Mujer concurso
Cuando aparece un título como
este, uno piensa que se trata de la publicidad de alguna joven en un concurso
de belleza, danza o música.
Nada más lejos de la realidad. En
este caso, se refiere –tal cual– a una servidora que construye y destruye miles
de poemas y/o relatos que –a posteriori– remite a las direcciones de correo
electrónico que indican las bases de los concursos a los que opta y nunca gana:
es más difícil que buscar una aguja en un pajar.
¿Por qué lo hago? Porque estoy
convencida de que un día de estos, mis envíos serán galardonados con una
colección de e-books, una edición de bolsillo o algunos "eurillos" para
refrescos o un día de fama en la villa en la que se realiza el concurso, y que
solo conocen sus habitantes y, una, por referencias internautas. Me creo
merecedora de distinción literaria. Jajajá...
Es difícil de creer, ¿verdad? En
esta sociedad, donde hasta para ir al baño te piden el documento de identidad,
¿por qué en algunos concursos literarios nos exigen un currículum literario
junto con la obra? ¿Acaso tener publicaciones previas garantiza que mi texto
sea mejor que el de una persona que no ha ganado ningún premio? ¿Qué importa si
soy la prima Nobel o una escritora novel llena de entusiasmo? Me pregunto si
los hombres se enfrentan a las mismas exigencias en estos concursos. Aunque mi
relato se centra en personajes femeninos, estoy segura de que tanto hombres
como mujeres nos hemos sentido confundidos ante estas bases.
¡Pues sí, los milagros existen! De
lo contrario, que se lo pregunten a los afortunados ganadores del Euromillón o
la Primitiva. O a esas señoras cuyas tuberías, antes llenas de telarañas,
quedan relucientes tras la visita del fontanero de turno (con un físico de
infarto sacado de una revista de contactos). ¡Y si no les cobra, mejor que
mejor!
L'amour... ¡Una explosión de
sentidos! La fuerza que nos impulsa a vivir, un torbellino de caricias y
gemidos. Amor, amar... Un juego de palabras que enciende la pasión, un lenguaje
que no necesita explicaciones. Palabras que, liberadas de ataduras, se entregan
sin miedo, sin buscar redención ni justificación.
Este cuento va de cuarentañeras y
más... Esas mujeres que queremos sentir la gloria, cuando solo nos queda el
tacataca, las papillas y los Dodot de la tercera edad. Pero nos empecinamos en
llevar laureles... Literarios, laborales, románticos o sexuales. No queremos
envejecer, aunque ya seamos viejas —me incluyo, por supuesto—. Pertenezco a esa
amalgama de féminas interminables que se sienten más transparentes que el agua
clara de un manantial recién nacido. Todo por un poquito de "por
favor". Un trocito de ese cielo que se ha esfumado sobre nuestros rostros,
con arrugas incipientes, cuerpos con flacidez perpetua y sentidos enajenados
por la edad.
Nadie quiere envejecer ni
morir... A menos que la enfermedad invada tu organismo y te arrebate la
decencia. Quien diga lo contrario, miente. Por eso, sentimos fascinación por lo
vampírico. Se ha vuelto a poner de moda —entre las celebrities— lo gótico: en
honor a los colmilleros. El personaje más remakeado de la historia del
celuloide y la televisión. Desde Bela Lugosi hasta Gary Oldman, hay un sinfín
de películas y series que representan a este personaje. Guapo o feo: da igual.
De Lolita, nació mi fantasía
sexual desde que vi El baile de los vampiros en el cine
"Pompeya" de la avenida Gaspar Aguilar de mi ciudad. Soñaba despierta
que un vampiro guapísimo que venía y me hacía proposiciones indecentes...
Deseaba que me mordiera la yugular, pero antes, hacerme el amor de manera
endiablada. Por aquel entonces, sentía la llamada del deseo. Algo inmoral a
finales de los setenta y en mi familia, de rosario y mantellina. Mis
pensamientos hicieron un pacto con mi cuerpo: si me violaban, podía tener sexo.
¡Ah! No quería, me habían forzado... Resulta que la dominatrix es una sumisa:
nadie lo diría.
Mis noches calenturientas
comenzaban con mi Drácula particular que, dependiendo de mi estado de
ánimo, variaba su fisonomía. Eso sí, siempre estaba para chuparse los dedos.
