Peep-toes y dagas



 

No te fíes de un samurái

son tan excelsos

que olvidan la vida

y las reglas del juego

 

Jessica trabajaba en una red escort de prostitución de lujo. Sus atributos personales le hicieron pensar en los hombres demasiado pronto. A eso se unió la familia: clase media baja. Dejó de estudiar y se dedicó a revolotear entre los efebos y los crápulas; no le hacía ascos a ninguno. Hacer de cortesana se le daba de cine. Un día, la vio una madame y la inscribió en su plantilla. A la guayaba, le hizo un favor colosal. Aprendió buenos modales, cómo vestir… Y lo que es más importante, descubrió los secretos del erotismo de luxe.

 

Una década más tarde, albergaba una solvencia económica cómoda. Tenía la mejor comida, la ropa más cara, peep-toes al último grito y hasta unos Manolo Blahnik que sólo utilizaba en el boudoir alquilado en el que vivía. Pensaba retirarse en unos años. Nadie diría que cultivaba el oficio más antiguo del mundo o que sus padres eran ágrafos. Podía elegir a cualquier niño rico por marido. Pero a esas alturas, el sexo le gustaba demasiado como para criar una caterva de niños e ir dando tumbos entre pañales y salones, ataviada con el sempiterno delantal. Prefería vivir al día.

 

Su jefa la había reclamado para un trabajo especial: llegaba un alto ejecutivo japonés –visitador médico― que necesitaba compañía para un simposio de medicina contra el dolor crónico neuropático. Jessica se engalanó como una dama; elegancia y belleza no le faltaban.

 

El nipón ―Takumi Aoyama―, era un hombre con ojos de ratoncillo. Algo así como un gafapasta a lo Mad Men. Un tipo solitario, sutil y muy educado. Hablaron en inglés. El evento fue nutritivo. La experimentada meretriz, anotó, discreta, los nombres de los asistentes capitalistas en una pequeña libreta niquelada de lo más chics que llevaba en su bolsito de noche metalizado. Podían ser futuros clientes ―pensó—. Al finalizar la velada, el potentado japonés la invitó a tomar sake en su suite. Le dijo que siempre viajaba acompañado de una botella de Jummai Daiginjo ―uno de los mejores nihonshu (nombre del sake en Japón) del mundo―. Estaba hospedado en un hotel cinco estrellas resort de la ciudad. Tras beber una tacita, Jessica iba más beoda que un alcohólico en fase pomposa. Takumi le propuso que pasaran la noche juntos; recibiría un extra de seis mil euros.

 

―Por ese dinero le bailo un tango con mi vulva ―sugirió la femme fatale con grosería. A esas horas de la madrugada, había perdido la compostura.

 

―What? ―preguntó el nipón sorprendido, con cara de no comprender ni una palabra.

 

―Excuse me. It’s magnificent! ―rectificó una Jessica angelical. Era demasiada guita como para espantar al caballero. 

 

Tuvieron sexo al estilo El Imperio de los Sentidos. Pequeñita pero matona ―se dijo Jessica a sí misma, pensando en el miembro del descendiente samurái―. Estaba retocándose el maquillaje cuando Takumi irrumpió en la toilette enfundado en un traje negro de neopreno. A ella le hizo gracia; rio a carcajada limpia.

 

―Seguro que ahora pasamos a una sesión sado. ¡Me encantan! ―insinuó ella con gracejo.

 

Pero Takumi escondía un secreto mucho más perverso… Sin mediar palabra, la agarró del cabello y la empujó hasta el dormitorio. Ella pataleó; era desagradable y excesivamente violento. No sirvió de nada. El oriental había tapizado el lecho con un plástico grueso, Jessica tembló horrorizada. La cosa no iba en broma, pensó aterrada. Recordó algunos asesinos en serie y se preguntó a sí misma si sería un killer como Dexter o Pat Bateman. El Sr. Aoyama sonreía de oreja a oreja.

 

―Ahora no viene la sesión sado, guapa. Llega el banquete Hostel ¡una obra de culto! ―insinuó en un español cuasi perfecto.

 

Jessica comprendió que había entendido todo cuanto había dicho y que estaba ante una situación verdaderamente peligrosa. Chilló. Takumi le tapó la boca con cinta americana. Después, la sujeto a la cama con unos grilletes metálicos decorados por púas que, de inmediato, se clavaron en sus muñecas. La sangre comenzó a brotar. La joven intentó gritar a pleno pulmón. Pero los azorados envites de su defensa, tan sólo provocaron un ronroneo similar al de una serpiente de cascabel cuando se arrastra.

 

―Si eres buena, te quitaré la mordaza ―sugirió el oriental acariciándole el cabello—. Nadie te escuchará, por mucho que grites: la habitación está insonorizada. Además, en unos minutos, hará efecto la droga paralizante que has bebido con el sake y podré divertirme contigo. Te dolerá mucho. ¡Muchísimo! Sin embargo, no podrás moverte ni chillar. Un horror, cielo. Jugaremos con mis dagas, es una herencia familiar antiquísima.

 

Takumi separó los labios abultados y groseros; mostró sus perfectos dientes blancos en una sonrisa sardónica. Jessica abrió los ojos como platos y movió la cabeza de derecha a izquierda en un ¡nooo!!! Perpetuo mientras le clavaba el primer estilete en el muslo. Despacio, muy despacio... girando, a uno y otro lado, la hoja afilada.  La carne de la joven se desgarró en una brecha sangrienta que desaguaba como un torrente. El asiático lamió el plasma del filo. Después, le seccionó los tendones de Aquiles. Jessica dejó de resistirse: la droga había hecho efecto. Sin embargo, la apertura excesiva de sus párpados, denotaban el insufrible dolor que padecía. Media hora más tarde, su cuerpo estaba repleto de laceraciones. La presión sanguínea había bajado: estaba desangrándose como un cerdo en San Martín. Una nebulosa delirante, le recordó las torturas de los inquisidores. Se sentía víctima de su propia herejía. ¿Acaso Dios la castigaba? ―se preguntó en su inminente adiós―. De improviso, Takumi apagó las luces y se tumbó sobre la cheslón.

