2020 La realidad de la realidad - parte 4 final






 

 

¿A qué huele el miedo?

 

¿A qué huele el miedo?

 

Yo te lo diré

 

huele a barro

 

asfalto recalentado

 

miradas recelosas

 

movimientos imprecisos

 

hiel

 

 

 

¿A qué huele el miedo?

 

Yo te lo diré

 

amor desconsolado

 

separaciones certeras

 

adiós insondable

 

mentiras ciegas

 

es lo que es

 

 

 

¿A qué huele el miedo?

 

Yo te lo diré

 

Mentes criminales

 

True Detective

 

 Walking dead

 

Mindhunter

 

The sinner

 

Sex sense

 

 

 

¿A qué huele el miedo?

 

Yo te lo diré

 

El Caníbal de Milwaukee

 

El Carnicero de Rostov

 

Jack el destripador

 

Ted Bundy

 

Manson

 

Y él

 

 

¿A qué huele el miedo?

 

Yo te lo diré

 

Howard Phillips Lovecraft

 

John Ramsey Campbell

 

Edgar Allan Poe

 

Thomas Harry

 

Ann Radcliffe

 

Mary Shelley

 

Brand Stoker

 

Stephen King

 

Clive Barke

 

Anne Rice

 

Joe Hill

 

 

 

¿A qué huele el miedo?

 

Yo te lo diré

 

A Covid19

 

que vendrá

 

una y otra vez

 

 

©Anna Genovés

25/04/2020








 

Covid19 y antídoto, esclavos y dioses


Hace semanas que barrunto una idea estrambótica. Al respecto, esbocé algo en el Diario cuarenténico que publiqué en este blog por entregas.

 

El hecho es que veo a las naciones –me refiero a sus habitantes— como lechones dispuestos a llegar al matadero. Tal vez, el estado de alarma, me está llevando a un callejón sin salida oscuro y repleto de recovecos; eventualidad idónea para pensar. En mi caso, aunque callada, tengo una mente viajera que pulula por universos paralelos desde niña. Soy introvertida y pensadora con todos los pros y los contras que ello supone. En ocasiones, soy dada a inventar historias y a exagerar situaciones –es obvio que esto me sucede únicamente cuando escribo— lo que no me impide diferenciar la fantasía de la realidad.

 

Todo este mejunje de palabros tiene como fundamento lo fácil que me parece insuflar miedo. Opino que, quizá, la covid19 –ese Coco que nos ha absorbido la libertad y hasta la dignidad de ser persona— ha salido, descuidada o cuidadamente, de un laboratorio. Pero, más aún, creo que cuando se escapó con todos sus hermanitos, más o menos víricos, ya estaba ingeniado su antídoto. El cual soltarán cuando les venga en gana, muera quien muera y se empobrezcan quienes se empobrezcan. ¿Quiénes lo soltarán? Los dioses terrícolas desde su Olimpo particular.

 

Qué fácil es tener en la mano o en las manos de aquellos que mecen el mundo como si fuera la cuna de esa terrorífica película en la que Rebeca Mornay –la niñera del bebé— era una asesina, a la población de este hermoso planeta llamado Tierra. ¿Por qué lo digo? Porque ha sucedido algo similar. Nos han metido el miedo por todos los poros del cuerpo, nos han encerrado en casa, nos han mentido, nos han obligado a realizar y a aceptar ‘cosas’ por cojones y nos han asesinado sin piedad. Somos palomitas domesticadas. Queda requetebién recordarnos lo que somos: meros títeres a los que se puede vapulear cuando los todopoderosos de esta mierdosa sociedad que hemos creado y en la que se vivía fenomenal, les dé la gana. De eso se trata de que vivamos con menos y ellos con más. Cuantas películas al respecto… Los juegos del hambre, por ejemplo.

 

Está claro que, la pandemia ha sido y es –todavía no se sabe el alcance que tendrá y cuándo finalizará— un horripilante monstruo más sangriento que Benicio del Toro en Sicario y más cruel que el virus de Contagio de Soderbergh. La covid19 que pasea por nuestras calles es tan asesina como la Gripe española –primeros casos constatados en Francia o China, dudas al respecto— o la Peste bubónica –del Gobi a China en sus inicios—. China, China, China… A este bicho lo acepto como sintético –desconozco quienes son sus padres, pero, indudablemente, son unos hijos de la gran puta. Pues… eso, sus creadores, tiene la llave. Saben cómo desactivarla cuando la población mundial haya mermado lo que les parezca oportuno. Mira qué bien, sin bombas y nos hemos quitado a unos cuantos millones de encima. Así, pagaremos menos pensiones, la naturaleza renacerá por un tiempo y tendremos a los supervivientes con un collar perruno invisible que los supeditará a nosotros como esclavos. Que somos esclavistas. ¿Y qué? Nos la trufa lo que diga la prole: son la chusma y nos, el poder, se dirán entre ellos. Olvidan que, dentro de los poderosos hay categorías y los de abajo nada tienes que ver con los de arriba –la cúspide puede aniquilar a la base cuando le venga en gana—, aunque se crean superiores a los que ni tan siquiera estamos dentro de esa pirámide opulenta.

 

Me doy cuenta que las personas engullimos los acontecimientos como las esponjas, y nuestro cerebro los racionaliza en las distintas casillas destinadas para estos o aquellos menesteres. La primera semana tragamos, la segunda asimilamos, la tercera aceptamos y la cuarta olvidamos. Lo que nos desagrada se difumina como el humo de un incendio copioso apagado por los bomberos hasta desaparecer, y, poco a poco, pasa al baúl de los recuerdos como si nunca hubiera existido, como si fuera un mal sueño en brazos de Morfeo. Esta resiliencia, innata en los humanos, es más fuerte en los supervivientes, en los que se amoldan más rápido a las situaciones límite como en la que estamos inmersos.

 

Seamos resilientes –que no corderos— para dar por el orto a los que nos pisotean a diario. Pero, no me hagáis caso, son metapensamientos de una escribidora de chicha y nabo.

 

 

©Anna Genovés

Domingo 24 de mayo de 2020

 

P.D. Por cierto, he leído que, en alguna comunidad o parte de ella, las cafeterías cobran o cobrarán o quieren cobrar un extra por la covid19, me desagrada, pero lo entiendo. Y me pregunto, ¿por qué no lo cobramos todos ya que tenemos que desembolsar un dinero extra en guantes, mascarillas, desinfectantes, geles-hidroalcohólicos y bastantes etcéteras? Con estos suplementos económicos y los recortes europeos, es lógico que cada vez tengamos menos.

 

Lo suyo sería, por ejemplo, que en vez de subir o pagar más impuestos, se rebajaran los existentes por este plus que debemos desembolsar durante… no se sabe, aunque se augura un periodo largo, tedioso, apestoso y amargo como la hiel.

 







 

El robot Temi

 

Como soy bastante futurista, cuando escuché –hace varias semanas— que existían robots que detectaban el coronavirus a distancia, escudriñé un poquillo a ver qué encontraba...

 

Uno de los muchos titulares que leí, decía lo siguiente: «Este robot permite diagnosticar el coronavirus a distancia». «Ante el peligro de contagiarse de coronavirus, este robot permitirá a los médicos saber la temperatura de los pacientes sin ni siquiera estar cerca de ellos». Se refiere al droide llamado Temi.

 

Al leer la información completa, entendí lo que imaginaba desde el principio. Temi es una pasada de inteligencia artificial con mogollón de funciones.  Pero, en realidad, no detecta la covid19, solo la temperatura corporal como señala la segunda parte de la entradilla.

 

¿Acaso la única enfermedad que provoca fiebre es la covid19? Imaginaros que tenéis un flemón, una infección urinaria o cualquier otra patología dentro de las habituales que cursan con calentura. ¿Qué pasa? ¿No nos dejarán entrar a… o viajar a… o lo que sea que queramos hacer porque tenemos unas décimas de febrícula y salta la alarma? Otra cuestión son las personas infectadas de coronavirus, asintomáticas o no, que, pese a tener carga viral en su organismo, no tienen fiebre. Entonces… ¿qué pasa? No se sabe que lo tienen y entran dónde sea y… ¡Ag! Contagian a un montonazo de personas.


Por supuesto, más vale prevenir que curar. Sin embargo, opino que, para afirmar la máxima de Temi, sería conveniente que, junto a la temperatura, nos hicieran un test rápido; a lo mejor le haría falta un auxiliar que lo realizara. Entonces, sí podríamos hablar de ese asistente cibernético que diagnostica el coronavirus. Con las funciones actuales, por desgracia, todavía no. Aunque, buscando, he encontrado diversos documentos en los que el autómata está funcionando como un ayudante perfecto en algunos centros médicos y hospitales israelitas. ¡Qué listos son los hebreos!

 

Luego están los ‘microprotoTemi’ con alguna función similar a este ordenador supersónico, como son termómetros digitales. El otro día me empotraron uno en la frente cuando fui a la peluquería –todo estaba correcto y me dejaron muy mona—. No obstante, el suceso, me hizo gracia. Al hablarlo con la farmacéutica, me soltó: «¡Uy! Lo del termómetro es una tontería, te tomas una Gelocatil media hora antes de salir de casa y arreglado». Me quedé, muerta. Todos lo sabemos, empero, a mí me sería imposible, creo, falsificar algo tan importante. Allá cada cual.

 

Los que sobrevivan o sobrevivamos a esta pandemia y a las que se auguran cercanas… dentro de unos años, tendremos un Temi en casa. Ya lo veréis.

 

 

Tomar la temperatura corporal, sin más, puede llevarnos a muchas confusiones e incluso a pasar malos tragos. ¿O no?

 

 

©Anna Genovés

16/05/2020







Irracional

 

Cansados de oler a lejía y alcohol. De mascarillas y guantes. De no hablar, no mirar, no chillar, no pegar un puñetazo al que se acerca sin más, al que pasa de todo, al que no quiere saber la verdad. Irresponsabilidad personificada en falsedades y mala gestión. Mundo repleto de corcho y pastillas de jabón. Personas que desean obviar a los muertos y desoyen las normas, por imperfectas que sean; sociedad, democracia, corderos y lobos que balan sin razón.

 

En la línea, La Línea de la Concepción, donde somos la nada y el caos atormentado, donde el bien y el mal están en un solo tazón. Futuro oscuro, mañana oculto, desamor. Cuerpos contorsionados; lágrimas secadas al Sol. La desgana cunde, también el rencor. Robos y crueldad; el blanco, asesina al negro, el negro mira con horror. ¿Cómo no?

 

Las injusticias traen odio y el odio se multiplica por dos. Siglo veinte que ha caído en la desgracia, retal del pasado criado con dolor. Las mentiras son largas, las verdades un no.

 

©Anna Genovés

Seis de junio de 2020


* Dedicado a George Floyd. Un afroamericano que falleció bajo la custodia de la policía de Minneapolis.





La nueva normalidad

 

 

Ayer fui a dar una vuelta por la ciudad: quería sentir en mis dendritas lo que era verdaderamente la NN. Me hace gracia hasta el nombre, como si en algún momento de nuestro futuro cercano pudiéramos volver al estado del bienestar que teníamos antes de que la covid19 nos invadiera. Opino que es imposible; puede que, a medio plazo, estemos más relajados y hasta disfrutemos distendidamente de la nueva forma de vida, pero veo improbable que borremos de nuestra psique –cual sintéticos de cuarta o quinta generación— lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo. Quizá ‘el antes’ pase a ser una retahíla de clichés en blanco y negro cual película de cine mudo que se evoca con nostalgia.

 

 

Olvidar a los muertos –contabilizados unos 600.000— a los contagiados –confirmados unos 12 millones— ¡qué difícil! No hablo del recuento español, mi registro es mundial porque me duelen los fallecidos, aunque no sepa sus nombres o vivan en Australia. Esto no es moco de pavo. No es: ¡Yupi, yupi, hey! ¡Ya ha pasado! El coronavirus SARS-CoV-2 vive y vivirá entre nosotros. Deberíamos tomar las precauciones necesarias y, nos agraden o no, las normas gubernamentales. Es nuestro deber cumplirlas.

