BIOGRAFÍA MAESTRO RODRIGO
Las dos caras de las ciudades
Me perdí en mi ciudad buscando
inspiración… Sucesos que me hicieran concebir un microrrelato de 200 palabras y
vodeviles en cada rincón.
Primera parada: El puerto.
Barcos anclados –importación y exportación—.
Contenedores repletos de materiales diversos y El Mediterráneo. Una inmensa balsa de agua calma y amor.
Segunda parada: La plaza
del Ayuntamiento. Vehículos en movimientos, transeúntes –con facciones
divertidas o apagadas— y edificios neoclásicos con hermosas pinceladas.
Tercera parada: Los
Viveros. Jardines –flores y plantas— árboles exóticos, fauna variada, caminos
pedregosos, conciertos de rock & roll o de música clásica y familias
encantadas.
Cuarta parada: la Ciudad
de las Artes y las Ciencias. Calatrava y su ingenio –estructuras de dinosaurios
huecos—. El futuro está cerca: en nuestras manos silente y eterno. Diseminado
en la mirada.
Quinta parada: El barrio
de Torrefiel. Vestigios de Las Baratas –The Wire— habitadas por un
Benetton de cuchitril que desprende fragancias a poco trabajo y a podredumbre
insana.
Sexta parada. El
cementerio. Fosas comunes –lápidas sin nombres y otras habladas—. Mausoleos de
siglos pasados y cruces talladas. Interfectos redimidos y otros vagando eternamente
como los zombis de Walking Dead.
Séptima parada: El barrio
Chino. Mujerzuelas en esquinas –jóvenes o maduras, blancas o mulatas—. Chulos
con gafas tornasoladas y drogas en los bolsillos, vida que gotea cháchara.
Valencia dibujada: my ciudad, mi
casa. Crisol de civilizaciones: gruyere con multitud de costumbres y gente
variada.
©Anna Genovés
P.D. Lo escribí en un banco del
Parque Oeste. Antes, tuve el infortunio de dar una vuelta a la manzana…
Hace años el complejo era el
antiguo Cuartel de Ejército del Aire. Hogaño se ha dividido en varias zonas: el
parque mencionado, una piscina municipal, un centro de día para ancianos, un
casal fallero, la sede de una orquesta, las viviendas militares travestidas en
apartamentos para civiles, la Central de la Policía Local.
Al girar hacia la calle Santa
Cruz de Tenerife me topé con una cola serpenteante de vecinos. ¿Cómo hay tanta
gente? ¡Es extraño! Además, todos esperan callados y mirando al suelo. Pasaré
como si nada, pensé.
Cuando estaba a la altura del
gentío distinguí rostros conocidos que, al verme, agacharon más y más la cabeza
–como las gallinas cluecas cuando no quieren que se les vea—. La escena me
trasladó a la niñez. No levantaba un palmo del suelo cuando acompañé a mi madre
a votar.
La cola estaba llena de vecinos
que siempre me agasajaban y que, en dicha ocasión, miraron al suelo como si
nadie pasara. Apostados a ambos lados, estaba la benemérita con sus tricornios,
sus mostachos y sus fusiles.
Vuelvo a la realidad; me fijo en
un cartel que pende de la puerta a la que todos se dirigen y leo: «Banco
de alimentos para los pobres de España». El mundo se me cae a los pies. ¡Ya
sé porque he recordado mi infancia! Pienso con los ojos llorosos. A todas les
une el miedo.
Miedo al futuro y a perderlo todo.
¿Llegaré a ser una más de esta larga fila de parias?
©Anna Genovés
01/05/2012
En la actualidad, el panorama de
las dos caras de las ciudades, sigue prosperando en la fatalidad. Desde casa avisto
a los vecinos de enfrente. Me temo que, dentro de poco, se erigirá una ciudad
de cartón.
©Anna Genovés
10/08/2024
Las dos caras de las ciudades
inerte.