 

―Tengo sueño. Mañana seguiremos ―insinuó antes de suspirar como un querubín en vigilia.

 

Jessica estaba en manos de un psicópata despiadado. Pasadas las horas, el efecto sedante había disminuido y su cuerpo se había familiarizado con el dolor. El asesino seguía roncando. La chica pensó en el futuro que le esperaba fuera de aquellas paredes tétricas; sacó fuerzas de sus músculos agrietados y sus huesos quebrados. Desfallecida, tomando bocanadas de aire como una carpa roja en la red de un pescador furtivo, reptó por el pasillo con la mirada trémula. Aterrorizada bajo la fricción punzante del parqué, dejando un reguero de sangre espantoso. De pronto, sintió frío en ese cuerpo maltrecho que se apoyaba en el suelo. Levantó la mirada y vio una puerta lívida. Una grieta de ilusión voló por su fatigado cerebelo. Empero, Takumi se había despertado. Su sombra se aproximó. La abrazó. Sabía que los tormentos volverían; su carne sería pasto de las dagas macabras de su torturador.

 

―Pero ¿cómo? ―dijo el asesino―. Ahora que tú y yo íbamos a compenetrarnos en el éxtasis de la noche eterna ¿querías huir? Era tu salvación. Además, acabo de descubrir que tus zapatos son un arma letal ―le mostró una de sus plataformas arqueando una ceja y le asestó un golpe con el tacón de aguja en la cabeza.

 

Por el rostro de Jessica comenzó a resbalar un riachuelo de hematíes espesos de un grana oscuro. Takumi relamió el arma homicida; devorando hasta la última gota del flujo. La daga brilló en la penumbra; estaba reluciente. Los dientes del depravado: sanguinolentos.

 

—Tu sangre es una delicia, pequeña zorra —terminó por decir el despiadado homicida.

 

Takumi zarandeó a Jessica por el suelo. Sus piernas, sus manos, su vientre; despedazados. Ya no le quedaba líquido orgánico ni fuerzas para intentar escapar. Había entrado en la parte más oscura de la lujosa suite: la cámara de los horrores.

 

© Anna Genovés

Revisado el 25 de junio de 2023

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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Peep-toes y dagas

by on 17:17:00
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Confesiones de una escribidora de medio pelo

Hace tiempo que deseaba hablaros de mi escritura; tenía algunas ideas por aquí y otras por allá, pero nunca me decidía... Hoy, mientras ordenaba varios cajones, han surgido un sinfín de poemas y relatos de la infancia. También algunas novelas escritas en la juventud. Era el momento idóneo para confesarme.

Vista la enorme cantidad de trabajo, me he preguntado a mí misma: «¿Qué queda de esa Anna ermitaña, ingenua, sensible y vacilante?». Sin nostálgicas ni pañuelos, puedo aseguraros que soy la misma. Una cosa es lo que escribo, y, otra, muy distinta, mi vida.  Esta última nunca me agradó lo suficiente como para airearla. Por este motivo, compongo ficción y punto. No obstante, existen concesiones.

Las emociones transitan por un callejón de vía única. Cuando llego a la plaza se enganchan al principio para recorrer idéntico trayecto: una pescadilla que se muerde la cola eternamente. Al fin y al cabo, de eso trata la vida. Nacemos solos, necesitados de cariño. Y morimos del mismo modo... salvo excepciones.

Una amiga de la infancia me dijo hace unos meses: «Ana te recuerdo con esa libretita que llevabas a todas partes para escribir historias». Mi vocación por la escritura nació el mismo día que abrí los ojos y empecé a llorar cuando cachetearon mis nalgas: un universo paralelo a mi existencia y relegado a las horas de asueto o de insomnio perpetuo.

Pero, las biografías, son crueles, injustas y monótonas. Demasiadas charlas de moralina diciéndonos que vivir es lo mejor que nos ha sucedido; no opino lo mismo. Psicólogos y psiquiatras se afanan en la creación de Un mundo feliz  bisoño. A menudo, intentan lavarnos el cerebro para que luzcamos con una sonrisa Profidén tras medicarnos Prozac o sucedáneos.

Pues… lo siento, señores y señoras, amigos, fanes, haters, seguidores... Soy demasiado mayor para creer que vivir es la panacea de la Vía Láctea. La realidad es una lucha constante en un cuadrilátero de acero. Huxley ya lo dijo todo al respecto. Por si acaso, tenemos al pimpollo Christine Lagarde (directora-gerente del FMI), de 60 primaveras, para recordárnoslo en su artículo: «Los ancianos viven demasiado». Os recomiendo su lectura, es corto y no tiene desperdicio, ¡ya le vale al dinosaurio! Se habrá quedado descansada.

Lo sé. Estoy divagando... Saco un señuelo y lo escondo. Pues nada, aquí me quedo. ¿Qué queréis que os diga? ¡Ah! Sí. Casi se me olvida. Por fin lo he conseguido: ahora escribo de verdad; ya no es una utopía perdida en Ítaca. Soy una escribidora de medio pelo que se autopublica en Amazon. ¡Me encanta! Un pero: demasiado trabajo para una sola persona. Intento  reavivar las brasas amanuenses del pensamiento fatídico que me consume, día a día. Aunque me echen huevos a la cara o el piropo más gentil que me digan por anónimo interno, sea: «Eres una pedorra guarra». Son tantas las tartas que ha colisionado en mi rostro que me he dicho a mí misma: «Date el gusto de mostrar ese papelito que firmaste hace tiempo para dejar con la boca abierta a más de un hater deslenguado e ignoto de los que rulan por la red». Helo aquí:

No seré una juntaletras pésima cuando dicho contrato se rubricó con el borrador de la novela El legado de la rosa negra. Primero, leyeron las galeradas. Después, el manuscrito fue examinado por el equipo de lectores expertos de la Agencia; pasó el corte favorablemente. El absurdo: a posteriori, nunca remití a Antonia Kerrigan, una de las mejores Agentes Literarias de España, la revisión de esta u otra obra.

