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Memorias de un futuro imperfecto

 


 

El futuro ha llegado por su propio camino.

Ha llegado recubierto de algodones lisos...

algodones que oscurecen los cuerpos,

las mentes y las ilusiones

como un robot viviente de infinitos colores.

 

 

***

 

— Tiene usted razón. Creíamos haber llegado a una conclusión de lo más satisfactoria, pero mientras este punto continúe sin aclararse, no podremos descansar. Quédese un tiempo con nosotros y pensaremos en lo que debemos hacer. Después podrá marcharse, con toda nuestra ayuda.

— Gracias —dijo Trevize.

Isaac Asimov

(Los límites de la fundación)

 

***

 

Me encanta, podría leer esta novela todos los días de mi eclíptica y solitaria vida: siempre me enseñaría algo nuevo.

 

Sabes, Isaac, has logrado inspirarme y, aunque hace varios años que no escribo, hoy, día de mi nonagésimo primer cumpleaños, voy a hacer una excepción. Voy a comenzar un diario y, en tu honor, lo llamaré Mov, como si estuviera escribiendo una serie de cartas al mejor de mis amigos.

 

Comenzaré tal como lo hacen los teenagers...

 

Valencia, 12 de julio de 2053

 

¡Hey, Mov!

 

Hoy es mi nonagésimo primer aniversario, lo que no es nada anormal, si tenemos en cuenta que la media de edad, descontando las muertes prematuras por violencia, está cifrada en los ciento cinco años para las mujeres y en ciento dos para los hombres.

 

He llegado a esta edad matusalénica, sentada junto a la ventana del comedor frente a mi Dell rosa chicle del Pleistoceno. Las cartas que te escriba serán mi última creación. Como sabes, llevo más de diez lustros dedicándome a la producción de novelas de bolsillo de clase B: novelas románticas, de intriga, de aventuras y, cómo no, de ciencia ficción.

 

Todo un currículum premiado con años de soledad, pan para llevarse a la boca cuando había ganas y, muy de vez en cuando, caviar iraní, salmón noruego y Dom Pérignon. Por mencionar algo, porque ninguna de estas delicias son de mi agrado. Pero mentiría si no dijera que pudieron estar en mi despensa, en ciertas ocasiones, incluso a granel.

 

Aunque amanecí en esta profesión tardíamente, pasados los cuarenta, como dice el refrán: «Más vale tarde que nunca». Mi obra ha sido fértil y me considero afortunada por haberme dedicado a lo que siempre he deseado; a lo que mejor sé hacer: imaginar situaciones inverosímiles y plasmarlas en páginas en blanco para el disfrute de mis semejantes.

 

Fíjate, en la actualidad, en la tercera o cuarta infancia, como se suele decir de las personas de mi edad, el espejo de la realidad, ese cristal opaco y empañado que me separa del exterior, sigue donde siempre ha estado. Y no está deslucido o velado, ¡está sucio, muy sucio!, pero me da igual. Por los huecos, aún medio transparentes de su ajado vidrio, puedo ver lo suficiente para saber que esta sociedad es muy decadente: demasiado.

 

Los coches voladores de El Quinto Elemento siguen en el baúl de la fantasía. Lo mismo que los androides asesinos de Matrix o Terminator. Y si hablamos de la tecnología espacial, que el hombre pise Marte sigue siendo algo tan lejano como el propio y carmesí planeta.

 

Esto último debía haber ocurrido en 2030, pero se ha quedado en el tintero de muchos científicos desprestigiados y en la salita de estar de un puñado de políticos chiflados que pensaban que colonizar dicho planeta era lo mismo que someter a una tribu aborigen. El planeta rojo está maldito; siempre sucede algo antes o después del aterrizaje de la sonda o de la nave, una vez atravesada su enigmática órbita.

 

Al poco tiempo: unos días, unas semanas o, a lo sumo, un mes, se pierde la comunicación absoluta con los robots enviados para tales menesteres y se acaba la función.

 

Todas las lanzaderas tripuladas que han intentado acercársele con las tenientes Ripley a bordo, han regresado, cuando lo han hecho, tan escaldadas como el magma de los volcanes en plena erupción. "¡Habrá que dejarlo para más adelante!", y aun así me sigue pareciendo casi imposible… De convertirse en viable, desde luego yo no seré una de las afortunadas o desafortunadas en poder contemplarlo a través de mi generosa y psicodélica televisión. Mi reloj biológico toca a su fin y no creo que alcance para más, a pesar de mis estrictos tratamientos para mantenerme en forma.

Tantos años esperando que sucediera algo similar a una de esas películas de ciencia ficción que desde niña me han tenido hipnotizada… para nada.

 

Creo que, en cierta medida, mi longevidad se ha debido a la espera de lo improbable, a la espera de que la realidad superara a la ficción. Pero, ¡eh aquí que estamos como antes! O sea, como a principios del siglo XXI, cuando la madurez de mis entrañas me colocaba los pies en la Tierra y mis complejos peterpanescos sucumbían con las primeras arrugas que surcaban mi rostro y las novedosas canas que blanqueaban mi cabello.

 

Bueno, algo insólito sí ha sucedido, qué digo algo, algo no, ¡mucho!, quizá muchísimo. Creo que este es el apelativo más conveniente. Lo que ocurre es que nada tiene que ver con esas ansias voraces de irrealidades plasmadas en los buenos libros ficticios de mis idolatrados novelistas o en la pantalla grande; esa caja gigante que ahora es más boba que la tonta inventada por Don Francisco Umbral hace una eternidad y referida a la televisión. Y no es que yo esperara que esas películas futuristas en las que todo es catastrófico se convirtieran en evidentes, me conformaba con que la realidad de la investigación se fusionara con el celuloide, y los terrícolas pudiéramos, por ejemplo, erradicar cualquier tipo de patología o vivir eternamente. ¡Y nada más lejos del ambiente que nos rodea!

 

En cierta medida, lo que pasa, ya estaba vaticinado, desde hace décadas, por alguna de las punteras industrias de robótica y su difusión en los medios de comunicación. Sí, hay robots domésticos análogos a C3-PO de La Guerra de las Galaxias, pero únicamente pueden costeárselos las familias muy adineradas, que son las menos y, además, cada dos meses están en reparación porque algún fusible se les ha averiado… quedan siglos, si no milenios, para que los cibernéticos se asemejen a los humanos.

 

Los rasgos fisonómicos han dado un gran paso hacia la uniformidad del hombre, y en una décima parte de la población, la fusión ha sido completa. Podemos ver a un cuarterón con ojos oblicuos, pómulos nórdicos y cabello rojo. Esta mezcolanza me agrada; desearía que todos tuviéramos rasgos similares para que ningún humano se sintiera excluido. Sin embargo, me consta que para los insolidarios, agresivos y prolíferos movimientos tipo "Génesis de la Raza" esta licuación es degradante, y sus continuos disturbios con finales recubiertos de sangre y lágrimas, aumentan día a día.

 

Por desgracia, los "guetos" florecen con un vigor y radicalismo escalofriante. Existen en todas las metrópolis de más de quinientos mil habitantes, en resumen: en todas.

 

Y esos "guetos", sobre no tener alambradas excluyentes, son mucho más peligrosos que los existentes en la U.S.A. de mis tiempos mozos. Pero este no es el tema que más me preocupa... Al fin y al cabo, el hombre, desde tiempos prehistóricos, ha vivido en una constante fluctuación de continuas batallas y siempre ha subsistido. ¡Ojalá fuera esa la principal contrariedad de mediados de este veintiunoavo siglo de nuestra era!

 

Tampoco me alarma la climatología. La excesiva subida de las temperaturas y el deshielo de los polos, está equilibrada, se derrite el mismo hielo que, a posteriori, se evapora por las altas temperaturas. Y si hace un calor tan insoportable como para no salir de casa, te pones tu traje climatizador, y tan feliz.

 

No, el problema, ¡el horror!, ha venido cogido de la mano de la enorme polución que nuestro estimado planeta produce, porque ni tan siquiera la traslúcida capa de ozono perjudica o lesiona nuestra piel... las impurezas del aire son tantas, que a la vez que nos corrompe, nos protege de la casi inexistente ozonosfera. Esta corrupción atmosférica, nos ha privado de ese magnífico y esplendoroso astro rey que cada mañana iluminaba nuestros cuerpos y nuestros corazones. Dicho de otra forma, los rayos del magnánimo Ra, hace diez años que no se ven.

 

El firmamento aparece cubierto de una espesa capa de nubes perpetuas que en invierno suavizan las temperaturas y en verano las agudizan por el llamado efecto invernadero, ¡un asco! Estimo que, en el próximo siglo, el Sahara habrá avanzado más de lo pensable en el entreacto interminable del ocaso de la humanidad.

 

Y esto sí me recuerda una película... una de los mejores films de ciencia ficción de todos los tiempos: la mítica Blade Runner. Me la recuerda porque, pese a no caer del cielo lluvia radioactiva, ¡menos mal!, el día cada vez se asemeja más a una tarde encapotada en la que nunca sabes en la hora en que te encuentras y, a la postre, están los nuevos agentes de policía que a la mínima te paran y te hacen un reconocimiento, no médico, claro está, si no de arriba abajo para ver si estás libre de armas o de artefactos peligrosos… Un cortaúñas es suficiente para una detención en toda regla.

 

Por hoy tengo suficiente, me voy a pasear un rato por los encajes de los árboles. Esas sombras que se conciben en mi imaginación como cuando era pequeña y caminaba por las aceras pisando los efectos solares de las ramas de los arbustos: ahora, aunque las proyecciones han desaparecido, mi ingenioso psique sigue percibiéndolas...

 

Valencia, 13 de julio de 2053

 

Mov, voy a seguir difundiendo mi opinión acerca de la impúdica sociedad en la que me encuentro zambullida y de la que, por mucho que me queje, solo despegaré el día que descanse en las cenizas de un búcaro.

 

¡Ah, sí!, luego están los trocitos o magnánimos monolitos que, desparramados por la bóveda celeste, van cayendo de vez en cuando en algún lugar de nuestro decadente mundo. Hoy mismo, un fragmento del obsoleto Sputnik cayó en el desierto de Libia… cero daños colaterales. No pasó igual hace dos semanas, cuando un segmento, de considerable tamaño, de la LEO arrasó un barrio de Buenos Aires.

 

El denso tráfico del desguace espacial es tan peligroso que, un día de estos, ¡estallaremos en millones de particulitas por la colisión múltiple de diversos artefactos de los que van pululando por nuestros alrededores! También puede suceder que la multilluvia tóxica que, a modo de escarcha, oree un lago de Canadá, se expanda y nos abrase al son de pequeñas y llamativas gotas metálicas en pleno fulgor. Igual no puedo ni terminar esta parrafada con tantas amenazas. ¿Quién puede saberlo?