 

 

¡Chicos! No queréis acatarlas, ¡perfecto! Iros a vivir al campo –solos o acompañados de personas afines a vuestros principios, tan respetables como otros— o a donde os dé la gana lejos de la gente. Que no podéis, os fastidias y cumplís. Aquí, de momento, hay que llevar mascarilla –obligatoriamente si no se puede mantener la distancia de seguridad— dentro o fuera de cualquier lugar o transporte público siempre que no tengas una enfermedad o que estés haciendo algo en ese instante que te lo impida: comer, beber, fumar… Cuando no sea obligatorio, será maravilloso volver a mostrar el rostro. Qué ganas tengo de ponerme Botox y salir ‘la mar de guapa’.

 

Mi intención no era iniciar esta reflexión de forma inquisidora, pero he salido calentita del gimnasio. Enfrente de casa hay un polideportivo que ha vuelto a abrir sus puertas; me alegra mogollón por todos los amigos que lo utilizan, pero no puedo opinar sobre el protocolo que sigue porque no lo he visto en primera persona. Aunque, unos allegados me han comentado que si quieres desinfección te la tienes que llevar de casa.  Sin embargo, de mi gimnasio sí puedo opinar y lo voy hacer porque cada vez que entro a las instalaciones me siento como una comisaria de la KGB mirando de mala leche a los que incumplen las medidas covid19. El caso es que al entrar ves hidrogel desinfectante y pasas por un espacio para higienizar el calzado. Luego, hay un cartel molón en el que entre otras cosas pone: USO OBLIGATORIO DE MASCARILLA. O similar...

 

 

¡Si quiere arroz, Catalina! Que decía mi abuela. Solo cuatro o cinco usuarios cumplimos este precepto. El resto ni agua. Es cierto que, por lo general, antes y después del uso de cualquiera de los aparatos o mancuernas, cada cual limpia lo que ha utilizado, ¡fenomenal! También es cierto que hay papel para estos menesteres y dispensarios para manos y limpieza de mobiliario. Pero, mascarillas muy pocas. Rectifico, casi todos llevamos; mayormente de pulsera o collarín –como el bueno del instructor recuerda para ver si de esta forma, después, cuando dejen de hacer un ejercicio y se muevan por el recinto, los usuarios rebeldes, se la pongan en su sitio—. La semana pasada, algunos, sí lo hacían. ¡Qué pronto olvidamos las cosas importantes! ¿Dónde queda la responsabilidad?



Vuelvo a mi paseo urbanita del que espero no arrepentirme. Como no tengo vehículo y hacía un calor de abrigo, cogí el autobús al salir y regresé caminando. En los buses –hice trasbordo—todo perfecto: poca gente, respetando la distancia y con mascarillas; lo mismo que el 99% de los viandantes. La verdad es que me dio un vuelco el corazón; la estampa parecía sacada de un film distópico. Da igual que sean máscaras quirúrgicas, FFP2 o de dibujis guais. Da penita o yuyu o nada o ¡vaya mierda! Es lo que hay. Cavilé que a este bicharraco le gusta cómo somos y cómo vivimos, así que se quedará como un huésped adosado a nuestra forma de vida, a nuestra entidad humana. Pero, ¿alguien ha pensado que la pandemia ha traído consigo, además, que uno de los miembros de la pareja se quede más tiempo en casa para desinfecciones y etcéteras…?  Y, ¿quién limpiaba y cuidaba a los niños habitualmente a lo largo de la historia? La mujer, en la mayoría de casos.

 

 

 

Tal vez, pudiera ser el inicio de una trasgresión social que dañaría principalmente la emancipación de las féminas. Estamos creando nuestro propio Cuento de la criada. Algo similar sucede con las vacaciones: la pandemia ha puesto de moda veranear en los pueblos como lo hacíamos en los 70.  La regresión está en marcha. ¿Fantasías de una mujer extravagante como yo? Puede que sí o puede que no. Está claro, que hay y habrá menos trabajo y la población mundial –por desgracia— disminuirá. Perfecto para esas mamis o esos papis, que se quedarán en casa por obligación. Claro que la economía entrará en retroceso. Estamos sufriendo una hecatombe como tantas veces a lo largo de la historia de la Humanidad. La civilización es una pescadilla que se muerde la cola impertérrita como en Dark o como en 2001: Odisea del espacio.

 

 

Otro asunto de mi periplo ciudadanita ha sido la visita al Corte Inglés y a Zara; ciertamente no me apetecía demasiado, pero quiero vencer el miedo y, ejecutar las actividades habituales –con sus más y sus menos— es la única forma de hacerlo. En ambos locales se cumplían los protocolos adecuados: dependientes y compradores respetando distancia y con mascarilla. Lo que no implica estar fuera de peligro; no obstante, hay una mínima seguridad.

 

 

 

Para finalizar, he ido a ver a mi sobrina –a la que solo he visto en tres ocasiones desde que entró en vigor el estado de alarma—. La verdad, me la hubiera comido a besos, pero, hemos optado por un abrazo de la NN: rápido y fuerte, ambas mirando hacia la derecha para que nuestros rostros quedaran opuestos. Después, hemos tomado un cafetito del tiempo en el bar de al lado. ¡Qué bien sienta después de tanto tiempo de abstinencia!

 

 

 

A última hora de la tarde, regresaba a casa. Caminaba despacio sin prisa ni pausa. Contenta por mi circuito callejero y triste por la apariencia tristona de la metrópoli sin turistas simpáticos blancos como la leche. Solo me he topado con un grupo de guiris. El año pasado –por estas fechas— Valencia estaba llena de lenguas de todo el planeta; era maravilloso escuchar sin entender y ver cómo las personas disfrutaban de la ciudad y su historia. Hoy, las calles están vacías de esos personajes tan queridos que, en los últimos años, nos visitaban con mucha frecuencia.

 

 

 

El chaparrón ha llegado en mi barrio: el uso de mascarillas relegado a una tercera parte de transeúntes. Ya en casa, Vicente Vallés abrió el informativo con los nuevos repuntes del coronavirus –alarmantes, por cierto—. La vecina está gritando a su madre nonagenaria y encamada «¡Estoy harta! ¡Ya no puedo más! ¡Ojalá te mueras! ¡Eres una mala madre!». Antes he visto a la cuidadora sin mascarilla por la calle. No dejo de pensar que la pobre estaría mejor en una residencia vigilada. Se me ha encogido el alma.

 

 

 

 ©Anna Genovés

Ocho de julio de 2020






Mucho músculo y poco cerebro

 

Ayer tomé un café con mi amiga Marisú y me enseñó el wasap que había enviado a su gimnasio. ¡Me he quedé muerta! Me pareció tan realista que lo he publicado tras su conformidad.

Que los dioses nos brinden un agosto tranquilo y esperanzador.

 

Estimada dirección del Planetfitness, estimado Lalo: Le he dado vueltas al asunto y he decidido que, en agosto, no iré al gimnasio. Por favor, pasarme el recibo de mantenimiento. En septiembre… ya veré.

 

 

El motivo, sencillo: os molesto. Si estuviera la directiva anterior –a quienes les haré llegar mi queja— sería diferente y no estaría señalada por intentar proteger a las personas y mantenerme dentro de la normativa gubernamental. Algo que deberías hacer tú y el resto de monitores. Algo que, mayormente, ignoráis.

 

Es irrespetuoso e irresponsable por vuestra parte, que algunos compañeros vayan por el local sin mascarilla o que la lleven de pulsera o gargantilla. O que se la quiten fuera del despacho donde no existe mampara protectora: sois el escaparate del gimnasio y debéis dar ejemplo.

 

 

Por lo general, estoy más de dos horas en las instalaciones y solo os he visto desinfectar los aparatos en contadas ocasiones: algunos abonados pasan olímpicamente de hacerlo. Lo mismo sucede con los que se saltan a la torera las distancias de seguridad y hablan a cara descubierta entre ellos o incluso con vosotros. Los hay que llegan con máscara y en la puerta se la quitan: lastimoso. Pero, es mejor hacer la vista gorda.

 

 

Demasiada relajación trae consigo un paso atrás en la lucha contra el coronavirus por la imprudencia de los que, como vosotros, cometen ligerezas. En la Comunidad Valenciana la mascarilla vuelve a ser obligatoria. Cuando los socios de un club tienen, mayormente, más músculos que cerebro, es necesario el control de los profesionales. Para eso estáis. Para eso os pagan.

 

 

Que os da apuro recordar las normas: existen los mensajes sonoros. Podéis grabar unas frases amigables –lo hacen en muchos establecimientos— en el que se insinúe esta cosita tan insignificante de ponerse la mascarilla y guardar la distancia de seguridad. Si hay negacionistas, que se aguanten o que se vayan al monte y creen su propia sociedad. Pero, aquí, a fecha de hoy, estas prácticas son forzosas. Me señaláis con la excusa de que mi hermano es un enfermo crónico y debéis saber que intento seguir los principios cívicos por el bien de TODOS. No tengo miedo a salir a la calle, no tengo miedo a morir, pero me desagradaría acabar en una UCI –en coma inducido— y con un tubo por la boca y otro por el culo: a lo mejor a vosotros os mola. La verdad, ir al gimnasio es desagradable y peligroso.

 

 

El Decreto Ley de la Generalitat Valenciana apartado 2.  1. 3. 3. a) exime el uso de la mascarilla durante la práctica de actividad física o cualquier otra actividad con la que resulte incompatible su uso.

 

 

Si los que llevamos cubre bocas nos ejercitamos con la misma, el resto de abonados también puede hacerlo. Por tanto, no existe incompatibilidad, pero sí incumplimiento de la ley. Por otro lado, es tan desaconsejable no usarla como llevarla en la barbilla o en el brazo como indicáis. Tener covid19 no es una lacra, es una enfermedad y la mejor arma es prevenir y anteponerse a lo que pueda llegar.  Sería honesto por vuestra parte quitar los carteles de las medidas anticovid19 del gimnasio porque las incumplís y engañáis a la gente honesta.

 

Este artículo aparece publicado en el blog de mi amiga Anna Genovés, en el diario madrileño El Cotidiano y en el blog de la Revista Culturamas.

 

Marisú - Cedido a Anna Genovés

 

26 de julio de 2020

 

P.D.

 

*En Decathlon hay mascarillas reutilizables y económicas, ex profeso, para cualquier deporte. Hace más el que quiere que el que puede.

* El uso de máscara y la distancia de seguridad no nos exime de contraer la covid19. Sin embargo, puede ayudar a frenar esta maldita pandemia.

* El trabajo es necesario, pero la salud es lo primero. Una vida es más importante que todo el oro del mundo.

* Las imágenes son el reflejo de las personas que se adaptan a la NN. El texto, es la pura y cruda realidad, espejo de los inadaptados.

 

 



El crepúsculo de la Sanidad

 

 

He ido al Centro de Salud para solucionar unos problemillas porque estoy cansada de telefonear para que me den cita y nunca me contestan. Para más inri mi médico se ha jubilado y desconocía a quién me habían derivado.

 

 

Al llegar, he descubierto una congregación amplia de personas en la puerta –entre la veintena y la treintena— más diversos grupillos a lo largo de la calle controlando que se despejaba la entrada.

 

 

El conjunto estaba formado por vecinos del barrio y emigrantes. Y digo esto último pensando que, para los foráneos, aquello podría ser una maravilla si vienen de países cuyo bienestar social es inferior al que nosotros estábamos acostumbrados. Pero, para los que hemos nacido en España y hemos mamado de la Sanidad Pública, no era otra cosa que el escenario decadente de lo que en otro tiempo fue un una Seguridad Social de bandera; he presenciado el inicio de su hundimiento. Y es que, la covid19, a este paso, arrasará con todo.

