Era noble como una encina
y aún así, sufrió humillaciones
que le aislaron de la vida .
pero encendió el televisor,
y descubrió la esencia de su dicha.
Libre de castidad y también de conciencia
bello por dentro y hermoso por fuera.
Luis salía de su trabajo, una academia de formación ocupacional y continua sita en los alrededores de la capital del Turia, cargado con la caja navideña y el “atache” que le regalaron el primer día de trabajo; negro, destacando en verde billar, el logo “ACÉRCATE”.
Ése era el ridículo nombre que tenía su empresa. Como pidiendo que te arrimaras a ella, que allí te enseñarían mejor, que allí todos trabajaban bien.
-¡Ja! –pensó mientras se encaminaba a su Renault 5 con dos décadas de existencia y color amarillo desvaído-. ¡Mira que son hipócritas! –siguió balbuceando en tono bajo, al abrir la chirriona portezuela de su vehículo-, si mi boquita hablara… Se quedaban todos de patitas en la calle. ¡Qué embaucadores y cuánta corrupción tengo que ver a todas horas!; que si firman las listas de los alumnos que no acuden, que si abren cursos con la documentación falsificada para cobrar las subvenciones, que si prometen unos regalos que ni tan siquiera compran… Mejor callar para no mandar al paro a la plantilla completa.
-Luis que pases felices fiestas –escucha de una antigua alumna que lo saluda-.
-Igualmente, Conchí, igualmente.
-Conchí era mi amiga. Yo soy, MIla.. ¡No pasa nada!.
-Y tanto que no pasa nada –se dice así mismo, moviendo la cabeza, haciendo entender a la chica que tiene razón.
Se empotra en su desvencijado vehículo.
-¡Por fin!. Ya estoy harto de ir saludando a todos los que pasan por mi lado con una amplia sonrisa. ¡Ale!, y aquí, a mi lado, la cajita de Navidad. ¡Qué bien! –se destornilla sólo-. Como me gustan tanto las puñeteras fiestas…. Pues, si quieres más Catalina. No me voy a casa ni loco. Aguanta a la parienta y a la parejita de Lolitas desquiciadas de mis vástagas. Nada, que me voy a tomarme un copazo a la salud de mis jefes y mis compañeros.
Se pasa casi una hora recorriendo las calles de Valencia, atiborradas de transeúntes, coches, taxis y autobuses repletos de personas, ultimando las compras.
Al final, aparca en una callejuela poco recomendada, cerca del antiguo barrio chino. A pie, hace el resto del camino. Callejas húmedas y serpenteadas, esquinas con mujerzuelas maduras y flacas africanas que venden su cuerpo por unos puñado de euros.
En el barucho al que entra, ya lo conocen. No es la primera vez que lo frecuenta. Su trabajo, le es tan infame, tan humillante, que para soportarlo se ha vendido a la del cuello largo. El primer día fue una copa, y ahora, detrás de una viene la otra. Y así, hasta caer en un sopor que lo transporta a la vida que desea…
Su matrimonio hace aguas. Lo mismo que la balaustrada de la taberna por las gotas de la lluvia que la salpican, desde las goteras del techo hasta la madera roída de su superficie. Llueve fuerte; una cortina de aguacero, implacable, lo separan del exterior.
Apenas ve quien entra o sale, el JB que corre por sus venas y la tormenta que cuaja, un poco más, cada segundo, se lo impiden.
De repente, una voz cascada, hace que se gira hacia el lado opuesto. Empapado, un indigente barbiluengo con ojos chispita, le invita a otra ronda.
-Gracias, amigo –contesta Luis con una sonrisa agridulce-.
-De nada hombre, de nada. Aquí estamos para ayudar..
-Pues venga otro del lo que toma el caballero –vocea Luis, que ya no es dueño de sus palabras-.
.¡Tiene gracia!. Te llamas como el que reparte dádivas…
-Claro, y te acabo de invitar a una copa… Ése es el primer regalo que te hago.
-Ya. Y a ti, ¿qué te han regalado?.