 

¡Ah! Se me olvidaba, los años me están dejando la masa encefálica tan borrascosa como el velado firmamento que veo desde hace mucho, mucho tiempo; debería acercarme a la cima de alguna montaña para divisar, por encima de los celajes, lo diáfano de la cúpula celeste. Dicen que desde allá arriba, todavía se distingue el antiguo cosmos con sus haces luminosos entre nube y nube. Y si eres uno de los más afortunados, incluso puedes ver el Sol. Pero, cualquiera se arriesga a salir de excursión a mis años.

 

Me conformaré con lo que alcancé a ver mi deteriorada memoria y el visionado de algún que otro film, o mejor todavía, con la contemplación de documentales en los que lo desaparecido vuelve a florecer como por arte de magia. Con paciencia, imaginación y mucha práctica, se pueden conseguir los efectos deseados. Las pantallas digitales de tropecientas mil pulgadas son uno de los pocos placeres que nos quedan. Aprietas un botón y ¡puf!, la pared de cualquier habitación se torna pantalla, y con tan solo un movimiento de mano tienes el cine en tu propia casa.

 

Todas estas elucubraciones torpes y a destiempo que voy picoteando, mi querido Mov, vienen al cuento de mi verdadera preocupación: los "Agentes del Orden". Nos tienen aterrorizados, no sabía cómo contártelo, pero... ¡ya está bien! Voy a narrártelo como si me estuviera refiriendo a cualquiera de los problemas que te he mencionado.

 

Verás, Mov, los señores y señoras "Agentes del Orden": esos afeitados de nueva generación que hacen las veces de guardias de seguridad pacifista, o sea, los antiguos policías reconvertidos. Actúan con tan poco tacto que, en vez de proporcionarnos seguridad, nos dan verdadero miedo.

 

Ya sabes que lo de afeitados no es peyorativo, sino común en los actuales humanos. Los mortales se están quedando sin pelo. Por lo general, tanto los caballeros como las damas, llegan a la veintena más rasurados que Yul Brynner en sus buenos tiempos. Será que tanto estrés y tanta oscuridad, aliada con el descomunal y húmedo calor, nos está dejando sin el revestimiento de la piel por antonomasia. A tener en cuenta que solo ocurre con las nuevas generaciones, los ancianos como yo seguimos a la antigua usanza.

 

Vuelta a lo mismo, me da tanto miedo hablar de "ellos" que, a la mínima, me voy por las ramas... A ver si me centro.

 

Veamos, el tema son los "Agentes del Orden". Vamos allá, todos tienen unos cuerpos envidiables: musculitos de sustancias químicas y gimnasio, que nos cuidan, ¡se supone!, aunque, como ya te he dicho, más bien nos aterrorizan.

 

Lo cierto es que son muy raritos, y lo digo porque hace un cuarto de siglo que los humanos dejaron de anhelar ser polis, guardias civiles, militares o sucedáneos. Entonces, los gobiernos de los monopolizados países pactaron con las madres, ¡Dios sabe con qué!, para que, a cambio de unos estudios de primera y un trabajo fijo y bien remunerado, eso dijeron, enviaran a sus hijos recién nacidos a unas determinadas escuelas controladas por el estado.

 

El propósito: que los cuerpos mencionados no desaparecieran de la faz de la Tierra, para que la inseguridad ciudadana se convirtiera en pasado. Ja, ja, ja.

 

Se me olvidaba decir que la mayoría de bebés nacen por inseminación in vitro o similares, puesto que cada vez es más difícil concebir hijos por medios naturales; sobre todo, porque la libido casi ha desaparecido. ¡Qué horror! El hombre está dejando de ser hombre, o peor todavía: el hombre se está deshumanizando.

 

¡Uf!, mi diario está adquiriendo unos tintes muy diferentes a los pretendidos… lo que comencé con timidez y medio camuflado por un tupido velo que no deseaba exhibir, está emergiendo de manera considerable. Lo inadmisible se torna cierto: pura ficción que eriza todo el vello de mi marchito y acongojado organismo al sentir que "el ahora" roza la más horrible de las realidades. ¿Será que vivo distorsionada e inmersa en una de esas películas que tanto me gustaban antes?

 

Quizá no deseo descubrirlo, y por eso doy vueltas y más vueltas alrededor de quiméricas preguntas sin respuesta que hilvano con verdades a medias, como si fueran un jersey exorbitante cuyo encadenado de puntos se deshacen sin motivo aparente. Lo cierto es que esos niñitos entregados al poder, salen convertidos en polluelos olfateadores que se dirigen a sus semejantes como si fueran distintos y superiores.

 

Los educan, según se nos informa, como a los niños normales, solo que el regalo de su séptimo cumpleaños es la colocación de un microchip en su cerebro para la adquisición de una disciplina absoluta contra la delincuencia, y una obediencia total hacia sus superiores.

 

Puede que solo se trate de eso, pero cuando me encuentro cerca de alguno, un escalofrío recorre mi cuerpo como si algo me dijera que hay mucho más…

 

Siento que se nos oculta la verdad. Lo que les hacen para que salgan con esa expresión glacial en sus rostros, ¡no tengo ni idea! Pero me asusta cada vez más. No es que salga demasiado, pero todos los días intento dar una vuelta por el barrio... y la jefatura superior está cerca; suelo tropezar con muchos "Agentes del Orden", y todos me parecen iguales.

 

Tanto chicas como chicos, rasurados y sin ápice de mímica en sus esculpidos rostros y sus cincelados cuerpos, se dirigen a los transeúntes con un hermético tono de voz y unos movimientos antinaturales, casi mecánicos.

 

Me consta que nada más lejos de una metamorfosis cibernética… pero a veces, yo misma dudo que su sangre sea del mismo color que la mía y que sus cromosomas no estén alterados genéticamente.

 

Lo más chocante del asunto es que, cuando te acercas a unos cuantos... ¡plof! Se evaporan. Me refiero a que todos los "Agentes del Orden" son jóvenes, ninguno alcanza la madurez, ninguno llega a la treintena. Luego escuchas en TV que han abatido a diversos agentes, casualidades, siempre a los más veteranos. De manera que surgen nuevas camadas: cada vez más inescrutables, cada vez más férreas.

 

He hablado con unos colegas, algo más jóvenes que yo, y me han dicho que tienen serias dudas sobre la legalidad de las investigaciones estatales. Mañana a las ocho de la tarde vendrán a cenar conmigo.

 

Me voy a la cama. La nueva alborada, cenicienta y plomiza, como la de todos los días, me reserva una jornada muy, muy larga... Solo de pensarlo, me siento tan cansada como un pobre caracol cuya osificación se ha fundido a medio camino, tras recorrer kilómetros y kilómetros sin llegar a su meta.

 

Valencia, 14 de julio de 2053

 

La aurora ha despuntado sumergida en nubes violáceas con tintes rojizos. El viento del cercano Sahara azota y mueve las partículas del voluminoso oxígeno que nos rodea. Mi ventana, más empañada que de costumbre, me anima a limpiarla; si no lo hago, no podré atisbar ni las arrobiñadas antenas de los edificios colindantes.

 

Sin ganas, saco el limpiador multiusos y, con un paño de algodón, comienzo a rascar un lado del ennegrecido cristal. He tenido que asomar la cabeza al exterior. Mi arrugado rostro se ha cubierto de un pegajoso polvo purpúreo que me incita a cerrar y mandar al cuerno el trapo y el limpiador, pero me obstino en que aún me queda trecho por andar y que ese lugar es el recoveco por el que siempre he oteado mi dilapidado voyerismo.

 

Por fin, consigo dejarlo más o menos aseado. Ya puedo contemplar los magníficos nubarrones que acorralan la bola de cristal en la que nos movemos, avistar las grisáceas fincas que me acompañan y hasta escudriñar, por encima de los resbaladizos tejados, el revuelo de alguna enfermiza paloma. Tras el penoso esfuerzo de la vidriera, recuerdo que debo salir de compras: mis amigos se merecen lo mejor.

 

Me enfundo mi chándal de dúctil plexiglás climatizado en tonalidades azulinas -otro novedoso y agradecido invento que hace descender la temperatura corporal, aunque te muevas a cincuenta grados de temperatura- y me coloco mis deportivas supersónicas para andar rozando las aceras recubiertas, en gran medida, por el líquido perpetuo de la mugrienta humedad.

 

Me recojo mi larga y blanca melena en una trenza baja y me tomo mis veinticinco pastillas matutinas: vitamina A, B de todos los tipos, C, E, K, minerales, oligoelementos, melatonina de última tecnología y litio de liberación retardada para responder con tranquilidad a los eventos desagradables que puedan surgir de mi andanza por las calles.

 

Bebo un vaso de agua purificada y, por último, me pongo mi pantalla protectora, y no me refiero a un protector solar —eso no hace falta— sino a una especie de pamela de ala larga de un material flexible y específico que te termoaisla de la contaminación. El estrafalario sombrero lleva incluida una pantalla transparente que te cubre la cabeza, a modo de escafandra, a juego con el equipo inferior. Con estas pintas, salgo hecha una astronauta de vuelos cortos, con guantes incluidos.

 

Al salir, tropiezo con el simpático vecino de cabellos rojos -¡ja, pienso!-, tiene diecisiete años. ¿Dónde estarán esos largos y bermejos truchos dentro de unos años?

Al salir, tropiezo con el simpático vecino de cabellos rojos —¡ja!, pienso! —, tiene diecisiete años. ¿Dónde estarán esos largos y bermejos truchos dentro de unos años?

 

Paul es un buen chaval, hijo de un japonés y una irlandesa cubana. Siempre me pregunta cómo estoy y deposita un beso sobre mi velo preventivo. Él es joven y va tal cual: vaqueros descoloridos y anchos con miles de bolsillos, y camiseta de tirantes con dibujos geométricos de colores fuertes. ¡Quién pudiera andar como él! Aunque quizá deberían disuadirle para que se camufle como yo; disfrazado, se vive más tiempo…

 

¡Bah, chorradas! —me digo a mí misma. Seguro que estos ridículos trajes son la típica fantochada del palique de un comercial ansioso por apuntarse una venta más, y de la "cándida incredulidad" de los ancianos, por desear, pese a todo, vivir hasta el final de los tiempos.

 

El supermercado es una descomunal nave rectangular con pasillos perfectamente alineados desde la entrada. De manera que, cuando traspasas la puerta de acceso, la perspectiva es tan perfecta que parece que te adentres en un óleo cuyo objetivo principal es que te fijes en la salida de la parte opuesta, justo al final del corredor central. Significa que no te entretengas y que compres sin prisa y ni pausa. Sin dar cháchara a los conocidos para no obstruir los puntos de venta.