 

 

En el grupo existían subapartados: personas que iban a recoger el resultado de pruebas, otras que necesitaban una cura o un inyectable; luego estábamos los que solo deseábamos una cita. Al llegar he preguntado cuál era la cola para el mostrador y me han dicho que todas. O sea, ¡viva el descontrol! Tras varios minutos de espera, ha salido una auxiliar –ataviada con los EPIs necesarios— y ha repartido los turnos correspondientes.

 

 

Después de media hora, por fin, he entrado. Alucinante: dentro no había nadie. Una mesa larga con los resultados de diferentes pruebas y una botella de gel hidroalcohólico –con el que he embadurnado mis manos, más hechas polvo que las de una nonagenaria— amenizaba las sillas precintadas.

 

 

En el mostrador –parapetado con cordón, marca de distancia en el suelo y un cristal grueso—, vacío. Le he contado mi película a la administrativa de turno y, cuando acabo, me suelta: «No he entendido nada». ¿No me lo podía haber dicho al principio? La sangre me hervía. He tragado saliva y he repetido –en un tono bastante elevado— frase a frase. Tantos aplausos, se le han subido a la cabeza. Atienden con desgana y mala baba.

 

 

La historia ha sido surrealista. Como mi médico se ha jubilado no tengo a ningún facultativo asignado. Además, los doctores atienden sin despacho nominal porque rotan. Asimismo, NO DAN CITAS. Como lo oís, las citas son telefónicas. Que no me ha soltado: «La doctora no sé qué –no la he entendido bien— tiene un hueco para el lunes por la mañana. Deme su teléfono». Se lo doy y le pregunto: «¿Sobre qué hora llamará? –entendiendo que, si antes era una cita física y ahora es una cita telefónica, igualmente debe seguir un horario—. Y me contesta: «No, no… Usted este pendiente del teléfono que ya la llamará». Punto y final. Se me ha quedado cara de gilipollas.

 

 

En resumidas cuentas, los Centros de Salud son edificios vacíos cuya funcionalidad, se encamina a hacer analíticas, curas y poco más; parecen dirigidos a la segunda ola coronavírica, que no lo sé. En apariencia, son la prueba fehaciente de que la Sanidad Pública ni estaba ni está preparada para responder debidamente a una pandemia. ¡Ojalá no nos contagiemos de covid19! Pero, por desgracia, no es la única enfermedad. ¿Qué hacen el resto de enfermos?

 

 

Llego a casa y, la vecina –pura toxina botulínica— se pone a patear.  Mi casa vibra. He abierto Spotify. Acompañada del rap de Kendrick Lamar me he sentido mejor. No escuchaba ruidos desagradables, no recordaba que la Sanidad Pública se derrumba, no recordaba que la sociedad es una mentira de todo a cien.

 

©Anna Genovés

8 de agosto de 2020











 

Internet y coronavirus

 

Se me retuercen las tripas por las personas que incumplen las normas y por los numerosos comercios que han echado el cierre, entre otros acontecimientos, mayormente, desagradables. Distintos a los que, hasta ahora, habíamos conocido.

 

 

¡Qué pena de sociedad! De planeta y de Humanidad. Tantas penas que ya no me conmueve hablar de ellas, aunque mi espalda esté cada vez más doblada por el peso de la tristeza. Por los muertos y los contagiados. Por las otras calamidades que nos rodean: el Gran Valle del Rift de África Oriental, se agrieta. El Cráter de Batagaika, situado en Siberia –conocido como la Puerta del Infierno—, se ensancha. La Antártida, se derrite. El campo magnético de la Tierra, cambia. El virus del Nilo –transmitido por el mosquito común—, nos ataca. La fiebre hemorrágica de Crimea-Congo –trasferido por las garrapatas— hace estragos. En fin… estamos sufriendo numerosos envites. Tal vez estemos en una época inter lo que sea… Posiblemente, interglaciar como enseñaban en la universidad hasta hace poco. Actualmente desconozco qué se enseña.

 

 

Los jóvenes son jóvenes y si buscamos en nuestras dendritas de un pasado más o menos cercano, recordaremos qué sentíamos riendo, fumando porros, besando al de turno, emborrachándonos o lo que hiciera falta por un poquito de libertad. Por hacer aquello que nos prohibían, por olvidar a nuestros padres que nos trataban como a niños, a nuestros insoportables hermanos, a nuestras madres con el aspirador, a las vecinas rezando el rosario y al agujero negro que azotaba nuestras entrañas sin saber el porqué.

 

 

 

A día de hoy, estaríamos hartos de mascarillas, de no poder meterles mano a nuestras chicas, de no hacer el botellón o de que la píldora antibaby no nos sirviera para nada porque no podíamos meter. Lo entendemos. Los mayores entendemos que vuestra juventud pasa por un momento de mierda y por eso incumplís las normativas.

 

La vida es un cuadrilátero, una batalla constante y a vosotros, los jóvenes actuales, os ha tocado vivir en este caos, en esta nueva guerra. Las guerras asesinan. Y, pasados los años, gracias a forzar la maquinaria y a los que quedaron bajo tierra, los supervivientes mejoran su calidad de vida de una u otra manera. Sucedió con la I y la II Guerra Mundial. Esta, desde otro prisma, bien podría ser la III. No obstante, una cosa es que te fusile el enemigo y otra muy distinta que seas víctima de tu propio ejército; algo que está sucediendo por relajar las pautas sanitarias.

 

 

Todos estamos del revés. Grandes y chicos, mujeres y hombres, travestis y transexuales, religiosos y laicos, propietarios y okupas, fachas y progres, negacionistas y solidarios, ricos y pobres, albañiles y abogados, enfermos y sanos, putas y cándidos, policías y ladrones. La covid19 nos arrastra. Pero, hay que plantarle cara y seguir adelante… ya lo sabéis: «Si no podemos con el enemigo, nos unimos a él». La Nueva Normalidad es nuestra realidad. Y, como hay que cohabitar con la covid19, vamos a acoplar la enzima ACE2 –responsable de la infección de las células sanas— a nuestras vidas.

 

 

Que cierran los comercios físicos, compremos online y esperemos que esos sacrificados comerciantes sean indemnizados debidamente. Puede ser que, con el montante que reciban, se reinventen en esta nueva fase: la Era de la tecnología que, por causa mayor, ha irrumpido en nuestra existencia. Actualmente, tenemos al alcance de la mano el uso masivo del ciberespacio. Utilicémoslo a gran escala y a nuestra conveniencia.

 

 

Que se acabaron las quedadas y las discotecas, pues tomemos birras por Skype y subamos las imágenes a Instagram. Grabemos en directo nuestros bailes. Abramos chats y tengamos sexo virtual. Utilicemos la mascarilla como un complemento de moda. Desmenucemos nuestros cerebros e inventemos juegos de realidad virtual. Leamos en digital. Compremos un robot en Alibaba y un arco desinfectante en Amazon. Disfrutemos de las megamultiples vídeo conferencias. A ver, ¿qué problema tenéis si, habitualmente –en la época precovid19— ya os comunicabais por wasap, aunque estuvierais junto al colega wasapeado?  Va a resultar que los jóvenes sois más carcas que los mayores.

 

 

Es obvio que me gusta la ciencia ficción, pero estamos a uno paso de que estas premisas se hagan realidad. El futuro pasa por desarticular el concepto histórico que tenemos de familia, de manada… y convertirnos en hikikomoris. Démosle a este término japonés una vuelta de tuerca y adoptemos la exclusión social sin finales trágicos ni imposiciones. Que no podemos tocarnos, veámonos a través del ciberespacio.

 

El conjunto de la sociedad debería volcarse en las nuevas tecnologías porque son el futuro. Al respecto, incluyo la educación. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) son herramientas esenciales para poner el modelo educativo a punto. Si hay grados universitarios online, lo mismo pude suceder con educación primaria. Necesitamos cambios significativos en profesores y alumnado. Extensible a la mayor parte de aspectos sociales. Tomemos como referencia a Japón o a Finlandia donde el espacio y el ciberespacio van de la mano.

 

 

Me confieso, en cierta medida hikikomori. Sin embargo, he descubierto algo que desconocía: tengo conciencia social.  No miro por mí, sino por el conjunto. Puede ser que mi exceso de imaginación se anticipe a los acontecimientos. Gracias.

 

 


©Anna Genovés

Quince de agosto de 2020

                                                       





Vacunas sí. Pero, ¿cómo?

 

 

Cuando era peque nos vacunaban a casi todos de un montón de patologías... Poliomielitis, viruela, tuberculosis, sarampión, difteria... A posterior, también me inocularon para la Hepatitis B y el Tétano. A la mayoría, nos ha ido bien. Por el camino perdí a una amiga de viruela, sin vacunar, claro. Y mi primo tuvo poliomielitis antes de que la jeringuilla cayera en su brazo: fue muy duro y vive con diversas secuelas.

 

 

Con respecto a la vacuna de la gripe, me la pongo anualmente desde que estuve de profe en Las 1000 Viviendas de Alicante. Cogí una gripe que derivó en no sé qué... Que me dejó más allá que aquí. Y, todo sea dicho, me va mejor desde entonces. Estoy a la espera de que este año salga el calendario de vacunación para repetir. Creo que será en octubre. Aunque, con la covid19 de por medio, todo está en el aire.

 

 

 

Con esto decir que intentaré ponerme la vacuna del Covid-19 cuando llegue, si sigo por estos lares. Creo en las personas y espero que entremos en razón –aunque nos fastidie— y sigamos las recomendaciones de Sanidad con el uso de las #mascarillas y la #distanciadeseguridad porque #lavadodemanos imagino que, en general, vamos por la tercera o cuarta muda de piel. A falta de antivirales y vacunas, opino que son los medios más seguros para intentar frenar la pandemia. Ahora, tengo una duda… Pongamos por caso que nos van a vacunar de la covid19, ¿antes nos harán PCR o serológicos o test rápidos o algo parecido para saber si hemos sido asintomáticos y ya tenemos anticuerpos? ¿O será un totum revolutum? Si tenéis anticuerpos o células T o cierta inmunidad, ya veremos qué os pasa… Si estáis limpios del maldito bicho, posiblemente, os irá bien.

 

 

Volviendo al tema central, hay gente para todo, tanto del lado negacionista –por cierto, he leído diferentes artículos de su proclama y no me convence ninguno de sus argumentos— como de los gobiernos que utilizan la fabricación de la vacuna anticovid19 como moneda de cambio. Parece que, a fecha de hoy, quien la comercialice antes –sin importar demasiado los efectos secundarios a medio o largo plazo— tendrá el poder en sus manos.

 

 

Hay gobernantes sin escrúpulos que pasan de las personas –les da lo mismo un muerto que mil, para ellos solo son cifras— y ofrecen a sus habitantes como ratillas de laboratorio para probar esa tercera fase de las vacunas más adelantadas. Pongamos por ejemplo… Brasil. A lo mejor nos hacen un favor a todos, pero opino que es irreflexivo lanzarse al precipicio sin una mínima seguridad. Una de las últimas vacunas comercializadas fue la del ébola –VSV-EBOV— creada en 2010 y distribuida cuatro años después y… pese al visto bueno de la OMS, aún está en fase experimental. Cuatro años, ni uno ni dos, cuatro.

 

 

Actualmente, hay tantos laboratorios trabajando a destajo en la necesaria anticovid19 que, tal vez, peligre la idónea. Ojalá me equivoque.

 

 

Me gustaría que la vacuna contra la covid19 fuera segura, libre y duradera. El riesgo cero no existe, pero si ponemos de nuestra parte, tal vez podamos construir un mañana beneficioso para las futuras generaciones.