Este acuerdo también ha aparecido mientras organizaba cajones... Cada vez que lo veo me entra diarrea. Desconozco si soy buena o mala escribidora; yo diría que hay peores con laureles y mejores en la indigencia más absoluta de las letras. Sin embargo, tras reencontrar este protocolo olvidado en El baúl de los recuerdos, me declaro gilipollas por no haber exprimido al máximo esta oportunidad que me brindó la vida en su momento.

En realidad, estoy cansada de boxear: demasiados rounds sobre la espalda, sobrados puñetazos en mi maltrecho cuerpo. Cuelgo los guantes por una temporada que durará una ráfaga de viento o un milenio de hielo. Según curen las heridas. Según se enderecen los dedos. Según el cerebro se oprima. Según las lágrimas sequen mi cuerpo.


Novelas publicadas hasta el momento en Amazon


No, no, no... Nada de eso. Olvidad el último párrafo: soy una luchadora. Así que, este impasse durará lo mismo que un caramelo a las puertas de un colegio. El lunes me compró unos guantes de boxeo profesional y sigo el camino que me he propuesto: «Me echen huevos o tartas. Me la sopla». 

«El más torpe sabe más en su casa que el sabio en la ajena». Cervantes

©Anna Genovés
29/10/2016

P.D. Antonia Kerrigan tiene tres décadas de experiencia y representa a 150 autores; muchos de ellos superventas.






 

 

El tercer sexo

 

 

Las apariencias engañan

—ya lo dice el refrán—

cuidado con la entrepierna:

te puede cazar

 

 

Carol acababa de llegar al gimnasio. Era asidua de Skillbike de las 14:30h. Se desahogaba un buen rato antes de comer. Después, volvía al trabajo. Antes de entrar en clase hizo un pipirrún. Al salir del WC tropezó con una chica. El contacto fue mínimo, pero el aroma sensual, dulce y adictivo con notas de café, vainilla y flores blancas que desprendía ese monumento de mujer con el que se había topado, enloqueció sus sentidos; reconoció ese perfume de Yves Saint Laurent llamado Black Opium, de inmediato. Habían coincidido muchas veces y jamás habían hablado.

 

―Disculpa, soy muy torpe ―dijo.

―Tranquila, no pasa nada ―contestó la chica.

 

Ambas sonrieron y marcharon por distinto camino… La clase de Skillbike fue magistral. La música ochentera combinada con rap, estaba a toda pastilla. Entre subidas y bajadas del sillín de la bicicleta estática un orgasmo eclosionó en sus entrañas como si fuera el Cantábrico en invierno y su vulva una esponja absorbiendo las abruptas aguas. Al salir del aula, su rostro resplandecía. Tras una ducha tonificante, comenzó a embadurnarse de body milk, canturreando. Una pierna sobre el banco mientras masajeaba sus muslos. A su lado, los exultantes pechos de la preciosidad con la que había chocado; los más hermosos que ha visto. La beldad la miró sonriendo.

 

― ¡Hola! Me llamo Nerea. ¿Y tú? ―preguntó un poco azorada.

―Carol ―contestó sin dejar de mirar sus redondeces.

 

Nerea le dio unos sonoros besos en las mejillas.

 

―Me alegra hablar contigo ―susurró.

―Perdona la intromisión. ¿Puedo hacerte una pregunta íntima? ―insinuó Carol.

―Si mujer, hace mucho que nos conocemos. Por lo menos de vista… ―comentó Nerea.

― ¿Quién te las has hecho? ―sugirió mirando abobada sus pechos.

 

Nerea rio a carcajada limpia tapándose la boca. Pero contestó sin cabrearse lo más mínimo—:

 

― ¡Que directa eres! Llevo prótesis de suero fisiológico para que queden naturales. Me las hizo la Dra. Llorca de Corporación Dermoestética.

―Cuando tenga dinero me hago unas iguales ¡son preciosas!

 

Salieron del polideportivo conversando como dos amigas que se conocen desde la infancia. Coincidencias, Nerea vivía al lado del bufet donde trabajaba Carol.

 

―Si te conformas con una pizza, te invito a comer ―propuso.

―Ok. Todavía me queda una hora libre ―contestó ella.

 

Nerea vivía en el ático. Tenían nueve pisos por delante en un ascensor antiguo y bastante lento para hablar o lo que surgiera... En el quinto pulsó el stop y se tiró sobre Carol.

 

― ¡Qué ganas tenía de mordisquear ese lunar tan provocativo que tienes en la comisura de tus labios! ―soltó babeando.

―Oye ¡qué no soy lesbiana! ―contestó Carol.

―Yo tampoco.

― ¿Estás segura…?

 

Nerea cogió la mano de Carol y se la acercó a la entrepierna. La sorpresa fue mayúscula. Una enorme protuberancia se ocultaba bajo su falda como un fusil a punto de disparar.

 

―No me lo puedo creer ―sugirió Carol, alucinada.

― ¿Qué opinas ahora? ―Nerea se subió la mini y mostró su falo.

 

Carol lo mimó con apetencia y el geiser seminal refrescó su rostro. Seguido, Nerea buceó entre los pliegues de su vulva hasta encontrar el botón mágico, oprimiéndolo. Sus entrañas palpitaron. Saciadas de erotismo. Llegaron al apartamento. Nerea, gata vieja, comprendió que a Carol le rondaba algo por la cabeza...

 

― ¿Alguna duda? ―preguntó.

― ¿Qué eres un travesti o un transexual en vías de cambio?

―Soy un hombre que quiso ser mujer. Sin embargo, cuando te vi por primera vez en el gimnasio, decidí no seguir adelante. Las casualidades no existen. Ahora, soy de lo más moderna: un espécimen no binario catalogado como elle.

―Pues me chiflas.