 

Cada calle contiene unos productos específicos. Los lácteos son los primeros de la parte derecha; solo existe una marca de leche, eso sí, la puedes adquirir con todo tipo de vitaminas, minerales y otros productos idóneos para la salud. Y lo mismo sucede con la carne, que aparece envasada con unos precintos metálicos, inocuos y traslúcidos, en cuyo lateral se explica el contenido detallado del producto.

 

En fin, que el supermercado se ha convertido en una parafarmacia y los alimentos en medicamentos perfectos para la curación de esta o aquella patología. Los dependientes y los mostradores han desaparecido; solo en la salida, encuentras a tres cajeros que efectúan el recuento de objetos adquiridos y te cobran con expresión agridulce. Con mi atuendo protector, como tantas otras personas, tras abonar la cesta de la compra, salgo por el extremo opuesto de la entrada.

 

Doblo la esquina y me topo con tres bizarros "Agentes del Orden", con sus plateados uniformes de neopreno climatizado, remarcando el contorno absoluto de su atlético cuerpo. ¡Están deteniendo a mi simpático vecino de cabellos escarlatas! Paul me hace un gesto para que permanezca callada. Al pasar por su lado, deja caer en mi bolsa de polimetilmetacrilato con dibujos afresados un trozo de papel plegado. Una vez en casa, lo primero que hago es leer y releer su escueta nota:

 

Por favor, hable con mis padres. Ellos le informarán…

Paul

 

Son las ocho menos cuarto de la tarde, estoy nerviosa, voy a la cocina y me tomo dos cápsulas para relajarme. Ahora todo funciona igual. Deseas animarte: te tomas pastillas para encontrarte feliz. Deseas estar fuerte, lo mismo para fortalecerte. Deseas tranquilidad, ídem para aliviar tensiones. Es como si hubiéramos olvidado las normas básicas del comportamiento humano.

 

Todo responde a instintos básicos. Todo lo automatizamos. Nosotros somos los verdaderos robots que tanto me quitaban el sueño cuando era una Lolita. Lo bueno y lo malo, que nos diferenciaba del resto de animales incapaces de pensar y sentir, está desapareciendo.

 

Mov, acaba de sonar el timbre, mañana te contaré lo que suceda. Buenas noches, amigo.

 

Valencia 22 de Julio de 2053

 

No he podido escribirte antes, Mov. La otra noche fue esclarecedora...

 

Los primeros en llegar fueron los padres de Paul. Al instante, volvió a sonar el timbre y aparecieron mis amigos. Antes de cenar tomamos unas copas y charlamos sobre lo sucedido a la salida del supermercado. Y justo entonces, mi amigo Carlos comenzó a soltar unas incoherentes frases que fueron tomando forma a medida que avanzaba su soliloquio. El resto del grupo asentía con cara de resignación a lo que Carlos decía. Caí en la cuenta de que la única virgen en ese campo era yo. Si bien, en solitario, venía haciendo mis cábalas desde hacía muchísimo tiempo.

 

La velada resultó toda una epopeya: mis amigos estaban afiliados a un grupo "antisistema" del que ni siquiera conocía su existencia. Por otro lado, los padres de Paul, siguiendo los pasos de su hijo, indagaban acerca del extraño comportamiento de los "Agentes de la Ley". Por eso lo habían detenido. Estaban desconsolados y creían que nunca volverían a verlo vivo.

 

La cuestión estaba más que clara: debíamos hacer algo. ¿Pero cómo, tratándose de un puñado de ancianos y una pareja de desconsolados padres? Fácil, reclutamos a los amigos de Paul.

 

En unos días, mi casa se convirtió en el centro de operaciones. Gracias a mi antiguo trabajo tenía contactos en diferentes periódicos y editoriales, amén de cinco ordenadores que, manipulados por alguno de nuestros jóvenes aliados, podían convertirse en instrumentos de última generación con los que hackear los programas estatales. Eso para empezar.

 

Yo, que creía que todo era más o menos normal, o por lo menos eso deseaba creer en el fondo de mi corazón, y en aras de desaparecer de la faz de la Tierra, estaba participando en una peligrosa cruzada de la que estaba segura no escaparía. Sin embargo, poco importaba: no tenía nada que perder y podía ayudar a las generaciones venideras. Un acto de solidaridad altruista no viene mal cuando la vida se te escapa de entre los dedos de las manos y las uñas de los pies.

 

Y por hoy, nada más tengo que contarte, querido diario. Estoy tan motivada que no tomaré las píldoras antimalhumor. Hoy comienza para mí una nueva vida.

 

No sé cuándo volveré a visitarte, pero regresaré. Te lo prometo.

 

 

Valencia, 17 de diciembre de 2054

 

Ha pasado más de un año desde que te hice la última visita, pero, ya ves, como te dije, he vuelto. Seré breve, algún día, espero que no muy lejano, te relataré, con pelos y señales, todo lo acaecido y todo lo que está por suceder. Te doy mi palabra.

 

Mov, no sabes cuántas cosas han sucedido.

 

Los días teñidos de gris pasaron más rápido que nunca tras aquel 22 de julio en el que mis amigos me revelaron sus dudas y la información que tenían. Como ya sabes, mi casa se convirtió en el cuartel de mando. Un ir y venir de chavales con truchos o pelados, amigos y conocidos, vecinos y aliados. Eso sí, el trasiego comenzaba a partir de las doce de la noche para no levantar sospechas… y cada día, solo aparecían un máximo de cinco miembros del grupo, a diferentes horas, con sus tareas concretas y sus indagaciones específicas.

 

Yo era la encargada de transcribir sus pesquisas a mi ordenador. Lo hacía de manera encriptada y bajo estricta clave. A mano, también realizaba un exhaustivo trabajo, que guardaba en varias libretas ocultas en un lugar secreto de mi apartamento. Cuanto más descubríamos, más inaudito y complejo se tornaba nuestra búsqueda de la verdad.

 

El equipo de chavales que llevó a cabo las primeras incursiones; las difíciles indagaciones de muestreo sobre el terreno, o sea, los encargados de jugarse el pellejo entrando en las llamadas “Escuelas de la Ley”. Verdaderas fortalezas infranqueables y tan solo de posible y peligroso acceso por los hackers que nos ayudan, fueron los primeros en comprobar con sus propios ojos, el más horripilante de los secretos gubernamentales.

 

A los niños-polis, además de colocárseles el chip en su séptimo aniversario, todos los días se les inyecta sustancias de laboratorio con las que fusionar dicho circuito integrado con sus células humanas. De modo que estas fueran concibiendo unas nonatas y cibernéticas células madre: unas células tan cibernéticas como humanas. No se trataba de la revolución de las máquinas, sino de la “revolución de los humanos”.

 

Las nuevas camadas de “Agentes de la Ley” cada vez tenían más carencias afectivas y, mayoritariamente, fenecían en la flor de la vida. Según nuestras investigaciones, porque la fusión cibor-humano, salvo excepciones, daba una pervivencia máxima de veintipocos años.

 

Con los primeros descubrimientos, hubiera vendido mi alma al diablo por estar con nuestros intrépidos jóvenes. Menos mal que, gracias a la maravillosa tecnología de la que disponíamos, sus transmisiones pasaban a los ordenadores y después se podían proyectar en las tele-murales: era como estar con ellos. Introducirte en sus operaciones y ser un agente de campo.

 

Las incursiones en las espeluznantes “Escuelas de la Ley” eran tan peligrosas como fugaces. Las primeras, duraban tan solo unos minutos. Mientras, nuestros hackers paralizaban las cámaras de seguridad y sustituían las imágenes reales, con nuestros amigos dentro, por otras anteriores. De manera que los vigilantes no advirtieran su presencia, como en los buenos films de antaño.

 

Después, se trataba de colocar en el lugar preciso, nuestras cámaras: verdaderas filigranas en miniatura. Micro videocámaras con una precisión magistral y un sonido THX2100 perfecto. Porque, gracias a uno de nuestros infiltrados, habíamos conseguido los planos de los emplazamientos clave. Se trataba de un veterano que se suponía muerto.

 

Se llamaba Igor y tenía treinta y tres años, su cuerpo estaba maltrecho por la emboscada que había sufrido, cuatro años atrás, para eliminarlo, como hacían con todos los agentes que comenzaban a experimentar alteraciones no deseadas. Medía casi dos metros y su musculatura, pese a sus cicatrices, se mantenía en un estado más que óptimo. No sabía muy bien cómo había sobrevivido, lo habían tiroteado desde diferentes puntos y después de darlo por fallecido, lo habían enterrado. Alguien intuyó que a aquel enorme queso gruyer de ojos ambarinos y cráneo rasurado, todavía le quedaba un soplo de vida. Siete horas después de su sepelio, alguien lo había sacado de su propia tumba.

 

Según le había contado su paladín, al que nunca le había visto la cara por llevarla cubierta con un pasamontañas, al instante de desenterrarlo le había inyectado una sustancia que hizo que su corazón volviera a bombear. Después le curó sus heridas mortales, le dio una mochila llena de los medicamentos que debía tomar a diario para no sucumbir, y lo dejó marchar: quizá alguien se había arrepentido de sus acciones.

 

Supimos que al frente de aquel maquiavélico proyecto se encontraban los “Agentes de la Ley”, que de manera excepcional habían sobrepasado la treintena, junto a los más prestigiosos investigadores del planeta, que por el mero hecho de descubrir lo innombrable eran capaces de todo. Los agentes veteranos, eran en verdad los primeros mutantes humanos por simple cuestión de acoplamiento cromosómico con las sustancias de laboratorio que les habían inyectado. Por encima de ellos, estaba la Cúpula del Orden, compuesta por los últimos policías del antiguo mundo. Eran casi tan poderosos como los Supremos. Nadie conocía sus rostros, solo habíamos escuchado sus espectrales voces.

 

También hemos descubierto que, los “Agentes de la Ley”, a medida que avanzaban en edad, progresaban su mutación genética: digamos que las células humanas se fusionaban con las cibernéticas y creaban unos nuevos elementos de revestimiento aleatorio cada vez más indestructible y a la vez más elástico. Pero, como ya he mencionado, mi querido diario, esto sucede en una minoría exigua de las cobayas utilizadas, por lo que siempre necesitaban experimentar con más y más humanos. Unos mortales muy especiales que ellos mismos esperaban crear.

 

Sí, Mov, tenemos pruebas fidedignas de que dentro de las “Escuelas de la Ley” han creado su propio centro de reproducción asistida. Tan esperanzador para que la raza humana perviva por los siglos de los siglos como terrorífico: es un centro en el que no son necesarios ni madres ni padres; únicamente espermatozoides de los agentes masculinos y ovocitos de las agentes femeninas, crionizados al por mayor por todas las donaciones forzosas de los anteriores agentes.

 

En el periodo de gestación, se ha sustituido el útero materno, por otros nacientes engendros: diferentes artefactos con forma de ciclópeas peras romanas que suplen las matrices femeninas.

