Bailemos el cacán cogidos del brazo y sin mascarillas 

 

Es la consigna de la pospandemia que mañana estrena nueva relajación: ¡Fuera las mascarillas! ¡Qué ganas teníamos! Y, ¡qué caray! Nos lo merecemos porque estamos a cara cubierta desde hace más de un año.


Os preguntareis ¿por qué el cancán? Lo entenderéis enseguida, y cito textualmente del cajón de sastre más guay de la red: Wikipedia.


… “El cancán apareció por primera vez en los salones de baile de la clase trabajadora del barrio parisino de Montparnasse alrededor de 1830. Era una versión más animada del galope, un baile rápido en un compás de 2/4, el cual solía ser la figura final en la cuadrilla –en la que participaban tanto hombres como mujeres—. Por lo tanto, el cancán era originalmente una danza para parejas, las cuales realizaban patadas altas y otros gestos con los brazos y las entrepiernas.

Para este momento, y durante la mayor parte del siglo XIX en Francia, el baile fue también conocido como el chahut. Cancán significa ‘escándalo’ y ‘chahut 'ruido' o 'alboroto'.” …



Después de la cuarentena nos dejaron salir por parejas; nunca había visto tantos pares de personas –de todas las edades, sexos, colores…— cogidos de la mano. Era alentador como le retour de l'amour. Creo que muchos emparejamientos que, antes de la pandemia ni se miraban, con este varapalo que nos ha dado la vida, o se han separado o están más unido que nunca. Además, en ocasiones, hasta dábamos no patadas altas, pero sí largas o movíamos los brazos como las gallinas si veíamos a algún conocido, por aquello de la distancia… recordemos que estaba prohibido las reuniones de más de dos personas no convivientes, aunque fuera en la calle. Pues, eso, a adaptarse. Y nos adaptamos.


Pasaron los meses, y llegaron las relajaciones. Podíamos pasear de cuatro en cuatro o hacer grupos de seis –todo dependía de la normativa de la comunidad en la que viviéramos—. Igual que en el cancán que comenzó con pares y acabó en el vaudeville. En pocas horas, no hará falta salir a la calle con cubrebocas. ¡Hala! Todos a lucir nuestras mejores sonrisas –aunque sean más falsas que Judas— como animan los psicólogos positivistas y los coach.


Mañana los casi 4M de muertos por coronavirus y los casi 200M de contagios –muchos de ellos con las secuelas de por vida— ya no existirán. Soy una amargahipócritas, lo reconozco y me importa un bledo; prefiero la sinceridad que la mentira. O por lo menos, lo intento. Al margen de que la covid19 sigue con nosotros. Lo cual, hay que tener muy en cuenta. Ayer, me decía una amiga que ya habíamos pasado lo peor. ¡Ojalá tenga razón!


He leído la letra pequeña de fuera las mascarillas y por casi me meo encima. Resulta que podemos quitárnosla siempre que mantengamos la distancia de seguridad y estemos en el exterior. ¡Ah! Pero hay que llevarla encima por si, de repente, te encuentras en un semáforo concurrido y tienes que ponértela a toda prisa porque la cuadrilla de personas está al mogollón; a la sazón, solo nos faltará echar las piernas al alto y bailar despreocupados.





Anteriormente, el accesorio en cuestión, no se podía llevar ni en el brazo ni en la barbilla, solo puesto o guardado a buen recaudo en aquellos lugares sacrosantos en los que podíamos prescindir del mismo. O sea, en casa y poco más. De la noche a la mañana, ¡qué más da! Mucha gente le daba pluriempleo a este complemento médico que llevaban en la cara u otra parte corporal. Al presente… ¡ya me diréis las horas que rularán sin cambio de pañal!


Idiotas no somos. Con la obligación vigente de llevar cubrebocas, muchas personas se pasaron el precepto por el forro de los ovarios o los testículos, y no hablo solo de la juventud que son, al fin y al cabo, los menos peligrosos siendo los que más incumplen y contagian. Los mayores debemos dar ejemplo. Como unos lo hemos dado y otros no, pues, a callar que estamos en el mismo saco. Y, por desgracia, el bicho no distingue entre los que hacen y los que deshacen. ¿Qué pasa, que como estoy vacunado me la trufa el de al lado? Hipócritas y egoístas.


Al respecto de fuera la mascarilla en exteriores, la experta en transmisión aérea de virus y profesora estadounidense Linsey Marr, ha creado una regla con el nombre de 2 x 3 que se basa en…


1.       Mascarilla

2.       Distancia

3.       Aire libre


Para que funcione, siempre hay que cumplir dos de estas tres normas. Si estás al exterior con distancia de seguridad entre personas: NO MASCARILLA. En la misma situación sin distancia de seguridad: SÍ MASCARILLA porque de lo contrario, puedes infectarte.


