que eran
bípedos con cuernos maltratados y perseguidos por los hombres… quienes
aniquilaron a su raza. En ese momento, los supervivientes se convirtieron en
Cocos: entraban por las noches en las casas de las parturientas y se llevaban a
sus hijos. Con el tiempo, cada cultura lo asimiló y deformó según sus creencias
desde Fenicia, donde vivieron en el principio de los tiempos como razas iguales
–todas las criaturas vivían como iguales, que no se te olvide. Con los siglos
esto cambió y los engendros que más se habían apareado, los hombres, se
convirtieron en la especie dominante. Así que, las otras, se las arreglaron
para mutar de alguna manera –IO enmudece buscando las palabras exactas. De
improviso, retoma el hilo de su confesión—: Ciertamente les ayudé un poco. En
fin, tuvieron que permanecer en la sombra conviviendo con ellos, aunque su
verdadera naturaleza sea algo diferente.
– No me lo puedo creer –sentencia
Ava con el rostro fruncido.
– Créelo. Tú has convivido con
todas las especies que pululan por ahí… Ten en cuenta que todos sois mis hijos
y, aunque haya diferencias fisiológicas entre las especies, siempre pueden
adoptar una que los disfrace de personas…. Por eso dejé que se cruzaran.
– Has jugado con todos los
especímenes que has ido creando; somos meros juguetes.
– ¿Y qué esperabas? Estoy solo y me aburro. De
alguna forma tenía que entretenerme. Hasta he creado cientos de dioses que se
creen los creadores del Cosmos cuando solo son, eso, sujetos con alguna
cualidad, buena o mala, mejorada. ¿Estás segura que quieres volver a tu mundo?
– Más que nunca. Pero, antes de
partir leeré, despacio, los recovecos de tu piel. Y, después, me desprenderé de
la mía para ver si existen variaciones a tener en cuenta.
Tres horas más tarde, su
epidermis está extendida en una pared de cristal de diamante y ella luce su
dermis cual circuitos de bits y megabits que, entrelazados, conforman su ADN.
****
El sonido de un despertador
inunda los tímpanos de la jovencita que yace en un camastro de haya fina. Ava
abre los ojos y se mira en el espejo; sus cabello negro y trenzado baja hasta
su cintura.
– Otra vez el mismo sueño –le
dice a su imagen.
– Lo tendrás todos los días de tu
vida –contesta el espejo.
– Quizá algún día lo comprenda.
– Quizá.
La habitación está llena de óleos
con su rostro a distintas edades. El dolor que surge de su espalda le recuerda
que sigue en rehabilitación después de que un coche de caballos la pisara,
pero, en sus ensoñaciones, sabe que eso no fue lo que sucedió: la tiraron desde
una nave extraterrestre con forma de ostra desde lo más alto del cielo.
Thais está a su lado y la
arrebuja.
– Has vuelto a tener una
pesadilla, querida –le dice con dulzura.
Se besan y olvida los malos
sueños. Todas las mañanas le sucede lo mismo. Sin saberlo ha entrado en una
espiral atemporal que le reporta una y otra vez al mismo lugar. Se ha
convertido en una prisionera del tiempo.
©Anna Genovés
Dos de mayo de 2022