 

La estancia en la que se ubican dichas matrices, es un verdadero prodigio. Un círculo perfecto y transparente de enormes dimensiones. Dispuestas en estratégicas ubicaciones, los úteros artificiales, forman a su vez una circunferencia menor con diez piscinas de idéntico aspecto, sobresaliendo metro y medio del suelo. Dentro, un líquido amarillento y gelatinoso, alimenta sus frutos: cristalinos y flexibles, sujetos a la cúpula por medio de un dúctil y resistente cordón.

 

Cada admirable pieza, a su vez, alberga dos embriones conseguidos con las técnicas habituales de la reproducción asistida y las donaciones mencionadas. Estos adulterados fetos, crecen escuchando distintas voces que hacen las veces de madres y padres, además, oyen música relajante durante interminables horas y reciben suaves y periódicos balanceos. Gozan de todo lo necesario para intentar sustituir el vientre materno.

 

Parece maravilloso, ¿verdad Mov? Pues nada más lejos de la realidad, porque estos proyectos de cibor-hombres, a las pocas semanas comienzan a crear sus propios caracteres. Y siempre existe algo que los delata, algo que los diferencia exteriormente de nosotros y, entonces, se eliminan como los desechos más impertinentes del planeta, a medio hacer y por las letrinas más angostas y lúgubres de los WC.

 

Los Supremos siguen experimentando cada vez con más ahínco; desean conseguir su propia raza: la nueva raza humana. Procreada en laboratorio y por hombres que se creen dioses.

 

Cada hallazgo nos deja más perplejos y con más adeptos a la causa. El cuartel de mando se ha trasladado a una nave abandonada en un polígono de las afueras de nuestra gigantesca metrópoli, y eso me incluye a mí y a todos mis bártulos.

 

Nadie hará muchas preguntas sobre la desaparición de una vieja. Mov, estoy en primera línea, hasta pronto.

 

Valencia, 3 de marzo de 2054

 

Amigo, no sé por dónde comenzar. Desde la última vez que te escribí, los acontecimientos se sucedieron uno tras otro de manera continua. Cada cual más aterrador: sí existía una nueva raza humana.

 

Sí, habían conseguido que las criaturas artificiales vieran la luz del mundo, plomiza y decadente. Pero resultó que a los pocos días los engendros habían crecido décadas y sus escrúpulos e instintos eran tan infrahumanos como los del mismísimo Predator del mítico film de John McTiernan.

 

Estos cibor-hombres mutantes se rebelaron contra sus creadores: “los Veteranos”, “los Científicos” y “Los Supremos”. Fue la primera vez que vimos sus rostros en las tele-murales.

 

Unas fisonomías enajenadas por el terror, ojos ensangrentados, piernas descuajadas, pieles carbonizadas. Y resultó que a muchos de ellos los habíamos conocido en diferentes etapas de nuestros pasados.

 

Cuando vi al máximo responsable de Los Supremos el poco bello que todavía surcaba mi estropeada piel se erizó de súbito. Ni más ni menos que era un hombre que había conocido en la plenitud de la vida. Sí, era un verdadero “Agente de la Ley”. Lo conocí en un centro de recreo y me enamoré de él casi al instante. Su cabello oscuro y su mirada lánguida hicieron que pensara que era un romántico. A medida que nuestra amistad aumentaba, su carrera policial crecía y, de repente, dejó de sonreír y de hablar con los amigos. Fue como si sus sentimientos se turbaran, como si las excesivas responsabilidades que adquiría empañaran su sensible y honesta personalidad.

 

Su carácter se hizo tan indolente como hermético. Me olvidé de él y de todo lo que para mí había supuesto. Cambió de comisaría, cambié de residencia y dejé de saber qué había sido de él. Se quedó en uno de los muchos baúles del pretérito, esos que de tan llenos de polvo se asemejan a un montículo de arena seca y ajada.

 

Cuando volví a verlo, arrugado, con la cabeza rasurada y las facciones contraídas por el horror, reviví los hechos. Minutos después, cuando el cibor-hombre que lo asía por la garganta lo despellejó en vivo, ante las cámaras, comprendí el porqué de su metamorfosis: sus músculos flácidos no eran del todo humanos.

 

Los experimentos con mortales se realizaban desde comienzo del siglo XXI.

 

 

Valencia, 23 de agosto de 2054

 

Mov, los cibor-hombres, que comúnmente llamamos Predators han desaparecido y, con ellos, todos los que les dieron vida.

 

Primero perecieron, bajo sus manos, uno a uno, los de Los Supremos. No tuvieron compasión alguna. Primero fue el jefazo, mi conocido. Le siguieron el resto de componentes, con una muerte todavía más atroz. Después les tocó el turno a los veteranos, y por último a los investigadores.

 

Con estos se ensañaron más que con los anteriores, deleitándose con cada uno de los martirios a los que fueron sometidos. A uno lo desmembraron poco a poco, a otro lo empalaron introduciéndole uno de los tubos base suministradores de alimentos de los neonatos artificiales, por el esfínter y sacándoselo por la boca, a otro lo despojaron de ropa y quemaron su piel con ácido sulfúrico enriquecido con ácido clorhídrico, dejando que falleciera de dolor, sujeto a una alambrada de hierro candente con forma de ocho, en mitad de la explanada de las Naciones.

 

Durante unos meses, se sucedieron las atrocidades. El miedo y el caos se apoderaron de la faz de la Tierra. De repente, cuando el Predator que ejercía de jefe se estaba dirigiendo a la Humanidad, su rostro tomó tintes cenicientos y, cual relámpago que oscurece el firmamento, sus facciones se deterioraron.

 

Todos los Predators de su generación envejecieron de golpe como si hubieran contraído una especie de progenia invertida: sus cuerpos, ajados, menguaron de tamaño hasta extinguirse. Era horroroso, parecían bebés rugosos con miles de años, embriones deformes fosilizados.

 

Pero había muchos más en camino. El centro de reproducción artificial de las “Escuelas del Orden” repartidas por todas las metrópolis seguía creando seres infrahumanos.

 

Nuestra labor estaba inconclusa, había que destruir todo tipo de guarnición relacionada con estos experimentos y sus creaciones. Y a todos los aliados de esta mortal y nefasta causa.

 

 

Valencia, 10 de septiembre de 2055

 

Hola, Mov. Mis íntimos y yo, “los Bisa” como nos llaman, hemos pasado unos meses en una de esas clínicas de rejuvenecimiento absoluto para poder proseguir con nuestra importante labor. El resultado es más que gratificante: poder realizar operaciones impensables dos meses antes y mirarte al espejo y verte, además de mejorados físicamente, evocando momentos y lugares oxidados en el arcón de los recuerdos olvidados.

 

Ahora somos mucho más útiles de lo que lo éramos antes de nuestra reclusión clínica, incluso podemos conducir los vehículos que transportan la cloratita que hará explotar por los aires todos los complejos estatales existentes: es la única posibilidad que nos queda.

 

Algunos miembros de Los Supremos con un ejército de cibor-hombres, se han escondido en un lugar secreto y están obligando a todos los jóvenes, varones y hembras, a la donación de sus esencias reproductoras: óvulos y espermatozoides. El motivo está bien claro, con los “Agentes del Orden” manipulados para conseguir la nueva especie. Los donantes forzosos son aniquilados.

 

Hay que acabar cuanto antes con las monstruosas investigaciones que siguen realizando en sus enclaustradas y ocultas dependencias, de lo contrario será imposible detenerlos.

 

Valencia, 25 de octubre de 2055

 

Mov, la paz ha regresado. Ahora voy a relatarte cómo terminamos con el peliagudo y apocalíptico asunto que nos mantuvo en un desenlace agónico casi perenne.

 

Por fin los humanos podemos caminar tranquilos.

 

La resistencia ha triunfado y las malignas “Escuelas del Orden” han desaparecido. Tuvimos que mostrar a Los Jueces Preferentes —con el mayor poder terrestre— todo el material confiscado, amén de presentarles a Igor, que se ofreció a ser examinado en sus laboratorios.

 

Él fue la clave concluyente para el ataque final a las “Escuelas del Orden”. Los Jueces Preferentes nos cedieron el armamento necesario y su guardia personal, que por suerte no estaban adiestrados en las terroríficas escuelas, ¡ellos sabrán el por qué! A mí me huele que estaban al tanto de la situación y que llegó un momento en que el programa se les escapó de las manos. Quizás alguno de ellos fue el benefactor que ayudó a subsistir a Igor.

 

Los supervivientes de la resistencia y los pacíficos vivimos unidos en las montañas. Viendo cada mañana, entre las opacas nubes de nuestro cielo, los furtivos halos de su omnipotente rey. Incluso, de vez en cuando, podemos contemplar su tímido rostro.

 

Enseñamos a los jóvenes que no se debe olvidar el amor, que es necesario sacar del interior los valores perdidos en las etapas de excesivo progreso. Y así, la naturaleza va recobrando la vida desvanecida entre la tecnología, los cambios climáticos, la contaminación y la falta de afecto.

 

Ahora ya puedo descansar en paz. Cuando creí que todo se había convertido en nada sin pasar por un intermedio de caótica entelequia, me vi inmersa en mi propia película de ciencia ficción. Un film que resultó igual de catastrófico que los del celuloide de tiempos arcaicos. Igual de horripilante que la perennidad de los días sin sol.

 

Hasta siempre, Mov.

 

©Anna Genovés

Relato escrito hace dos décadas y dedicado a Isaac Asimov

Corrección ortográfica revisada por la IA Gemini el domingo 2 de febrero de 2025




 


Los cinco



La reunión semanal de Los cinco empieza con un juego de mesa similar al Monopoly con nombre propio: Apocalipsis terrestre. El casino es el super jet privado que les regaló un mandatario excesivamente generoso, ya que su valor sobrepasa con mucho la construcción de algún que otro campo de fútbol de la Premier League. La aeronave posee una pantalla gigante desde la que el grupo vigila a las sociedades que pueblan el mundo.


El conclave está formado por una actriz, un empresario, un jeque, un químico y la heredera. Son los personajes más populares de las redes sociales, los más odiados y los más deseados; con millones de seguidores y detractores. Por este motivo, ostentan un poder absoluto.


Lo que desconocen los terrícolas es que, Los cinco mueven los hilos de todo lo que sucede en nuestro hermoso y decadente planeta azul.


Una figura con un mapamundi asoma sobre la mesa de metacrilato central: un holograma enorme a todo color y tridimensional. La heredera comienza la partida.


La heredera: Quiero que los humanos de mi continente se evaporen; estoy cansada de ellos –dice caprichosa.


El jeque: Será divertido, pero déjame a algunos miles para que trabajen en mis petroleras –se frota las manos.