 

©Anna Genovés

Veinticinco de agosto de 2020

 






La vida calla

 

 

Acostumbrada a la nueva normalidad

 

 

La mujer ha cambiado sus vivencias y sus ansias

 

 

Acude al supermercado con mascarilla y enguantada

 

 

Compra lo necesario presta como un rayo

 

 

Se aleja de los que pasan, de los que ama, del virus exterminador

 

 

Que deja el cuerpo con llagas

 

 

En la sangre, en el cerebro, en las piernas, en el Todo y en la Nada

 

 

Supura sus dudas con las teclas del ordenador

 

 

Habla por Skype o abre el wasap

 

 

Las fincas están desoladas

 

 

Las calzadas inundadas de horror

 

 

El cielo se empaña de un celofán extraño

 

 

–parece que hayan echado matarratas—

 

 

El ambiente cargado de porquería

 

 

Los humos por el suelo y la espera larga, demasiado larga

 

 

Pero hay algo que la sumerge en el fango y la mata

 

 

El sonido impertinente de las ambulancias que surcan la calles

 

 

No una ni dos, sino varias

 

 

Demasiadas cada día, cada jornada

 

 

Se hunde en sus tímpanos el dolor que arrastran

 

 

Las agujas clavadas

 

 

La dama de la hoz prendida por estampa

 

 

El cuerpo inanimado que lucha por vivir sin ganas

 

 

La muerte se cierne en las ciudades

 

 

La vida calla

 

 

©Anna Genovés

Treinta de agosto de 2020








 11S de 2020

 

 

El 11 de septiembre de 2001 diversos atentados hicieron tambalearse a la recién nacida sociedad del Segundo Milenio. Hubo muchas bajas y la vida de innumerables personas quedó marcada para siempre.

 

Por aquel entonces, trabaja de maestra en el IES 15 de Alicante –un CAES encubierto en pleno barrio marginal de Las 1000 viviendas—. Era martes y tenía unos días libres: comía con mamá. Angels Barceló estaba dando las noticias cuando las imágenes de las Torres Gemelas invadieron la TV y, allí, delante de nosotras, antes de que la presentadora supiera lo que realmente sucedía, los aviones impactaron en los rascacielos del World Trade Center.

 

Miré a mi madre y le dije: «Mamá ha comenzado el principio del fin de Occidente». Desconozco por qué se lo dije, pero para mí nunca volvió a ser igual. El 11 de septiembre de 2020 incidencia del coronavirus en el mundo: 28,2 M de casos contabilizados. Casi 1 M de fallecidos. Curados –si la infección no vuelve a afectarlos y con secuelas de por vida— 19 M. 

 

La Humanidad merma más de lo habitual, por lo general, durante el primer cuarto de cada siglo a lo largo de la historia. Se conoce la fragilidad de la misma. Pero, con el paso del tiempo se olvida y cuando llega la bonanza –en la que a casi nadie le importa casi nada—, la dama de la Hoz asoma más de la cuenta.

 

Quizá algún día aprendamos la lección. De lo contrario, el ciclo biológico de la naturaleza estallará de nuevo. Y, cada vez, la recuperación será más caótica y apocalíptica.

 

 

Viernes once de septiembre de 2020

*In memoriam de las víctimas del 11S de 2001






 


Infierno

 

 

 

Corazón roto

 

Desquebrajado

 

Palpitaciones quedas

 

Sistólica descompensada

 

Ventrículos astillados

 

Muerte serena

 

Millones de cicatrices tatuadas

 

Por los hombres que se fueron

 

Las mujeres calladas

 

Los niños que nunca envejecerán

 

Las madres muertas

 

Los padres de miradas gachas

 

Economía sumergida

 

Ciénaga negra

 

Tertulias que se acaban

 

Angustia en las entrañas

 

Muerte que te llevas la alegría y la tristeza

 

A todos nos mata

 

En silencio y con pena

 

En fila de a uno

 

Ataúdes yermos

 

Agujero negro en la Tierra

 

Campanas que suenan

 

En lo alta de las montañas

 

El silencio voluptuoso de las mareas

 

La guerra de Nostradamus

 

La tercera guerra

 

Enemigo invisible

 

Sanidad que olvida sus quejas

 

El que puede no hace nada

 

Y la maldad acecha

 

Futuro incierto

 

Tradiciones nuevas

 

Cubre tu rostro

 

No hables, no mires, no camines

 

Ve con el rebaño

 

Y si mueres, ya estás muerta

 

Enciérrate en casa

 

Y si la dama de la hoz

 

Toca a tu puerta

 

Invítala a que entre

 

El monte calvario está cerca

 

Demasiados crucificados

 

Demasiada tristeza

 

El día toca a su fin

 

El infierno está en la Tierra

 

 

 

©Anna Genovés

18 de octubre de 2020

 








Nada

 

 

La ventana indiscreta

 

Nos recuerda que estamos en toque de queda

 

Nudo en la garganta

 

Ganas de llorar

 

De lanzarte al vacío y quebrar tu vida entera

 

Nadie camina ni tan siquiera un alma en pena

 

La ciudad está muerta

 

Cementerio lleno de angustias y penas

 

Edificios suculentos, vehículos regios

 

Semáforos en rojo perpetuo

 

Nadie cruza la calzada y los perros no muerden

 

La Humanidad perece en un vaso de agua

 

Sin música ni risas ni lloros, nada

 

No queda amor para abrazar las mañanas

 

Se fue la alegría y llegó la tristeza del alma

 

Como si tres jinetes del Apocalipsis nos tragaran

 

Trotan por esta tierra marchita

 

Caminan a sus anchas

 

El rojo trajo la guerra

 

Y el amarillo la muerte

 

Tal vez, el negro, nos deje sin pan

 

Si pasea por esta calle tétrica

 

Sentimientos apagados

 

Campanas que tocan a muerto

 

En una iglesia cristiana olvidada

 

El minarete de la mezquita, calla

 

El monasterio lama, no tiene velas

 

¿Quién vivirá mañana?

 

¿Quién guiará a la manada?

 

Lluvia de meteoros

 

Nostalgia y pena

 

Todo calla

 

 

©Anna Genovés

Veinticinco de octubre de 2020










Halloween tétrico 


Este cuento lo escribí en 2014 
y lo reedité este año con unos pequeños cambios. 
La sonrisa es necesaria. 

 


Estábamos celebrado Halloween en casa de una amiga. Había de todo: priva, pirulas y Moby-Dicks a tutiplén. Mi chica iba disfrazada de brujita insinuante: curvas perfectas, labios carnosos y pechos redondeados...

 

Cada vez que la miraba me apetecía comerle el pico e introducirme entre sus carnes. Me excité tanto mirándola, que la arrastré al cuarto de baño. Me senté en la tapa del inodoro y ella movió sus caderas... ¡Guau! Mis dedos recorrieron sus muslos y acariciaron sus nalgas. La bajé sobre mis piernas. Nuestras lenguas se enredaron en los interiores acuosos, relamiendo hasta la última gota del alcohol que traspiraban. De repente, varios golpes en la puerta nos cortaron el rollo.

 

–La luz se ha ido –dijo Marc.

–Se habrán fundido los plomos, ¡capullo! –contesté de mala gaita. Le hubiera roto la cara.

–La TV se ha encendido sola. Hay un programa extraño –siguió mascullando.

–¿Tú flipas, tío? –contestó mi nena desternillándose.

–De eso, nada –bramó Cris. Luna y yo nos miramos alucinados.

 

Cris era la única que no se metía viruta y, por tanto, estaba lúcida. Salimos pitando. La pandilla estaba hipnotizada mirando el LG de 42’. La pantalla mostraba imágenes sucesivas del Congreso de los Diputados con los políticos masacrados.

 

–Buen montaje –dije.

–Para lo que hacen… –soltó Marc.

–Para trincar la pasta y dejarnos con el culo al aire –sugirió Luna.

–Quiero un chalé en Galapagar –insinuó Cris.

–¿Y quién no? –sentenció Javi.

–En España todos somos hijos de Curro Jiménez. Poner otro canal –solté de mal talante, sorbiendo los últimos gránulos de perico que revoloteaban por el interior de mi napia.

–Es el único que funciona –contestó Fran, áspero.

 

En la siguiente imagen, una presentadora salió al plató con la ropa hecha jirones; llevaba los brazos repletos de rasguños. Detrás, Screen amenazándola con un cuchillo inmenso. Reímos a carcajada limpia.

 

–¡Que guasa tienen…! Son unos putos cachondos –dije.

–Calla nano. La cosa no pinta bien –sugirió Fran.

–Porque seas segurata, no estás en posesión de la verdad absoluta –repuse.

 

 

La locutora habló:

 

 

–Estamos en directo realizando un informativo especial Halloween…  –paró en seco. Screen le metió una puñalada en la clavícula. Ella chilló; la sangre espesa y grana, resbaló por su cuerpo. Siguió hablando… La Humanidad peligra –terminó de decir.

 

El psicokiller se cebó con ella. La pantalla se fundió en negro.

 

–¿Habéis visto? Ha sido más real que un snuff movie –soltó Marc.

–¡Joder! Ahora el que no se ríe soy yo –dije con el rictus obtuso.

–¡Estamos acabados…! –indicó Javi.

–¡Que no cunda el pánico! Aparqué el furgón del curro justo enfrente. Quizás nos venga bien dar un paseo… –repuso Fran. Lo miramos flipados.

–¿Qué pasa? Era una sorpresa. Quería daros una vueltecita con el buga de la pasta gansa –terminó por decir.

–Nos vendrá genial –aseveró Cris. Antes de subir al vehículo, escuchamos música en el centro de Karate Gu.

 

Entramos. Había una fiestorra gansa: todos iban disfrazados y hasta las cejas.

 

–Veis: es una broma macabra. Hoy es la noche de los muertos. ¡Qué miedo! ¡Booo!!! –dijo Luna riendo.

 

La melodía galopó a marchas forzadas. Los invitados comenzaron a bailar frenéticos; se hizo el caos. Los vampiros se abalanzaron sobre los demonios. Jason asesinó a la niña del exorcista. Freddy descuartizó a Chucky. Sólo una figura se mantuvo apartada. Agazapada en la esquina; cubierta por una capa oscura. Un púgil indefenso. Fuimos a socorrerla. Cogimos katanas y nunchakus. Inmediatamente, la emprendimos con todo bicho viviente. Al acercarnos a la víctima, una lengua kilométrica y gelatinosa, se expandió delante de nosotros; era un asqueroso strongoi de Guillermo del Toro. Rajé, de parte a parte, ese apéndice repugnante y mortífero que nos amenazaba. Veloces como guepardos, nos echamos sobre la repulsiva aberración hasta triturarla. Acto seguido, salimos del garito, subimos al blindado y emprendimos nuestro terrífico viaje. La city estaba en penumbra. En las calles, reinaba el terror. Giramos hacia la avenida y un ejército de zombis nos cortó el paso.

 

–¡Es el fin del mundo!  –insinuó Manu.

–¡Cállate! Que no me dejas pensar –grité.

 

–Tranquilos. Voy a echar marcha atrás –dijo Fran. Imposible. La legión de muertos vivientes se arrojó sobre nosotros.

 

Estábamos rodeados. El furgón blindado comenzó a moverse como una mecedora de madera noble con carcoma. Mis colegas, gritaron.

 

–¡No! ¡No! ¡No…! –voceé cuando los cristales cedieron y un zombi putrefacto mordió mi brazo.

 

La luz murió.

 

–Calma Alex. Has tenido una pesadilla –dijo Luna acariciando mi rostro empapado de un sudor gélido.

–¿Seguro…? –pregunté frunciendo el ceño. Luna estaba recostada sobre la cama. Su sonrisa era brillante. Enrosqué mis dedos en su melena azabache: no era un sueño.

–¿Qué te pasa? –preguntó.

–No tiene importancia. ¿Qué haces vestida de bruja marchosa? 

–Es Halloween cariño y, aunque estemos en pandemia, hemos quedado en el piso de Cris y Fran. Estaremos solo los cuatro. ¿No me digas que lo habías olvidado? 

–Algo parecido... He tenido un mal sueño, pero, ahora ya no tiene importancia.

 

La abracé y la poseí frenético. Gozamos cuajados en nuestros excesos. Destrocé el disfraz que llevaba. Podía vestirse de todo menos de bruja picarona. Mal pálpito.