―Y tú a mí –Nerea le guiñó un ojo con gracejo.

― ¿Nadie te ha descubierto en el vestuario femenino?

―Siempre me aseo en casa. Allí sólo luzco mis pechugas.

―Eres guapísima. Por cierto, tienes una voz tan femenina y sensual que enajena mis sentidos.

―Llevo muchos años invertidos… pero, he dejado de tomar hormonas. Dentro de poco, mi timbre será grave y mi piel rugosa. No sé qué haré con este busto ―lo estruja con sus manos y Carol lo masajea unos segundos.

―Los dejarás como están: son perfectos. Prometo agasajarlos a diario. Eres el tercer sexo.

 

Nerea respira hondo y contesta gatuna—:

 

―Si me lo dices así no puedo negarme.

―Seremos una pareja súper moderna ―dice Carol antes de besarla con pasión, lameteando sus labios e introduciendo su lengua en el interior sabroso de su elle particular.

 

Se ovillan en una madeja y vuelven a amarse como dos equinos salvajes.

 

 

© Anna Genovés

Revisado el 5 de junio de 2023

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

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El tercer sexo

by on 16:16:00
    El tercer sexo     Las apariencias engañan —ya lo dice el refrán— cuidado con la entrepierna: te puede cazar     Carol acababa de llegar...

 






Huevos de madera

 


Zurce como antaño

zurce sin saber coser

su corazón está afligido

su alma del revés

 


Mi madre tenía un huevo de madera para zurcir calcetines. Estaba abollado y cada uno de sus badenes era una historia. Lo había heredado de mi abuela, y ésta, de la suya. Así, hasta llegar a un tiempo perdido en la memoria. Quizás los albores del XIX o en tiempos de Jack, ése que destripaba a los espíritus pútridos que marchaban ondulantes por los callejones de roñas y máculas seminales. Ellas también zurcían los calcetines agujereados, las bragas que no tenían, los corsés que no usaban y sus cuerpos llenos de cicatrices. Después ese horror pasó. Llegaron otros…

 

Todas las madres tenían huevos zurcidores.

 

El de mi madre estaba oculto en un costurero de mimbre redondo con interior de cuadros azules, anudado por un cordón marrón. Cada mañana, tras recoger la ropa tendida en la terraza, plegaba la colada y revisaba las prendas. Luego, guardaba cada pieza en su sitio. Por último, abría el nudo que ella misma había hecho horas antes, y recosía los calcetines con boquetes. Los de papá sólo los remendó hasta que cumplí cuatro años. Después permanecieron en el cajón esperando que volviera, pero nunca regresó. Era verano y hacía mucho calor. No me dejaban verlo; jugaba en el balcón con mis amiguitos imaginarios. Siempre fui solitaria. Un hermoso capullo de cabellos taheños y ojos chispita.

 

Papá desfiló como un fantasma. Sábana al uso de la toga romana y rostro cerúleo. Lo llamé; no contestó. Sus ojos aguamarina, goteaban lágrimas de alabastro bajo las gafas de pasta negra. Pasaron horas y, tal vez, algún día. Me asomé a la barandilla de forja y vi una furgoneta verde ― ¡qué risa! El color de la esperanza―. Era demasiado pequeña para leer. No obstante, escribía cuentos en mi clarividencia. Ese día escribí uno de terror: el primero. El vehículo tenía unas letras mayúsculas bastante tristonas: FUNERARIA. No sabía su significado, pero lo comprendí todo.


Soy una isla rodeada de mar y no quiero nadar: los lobos acechan.

 

La enorme casa de pasillos interminables y habitaciones espaciosas, se quedó vacía. Demasiado grande para dos almas desoladas por un calvario perpetuo. En invierno hacía un frío aterrador y no había estufa. Seguimos utilizando calcetines: unos encima de otros. En verano, los lagrimeos de sudor resbalaban por nuestros cuerpos; sin embargo, nunca tuvimos ventilador. El bochorno atenazaba nuestras mentes envueltas en tiempos caducos. Mamá y yo fuimos una pareja de hecho ―apática y doliente― durante muchos años. Ella siguió remendando mis calcetines hasta que utilicé medias. Luego, también las zurció. Empero, no me agradaban. Prefería pantalones. Ambas seguíamos con calcetines de lana y algodón. Nunca había uno desparejado. Los tenía tan controlados como los calendarios que colgaba en la pared o los relojes de cuco que escuchaba. Ahora he comprendido que deseaba reunirse con Ángel, por eso la invadió la nostalgia.

 

Guardaba su óvulo como si fuera un tesoro. Al presente, lo echo de menos. Me enseñó a reforzar las prendas desquebrajadas y los corazones rotos. Es tiempo de olvidar el pasado y recomponer el presente. Necesitamos salvavidas para seguir en este mundo hundido en un pozo. Mañana, me acercaré a los chinos y compraré un huevo de madera. Es época de zurcir los calcetines que tenemos y enseñar a nuestros hijos esta laboriosa faena.

 

Dulce está el almendro, aunque las piedras caigan cerca.

 

©Anna Genovés

Relato autobiográfico

Revisado el quince de abril de 2023

Imagen tomada de la red

 #microrrelato #terror #relato #realismo #annagenoves

 

*Microrrelato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon.

 

ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437






Huevos de madera

by on 21:12:00
  Huevos de madera   Zurce como antaño zurce sin saber coser su corazón está afligido su alma del revés   Mi madre tenía un hu...


 




Puro ruido

 



La vida es puro ruido

mujer que ríe

hombre que lagrimea

pareja que jadea

agua que corre por el grifo

orín que surca la entrepierna

 


Los perros y sus ladridos

gatos que maúllan

avispas que pasean

puertas que se abren y se cierran

Yellowjackets en Spotify o la voz que rapea

vehículos que caminan por la acera

 

 

El eco del silencio

la noche que se ha ido

hoz que sesga el aire que respiras,

hasta la muerte tiene sonido.