-La última vez que me hicieron un obsequio fue hace mucho tiempo. Me dieron esta botella –dice el hirsuto con una mueca, enseñándole una nauseabunda botella de Soberano con más rocha que la tiña-. Ahora, yo te la doy a ti. Sí, ya no la quiero más; desde ahora te llamas Noel. ¿Vale?. Je, je, je…
-Yo creía que me llamaba Baltasar o quizás Melchor, jua, jua, jua..
Los beodos hombres se funden en un fraternal abrazo entre risotadas y una cháchara dislocada.
El tiempo corre como un maratoniano atleta que, presto, tiene que llegar a la meta. Es de noche cuando Noel sale de la taberna zigzagueando como una víbora a punto de clavar sus colmillos en una presa.
Luis se percata de que su amigo se ha dejado su roída billetera en la destartalada barra. Al cogerla, se abre; confundido, atisba la fotografía de un joven rubio con ningún parecido al hombre que acaba de marcharse.
-No, si encima será un ladrón –brama con ira-. A ver si me ha robado la mía –palpa su bolsillo hasta percibir que su cartera sigue intacta-.
-¡Eh tú! –le dice el camarero desde el interior de la barra. Un diminuto con cara de pocos amigos-.
-¿Quéééé? –contesta un risueño Luis, al ver que el vozarrón que acaba de escuchar proviene de un hombre de estatura diminuta-.
-¿A ti no te han enseñado a ser respetuoso con los demás?.
-Hombre, ¡qué no es para tanto!.
-¡Qué no es para tanto!. Acabas de llamar ladrón a un buen hombre. Ese de la foto es él… Hace años. Apareció, tal día como hoy de hace dos décadas; llovía como ahora y tenía la misma cara de angustia que tú.
-Bueno, perdona. Nunca lo hubiera dicho… Ahora se la devuelvo.
-Déjalo ya lo hago yo… De todas formas, a dónde va, no le hará falta.
Luis sale achispado como una cuba, pero al dar la vuelta a la esquina, su consumida vista se fija en un hombre tumbando sobre el banco de la plaza: es Noel. Había parado de llover, pero su ropa estaba empapada. Sin embargo, se le veía feliz durmiendo la mona.
Iba a acercarse... Pero rumia que es mejor dejarlo en paz. Se notaba que estaba acostumbrado a aquella vida.
Coge el Renault y pone rumbo a casa… Al tomar la Gran Vía, se topa con otro bar que le desvía de su ruta.
Su cuerpo emana ese típico olor a bareto impregnado de comidas baratas, grasientas… Y alcohol marca blanca. Su ropa está sucia..
Al entrar, lo miran de medio lado. Luis se retira la greña castaña y opaca que se desliza por su frente, como queriendo adecentar su aspecto.
En la barra, un grupo de jóvenes; en una esquina alejada y solitaria, una mujer de mediana edad acompañada de un vaso de chupito.
Piensa que allí está a salvo y se ubica en el taburete contiguo, dándole la espalda. Pero tras dos cubalibres de Pepsicola y Ron Bardinet, entabla una dicharachera conversación con la solitaria, que finaliza con una palmada en la espalda y unas frases de ánimo…
-Mujer, verá como todo se arregla. No piense que todos los casos de niños desapariciones acaban mal…
-Es usted un buen hombre, Luis, pero a ver, dígame el nombre de algún niño que tras estar una semana desaparecido, haya vuelto con su familia como si nada. Yo me acuerdo de la pobrecita Mª Luz, de Yeremi el canario, de esa niñita inglesa que todavía no han encontrado, no sé cómo se llamaba…
Luis, con una clarividencia extraña, para el alcohol que enjuga su cuerpo, le dice con la tranquilidad de un filósofo a su alumnado:
-Si se refiere a la niñita desaparecida en el Algarve de Portugal; se llamaba Madeleine McCann.
-Vaya memoria…. Ahora lo recuerdo, así se llamaba la pobre. Entonces, dígame ¿cómo mi Johnny, de tan sólo ocho años, correrá mejor suerte? -la mujer irrumpe a llorar-.
Luis, templado como el propio Séneca, sin saber el motivo, saca la anticuada botella que le había regalado Noel del bolsillo interno de su gabán, y le dice a la desconsolada Magdalena:
-Como que esta botella es el regalo más preciado que nunca me han hecho, que su Johnny pasa la Nochevieja con usted, ileso y sonriente. ¡Ya lo verá mujer!. Los borrachos nunca mienten.