 

©Anna Genovés

Veinticinco de octubre de 2014

Reedición: domingo veinticinco de octubre de 2020

 

 

 

 


 

 Noviembre 20

 

Durante el mes de noviembre no subí ninguna entrada al blog porque estuve inmersa en la publicación de mi última novela. Era la espinita sangrante que me perturbaba, pero, cuando llegó la covid19 fui incapaz de terminar su revisión de un tirón. 

 

Apenas leí información sobre la pandemia. Estaba demasiado tocada como para seguir en primera línea: sobrada de información de primera o segunda fila, verídica o falseada. Daba lo mismo, mi psique empezaba a hacer aguas. Aun así, estaba al día de las funestas noticias que llegaban. A finales de octubre comenzó la segunda ola del coronavirus en Europa. Y, ahora, finales de diciembre, ha comenzado la tercera. La covid19 es como un gusano informático que se copia a sí mismo y se propaga y afecta al mayor número de personas… y de seres vivos.


Me he acoplado a la actualidad lo mejor que he podido en la ampolla bipersonal de casa. J sale lo justo –un paseo diario a última hora de la tarde, cuando hay menos gente—. Y, yo, lo justo y un poco más; lo mismo que llevamos haciendo desde que él enfermó en 2010. Es la NN que se pregona como un paso hacia delante de la vida anterior: la guapa. 


Soy catastrofista por naturaleza –bueno, mejor dicho, por las adversidades en las que he permanecido sumergida desde la más tierna infancia—. Opino, que el pasado quedará alejado de nosotros para siempre. Mejor olvidarlo y seguir la vida tal y como llegue. ¿De qué sirve pensar en que volverá algo que ya no existe? 


Más que alarmista, a veces, soy tan realista, que dejo de agradar a las personas por excesiva sinceridad. Los peces verdes siempre hemos existido. 


 

©Anna Genovés

Domingo veintidós de noviembre 2020

Revisado el viernes veinticinco de diciembre de 2020








Diciembre 20

 

Son las siete de la tarde del veinticuatro de diciembre de este año trágico con ese número tan particular rubricando su fetidez: 2020. ¡Vete lejos y no vuelvas!

 

He salido a comprar algunos alimentos de primera necesidad en este día opaco desde primera hora de la mañana. Hay bastante tráfico y pocos transeúntes. No he visto a nadie sin mascarilla, pero creo que todos tenemos el corazón partido.

 

Las sonrisas son de medio lado, cuando las hay. Los supermercados están poco abastecidos, apenas hay luces navideñas y villancicos en la lejanía… aunque, ciertamente, las campanas de la iglesia han repicado. Las parroquias se han regenerado, y, la mayoría, están bastante llenas. Es como si la fe perdida hubiera regresado como el hijo pródigo. Se dice que cuando hay miedo, se recurre a Dios. 

 

A mí me sucede lo contrario, no creo en las religiones y mi fe en Dios se va apagando como un farolillo de invierno carente de aceite. Además, nunca me ha gustado la Navidad. La veo como una celebración repleta de hipocresía en la que, la mayoría de familias, se reúnen por aquello de la tradición, los regalos, las fiestas, las comilonas… Que no porque nace el niño Dios. Otra cosa es Noche Vieja, que aplaude el nacimiento de un Año Nuevo. Fiesta pagana cuyos orígenes constatados se remontan a época romana donde enero se dedicaba al Dios Jano. 

 

Hoy inoculan las primeras dosis de la vacuna de Pfizer y Biontech. Y, aunque el científico que está detrás de la misma, Ugur Sahin, haya avisado de que NO es la panacea instantánea para gritar: «El mundo está libre de la covid19». La esperanza está en marcha. Ojalá que la próxima vez que Merkel llore ante un medio de comunicación sea de emoción por la erradicación mundial de la misma y no por haber tenido que someter a la población alemana a un confinamiento domiciliario estricto. También lo están en otros países y ya veremos como acabamos en España.

 

El mundo recoge aproximadamente 81M de contagiados y 2M de fallecidos. Pasado mañana es veintinueve de diciembre; ese día fatídico en el que el cielo de mi casa se desplomó. Seguro que 2021 es mejor.

 

©Anna Genovés

Domingo veintisiete de diciembre de 2020

* La experiencias, reflexiones, opiniones... de este libro pueden haber cambiado desde su publicación. Éste es un libro sin correcciones gramaticales ni de estilo. Escrito tal y como me salía de las entrañas con el corazón roto y el alma derrotada.. Gracias a todos.





Anna Genovés 2020

Todos los derechos reservados a la autora


Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

 

 





2020 La realidad de la realidad - parte 3







Diario cuarenténico - Días: 15, 16 y 17

 

Hola Dicu. Siento haberte fallado, pero no me agradan las obligaciones. Esto no quiere decir que descuide lo que tengo que hacer, muy al contrario, soy tan estricta y perfeccionista que no me perdono los errores que cometo y siempre doy el 100% en cualquier tarea que tenga entre manos. Me salga bien o mal. Me guste o no. A decir verdad, me fastidia tener un diario; nunca lo tuve hasta ahora. Quizá estar 37 años viviendo en una ambiente rígido y mojigato hicieron que, al comenzar a volar, irrumpiera mi verdadera naturaleza: desinteresada y pacífica. Para mí, lo más importante en la vida, después de la salud, claro, es la libertad. Libertad para elegir en todas y cada una de mis facetas. Motivo por el cual solo escribo cuando me apetece y de lo que me apetece.

 

El viernes me pasó algo muy curioso en Mercadona: había de todo. Y si digo de todo es hasta papel higiénico a tutiplén. Entré en casa cantado a grito pelado: «Ya tenemos papel del culo y rollos de cocina y servilletas». J rio a mandíbula suelta. La verdad es que no me lo podía creer. Seguramente, los trogloditas arrasadores, tienen las casas hasta los topes y, ahora, están atrincherados hasta la próxima desbandada. Fue lo más notorio del día. El informativo… ¿para qué?

 

Ayer sábado me marqué una clase strong de Zumba por la mañana. Me chifla pegar puñetazos –maticemos, al aire—. Aunque, si te digo la verdad, con los tiempos que corren, si tuviera delante a algunos elementos o elementas, la emprendería con ellos a hostia limpia. A posteriori, me daría con el silicio: mea culpa y todo eso. Pues no tendría la culpa. Digo yo que nos cuentan demasiadas mentiras. Por ejemplo, las mascarillas no sirven para los sanos incluso pueden ser perjudiciales, eso nos dicen. ¿Entonces porque los trabajadores que siguen en el curro, llevan? Si fuera cierto, no deberían llevarlas, claro es por precaución por si lo tienen y no lo saben o para no contagiarse si están con un cliente que lleva el bicho sin saberlo. Pues, por ende, a los confinados nos sucede lo mismo cada vez que, por extrema necesidad, necesitamos salir –aunque sea para sacar la basura— deberíamos llevarla. ¿O no? Pienso que como no hay, algo nos tienen que decir para que nos conformemos. Tontos no somos. Sucede lo mismo con muchas reglas impuestas si las escudriñas. Para hacer una cosa, seguramente tienes que saltarte otra y viceversa.

 

No me agrada ni un pelo cocinar, ya lo sabes, pero hacer chocolate a la taza, me pirra. Pues me he puesto manos a la obra y estamos merendando un chocolate riquísimo. Llevo un runrún en la cabeza que repica como el badajo de una campana sibilina; no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, me dice. ¿Quién sabe cómo estaremos o dónde? Pues… ¡hala! Adelante.

 

Puse una peli de ciencia ficción en la que salía Alexander Skarsgård –qué portento de hombre, ¡Dios! —. Un film de 2015 que todavía no había visto. Por casi me da un pasmo cuando veo que toda la población de una ciudad sale por patas o toque de cornetas y, de repente, varias señales intermitentes con la palabra: CUARENTENA. Les hacen retroceder. ¿Te suena? Otro día negro en el informativo. Cifras elevadas de difuntos y contagiados. Incluso alguna cuidadora fallecida junto a los ancianos de una de tantas residencias olvidadas en el territorio de Don Quijote de la Mancha. ¿Qué diría el hidalgo caballero, acostumbrado a penurias, si nos viera?

 

Domingo. Es domingo y me da igual, como a todos. Nos da lo mismo que sea lunes o sábado. Por cierto, no me lo habías dicho y me he equivocado de fechas, pero paso de rectificarlas. Me explico, si hoy, día 29 de marzo, es la diecisieteava jornada de confinamiento –el estado de alarma se hizo público el viernes 13 y se materializó el sábado 14— llevamos 17 de cuarentena, y no quince como yo creía. La mente hace H2Os. Tenemos que mantenernos alerta y mirar los calendarios para no olvidar el día en el que estamos. Lo mismo que los presos.

 

Voy a poner una cosita en las redes y vuelvo. Ya. He homenajeado a ese hombre llamado Amancio Ortega que ha regalado tantos equipos médicos y EPIs fundamentales en esta guerra y, además, a muchos, nos viste –el viernes fue su cumple—. Un sonido fuerte me sorprende. Me asomo a la ventana y escucho música a toda pastilla; creo que son los falleros con altavoces y una especie de discomóvil de repertorio ochentero, pero no logro verlo –una iniciativa maravillosa—. Los agujeros del gruyere enorme que forma la manzana de casa, se llenan de personajes y personajillos como yo, algunos bailan, otros sonríen.

 

Y, ahora, toca peluquería… Me trajo el mejunje el bendito Amazon. Ya sé cómo ponerme el pringue: me lo ha charrado un vídeo de YouTube. Paso al baño peluqueril y, como soy muy brutota, acabo por masajearme el tinte con las manos. Media hora embadurnada y lavado de cabeza. Las canas han desaparecido: vuelvo a ser una rubia con fundamento. ¡Ha quedado genial!

 

Con eso del horario de verano, son más de las 18:00 h y hay un sol resplandeciente la mar de bonito. Primavera hermosa y cargada de horror. J me dice que Valencia está repleta de contagiados. Creo que muchos paisanos se han hecho el test rápido y han dado positivo. Aún no he leído la noticia. Voy a ver… Y, aunque me duela el alma porque engorda mogollón, volveré a merendar chocolate, ya que hice para dos días.

 

Acabo de leer las ultimas noticias sobre el coronavirus y son aterradoras: Casi 79.000 contagios y más de 6.500 muertes por Covid-19 en España. Adiós. Se me fue el azúcar del cuerpo y las ganas de intentar seguir con un poquito de chachachá. Algún día, tal vez, regresaré.

 






Semana 3ª - Día 18 - lunes 30 de marzo de 2020

 

Hola Dicu, queridísimo diario que permites ser compartido con los amigos que te lean. Sabes, hoy, me he negado a mirar o escuchar cualquier tipo de noticias sobre la covid19. Por la noche, lo que digan, eso sabré.

 

Tengo pavor a lo rápido que me he aclimatado a esta situación de clausura. Tal vez mi condición de persona solitaria o el haber vivido como una outsider durante tantos años, ha acelerado el proceso. La sociedad me excluyó hace tiempo –o yo me excluí— y desde que J enfermó, el escenario fue en crescendo.

 

Esta mañana he estado haciendo gimnasia un buen rato. Me gusta el deporte, es algo que también nació conmigo. Fui portera de balonmano, gimnasta, velocista… lo que fuera, pero individual.

 

El día es más frío que de costumbre, como una jornada de crudo invierno. Después de comer, apenas hay transeúntes y, ahora, ni vehículos. Me ha llamado la atención –en mi nueva profesión de voyeur—, cómo, la semana pasada casi todos los peatones llevaban mascarilla y, desde ayer, la cosa ha cambiado por completo. Andarines y paseadores de perros, a cara descubierta.

 

Posiblemente, se deba a que ya no tenemos EPIs de protección. O, tal vez, porque nos da lo mismo. Esta gran ciudad dormida, cada amanecer desfallece un poco más. Una nebulosa trasparente se cierne sobre el cielo avisándonos de que estamos señalados por la peste. La dama de la hoz nos quiere con ella. Y… ¿a ver quién es el guapo que se le resiste? Hemos visto tantos seriales y films postapocalípticos que nos dejamos llevar.