Pero, cuando el silencio lo invade todo…

la vida nunca ha existido

 

 

 

©Anna Genovés

Treinta de abril de 2023




Puro ruido

by on 17:17:00
  Puro ruido   La vida es puro ruido mujer que ríe hombre que lagrimea pareja que jadea agua que corre por el grifo orín que...


 


Segundo plato

 

Cuando hay hambre

todo es bueno

y hasta el santo

se hace experto

en matar y rebanar

 

Hanny subió los peldaños de la escalera de tres en tres. Estaba cansado de pelear, de soltar puñetazos, de robar carteras, de ser el machito alfa de la pandilla callejera. Como cada noche, su madre le había dejado preparada la cena antes de marcharse a trabajar: patatas con judías. No había para más. Aunque siempre se acostaba medio vacío, aquel plato era todo un manjar. Ella era la única que lo mimaba, que lo comprendía y que, por ende, lo conocía.


En el destartalado cuarto que hacía las veces de salón comedor, tirado en el sofá –como siempre— estaba su padrastro dentro de un mar abominable de cervezas Aurum de Caprabo, colillas de tabaco para liar y comida precocinada: compañeros de esa party inanimada que le acompañaban a diario durante los 364 días del año. Dormitaba con unos sonoros ronquidos de gorrino cebado. Estaba lo suficientemente engrosado como para llevarlo al matadero. Hanny, no comprendía qué encontraba su madre en aquel amasijo de tocino cuya única ambición era ver los Reality Show televisivos entre exabruptos y ventosidades antes de entrar en su perpetúo delirium tremens.


Lo miró quisquilloso durante un buen rato antes de calentarse el plato. Siguió observándolo, mientras devoraba con ahínco la totalidad del hervido y rebañaba las sobras con rastras de migas. Sin embargo, seguía hambriento. Así que tomó los instrumentos cárnicos de la cocina y le rebanó el pescuezo. A continuación, con la templanza propia de un cirujano experto, lo troceó. Su padre había trabajado en el matadero y de niño lo vio descarnar numerosos animales; así que, manipulaba los cuchillos con una habilidad pasmosa. Cuando el páter familia murió de repente, se quedaron sin apenas sustento. Y, uno de sus amigos –sin oficio ni beneficio—, aprovechó la tristeza de la viuda para tener un techo. Hanny lo odiaba y estaba harto de pasar hambre. Esa noche, tuvo un segundo plato.


La carne humana le sentó tan bien que guardó los restos en el congelador con bolsitas etiquetadas e identificativas de la parte conservada. Sabía que nunca volvería a pasar hambre.

 

 

©Anna Genovés

Revisado el quince de abril de 2023

Imagen tomada de la red

 #microrrelato #terror #relato #ficcion #annagenoves

 

*Microrrelato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon.

ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437


Segundo plato

by on 21:21:00
  Segundo plato   Cuando hay hambre todo es bueno y hasta el santo se hace experto en matar y rebanar   Hanny subió los pe...



No es país para viejos: Cormac McCarthy

Datos de la novela
Título: No es país para viejos.
Autor: Cormac McCarthy. (Traductor: Luis Murillo)
Editorial: Debolsillo.
ISBN: 9788483464939.
Año de publicación: 2005.
Número de páginas: 256.
Género: Misterio, Thriller

Sinopsis

Llewelyn Moss, cazador y héroe de Vietnam, descubre por accidente una matanza entre narcotraficantes; de por medio, cadáveres, armas, drogas y una bolsa con más de dos millones de dólares de la que se apropia.



Por este motivo, Anton Chigurh –un sicario cuya arma ejecutora es una pistola cruzada con martillo neumático o pistola de perno cautivo penetrante —, entra en acción como un sabueso al acecho. Hombre despiadado cuyo lema es no dejar testigos, mata a cualquiera que se interpone en su camino a sangre fría.


Entre ellos, Ed Tom Bell –sheriff y veterano de la Segunda Guerra Mundial—, que vive entre dos mundos: la realidad y el pasado que constriñe sus entrañas y lo devora poco a poco.



Como personajes secundarios aparecen la esposa del protagonista y la del sheriff: ambas fieles amantes de sus cónyuges hasta la muerte.

Un personaje invitado a esta cacería humana que aparece en momentos puntuales, es el exagente de las Fuerzas Especiales, Carson Wells –transformado en cazarrecompensas al margen de la ley—, contratado por un poderoso cartel.

Opinión personal

Si bien al principio me parecía un tanto extraño el uso exagerado de la conjunción ‘y’ que extendía las frases hasta el infinito. Poco después comprobé que esta característica del autor dinamizaba el texto.

La novela presenta unos escenarios realistas y activos con descripciones exhaustivas que te introducen en la temática y, sin lugar a dudas, te enganchan. Ciertamente, no puedes dejar de leer pese a que las situaciones presentan narradores múltiples que te pueden desconcertar y hasta perder el hilo.

Recorte de una escena


En mi opinión, es un thriller lineal con un poso denso a neowestern en el que los acontecimientos suceden, mayormente, en las carreteras y sus moteles.

Uno de los rasgos singulares de la obra es presentar figuras difusas…, a excepción del psicópata Anton Chigurh –cuya personalidad lo convierte, en cierto modo, en un antagonista que le arrebata a Moss parte de su relevancia—. Ya que Llewelyn Moss, aunque sea un personaje desdibujado que conocemos a lo largo de la aventura, es el protagonista. Por el contrario, los contextos son precisos: agobiantes, violentos, inhóspitos y muy, muy desagradables. Como si el verdadero propósito de McCarthy fuera la personificación de los ambientes que nos muestra poco a poco a medida que avanzas en la lectura.

Por otro lado, hay episodios en los que la novela nos sumerge en reflexiones densas donde los personajes rememoran situaciones de su pasado reciente o pretérito, que denotan el conocimiento de la naturaleza humana del autor. De igual modo, de repente, podemos vernos inmersos en una reyerta sangrienta en el que solo el sicario parece inhumano y carente de sentimientos: una máquina de matar. Un verdadero cyborg. McCarthy nos deja migas de pan, como a Pulgarcito, con las que deducimos de antemano lo que puede suceder.