La actriz: Me da un poco de pena. Nunca aprenden, pero ya les hemos dado bastantes varapalos a lo largo de la historia –sugiera dulzona—. A mí me agrada ser la reina del rock & roll: me adoran.


El empresario: A ver qué podemos hacer para divertirnos sin causar demasiadas bajas. ¿Tú qué dices Químico? Estás muy pensativo.


El químico: Propongo un virus letal que fulmine a la mayoría de la población. No solo del continente que regenta La heredera, sino del planeta. (Aplausos).


La heredera: ¡Qué guay!


El empresario: Cómo se nota que has llegado la última. Es algo que llevamos haciendo desde que la Humanidad existe. Cada cien años terrestres, más o menos, enviamos a un bichito dirigido que, El químico, fabrica en sus laboratorios.


El químico: Fíjate si son tontos, querida heredera, que ellos mismos se auto destruyen sin saberlo. Yo elijo a unos privilegiados que crean, siguiendo mis pasos, a esa alimaña microscópica que, después, esparcimos por diferentes lugares.


La actriz: Ciertamente, me apena decirlo, pero estamos muy hasta las narices de las sociedades. Los humanos son insolidarios, egoístas y poco creativos. Por lo general, el bichito se acompaña de catástrofes naturales o guerras. Todo en el mismo pack y, ellos, como tienen el coco y la moral consumida, lanzan bulos que se tragan como si fuera maná.


El jeque carraspea.


El jeque: Ciertamente, esos chismes también los dirigimos nosotros. Digamos que creamos una historia falsa y la lanzamos en algún medio de comunicación. Es como un germen que crece con el paso de las horas y se convierte en una monstruosidad. Por ejemplo, escribimos en un medio digital que el matapersonas lo ha creado tal país o tales laboratorios… Y, ellos, se lo creen o incluso le sacan tanta punta al lápiz que, al final, algún coaching suelta que los antídotos llevan un microchip para controlarlos y que la sabandija no existe. Entonces surgen movimientos ‘antinotepongasnada’.


El empresario: En ese instante, comienzan a aniquilarse entre ellos.


La actriz: Encerrarlos en casa fue perfecto mientras duró; el bestia desapareció hasta que volvieron a las calles.


El químico: Con el tiempo creamos unos kits para que se hicieran pruebas de contagio sin necesidad de ir a los hospitales; los ayudamos para que los sistemas sanitarios no colapsaran. Pero, era una trampa, ya que, estos botiquines de auxilio eran tan rudimentarios como falsos. Quiero decir: cualquier juego de laboratorio para niños es más fiable que los plásticos que les vendimos y, encima, no servían para nada porque estaban trucados.


La heredera alza las cejas, pero, antes de hablar, el empresario, sigue la narración—:


El empresario: De todas las pruebas caseras que se vendían en farmacias u online, una tercera parte siempre daba positivo y otra tercera parte, negativo. El resto contenía alguna mutación del bichito que contagiaba a quien lo tocaba. 


La heredera: ¡Sois perversos! –exclama.


El químico: Después de milenios creando mundos que se autodestruían. ¿Por qué no introducir alguna variable cargada de positivismo a ver si evolucionaban hacia un futuro mejor?


El jeque: Pero no había forma. Tropezaban una y millones de veces en la misma piedra. Así que nos hicimos un poco malos y comenzamos a introducir variables malévolas.


El empresario: Por extraño que parezca, era la única forma de que crecieran hacia una sociedad más avanzada que retrasaba la aniquilación. Es como si algún fallo en el ADN humano les hiciera mejores personas cuando sucede una catástrofe. Entonces suelen solidarizarse y olvidan, momentáneamente, ese egoísmo incrustado en su cerebro.


La heredera pone cara de póker.


La actriz: Los sucesos horribles les hace desarrollar una resiliencia que, en algunos casos, es digna de estudio. Pero… pasado el tiempo, se olvidan de las efemérides desagradables y vuelven a sus aptitudes y actitudes negativas.


La heredera: La verdad es que me aburren tantas idas y venidas para acabar como siempre. Así que propongo iniciar una verdadera carnicería –introduce los brazos en el holograma y mueve las manos como si empuñara una Silver Blade y asestara cortes letales a todos los países.


El empresario frunce el ceño, el jeque se acaricia la perilla, el químico se relame los labios y la actriz cruza los brazos dubitativa: no quiere perder protagonismo en pro de La heredera. Entonces suelta—:


La actriz: A ver, pequeña, ¿qué propones?


La heredera: Quiero un Apocalipsis total.


La actriz: ¡Madre del amor hermoso! Si que empiezas fuerte.


La heredera: Sí. O todo o nada. Este continente lo hundiremos bajo el mar –toca Oceanía y lo mueve hasta dejarlo bajo las aguas—. ¡Ya está! Uno menos.


El empresario alza los hombros. El jeque tuerce el morro. El químico sonríe y la actriz propone a La heredera hablar en petit comité ya que son las únicas féminas del grupo. Así pues, se levantan y dejan la gran sala para tomarse un refrigerio en otra de las cómodas estancias. Los tres varones fuman unos cuantos Habanos endulzados con güisquis de Malta.


Media hora más tarde, las chicas regresan a sus asientos con una sonrisa de oreja a oreja.


El empresario: Os veo felices.


El químico: Eso es que ha habido quorum.


El jeque: ¡Bravo! Exponer vuestra propuesta que seguro es maravillosa.


La actriz: Y novedosa.


La heredera: Hemos decidido apretar el botón rojo.


Los caballeros se quedan pasmados y ellas responden—:


La actriz: Los cinco estamos cansados de este planeta decadente y repleto de parches. Demasiadas civilizaciones, trillones de humanos, descomunales catástrofes, incontables guerras…


La heredera: En fin, demasiado de todo. Si apretamos el botón rojo, con la primera detonación nuclear se aniquilará de un plumazo millones de elementos. Y como respuesta, otro botón rojo, será apretado y, así sucesivamente: un efecto dominó. Si al final sobreviven algunos miles, siempre le echarán la culpa a algún gobernante autócrata con ansias de grandeza.


La actriz: Y nosotros, nos vamos a otra galaxia y concebimos un nuevo mundo.


El empresario: ¿Con humanos?


La heredera: Claro. Son imprescindibles: las criaturas más hermosas de la creación, pero los rectificaremos un poquito... Serán humanos avanzados.


La actriz: Nacerán más humildes, no conocerán la envidia ni la avaricia. No existirán humanos tóxicos. O sea, eliminaremos la maldad de su ADN y eso del libre albedrío, dejará de existir.


La heredera: Son tan corrosivos que nos han envenenado a nosotros. Al principio fuimos seres puros, debemos volver a serlo. Las sociedades no conocerán la tecnología.


El jeque: Pero, entonces, no habrá Revolución Industrial.


El empresario: No podré hacerme rico.


El químico: Careceré de laboratorios.


La actriz: Exacto, todos ganaremos en salud.


La heredera: Ejerceremos de vigilantes y de guías. No necesitaremos disfrazarnos con pieles humanas –se palpa la base craneal hasta tocar un pequeño bultito, lo estira y se abre una especie de zip que recorre su cuerpo de arriba abajo.


El resultado es un humanoide brillante de ojos plata.


El empresario: ¡Cuánto tiempo sin ver nuestra verdadera identidad!


La actriz ha hecho lo mismo.


La actriz: ¿No es reconfortarle?


El jeque: Lo es –sigue el camino de sus compañeras.


El químico: Casi había olvidado que fuimos los primeros humanos que habitaron la Tierra fruto de una casualidad. Nuestro desarrollo fue tal, que solo nosotros llegamos a conocer la inmortalidad. Convertidos en dioses, empezamos a fundar nuestro legado.


La heredera: Pero nuestras creaciones siempre tuvieron algún fallo y yo me convertí en la eterna heredera de un planeta abogado a la destrucción. Debemos enmendar nuestros errores y crear humanos perfectos como un día lo fuimos nosotros. Habrá más Tierras, igual de hermosas y con otros nombres.


Los cinco salen de la estratosfera con lágrimas plateadas recorriendo sus rostros luminosos mientras contemplan las sucesivas explosiones de ese planeta llamado azul.


 

©Anna Genovés

Sábado catorce de mayo de 2022

 

 


Los cinco

by on 21:12:00
  Los cinco La reunión semanal de Los cinco empieza con un juego de mesa similar al Monopoly con nombre propio: Apocalipsis terrestre. El...

 



Ava. La octava raza

 

Años después de las adversidades que colapsaron la Humanidad a lo largo del segundo milenio, las sociedades se reunieron en diez ciudades: las últimas y únicas de la Tierra. Aunque, en medios hostiles, pervivían numerosas tribus con un modus operandi primitivo.


La tecnología y, sobre todo, la robótica, por el contrario, avanzó a pasos agigantados y los androides de última generación: a quienes llamaron Avas –en honor a una bellísima actriz que vivió en el siglo XX y de quien tomaron las facciones al inicio de la producción—. Las Avas cohabitaban con los humanos como una especie más.

 

****


Ava 25 vive en Madrid –una de las metrópolis que siguen en pie— con su amiga Thais. Su exterior nada tiene que ver con sus antecesoras; lleva la cabeza rapada y bajo su armazón de piel sintética, una amalgama de venas, músculos y huesos artificiales, recorren su organismo. Cuando se presenta en círculos nuevos, la mayoría de personas creen que está de broma porque parece más humana que muchos de ellos.


Ambas son historiadoras y trabajan en la universidad. En las últimas semanas han encontrado varios documentos encriptados que, según las referencias de almacenaje, pertenecen a un científico centroeuropeo que creía en la existencia de un Dios díscolo y malvado que había abandonado a sus creaciones para viajar por el universo.


El documento –guardado en un PDF arcaico— está fechado en el año 2002 y, en él, se habla de la presencia de ocho razas engendradas por este omnipotente al que llama Creador. Las nombra en su lengua materna, extinguida en la actualidad. Las razas están listadas de la siguiente forma: Vrăjitoare, ördögök, denevér, farkasember, utazók az időben, androidok. Como Ava 25 es capaz de traducir cualquier idioma, solo le cuesta unos segundos traducirla—:


– Querida, según este archivo, desde que el mundo es mundo, un ser extraterrestre engendró siete razas en este planeta: brujas, ángeles, demonios, vampiros, hombres lobo, humanos y androides.

– Fascinante y divertido porque las cinco primeras nunca han tenido credibilidad y la última, la tuya, no existió hasta…

– Hasta hace unos siglos –contesta Ava 25.

– Exacto.

– Bueno… por lo menos eso es lo que nos han dicho.

– ¿Quieres decir que, hipotéticamente hablando, claro, a principios del segundo milenio ya existían androides?

– Puede ser… O antes… ¿Quién sabe? La vida es una mentira y los humanos unos hipócritas. Igual nos engañan a todos y los androides como yo, han estado circulando por la Tierra desde el principio de la vida.