Le guiña un ojo. Sale del local canturreando y serpenteando como un péndulo.
De nuevo emprende el camino de regreso a su hogar.
Dos manzanas antes del bloque primero de la esquina de su calle, se le antoja que tiene que tomarse la última copa…
Esta vez le toca un barecito, otrora club topless, la decoración no ha variado demasiado, sofás adosados a la pared, algún que otro silloncito, todo de escay granate y mesita céntrica, en la parte izquierda. En la derecha, la barra con taburetes con el mismo envoltorio. Detrás, un espejo, de parte a parte, sujetando tres estanterías repletas de todo tipo de bebidas alcohólicas.
Luis, las mira y remira. Al final, pide un chupito de vodka Smirnoff. Al cabo de unos minutos, fija su vista en una pareja aposentada en uno de los reservaditos. Sus caras son opacas, tristes, la mesita que los recoge está atiborrada de envases de cerveza, y el cenicero de colillas. Tiene claro que, en ese lugar, les importa un bledo que la ley prohíba fumar dentro de los locales cerrados. Por tanto, los usuarios encienden cuantos pitillos desean.
Sonríe de medio lado… Pero cuando el caballero de las cervezas, pide otra, se pone serio. Entonces, espía los movimientos del camarero y los clientes.
De mediana edad, ella luce una melena desvaída de color neutro, entre rubio ceniza y paja ahumada; no es fea, pero tampoco se puede decir que sea un bellezón… Aunque sus labios son hermosos, las comisuras caen hacia abajo.
Él, con el pelo rasurado, tiene un rostro cincelado, rudo. Sus ojos destacan del resto de su óvalo por tener una mirada penetrante. Se diría que su sufrimiento, le ha llevado a un estado de autosuficiencia y reclusión del mundo.
-¡Eh tú!. ¿Qué miras? –escucha Luis con un eco lejano, mira a un lado y a otro sin saber bien, si se dirigen a él-.
-Oye, ahora no te hagas el tonto. Sí, te digo a ti. El de la barba de cuatro días y la ropa mugrienta… ¡Vaya peste!.
-Hombre, no seas así –espeta la mujer- que el pobre no se ha metido con nadie.
A esas alturas, Luis sabe que se dirigen a él, porque el grupo de chavales se ha marchado y no hay más clientes. Pero él, se había afeitado hacía unas doce horas, y su ropa estaba impoluta cuando entró a trabajar…
-Oiga, amigo –contesta Luis con sencillez-, los he mirado porque he creído ver un ápice de tristeza en sus rostro –¡diendres!, pero de dónde me salen estas palabras tan grandilocuentes, se pregunta así mismo-. No quería incomodarles.
-Pues lo ha hecho –masculla el rapado con cara huraña... Pero, me parece que lo hemos enjuiciado mal. Siéntese con nosotros, le invitamos a una copa.
Luis camina hacia el rincón y se acomoda en uno de los sillones de poli piel granas.
La conversación se hace amena. A los pocos minutos, le cuentan que ambos son desempleados de larga duración, que tienen tres hijos y que tras agotar todas las ayudas, en unos días los desahuciarán de su vivienda.
Luis tenía razón. Son dos desesperados, de esos que ya no les importa la vida.
Desconoce cómo darles ánimos… Pero lo que sí tiene claro es que, ante la desesperación de esas pobres almas, el alcohol se diluye en su sangre y, de repente, como si toda su vida hubiera estado encaminada a socorrer al prójimo, la lucidez fluye por su garganta con palabras desconocidas hasta entonces.
-¿Cómo habéis dicho que os llamáis? –discurre Luis frotándose la barba-.
-Pues no te lo hemos dicho –contesta el hombre-.
-Yo me llamo, Noel, ejem… Quiero decir Luis. Perdonad, quería animaros un poco…
-Bueno –prosigue la mujer- él, mi esposo, se llama Paco. Yo me llamo Mª José.
-Pues nada, amigos, aunque no lo creáis, estudié abogacía, y puedo aseguraros que no os pueden desahuciar porque existe un LEY que os ampara.
Mª José y Paco, se miran con esperanza en esas pupilas bañadas de lágrimas resecas..