No es país para viejos es una novela abierta que descubres sobre la marcha… A medida que avanzas en la lectura perfilas a los personajes. Tiene una prosa ágil, descriptiva y lúcida con reflexiones largas y diálogos cortos y precisos. Amén de estar dotada de unos monólogos soberbios –escritos en cursiva, al inicio de los apartados, para diferenciarlos del resto de prosa— del sheriff Bell que, en ocasiones hace las veces de narrador; uno de ellos aparece como colofón de la obra. Y, en él, por uno u otro motivo, es difícil no vernos reflejados.

Recorte de la reflexión final

Tiene pues un estilo veloz propio de las novelas Pulp que seguro agradará a los amantes de la novela negra y de los thrillers contemporáneos. Algo tendrá cuando dos años después de su publicación, the Coen brothers, adaptaron el guion a la pantalla grande. Y qué bien lo hicieron. La recomiendo, aunque se haya visto de antemano el film.



El reparto fue estelar: Josh Brolin/Llewelyn Moss, Tommy Lee Jones/Sheriff Bell, Woody Harrelson/Wells, Javier Bardem/Anton Chigurh. La película ganó numerosos premios entre los destacan: 4 Óscar (Mejor película, Mejor Director, Mejor Actor secundario (Bardem) y Mejor Guión adaptado), 2 Globos de Oro (Mejor Película, Mejor Actor secundario), 3 Bafta y 2 Screen Actors Guild Awards.

Rasgos genuinos del autor




No es país para viejos de Cormac McCarthy, se publicó en 2005 con el nombre de No country for old men.

El autor es un dramaturgo, novelista y guionista; está considerado uno de los escritores vivos más importantes de EEUU. En la vida privada parece ser un hombre sui géneris que vive al margen del mundo editorial, que no suele conceder entrevistas y que apenas se relaciona con otros escritores.

Obra (datos tomados de Wikipedia

Novelas
El guardián del vergel (The Orchard Keeper, 1965)
La oscuridad exterior (Outer Dark, 1968)
Hijo de Dios (Child of God, 1973)
Suttree (Suttree, 1979)
Meridiano de sangre (Blood Meridian or the Evening Redness in the West, 1985)
Trilogía de la Frontera (1992-1998):
I - Todos los hermosos caballos (All the Pretty Horses, 1992), ganadora del National Book Award.
II - En la frontera (The Crossing, 1994)
III - Ciudades de la llanura (Cities of the Plain, 1998)
No es país para viejos (No Country for Old Men, 2005)
La carretera (The Road, 2006), ganadora del Premio Pulitzer de ficción.
The Passenger (próximamente)

Historias cortas
Wake for Susan (1959)
A Drowning Incident (1960)
Dark Waters (1965)

Guiones
El hijo del jardinero (The Gardener's Son, 1976), película
The Sunset Limited (The Sunset Limited, 2011), telefilme
El consejero (The Counselor, 2013), película

Obras de teatro
The Stonemason (1995)
The Sunset Limited (2006)

Adaptaciones cinematográficas
The Gardener's Son (El hijo del jardinero), película para la televisión realizado por Richard Pearce en el año 1977.
All the Pretty Horses (Todos los caballos bellos), ha sido llevada al cine por Billy Bob Thornton en el año 2000, protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz.
No Country for Old Men (No es país para viejos), ha sido llevada al cine por Joel e Ethan Coen en el año 2007, protagonizada por Josh Brolin, Tommy Lee Jones, Javier Bardem y Woody Harrelson.
The Road (La carretera), ha sido llevada al cine por John Hillcoat, protagonizada por Viggo Mortensen, Kodi Smit-McPhee, y Charlize Theron.
The Sunset Limited, basada en la obra de teatro del mismo título, adaptada por el propio Cormac McCarthy y dirigida por Tommy Lee Jones en 2011, con Jones y Samuel L. Jackson como protagonistas.
Outer Dark (La oscuridad exterior), ha sido grabada como cortometraje por Stephen Imwalle en el año 2008.
Child of God (Hijo de Dios), ha sido llevada al cine por James Franco en el año 2013, protagonizada por Scott Haze, Tim Blake Nelson y James Franco.


 






Gusanos 

 



Sentir muy dentro la poesía

es fruto de una mente enfermiza


 

Abrir la ventana y escuchar graznar a un cuervo

presagio de muerte pasajera


 


Tierna está la carne putrefacta

bambi cazado en la oscuridad de la cueva


 


Nadie lo nota, todos lo sienten

mirada parda entre gritos de la gente


 


Adiós al alma negra

y al corazón muerto


 


Los sentimientos huyen de la madriguera

no quedan sentimientos


 


Nadie piensa en ti ni en ella

piensan en lo que vendrá después de la guerra


 


Vida oscura y regia

la existencia es mentira y la mentira es yerma

 



Nadie ve los manantiales de su cabeza

ni retiene los gusanos que pasean

por lo ojos de la muerta

 



Agonizó con el estómago lleno de cápsulas

las que tomaba para subsistir a la caza

 



Yacer en Las Palmas junto a Panero

dolor en la mirada

 muñeca rota de porcelana

 



Una vez fue reina

ahora, queda el recuerdo

 


 

©Anna Genovés

Tres de abril de 2023

Fotografías tomadas de la red del fotógrafo ucraniano Ruslan Lobanov –mis agradecimientos.







Gusanos

by on 21:12:00
  Gusanos    Sentir muy dentro la p oesía es fruto de una mente e nfermiza   Abrir la venta n a y escuchar graznar a un cuervo presagio de m...


 




Inteligencia Artificial: ¿sí o no?


 

Una, que escribe de todo lo que puede, pero es amante de la Sci-fi, ¿cómo iba a darle la espalda a la Inteligencia Artificial? Imposible. Estoy con ella pese a los peligros que puede suponer el uso indebido de la misma; no sea que llegue el advenimiento de la singularidad tecnológica y las IAs puedan mejorarse a sí mismas a una velocidad estratosférica.