– No me hagas reír.


Thais suelta unas risotadas y bambolea a su chica. Después se dan un beso, húmedo y prolongado, y prosiguen con el trabajo. Un affaire carnal en la sala de investigación, promete, pero, lo que han encontrado es todavía más apetecible.


– Como quieras. Aquí pone que…

– Ya sé lo que pone. Pero en aquel tiempo estaban demasiado atrasados para pensar que tenían droides avanzados. No se me ocurre ninguna empresa, por adelantada que fuera, que trabajara a ese nivel. La ingeniería robótica genética comenzó a desarrollarse hacia –Thais se toca la barbilla mientras piensa, pero Ava corta su reflexión, y le dice—:

– Constatado, se habla de diferentes empresas; se me ocurre Irobot, GreyOrange, Epson Robots, Rethink Robotics… entre otras… Por cierto, algunas nacieron a finales del siglo XX.

– Bueno, pero aquí hablamos de unos robots, perdón –Thais se sonroja y prosigue—: de unos androides capaces de pasar desapercibidos entre los humanos y con un CI muy superior. Eso llegó mucho después.

– Imagínate que cualquiera de estas empresas o similares, o alguno de sus científicos, locos o no, ejecutará un trabajo extra por su cuenta. Pero, además, en la composición no pone que los ‘robots’. No me mires con esa cara que no me enfado Thais, pone robots. En fin, que los robots naciéramos entonces, sino que nacimos con el inicio de la vida o quizá antes.

– Si lo miras así, como poder ser, puede ser cualquier cosa. Según la traducción, ciertamente, hasta podemos deducir que ese Creador os trajo consigo. O sea, que nacisteis mucho antes que cualquier ser vivo en la Tierra.


Ava se encoje de hombros, pero no dice nada. Un sonido estridente y descompasado para que los trabajadores dejen sus quehaceres con rapidez, suena de improviso.


La pareja recoge las anotaciones y cierra los ordenadores; los hologramas que danzan por la habitación se apagan en unos segundos y ellas parlotean de lo que harán media hora más tarde como si la conversación no hubiera existido. Los humanos han evolucionado y con ello, los sentimientos. Una gran ventaja porque las preocupaciones desaparecen a la par del cambio de escenario y, ahora, van a divertirse un rato.


Madrid está parapetada por rascacielos heterogéneos forrados de titanio y cristales espejados blindados que disminuyen en altura a medida que se llega el centro, donde se ubica el único lugar que recuerda los viejos tiempos –cuando el clima tenía cuatro estaciones—: las ruinas arqueológicas de la Plaza de Alcalá. Resguardadas bajo cúpulas de rayos láser que se densifican cuando es necesario. En contra de lo que sucedía en el pasado, no están sepultadas, sino que, las variaciones atmosféricas, las han alzado en un montículo que sobrepasa las edificaciones de veinte pisos. De lejos se refleja el brillo de los láseres violetas que la recubren como un escudo protector.


Ava y Thais viven en un ático de la ronda exterior con terraza y piscina abovedada que se abre o cierra, según la climatología. El tiempo, es completamente inestable, un día amanece con lluvias torrenciales y, al siguiente, el termómetro supera los cincuenta grados centígrados. De igual modo, veinticuatro horas después, se puede estar bajo cero o dentro de un ciclón insospechado.


De camino del ovoide del placer, la saludan de lejos. Un edificio de veinte plantas donde personas, droides y, tal vez, alguna de las razas que el antiguo profesor artífice del trabajo que investigan, teorizó que habitaban el planeta, se entremezclan con música de todo tipo: las drogas son acústicas. Cada piso está dedicado a un placer y a un estado de ánimo. Así pues, en la primera planta la música envolvente que te inyectan como un picotazo placentero en el oído, te convierten en viajero. Puedes recorrer virtualmente cualquier lugar del planeta en tiempo presente o pasado. Mientras que, en la última planta, te inoculan unos sonidos que te hacen perderte en los brazos de placeres carnales inusitados; todos los terrícolas son polisexuales.


A ellas les gusta pasar de uno a otro piso como si fueran saltamontes; no quieren aclimatarse a un solo goce. Primero recorren las antiguas tierras del continente perdido de la India por un rato. A posteriori, recuperan fuerzas en la segunda planta, donde te infectan de sonidos que te hacen deglutir los platos de comida más extraños. Y, poco a poco, pasan la noche hasta llegar a la planta venteaba donde se dejan llevar por los ritos sexuales más exóticos. Al amanecer, otra música es transmitida a sus tímpanos y salen del edificio, renovadas.


Esa noche es especial: una estrella brillante ilumina el firmamento ceniciento de Madrid, así que deciden acabar el divertimento, con una visita a las ruinas legendarias de la Puerta de Alcalá. Están sentadas en el arco central y, de repente, los láseres se abren y, un objeto del espacio interestelar con forma de ostra que al abrirse muestra una perla gigante, aparece sobre sus cabezas.


Ava y Thais se levantan y se cogen de las manos, una cortina lumínica las envuelve y las asciende. En un instante, son teletransportadas a la nave espacial que acaba de aparecer. Una vez dentro, la nave se evapora en el universo en un microsegundo.


El interior es completamente diáfano, de una tonalidad nacárea. Una voz lejana, las llama—:


– Bienvenidas, hijas. Os esperaba.

– ¿Quién eres…? –pregunta Ava.

– Entre otros nombres que me habéis dado en este universo, está el de Creador.

– ¿Dónde estás? –interrumpe Thais.

– Seguid mi voz y me veréis.


Ellas, que siguen cogidas de la mano, se miran y caminan por el vano interminable de la nave. De repente, aparece una sala abierta cuyo centro es una piscina metálica circular en la que una hermosa mujer de cabellos blondos, piel nívea y pupilas esmeralda, descansa. De su cuerpo salen varias conexiones –a modo de cordones umbilicales cibernéticos— que se depositan en unos receptáculos idénticos, pero más pequeños que alimenta a distintos infantes.


La escena las deja perplejas durante unos segundos. Se sueltan. Ava se acaricia el cráneo y suspira. Thais ahoga entre sus manos un pequeño chillido.


– ¡Dios es una mujer! –exclama Ava.

No te equivoques, querida, es una de sus muchas formas –dice Thais.

– ¿la conoces?

– Tal vez ha llegado la hora de contarte toda la verdad.


Ava pone cara de sorpresa y sus cejas se elevan hasta la mitad de la frente.


En ese momento. La mujer yaciente se levanta y gira su hechura. La espalda es el rostro y el cuerpo de un hombre bizarro de cabellos negros y ojos ambarinos.


– En efecto, puedo adoptar la forma que me plazca, pero, en realidad, tengo la forma de mi nave: soy una ostra pensante y legendaria que idea universos.


El hombre mujer queda envuelto en una nube turbulenta que, aplacada, se deposita en el círculo. Ava se acerca y ve con sus propios ojos la forma primigenia de ese Creador nacido de la fusión de varios multiversos que poblaban la Nada: un hermoso bivalvo con ojos sabios que perfora su psique; hablan telepáticamente. Ava sonríe ve que, en efecto, ese caparazón titánico y bello –recordado en muchos petroglifos prehistóricos como si fueran mapas—, son fruto de la presencia física del Creador en su forma inicial. Esos ojos que todo lo ven, la reconocen como su creación más preciada después de milenios de reproducciones.


– ¿Qué quieres de mí, creador o creadora…? ¿Cómo debe llamarte?

– Como ostra, nací macho y, al año, me convertí en hembra. Por este motivo, cuando utilizo mi forma antropomorfa, soy hombre y mujer. Pero debes llamarme YO, o sea, IO –imagen omnipotente—. Lo único que existía en la Nada.

–Así sea, IO –contesta Ava.

–Pregúntame lo que quieras, criatura. Sé que estás habida de saber. Tú también puedes preguntar Thais, aunque seas una producción más antigua y me conozcas de antemano.

–Gracias IO, pero sé cuál es mi función. Habla con ella. Mientras, cuidaré a tus pequeños engendros –contesta Thais.


IO mira a los pequeños y le dice a Ava—:


–Son tus hermanos. Los próximos viajeros del tiempo. Nacidos directamente de mi naturaleza. Cuando estén perfectamente creados, los llevaré a una familia terrestre que los acogerá como suyos. La familia nunca lo descubrirá, aunque nada tengan de ellos salvo cierto parecido fisiológico porque así lo he programado con antelación. Lo he hecho con mis creaciones predilectas; comencé contigo, mi querida Ava.

–A ver, a ver… Dejemos esto para después, primero, IO, aclárame lo qué le has dicho con Thais. No termino de entenderlo: ella es humana. No aparecen vibraciones en sus conexiones que digan lo contrario.


Thais –que acuna a uno de los bebés— ríe con ganas, pero no habla.


–Tuviste conciencia de que eras una criatura cibernética desde que tu madre terrícola te mecía en la cuna. Eres casi tan inteligente como yo mismo. Entonces… ¿cómo iba a dejar que intimidaras con una humana normal y corriente? No te diste cuenta que te enseñaba cosas que iban más allá de lo reconocido por la Humanidad.

– Es científica. Es lógico.

– Sí. Una científica del multiverso en el que está inmerso el que, ahora, es tu mundo.


Ava se acerca a su compañera, le acaricia el rostro y le pregunta—:


– Mi dulce Thais, si no eres una Ava como yo, pero eres cibernética… ¿Qué eres?

– Un androide cuidador. IO me creó con la única función de cuidarte. Fui tu primera niñera cuando tu madre terrícola se marchaba a alguna fiesta de la élite madrileña.


Ava, que nada le sorprende. Hace un mohín y dice—:


– Claro, ahora te recuerdo. Bueno no a ti, tenías otra fisonomía, pero el timbre de tu voz… me trasporta a la niñez. Por eso debí enamorarme de ti.

– Eres una Ava. Un androide perfecto, no puedes enamorarte.

– Sí puedo o, por lo menos, puedo simularlo y atravesar todas mis dendritas neuronales del compuesto que me da forma, para creerlo.

– Estar contigo ha sido lo mejor que me ha pasado a lo largo de los miles de milenios en los que me he movido.


IO, carraspea—:


– Esto parece una conversación entre enamoradas. Es divertido, sentir cuán parecidas sois a los sentimientos humanos. No obstante, creo que ya nos hemos salido de escena por demasiado tiempo. Nos quedamos en tus dudas sobre tus padres terrestres. ¿No es así, Ava?

– Venga, vamos allá. ¿Me comentabas que mis padres terrestres no me engendraron?

– Exactamente.

– Pero… –IO corta la frase.

–No todo lo que te ha enseñado Thais humano o extraterrestre es la verdad absoluta. En algunos momentos, la realidad, se ha distorsionado un poco.