-Sí. Podéis acogeros a la Ley 253 capítulo octavo –todo inventado en su mente de ebrio triturado-.
Pausado, saca una tarjeta de visita de un amigo de sus jefes, abogado; se la entrega a Paco, quien la lee con detenimiento, enseñándosela a su esposa.
-Mira Mª José –relee la tarjeta-. Abogados Trenor, ayuda a personas afectadas por desahucios de viviendas “Plataforma de afectados por la Hipoteca-PAH”.
-Habíamos oído hablar de ésta plataforma, pero ¿de verdad pueden ayudarnos? –pregunta Juan con los ojos abiertos como platos-.
-Por su puesto –contesta Luis sacando su pírrica botella como si fuera un tesoro-. Como que esta botella es el regalo más preciado que nunca me han hecho, que os quedaréis con vuestra casa y que ambos encontraréis una ocupación. Los borrachos nunca mienten.
-Que es, otra broma –interpela Mª José con sorna-. Que los Ramírez no tenemos estudios, pero tontos no somos.
-De eso nada, señora. En unos días, la llamaran de su antigua empresa de limpieza y volverá a su puesto de administrativa.
Mª José, se queda estupefacta, porque ése era su antiguo trabajo.
Luis, no sabe ni por qué lo ha dicho ni cómo su tono era tan convincente… Pero hasta él ha creído sus palabras. Se despide de ellos con una mueca, desde la entrada del bar.
Luis, está decidido a regresar con su familia. Pone la llave en la cerradura de la portezuela de su vehículo, cuando escucha…
Luis, mueve la cabeza de parte a parte.
-Si. Usté –le dice desde un banco de la plazoleta, un africano oscuro como el betún y con malas pintas, ofreciéndole una caja de vino Don Simón-. Pue veni –sigue llamándole con la mano-.
Luis no se lo piensa dos veces. No siente ni miedo ni horror. Si no, muy al contrario, afecto. Desconoce si por el vino que le ofrece o porque sus ambarinos ojos emanan una generosidad infinita.
-Hombre –le dice mientras agarra el Tetra Brik y hecha un trago al maloliente liquido que gotea por la esquina de la caja-.
-Quero, eso, dine.. dine… -dice frotando los pulgares contra los índices- eurósss. Decir bien.
-Tranquilo, te he entendido. Necesitas dinero. ¿No es eso?.
-Tú, amigó. Zaid quere dinero,
-¡Ahhhh!. Te llamas Zaid. Yo Noel -le da la mano- mucho gusto. ¿Y para qué quieres dinero?.
-Zaid dinero, comida –sugiere llevándose los dedos a la boca, en repetidas ocasiones-. Y má.
Zaid le enseña una tarjeta de residencia muy estropeada y con numerosos trozos de celo, en la que apenas se distingue su cara. Al examinarla comprende que está caducada.
-Esto es más gordo, Zaid –le dice Luis moviendo la cabeza-. Pero todo tiene arreglo. Tienes que ir a la embajada de Marruecos. Aquí pone que naciste allí.
Pues nada, vente conmigo que te dejo en la puerta. Allí sabrán qué hacer. Ya lo verás…
Zaid levanta los hombros, sin llegar a comprender… Pero Luis lo ha cogido del brazo y le ha invitado a subir al coche. Media hora después, Zaid entra en la embajada de su país, tras las indicaciones que Luis le ha dado al ujier apostado en la entrada.
Antes de despedirse le frota la espalada con cariño y, mostrándole la botella de Noel, dice: Zaid, no te preocupes de nada, como que esta botella es el regalo más preciado que nunca me han hecho, que tú te quedarás en España. Los borrachos nunca mienten.
Zaid, sonríe como un niño al que le acaban de regalar el juguete que más deseaba.
-Ahora sí vuelvo a casa –tararea al doblar la esquina de la calle de la Paz con la Plaza de Alfonso el Magnánimo donde ha aparcado su viejo Renault-.
Tras caminar unos pasos por la acera, choca con una compungida mujer. Hermosa y con buenas formas. Melena caoba, ligeramente ondulada, y gafas oscuras que cubren la mayor parte de su rostro.
-Perdón –le dice, tras embestirle de refilón-.