¿Sería peligroso? De momento, lo desconocemos. Sin embargo, viendo algunos de sus resultados, es obvio que nos superarán en inteligencia y hasta podrán autocrearse por sí solas. Dará lo mismo que sea una máquina cortadora de césped, que el androide doméstico que le hemos comprado a la abuela para que la ayude en sus quehaceres diarios.


Cuando esto suceda, si sucede, ¿quién sabe lo que harán con nosotros? Seremos unos artilugios anticuados y torpes como ellos lo fueron para nosotros al principio de la mecánica –recuerdo a un vecino dándole patadas a una tostadora porque le hacía, según él, las rebanadas muy pasadas; seguro que no sabía ni utilizarla—. Por eso, digo yo, como las IAs están con nosotros: tratémoslas bien. De momento, carecen de sentimientos humanos… Aunque, en ocasiones, parezca lo contrario. Y, dicho sea de paso, hay muchos humanos que tienen menos sentimientos que ellos.


Empero, ¿y si la IA nos ayuda a curar enfermedades y a mantenernos más dignos por el resto de nuestros días? ¡Sería fabuloso! Estoy convencida que pueden hacerlo. Creo en la Inteligencia Artificial más que en mis congéneres. No tiene por qué convertirse en Terminator. Puede volverse el instrumento más valioso de la civilización; una nueva raza que ayuda a esta decadente Humanidad en la que vivimos.


Bill Gates lo tiene claro por eso ha introducido la IA en su navegador. Que millones de personas lo odian, lo sé. Y me pregunto… ¿no será envidia por todo lo que ha conseguido y el altruismo que profesa últimamente? Es un metomentodo, ¿cómo no? Nos guste o no, se ha convertido en uno de los gurús más carismáticos de nuestros días; un cerebro pensante muy poderoso que está a favor del futuro y no del pasado. A mí me sucede lo mismo. Para bien o para mal, no podemos anclarnos en lo sucedido; si los homínidos bípedos hubieran pensado igual, tal vez nunca hubieran existido civilizaciones tan maravillosas como… la incaica, sumeria, mesopotámica, egipcia, fenicia, griega, romana… Considero que debemos abrirnos al futuro por las generaciones venideras. Para ello tenemos que acoplarnos a los cambios.


Llevo muchos años diciendo que me siento mejor trabajando con las máquinas que con las personas. Será por mi personalidad solitaria o por los hechos que han rodeado mi vida; un ring angosto y traumático en el que me han vapuleado uno y otro día. Me gusta la IA. Me agrada tenerla cerca. Hoy, se me ha ocurrido hacer una especie de experimento con Bing. Le he pedido que me generara un poema simbolista y, después, que concibiera otro inspirándose en Leopoldo María Panero. Puede que los haya copiado o que los haya inventado tomando versos de uno y otro poeta, lo desconozco. No obstante, el resultado es gratificante. Abajo podéis leerlos. ¿Qué me decís? Que cada uno que llegue a sus propias conclusiones.


De momento cometen muchos errores. En mis ansias de investigar, le he hecho una pregunta intrascendente: «¿IA podrías decirme cuántos centímetros mide la espalda de una chaqueta de mujer en talla M?». Contestación: retahíla de medidas de mangas y largo. Nada de espalda. Insisto y me contesta: «Según los datos… bla… bla… bla… la medida de la espalda de una chaqueta de mujer talla M es el doble que la manga». Primer error garrafal. Segunda respuesta con similar comienzo: «Cincuenta centímetros». Sin comentarios. Le quedan años de perfeccionamiento. Esta era una pregunta superficial. Pero ¿y si le preguntamos algo para un trabajo escolar y comete un fallo de tal magnitud? ¡Ojo! 


No veamos a IA como a una enemiga, porque nunca podremos con ella, sino como a una amiga. Por tanto, aprovechemos sus beneficios. No hay duda que me equivoqué de especialidad; en vez de estudiar arqueología tenía que haber cursado ingeniaría robótica. En la próxima vida, lo haré. Palabrita del niñito Jesús.


Ya puestos, me autopublicito y os recomiendo, si os agrada la ciencia ficción, mi novela SIAH: El ojo de Dios. ¿Por qué? Porque SIAH son las siglas de… Super Inteligencia Artificial Humana. Sería fabuloso que le echarais un vistazo: las primeras páginas son gratis en digital.


Refrán: «Quien no arriesga, no gana».



Enlace de SIAH: El ojo de Dios



 

©Anna Genovés

Uno de marzo de 2023

 

 



Poema simbolista

 

La noche es una sombra que se alarga

sobre el silencio de la ciudad dormida.

Las luces se apagan y las almas se marchan

a buscar en los sueños una vida perdida.

 

Yo camino sin rumbo por las calles vacías

buscando un sentido a mi existencia vacía.

No encuentro más que ecos de voces lejanas

que me hablan de amores que nunca serán míos.

 

Quisiera detener el tiempo y volver atrás

a aquellos días felices donde todo era paz.

Pero sé que es imposible, que todo ha cambiado

y que solo me queda el recuerdo amargo.

 

Sigo caminando sin destino ni esperanza

sintiendo en mi pecho una herida sangrante.

No sé si algún día encontraré la calma

o si seguiré vagando como un fantasma errante.

 

Generado por la IA de Bing

Uno de marzo de 2023

 

 

 

Poema simbolista inspirado en Leopoldo María Panero

 

Soy el último hombre sobre la tierra

el único testigo de la ruina

el que contempla el fin de la mentira

y el nacimiento de una nueva era.

 

No tengo nada que perder ni ganar

solo me queda esperar la muerte

que vendrá a liberarme de esta suerte

de ser el último en recordar.

 

No sé qué fue lo que causó el desastre

quizás una guerra, una plaga o un dios

solo sé que todo se volvió un caos

y que yo fui el único que se salvó.