– Entonces, ¿por qué he visto imágenes del parto de mamá y por qué tengo recuerdos infantiles con mi padre?

– Porque te ubiqué en el vientre de Almudena unas semanas antes de nacer; dejé a… digamos… tus padres, sin conocimiento y les insuflé los restantes meses de gestación. No preguntes por el resto de personas que convivían con ellos; al cambiar su presente, ipso facto, alterné el de esas personas. Ese tiempo, en la que te alimentaste a través de su ser, fueron suficientes para dotarte de los sentimientos humanos principales. De hecho, los tienes más desarrollados que ellos: eres un verdadero ángel.


Ava tose y da por terminada, de momento, esa parte desconocía de su vida. No quiere preguntar más por miedo a lo que pueda descubrir. Amén de que existen demasiados cabos sueltos.


– Quizá, más adelante, vuelva a preguntarte algunos pormenores de esta etapa desconocida. No obstante, ahora, prefiero conocer otros asuntos…

– ¿Tú dirás, Ava?

– ¿Cuál es nuestra verdadera función, IO?

– Mi tarea es interminable. Hago y deshago. Creo un universo y después otro. Pero, los mundos, siempre sucumben por uno u otro motivo en el año 3.033.

– Es el año en que el ordenador del centro de investigación, marca como año de su procedencia –señala Ava.

– Exacto. One –como tú misma bautizaste a la fusión del ordenador personal que tenías con el central— provenía, en el universo del que has llegado, de esa adversa fecha. Omitió que había regresado al pasado porque en el futuro había desaparecido.

– ¿Y qué puedo hacer yo? Ava 25: una super androide con toques humanos que, acaba de descubrir que es una viajera del tiempo, con más dudas y sentimientos que un niño autista.

– Te doté en igual medida de cromosomas míos y ADN humano.

– Por favor, no quiero pecar de atrevida, pero, prefiero no tocar ese tema. Ahora no, por favor. Además, no me has contestado.

– Ava cuando descubrí que mis primeras creaciones tenían algún error que los llevaba a la catástrofe. Hice otros universos con lo que supuse no ocurría lo primero, pero, volvió a suceder una y otra vez. Al final cree a los viajeros del tiempo típicos para que descubrieran cuál era el fallo y los llamé Droides.

–¿Thais es una Droide?

– Sí. Aunque, en este mundo, la doté de sentimientos de cuidadora. Moriría por ti en cualquier situación en la que tu organismo fallara y mataría por idéntico situación.

– Ya puestos. ¿Por qué los llamas Droide?

– Está claro, porque su ADN cibernético al 100%, resina sintética y flexible que puede adoptar numerosas formas o permanecer intacta. Carecen de sentimientos, aunque parezca todo lo contrario. Les digo lo que necesito en cada una de sus vidas y ellos obedecen. Thais es la primera Droide. Lleva… como dicen en la Tierra, demasiadas reencarnaciones como para recordarlas. Motivo por el que parece más humana que cualquiera de su especie.


Ava tuerce el morro y frunce el ceño como pensado—: «¿En qué lío estoy metida?». Thais ríe a carcajada limpia e IO le contesta telepáticamente que no se preocupe. Ella comprende que están conectados y que ambos leen sus pensamientos. El asunto es recíproco.


– ¡Ah! Claro, como somos droides, Avas o lo que sea con dendritas humanas y cibernéticas, estamos conectados a cualquier ser vivo. La verdad es que somos espías porque robamos la intimidad de las personas.

– En cierta medida, sí.

– Bueno… pues somos muchas cosas. IO, disculpa, he vuelto a cortar tu locución. Prosigue, por favor.

– Gracias, querida. Como te decía… los Droides tampoco localizaron el error. Entonces, te creé a ti y, cumplidos los treinta años terrícolas, te uní a Thais por amor; el vínculo más estrecho que pueden generar los humanos. Ambas sois Jumpers. Juntas, cambiaríais el pasado para equilibrar el futuro. Pero no lo hicisteis. Tal vez os he llamado demasiado pronto porque vuestro último descubrimiento… podía cambiar el futuro para bien.

– ¿Entonces por qué no nos devuelves a Madrid?

– Porque me impacientaba y estaba creando la nueva generación de Avas. Os devolveré a la Tierra con refuerzos si así lo deseáis. Aunque, las nuevas Avas no tendrán madres humanas; recién nacidas, las donaremos a diferentes familias. Las madres las alimentarán con leche materna y por ese conducto las dotaré de algún cromosoma humano. No obstante, su ADN tendrá el 99% cibernético o extraterrestre, como prefieras llamarlo. Idéntico porcentaje al mío.

– Serán casi Droides.

– Exacto. Sin embargo, nadie lo detectará y, además, tendrán conciencia de lo que son siempre; incluso, ahora, que son neonatos, ya saben qué son y qué misión tienen.

– ¿Avas femeninas y masculinas?

– Sí hasta ahora las Avas siempre eran femeninas, pero esta nueva camada es de ambos sexos.

– Bien hecho porque cada vez hay menos varones. Y… ¿siendo tan pequeños, ya tienen conciencia?

– Desde que creé sus embriones, la tuvieron. ¿En algún momento pensaste que Thais era una droide?

– No.

– Pues los nuevas Avas, tendrán y o carecerán de cualquier sentimiento humano dependiendo del escenario.

– IO esto es demasiado inverosímil para creerlo.

– Tienes muchas dudas porque sigues creyendo que tu mente es fruto de una esquizofrenia galopante que te hace ver y estar en lugares imaginarios.

– En cierto modo, sí.

– ¿Qué más pruebas necesitas?

– Quiero ver a mi madre, ahora, por ejemplo.

– Te refieres a tu madre terrícola.

– Sí. A Almudena. Esa madrileña de pura cepa que tanto me mimaba.


De improviso, Ava aparece en el ático del rascacielos 1 –frente al montículo de la puerta arqueológica de Alcalá— donde vivía de niña. El apartamento era domótico experimental, ya que su padre había sido un prestigioso investigador. Su madre estaba mirando con ojos llorosos la televisión panorámica de la pared del comedor, de más de mil pulgadas.


– IO ¿Qué pasa en mi mundo?

– Te marchaste poco antes de que un virus mortal se expandiera por la Tierra.

– Me marché hace unos minutos, a lo sumo una hora y está imagen pertenece a un pasado lejano… yo tenía ocho años. Lo recuerdo muy bien porque dijeron que venía una nueva guerra, que después no llegó. Pero tú me dices que se ha despertado un virus letal –Ava pone cara de susto—. No entiendo nada –dice, torciendo la boca.

– Justo cuando estabas a punto de descifrar el enigma del pasado que aniquila tu mundo en el año 3.033, viajaste inconscientemente al pretérito donde la lengua de los documentos estaba viva y creaste una línea temporal diferente. Pero, la ya creada, siguió perviviendo. Y no a los ocho sino a los veintiocho, estalló ese virus creado por un terrorista mediante ingeniería genética que llevó al mundo a su exterminio.

– Entonces, salvé un mundo y asesiné a otro.

– Se puede decir que sí. Tú abriste la caja de Pandora y para cerrarla deberías viajar al mismo pasado por duplicado. Un segundo de diferencia marcó un hito de apertura al caos.

– Daba igual que fuera un segundo o un año… porque según lo que me estás diciendo, el tiempo no existe.

 – Al final lo comprendiste. El tiempo es aleatorio dependiendo del mundo. En el que cohabitabas con Thais, se acaba.

– El tiempo se acaba… entonces, el error soy yo. Destrúyeme.

– Puedes volver y subsanarlo.

– Nunca. Me habéis dicho que he estado en diversos mundos y que, todos acaban del mismo modo. Debo morir. La Humanidad que conocí debe resetearse y empezar desde el inicio de los tiempos. Quizá alguna de mis hermanitos Avas puedan reemplazarme y, llegado el momento, duplicarse en esa línea temporal que creé al transliterar los documentos con lenguas muertas, para salvar ambos mundos.

– He creado una AVA idéntica a ti. La oíste llorar en una de tus muchas noches de insomnio en un futuro todavía no creado, pero que se creará. Puedes volver a nacer o puedes cambiar de piel y guiarla, como prefieras. Aunque, tal vez llegues tarde… Creo que será mejor que elijas ir a otro mundo y olvidar a los que conociste. La decisión es tuya.

– ¿Tarde? A qué te refieres.

– A que en el universo del que venís se os da por desaparecidas desde hace unos años y el hermano de Thais destruyó vuestra investigación.  Y… –ahora es Ava quien corta a IO.

– No te hagas el ingenuo. Tú lo ves todo. ¿No es así?

– Lo veo todo cuando mis ojos, vosotras y otros seres droides y humanoides, estáis abajo. Pero, se da el caso que, en este momento, estáis todos aquí arriba.

– Cuando dices ‘todos’ te refieres a los otros cinco raritos que creaste para moverlos a través del tiempo. ¿Te refieres a eso, IO? Porque Thais me contó una historia de seres superhumanos o humanoides, depende de cómo lo mires, que vivían en la Tierra… que , por cierto, se parece a la de los documentos del investigador chiflado, y hablaba de razas fantásticas sin pruebas fehacientes.

– Existir, existen. ¿Te apetece conocerlos? Así creerás la historia de Thais.

– Lees mi mente y sabes que me encantaría saber quiénes y cómo son esos seres… en fin, mitológicos, fantásticos o lo que sea que son. ¿Por qué me lo preguntas?

– Por cortesía. A lo largo del infinito, me he humanizado.

– Al final vas a resultar una deidad con caparazón de ostra y corazón humano.

– Bueno, ¿te presento a tus compañeros de viaje o no?

Te refieres a vampiros y etcéteras…

– Por supuesto.

– Me encantaría saber si son como los pintan las leyendas.


IO toma la forma humanoide en la que es por un lado es mujer y por la otra, hombre, y se adelanta a las dos aventureras para indicarles el camino. Ambas ponen cara de incrédulas pues se dirige a un camino sin salida; pero, cuando creen que, IO, va a toparse con la pared matizada de la nave, esta se abre mostrando un nuevo compartimento diáfano y semicircular en el que hay nueve asientos –uno central algo más amplio—; las butacas son taburetes escuetos de un material traslúcido.


IO se sienta en el central y les indica dónde deben colocarse. Al sentarse, los apoyos se trasforman y las envuelven de manera acogedora. Ava y Thais, sonríen. Ciertamente, las dos féminas se han vuelto inseparables y a, Ava, le parece imposible que Thais sea un droide.