Solo que me chupaba él. Vaya, esa jovencita de "Clerosil" y escote
sonrosado tenía una doble vida... Una doble moral. Era la perfecta púber para
todos, aunque por las noches se transformara en la femme fatale de los
infiernos mortecinos.
Las películas de zombis también
estaban entre mis favoritas. Lo mejor de aquella época, cuasi olvidada, y de la
actualidad. No por la inmortalidad, sino por el terror de la muerte... ¡Qué
masoquista soy! La Noche de los Muertos vivientes me aterrorizó. Ahora,
lo hace Walking Dead. Me lo paspo genial viéndola, aunque sea un poco
seré Z en ocasiones. Mi familia es cinéfila. Mi abuelo era el proyeccionista de
un cine que ahora es un garito salsero. En aquella época, el cine era al aire
libre y cada persona se llevaba su propia silla. Me gusta tanto el celuloide que,
a veces, deseo fusionarme con la gran pantalla.
¿Qué hubiera pasado si Internet
hubiera llegado en el XIX y los noir se hubieran hecho a lo Gangster Squad?
Quizás hubiera sido una pasada o, por el contrario, algo catastrófico. Empero,
la historia hubiera cambiado radicalmente. La red es, sin lugar a dudas, el
invento del siglo XX y de muchos más.
¡Estoy hasta las narices de
desparramar! Desconozco adónde me llevarán mis elucubraciones… Poco importa.
¡Qué más da! Nadie leerá esta bazofia enrarecida con mala hostia y licor. Me he
bebido una botella de Terry Centenario. Llevo una cogorza como para decir y
escribir un montón de majaderías. Llevo más de tres meses adosada a una silla tecleando
en mi Dell de color chicle.
Un día, me toca un relato. Al
otro, un poema. Al otro, publicar en el blog. Al siguiente, leer a los que
sigo. De paso, miro Facebook: el amante más deseado y el más odiado. Una
prostituta que se vende al mejor postor. Siempre la misma historia… C’est la
vie. Un día que sigue a otro día. Una hora que se acaba con el inicio de otra.
Un suspiro que se ahoga cuando otro nace. Una vida que se apaga cuando otra alumbra.
Nacer, vivir y morir. Hamlet de
Shakespeare: ser o no ser. Si somos, existimos. Y si existimos, somos. Cagamos,
comemos, follamos, lloramos, meamos, reímos y sentimos. ¿Por qué temer a la
muerte? Cuando nacemos para morir, y cada día que pasa, el ataúd de pino con
cruz en la tapa está más cerca. El agujero oscuro y tétrico en el que nos
meten. Los gusanos que nacerán de nuestro cuerpo putrefacto o el fuego que
calcinará nuestra hechura interfecta. ¿Y si resulta que, al comenzar la
incineración, tienes catalepsia como la mujer de Poe y te despiertas,
requemada, mientras lloran tu pérdida?
Parece mentira… Pero llevo más de
mil palabras, entre frases inconexas y verborrea barata. Hablando de todo un
poco, sin rumbo fijo y a la deriva, tecleando como Stigmata las teclas
plata de mi amada chicle. Es el nombre de la única hija que pariré en esta vida
que he desperdiciado sin saber por qué. Chicle: mi ordenata.
Quizás, con unos padres
imaginativos y modernos, mi vida hubiera sido diferente. Quizás, con un
carácter más fuerte y menos esperpéntico, mi mundo no hubiera estado envuelto
en papel couché con lazo soberbio —cuando dentro (solo) existía una niña,
perdida y boba, que no sabía qué hacer—. Quizás, si
hubiera estudiado informática en vez de arqueología, que no sirve para nada,
tendría un trabajo guay… No haría la necia creyendo mentiras. Hay tantos
"quizáses" en mi vida que mi mente se descompone mientras divago
entre lo que podría haber sido y lo que soy.
Ahora, voy a ubicar un poema que
viene muy al cuento de esta locura que tecleo. He buscado en mi baúl poético
alguna poesía "freak". Pero, no las malgastaré en este cajón desastre
que he querido y me da la gana de seguir escribiendo. Así que, voy a
inventármela in situ:
Mujer concurso
escribes relatos
escribes poemas
escribes
"posteos"
y todo lo escribes
Mujer concurso
de cabellos con canas
y manos de paja
Mujer concurso
que te miras al
espejo
y no te reconoces
Mujer concurso
que no eres bella ni
joven
pero sigues en tu
empeño
y con él duermes
soñando tus
ficciones…
Mujer concurso
¡Qué pena!