-No mujer, disculpe usted, es que voy un poco chispita.
De repente, la buena moza se le hecha en brazos llorando a moco tendido, con las carnes sueltas y a punto de desfallecer.
Luis la arropa… Venga, aquí hay una cafetería. Entremos y cuénteme qué le sucede. Las gafas se desprenden de su óvalo y, aunque intenta agarrarlas, ya es demasiado tarde. Su cara es un poema: una brecha cruza su ceja, con sangre oscura y marchita. Su nariz, hinchada, muestra un tono cardenalicio que vaticina un enorme moratón, consecuencia de que ha recibido, no uno, sino muchos golpes.
-No se avergüence... Tome las gafas y cubra su rostro. Sentémonos un rato en esta cafetería, beba algo caliente y hábleme de lo sucedido. Después la llevaré al hospital…
-No por favor. ¡Al hospital no!.
-Mujer, que son muchos los casos de maltratos. Usted sabrá que hay que denunciarlos.
-Lo sé… Pero lo mío, para algunos, es anormal.
-Oiga señor, que los clientes dicen que usted no va limpio… Y además, en media hora cerramos. Perdonen –interfiere el camarero que se ha acercado a la mesa-.
-El caballero, viene conmigo -contesta la dama mientras le enseña una tarjeta de alguien, que debe ser muy influyente, porque el camarero les pide perdón e ipso fato, les pregunta qué desean-. A mí póngame una tila.
-Pues, ¡ale!. Para que no digan –comenta Luis mirando al personal-. A mí otra.
-Es usted, todo un gentleman.
-Sí, un señor con una mano delante y otra detrás. Además de un poco beodo -contesta Luis alegre por el cumplido-. A lo que vamos. Después la llevo al hospital.
-Que no hombre, que no… ¡Eso no puede ser!. No lo comprendería…
Comienza a sollozar de nuevo la mujerona. Luis le da una servilleta para que se enjugue las lágrimas, recuerda a la madre del niño perdido. Pobrecilla –piensa-, cómo estará la buena mujer. Presto, como por obra de magia, adquiere una compostura magistral.
- Señora, mejor dicho, señorita, que todavía es joven. A estas alturas, lo entiendo todo. Cuénteme, cuénteme…
-Mire.. Soy lesbiana. Bueno, no sé lo que soy. Yo estaba casada y mi esposo me dejó por otra. Entonces me fui a casa de una amiga de la infancia, que está muy bien colocada en el Ayuntamiento. Una cosa trajo la otra. Ahora, ha regresado mi marido; está arrepentido. Y al decirle a, Cata… perdón. A mi amiga, que volvía con él, se ha puesto como una fiera.
Luis, está boquiabierto escuchando la historia. Comprende por qué el camarero ha cambiado su forma de actuar, y piensa que el cargo que ostenta su “amiga” debe ser muy importante. Pero además, está encajando las piezas del puzle lésbico, nuevo en su tesitura.
Traga saliva; se recompone con la tila y, tocando el bolsillo interior de su gabán donde reposa la botella de su amigo... Le sugiere:
-Bueno, pues primero aclárese, mujer.
-Los quiero a los dos. Él se portó mal conmigo, pero llevamos veinte años casados. Ella, es una amiga de la infancia, siempre tan buena. No sé qué le ha pasado.
-Que la quiere para ella sola. Mire, señorita…
-Merche, llámame, Merche, para lo que necesite.
-Como quiera. Pues, Merche, tiene que dejarlos a los dos –concluye tajante Luis-.
Un rato después la deja en urgencias. Antes de marcharse, se intercambian sus recordatorios…
-Madre mía –suspira Luis cuando lee la de la señorita noqueada-.
-¿Qué ha dicho Luis? – escudriña Merche dándose la vuelta-.
-He dicho que aquí le dejo la mía..
Le hace una larga reverencia y le dice, sacando la botella de Soberano:
-Princesa, como que esta botella es el regalo más preciado que nunca me han hecho, que ni su esposo ni su amiga le causarán problemas. Los borrachos nunca mienten.
Al llegar a su maltrecho vehículo, atisba a tres sin techo apostados en su chasis.
-¡Hey vosotros!. ¿Qué hacéis en mi coche? –espeta cabreado-.