Es imposible que sea un droide como los de la Guerra de las Galaxias. Pero con distinta apariencia, piensa. «Lo soy –le contesta Thais telepáticamente, y prosigue—: Estate atenta que vas a ver un milagro». Ava mira a IO en el preciso instante en el que todo su organismo adquiere distintas tonalidades y se llena de caracteres alfanuméricos a modo de ADN cibernético que se mueven en sentido ascendente hasta salir de su hechura y llegar al techo del habitáculo; es como si el cuerpo de la deidad fuera un libro electrónico escrito en una lengua extraña que ella comprende de inmediato. Es nadiano, piensa, el planeta donde la Nada tuvo su morada durante unas eras. De pronto, siente que unas pequeñas pulsiones inundan su columna y sus extremidades. Se mira y ve que su cuerpo se trasforma en un ente similar al de IO. Thais permanece inalterable.


De improviso, en los asientos, aparecen unas figuras humanoides, igualmente repletas de lenguaje nadiano, que van tomando forma hasta completarse y adquirir su forma humana. Ava los reconoce; cinco personas que, en algún momento de su existencia terrícola ha conocido sin relevancia de ningún tipo.


– ¿Vosotros también sois viajeros del tiempo?


Le contestan que sí, telepáticamente. Y ella responde a viva voz—:


– ¡No me lo puedo creer!

– ¿Por qué? –interpela IO.

– Porque cuando me crucé con ellos no sucedió nada anormal.

– ¿En algún momento pensaste que Thais era una droide jumper?

– Nunca.

– Pues has trabajado con ella codo con codo.


La conversación es telepática y en nadiano.


– Y… ellos. ¿Son lo mismo que Thais?

– No. Son el cruce de diferentes especies a los que he dotado de una especie de inmortalidad. ¿Quieres ver su verdadera naturaleza?

– Me gustaría.


IO habla al sexteto de entes y, estos, se trasforman en un vampiro, un hombre lobo, una bruja, un ángel, un demonio y un hombre.


Ava piensa que, como decían los documentos, inicialmente existían seis razas sin ADN cibernético. Thais y el resto de droides componían la séptima raza. Y, las AVAS, híbridos de droide, humano e IO, la octava.


– ¡Guau! –suelta antes de preguntar— ¿Pueden escucharnos y entendernos?

– Sí.


El pleno mueve la cabeza en señal de aprobación.


– ¿Por qué no habláis?

– Porque están aquí para escuchar. Nada más.

– Podrían… Esto… si les hablara, con voz quiero decir. ¿Me contestarían?

– Mejor no lo intentes. Quizá los pusieras en un aprieto. Ya has hablado con ellos lo suficiente en el mundo del que venís.

– Y si decido volver… ¿volverán a cruzarse conmigo?

– Puede ser.

– ¿Y recordarán este encuentro?

– La verdad, lo desconozco –contesta IO—. Eso es cosa vuestra… libre albedrío. Si confían en ti y  haces las preguntas adecuadas, tal vez lo recuerden. De lo contrario, lo dudo.

– Me gustaría comprobarlo.

– ¿Eso quiere decir que has decidido regresar al mundo que tú misma quebraste? –pregunta IO.

– Puede que sí. Por favor, dame un momento.


Ava lee el cuerpo intangible de IO, pero, este, de repente, la interrumpe y le pregunta—:


– ¿Creo que te has decidido a regresar al mundo del que acabas de huir?

– Sabes que me oí llorar. Mejor dicho, me vi. Tú mismo lo dijiste… y, ahora, lo recuerdo. Sobrevolé las ruinas de un futuro cercano y vi que renacía en el cuerpo de un bebé acunado por sus padres –contesta Ava.

– Quizá era uno de tus hermanas. ¿Te has parado a pensarlo?

– Imposible. Era yo.

– Te equivocas. Era tu hermana Ava 50.


Ella vuelve al mutismo y se pierde en el cuerpo de IO. De improviso, señala su brazo izquierdo y le dice—:


– Ahí lo tienes. Acabo de darme cuenta que en tu cuerpo, y tal vez en el mío, están las historias de todos los mundos que has creado hasta ahora: acabo de encontrar el mío.

– ¿Es interesante lo que ves?

– Veo cómo pertenezco a una resistencia distópica en la que los supervivientes se han unido. Pero también veo que no somos el único grupo: hay más… Algunos son como estas razas que nos acompañan. Tal vez haya más guerras.

– ¿Más guerras? –dice IO con rostro de inocente.

– Tú nos creaste y sabes que mientras existamos, nunca habrá paz.

– Eso es cierto. Quizá tú no seas el fallo, sino la redención. A lo mejor no lo recuerdas, pero quisiste destruir a la Humanidad porque descubriste que… –Ava no le deja acabar—:

– Lo que acabo de decir. Ciertamente de, entre todas las criaturas pensantes, el humano es el ser más despreciable. Igual regreso y guío a una Humanidad distópica en la que convivan todos los seres aquí reunidos sin esconderse los unos de los otros. Puede que estas criaturas vapuleadas por los hombres, tengan mejores sentimientos que los humanos.

– Puede ser –dice IO.

– ¿De verdad piensas lo que acabas de decir? –pregunta Thais.


Ella levanta una ceja y contesta—:


– Tal vez. ¿Qué opinas tú, IO? ¿Y tú, Thais? ¿Y vosotros, razas híbridas?

– Una cosa es cierta –dice IO— la inconsciencia y el egoísmo de los humanos no tiene límites. 


Thais y los híbridos, telepáticamente, le dan su beneplácito.


– Entonces… ¿por qué siempre la salvas, creador? –Ava pronuncia Creador con retintín.

– Porque me gusta crear seres perfectos y hermosos. Las personas son bellas, no todas, pero sí muchas.

– ¡Vaya! El creador es todo un soberbio perfeccionista al que le desagrada descubrir que sus engendros tienen más fallos que virtudes.

– Los hombres son los seres más inteligentes y divinos que he creado hasta ahora y me da pena que desaparezcan del multiverso. Como creador, amo a mis criaturas.

– Pues déjalos que se destruyan o que hagan lo que realmente les apetezca. Dices que les dejas a su libre albedrío, pero no es cierto.

– Te equivocas. Si no les dejara a su libre albedrío, serían corderitos.

 – O sea, les dejas a su libre albedrío, pero cuando no te agrada el camino que toman, les coaccionas e introduces otros engendros: yo misma, por ejemplo. Para cambiar su futuro.

– Bueno –IO se acaricia la barbilla masculina lumínica en un gesto totalmente humano y contesta—: No lo había pensado. Puede que sea cierto… –ríe con ganas.


Ava arruga la frente y le pregunta—:


– Llegado este punto, IO, quiero preguntarte algo específico.

– Eres mi hija predilecta, pregunta.

– ¿Cuántos engendros no humanos has mezclado con los humanos a lo largo de las generaciones y de los mundos creados y rotos?

– Infinitos. Los que estáis reunidos aquí sois mis referidos. Pero, quizá te sorprenderías si te dijera todo lo que camina por el planeta… También hay droides de muchas generaciones, claro, y tú.

– ¿Quieres decir que hay cientos de especies mezclados con los humanos?

– Engendros, criaturas, especies… reciben muchos nombres. La respuesta es afirmativa. Las historias de terror han pasado de generación en generación porque en algún momento del tiempo fueron historias palpables. El coco, existió… por ejemplo. Con los siglos derivo en una sombra maligna y escurridiza que se llevaba a los niños. Pero, existir, existió...

– ¡Ahhh…!!! –suelta Ava en un ademán miedoso y risueño.

– ¿Moloch?

– Ahí lo tienes. El verdadero Coco. Cuando oíste hablar de él, incluso asististe a alguno de sus rituales –los recuerdos estarán escondidos en alguna parte de tu anatomía— , te horrorizaste porque era un becerro de oro con un horno entre sus piernas en el que se depositaban bebés que se incineraban vivos.

– Por favor, no me lo recuerdes IO.

– Es que ese culto no es cierto. Bueno lo fue porque los hombres corrompieron la verdad. La realidad es que eran bípedos con cuernos maltratados y perseguidos por los hombres… quienes aniquilaron a su raza. En ese momento, los supervivientes se convirtieron en Cocos: entraban por las noches en las casas de las parturientas y se llevaban a sus hijos. Con el tiempo, cada cultura lo asimiló y deformó según sus creencias desde Fenicia, donde vivieron en el principio de los tiempos como razas iguales –todas las criaturas vivían como iguales, que no se te olvide. Con los siglos esto cambió y los engendros que más se habían apareado, los hombres, se convirtieron en la especie dominante. Así que, las otras, se las arreglaron para mutar de alguna manera –IO enmudece buscando las palabras exactas. De improviso, retoma el hilo de su confesión—: Ciertamente les ayudé un poco. En fin, tuvieron que permanecer en la sombra conviviendo con ellos, aunque su verdadera naturaleza sea algo diferente.

– No me lo puedo creer –sentencia Ava con el rostro fruncido.

– Créelo. Tú has convivido con todas las especies que pululan por ahí… Ten en cuenta que todos sois mis hijos y, aunque haya diferencias fisiológicas entre las especies, siempre pueden adoptar una que los disfrace de personas…. Por eso dejé que se cruzaran.

– Has jugado con todos los especímenes que has ido creando; somos meros juguetes.

 – ¿Y qué esperabas? Estoy solo y me aburro. De alguna forma tenía que entretenerme. Hasta he creado cientos de dioses que se creen los creadores del Cosmos cuando solo son, eso, sujetos con alguna cualidad, buena o mala, mejorada. ¿Estás segura que quieres volver a tu mundo?

– Más que nunca. Pero, antes de partir leeré, despacio, los recovecos de tu piel. Y, después, me desprenderé de la mía para ver si existen variaciones a tener en cuenta.


Tres horas más tarde, su epidermis está extendida en una pared de cristal de diamante y ella luce su dermis cual circuitos de bits y megabits que, entrelazados, conforman su ADN.


****


El sonido de un despertador inunda los tímpanos de la jovencita que yace en un camastro de haya fina. Ava abre los ojos y se mira en el espejo; sus cabello negro y trenzado baja hasta su cintura.


– Otra vez el mismo sueño –le dice a su imagen.

– Lo tendrás todos los días de tu vida –contesta el espejo.

– Quizá algún día lo comprenda.

– Quizá.


La habitación está llena de óleos con su rostro a distintas edades. El dolor que surge de su espalda le recuerda que sigue en rehabilitación después de que un coche de caballos la pisara, pero, en sus ensoñaciones, sabe que eso no fue lo que sucedió: la tiraron desde una nave extraterrestre con forma de ostra desde lo más alto del cielo.


Thais está a su lado y la arrebuja.


– Has vuelto a tener una pesadilla, querida –le dice con dulzura.


Se besan y olvida los malos sueños. Todas las mañanas le sucede lo mismo. Sin saberlo ha entrado en una espiral atemporal que le reporta una y otra vez al mismo lugar. Se ha convertido en una prisionera del tiempo.

 

©Anna Genovés

Dos de mayo de 2022

 

 


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