 

El bicho se ha comportado. No quiere decir que todo sea maravilloso, pero, hubo menos decesos y contagiados que ayer.

 


Día 19 - martes 31 de marzo de 2020

 

De buena mañana, he leído un artículo de la prestigiosa universidad británica del Imperial Collage en El confidencial, donde, mediante cálculos matemáticos –y las mates son exactas— se asegura que, si nos hicieran a todos el test del covid19, en España habría unos 7.000.000 de contagiados. La verdad, me lo creo. Ojalá muchos sean o seamos asintomáticos sin complicaciones. Me ha dejado caos, aunque era algo que estaba cantado.

 

Me ha entrado mal cuerpo mientras desayunaba, así que me he puesto a espiar a los vecinos a ver si algo me animaba. En el parque solo había un perrito, mi favorito: un cachorro de husky siberiano muy wapo. El amo le lanzaba una pelotita y el can trotaba. Algo simple y maravilloso. Después miré las coladas. Una vecina tenía la ropa blanca primorosamente tendida. ¡Madre mía con lo desastre que soy! Soy, de verdad de las verdades, el ama de casa más antiama de casa del mundo. Mi ropa luce como si fuera el tenderete de algún mercadillo; donde las piezas, del color que sean, cuelgan desgarbadas.

 

Hace un rato que he bajado a la farmacia y, además de los medicamentos de J, he encontrado guantes de nitrilo. 100 por 11€, lo que es un precio elevado, pero no excesivo –anoche miré en AliExpress y los más baratos costaban lo mismo—. De todas formas, está claro que siguen enriqueciéndose a costa de la desgracia. La farmacéutica me ha dicho que en 10 o 15 días tendrá mascarillas quirúrgicas y jabón desinfectante. Por cierto, también me ha dicho que cualquier mascarilla –FFP1, FFP2 o FFP3— protege si se mantienen las distancias convenientes. Y, además, aunque sean desechables, se pueden reutilizar si las esterilizamos con H2O hirviendo o con el vaho de alcohol igualmente cocido. También puedo meterlas en la lavadora a 40°.

 

A las 20:00h los aplausos han quedado olvidados en el baúl de los recuerdos. Tal vez ya no son necesarios pues todos sabemos los agradecimientos que merece nuestra sociedad.

 

El informativo ha dado unas cifras caóticas. ¡Qué horror!

 

 

Día 20 - miércoles 1 de abril de 2020

 

J me ha leído la carta abierta que algunos políticos le han enviado a Merkel y he tenido que esforzarme para no llorar. A ver si los estados miembros de la UE que no ayudan a los que la covid19 masacra, nos echan una mano. De lo contrario, Europa se irá a la mierda. Quisiera que nos mantuviéramos unidos.

 

Estos días son buenos para reflexionar. La existencia es una pescadilla que se muerde la cola. Un círculo vicioso sin principio ni fin. Cada equis tiempo sucede una calamidad que aniquila a gran parte de la población mundial de una u otra forma. Y, vuelta a empezar. Hemos vivido en una sociedad regalada a consta del egoísmo que convirtió lo prescindible en imprescindible y lo importante en banal. Cada uno a su aire –lo que equivale a una cierta libertad—. Pero olvidamos que en la Tierra hay café para todos. Dicu, nos morimos, nos estamos muriendo. Cuando superemos esta tragedia, todo será diferente.

 

Si fuera médico no sabría cómo decidir la vida o muerte de uno u otro paciente. Muchos doctores, tienen que hacerlo. ¿Sabes por qué? Porque nos creímos tan poderosos como el Todopoderoso –si es que existe—. Y, en nuestra omnipotencia, olvidamos que podíamos enfermar. De tal manera que, en un caso como el actual, no hay ni especialistas ni material ni camas para socorrer al conjunto de la sociedad. No hace falta que se apruebe la eutanasia: está en vigor obligatorio.

 

Somos unos genocidas. La covid19 sembró. Nosotros cultivamos. Más muertos y más contagiados. Las autoridades dicen que estamos llegando al pico. ¿A qué pico? ¿Al de arriba o al de abajo? ¡Qué pena damos!

 

Día 21 - jueves 2 de abril de 2020

 

He salido a comprar algunos platos de comida preparada y la calle desierta ha golpeado mi psique. He grabado un vídeo para que J viera un poco la calle. Pero… ¿qué hay que ver? Algunas aves, un puchado de personas enmascaradas, unos vehículos dispersos o la tristeza de los edificios alicaídos como tulipanes deshojados a punto de perecer.

 

Existe un ambiente generalizado de hibernación. El bullicio de la sociedad del bienestar ha entrado en la etapa de la sumisión. Nuestros cuerpos se debilitan a pasos forzados. Puede que sea la evolución de nuestra raza y, dentro de unos meses, surjan las primeras mutaciones con una pérdida de masa corporal que derive en una miastenia generalizada. Me niego, Dicu. M-e n-i-e-g-o. Tenemos que resucitar como Jesucristo o como los walker de una peli de terror.  Ponernos en funcionamiento: todos los días gimnasia haga frío o calor, nos muramos de tristeza o estemos contentos porque la covid19 se estabilizó.

 

Después de comer me he puesto mi disfraz apocalíptico y he ido a Mercadona. La compra ha resultado bastante productiva pues he encontrado 250 ml de desinfectante para las manos por 2.20€. El resto de productos, mantenían igualmente los precios anteriores a la catástrofe. He grabado otro vídeo: es deprimente. No había absolutamente nadie. Lo he subido a las redes. ¡Ufff…! Vivo en una ciudad muerta. No hay perros ladrando, solo algún pájaro de mal agüero pregona el anticipo de la próxima decapitación.

 

Solo me crucé con una pareja de jóvenes y, con la que nos está cayendo, va y me chulean. Iba cargada hasta los topes y tenía poca movilidad. Se han descojonado de mí y, por casi, se me echan encima pese a que les he dicho: «Por favor, mantened la distancia». Me he cagado en ellos y, sin venir a cuento, se me ha cruzado una idea por la sesera: «Ya que el bicho detesta la lejía y el alcohol, ¿por qué nos hacemos alcohólicos? Como es poco recomendable, me he contestado a mí misma: «Porque acabaríamos cirróticos. Pero, ¿estarán investigando fármacos que contengan extracto de uva y todo eso…?». ¡Ojalá!

 

Tengo que hacer la declaración de la Renta, pero me la bufa; mi capital es tan elevado que estoy exenta. Aun así, entregaré el borrador. Seguro que me devuelven o pago 1 o 2 €. ¡Qué mogollón!

 

Hay más de 110.238 personas contagiadas y 26.743 han superado la enfermedad. Pena, mucha pena.

 

 

Día 22 - viernes 3 de abril de 2020

 

Hola Dicu. La noche fue un tanto extraña; escuchaba las toses de algunos vecinos. Puede que sea una bronquitis o cualquier infección respiratoria ajena a la covid19, pero, es imposible dejar de pensar que puede ser lo peor. Me metí en la cama y me arrebujé con el edredón. La luz estaba abierta, y, de repente, me desperté una hora después. Iba a levantarme al servicio y, como en el día de la marmota, he mirado el despertador y habían pasado 45 minutos. La luz seguía encendida. Algo incomprensible pues duermo con tapones y con las luces super apagadas como si fuera el Hotel de los vampiros de True Blood. Luego he tenido un duermevela perenne.

 

Me he levantado pronto y me he machacado en mi gimnasio casero como los atletas de élite. Dos horas y ducha caliente. A mediodía, me sentía mejor. Cuando he bajado la basura he visto un cielo maravilloso y limpio de un azulino delicioso. Me hubiera sentado en el parque a tomar el sol. No obstante, me he comportado como un sintético del hogar y he tirado las bolsas en los diferentes contenedores antes de subir andando. Nadie puede quejarse pues es una costumbre que tengo desde hace bastantes años. Lo hago desde que escuché a un pavo que estaba rico, rico, rico… decirle a una chica: «Como vives en un piso séptimo, sube y baja andando y verás como mantienes el trasero perfecto». Siempre fui presumida, Dicu. Aunque esta pandemia me está cambiando. A medida que pasan los días, empieza a importarme un rábano mi aspecto. Por eso me esfuerzo; no quiero acabar todo el día con batín y tirada en el sofá.

 

Sé que hay más muertos que ayer y también más contagiados. Sin embargo, parece que la curva tiende a neutralizarse. De verdad que me gustaría creerlo. Aunque haya leído algunas noticias alentadoras otras son contradictorias. Se ha confirmado lo peor: el confinamiento se alarga hasta final de mes. ¿Cómo irá verdaderamente la pandemia para que esto suceda? ¿Es el fin? ¿De verdad que lo es?

 

Días 23 y 24 - sábado 4 y domingo 5 de abril de 2020

 

Hola Dicu. J acaba de bramar: «¡Me cago en la madre que parió a todos los chinos! Hay que boicotearlos. Seguro que ellos no se lavaban las manos tanto como nosotros ni en Wuhan ni en Beijín cuando la puta pandemia los achicharraba. Se nos va a caer la piel». Me ha sorprendido. Pero la verdad es que se me están pelando los dedos y las palmas como si fuera una serpiente mudando la piel. ¡Gr…! Seamos fuertes y no pensemos que los asiáticos tienen la culpa de todo, solo un poquito… ¿O no? ¡Dios! ¡Cuántas dudas!

 

Si pienso fríamente, me inclino por algo similar al film Contagio de Cronenberg que mencioné días atrás… Un murciélago hace sus necesidades en una porquera y un cerdito se las come. Después uno de los lechones que pare es vendido en el mercado y se lo comen unos turistas. Ya está la mierda montada. Si dejo mi vena fantástica volar, ¿qué quieres que te diga? Seguramente escribiría una historia en la que el hecho anterior fuera medio cierto, aunque le daría una o dos vueltas de tuerca. No incriminaría a EEUU, que es lo que casi todos sugieren, me iría a por los extremistas islámicos que odian Occidente. Se van a los chinos con un montonazo de dinero y les dicen: «Mejorar el bicho en el laboratorio que nosotros lo esparciremos». ¡Vaya animalada! Pero, querido diario, estar en clausura, tiene sus consecuencias.

 

Ayer fue un día rápido. Hice gimnasia y hasta bailé el twist de Pulp Fiction –lo que sea por reírse de uno mismo y hacer reír a los amigos. Pero no lo he grabado: debería haberlo hecho para compartirlo con todos—. Después comí rápido, pues tuve que ir a Consum a por unas cosas imprescindibles. Me pone bastante nerviosa el mero hecho de salir a la calle. Me confieso miedosa. Antes de salir me invade un mar de dudas. ¿Infectaré o seré infectada? ¿Guardaré bien la distancia recomendada? ¿Habrá mucha gente y tendré que guardar cola? ¿Encontraré lo que necesito? Y muchos etcéteras más. A eso se une un croquis del espacio a recorrer para llegar y hacer la compra lo más rápido posible.

 

Últimamente me ha dado por compartir en redes la verdad y además de hacerte público, subo algunos vídeos. No tengo la menor intención de famoseo. Solo quiero ser un punto en la memoria colectiva. Ayer hice una pequeña filmación y me invadió una tristeza enorme cuando pasé por el parque y vi los columpios y toboganes sin niños. El silencio sepulcral me encogió el alma y las ramas volátiles de los árboles tejieron su sombra llorona, sobre mi hechura.

 

Pasé la tarde ¡plof! Y el anuncio de la prórroga del confinamiento, que a su vez se puede requetérreprorrogar, terminó de plofearme, aunque fuera la Crónica de una muerte anunciada, no de Gabo sino del mundo. El informativo me animó bastante. Dijeron que la curva seguía su procesión de aplanamiento. Sin embargo, me desbarajustó un poco el tema de las mascarillas. Ahora, es recomendable su uso cuando antes se llegó a decir que podían ser perjudiciales. ¡Ayyy…!!! Creo que el cuento preferido de muchos gubernativos es Pinocho.