Por otro lado, los psicólogos se han sacado de la manga un síndrome de lo más moderno: el síndrome de la cara vacía. Pues… ¡qué bien! Síndrome de la cara vacía o tener miedo o malestar de quitarnos la mascarilla o de hablar con alguien que no la lleve o de haber olvidado cómo mover agradablemente las facciones... ¿Por qué a todo hay que ponerle etiquetas? ¿Por qué no nos dejan en paz en vez de aprovecharse de la situación e inventarse sintomatologías para que seamos ovejitas baladoras al son de sus consejos? El asunto es obvio; si todos fuéramos responsables, dentro de unas horas, nadie llevaría mascarilla en los exteriores sin aglomeraciones. Sin embargo, esto no es así. No existe el síndrome de la cara vacía, hay personas irresponsables.


Sinceramente, no creo en la psicología. Por motivos trágicos en mi infancia y adolescencia, recorrí unos cuantos durante la juventud. La verdad, solo me sirvieron para descubrir que era una gilipollez pagarles: te dicen qué hacer para estar guay y punto. Algo que ya sabes antes de entrar en consulta. Que te digan lo que tienes que hacer no arregla nada porque te quedas igual de jodido. Seamos sinceros. ¿Cuántas sonrisas y palabritas bonitas de buenos días amigos, que paséis buen finde, somos los mejores y etcéteras… tienen realmente una capacidad sanadora si no fueran acompañadas de antidepresivos, betabloqueantes, hipnóticos, antiinflamatorios, ansiolíticos, alcohol, tabaco, petas, drogas duras o lo que sea que ingiramos para estar un poco más mejor de lo que realmente estamos? Pocas o ninguna. Colegas, que cada uno ponga la cara que le dé la gana con o sin cubrebocas, cada uno es como es y, dejémonos de monsergas.


Pues… ya lo sabéis, dentro de unas horas, bailaremos el cancán al estilo gallineta y con mascarillas de collar. ¡Genial!

 


Enlaces de interés


·         La regla 'dos de tres' para usar mascarilla en exteriores, M. G. redacción de Las provincias 

 

·      Basta de pensamiento positivo, Carmen Posadas   



·         El fin de la mascarilla y el síndrome de la ‘cara vacía’, Redacción RTVC.


 

·         Los psicólogos advierten del 'Síndrome de la cara vacía' con la desaparición de las mascarillas 

 

 

@Anna Genovés

Viernes 25 de junio de 2021

Publicado en el diario El cotidiano

 

En memoria de mi amigo Jose Luis Moreno-Ruíz y a todas las víctimas de la covid19


#actualidad #mascarillas #covid19 #sociedad #pandemia









Todas las noches


Tic tac, tic tac, tic tac…

Suena el reloj al lado del oído. Un sonido monótono que atraviesa los tímpanos. Lo escucha perpetuo, clavándose en la masa encefálica de su cabeza huera. La una, las dos, las tres de la madrugada. Las cuatro, las cinco…

En su lecho, Manuel da vueltas; el cansancio hace mella en su hechura. Sin embargo, no quiere dormir: tiene miedo a la oscuridad. Y los terrores nocturnos lo mantienen en vela. A veces, una vigilia infinita acompaña las horas de reposo de su vida monótona y solitaria.

Cuando el sueño arrebata los sentidos. Penetra en un maremágnum de historias que sobrecogen a su mismísimo espíritu. Morfeo lo pasea por el camino del horror; cuando los sapiens eran bípedos recién nacidos que apenas se sostenían en pie y los dinosaurios seguían gobernando sobre la faz de la Tierra. Después, sonámbulo, dibuja lo que ve en sus pesadillas.

Manuel es un pastor ágrafo que nunca ha ido a la escuela. Apeas ha tenido contacto con otros humanos; un anacoreta rodeado de naturaleza, aperos de labranza y ovejas. ¿Cómo puede ilustrar los cuerpos de esos monstruosos animales con la precisión de un paleontólogo? ¿Cómo puede sentir esos ojos crueles y repulsivos de los colosales reptiles de finales del cretácico, acechándole? Desconoce la respuesta. Pero todos los crepúsculos, se despierta sobresaltado; empapado de sudor frío. El pulso agitado. El horror ceñido hasta la médula.

Todas las noches, abre los ojos, falto de aire. Todas las noches, siente los dientes ensangrentados de los demonios gigantescos, hincados en su carne prieta. Todas las noches, percibe cómo es engullido por unas fauces bestiales. El dolor es tan agudo, que su corazón galopa desbocado como un caballo salvaje lazado a un espino. Desgarrada la piel, los músculos; los huesos astillados como palillos. El mismísimo nazareno crucificado en el último hálito vivido.

Después, la negrura más absoluta se abre ante sus ojos despavoridos. Su cuerpo mutilado yace devorado por afilados estiletes que despedazan su cadáver vivo.


©Anna Genovés
03/03/2013
Modificado el 09/02/2015
Propiedad Intelectual V-488-14



Todas las noches

by on 14:14:00
Todas las noches Tic tac, tic tac, tic tac… Suena el reloj al lado del oído. Un sonido monótono que atraviesa los tí...