-Tranquilo, amigo, tranquilo -le dice el de pelo cano-. Te estábamos esperando.
-Lo que has oído –asiste el de cabello bruno-.
-¿De qué coño estáis hablando?. ¡Ya está bien, que me quiero ir a mi casa!.. ¿Cómo riendas sabíais que era mío? –concluye señalando su desvaído coche-.
-Porque nos lo ha dicho tu predecesor, antes de abandonar este mundo –contesta el de piel oscura-.
-¿Cómo?. Dices que Noel ha, ha…
-Sí. Feneció hace una hora, recostado en el banco dónde lo viste por última vez, hace cuatro días… Ahora danos su botella.
-¡Cuatro días!. Si hace unas pocas horas que salí del trabajo –masculla tocándose la barba-.
-No amigo. Hace cuatro días –contesta el último en hablar-.
-Bueno, pues eso será –concluye como si no sucediera nada-.
Saca la botella de Soberano de su bolsillo y la mira con pena antes de entregarla a este peculiar trío.
-No estés triste… Esto es una rueda; cada uno tenemos nuestro destino. Tú amigo cumplió el suyo. Tú, lo has hecho bien este año –le indica el más vetusto-.
-Ya lo comprenderás… Ahora nos toca a nosotros. Tú cumpliste tu quehacer navideño. Vuelve con tu familia –le explica el afro-.
-Menuda Navidad… ¡Hijos de puta!. Si me despidieron el día veintiocho con una cajita de regalo. ¡Serán cabrones! –se muerde la lengua y cuenta con los dedos-. Entonces… Hoy es treinta y uno de diciembre. A ver cómo y qué le digo a mi familia. A mi mujer…
-Todo se arreglará. Tu mujer, lo ha comprendido todo.
Se alejan por la calzada, cuando Luis recae en que no sabe sus nombres y tampoco la razón de su petición.
-¡Eh, vosotros!. Y… ¿Cómo os llamáis.
-Seguro que te reirías si te lo dijéramos. Como nos veremos todos los años por estas fechas y siempre vamos juntos; puedes llamarnos: el trío, el triángulo o los tres. Como prefieras.
Por fin, Luis llega a casa. Para su asombro, tanto su esposa como sus hijas, lo reciben con los brazos abiertos.
-Papi, papi –salta a sus brazos Mariela-.. Hueles un poquito mal, pero te queremos igual. Ji, ji, ji…
-Luis, no pasa nada. Estábamos preocupadas, pero ya estás con nosotras –asevera su esposa-. Además, han llamado de tu empresa; no te han despedido, te han subido de categoría. Ahora dúchate y cenemos todos juntos.
Luis se asea y degusta los deliciosos manjares de su humilde mesa. Cuando las niñas se duermen, el matrimonio se acomoda frente al televisor para ver el noticiario de las tres de la madrugada.
Al final del mismo, Amelia dormita recostada en su regazo. Luis sonríe pletórico.
Entre las noticias, cuatro le han llamado la atención:
1. Han encontrado en el bosque a Johnny, “el niño desaparecido”. Aunque, un poco deshidratado, esté en perfecto estado.
2. “La familia Ramírez”, duerme tranquila en casa. El desahucio no se llevará a cabo.
3. Zaid Kouffa, “el marroquí sin papeles”, residirá en España. La embajada de Marruecos junto con el Gobierno Español, le han concedido un permiso de trabajo permanente.
4. La Teniente Alcalde del Ayuntamiento de Valencia, y el esposo de su secretaria, fallecen en una reyerta. Aunque, de momento, se ignoran los motivos, todo apunta a un ajuste de cuentas.
Bueno, pues cada uno de mis amigos, de una u otra forma, han obtenido lo que les prometí. Ahora los tres, empiezan su tarea. La primera, ya la han hecho conmigo.
¡Hasta dentro de doce meses!. Amigos. Dice elevando su copa hacia los inmóviles Reyes Magos que posan ante el pesebre del Belén de su comedor.
Luis se queda dormido junto a su esposa con un único pensamiento…
En este mundo hay cabida para "TODOS". En todos los grupos hay personas “GUAYS” y otras a las que tienes que dar patada…
Sólo una constante: La Navidad, siempre tiene duende.