 

A ver qué nos dicen, esta noche. Este confinamiento parece La milla verde. Tal vez, si nos dieran a todos el traje de protección individual correspondiente, podríamos salir a la calle y viviríamos la vida de otra manera.

En la calle me siento como la reencarnación de Will Smith en Soy leyenda. Quizá mañana amanezca la esperanza. ¿Por qué no?

 






Semana 4ª - Día 25

Lunes 6 de abril de 2020

 

Dicu está anocheciendo: el día pasó veloz como un soplo de viento primaveral y disperso que movió las palmeras que se ven desde la habitación del ordenador.

 

Hace un rato escuché aplausos, pero no me apetecía salir a la ventana. Para que voy a mentirte, estoy muy agradecida a las personas que nos ayudan en esta desafortunada situación, y lo digo de corazón. Sin embargo, cuando me pongo a teclear no hay quién me pare. Y, me he quedado dándole a las teclas... hasta olvidé que tenía la vejiga tan llena que me iba a explotar. Cosas de loquitas como yo.

 

De buena mañana hice gimnasia, para variar, pero, antes, me enfadé. Nada más levantarme me telefoneó una buena amiga: no encontraba guantes ni mascarillas ni gel desinfectante. Por suerte, podía pasarle un poco de todo porque hasta había descubierto un paquete de 10 Ud. de las mascarillas que usé para pintar las humedades de la habitación el año pasado, sin FFP de ninguna clase. Aun así, me parecen un milagro. Ojalá todo el mundo tuviera por lo menos una. Le hice un hatillo porque quería enviar a una persona a recogerlo. Y, muy a mi pesar y al suyo, el paquete sigue estando en la entrada: no ha encontrado a nadie que pueda venir. Le he comentado que, bajaba y se lo ponía en un taxi, pero creemos que no está permitido. Como son útiles de primera necesidad, ya se nos ocurrirá algo.

 

También me cabreé al leer un artículo en el que se especificaban las horas en las que permanece el virus en los distintos materiales y superficies. Llegué a la conclusión de que, si nos tiene que infectar, nos contagiará; es imposible hacer todo lo que prepone el gobierno para no contagiarse. Solo sería factible si tuviéramos en la entrada de casa un dispositivo higienizador –con ducha integral para todo y todos los que entraran—. En parte, es una pamplina. Por cierto, el pico será óptimo cuando los contagios sean menores que los enfermos dados de alta.

 

Sabes, me ha tocado pastillear. Acabé de comer y rellené el pastillero semanal de J –me lleva casi una hora porque hay que poner un montón de pirulas—. Enchufé una peli que seguía en marcha cuando entré en la cocina para asearla. Entre pitos y flautas, se hizo la hora de merendar. Antes de devorar el bocata de atún que me había preparado, me vestí y bajé la basura. Había claros y nubarrones; el fondo azul del firmamento me gustó. Dentro de esa letalidad devastadora que arrastra al mundo, la atmosférica se está regenerando o por lo menos, eso parece.

 

Hasta mañana, Dicu, espero que el informativo nos dé esa alegría esperanzadora que tantos necesitamos.

 


Día 26

Martes 7 de abril de 2020

 

Me he levantada más pronto de lo habitual para ir a... Comidas El Rubio y, después, a la farmacia. He grabado dos vídeos, pero no creo que los suba porque solo de verlos me aflijo. Ya veremos lo que hago. Es un testimonio fidedigno de lo que significa un confinamiento sanitario bien hecho –me siento orgullosa de mis conciudadanos—. Como a estas horas no suelo bajar, he visto un poquillo más de movimiento; aunque sigue siendo penoso andar por mi city y cruzarte con una decena de peatones que miran, como tú, al suelo. Los comercio y negocios chapados al 99’99%. El ruido ensordecedor de las calles, ahora, es solo un murmullo inocuo que me hace pensar si no estaré en un universo paralelo. Pero, no, es mi barrio con un máscara desconocida y silente: está en marcha la sociedad virtual. Tendremos que aclimatarnos.

 

Nos ha telefoneado el médico de cabecera –es más bueno que el pan—. Como tenía un rato libre se ha puesto a llamar a los pacientes con alguna patología y claro, J es paciente de riesgo; quería saber cómo estábamos. Me ha dado algunos consejos, como lavar con jabón los guantes y reutilizarlos, o hervir las mascarillas con unas gotas de lejía. También me aconsejó que cada vez que venga de la calle, mantengamos una distancia prudente durante 3 o 4 horas y, además, si es posible, que ambos llevemos mascarillas dentro de casa. Me parece una de las personas más legales que conozco. Si todos fuéramos como él: el mundo sería mejor.



 

Día 27

Miércoles 8 de abril de 2020

 

 

Cuando he subido la persiana y he visto un cielo limpio y hermoso, no me lo podía creer. Pero, al mirar enfrente –justo donde está el solárium del gimnasio— y verlo vacío, me he entristecido. Solo he dado un vistazo al resto del espectáculo, tampoco es que ejerza en demasía de James Steward y su voyerismo, más bien, miro poquito porque me da vergüenza. De todas formas, unos segundos bastan para contemplar el panorama para matar…te. Así que, mejor no mirar.

 

He leído una noticia en El independiente que me ha puesto los pelos de punta. El epígrafe rezaba lo siguiente: «A un enfermo de 80 años ya no se le ingresa, sabiendo que puede fallecer». Es así de crudo. Ahora pondría la canción de Camilo Sesto Ya no puedo más… Hasta la tararearía... Ya no puedo más, ya no puedo más, estoy harto de tantas mentiras… o parecido y lo demás… La letra viene a huevos con todo lo que escuchamos, leemos y vemos. Sin embargo, solo nos queda una: ver, oír y callar.

 

En este instante, me gustaría ser de otra especie, me avergüenza ser humana. ¿De qué sirve vivir mogollón si cuando te haces octogenario, mayormente, se nos trata como a la mierda? Parece que llevemos la gema de ese color determinado que en el film La fuga de Logan, te hacía desaparecer en una ceremonia pseudorreligiosa cuya finalidad era asesinarte.

 

En Mercadona he notado a la gente más suelta: guardan menos distancia que la conveniente. ¡No me mola nada! Hay que seguir alerta. Sí o sí. Dicu… ¿sabes lo que les ha pasado a nuestros hermanos franceses? Pues que en 24h han fallecido 1.600 personas. Me entran ganas de llorar mientras lo escribo. Es muy, muy triste. Pero a mucha gente no le importa, ni esto ni que estemos en Estado de alarma y quieren hacer fuchina de Madrid a la Comunidad valenciana para estar cerca de la playa.

 


Días 28 y 29

Jueves 9 y viernes 10 de abril de 2020

 

 

Esta mañana ha sido terrible. ¡Jajajaaa…!!! Es broma. Terrible es lo que está pasando. Lo digo porque he tenido que limpiar la casa y no me gusta nada de nada, veas tú. Ahora, es un quehacer diferente dentro de la monotonía del silencio, del no tener ganas de hacer nada, de querer llorar constantemente, de poner buena cara y ser una entusiasta en las redes cuando lo mandarías todo a freír espárragos. Así que, en esa estamos.

 

La tarde fue especial porque, cuando bajé a tirar la basura, llevaba conmigo la cestita de Caperucita para mi amiga que salía de cuidar a su mamita. Así que, me hizo una perdida cuando estaba cerca y se apeó en el semáforo que está al lado del contenedor. Yo bajé con mis desperdicios basuriles, los eché en su sitio y, después, abrí el capó de su vehículo. Le metí lo que le había preparado mientras nos besábamos con la mirada y la sonrisa enmascarada. El semáforo se puso verde y se marchó. Pero me quedo la satisfacción de haberle alargado la mano de otra manera. La quiero mucho.

 

Ya sabes que no soy religiosa, pero… ¡menudo Jueves Santo para Pasos, costaleros y procesiones! Me sabe mal por ellos. ¡Ea! Será una Semana Santa recordada en los anales de la historia. Hay más muertos, más infectados, más de todo lo que este maldito bicho nos echa. Suena la trompeta del Juicio Final: el confinamiento puede alargarse y el desconfinamiento será paulatino. EU sigue unida… nada de coronabonos o eurobonos. De momento, tenemos que conformarnos con poca guita. Ya veremos si el grueso de la lotería se dirige hacia los más necesitados; PYMES, autónomos… quienes sean.

 

Viernes Santo… y tan santo. El mutismo sepulcral que rodea la casa me ha hecho recordar la Semanas Santas de mi niñez. Entonces era pecaminoso hasta respirar. Apenas se hablaba, la tele –si se encendía— era un susurro, estaba mal vista la sonrisa, si ponías música te soltaban un cachete y salías a la calle mirando al suelo, solo, para ir a misa o a de procesiones. No había bichos mutantes que te enfermaban los pulmones y te reventaban el corazón. No despertabas en la UCI de un hospital repleto de camillas hasta en la antesala de reanimación cardiorrespiratoria. No acababas con los pies por delante en una bolsa de plástico mal cerrada. No. La sociedad de aquel entonces se autoconfinaba en estos días tan católicos. Pero, la atmósfera de miedo era similar… como si la obligación devota te arrestara la libertad.

 

Se ha nublado y el jardín de enfrente está completamente vacío. Los columpios de los niños siguen parados y los coches estacionados como las hileras de ataúdes que pueblan los hangares del Hades. Se ha roto la sociedad del bienestar y el orden mundial ha cambiado. Da lo mismo que compremos el mejor Super Glue del mercado para pegar las anchuras de las puerta y ventanas, no tiene remedio. Me han salido unas estrofas. Venga, las voy a escribir.

 

 

28 días después

 

El tiempo se diluye

La mañana es noche

Y la noche día

El domingo es lunes

Y el martes huye

 

 

28 días después

Las horas pasan

Los minutos prosiguen

Las semanas se atascan

Y tú, permutas la piel

 

28 días después

La vida conocida

Huye por el WC

Y tú, también

 

 

 

Días 29 y 30

Sábado 11 y domingo 12 de abril de 2020

 

Sábado… o lunes o miércoles. He llegado a un punto, en el que el tiempo se ha fundido entre las paredes y el pasillo de casa. Supongo que, la mayoría de confinados, comienzan a tener secuelas de algún tipo. Esta mañana el farmacéutico me ha dicho que su hijo –un tennager pelirrojo con cara de espabilado— está desquiciado. Y, ayer, un amigo me confesó que su hija –un poco mayor que el chaval— lloraba a moco tendido.

 

Presencio un cambio social que, evidentemente, alterará la vida. Ya no sé qué contarte. Se trata de vivir esta nueva fase en la que comienzo a recordar los animales, los prados, los monumentos, las personas… como si fueran parte del pasado. Una película de ciencia ficción en la que el proyector me dice: «Esto es una vaca. Esto una flor. Esto un anciano». Que soy tremendista, me dices, puede ser. Si sucede algo chungo, estoy preparada. Si por el contrario, el futuro se llena de arcoíris, disfrutaré como una niña pequeña. De eso se trata. De imaginar. De dejar que mi niña interior vuele.

 

Aislada comprendo que un abrazo vale más que un puñado de euros y que un beso como el que Burt Lancaster le da a Deborah Kerr en De aquí a la eternidad es lo mejor que me puede pasar. Soy un tanto romántica por eso me disfrazo de siniestra para no pegarme más golpes en esta cabeza abollada.

 

Las personas somos números en unas listas virtuales. Hay tres. Le primera se llama contagiados. La segunda fallecidos. La tercera, recuperados. La covid19 sigue su ritmo. El que Sanidad prolija como bueno. La curva sigue aplanándose. Como si 510 muertos en las últimas 24 horas, y 161.852 contagiados, fuera algo trivial. He pensado que, si no nos hacen los test a todos y comenzamos la desconfinación, puede que los que estén o estemos incubándolo, contagiemos a otros y vuelta a empezar. Caca, culo, pedo –que no Pedro—. ¿O sí?