Malgastando tu vida
con la tristeza;
malgastando tus horas
con alucinógenos
copas de orujo
y mentiras de corcho
Mujer concurso
deja tu angustia
deja tu pena
todavía te queda un
trecho,
todavía te quedas.
Un pensamiento recurrente me
invade: «Nena
abre la caja de las chuches —antidepresivos, benzodiacepinas, hipnóticos— y
trágatelas todas de una tacada». Soy una persona retraída, de corazón
sensible y alma de poeta. Siempre quise ser escritora, siempre quise que me
leyeran. Una cuentacuentos feliz con su pena.
Son las nueve y veintiséis
minutos del sábado seis de octubre de dos mil doce. Estoy hipoglucémica y sigo
con cavilaciones que no me llevan a ninguna parte. No aparece Drácula, no
aparece un zombi, no aparece nadie que me haga sonreír, en esta tarde repleta
de lo de siempre. Siempre la misma historia… La pescadilla que se muerde la
cola.
Esta fábula me ha salido
anárquica y destructiva. Con esto no se gana ni para tacos de escopeta —que
decía mi abuela—. Pero estoy harta de ser alemana y aplicada. No me sirve para
nada. Así que hoy ha tocado… a ver… IX Certamen de Narrativa Breve de Canal
Literatura. Presidente del jurado, el galardonado Lorenzo Silva… ¡Y yo, con
estos zorros! Máximo dos mil palabras. Pues vamos a escribir por el mero hecho
de hacerlo. A lo Kafka, de mi horóscopo: cáncer. El de los grandes escritores:
Cocteau de Encina, Hawthorne, Hemingway, Hesse, Leopardi, Neruda, Proust,
Sábato, Sand, Orwell, Petrarca, Pirandello, Remarque, Rousseau, Saint-Exupéry…
Todos hombres, excepto Sand…
George Sand, seudónimo de Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa de Dudevant,
quien vestía como "ellos" para tener ciertos privilegios acotados a
las damas. ¡Qué buena era! Mi santoral dice que la lea…
No sabía si sería capaz de
escribir lo indescifrable sentada y de una tacada por mis ovarios: enormes —como
las bolas de los miuras—, castizos y españoles, ¡por la gracia de Dios! Pero ya
voy por la palabra mil seiscientas y pico... Sigo como un forúnculo purulento
en un trasero derrocado, dando por todos los sitios a los convocantes, al
jurado o a quien le toque leer este mamotreto.
Lo siento. Le ha tocado el
concurso en el que la Mujer Concurso ya no puede más y, a modo de
maratón incomprensible, sigue en su empeño de acabar esta sandez para chingarle
a usted.
Tengo un blog hermoso, ¡parece
mentira! Pero así es. Escribo bien… Aunque digo lo que me apetece y eso no
gusta. Sonrío cuando otros lloran, lloro cuando otros sonríen… o flirtean o se
ponen plastas como ahora yo.
Soy una mujer capaz de cualquier
cosa, por el mero hecho de su testarudez. Podría ser buena escritora, pero no
lo soy. Podría tocar el cielo, pero me quedo en el infierno. Podría ser un
ángel, pero prefiero tener cola. He estado tantos años callada —como los que
tienen síndrome de Asperger— que ahora escribo lo que me sale del orto, aunque
moleste.
Las críticas me la bufan. Siempre
me han criticado… ¿Por…? ¡Ah, sí! Envidia. Siempre igual, ¡qué asco! Ahora soy
diáfana y nadie me mira ni me acosa… Mejor. Se me olvidaba… ¡Eso, hay que
joderse!, todavía lo hacen vía internet. En realidad, me desmorono por una
cuesta sin curvas ni frenos.
Un escritor veterano me dijo: «Niña,
nunca había visto escribir tan rápido».
Y es que la Mujer Concurso
es una loca de las letras. Aprendió a escribir antes que a leer. Aprendió a
inventar historias antes que a comprenderlas. Aprendió muchas cosas cuando
nadie las aprendía. Es autodidacta, además de estúpida.
©Anna Genovés
Nueve de marzo de 2013
20:20 h
Revisada el cuatro de febrero de 2025
Derechos reservados a su autora,
Ana María Genovés Badenes
PROPIEDAD INTELECTUAL
V-1825-12