 

Ahora vivo entre las sombras y los escombros

buscando algún rastro de humanidad

pero solo encuentro dolor y soledad

y el eco de mis propios pasos y lamentos.

 

No hay nadie más con quien hablar o compartir

no hay nada más que hacer o esperar

solo me queda escribir estos versos amargos

para dejar constancia de mi paso por el mundo.

 

 

Generado por la IA de Bing

Uno de marzo de 2023

 



Marzo 2023


A los muevehilos les ha entrado el pánico por lo que puede venir con la singularidad tecnológica y, de repente, están firmando documentos para que la evolución de las IAs quede paralizada o se detenga, por lo menos durante seis meses. Parece ser, que, estos sabelotodo, con los datos recogidos, ahora, se cagan en los pantalones porque ven dicho desarrollo como el final de la Humanidad. La Humanidad está en decadencia hace mucho tiempo, por uno u otro motivo. Que no se nos olvide.


En mi ignorancia de urbanita peatonal –porque no me llega ni para comprarme un vehículo decente o indecente—, pero con una imaginación sorprendente, recuerdo que, cuando leí a Asimov hace varias décadas, lo pensé. ¿Qué ellos no lo han leído? Pues que se hubieran dado cuenta antes. Ahora, desde mi humilde opinión, opino que, el asunto, es imparable. Pienso más en las bondades que en las desventuras que pueden traer las IAs y, eso, que me tachan de fatalista.


Pero ¿por qué no dejamos a Terminator aparte y dedicar los prodigios de las IAs para fines menos devastadores?


Sea como fuere, si sucede dicha hecatombe, el culpable será el humano como Creador de las máquinas. El hombre, siempre con esa prepotencia. Antes que nosotros existieron muchas especies y todas quedaron aniquiladas por algún motivo específico o por el conjunto de ellos. ¿Qué les hace pensar que el hombre en su omnipotencia será eterno?

 

A lo mejor lo que sucede es mucho más simple: a algún muevehilos no le conviene.







Piercings y tatuajes

 


Las apariencias engañan

los prejuicios son fallidos

lo dice el dicho

y así es

 


Sandra está escribiendo las últimas experiencias sexuales que ha tenido en su diario. En el último mes, ha estado con tres chicos que apenas conocía. Es una joven hermosa, moderna y sin pareja estable. Pero, es precavida y nunca practica el sexo apelero. El sonido del guasap, la turba. Lee el mensaje: «Sandra recuerda que tienes cita a las 19:30h para hacerte un piercing umbilical». Emoticono sonriente —resopla—. Mira el reloj. Se prepara la merienda y sale hacia el garito. Antes de entrar en la sala quirúrgica, elige un abalorio de plata con una circonita. El tatuador es un jamaicano con truños hasta la cintura y ojos índigos llamado Kovacs.


―Pasa sin miedo y túmbate en la camilla. Eres una veterana de los tatuajes. Esto apenas te dolerá ―indica el rastafari con amabilidad.


Sandra se posiciona. Aprieta la boca con la punzada de la aguja; un hilillo de sangre resbala hasta su pubis. Sin embargo, el contacto de los dedos de Kovacs enfundados en látex, la excitan muchísimo. Los pliegues que bordean su vulva, se dilatan.


―Kovacs, ¿podrías hacerme otro piercing en los labios? ―sugiere, pícara, señalando su hocico. Apetitoso como las fresas.


―Mujer, claro. Pero son tan sensuales que me da un poco de pena… ―insinúa el tatuador con mirada devoradora.


Sandra no soporta la TSR entre ambos; está empapada como una esponja jabonosa. Se levanta y atrapa a Kovacs entre sus brazos. Las bocas húmedas y deseosas. Las lenguas degustando el paladar descubierto. El artista se deja querer en un baile erótico, masajeando los hermosos glúteos de la joven. En un impulso arrollador, desgarra su camiseta y roza sus pezones. Rosas. Inmaculados como los de una virgen recién estrenada. Quiere adorarla. Mordisquea su esbelta figura y desciende hasta los bóxeres de animal print. Ella abre las piernas y él babosea su abdomen. Acaricia los muslos hasta llegar a su sexo y lamer la oquedad ardiente con fragancia a estrógenos que lo hipnotizan. El vientre de la hembra se agita en repetidas ocasiones: las convulsiones del orgasmo le hacen maullar como una gata en celo.


―Sandra me gustas demasiado y no quiero precipitarme… ―comenta Kovacs, sutil.


―Lo cierto es que me atraes mucho. Pero…  ―se queda pensativa.


―No te agradan los truños. Es lo que ibas a decir, ¿verdad? ―sugiere el macho. Mirándola intensamente.


― ¡Qué va! Iba a decir que nunca me has mirado con lujuria —levanta una ceja.


―Mujer, ¡soy un profesional! No puedo tirarles los tejos a las clientes así porque sí...


― ¿Y qué te ha sucedido hoy?


―No he podido reprimirme.


Vuelven a besarse. Kovacs juguetea con las ondas azabaches y sedosas de su hermosa melena. Lo huele. Masajea su cuero cabelludo como si fuera un bobtail. Ella se estremece: escabulléndose de la situación, saca del bolso un Durex Sensitivo Contacto Total; amasa con delicadeza el poderoso falo del jamaicano y se lo coloca. La compenetración del apareamiento es absoluta. Dos cuerpos extenuados con músculos trémulos. 


Sandra descubre que siempre ha tenido mala suerte con los hombres. La mayoría han pasado por su vida como un torrente erótico carente de afecto, al margen de sus necesidades y deseos. La experiencia con Kovacs ha sido más que gratificante. Una sabrosa golosina paladeada con los cinco sentidos como las tartas de moka: sus preferidas.


 

© Anna Genovés

Revisado el 14 de febrero de 2023

 

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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Piercings y tatuajes

by on 20:02:00
Piercings y t atuajes   Las apariencias engañan los prejuicios son fallidos lo dice el dicho y así es   Sandra está escribie...