 

Me he levantado con ganas de hacer algo fuera de lo habitual. Así que he arreglado algunos cajones. Quise compartir con J. Me apetecía que me dijera: «Qué bien haces las cosas mi amor». La cosa quedó en: «Eres una obsesiva compulsiva». ¡Jolines! Bueno, quiere decir que habían quedado de cojones.

 

Después me tinté el pelo nuevamente. En esta ocasión, con una mezcla de varios tonos porque el habitual se había agotado; el resultado me ha gustado cantidubidubidubi cantidubidubida. Parecía recién salida de la pelu. ¡Fabuloso! Pero lo más gracioso ha sido que, cuando he ido a tender las toallas, escuché que la vecina de enfrente –la que tiende la ropa chachi piruli—, hablaba con una colega: «Mira, pues no se ha quedado blanco sino plateado. Me gusta el tono». Hoy estábamos todas acicalándonos. ¡Vaya! Me he dicho a mí misma. Pese al maldito bicho matagente, seguimos adelante e intentamos no hundirnos en la mierda.

 

A mediodía repasé el maravilloso film Minority Report –con un Tom Cruise guapísimo y una Samantha Morton –la recién decapitada Alpha de Walking dead— debutante, en el personaje de Agatha, La precog. Pensé que la película no estaba tan lejos de la realidad. Ya tenemos robots que toman la temperatura corporal a tres metros de distancia. Interior controla los movimientos de los ciudadanos por móvil. Usamos vídeo conferencias para ver las caras y enviar abrazos, besos o lo que tengamos ganas, virtuales… a nuestros cercanos. Solo nos falta hablar con los hologramas de nuestros colegas.

 

Pese a que toma fuerza que, la covid19, es fruto del descuido o el deseo de algunos científicos de ojos oblicuos por tener el arma biológica perfecta; el bicho se fugó de los laboratorios como el preso número nueve de Alcatraz y no hay vuelta atrás. Vendrá el coronavirus 20, 21, 22 y etcétera… La nueva era. La telemática. La cibernética. Esa que estará repleta de IA, ISA y hasta super, requetésuper ISA. Tiempo al tiempo.

 

Dicu por, hoy, bastante. Como esto se alargue, igual te conviertes en una novela. La verdad, prefiero que te quedes en mi diario cuarenténico. 40 días y poco más, por favor. Por las víctimas y por los muertos. Por lo que ha pasado y por lo que vendrá.

 

Por cierto, el bicho ha repuntado. Y, esta mañana, se han reincorporado al trabajo muchos empleados, veremos qué pasa.

 





Semana 6ª

Del lunes 20 al 25 de abril

 


Hola Dicu. El domingo terminé diciéndote que la historia de la covid19 se había gestado, por descuido, en un laboratorio de Wuhan o parecido según los EEUU y otros países de la EU que secundan esta teoría. Bueno, pues entre ayer y hoy he recopilado diferentes artículos en los que hay de todo. Ciertamente, tenemos muchos agoreros, quizá, demasiados.

 

Nostradamus señaló como causa de la tercera guerra mundial sería la invasión de chinos y árabes, o algo similar porque las interpretaciones pueden decir una u otra cosa dependiendo de quien las haga. En fin, la pandemia actual puede ser una nueva forma de guerra. Antiguamente, los combates se libraban en los campos de batallas. Después, el enemigo atacaba ciudades o lo que se les pusiera por el medio. Tal vez, ahora, prima sacar alimañas –que parecen autodirigidas— para que se carguen a la población. Si afinamos más, este bicho en particular, ha surgido muy espartano porque se va a por los más débiles. En la antigua Esparta los bebés que nacían con algún defecto –lo mismo que los convictos— eran arrojados desde lo alto del monte Taigeto. Wuhanchinihijoputini19 está acabando con los ancianos y quiere hacer lo mismo con los grupos de riesgo.


Que no se me escapen los agoreros, que no se me escapen… El primero ha dicho que las predicciones de Bill Gates estaban más que dirigidas. O sea, que no vaticinó nada de nada, sino que esta pandemia obedece a los que verdaderamente gobiernan el mundo –personajes en la sombra que nadie conoce— cuya finalidad es implantarnos a todos un microchip. ¡Toma ya!  El segundo, ha dicho que el orden social lo dictarán aquellos que se hayan infectado, hayan pasado la enfermedad y sean totalmente inmunes –lo cual es hablar demasiado pues no se sabe si la autoinmunidad será absoluta o estacional—. Según el artículo, éstos, serán la élite que disfrutará de la libertad. Los que, por el contrario, no se hayan contagiado, montarán fiestas con aquellos que comiencen a tener síntomas para pedirles un mordisco: «Por favor, inféctame, inféctame». Una humanidad de esclavos y esclavistas. El tercero, ha profetizado que, tal vez, España derive en un régimen similar al nacionalista hitleriano. Por desgracia, algo de razón tiene, pues se nos priva, día a día, de un cachito de la preciada libertad que teníamos. Deseo, de corazón, que se equivoque.

 

Ayer se saltaba de alegría porque la covid19 solo había asesinado a 399 personas –como si este número fuera algo sin importancia. Es para no dejar de llorar—. Hoy, la cifra ha ascendido en treinta y un difuntos. ¡Ya está bien! A este paso, aquí no se queda ni el Tato.

 

He leído un artículo terrorífico; al principio de la pandemia, se decía que el bicho mutaría poco, y resulta que, hoy, el gobierno asiático ha dicho que cambia infatigablemente y que hay cepas nuevas con una carga viral muy superior a la originaria en China –justamente, las asociadas a EU y EEUU—. Esto, me huele a chamusquina. La OMS advierte que, lo peor, está por llegar. ¡Esto es de locos!

 

Hace un rato, volví a ver a mi amiga; necesitaba unas mascarillas y le he comprado media docena en la farmacia –la broma han sido 9€. Como si fueran reutilizables cuando tienen 8h de vida—. ¿Qué quieren que nos gastemos el poco dinero que tenemos en mascarillas y demás aparatología necesaria para salir? En fin, le he preparado un paquete y, cuando estaba cerca, me ha hecho una perdida. He bajado a tirar la basura y a darle el hatillo. Iba con su hija, pero besos y abrazos en el aire pasajero. Le he preguntado a la pitufa cómo estaba y me ha contestado: «Tengo miedo». ¡Criatura! Se me ha caído el mundo a los pies y he pensado que mi infancia, con todos los horrores que pasé –como es la muerte paterna, entre otros desgraciados incidentes—, nunca fue tan dolorosa como lo será para los pequeños que están sufriendo la epidemia. Esto es una catástrofe que tardará en olvidarse. Posiblemente, en un futuro, los niños se fragüen en ellas y cuando venga la próxima, estarán acostumbrados. Para los que hemos vivido en la sociedad del bienestar, no deja de ser triste. ¿Dónde quedaron los juegos de la calle? Hoy en día, juegan con la Play. Y, desde que ha llegado el bicho asiático pasan más horas mirando la pantalla que riendo con los amigos o hablando con sus padres.

 

Los fallecimientos han aumentado.

 

Lo sabía, pero me ha quedado transparente. Hace ocho días que a J se le rompieron las gafas y tuvo que pedir unas por Internet. Fue a lo seguro: Mister Spex –una empresa berlinesa—. Las acaba de traer un mensajero de Correos. Sí, de Correos, que últimamente no sirve envíos. Todo perfecto y a buen precio. Por algo Alemania es la locomotora de EU.

 

Me ha pasado algo un poquillo molesto, Dicu. Fíjate, soy compradora habitual de Mercadona desde 1980. Ayer hice la compra semanal y se me olvidó el café. Hoy vuelvo adrede para cogerlo -entro por una puerta y salgo por la otra, como un rayo y con el carro PLEGADO porque iba a por unos platos de comida preparada—. Y la cajera, a la que conozco de siempre, me hace que le enseñe el carro. Se lo muestro y me suelta: «Ábrelo más que no lo he visto bien». Desde luego, algo está cambiando en esta sociedad de mierda que estamos creando por culpa de la pandemia y por comportarnos como verdaderos corderitos o como cerdos opresores. Los grandes, como este supermercado, se creen los dueños y señores de la morería. Regalan, dicen que son altruistas por aquí y por allá, pero se aprovechan de la situación: suben los precios y nos dirigen con altavoces de voz kagebeista: «No acumulen, hay para todos». A menudo, los empleados nos pierden el respeto. Mal por ellos.

 

Los de Amazon se lo curran bien, pero bien. Me han traído una caja de guantes de nitrilo –apenas me quedan— que me ha costado la mitad que los comprados en la Farmacia. ¡Bien por ellos! Menos mal que existen. Dicu, que no se te olvide que me confieso amazona total. Estoy segura que, si esta rocambolesca situación durara mucho, muchísimo –ojalá, no—, llegaría todo con drones como en otros lugares. Se retrasaría, pero llegaría igualmente. ¡Ah! Y sin subir el precio y cuidando a los clientes. Otra cosa son los costos que ponen los vendedores externos.

 

La dejadez aumenta con las horas, los días, las semanas y los meses inertes, aunque tenga una rutina para sobrevivir y creerme la mentira de vivir. Es otra alimaña depredadora que me engulle: se llama tristeza. La calle vacía, las personas que no se miran, no se saludan, no se conocen. El rictus cóncavo de los labios ha matado a la sonrisa. Y si no ríes, envejeces. El amor desaparece y entran las muñecas y muñecos hinchables que no contagian a nadie si los tienes desde antes. Ha llegado la sociedad de máscaras, guantes, desinfectantes, abrepuertas higiénicos, sentimientos virtuales, comercios repletos de mamparas, discotecas con EPIs individuales y playas de metacrilato. ¡Ah! Y con máquinas expendedoras de test automáticos para entrar en los lugares públicos.

 

Veo a D. Amancio vendiendo trajes asépticos como los que utilizan los virólogos en los laboratorios o las zonas de epidemias y sus complementos. Y a Porcelanosa transformada en una empresa de duchas/arcos/cabinas o lo que sea… de H2O y ozono para el recibidor o el baño. Para cada suspiro que ejecutemos sin extrema limpieza. Darán lo mismo, sus creaciones nos desinfectarán, pero no impedirán el paso a wuhanchinihijopitini19… 20… o 1001.

 

Apenas hay coches, pero mañana habrá niños por la calle. ¿Cómo? Aún no lo tengo del todo claro, veré si van en fila o con toda la familia por delante. Después saldrá otro grupo y abrirán las pelus y los comercios para aguaparnos. Los locales lucirán arcos purificadores y los profesionales ejecutarán su trabajo con brazos extensibles como los del Inspector Gadget para llegar a los clientes vestidos de Zara –se lo merece—. Además, habrá creado esos trajes protectores de todos los colores y estampaciones singulares.

 

Dicu, otra noticia para chillar eternamente. La he cogido, tal cual, de EL PAÍS, me han entrado escalofríos cuando la he leído: «Más de 5.000 € por escapar de España en patera. La pandemia fuerza movimientos migratorios a la inversa. Marroquíes y argelinos huyen de la covid19 y del consecuente parón económico». ¡¿Cómo estaremos?! ¡Madre mía!

 

El futuro ya está aquí. Como me estoy yendo de baretas, aquí y ahora, Diario cuarenténico –Dicu. Mi querido, Dicu—finiquito tu propuesta. A lo mejor, te visite puntualmente, pero los muertos y las mentiras, me pueden.

 

The end

 

Sábado 25 de abril de 2020

Día 44 de la cuarentena








*A mitad de mes publicaré la última parte de 2020 La realidad de la realidad que cuenta con algunos poemas, pensamientos, reflexiones, vídeos y experiencias personales surgidas durante la pandemia. 

Éste es un libro sin correcciones gramaticales ni de estilo. Escrito tal y como me salía de las entrañas con el corazón roto y el alma derrotada.


Anna Genovés 2020

Todos los derechos reservados a la autora


Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.